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La lámpara de Diógenes, revista de filosofía, números 22 y 23, 2011; pp. 151-164. Intención en la acción, intención por acción y el problema de la indeterminación de la acción intencional Aníbal Monasterio A. 1. Introducción El legado de la filosofía cartesiana prescribe un marco de referencia psicológico, ausente de constricciones determinísticas. En otras palabras, concibe una razón e intelecto sin limitación, que se traduce en una conducta voluntaria y libre. El mundo interno del cogito cartesiano no está sujeto a las leyes que rigen el mundo externo de las cosas. Es por tanto el hombre, según la antropología filosófica cartesiana, un ser que no depende de la cadena causal de los acontecimientos; sino que él congela y pone entre paréntesis lo que hace. Pero esta asunción tradicional de la filosofía cartesiana que en otras áreas de la discusión teórica filosófica sigue estando vigente (vg. ética, política...) en la interdisciplinaridad del proyecto de la filosofía de la mente natural se ha ido redefiniendo a la luz de nuevos descubrimientos de las ciencias empíricas, hasta el punto de ponerla en cuestión. Particularmente, los estudios del neurocientífico B. Libet (1985; 1983, 2004), niegan la concepción cartesiana del libre albedrío. Sus trabajos de medición objetiva de la actividad neuronal precursora de la acción intencional y la medición psicofísica del informe subjetivo y consciente de la intención de los sujetos (estudios cronométricos de la mente), proponen que hay un desfase temporal, sugiriendo la ausencia de conciencia de la acción y en la acción. Pero por si fuera poco, los datos de Libet no solo aniquilan la vieja idea de la libertad humana, si estos se integran en otros recientes avances neurocientíficos, como por ejemplo el descubrimiento de las neuronas espejo [Rizzolatti et al. (1996a)], el hecho es que no sólo no somos libres; ni siquiera, aunque lo fuéramos, seríamos capaces de detectarlo tanto en nosotros mismos como en otros personas, porque se produce lo que denominamos el problema de la indeterminación. Esto es así porque la intencionalidad virtualmente adquiere una nueva naturaleza de carácter dual con unos límites difuminados entre la intención y la acción y la acción devuelta a la intención. Filosóficamente hablando, la única apuesta fuerte para interpretar y dar sentido a todos estos hallazgos, tanto de la cronometría mental con respecto a la intención como de la neurociencia del control motor, ha sido la filosofía técnica de autores como S. Hurley (1998) y Alva Noë (2004). Estos autores, 151 introducen un marco de interacción relacional triple entre el mundo-cerebrocuerpo, que concibe la experiencia consciente intencional como una actividad sensoriomotora dinámica que coloca a la par el cerebro, el cuerpo y el entorno del individuo en un bucle de retroalimentación continua, donde dicotomías clásicas, como representación/objeto o interno/externo, se diluyen (y para el propósito de este trabajo, la acción y la intención también lo harán). Con este trasfondo, en las siguientes páginas de este escrito, revisaremos las concepciones filosóficas clásicas de la acción y la intención, la intención en la acción, la intención por acción (fruto de la filosofía sensoriomotora de Hurley y Noë) y refrescaremos los trabajos de Libet y el grupo italiano de Parma, descubridor del sistema de neuronas espejo, para ver cómo se conjugan entre si para dar sentido a las nuevas nociones de la intención y la acción. 2. La intención y la acción En consonancia con el espíritu del positivismo lógico [Ayer (1993)] y la escuela oxoniense del estudio del lenguaje ordinario [Austin (1962); Searle (1969); Grice (1989)], es bueno empezar por definir las palabras que van a tener un sentido para nosotros y preguntarnos cuál es su uso. De esta manera, la intención no la concebimos como la direccionalidad referencial de nuestros estados de conciencia u objetos intencionales del pensamiento, por oposición a los objetos naturales (de los cuales las intenciones son su representación), la cual el movimiento fenomenológico, siguiendo a F. Brentano, definió como la característica definitoria de la mental. La “intención”, aquí, hace referencia a