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La lámpara de Diógenes, revista de filosofía, números 22 y 23, 2011; pp. 151-164.
Intención en la acción,
intención por acción
y el problema de la
indeterminación de la acción
intencional
Aníbal Monasterio A.
1. Introducción
El legado de la filosofía cartesiana prescribe un marco de referencia psicológico, ausente de constricciones determinísticas. En otras palabras, concibe una
razón e intelecto sin limitación, que se traduce en una conducta voluntaria
y libre. El mundo interno del cogito cartesiano no está sujeto a las leyes que
rigen el mundo externo de las cosas. Es por tanto el hombre, según la antropología filosófica cartesiana, un ser que no depende de la cadena causal de
los acontecimientos; sino que él congela y pone entre paréntesis lo que hace.
Pero esta asunción tradicional de la filosofía cartesiana que en otras áreas de
la discusión teórica filosófica sigue estando vigente (vg. ética, política...) en
la interdisciplinaridad del proyecto de la filosofía de la mente natural se ha
ido redefiniendo a la luz de nuevos descubrimientos de las ciencias empíricas, hasta el punto de ponerla en cuestión. Particularmente, los estudios del
neurocientífico B. Libet (1985; 1983, 2004), niegan la concepción cartesiana
del libre albedrío. Sus trabajos de medición objetiva de la actividad neuronal precursora de la acción intencional y la medición psicofísica del informe
subjetivo y consciente de la intención de los sujetos (estudios cronométricos
de la mente), proponen que hay un desfase temporal, sugiriendo la ausencia
de conciencia de la acción y en la acción. Pero por si fuera poco, los datos
de Libet no solo aniquilan la vieja idea de la libertad humana, si estos se
integran en otros recientes avances neurocientíficos, como por ejemplo el
descubrimiento de las neuronas espejo [Rizzolatti et al. (1996a)], el hecho es
que no sólo no somos libres; ni siquiera, aunque lo fuéramos, seríamos capaces
de detectarlo tanto en nosotros mismos como en otros personas, porque se
produce lo que denominamos el problema de la indeterminación. Esto es así
porque la intencionalidad virtualmente adquiere una nueva naturaleza de
carácter dual con unos límites difuminados entre la intención y la acción y la
acción devuelta a la intención.
Filosóficamente hablando, la única apuesta fuerte para interpretar y dar
sentido a todos estos hallazgos, tanto de la cronometría mental con respecto
a la intención como de la neurociencia del control motor, ha sido la filosofía
técnica de autores como S. Hurley (1998) y Alva Noë (2004). Estos autores,
151
introducen un marco de interacción relacional triple entre el mundo-cerebrocuerpo, que concibe la experiencia consciente intencional como una actividad
sensoriomotora dinámica que coloca a la par el cerebro, el cuerpo y el entorno
del individuo en un bucle de retroalimentación continua, donde dicotomías
clásicas, como representación/objeto o interno/externo, se diluyen (y para
el propósito de este trabajo, la acción y la intención también lo harán). Con
este trasfondo, en las siguientes páginas de este escrito, revisaremos las
concepciones filosóficas clásicas de la acción y la intención, la intención en la
acción, la intención por acción (fruto de la filosofía sensoriomotora de Hurley
y Noë) y refrescaremos los trabajos de Libet y el grupo italiano de Parma,
descubridor del sistema de neuronas espejo, para ver cómo se conjugan entre
si para dar sentido a las nuevas nociones de la intención y la acción.
