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TEMA 7.
María,
la dulce y firme pastora
«Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien
amaba, dice a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo.”
Luego dice al discípulo: “Ahí tienes a tu madre.”
Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa»
(Jn 19, 26-27)
¿Quién es María? ¿Por qué es nuestra madre? Muchos no nos
preguntamos esto, nuestra piedad, la educación que recibimos
desde pequeños, nos mueve rápidamente a lanzar algunas
miradas de confianza, amor y súplica a alguien que
consideramos una amiga cercana, alguien que sabemos que
nos cuida y nos ama. Siempre que invocamos a María nos
sentimos cobijados bajo su manto de cariño.
Los católicos no adoramos a la Santísima Virgen, porque
no es Dios. Ella misma se reconoce «esclava del Señor» y
dispuesta a obedecer la voluntad de Dios (cf. Lc 1,38). El culto
que los católicos damos a la Santísima Virgen es de
veneración, distinto a la adoración, que sólo se debe a Dios.
Sin embargo, a la Virgen damos la más grande veneración
porque ella es la verdadera Madre de Cristo, el Hijo de Dios (cf.
Lc 1, 30).
Las devociones como rezar el rosario, ponerle una
veladora, hacer una novena, llevarle flores, son actos que
muestran que María es alguien importante para nosotros, que
le tenemos cariño. Sin embargo, lo que da «peso» a nuestro
amor es la decisión de conocerla para asemejarnos más a ella.
Para conocer a María podemos leer el Evangelio y rezar.
¡Qué buena descripción hacen las Sagradas Escrituras de
María! En muy pocas palabras expresan lo esencial: nos hablan
de su corazón lleno de Dios, en el que reinaba el silencio, de un
corazón que percibía en toda criatura la presencia de Dios en
el pasaje de la Anunciación; nos hablan de un corazón
grande, bondadoso y generoso pronto para descubrir las
necesidades de los demás, en el pasaje de las Bodas de
Caná.
Al conocer un poco más a María nos damos cuenta de
que ella es el modelo perfecto del cristiano; por otro lado, la
auténtica piedad a María consiste en la imitación de sus
virtudes. Si ya conozco a mi madre, si ya la amo, me queda
imitarla, puesto que un hijo se manifiesta más cercano a su
madre cuanto más se parece a ella, en su pensar, en su querer
y en su actuar. Podemos empezar con una sola de sus virtudes.
Por un tiempo, por ejemplo, podemos tomar la virtud de
la fe ¿Cómo ejercitaba María su fe? ¿Qué haría María en este
caso en el que estoy yo? Ella veía detrás de todo la mano
providente y amorosa de Dios. El que tiene fe, no calcula, no
mide, no especula, sino que se asombra e inclina ante el
actuar de Dios. La fe implica tener clavadas en el corazón
estás dos certezas: «Todo colabora al bien de los que aman a
Dios» (Rm 8, 28) y «ninguna cosa es imposible para Dios» (Lc 1,
37). Para imitar la fe de María hemos de ver a Dios detrás de lo
que suceda y abandonarnos a su Voluntad.
María ejercitó su fe, descansando y encontrando fuerzas
en la oración. Rezar el rosario en familia y hacer unas visitas
espontáneas a María, especialmente mientras la Virgen
Peregrina visita nuestro hogar, pueden ser medios excelentes
para crecer en esta oración. ¡Qué hermosas son aquellas
tardes, donde toda la familia se reúne unida en torno a la
madre, entonces el calor del hogar se expande por medio del
amor a María! Entonces ella permanecerá con esa familia, y en
casa habitará un espíritu de amor y de paz. Quien pide a María
con fe e insistencia, puede tener asegurado el Cielo y la
unidad de su familia. Juan Pablo II dijo:
«Seguir amando el santo rosario y difundid su
práctica en todos los ambientes
en que os
encontréis. Es una oración que os forma según las
enseñanzas del Evangelio vivido, os educa el ánimo
a la piedad, os da perseverancia en el bien, os
prepara a la vida y, sobre todo os lleva a ser
amados de María Santísima, que os protegerá y
defenderá de las insidias del mal. »
Al rezar el rosario, en el trasfondo de las cincuenta
avemarías contemplamos a Cristo con la mirada de María,
Madre de Dios y Madre Nuestra. María por su parte, nos estará
viendo y su mirada nos llenará de una profunda confianza. Al
ver la imagen de la Virgen de Guadalupe, María nos mira y nos
toma en sus brazos y nos repite como a san Juan Diego:
«No te apene ni te inquiete cosa alguna, ¿No estoy
yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás por ventura
en mi regazo? Nada has de temer» (Nican
Mopohua).
Orar con María es simplemente conversar con ella. Tal
vez no le decimos una gran poesía. Para relacionarnos con
María sólo hace falta decirle cómo estamos, qué necesitamos,
en qué le podemos ayudar; también la podemos escuchar. Es
como ir a conversar con la mejor de las amigas, Ella siempre
estará abierta a escucharnos.
¿Me sé hijo de María?
¿Qué puedo hacer para conocerla más?
¿Quiero tener más detalles de cariño con ella,
como mi madre?
Propósito: Al rezar el rosario, lo haré con la conciencia de que
estoy hablando a mi Madre, que en cada misterio recuerdo un
episodio de la historia de mi familia que es la Iglesia, y en las
letanías le digo cuánto la quiero.
Misión con María: El miembro de Virgen Peregrina elaborará un
calendario en papel o cartulina en el que pueda colocar un
florecita cada día que rece un rosario a la Virgen.
El
calendario lucirá más hermoso en la medida que tenga más
flores. Se pueden poner imanes en la parte de atrás y mostrarlo
con orgullo en el refrigerador de la cocina... todos los miembros
de la familia pueden colaborar a que cada día luzca mejor.
Materiales:



Cartulina o papel con calendario impreso
Imanes
Listón para hacer las flores o bien flores compradas
Elaboración:
Utilizar un calendario impreso, o alguno que ya
tengamos en la casa, o realizar uno en una hoja de
papel con regla, colocándole los días y fechas del mes.
Pegar imanes para que se adhiera al refrigerador.
Elaborar flores con listones de colores y pegar a cada
flor un imán para que
así se adhiera al
refrigerador cada vez
que rezamos el rosario.