otro sentido técnico en la filosofía de la mente y de la acción: los estados conativos dirigidos hacia la realización de un objetivo; o en otras palabras, el estado mental que dirige nuestras acciones.1 Una intención, definido ya su sentido, se usa en el análisis social de la conducta para determinar los factores causativos de una acción o intencionalidad2 en contextos tan variados como el derecho o la psiquiatría, de donde se desprenden taxonomías del control intencional de nuestro comportamiento, dispares pero interrelacionadas [Kröber (2009)]. Pero, de cualesquiera de estas taxonomías de cualesquiera contextos, únicamente de una acción intencional, es decir, de un acto de la conducta voluntario, por oposición a un mero suceso o accidente —como cuando me empujas y me desplazo frente a mi intención de desplazarme—, se puede determinar conducta intencional y control. Siguiendo la clásica teoría causal de las acciones [Searle (1983)], una acción se diferencia de un suceso por sus antecedentes causales, las intenciones. Pero la intención no es el único estado mental que causa una acción, las creencias y los deseos son también estados mentales con un rol causal en la conducta abierta. Sin embargo, a diferencia de las intenciones, específicamente los deseos tienen por contenido en muchas ocasiones un objeto incontrolable o quimérico, no basado en un proceso de razonamiento y sin firmeza en su realización [Malle y Knobe (2001)]. Por otra parte, a las creencias, aunque ingredientes necesarios para la formación de una intención, su posición en el razonamiento practico no 152 las sitúa directamente conectadas con la realización de la acción. De acuerdo con Decety (2002), los procesos y estadios de procesamiento de la información para una acción son: intención, planificación, preparación y ejecución.3 En ninguno de estos estadios se encuentra la creencia, y esto es así porque la creencia esta subsumida en los mecanismos precursores de la formación de la intención, uno de los cuatro estadios principales de la acción deliberada. Para delinear de un modo más preciso qué significa actuar intencionalmente, se debe apelar a la formulación contemporánea de la acción intencional. Según Malle (2004) y Malle y Knobe (1997a), actuar intencionalmente significa: a) tener un deseo, b) la creencia de que la acción nos conducirá a la satisfacción del deseo, c) el razonamiento para combinar deseo y creencia dirigido hacia un objetivo, d) la habilidad para la acción y, finalmente, e) la conciencia de la realización de la acción. Pero además de ser la intención uno “de los diversos estados mentales tipo” de los que se nutren las acciones, es también la matriz de variaciones no estrictamente o esencialmente intencionales. En este sentido, se puede diferenciar el hecho de actuar intencionalmente, temerariamente o inadvertidamente, distinciones con un gran eco en los debates sobre la noción de responsabilidad en filosofía moral y del derecho. Definidos los sentidos de la noción de intención y acción, y su uso en la filosofía moderna, debemos detenernos y examinar las relaciones temporales y causales entre la intención y la acción,4 para posteriormente interpretarlas a la luz de los trabajos de Libet y el grupo de Parma, con el fin de conocer qué consecuencias tiene la intención en la acción. Estipulados los sentidos y usos de los conceptos de intención y acción, hay que ir adelantando diversas especies de relaciones temporales y causativas entre ellas, para luego comprender en su plenitud los hallazgos neurocientíficos de Libet y el grupo de Parma y su impacto. En primer lugar, existe una relación temporal y causal, la “intención en la acción”, que es uno de los aspectos más característicos de la acción intencional. Con “la intención en la acción” se está expresando el funcionamiento normal de la pragmática humana. Las personas tenemos múltiples elecciones a realizar y múltiples formas de realización en el mundo, en este sentido, la intención (conciencia) es un modo de organizar y seleccionar la información. Por primera vez enunciada por Anscombe (1957), la intención en la acción hace referencia a las razones o causas por la cuales se hace algo.5 Posteriormente, para evitar ciertas limitaciones de la clásica