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HISTORIA, MEMORIA Y OLVIDO La memoria colectiva es el recuerdo o conjunto de recuerdos conscientes o no de una experiencia colectiva y/ o mitificada por una colectividad viva, de cuya identidad forma parte integrante el sentimiento de pasado. Le Goff) Entre el olvido y la memoria, ¿qué elegir? La contradicción entre ambas fórmulas es sólo aparente. La memoria no se opone al olvido. La memoria es, siempre y necesariamente, una interacción entre el olvido (el hecho de borrar) y la salvaguarda del pasado en su totalidad –algo a decir verdad imposible. La memoria seleccione en el pasado lo que considera importante para el individuo o para la colectividad; además, lo organiza y lo orienta de acuerdo con un sistema de valores que le es propio. A los pueblos les gusta más recordar las páginas gloriosas de su historia que las vergonzosas. Las personas, por su parte, a menudo procuran liberarse de un recuerdo traumatizante sin lograrlo. ¿Por qué necesitamos recordar? Porque el pasado constituye realmente el fondo de nuestra identidad, individual o colectiva, y porque sin u sentimiento de identidad, sin la confirmación que ésta da a nuestra existencia, nos sentimos amenazados y paralizados. Esta exigencia de identidad es, pues, perfectamente legítima: necesito saber quién soy y a qué grupo pertenezco. Pero tanto los hombres como los grupos viven en medio de otros hombres, de otros grupos. Por eso no es posible contentarse con decir que cada uno tiene derecho a existir; es indispensable ver cómo esta afirmación influye en la existencia de los demás. En la esfera pública no todos los recuerdos del pasado son igualmente admirables; el que da pábulo al afán de venganza o de desquite suscita, en todo caso, algunas reservas. Cuando uno mismo ha sido víctima del mal, tal vez sienta la tentación del olvido total, de borrar un recuerdo doloroso o humillante. Pero más vale primero tener presente ese pasado doloroso que negarlo o reprimirlo; no para cavilar sobre él hasta el infinito, lo que sería caer en el otro extremo, sino para dejarlo progresivamente de lado, neutralizarlo, amansarlo en cierto modo. En cuanto a las colectividades, es raro que sientan la tentación de olvidar radicalmente el mal de que han sido víctimas. Los afro-americanos de hoy no procuran de ningún modo que se olvide el traumatismo de la esclavitud que sufrieron sus antepasados. En éste y otros casos, cabría desear que, al igual que para los individuos, se evite la alternativa estéril de la omisión total o de la evocación sin fin: el mal sufrido debe inscribirse en la memoria colectiva, pero para permitir que nos volquemos mejor hacia el porvenir. Nadie debe impedir que se recupere la memoria. Antes de volver la hoja, decía Jelu Jelev, presidente de Bulgaria inmediatamente después de la caída del comunismo, hay que leerla. Pero, ¿basta recordar el pasado para evitar que se repita, como parece afirmar Santayana (“los que olvidan el pasado están condenado a repetirlo”)? En absoluto. A decir verdad, lo que se produce con mayor frecuencia es lo contrario: es un pasado de antigua víctima el que permite al agresor actual encontrar sus mejores justificaciones. Existe el riesgo también de que los que no olvidan el pasado lo repitan también, cambiando de papel: nada impide que la antigua víctima se convierta a su vez en agresor. La memoria del genocidio que sufrieron los judíos está viva en Israel; sin embargo, los palestinos han sido allí víctimas de otras injusticias. Los límites de esta forma de memoria, que da primacía a los papeles del héroe y la víctima, quedaron de manifiesto durante la conmemoración del cincuentenario de Hiroshima y Nagasaki en 1995: en Estados Unidos sólo se quería recordar la actitud heroica del país en la derrota del militarismo adverso; en Japón, sólo el hecho de haber sido víctimas de las bombas atómicas. Hay en cambio un mérito indiscutible en pasar de la propia desgracia, o de la de sus allegados, a la desgracia de los demás, en no reclamar para sí el estatuto exclusivo de antigua víctima. Asimismo, reconocer el mal cometido por nosotros en el pasado, aunque no sea tan grave como el que hemos sufrido, puede contribuir a mejorarnos. El pasado no tiene derechos en sí, ha de ser puesto al servicio del presente, así como el deber de memoria ha de quedar sometido al de justicia.Fuentes para elaborar el material: *”La nueva historia” de Jacques Le Goff) y *”La memoria del mal” de Tzvetan Todorov en Correo de la UNESCO diciembre de 1999 “La memoria y el olvido”