2. La intención y la acción
En consonancia con el espíritu del positivismo lógico [Ayer (1993)] y la escuela
oxoniense del estudio del lenguaje ordinario [Austin (1962); Searle (1969);
Grice (1989)], es bueno empezar por definir las palabras que van a tener
un sentido para nosotros y preguntarnos cuál es su uso. De esta manera, la
intención no la concebimos como la direccionalidad referencial de nuestros
estados de conciencia u objetos intencionales del pensamiento, por oposición
a los objetos naturales (de los cuales las intenciones son su representación), la
cual el movimiento fenomenológico, siguiendo a F. Brentano, definió como la
característica definitoria de la mental. La “intención”, aquí, hace referencia
a otro sentido técnico en la filosofía de la mente y de la acción: los estados
conativos dirigidos hacia la realización de un objetivo; o en otras palabras,
el estado mental que dirige nuestras acciones.1 Una intención, definido ya su
sentido, se usa en el análisis social de la conducta para determinar los factores
causativos de una acción o intencionalidad2 en contextos tan variados como
el derecho o la psiquiatría, de donde se desprenden taxonomías del control
intencional de nuestro comportamiento, dispares pero interrelacionadas
[Kröber (2009)]. Pero, de cualesquiera de estas taxonomías de cualesquiera
contextos, únicamente de una acción intencional, es decir, de un acto de
la conducta voluntario, por oposición a un mero suceso o accidente —como
cuando me empujas y me desplazo frente a mi intención de desplazarme—,
se puede determinar conducta intencional y control. Siguiendo la clásica
teoría causal de las acciones [Searle (1983)], una acción se diferencia de un
suceso por sus antecedentes causales, las intenciones. Pero la intención no
es el único estado mental que causa una acción, las creencias y los deseos
son también estados mentales con un rol causal en la conducta abierta. Sin
embargo, a diferencia de las intenciones, específicamente los deseos tienen
por contenido en muchas ocasiones un objeto incontrolable o quimérico, no
basado en un proceso de razonamiento y sin firmeza en su realización [Malle y
Knobe (2001)]. Por otra parte, a las creencias, aunque ingredientes necesarios
para la formación de una intención, su posición en el razonamiento practico no
152
las sitúa directamente conectadas con la realización de la acción. De acuerdo
con Decety (2002), los procesos y estadios de procesamiento de la información
para una acción son: intención, planificación, preparación y ejecución.3 En
ninguno de estos estadios se encuentra la creencia, y esto es así porque la
creencia esta subsumida en los mecanismos precursores de la formación de la
intención, uno de los cuatro estadios principales de la acción deliberada. Para
delinear de un modo más preciso qué significa actuar intencionalmente, se
debe apelar a la formulación contemporánea de la acción intencional. Según
Malle (2004) y Malle y Knobe (1997a), actuar intencionalmente significa: a)
tener un deseo, b) la creencia de que la acción nos conducirá a la satisfacción
del deseo, c) el razonamiento para combinar deseo y creencia dirigido hacia
un objetivo, d) la habilidad para la acción y, finalmente, e) la conciencia de
la realización de la acción.
Pero además de ser la intención uno “de los diversos estados mentales
tipo” de los que se nutren las acciones, es también la matriz de variaciones
no estrictamente o esencialmente intencionales. En este sentido, se puede
diferenciar el hecho de actuar intencionalmente, temerariamente o inadvertidamente, distinciones con un gran eco en los debates sobre la noción de
responsabilidad en filosofía moral y del derecho.
Definidos los sentidos de la noción de intención y acción, y su uso en la
filosofía moderna, debemos detenernos y examinar las relaciones temporales
y causales entre la intención y la acción,4 para posteriormente interpretarlas
a la luz de los trabajos de Libet y el grupo de Parma, con el fin de conocer
qué consecuencias tiene la intención en la acción.
Estipulados los sentidos y usos de los conceptos de intención y acción, hay
que ir adelantando diversas especies de relaciones temporales y causativas
entre ellas, para luego comprender en su plenitud los hallazgos neurocientíficos de Libet y el grupo de Parma y su impacto. En primer lugar, existe una
relación temporal y causal, la “intención en la acción”, que es uno de los
aspectos más característicos de la acción intencional. Con “la intención en
la acción” se está expresando el funcionamiento normal de la pragmática
humana. Las personas tenemos múltiples elecciones a realizar y múltiples
formas de realización en el mundo, en este sentido, la intención (conciencia) es un modo de organizar y seleccionar la información. Por primera vez
enunciada por Anscombe (1957), la intención en la acción hace referencia a
las razones o causas por la cuales se hace algo.5 Posteriormente, para evitar
ciertas limitaciones de la clásica teoría causal de la acción, Searle (1983) recuperaría este concepto, proponiendo distinguir entre “intenciones previas”
e “intenciones en la acción”. La primera de ellas alude a los estados mentales
que preceden la acción, y la segunda, a los estados mentales que concurren
simultáneamente en la ejecución de la acción. Con esta distinción, Searle
pretendía evitar ciertos olvidos de la postura clásica —que no tenía en cuenta
que, muchas veces, no somos conscientes de qué intención esta en la base
de nuestros actos, que hay acciones que debido a cadenas causales desviadas
153
no son, o mejor dicho, no pueden ser consideradas intencionales—, así como
encontrar una diferencia fenomenológica entre acciones y meros sucesos. Sin
embargo, Searle también está expuesto a ciertas críticas. Algunas evidencias
neuropsicológicas apuntan a que se dan movimientos altamente efectivos y
eficientes que no son intencionales, como por ejemplo, la aprehensión de
objetos [Humphreys y Riddoch (2003)]. Por otro lado, la percepción de Searle
de que tanto procesos inconscientes como conscientes entran en juego en la
acción intencional, aunque es acertada, si no se explica bien, más que ayudar
a resolver las limitaciones de la teoría clásica —que postulaba ingenuamente
que para entender una acción como intencional sólo bastaba con dar cuenta
del estado mental que la causaba— es un obstáculo, porque complica aún más
la adscripción mental de primera persona de tus propios actos.