teoría causal de la acción, Searle (1983) recuperaría este concepto, proponiendo distinguir entre “intenciones previas” e “intenciones en la acción”. La primera de ellas alude a los estados mentales que preceden la acción, y la segunda, a los estados mentales que concurren simultáneamente en la ejecución de la acción. Con esta distinción, Searle pretendía evitar ciertos olvidos de la postura clásica —que no tenía en cuenta que, muchas veces, no somos conscientes de qué intención esta en la base de nuestros actos, que hay acciones que debido a cadenas causales desviadas 153 no son, o mejor dicho, no pueden ser consideradas intencionales—, así como encontrar una diferencia fenomenológica entre acciones y meros sucesos. Sin embargo, Searle también está expuesto a ciertas críticas. Algunas evidencias neuropsicológicas apuntan a que se dan movimientos altamente efectivos y eficientes que no son intencionales, como por ejemplo, la aprehensión de objetos [Humphreys y Riddoch (2003)]. Por otro lado, la percepción de Searle de que tanto procesos inconscientes como conscientes entran en juego en la acción intencional, aunque es acertada, si no se explica bien, más que ayudar a resolver las limitaciones de la teoría clásica —que postulaba ingenuamente que para entender una acción como intencional sólo bastaba con dar cuenta del estado mental que la causaba— es un obstáculo, porque complica aún más la adscripción mental de primera persona de tus propios actos. Intención por acción Hasta ahora hemos visto los conceptos de intención y acción según se conciben por la filosofía contemporánea, y también una de sus relaciones temporales y causales: la intención en la acción. Desde esta perspectiva la intención (conciencia) antecede a la acción abierta. No obstante, esta concepción que ha sido denominada como la imagen de la mente input-output [Hurley (1998)] que entiende que la mente es única y exclusivamente la causa de la acción, y que tras haber recibido los inputs pertinentes con la cognición en medio, como en un emparedado, producirá la acción; implica que la percepción y la acción son dos dominios autónomos e inconmensurables y que el proceso de la acción intencional es totalmente lineal, algo que es, con estudios neurofisiológicos actuales en la mano, incorrecto. La intención (conciencia o mente) no solo es causa de la acción, sino también es efecto o producto de la acción. Por consiguiente, las acciones pueden ser posibles causas de la experiencia y no simples efectos de la experiencia [Hurley (1998) p. 208]; en otras palabras, las acciones son capaces de generar intención por acción. Este intencionalismo motor recibe una formulación más arriesgada en Noë (2004). En el planteamiento de Noë, no sólo es posible que, gracias a la retroalimentación sensorial de nuestras propias acciones, nuestra intención (conciencia) se enriquezca y adquiera una mayor complejidad, sino que la propia actividad sensoriomotora, junto con nuestras habilidades motoras, es la verdadera fuente de la intención. Según Noë, la percepción y la experiencia consciente no son algo que nos pasa,6 sino algo que hacemos. Adquirimos contenido perceptual gracias a nuestra competencia sensoriomotora o gracias a los patrones de dependencia sensoriomotora y el conocimiento práctico. De este modo, el mundo se nos presenta, se nos hace disponible, en la medida en que disponemos de la capacidad de exploración y habilidad motora para ir “palpando” sus propiedades. La idea central de esta aproximación sensoriomotora o enactiva de la conciencia (intención) es que la percepción es como el tacto. Mediante la exploración táctil encontramos el mundo que percibimos, es el movimiento físico la base de la intención. Pero, aunque sea 154 verdad que la filosofía enactiva o la postura sensoriomotora que sostiene Noë tenga apoyos en los estudios de sistemas dinámicos —una parte de la biología que radicalmente defiende la interacción recíproca entre entorno y animal— y algunos datos de la neurociencia motor,7 la corriente principal en los estudios de la conciencia basados en un principio de eficacia y conservadurismo, sitúa en el cerebro y sus estados a la conciencia (intención), y no en el movimiento. La neurociencia cognitiva actual se basa en un