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Los Hechos narran la sorpresa que supuso para todos la llegada del Espíritu que vive y actúa en cada
ser humano (Hch 2,4). Comunicar el mensaje de la salvación es responsabilidad de todos, porque todos
hemos sido bautizados en un mismo Espíritu y, desde esta responsabilidad, estamos llamados a vivir
nuestro Pentecostés (1 Co 12,13). Lo mismo que Jesús se hace presente en medio de sus discípulos
asustados por el miedo, así aparece hoy el Señor en nuestro corazón…, y nos ofrece para siempre el
regalo del Espíritu (Jn 20,23).
Ven, Espíritu Santo, Dios de Amor,
apaga en nosotros los fuegos del odio y la violencia;
quema con tu fuego nuestros egoísmos e impurezas,
con tu fuego que purifica y transfigura;
haznos pasar de la cobardía a la decisión,
del encierro y del temor a la firmeza de reconocer vivo al Señor;
limpia nuestras ansias de grandezas
y concédenos la sencillez del niño
que se recuesta confiado en los brazos de su madre.
Ven, Espíritu Santo, Dios de Comunión,
derriba las barreras que dividen a los pueblos y a los hombres,
nuestras torres orgullosas,
con la fuerza de tu aliento poderoso y sanador.
Multiplica los lazos solidarios,
cose las rupturas con el hilo del perdón,
haznos hermanos que se aman, precisamente, por ser diferentes.
Ven, Espíritu Santo, Dios de Luz,
pon entendimiento en las viejas discusiones y rencillas;
enséñanos la lengua común humanitaria,
la lengua de la tolerancia y del respeto,
la lengua del amor y del perdón;
que todos podamos valorarnos y comprendernos dialogando,
siendo fieles a nuestra palabra,
haciendo un pacto definitivo y sincero con la verdad.
Ven, Espíritu Santo, Dios Padre y Madre al mismo tiempo,
ensancha nuestro pequeño corazón;
sácanos de nuestra parcela insolidaria
para salir al encuentro de los otros,
valorar a los pequeños, sentarnos en la mesa de los humildes
porque tú eres Padre de todos y, por lo mismo, todos somos hermanos.
Ven, Espíritu Santo, Dios de la ternura,
don del Padre, corazón del Hijo, fuerza de Dios,
que envuelves toda nuestra vida. Amén.