Intención por acción
Hasta ahora hemos visto los conceptos de intención y acción según se conciben
por la filosofía contemporánea, y también una de sus relaciones temporales
y causales: la intención en la acción. Desde esta perspectiva la intención
(conciencia) antecede a la acción abierta. No obstante, esta concepción que
ha sido denominada como la imagen de la mente input-output [Hurley (1998)]
que entiende que la mente es única y exclusivamente la causa de la acción, y
que tras haber recibido los inputs pertinentes con la cognición en medio, como
en un emparedado, producirá la acción; implica que la percepción y la acción
son dos dominios autónomos e inconmensurables y que el proceso de la acción
intencional es totalmente lineal, algo que es, con estudios neurofisiológicos
actuales en la mano, incorrecto. La intención (conciencia o mente) no solo
es causa de la acción, sino también es efecto o producto de la acción. Por
consiguiente, las acciones pueden ser posibles causas de la experiencia y no
simples efectos de la experiencia [Hurley (1998) p. 208]; en otras palabras,
las acciones son capaces de generar intención por acción.
Este intencionalismo motor recibe una formulación más arriesgada en
Noë (2004). En el planteamiento de Noë, no sólo es posible que, gracias a la
retroalimentación sensorial de nuestras propias acciones, nuestra intención
(conciencia) se enriquezca y adquiera una mayor complejidad, sino que la
propia actividad sensoriomotora, junto con nuestras habilidades motoras, es
la verdadera fuente de la intención. Según Noë, la percepción y la experiencia consciente no son algo que nos pasa,6 sino algo que hacemos. Adquirimos
contenido perceptual gracias a nuestra competencia sensoriomotora o gracias
a los patrones de dependencia sensoriomotora y el conocimiento práctico.
De este modo, el mundo se nos presenta, se nos hace disponible, en la
medida en que disponemos de la capacidad de exploración y habilidad motora
para ir “palpando” sus propiedades. La idea central de esta aproximación
sensoriomotora o enactiva de la conciencia (intención) es que la percepción
es como el tacto. Mediante la exploración táctil encontramos el mundo que
percibimos, es el movimiento físico la base de la intención. Pero, aunque sea
154
verdad que la filosofía enactiva o la postura sensoriomotora que sostiene Noë
tenga apoyos en los estudios de sistemas dinámicos —una parte de la biología
que radicalmente defiende la interacción recíproca entre entorno y animal— y
algunos datos de la neurociencia motor,7 la corriente principal en los estudios
de la conciencia basados en un principio de eficacia y conservadurismo, sitúa
en el cerebro y sus estados a la conciencia (intención), y no en el movimiento.
La neurociencia cognitiva actual se basa en un enfoque que estudia el cuerpo
en el cerebro, y no sólo el cuerpo en el entorno y además sin el cerebro. Para
tener una idea de la opinión de la neurobiología actual acerca de la intención
(conciencia), nos hacemos eco de las palabras de C. Koch (2004 p. 9) que
critican la postura enactiva o sensoriomotora, según la cual la conciencia se
genera a través del movimiento. Koch dice: “Si hay una cosa de la que los
científicos están razonablemente seguros, es de que la actividad del cerebro
es suficiente y necesaria para la sintiencia biológica. Apoyos empíricos para
creer esto se derivan de múltiples fuentes. Por ejemplo, durante el sueño,
un estado altamente consciente, casi todos los músculos están inhibidos...”.
