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Jehová, nuestra fortaleza.
Fuiste fortaleza al pobre, fortaleza al menesteroso en su aflicción, refugio contra el turbión,
sombra contra el calor.
Isaías 25: 4
¡Qué lindo ha sido nuestro Dios, que ha sido refugio al pobre y fortaleza al menesteroso!
Agradecemos a Dios Su misericordia, Su amor, y Su bondad para cada uno de nosotros. Él ha sido
nuestra ayuda en tiempos de dificultad. Nuestro castillo, nuestro refugio, nuestro escudo. ¡No hay
nadie como Él!
Por eso sea a Dios toda la gloria, la alabanza y la adoración.
Él ha sido fuente de toda buena dádiva. Y no nos ha pagado conforme a nuestras iniquidades.
(Salmos 103: 10-11). Si fuera así no nos quedaría hueso bueno. (Salmos 38:2-4).
Dios ha sido bueno y en su corazón Él desea hacernos bien todos los días de nuestra vida.
Ha mostrado su misericordia para todo aquél que ante Él se humilla, pero todo aquél que se
ensoberbece será abatido (Isaías 25:11), para que pueda reconocer que no era lo que en su
corazón decía acerca de sí mismo. Para que pueda reconocer cuán frágil es (Salmos 39:4-5), y que
Dios es Dios, y que aunque Dios ha dado un lugar de honor al hombre, el hombre es un ser finito,
frágil, y dependiente.
Hay un lugar hermoso junto a Dios. El Señor ha querido invitar a todas las naciones a un gran
banquete de manjares suculentos (Isaías 25:6). En ese día los pueblos que han querido tener
comunión con Dios van a decir: He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará;
éste es Jehová a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación.
(Isaías 25:9).
Gracias a Dios por ese día en que nos reuniremos con Él. Ese día en que nuestro ser desea estar
con nuestro Rey y Señor. Y pronto está a suceder. Por esto hay que estar preparados. Como la
novia que espera a su prometido se cuida para el día en que lleguen a unirse en matrimonio. Se
guarda, se cuida, y está atenta a que todo su ser esté hermoso para aquél día. De la misma manera
nosotros aguardamos a Jesús. Deseando que cuando venga nuestro corazón esté lleno de amor y
cariño hacia Aquél que nos ha amado tanto. Deseando que Sus Palabras permanezcan en
nosotros. Disfrutando de Su compañía. Que esta nos acobije por medio de su Espíritu Santo, de tal
manera que aunque no lo vemos, sentimos Su presencia en nuestras vidas.
Es por esto que deseamos que “su voluntad se haga en la tierra como se hace en los cielos.” El
Señor maravilloso hace todo bueno. Y sus juicios son justos. No hay en Él engaño. Y Su Palabra
siempre se cumple.
Sin embargo para que estas verdades se logren anidar en nuestro corazón, es necesario que haya
una comunión diaria con el Señor. Es en la experiencia del día a día que vamos conociendo quien
es Dios. Jesús ha prometido estar con nosotros todos los días de nuestra vida. (Mateo 28:20). Y ha
prometido que Él nos va enseñar cosas que todavía no conocemos, y que lo hará a través de su
Espíritu (Juan 16:14). Por lo tanto hoy procuramos estar con el Señor para recibir de Él la guía y la
verdad. Procuramos estar en Su presencia donde hay plenitud de gozo (Salmos 16:11).
Procuramos recibir de Él toda la provisión que necesitamos el día de hoy. Viviendo en amor para
con Dios. En dependencia a Él y Sus palabras. El mismo Señor Jesús nos enseña cómo debemos
atesorar Su santa Palabra en nuestra mente y corazón. En el día de la tentación Cristo respondió a
Satanás: Escrito está…, escrito está…, escrito está… al Señor tu Dios adorarás, y sólo a Él servirás.
(Deuteronomio 6:13). Sólo a Él servirás. Este es el camino del Señor. Esta es nuestra luz y vida. Sólo
Dios debe ser motivo de nuestra adoración, de nuestro completo cariño, de nuestra completa
fidelidad. No hay otro, no hay nadie, que pueda ocupar esa posición si es que hemos de caminar
en el camino de la vida. Aunque esto no significa que el amor de Dios escasea en nuestro interior
para con otros cuando nos entregamos a Dios de esa manera. No. Antes el mandato del Señor fue
que nos amaramos unos a otros como Él nos había amado. (Juan 13:34-35), asegurando que el
distintivo de un discípulo de Cristo iba a ser el amor. El amor además es un distintivo de la persona
que anda en el Espíritu según Gálatas 5:22. Amor para el cónyuge, amor para los hijos, amor para
los padres, amor para los hermanos de la fe, amor para los amigos y aún hasta para los enemigos.
(Mateo 5: 43-45) y todo producto de andar en esa entrega. Al Señor tu Dios adorarás, y solo a Él
servirás. Ese es el principio. Así como hay principios en la naturaleza, hay un principio para toda la
creación: Al Señor tu Dios adorarás y sólo a Él servirás. Él es el soberano, el único Dios. Bien haría
todo hombre en seguir esas palabras y reconocerlo como el Señor.
Pero hay algo desconcertante en la naturaleza divina, y algo que nos anima. Y esto es que Dios ha
permitido al hombre poder de decisión. El hombre puede decidir vivir fuera de este plan. Dios
respeta la voluntad de cada persona y no obliga a nadie a la fuerza a entrar por la puerta estrecha,
porque Dios desea que haya un pueblo voluntario, un pueblo libre que ha tomado una decisión en
su corazón (Salmos 110:13). Por esto Jesús vino en mansedumbre, y en humildad diciendo: el que
tenga oídos para oír que oiga (Mateo 13:9). Vino mostrando poder y compasión. Vino para ser
fortaleza al pobre y al menesteroso. Para saciar la sed de los sedientos. Para dar descanso al
cargado y abatido. Para sanar el enfermo. Para salvar todo lo que se había perdido.
Bien haríamos nosotros en seguir el ejemplo del Maestro, respetando las decisiones de las
personas, pero mostrando con humildad y mansedumbre a cualquiera que preguntara por la
esperanza que hay en nosotros, cuál es el camino que lleva a la vida eterna.
Cristo jamás usó la fuerza para convencer a los demás, y aún en la hora de la angustia prohibió a
Pedro usar la espada en contra de la guardia del templo. En cambio volvió a mostrar con
mansedumbre el camino de la vida sanando a Malco, dejando en claro que el reino de los cielos no
se arrebata a la fuerza (Lucas 18:36).
Hoy podemos estar agradecidos al Señor que de manera voluntaria podamos buscarlo. Que hoy
haya un deseo de poderle conocer y de tenerlo en nuestras vidas como Señor y Salvador. Que Él
pueda reinar en nuestras vidas para que Su voluntad sea hecha en nuestras vidas así como se hace
en los cielos.