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PARROQUIA
PADRE NUESTRO
Núm.671
Alameda de Osuna
Avda. Cantabria 4
28042 – Madrid
Telf. 917652110
www.padrenuestro.es
Domingo IV de Adviento
Cada cristiano tenemos en María una intercesora ante Dios, un apoyo
en la dificultad... pero sobre todo un ejemplo de disponibilidad,
humildad y esperanza. Tenemos en María un verdadero modelo.
María es modelo de fe, de entrega, de escucha, que medita y acepta la
Palabra de Dios. María representa la fe y el amor que alaba y bendice
al Señor, y es la fuerza del nuevo tiempo mesiánico para la humanidad.
María representa la espera, la fidelidad en medio de tantas
infidelidades del pueblo. María, la madre de Jesús, dice sí y Dios entra
a borbotones en la historia.
Como María debemos prepararnos a la venida del Señor.
Como María debemos confiar a ciegas en el Señor, manifestarle que le
amamos de todo corazón y que estamos dispuestos a darle todo lo que
nos pida.
Como María debemos ser fuertes para no caer en la tentación de la desesperanza, del miedo, de la tibieza.
Como María debemos decir un sí a Dios confiado y generoso.
Como María debemos asumir una importante misión: que Dios esté presente en el mundo.
Orar el Ave María es revivir el diálogo del ángel y María y
profundizar en el juego precioso de palabras y silencios,
preguntas y respuestas, ofrecimiento y acogida.
Orar el Ave María es dar tiempo y espacio a Dios, dejar que
Él nos habite y, dejar que broten desde lo más hondo de
nuestro corazón el gozo y la alabanza, el abrazo y la ternura.
Orar el Ave María es dejarse cubrir por el Espíritu, vivir a su
sombra, dejarse conducir, guiar, llevar.
Orar el Ave María es dejarse tocar por Dios. Decir «sí»,
«fíat», «hágase», a Dios, a la vida, a la solidaridad, a la
fraternidad, a la justicia…
Orar el Ave María es cantar un canto de alabanza, de
gratitud de entrega y de amor.
Lecturas: 2 S7, 1-5.8b-12.14ª. 16 *88,2-28*Rm 16,25-27
Lectura del Santo evangelio según San Lucas 1, 26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada
Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la
virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de
gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué
saludo era aquél. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante
Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será
grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin». Y María dijo al
ángel: « ¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu
Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el
Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a
pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril,
porque para Dios nada hay imposible». María contestó: «Aquí está la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra». Y la dejó el ángel.
María contestó: «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra».
¿Qué contestamos nosotros?
El Señor espera que le contestemos que sí, que le digamos que estamos
siempre dispuestos a hacer su voluntad, a cooperar con Él, a hacer lo que
É1 nos pida.
Necesitamos una gran confianza en el Señor: todo lo que Él nos pide es
bueno para nosotros y para los demás, aunque nos cueste. Ella dice aquí
estoy porque confía, porque se fía totalmente del Señor.
Necesitamos una gran humildad: ser esclavo es estar dispuesto a hacer la
voluntad de otro, es quedarnos en segundo plano, es dejar que sea el
Señor quien tenga todo el protagonismo.
Necesitamos ser obedientes: obedecer es reconocer que Dios es el
Señor, cuyos planes muchas veces no entendemos, pero que siempre
quiere lo mejor para el hombre, porque lo quiere feliz.
Sí al Dios que nos ama, al hermano que me necesita, al
acontecimiento que me hiere.
Sí: limpiamos el corazón y nos abrimos a la luz.
Sí: fortalecemos la voluntad y nos abrimos a la libertad.
Sí: nos llenamos de misericordia y sabemos perdonar.
Sí: oramos en espíritu y verdad.
Y cuando obsequiamos con una sonrisa, cuando enjugamos una
lágrima, o compartimos el llanto, cuando nos felicitamos con
generosidad somos María, somos Belén y Navidad.