Lo que Koch intenta dejar claro es que la intención (conciencia) tiene una
relación temporal y causal opuesta a la de la perspectiva de la intención por
acción. Sin embargo, aún defendiendo una ciencia de la intención centrada
en el cerebro, es posible que haya visos para aceptar tanto la intención en
la acción como la intención por acción, como podremos comprobar cuando
tratemos los estudios del grupo de Parma y su descubrimiento de las “neuronas espejo”. Pero antes hagamos una parada en la obra del neurocientífico
B. Libet, que elimina la intención (conciencia) de todo tipo de acción y qué
es lo que supone esto para nuestra noción clásica de la acción intencional y
el libre albedrío.
3. La acción sin intención
Los estudios cronométricos del neurocientífico B. Libet niegan un rol causativo
a la intención (conciencia) en la acción supuestamente intencional. Para Libet,
la intención (conciencia) es un efecto post hoc, un agregado posterior o epifenómeno. Tal y como Haggard (2003 p. 114) expresa, un titulo sensacionalista
podría parafrasear los resultados de los estudios de Libet del siguiente modo:
“tu cerebro sabe que te vas a mover antes de hacerlo”. Siguiendo a Haggard
(o. C.), los estudios de Libet son revolucionarios porque permitieron combinar
diferentes subramas científicas que hasta entonces habían estado separadas
(la fenomenología de los estados subjetivos, con la medición psicofísica de
la actividad neuronal) pidiendo a los sujetos experimentales que juzgaran
subjetivamente sus intenciones y estudiando sus procesos temporales de la
conciencia. La condición experimental de estos estudios describía una manilla
del reloj representado en un monitor, que giraba cada cierto tiempo. Con esto,
se les pedía a los participantes que movieran libremente la mano derecha
cuando ellos decidieran. Tras su movimiento libre, el reloj se paraba, y el
participante tenía que juzgar la posición del reloj en el momento en que era
155
consciente de su movimiento. Al mismo tiempo, Libet media objetivamente,
mediante técnicas electroencefalográficas, la actividad de la corteza motora
durante el inicio del movimiento. De este modo, Libet pretendía comparar
la medición subjetiva de los eventos con la medición objetiva de los mismos
y así obtener un juicio sobre posibles errores. Los resultados le llevaron a
una conclusión sorprendente. Los resultados de la medición de la relación
temporal entre la actividad neuronal precursora del movimiento intencional,
según los potenciales de acción, y la conciencia del movimiento intencional,
mostraban que los participantes preparaban el movimiento 700 ms antes
de la iniciación de la actividad muscular. Pero, en cambio, los participantes
juzgaban que su conciencia del movimiento, en función de su percepción de
la posición del reloj, era 200 ms anterior a la iniciación de de la actividad
muscular. Por consiguiente había unos 500 ms de impasse temporal, en el cual
los participantes no eran conscientes; en otras palabras, durante 500 ms el
cerebro procesaba una información del cual el “yo” no sabía nada. Profundizando en la caracterización electrofisiológica de la actividad neuronal que
precede toda experiencia consciente de un movimiento intencional (previa
integración perceptual), recientes estudios con técnicas de neuroimagen aún
van más allá y sitúan índices temporales del cerebro mucho antes siquiera
de que la corteza sensorial reciba información, como la irrigación de la corteza (Sirotin y Das 2009), que puede servir de mecanismo preparatorio para
predecir futuras tareas
Las implicaciones filosóficas de estos resultados han cuestionado la máxima
cartesiana de libertad y libre albedrío humano y la posibilidad de un acceso de
primera persona, vía introspección, a los contenidos conscientes.8 La libertad
y la auto-conciencia, con estos estudios, son cuestionadas. El debate ulterior
plantea la revitalización de la doctrina del no-yo, y por tanto, la verdadera
necesidad y plausibilidad misma de la noción de identidad personal [Berrios y
Markova (2003)], auto-representación y concepto de “yo” [Metzinger (2003)],
como explanans de la vida mental o actividad mental de las personas. Es
posible, quizás, prescindir de la idea y sentido del “yo” á la Hume, porque
procesos inconscientes y automáticos son tan eficientes como la propia conciencia; tanto es así, que son ellos los que nos permiten según los datos de
Libet, hacer lo que hacemos, y no la conciencia. Para el propósito de este
escrito, significaría que la acción intencional es todo, menos intencional (y
no es un oxímoron). Aunque la acción sea dirigida hacia un objetivo como
atarnos los zapatos o conducir un coche por la autopista, la conducta no
requiere de la intención (conciencia), porque se basta con el “inconsciente
cognitivo” [Kihlstrom (1987)], o el pensamiento automático [Bargh (2005)].