enfoque que estudia el cuerpo en el cerebro, y no sólo el cuerpo en el entorno y además sin el cerebro. Para tener una idea de la opinión de la neurobiología actual acerca de la intención (conciencia), nos hacemos eco de las palabras de C. Koch (2004 p. 9) que critican la postura enactiva o sensoriomotora, según la cual la conciencia se genera a través del movimiento. Koch dice: “Si hay una cosa de la que los científicos están razonablemente seguros, es de que la actividad del cerebro es suficiente y necesaria para la sintiencia biológica. Apoyos empíricos para creer esto se derivan de múltiples fuentes. Por ejemplo, durante el sueño, un estado altamente consciente, casi todos los músculos están inhibidos...”. Lo que Koch intenta dejar claro es que la intención (conciencia) tiene una relación temporal y causal opuesta a la de la perspectiva de la intención por acción. Sin embargo, aún defendiendo una ciencia de la intención centrada en el cerebro, es posible que haya visos para aceptar tanto la intención en la acción como la intención por acción, como podremos comprobar cuando tratemos los estudios del grupo de Parma y su descubrimiento de las “neuronas espejo”. Pero antes hagamos una parada en la obra del neurocientífico B. Libet, que elimina la intención (conciencia) de todo tipo de acción y qué es lo que supone esto para nuestra noción clásica de la acción intencional y el libre albedrío. 3. La acción sin intención Los estudios cronométricos del neurocientífico B. Libet niegan un rol causativo a la intención (conciencia) en la acción supuestamente intencional. Para Libet, la intención (conciencia) es un efecto post hoc, un agregado posterior o epifenómeno. Tal y como Haggard (2003 p. 114) expresa, un titulo sensacionalista podría parafrasear los resultados de los estudios de Libet del siguiente modo: “tu cerebro sabe que te vas a mover antes de hacerlo”. Siguiendo a Haggard (o. C.), los estudios de Libet son revolucionarios porque permitieron combinar diferentes subramas científicas que hasta entonces habían estado separadas (la fenomenología de los estados subjetivos, con la medición psicofísica de la actividad neuronal) pidiendo a los sujetos experimentales que juzgaran subjetivamente sus intenciones y estudiando sus procesos temporales de la conciencia. La condición experimental de estos estudios describía una manilla del reloj representado en un monitor, que giraba cada cierto tiempo. Con esto, se les pedía a los participantes que movieran libremente la mano derecha cuando ellos decidieran. Tras su movimiento libre, el reloj se paraba, y el participante tenía que juzgar la posición del reloj en el momento en que era 155 consciente de su movimiento. Al mismo tiempo, Libet media objetivamente, mediante técnicas electroencefalográficas, la actividad de la corteza motora durante el inicio del movimiento. De este modo, Libet pretendía comparar la medición subjetiva de los eventos con la medición objetiva de los mismos y así obtener un juicio sobre posibles errores. Los resultados le llevaron a una conclusión sorprendente. Los resultados de la medición de la relación temporal entre la actividad neuronal precursora del movimiento intencional, según los potenciales de acción, y la conciencia del movimiento intencional, mostraban que los participantes preparaban el movimiento 700 ms antes de la iniciación de la actividad muscular. Pero, en cambio, los participantes juzgaban que su conciencia del movimiento, en función de su percepción de la posición del reloj, era 200 ms anterior a la iniciación de de la actividad muscular. Por consiguiente había unos 500 ms de impasse temporal, en el cual los participantes no eran conscientes; en otras palabras, durante 500 ms el cerebro procesaba una información del cual el “yo” no sabía nada. Profundizando en la caracterización electrofisiológica de la actividad neuronal que precede toda experiencia consciente de un movimiento intencional (previa integración perceptual), recientes estudios con técnicas de neuroimagen aún van más allá y sitúan índices temporales del cerebro mucho antes siquiera de que la corteza sensorial reciba información, como la irrigación de la corteza (Sirotin y Das 2009), que puede servir de mecanismo preparatorio para predecir