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fuera la bala. Con gran alegría los indígenas comenzaron a difundir en la selva
la noticia que había llegado una mujer
blanca, una grandísima bruja, a la que
era necesario dejar paso libre en la selva.
Siempre se preocupaba por la formación y la promoción de la mujer, que según las costumbres de las tribus indígenas shuar, eran a menudo consideradas
como esclavas de los hombre, que las
sometían como patrones omnipotentes
y se aprovechaban de ellas cargándolas
con gravosos trabajos, sin el menor miramiento a la condición de la maternidad y del cuidado de los hijos.
La espiritualidad de Sor María Troncatti
aparece sencilla y discreta, pero profunda, vivida con grandeza de ánimo especialmente en las vicisitudes de la vida
cotidiana.
Con la sonrisa, la bondad, la paciencia,
y sobre todo un gran corazón, conquistaba a colonos y a shuar y a cuantos
se le acercaban. Todos sentían que sor
María los amaba, y todos entendían su
lenguaje del corazón.
Su deseo ardiente era el de catequizar
con maravillosas iniciativas, con paciencia sin límites y con amor a toda
prueba. En sus innumerables visitas
llevaba consigo la medicina más poderosa: un frasco de agua natural para
utilizarla en casos apremiantes para
bautizar a los moribundos.
Fue madre ante todo de los salesianos a
quienes amó atendió y curó. Pero se desvivía por todos. En una carta escribe a su
madre: “Te diré con confianza que aquí
con los Shuar y los colonos me encuentro
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contentísima a pesar del mucho trabajo.
Me preguntarás qué es lo que hago para
tener trabajo… aquí en la foresta se tiene
que hacer de todo: soy dentista, cirujano,
doctora en medicina, farmacéutica, enfermera, cocinera, ropera… Además me
encargo de recibir a niños desvalidos y
enfermos…”.
No hay persona necesitada, que no haya
experimentado su amor desinteresado;
nadie acudió a Sor Troncatti y salió defraudado, aún en lo material, ella hacía
“milagros” para atender a todos. En esto
manifestaba el amor mariano que la
inundaba, y la hacía ser como una extensión de la presencia de María para
con los más pobres.
La fe la movía a vivir en continua oración. Frente a casos desesperados le preguntaban qué medicinas usaba: “No lo
sé, es inexplicable, pero quedan curados”.
También al P. Lova lo había salvado casi
milagrosamente de las consecuencias de
una insolación que lo había llevado a las
puertas de la muerte: “No hay nada que
hacer, -había dicho Sor María- pero de
todos modos lo curaré”.
Jamás miraba a sacrificios, ni a riesgos,
ni a peligros, ni a contagios. Bastaba que
supiera que alguien sufría para que ella
volara en auxilio, llevando en el corazón la esperanza de poder hacer el bien,
también a sus almas.
La convicción que guardaba en el corazón y la movía en su heroica vida
misionera era esta certeza: “No debemos tener miedo, sino confiar en Dios y
donarnos totalmente a Él. Él es el único
capaz de tomarnos bajo su cuidado con
ternura sin igual”.
Gregorio XVI
LOS PAPAS DE DON BOSCO
Julio Humberto Olarte Franco, SDB
1ª parte en la Rev. 53, pp. 13 – 16
2ª parte en la Rev. 54, pp. 13 – 14
De los 6 Papas que guiaron la Iglesia durante la vida de Don Bosco, hemos presentado a Pío VII, que llena sus primeros 8 años de
vida; León XII, hasta el 10 de febrero de 1829;
y PÍO VIII, hasta el 1º de diciembre de 1830,
mientras Juanito Bosco llora la muerte de Don
Calosso (21 nov.) y Mamá Margarita decide la
separación de bienes, ejecutando el testamento de su difunto esposo Francisco Luis, tenida
cuenta de la mayor edad alcanzada por Antonio.
GREGORIO XVI
Hoy presentamos al Papa Gregorio XVI
(Bartolomé Alberto Cappellari), nacido
en Belluno (entonces de la República de
Venecia), el 18 de septiembre de 1765; y
muerto el 1 de junio de 1846. Durante
su pontificado (2 de febrero de 18311º de junio de1846) Juan Bosco completó su primaria entre Castelnuovo
y Chieri, hizo su secundaria, entró al
Seminario, llegó a sacerdote e inició
su Oratorio que, apenas 50 días antes
de la muerte del Papa, había encontrado sede estable en casa del Sr. Francisco
Pinardi, en Valdocco.
Bartolomé Alberto Cappellari era hijo
de Giovanni Battista Cappellari y Giulia Pagani Gesa, familia patricia de Venecia. A los 18 años se hizo fraile camaldulense (1783) en el Convento S.
Miguel, de Murano; y tomó el nombre
de MAURO. El joven monje pronto dio
pruebas de una capacidad intelectual inusual. Se dedicó al estudio de la filosofía y teología y fue encargado de enseñar esas materias a los jóvenes monjes
de su convento. En 1787 fue ordenado
sacerdote. En 1799 publicó “El triunfo
de la Santa Sede y de la Iglesia”, contra
los llamados “innovadores”, defendiendo el poder temporal y la infalibilidad
del Papa, cuestionada por febronianos y
jansenistas. Era un buen orientalista y
un buen teólogo.
Apenas destronado Napoleón y vuelto
el Papa Pío VII de su cautiverio francés
a Roma (1814), Don Mauro fue llamado a Roma para diversos encargos, entre
los cuales Vicario general de los Camaldulenses.
El 21 de marzo de 1825 el Papa León
XII nombró a Don Mauro (ya de 60
años) cardenal in pectore, lo que hizo
público un año después, nombrándolo
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