La intención (conciencia) por tanto, no causaría la conducta; luego si se
toma en serio los datos de Libet y la revitalización de la doctrina del no-yo
en filosofía, no habría ni intención en la acción, ni intención por acción en la
supuesta acción intencional.
156
4. El problema de la indeterminación de la acción intencional
Dos son las relaciones causales y temporales entre la acción y la intención. La
primera, la intención en la acción, y la segunda, la intención por la acción. La
intención en la acción describe el estado mental que concurre simultáneamente a la acción y que la dirige hacia un objetivo. Es el ejemplo canónico del modelo lineal de la pragmática humana. Primero, se da la ideación o formación de
la intención para actuar, y posteriormente, la conducta abierta. Pero también
es posible que la propia acción contribuya a crear la intención. La intención
por acción es un modelo caracterizado por la retroacción, opuesto al lineal,
por el cual es la acción la que crea la intención. La intención en la acción es
el caso de relación más intuitivo, el segundo es más complejo. Si se admiten
estos dos modelos como presentes en la pragmática humana, la relación
causal y temporal entre la acción y la intención serian realmente complejos.
Pero aún mucho más si se integran dentro de recientes descubrimientos en la
neurociencia motor. El grupo de Parma [Rizolatti et al. (1996a)] ha demostrado
la existencia de una población neuronal en la corteza promotora ventral, área
F5 del cerebro del macaco, que se activa cuando el mono observa la acción
del experimentador dirigida hacia un objeto, pero también cuando este mismo
mono realiza la misma acción. Este circuito neuronal se ha postulado como el
responsable de un sistema de correspondencia acción/observación, substrato
para implementar lo observado en el sistema motor del observador, lo cual
permite entender las acciones de los demás. También a estas neuronas, denominadas “neuronas espejo”, se las relaciona con diversas funciones cognitivas
tales como el lenguaje [Rizzolatti y Arbib (2002)], la imitación [Rizzolatti
(2005]), la “teoría de la mente”, empatía y moralidad [Decety y Chaminade
(2005)]. La relevancia de este tipo de neuronas para la psicología humana y
animal, esta aún por examinarse y su potencial por explotar. Pero en relación
al tema que nos ocupa, lo que significarían estas neuronas para las relaciones
causales y temporales entre la acción y la intención sería tal que difuminarían
cualquier orden causal y temporal. Se concebiría un proceso cíclico en espiral
entre la intención y la acción contribuyendo a reforzarse recíprocamente, lo
cual no daría importancia a si la intención es antecedente o consecuente,
pero crearía paradojas como lo que denominaríamos el problema de la indeterminación de la acción intencional, tanto para el juicio sobre terceros
como para el control consciente de primera persona. Con la introducción de
las neuronas espejo, la acción intencional ya no mostraría ninguna secuencia
serial entre intención, planificación y ejecución, y tampoco sería suficiente
aceptar la intención por acción como proceso inverso. Con la neuronas espejo,
tanto la intención como la imitación, la simulación y la observación, como
la ejecución, estarían superpuestas en el mismo espacio. Si el sistema motor
nos permite actuar —pero también es necesario para interpretar las acciones
de los demás— esto significaría que hay una equivalencia funcional entre la
realización de una acción que recluta ciertos mecanismos y la observación que
recluta los mismos mecanismos. Se sabe que personas que sufren lesiones en la
157
corteza prefrontal sufren una necesidad incontrolable e irreprimible de imitar
todo lo que ven [Bien (2009)]. Esto introduce otro factor de distorsión en la
imagen filosófica heredada de la autonomía, libertad, control y la posibilidad
de inhibir la acción, los pensamientos y las emociones [Dillon y Pizzagalli
(2007); Gillett (2009)]. Cualquier interferencia en la corteza motora, ya sea
por lesión o error (ilusorio producido por un trastorno psiquiátrico o estado
tóxico), llevaría a que el agente piense que actúa intencionalmente, cuando lo
que realmente está haciendo es observar la acción de otro. También es posible
que la intención se juzgue retrospectivamente derivada de la observación de
nuestra propia acción, o acción similar de otros [Eagleman (2004)], en tanto
que juzgamos la intención en las acciones de los demás por analogía con
nuestras propias acciones en función del sistema de “neuronas espejo”. Este
es el problema de la indeterminación de la acción intencional, tanto para el
caso del juicio sobre terceros, como para el juicio sobre uno mismo. Nuevos
avances en el conocimiento sobre la forma de operar del cerebro nos hacen
pensar, razonablemente, que nuestro cerebro tiene dificultades en saber lo
que nuestro cuerpo hace [Desmurget et al. (2009)] y esto es un golpe de efecto
devastador para la idea filosófica tradicional de intencionalidad.