futuras tareas Las implicaciones filosóficas de estos resultados han cuestionado la máxima cartesiana de libertad y libre albedrío humano y la posibilidad de un acceso de primera persona, vía introspección, a los contenidos conscientes.8 La libertad y la auto-conciencia, con estos estudios, son cuestionadas. El debate ulterior plantea la revitalización de la doctrina del no-yo, y por tanto, la verdadera necesidad y plausibilidad misma de la noción de identidad personal [Berrios y Markova (2003)], auto-representación y concepto de “yo” [Metzinger (2003)], como explanans de la vida mental o actividad mental de las personas. Es posible, quizás, prescindir de la idea y sentido del “yo” á la Hume, porque procesos inconscientes y automáticos son tan eficientes como la propia conciencia; tanto es así, que son ellos los que nos permiten según los datos de Libet, hacer lo que hacemos, y no la conciencia. Para el propósito de este escrito, significaría que la acción intencional es todo, menos intencional (y no es un oxímoron). Aunque la acción sea dirigida hacia un objetivo como atarnos los zapatos o conducir un coche por la autopista, la conducta no requiere de la intención (conciencia), porque se basta con el “inconsciente cognitivo” [Kihlstrom (1987)], o el pensamiento automático [Bargh (2005)]. La intención (conciencia) por tanto, no causaría la conducta; luego si se toma en serio los datos de Libet y la revitalización de la doctrina del no-yo en filosofía, no habría ni intención en la acción, ni intención por acción en la supuesta acción intencional. 156 4. El problema de la indeterminación de la acción intencional Dos son las relaciones causales y temporales entre la acción y la intención. La primera, la intención en la acción, y la segunda, la intención por la acción. La intención en la acción describe el estado mental que concurre simultáneamente a la acción y que la dirige hacia un objetivo. Es el ejemplo canónico del modelo lineal de la pragmática humana. Primero, se da la ideación o formación de la intención para actuar, y posteriormente, la conducta abierta. Pero también es posible que la propia acción contribuya a crear la intención. La intención por acción es un modelo caracterizado por la retroacción, opuesto al lineal, por el cual es la acción la que crea la intención. La intención en la acción es el caso de relación más intuitivo, el segundo es más complejo. Si se admiten estos dos modelos como presentes en la pragmática humana, la relación causal y temporal entre la acción y la intención serian realmente complejos. Pero aún mucho más si se integran dentro de recientes descubrimientos en la neurociencia motor. El grupo de Parma [Rizolatti et al. (1996a)] ha demostrado la existencia de una población neuronal en la corteza promotora ventral, área F5 del cerebro del macaco, que se activa cuando el mono observa la acción del experimentador dirigida hacia un objeto, pero también cuando este mismo mono realiza la misma acción. Este circuito neuronal se ha postulado como el responsable de un sistema de correspondencia acción/observación, substrato para implementar lo observado en el sistema motor del observador, lo cual permite entender las acciones de los demás. También a estas neuronas, denominadas “neuronas espejo”, se las relaciona con diversas funciones cognitivas tales como el lenguaje [Rizzolatti y Arbib (2002)], la imitación [Rizzolatti (2005]), la “teoría de la mente”, empatía y moralidad [Decety y Chaminade (2005)]. La relevancia de este tipo de neuronas para la psicología humana y animal, esta aún por examinarse y su potencial por explotar. Pero en relación al tema que nos ocupa, lo que significarían estas neuronas para las relaciones causales y temporales entre la acción y la intención sería tal que difuminarían cualquier orden causal y temporal. Se concebiría un proceso cíclico en espiral entre la intención y la acción contribuyendo a reforzarse recíprocamente, lo cual no daría importancia a si la intención es antecedente o consecuente, pero crearía paradojas como lo que denominaríamos el problema de la indeterminación de la acción intencional, tanto para el juicio sobre terceros como para el control consciente de primera persona. Con la introducción de las neuronas