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Sincretismos Sociológicos. Nuevos Imaginarios
Coordinación Editorial de la Revista Electrónica
Columna. Junio 2015
© Todos los derechos reservados
ICONO Y JERARQUÍA
LIONEL FABIO1
COLUMNISTA SINCRETISMOS SOCIOLÓGICOS
NUEVOS IMAGINARIOS
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Estudiante de Sociología por la Universidad del Salvador. Argentina. Correo electrónico:
[email protected]
Icono y Jerarquía
Columnista: Lionel Fabio
Icono y Jerarquía
Existen dentro de la cultura, formas diversas de existir. Selecciones morales sobre
cómo y en qué forma debemos de comportarnos. Si bien hay modelos dominantes en el
proceso educativo, el carácter globalizado de la información y su facilidad de acceso dan
lugar a nuevos enfoques relativamente libres.
La personalidad competitiva es, hoy, uno de los modelos predominantes en el
comportamiento occidental, subproducto de la mentalidad exitista en el seno del
capitalismo. La idea del éxito impulsa masivamente al hombre contemporáneo, ejerciendo
de motor y causa de una existencia común; sutilmente conectada con el instinto de
supervivencia, el éxito condiciona el sentido de autodeterminación.
Es esta búsqueda del éxito lo que transforma a las sociedades en entidades tan
maleables. En la medida que un aspecto alcanza jerarquía simbólica, aquellos que lo
reconozcan como tal, irán tras su huella. Si la intelectualidad es reconocida por la mayoría
como una virtud preponderante, una porción importante de esa mayoría irá en busca de
academias y demás instituciones para intentar adoptar esa virtud como parte de su
identidad. Independientemente de si lo consiguen o no, ese aspecto será un
condicionante sobre su autopercepción. Si en cambio, el poseer cantidades abundantes de
dinero se transforma en un icono representativo del éxito, muchos buscaran
forzosamente medios más eficientes e implacables para aumentar su capital lo más
velozmente posible.
Pero esta jerarquía simbólica no es absoluta sino relativa. La posibilidad de ocupar ese
espacio de influencia es lo que da origen a las distintas pujas ideológicas llevadas a cabo
en todos los tiempos.
Si el capital define el éxito, aquellos que lo detentan pasarían a ser los actores más
relevantes dentro de la sociedad, mientras que, si la espiritualidad se ubica por encima de
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Icono y Jerarquía
Columnista: Lionel Fabio
la escala de valores, esos mismos actores serán redefinidos con base a su desarrollo
espiritual, y, posiblemente, pasarían a un segundo plano. Cabe destacar que esta jerarquía
no se expresa únicamente a través de la opinión pública, sino que más profundamente
conforma el pensamiento del hombre, que a través de la acción, recrea esa jerarquía en el
mundo social, es decir, un mundo que construye como sistema común.
Para graficar este pensamiento en la historia, podemos traer dos momentos donde
diferentes valores modelaban el mundo: la edad media, regida por la espiritualidad como
virtud determinante, se contrapone a la edad moderna, donde el principio rector
constituyente se establece con base en lo material; el interior y el exterior; dios y el
mercado; fe y dinero, conforman la lógica dualista que se presenta al simplificar la
dinámica de cada época. Esta contraposición de valores describe el camino evolutivo que
se fue dando en cada uno de los periodos, determinando bajo su específica lupa la
perspectiva de una sociedad que busca en esos valores su realización.
El camino del hombre avanza a través de la expresión de su pensamiento. Esas
valoraciones crearon marcos específicos con aspectos tanto positivos como negativos,
consecuencia intrínseca de toda elección. Cuando el mundo espiritual determinaba el
cuadro social, la posibilidad de experimentar una unidad con la naturaleza, representada
en la imagen de dios, y con la comunidad religiosa, iluminaba los lazos entre los hombres;
valores como la bondad, la caridad o el altruismo podían ubicarse como preferencias y en
muchos casos significaban un bien supremo para una existencia, materialmente, poco
desarrollada. (Esta perspectiva de desarrollo es notoriamente una cuestión de
comparación con la época moderna y es intencionada).
Pero ese bien supremo, ese valor preponderante, se transformó, como todo ideal, en
una obsesión y en una limitación de la naturaleza evolutiva del hombre. Individuos
representaban ese ideal y desplegaban su poder hacia quienes iban en busca de él.
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Columnista: Lionel Fabio
La posición privilegiada de estos actores desembocaría naturalmente en una lucha de
poder. Esa iluminada búsqueda de fe, se convertiría entonces, en una puja entre los
distintos difusores de fe. El vuelco negativo de esa existencia espiritual se traduce
consecuentemente en las llamadas guerras de religión, en donde los intentos por legitimar
las creencias enmarcándolas como verdades absolutas enfrentan a los representantes de
ese ideal sagrado que estratificaba a la sociedad.
En occidente para ser más puntuales en Europa, la conocida guerra de los treinta
años colapsó ese mundo espiritual para dar origen a una concepción moderna de la
sociedad, con nuevos dioses y nuevos cultos. Lo material se convertirá a partir de
entonces, en el nuevo lente a través del cual habremos de mirar el mundo.
Parece una observación coherente el hecho de comprender que la jerarquía de valores
nunca desaparece; se transforma. La existencia de individuos ubicados en la cima de una
pirámide de poder parece ser una condición necesaria de lo social. Los esfuerzos por
quebrar esa jerarquía estarán siempre condenados a renovarse. La aparición de Lutero
abre un cisma sobre la legitimidad que la jerarquía espiritual católica poseía, iniciando o
potenciando el proceso de cambio.
Como una reencarnación de aquella jerarquía espiritual con eje cristiano, nace como un
puente a través del tiempo, una nueva jerarquía basada en lo material y teniendo como
eje al capitalismo temprano; como una reencarnación de Lutero, surge Karl Marx, el
nuevo actor encargado de cuestionar esa misma estratificación cuyo icono de referencia
ha mutado.
¿Será entonces el icono o la estratificación lo que se vuelve repetidamente
cuestionado?
Tanto las guerras de religión, como las sucesivas guerras mundiales, son pulsadas por
una lucha posicional alrededor de dos iconos: la fe y el capital. Si bien el icono presumió
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Columnista: Lionel Fabio
justificar cada una de las guerras respectivamente, la búsqueda de una posición
privilegiada en la pirámide es la causa intrínseca de las sucesivas guerras. El icono puede
cambiar pero los enfrentamientos continuaran en los diferentes planos, siempre que
exista una posición superior y una posición inferior. Indefectiblemente, cuando la
estratificación pierde relevancia, el icono, cualquiera que este sea, desaparece entre los
demás.
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