Para hacernos una mejor idea de este nuevo modelo radical de la interacción y el orden temporal entre la intención (si es que Libet y sus resultados nos
dejan seguir caracterizando a la intención como factor causal de la conducta)
y la acción, pensemos en términos históricos que la neurofisiología clásica se
ha estado basando en los mecanismos de cadenas de estimulo-repuesta, por
primera vez estudiados por el matemático y filosofo francés R. Descartes9
para entender la acción determinada. Cuando esta acción era compleja y
voluntaria, Descartes y otros apelaban al alma y por tanto a la imposibilidad
de describir desde los modelos mecanicistas de estímulos y repuestas la acción
resultante. Descartes, con sus estudios de las repuestas del sistema nervioso
en animales y hombres, cuando estas conductas son simples y no entrañan
la participación del alma, inicio el estudio fisiológico del sistema nervioso o
neurociencia [Véase Glimcher (2003) p. 5]. En particular, Descartes estudió el
funcionamiento reflejo del sistema nervioso que posteriormente el gigante de
la neurociencia contemporánea, Sir Charles S. Sherrington, estudió en perros
y gatos, y que el reflexólogo ruso I. Pavlov consiguió implicar en los estudios
del refuerzo condicionante, para incluso postular a los sistemas reflejos
como única vía para explicar tanto la conducta determinada y simple, y sin
participación del alma, como diría Descartes, como la conducta compleja
y voluntaria (con participación del alma), casi igual que J.O. De Lamettrie
hiciera un siglo antes.10 Esto significa que, entre los principios básicos de la
neurociencia actual como de la ciencia cognitiva, el modelo sensoriomotor
estándar es acción-reacción o estímulo-respuesta. La idea de un yo, centro
de procesamiento y toma de decisiones, habilidades cognitivas, operaciones
mentales o conciencia —que en principio estaban en Descartes, quien —como
dijimos— fue al mismo tiempo el padre del modelo sensoriomotor estándar de
158
carácter reflejo—, pronto alcanzó prominencia, sobre todo con el estallido de
la revolución cognitiva en la segunda mitad del siglo veinte. Es a partir de este
momento, segunda mitad del siglo veinte (aunque siempre hay precedentes
que se pueden trazar con anterioridad), cuando en el modelo sensoriomotor
estándar (estímulos-repuestas, mecanismos reflejos) se abre la posibilidad
de un segundo sistema volitivo. Es cuando, como dice Decety, arriba mencionado, hay un proceso de la acción intencional con fases diferenciadas (Vg.