espejo, la acción intencional ya no mostraría ninguna secuencia serial entre intención, planificación y ejecución, y tampoco sería suficiente aceptar la intención por acción como proceso inverso. Con la neuronas espejo, tanto la intención como la imitación, la simulación y la observación, como la ejecución, estarían superpuestas en el mismo espacio. Si el sistema motor nos permite actuar —pero también es necesario para interpretar las acciones de los demás— esto significaría que hay una equivalencia funcional entre la realización de una acción que recluta ciertos mecanismos y la observación que recluta los mismos mecanismos. Se sabe que personas que sufren lesiones en la 157 corteza prefrontal sufren una necesidad incontrolable e irreprimible de imitar todo lo que ven [Bien (2009)]. Esto introduce otro factor de distorsión en la imagen filosófica heredada de la autonomía, libertad, control y la posibilidad de inhibir la acción, los pensamientos y las emociones [Dillon y Pizzagalli (2007); Gillett (2009)]. Cualquier interferencia en la corteza motora, ya sea por lesión o error (ilusorio producido por un trastorno psiquiátrico o estado tóxico), llevaría a que el agente piense que actúa intencionalmente, cuando lo que realmente está haciendo es observar la acción de otro. También es posible que la intención se juzgue retrospectivamente derivada de la observación de nuestra propia acción, o acción similar de otros [Eagleman (2004)], en tanto que juzgamos la intención en las acciones de los demás por analogía con nuestras propias acciones en función del sistema de “neuronas espejo”. Este es el problema de la indeterminación de la acción intencional, tanto para el caso del juicio sobre terceros, como para el juicio sobre uno mismo. Nuevos avances en el conocimiento sobre la forma de operar del cerebro nos hacen pensar, razonablemente, que nuestro cerebro tiene dificultades en saber lo que nuestro cuerpo hace [Desmurget et al. (2009)] y esto es un golpe de efecto devastador para la idea filosófica tradicional de intencionalidad. Para hacernos una mejor idea de este nuevo modelo radical de la interacción y el orden temporal entre la intención (si es que Libet y sus resultados nos dejan seguir caracterizando a la intención como factor causal de la conducta) y la acción, pensemos en términos históricos que la neurofisiología clásica se ha estado basando en los mecanismos de cadenas de estimulo-repuesta, por primera vez estudiados por el matemático y filosofo francés R. Descartes9 para entender la acción determinada. Cuando esta acción era compleja y voluntaria, Descartes y otros apelaban al alma y por tanto a la imposibilidad de describir desde los modelos mecanicistas de estímulos y repuestas la acción resultante. Descartes, con sus estudios de las repuestas del sistema nervioso en animales y hombres, cuando estas conductas son simples y no entrañan la participación del alma, inicio el estudio fisiológico del sistema nervioso o neurociencia [Véase Glimcher (2003) p. 5]. En particular, Descartes estudió el funcionamiento reflejo del sistema nervioso que posteriormente el gigante de la neurociencia contemporánea, Sir Charles S. Sherrington, estudió en perros y gatos, y que el reflexólogo ruso I. Pavlov consiguió implicar en los estudios del refuerzo condicionante, para incluso postular a los sistemas reflejos como única vía para explicar tanto la conducta determinada y simple, y sin participación del alma, como diría Descartes, como la conducta compleja y voluntaria (con participación del alma), casi igual que J.O. De Lamettrie hiciera un siglo antes.10 Esto significa que, entre los principios básicos de la neurociencia actual como de la ciencia cognitiva, el modelo sensoriomotor estándar es acción-reacción o estímulo-respuesta. La idea de un yo, centro de procesamiento y toma de decisiones, habilidades cognitivas, operaciones mentales o conciencia —que en principio estaban en Descartes, quien —como dijimos— fue al mismo tiempo el padre del modelo sensoriomotor estándar de 158 carácter reflejo—, pronto alcanzó prominencia, sobre todo con el estallido de la revolución cognitiva en la segunda mitad del siglo veinte. Es a partir de este momento, segunda mitad del siglo veinte (aunque siempre hay