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LA DEHESA: Paisaje, historia y fijación de CO2
Para el extremeño, como para el viajero que nos visita, la dehesa es la imagen de
nuestra tierra. Se presenta bajo un paisaje sobrio, de enormes extensiones onduladas,
cubiertas de árboles dispersos que protegen del calor y el frío a los animales y les
proporcionan alimentos a través del ramoneo y la montanera.
Extremadura, extremo del Duero; tierra situada en el confín de los dominios de
las ordenes militares; tierra de conquistadores que… apenas te dieron nada. Tierra
extrema, clima extremo, tierra de contrastes extremos. En fin…. Extremadura. “Soledad
llena de encinas sobre campos con veredas” que decía la canción de nuestro paisano
Pablo Guerrero en los años 70. Hoy Extremadura ofrece una visión más optimista, de
más colorido, de más ilusión, más próxima a lo que corresponde a una sociedad
moderna, dinámica, que mira al futuro y se identifica con el desarrollo tecnológico y
con la idea de la sociedad del conocimiento pero que se resiste al desarraigo rural.
La dehesa, mas despoblada de árboles y personas que antaño, también ha sufrido
algunos cambios que afectan al vínculo secular entre el hombre y la naturaleza,
equilibrio que esta en el origen de la misma pero no es este el lugar para hablar de su
génesis y evolución.
Para los que no han nacido y crecido en esta tierra es difícil entender que es
exactamente la dehesa. Por tradición, por intuición cultural a nosotros no se nos
“despista” su imagen, su fisonomía. La conocemos, la identificamos, aunque a veces no
sepamos describirla a través de sus atributos científicos, históricos y culturales. Muchas
veces hemos leído que se trata de un ecosistema que se perpetua a lo largo del tiempo,
por la intervención humana, en un equilibrio inestable; bosque cultural fruto de la
integración del hombre en la naturaleza. Modelo de la utilización racional de los
recursos por el hombre, basado en el viejo saber que ha ido arraigando en las
costumbres, consagrado por la rutina y avalado por los resultados prácticos. La dehesa
forma parte de las raíces culturales de nuestro pueblo que al igual que las de la encina
son grandes y profundas, existen, están ahí, aunque para verlas, para intuirlas, para
comprender su significado y función haya que reflexionar con algún detenimiento.
Las encinas, inmobles, ferozmente heridas por las podas, soportan el pasar del
tiempo, los cambios ambientales, las políticas agrarias y otros vaivenes científicotécnicos de nuestro tiempo con humildad y fortaleza. “Siempre firme siempre igual,
impasible casta y buena, ¡oh tu robusta y serena!, eterna encina rural…” A. Machado.
Así, con resignación y bravura, extremeñas al fin y al cabo, disfrutando de su tierra,
viene la encina presidiendo el paisaje de la dehesa y el acontecer de nuestra historia.
Pero para los extremeños, los encinares, las dehesas, no significan únicamente
paisaje, historia, sentimientos e identificación cultural con su medio. Son unas de sus
principales fuentes de recursos, lo fueron en el pasado y lo siguen siendo hoy. Sus
pastos y montanera alimentan a una gran cabaña ganadera: vacuno retinto, blanca
cacereña, cerdo ibérico y cabra, oveja y otras especies, y por supuesto la caza.
En los inviernos de escasez la encina acude solidaria al socorro del ganado
(antes mas que ahora) y sin temor a las heridas de la poda ofrece su ramon y su leña a
quien quiera recolectarlos. Protege al pasto de los ardores del verano y de las heladas
del invierno. Abona los suelos, mediante el bombeo y reciclaje de nutrientes, los
protege de la erosión y regula la velocidad de incorporación de la materia orgánica al
suelo atemperando el proceso que aceleran, en exceso, las altas temperaturas de nuestra
“extrema y dura” tierra etc. Por supuesto es imprescindible para la conservación y
mejora de la biodiversidad florística del pasto, de la fauna domestica y silvestre y del
paisaje extremeño. Todo esto sin mencionar su extraordinaria influencia en el ciclo del
agua.
La encina, la dehesa, siempre ha contribuido al sustento de la población, antaño
a la subsistencia, hoy con alimentos de lujo que la sociedad desarrollada demanda
(jamón ibérico, carne de retinto, cabritos, corderos, quesos de alta calidad etc.). Pero
también la dehesa viene prestando desde siempre un servicio muy especial que no
hemos necesitado o sabido valorar hasta esta última década. Se trata del papel de la
encina en la fijación de CO2.
Un estudio reciente demuestra que las encinas extremeñas retienen en su
biomasa (tronco, ramas, hojas y raíces) 74,5 millones de toneladas de CO2 y que cada
año siguen “secuestrando” 1,2 millones de toneladas de CO2 por efecto de su
crecimiento. Estas cifras, por si solas, no dan idea de la importancia de esta nueva
“producción” de la encina, es preciso ponerlas en relación con otras magnitudes mas
conocidas para hacerse una idea mas cabal de su importancia.
El dióxido de carbono fijado cada año por los encinares extremeños equivale,
aproximadamente, al 12% del total de CO2 emitido en un año por todas las actividades
de la Comunidad Autónoma de Extremadura. Supone asimismo el 49% del CO2
emitido por el sector del transporte, el 45% del emitido por la actividad industrial, el
75% del emitido por la actividad agrícola y el 50% de las emisiones producidas por los
hogares extremeños. Esta importante contribución de la encina a la purificación de la
atmósfera no se limita a la región extremeña; sus efectos repercuten en todo el mundo,
contribuyendo así a la reducción del calentamiento global y a la mitigacion del cambio
climático que se esta produciendo por el aumento de los gases de efecto invernadero en
la atmósfera.
En términos de renta el 1,2 millones de toneladas de CO2 que fijan anualmente
los encinares de nuestras dehesas alcanzarían un alto valor en el mercado europeo de
bonos de carbono. Es cierto que la legislación no permite comercializar el CO2 fijado
por bosques naturales que no hayan sido plantados con esos fines, según lo previsto al
respecto en el protocolo de Kyoto, pero su contribución a la mitigación del cambio
climático es, en cualquier caso, indiscutible.
Gregorio Montero