intención, planificación, preparación y ejecución), que da lugar a la relación
“intención en la acción”. Pero la neurociencia sigue avanzando a pasos agigantados. Y aunque aún existe hoy una gran discusión sobre si la conducta
de los animales, incluidos los hombres, es refleja (aunque con mecanismos
reflejos muy sofisticados) o no —debido a los aportes de descubrimientos
como los del grupo de Parma sobre las neuronas espejo—, la imagen de la
mente y la conducta, el modelo sensoriomotor estándar ampliado y abierto
a la idea de una “intención en la acción”, se ha trasformado en una relación
de “intención por acción”. ¿Que significa esto para la filosofía? En principio,
con el rigor que se exige para exponer las consecuencias (aunque no todos
alcancen a precisarlas, por mucho que pidan profundidad, en la medida en
que sus mentes son poco flexibles y no perciben las implicaciones), haciendo
una lectura del papel evolutivo del sistema de neuronas espejo, encontrado
tanto en monos como en hombres, las intenciones de la conducta de los demás las identificamos y entendemos porque nuestro propio sistema motor es
capaz de producir esas mismas acciones observadas y porque nuestro sistema
motor resuena al verlas. Es decir, se activa. Pero esta activación del sistema
motor, cuando se implementa para interpretar las intenciones de los demás,
en lo que los científicos llaman “Teoría de la mente” [Premack (1978)], se
realiza en una simulación mental (off-line) que no se traduce en una acción
abierta (on-line). Pero esto significa que, con el descubrimiento del sistema
de neuronas espejo se ha duplicado la función de la corteza motora. Por un
lado, es la responsable de la organización y producción de la acción y, por
el otro, también la encargada de de entender lo que los demás hacen. Filosóficamente significa, y es necesario decirlo, por si no se atina a ver estas
implicaciones, que la presunta equivalencia funcional entre la intención,
simulación (imitación), observación, o realización de las acciones [Grezes y
Decety (2001)], hace que cualquier interferencia o lesión de los substratos
neuronales que soportan estas dimensiones, que están representadas por un
único sistema de correspondencia entre acción y observación (y por ende
simulación-imitación), podría causar la incomprensión de las acciones de los
demás y la incapacidad de ejecutar nuestras propias acciones. En conclusión,
habría una indeterminación de la acción intencional tanto en nosotros como
en los otros (el problema de la indeterminación de la acción intencional).
Seríamos, algo así como ciegos sociales, porque ni actuaríamos intencionalmente ni percibiríamos la intención en los demás.
159
5. Discusiones
La intención en la acción y la intención por acción son dos modelos de la
acción intencional con distintos órdenes temporales y causales. El primero
va hacia delante unidireccionalmente y el segundo describe un proceso de
regresión recurrente. Con ciertos trabajos neurocientíficos, especialmente
los de Libet, es posible que para actuar de forma eficiente ni siquiera haga
falta la intención (conciencia), lo cual sería una negación de la idea de la
acción intencional y viejas preocupaciones filosóficas como el libre albedrío y
la auto-conciencia. Si consideramos que estos trabajos neurocientíficos no son
lo suficientemente contundentes como para negar la acción intencional, otra
serie de datos neurocientíficos —el descubrimiento de las “neuronas espejo”
por el grupo de Parma—, impondrían una complicación adicional: la ausencia
de orden causal y temporal entre la acción y la intención; y, por consiguiente,
la indeterminación de la acción intencional
160
Notas
1
No obstante, hay que tener en cuenta que un análisis de grano fino nos colocaría
en la tesitura de pensar que la intención, en su sentido de estar por algo, y la
intención, en su sentido conativo, comparten la capacidad de implementar un
contenido. Es decir, la intención, tanto en su sentido de estar por algo, como en
su sentido conativo, debe “representar” la referencia en el primer caso o la acción a ejecutar en el segundo. Porque el aboutness de la intención, en su primer
sentido, como la performability del segundo, aluden hacia algo; un objeto y una
acción respectivamente.
2
Si la intención es el estado mental, la intencionalidad es la habilidad del agente
para actuar.
3
Desde un punto de vista tradicional de los recursos atribuidos a la noción del yo,
con eficacia causal en producir la conducta (vg. procesos de alto nivel para toma
de decisiones o estados mentales conscientes), éstas son las fases procesales de la
acción intencional clásica. Es decir, el sujeto percibe una serie de datos sensoriales
del mundo externo, opera sobre esos datos en función de sus habilidades cognitivas, memoria de eventos pasados y experiencia, y decide de entre las posibles
alternativas una, para ejecutar un comando. Sin embargo, no es menos cierto
que hay otros modelos, algunos basados en un vinculo directo entre percepción y
acción, que prescinden de mediación cognitiva alguna y, dadas las características
del estimulo o dato sensorial, hay una repuesta posibilitada por él de forma típica
y especifica (affordance), para cada una de las especies de animal con sistemas
sensoriales. La escuela de la percepción ecológica de Gibson (1966) es uno de
estos últimos modelos que sugiere que el mundo viene cargado con significado
intrínseco, el cual no hay que interpretar.