precedentes que se pueden trazar con anterioridad), cuando en el modelo sensoriomotor estándar (estímulos-repuestas, mecanismos reflejos) se abre la posibilidad de un segundo sistema volitivo. Es cuando, como dice Decety, arriba mencionado, hay un proceso de la acción intencional con fases diferenciadas (Vg. intención, planificación, preparación y ejecución), que da lugar a la relación “intención en la acción”. Pero la neurociencia sigue avanzando a pasos agigantados. Y aunque aún existe hoy una gran discusión sobre si la conducta de los animales, incluidos los hombres, es refleja (aunque con mecanismos reflejos muy sofisticados) o no —debido a los aportes de descubrimientos como los del grupo de Parma sobre las neuronas espejo—, la imagen de la mente y la conducta, el modelo sensoriomotor estándar ampliado y abierto a la idea de una “intención en la acción”, se ha trasformado en una relación de “intención por acción”. ¿Que significa esto para la filosofía? En principio, con el rigor que se exige para exponer las consecuencias (aunque no todos alcancen a precisarlas, por mucho que pidan profundidad, en la medida en que sus mentes son poco flexibles y no perciben las implicaciones), haciendo una lectura del papel evolutivo del sistema de neuronas espejo, encontrado tanto en monos como en hombres, las intenciones de la conducta de los demás las identificamos y entendemos porque nuestro propio sistema motor es capaz de producir esas mismas acciones observadas y porque nuestro sistema motor resuena al verlas. Es decir, se activa. Pero esta activación del sistema motor, cuando se implementa para interpretar las intenciones de los demás, en lo que los científicos llaman “Teoría de la mente” [Premack (1978)], se realiza en una simulación mental (off-line) que no se traduce en una acción abierta (on-line). Pero esto significa que, con el descubrimiento del sistema de neuronas espejo se ha duplicado la función de la corteza motora. Por un lado, es la responsable de la organización y producción de la acción y, por el otro, también la encargada de de entender lo que los demás hacen. Filosóficamente significa, y es necesario decirlo, por si no se atina a ver estas implicaciones, que la presunta equivalencia funcional entre la intención, simulación (imitación), observación, o realización de las acciones [Grezes y Decety (2001)], hace que cualquier interferencia o lesión de los substratos neuronales que soportan estas dimensiones, que están representadas por un único sistema de correspondencia entre acción y observación (y por ende simulación-imitación), podría causar la incomprensión de las acciones de los demás y la incapacidad de ejecutar nuestras propias acciones. En conclusión, habría una indeterminación de la acción intencional tanto en nosotros como en los otros (el problema de la indeterminación de la acción intencional). Seríamos, algo así como ciegos sociales, porque ni actuaríamos intencionalmente ni percibiríamos la intención en los demás. 159 5. Discusiones La intención en la acción y la intención por acción son dos modelos de la acción intencional con distintos órdenes temporales y causales. El primero va hacia delante unidireccionalmente y el segundo describe un proceso de regresión recurrente. Con ciertos trabajos neurocientíficos, especialmente los de Libet, es posible que para actuar de forma eficiente ni siquiera haga falta la intención (conciencia), lo cual sería una negación de la idea de la acción intencional y viejas preocupaciones filosóficas como el libre albedrío y la auto-conciencia. Si consideramos que estos trabajos neurocientíficos no son lo suficientemente contundentes como para negar la acción intencional, otra serie de datos neurocientíficos —el descubrimiento de las “neuronas espejo” por el grupo de Parma—, impondrían una complicación adicional: la ausencia de orden causal y temporal entre la acción y la intención; y, por consiguiente, la indeterminación de la acción intencional 160 Notas 1 No obstante, hay que tener en cuenta que un análisis de grano fino nos colocaría en la tesitura de pensar que la intención, en su sentido de estar por algo, y la intención, en su sentido conativo, comparten la capacidad de implementar un contenido. Es decir, la intención, tanto en su sentido de estar por algo, como en su sentido conativo, debe “representar” la referencia en el primer caso o la acción a ejecutar en el segundo. Porque el aboutness de la intención, en su primer sentido, como la performability del segundo, aluden hacia algo; un objeto y una acción respectivamente. 