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El aroma de tu recuerdo
extrae el vivo deseo
que retiene mi cuerpo.
Y es este anhelo
el que devora la carne
que encierra mi voluntad.
No hago sino ahogarme
en mi vago pensar
que escuda mi fuego
en un frío y desterrado
corazón. Ni yo retengo
la voracidad del malogrado
y vacuo empeño
que necesita de tu pecho
para llorar. Y llorar, sentir,
esgrimir una palabra, maldecir,
recibir, desgarrar la pulpa:
mi ser se nutre de ti.
La aquiescencia que me empuja
me arrastra a mi fin.
Pretendo mi final,
mas resuelvo tirar
toda emoción. Hilvanar
mi pésima vida y desechar
toda esperanza o creencia
que amargue, sola,
mi dulce muerte. Ahora,
en las frugales sinestesias
que abaten mi cuerpo,
te imploro, arrodillado
y desnudo, acabar excitados,
frenéticos. Y me yergo
con una orden de tus labios
en un impulso suprahumano,
divino, hieros gamos.
Me sumerjo en ti, inflamado
por tus susurros acompasados.
En mi piel siento tus abrazos,
tus mordidas, tus orgasmos,
y consigo que llegues, sofocados.
El ensordecedor efluvio
de tu elemento
permanece presto
por seguir prendiendo fuego
a este pétreo hielo,
al tímido e ingenuo afán
de recuperar el tiempo
perdido en este divagar.
Descalabro por tu esencia.
Desfallezco imbuido, agotado
en tu fragancia y reminiscencia.
consumido por tu halo.