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LA CARNE Y EL ESPÍRIITU
P. Steven Scherrer, MM, ThD
www.DailyBiblicalSermons.com
Homilía del 26º domingo del año, 30 de septiembre de 2012
Núm. 11, 25-29, Sal. 18, Santiago 5, 1-6, Marcos 9, 38-43. 45. 47-48
“Y si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo; mejor te es entrar en el reino de
Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser echado al infierno, donde el gusano
de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Marcos 9, 47-48).
La tentación es una cosa seria. Jesús nos dice que debemos hacer grandes
sacrificios para evitarla. Por lo menos no debemos ponernos deliberadamente
en una ocasión seria de tentación, aun de pecados del pensamiento, ni en
situaciones de turbulencia mental y emocional, donde nuestras pasiones y los
deseos de la carne están encendidos y despertados. Debemos, pues, evitar lo
que sabemos va a encender nuestras pasiones. Jesús usa estas mismas
palabras —sacar un ojo— cuando está hablando del adulterio del corazón: “Pero
yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con
ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y
échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo
tu cuerpo sea echado al infierno” (Mat. 5, 28-29).
La condición de nuestro corazón tiene gran importancia para Jesús, y debe tener
gran importancia para nosotros también. Una tentación de este tipo puede
encender nuestras pasiones, dividir nuestro corazón, ponerlo en un estado de
tumulto, y hacernos perder nuestro foco, dirección, y paz. Esto es un estado
terrible de espíritu para uno que quiere amar a Dios con todo su corazón, sin
división alguna, para que todo su amor y afección vayan directamente sólo a
Dios, sin estar dispersos por otras direcciones.
Para vivir la vida consagrada bien esto tiene gran importancia. Por lo tanto san
Pablo dice: “Los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y
deseos” (Gal. 5, 24). Esto requiere un gran esfuerzo de nuestra parte. Tenemos
que crucificar nuestra carne, nuestro cuerpo, y sus deseos y pasiones. Si vemos
que una persona está dividiendo nuestro corazón o encendiendo nuestras
pasiones, debemos evitar esta persona. Esto es sacar un ojo, cortar una mano,
o cortar un pie. Es decir, es un sacrificio, y es necesario para proteger nuestra
alma y espíritu. Si no hacemos esto, nuestro espíritu estará en un estado de
tumulto después, y no podremos reposar en paz con Dios y andar en su luz y
alegría. Alguien que enciende nuestras pasiones y deseos nos roba la paz
después, divide nuestro corazón, y nos prohíbe amar sólo a Dios con todo
nuestro corazón. Por eso tenemos que crucificar nuestra carne con sus
pasiones y deseos (Gal. 5, 24).
San Pablo dice: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación,
impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría”
(Col. 3, 5). Esto requiere una mortificación activa de la carne y sus deseos al
cortar lo que enciende nuestros deseos y las pasiones de la carne que batallan
contra nuestro espíritu. Por eso san Pedro nos dice que debemos vivir como
extranjeros y peregrinos en este mundo, es decir, no participando en lo de este
mundo que enciende nuestras pasiones. “Amados —dice— yo os ruego como a
extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan
contra el alma” (1 Ped. 2, 11). San Pedro dice que tenemos que abstener de los
deseos carnales, y Jesús dice que debemos sacar un ojo, cortar una mano, o
cortar un pie para evitar las tentaciones que encienden la carne y nos conducen
al pecado, aun a pecados de pensamiento y deseo. Así es porque “si vivís
según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del
cuerpo, viviréis” (Rom. 8, 13 BJ). Son los deseos y las pasiones del cuerpo, de
la carne, que tenemos que crucificar (Gal. 5, 24) si queremos tener paz con Dios
y amarlo con un corazón indiviso. Estas pasiones batallan contra nuestro
espíritu, y por eso tenemos que cortar lo que las alimenta y enciende, turbando
nuestro espíritu después. Sólo así viviremos en la paz celestial que Cristo nos
da, y sólo así andaremos en su luz (Juan 8, 12). “Porque los que son de la
carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las
cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse
del Espíritu es vida y paz … y los que viven según la carne no pueden agradar a
Dios” (Rom. 8, 5-6. 8).
Debemos vivir según el Espíritu, no según las pasiones desordenadas de
nuestra carne y nuestro cuerpo. “Porque el que siembra para su carne, de la
carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará
vida eterna” (Gal. 6, 8). Tenemos que hacer un gran esfuerzo para evitar las
situaciones que nos roban la paz y ponen nuestro espíritu en un estado de
tumulto después, ocasiones que encienden nuestras pasiones y los deseos de la
carne. Tenemos que cortar una mano, o un pie, o sacar un ojo para escapar de
esta situación de tentación. Tenemos que evitar las ocasiones que encienden
los deseos desordenados de la carne y molestan el espíritu después. “Porque el
deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y
éstos dos se oponen entre sí” (Gal. 5, 17).
San Pablo dice que aunque todos nosotros fuimos una vez así, viviendo “en otro
tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los
pensamientos” (Ef. 2, 3), ahora sois llamados por Cristo a despojaros del viejo
hombre, “que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el
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espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la
justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4, 22-24).
Cristo nos dio una nueva vida, destruyendo nuestros pecados en la cruz, y
resucitando para renovar el espíritu de nuestra mente (Rom. 12, 2) y darnos su
paz celestial para iluminar nuestro corazón (2 Cor. 4, 6). Por la fe debemos
aceptar este don y renovar nuestra manera de vivir, para vivir en adelante en
pureza de corazón, evitando las personas y ocasiones que destruyen nuestra
paz, disminuyen la luz de Dios en nosotros, y dividen nuestro corazón. Más bien
debemos vivir sólo para Dios con todo el amor de nuestro corazón, con un
corazón iluminado e indiviso. Por eso “vestíos del Señor Jesucristo, y no
proveáis para los deseos de la carne” (Rom. 13, 14).
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