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padre, sin madre, sin hogar, sin calor de hogar, sin
amistad la vida no tiene sentido. Estas palabras nos
dicen, en forma popular, que el hambre de amor que yace
en el fondo de nuestra alma quiere ser satisfecho,
silenciado. ¡Sin amor la vida no tiene sentido!. Aquí
deben detenerse largo rato y comprobar con la
experiencia de sus vida personal, con sus observaciones,
si esto es realmente cierto. ¿No son también valiosos el
dinero, el saber u otros bienes? Sí, en algo sí, pero no
llenan de contenido la vida; en lo más profundo nos dejan
insatisfechos, vacíos, huecos. ¡Si nosotros, los hijos de
Schoenstatt lográramos estar en silencio para poder
experimentar todo en nuestro mundo interior! Debemos
aprender a estar a solas con el buen Dios. ¿Lo pueden
uds.? Les aseguro que si uds. no aprenden a estar en
silencio, a estar a solas con Dios, a llevar una vida
interior conforme a su edad, jamás comprenderán bien a
Schoenstatt.
¿Qué es lo que más nos llama la atención de este texto,
cuál es la idea principal?
TENEMOS ANSIAS DE AMOR
P. José Kentenich, 1952
… En el fondo, descubrimos una gran hambre de amor
¿es cierto? ¿Acaso no tenemos mucho más hambre de
placeres, de comer, hambre de sensaciones, o de
cambios? Puede parecer así, pero en el fondo, detrás de
todo, está nuestra nunca saciada hambre de amor sin
límites.
Y ahora contemplemos el corazón de la querida Madre
de Dios, así como se nos manifiesta en Schoenstatt.
Uds. ya conocen algo de Schoenstatt, saben también
algo de Acta de Fundación: “Ego diligentes me diligo!”
¡Amo a los que me aman!” Aquí debemos completar:
“Desde aquí amo a los que me aman desde aquí”. Así
habla la Madre de Dios en vinculación más concreta a
este lugar a nuestro Nuevo Schoenstatt. Ella nos
promete que quiere amarnos desde aquí.
Permítanme continuar una línea clara. Si contemplamos
el corazón de la Madre de Dios encontraremos una
profunda respuesta de amor para nuestra hambre de
amor. Y si los unimos entonces tenemos lo que llamamos:
la Alianza de Amor con la Madre y Reina Tres Veces
Admirable de Schoenstatt. O dicho de otro modo: nos
consagramos a la Madre de Dios de Schoenstatt ¡En
estas frases se esconde un mundo grande y hermoso! Sí,
un mundo que ustedes apenas sospechan! ¡Qué lindo
sería si ahora pudiéramos hacer como en su tiempo lo
hizo Moisés! Cuando se encontró con Dios en la zarza
ardiente, escuchó que le decía: “Quítate el calzado, pues
el lugar que pisas es tierra santa!”
También nosotros estamos hoy aquí, ante un mundo
divino, pleno de misterio, ante el cual queremos abrirnos
respetuosamente. Cuando San Pedro, después de la
pesca milagrosa, experimentó tan profundamente lo
divino en el Salvador, exclamó: “¡Apártate de mí, Señor,
porque soy un hombre pecador!” También nosotros hoy,
esperamos aquí una irrupción de lo divino en nuestras
vidas. Para ello tenemos que prepararnos en silencio,
aprendiendo a callar, dejando de hablar continuamente.
La persona religiosa debe saber escuchar en silencio
ante Dios, recibir y dejar que lo recibido, lo que ha oído
penetre lentamente para poder elaborarlo dentro de sí.
La juventud, sobre todo, debiera hacerlo así.
La
juventud debe recibir, no gritar. Porque recibimos y
aceptamos tan poco, porque nos dejamos compenetrar
tan poco de lo divino, por eso la mayoría de las veces nos
quedamos en lo superficial y no llegamos a lo central de
nuestra religión, no llegamos a compenetrarnos afectiva
y personalmente del amor de Dios. Hoy queremos elegir
un término medio, queremos aceptar silenciosamente y
meditar. Uds. quisieran considerar el significado de la
consagración. Quiero explicarles la consagración pues
ella no es otra cosa que una Alianza de Amor con la
querida Madre de Dios y a través de Ella con el buen
Dios. Les diré todo aquello que Dios y la Madre de Dios
quisieran decirles hoy, en este lugar.
¿Qué observamos en nuestro corazón? ¿Qué hay en él?
No nos gusta decirlo fuerte. Estamos en la edad en que
se despierta el primer amor. Podría decirles lo que
ustedes ahora experimentan por primera vez; y esto le
ocurre siempre a todas las personas, sean jóvenes o
mayores. El anhelo más profundo del corazón humano es
y queda para siempre: un anhelo de amor. ¡Tenemos
hambre de amor!.
Ayer estuve en la casa de una familia y vi un cuadro que
decía: “Sin padre, sin madre, sin hogar, sin calor de
hogar, sin amistad, sin amor, la vida no vale nada”. Si
reducimos estas palabras a su última expresión,
significan: ¡Sin amor la vida no tiene sentido!. El padre,
la madre, el calor de hogar, la amistad no son sino
distintas formas de amor. Y este mundo del amor nos
sale al encuentro aquí, en Schoenstatt. Sí, de esto aún
sabemos poco. Si una vez pudiera resumir todo lo que he
dicho aquí en los distintos días de retiro, entonces
tendrían toda la doctrina de Schoenstatt, todo este
mundo del amor.
¿Qué es hogar?. Donde está el padre, la madre y los
hermanos; donde me aman y a quienes amo. Allí hay
hogar. Por eso, hogar significa: amor. Donde está el
hogar allí está el amor, donde hay amor allí me siento en
casa. Y aquí en el santuario encontramos el amor de la
Madre de Dios, el amor de Dios. Por eso, aquí podemos
experimentar hogar, por eso nos sentimos en casa. Sin