4
De entre los tipos de relación temporal y causal entre la intención y la acción, no
descartamos aquellas formas automáticas y reflejas de la fisiología de las cadenas
estímulo-respuesta, por las cuales se entiende a la acción como una respuesta
preprogramada ante la presencia del estímulo. Pero por ahora, y antes de verlas
en detalle más adelante, estas relaciones temporales y causales deben pensarse
como inexistentes por mor del argumento.
5
Como algún referee ha sugerido, es verdad que en la década de los años 50 y 60
los seguidores de Wittgenstein, entre ellos a la cabeza su gran discípula Anscombe,
diferenciaban en las explicaciones psicológicas las razones y causas; siendo las explicaciones psicológicas las que miran por las razones en lugar de las causas. Pero
como nos hace saber Bermúdez (2005 p. 53), hoy en día ningún filosofo profesional
serio negaría que las razones en verdad son una especie de explicación causal.
6
Esta tesis es una negación del “mito de lo dado”, asintiendo, como hace Kant,
que la experiencia no es pasivamente recibida del mundo, sino que la intenciones
(estimulación sensorial por analogía), sin el conocimiento motor (conceptos por
analogía), son ciegas Noë (2004 p. 11).
7
Por lo que respecta a la verdad última de la posición enactiva, que encuentren
aliados en los sistemas dinámicos que se aplican a la robótica e inteligencia arti-
161
ficial, al mismo tiempo que en una corriente biológica que basa sus postulados en
la noción de autopoiesis de F. Varela y las propiedades emergentes de los sistemas
complejos, esto no es de extrañar. Pero lo que ya resulta paradójico es que, para
defender la idea de la no-necesidad del cerebro de la postura enactiva, también
utilicen datos de la neurociencia motor que metodológicamente, anatómicamente
y clínicamente tienen como único objeto de estudio el cerebro y sus capacidades
de representación y función.
8
Siendo estrictamente precisos y reflejando fielmente las implicaciones de los
resultados de los estudios cronométricos y de referencia retrospectiva de los
eventos sensoriales que Libet (2004), en fomato de monografía, presenta de
forma detallada, hay que decir que, aunque los 0.5. segundos o 500 milisegundos
de actividad neuronal sean inconscientes, los 200 milisegundos restantes antes
de la realización de la acción completa, según Libet, tienen el suficiente curso
temporal como para poder bloquear una acción o vetarla (o. C. p. 138), por mucho
que nuestra actividad neuronal la haya causado sin la autorización del “yo” consciente. No obstante, esto no resta para nada las implicaciones generales acerca
del cuestionamiento y puesta en duda de la toma de decisiones libres y la libertad
humana, que los trabajos de Libet parecen tener.
9
En su Tratado sobre el Hombre hay una ilustración conocida como “el hombre
reflejo”, en la cual hay un contacto entre un foco de fuego y una extremidad del
cuerpo (el pie) de un hombre, donde se dibuja esquemáticamente la ruta que
siguen, según Descartes, los espíritus animales o vitales (lo que entenderíamos
hoy por impulsos neuronales, hormonas, neurotransmisores, sangre y todo aquel
agente con poder de comunicación celular, mantenimiento, etc., en el organismo)
para producir la conducta simple y determinada explicada por medio de leyes y
principios matemáticos mecanicistas.
10
La herencia de Descartes sobre nuestro modo de pensar sobre la mente y la
conducta humana, como sucede con todas las grandes figuras de la historia, es
siempre controvertido y complejo. Porque Descartes es al mismo tiempo quien hace
escapar al alma o res cogitans de la aplicación mecanicista de los leyes físicas que
gobiernan los cuerpos en el espacio. Pero a la vez, al diferenciar entre res cogitans
y res extensa, el uno libre y el otro determinado respectivamente, dio pie a que
quienes empezaron a estudiar lo determinado se preguntaran por qué no también
lo supuestamente libre podría ser estudiado de la misma forma.
162
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