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Ferreira Gullar Morir en Río de Janeiro Traducción de Alma Velasco Si fuese marzo cuando el verano esmerila la luz gruesa en las montañas de Río tu corazón estará funcionando normalmente entre tantas otras cosas que palpitan en la mañana aunque pueden desarreglarse de repente. Si fuese marzo y de mañana la brisa oliendo a olor de mar cuando una lancha deja su rastro de espumas en el dorso de la bahía y las olas se agitan alegres por existir si fuese marzo no habrá ningún indicio en las frutas de la mesa ni en los muebles que estarán ahí como ahora -- y después del desenlace -- callados. Tú no sospechas nada y te preparas para un día más en el mundo. Puede ser que de golpe al abrir la ventana a la espléndida mañana te invada el temor: “un día ya no estaré presente en la fiesta de la vida”. ¿Pero qué puede la muerte en la faz del cielo azul? ¿del escándalo del verano? La ciudad estará en pleno funcionamiento con sus avenidas ruidosas y acciona este día que atraviesa departamentos y barracas de la Barra al barrio de Borel, en la Gloria donde mendigos tienden ropa sobre una pasarela de Aterro y es cuando un pajarillo entra inadvertidamente en tu balcón, pía da saltitos y se va. ¿Un saludo? ¿un aviso? Esas preguntas te asaltan mezcladas al chorrear el aguacero persisten durante el desayuno con yogurt y mermelada. Pero el día te convida a vivir, quién sabe, un paseo a Santa Teresa para ver desde arriba la ciudad en otro tiempo que el de ahora. En cada escondrijo de la metrópoli desigual en las cúmulos de cipreses en el Lido en las matas de atrás de los edificios de la calle Toneleros por todas partes de la ciudad minuciosamente vive el fin de siglo, su historia de hombres y animales, de plantas y de larvas, de babosas y de levas de hormigas y otros seres minúsculos transitando en los tallos, en los pistilos, en los brotes que se abren como clítoris en la floresta. Son sonrisas, son culos, caramelos, son caricias de lenguas y de labios mientras terminado el café echas un ojo al periódico. La muerte se aproxima y no lo sientes ni presientes no has oído el rumor lento que avanza oscuro como las nubes sobre el barrio Dois Irmaõs y danza en las olas se derrama en las arenas de Arpoador sin que sospeches la muerte desafina el canturreo de la vecina en la ventana. Tu corazón (que comenzó a palpitar cuando ni tu cuerpo existía) prosigue chupa y expulsa sangre para mantenerte vivo y vivas en tu carne las tardes y calles (del Catete, de la Lapa, de Ipanema) --los lacerantes vértigos de los poemas que te mostraron la muerte en un puñado de polvo el torso de Apolo ardiendo como piel de fiera de cara a la carroña diciendo incesante en la noche la misma agua pura con sus abismos azules-Tu corazón, ese mínimo pulso dentro de la Vía Láctea, en medio de las tempestades solares, ¿cuándo se detendrá? No lo sabes pues la naturaleza ama ocultarse. Y es mejor que no lo sepas para que sea dulce por más tiempo en tu rostro la brisa de este día y procedas a ejecutar sin partitura la sinfonía del verano como parte que es de esa orquesta regida por el sol.