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SILENCIO1 El silencio es parte integrante de la oración y de la celebración litúrgica (SC 30). «Por el silencio los fieles no se ven reducidos a asistir a la acción litúrgica como espectadores mudos y extraños, sino que son asociados más íntimamente al misterio que se celebra, gracias a aquella disposición interior que nace de la Palabra de Dios escuchada» (MS 17). En la misa el silencio puede ayudar mucho a la celebración: después de escuchar las lecturas bíblicas y la homilía, entre la invitación «oremos» y la oración presidencial; en el espacio ofertorial, mientras se dispone el altar; en la preparación inmediata a la comunión, tanto por parte del sacerdote como de la comunidad; después de la comunión, profundizando en el misterio recibido. En cada una de estas ocasiones la finalidad del silencio puede ser diferente: con el silencio, los fieles «se concentran en sí mismos», «reflexionan sobre lo que han oído», «alaban a Dios en su corazón y oran», «para hacerse consientes de estar en la presencia de Dios y formular interiormente sus súplicas» (IGMR 23.32). En el rezo de la Liturgia de las Horas se recomienda también el silencio, después de las lecturas y la homilía, o entre los salmos, o en el examen de conciencia de Completas. Y la finalidad de este silencio es «para lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu Santo en los corazones» y «para unir más estrechamente la oración personal con la Palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia» (IGLH 201). En el rezo individual, todavía cabe mayor espacio para el silencio (IGLH 203). También en las misas con niños el Directorio recuerda que «debe guardarse un tiempo de silencio como parte constitutiva de la celebración, para que no se conceda lugar excesivo a la acción externa, pues también los niños a su manera son realmente capaces de meditar. Sin embargo tienen necesidades de una cierta formación para que aprendan a entrar en sí mismos y meditar o alabar y rezar a Dios en su corazón» (DMN 37). Hay otras celebraciones en que el silencio puede adquirir especial densidad: la adoración ante el Santísimo, tanto personal como comunitaria, que representan un espacio más meditativo; en las exequias; en las celebraciones penitenciales; el Viernes Santo, en la entrada y postración del sacerdote, y en la presentación de la cruz, con un espacio de silencio después de la triple aclamación. El silencio no es solo ausencia de ruido o de palabra. No es pasividad, ni indiferencia o ausencia. Es presencia, acogida, atención, reflexión, resonancia, asimilación, personalización de lo que se celebra, interiorización del misterio, espacio de libertad para que actúe el Espíritu. Desde el silencio es cuando se puede escuchar. Del silencio brotan las mejores palabras. Por eso a veces se nos invita al silencio para que sepamos escuchar y para que sepamos decir nuestra palabra desde lo profundo de nuestro ser. 1 José Aldazábal, Vocabulario Básico de Liturgia, biblioteca litúrgica 3, Barcelona 2002, pág. 382-383.