2 Si la intención es el estado mental, la intencionalidad es la habilidad del agente para actuar. 3 Desde un punto de vista tradicional de los recursos atribuidos a la noción del yo, con eficacia causal en producir la conducta (vg. procesos de alto nivel para toma de decisiones o estados mentales conscientes), éstas son las fases procesales de la acción intencional clásica. Es decir, el sujeto percibe una serie de datos sensoriales del mundo externo, opera sobre esos datos en función de sus habilidades cognitivas, memoria de eventos pasados y experiencia, y decide de entre las posibles alternativas una, para ejecutar un comando. Sin embargo, no es menos cierto que hay otros modelos, algunos basados en un vinculo directo entre percepción y acción, que prescinden de mediación cognitiva alguna y, dadas las características del estimulo o dato sensorial, hay una repuesta posibilitada por él de forma típica y especifica (affordance), para cada una de las especies de animal con sistemas sensoriales. La escuela de la percepción ecológica de Gibson (1966) es uno de estos últimos modelos que sugiere que el mundo viene cargado con significado intrínseco, el cual no hay que interpretar. 4 De entre los tipos de relación temporal y causal entre la intención y la acción, no descartamos aquellas formas automáticas y reflejas de la fisiología de las cadenas estímulo-respuesta, por las cuales se entiende a la acción como una respuesta preprogramada ante la presencia del estímulo. Pero por ahora, y antes de verlas en detalle más adelante, estas relaciones temporales y causales deben pensarse como inexistentes por mor del argumento. 5 Como algún referee ha sugerido, es verdad que en la década de los años 50 y 60 los seguidores de Wittgenstein, entre ellos a la cabeza su gran discípula Anscombe, diferenciaban en las explicaciones psicológicas las razones y causas; siendo las explicaciones psicológicas las que miran por las razones en lugar de las causas. Pero como nos hace saber Bermúdez (2005 p. 53), hoy en día ningún filosofo profesional serio negaría que las razones en verdad son una especie de explicación causal. 6 Esta tesis es una negación del “mito de lo dado”, asintiendo, como hace Kant, que la experiencia no es pasivamente recibida del mundo, sino que la intenciones (estimulación sensorial por analogía), sin el conocimiento motor (conceptos por analogía), son ciegas Noë (2004 p. 11). 7 Por lo que respecta a la verdad última de la posición enactiva, que encuentren aliados en los sistemas dinámicos que se aplican a la robótica e inteligencia arti- 161 ficial, al mismo tiempo que en una corriente biológica que basa sus postulados en la noción de autopoiesis de F. Varela y las propiedades emergentes de los sistemas complejos, esto no es de extrañar. Pero lo que ya resulta paradójico es que, para defender la idea de la no-necesidad del cerebro de la postura enactiva, también utilicen datos de la neurociencia motor que metodológicamente, anatómicamente y clínicamente tienen como único objeto de estudio el cerebro y sus capacidades de representación y función. 8 Siendo estrictamente precisos y reflejando fielmente las implicaciones de los resultados de los estudios cronométricos y de referencia retrospectiva de los eventos sensoriales que Libet (2004), en fomato de monografía, presenta de forma detallada, hay que decir que, aunque los 0.5. segundos o 500 milisegundos de actividad neuronal sean inconscientes, los 200 milisegundos restantes antes de la realización de la acción completa, según Libet, tienen el suficiente curso temporal como para poder bloquear una acción o vetarla (o. C. p. 138), por mucho que nuestra actividad neuronal la haya causado sin la autorización del “yo” consciente. No obstante, esto no resta para nada las implicaciones generales acerca del cuestionamiento y puesta en duda de la toma de decisiones libres y la libertad humana, que los trabajos de Libet parecen tener. 9 En su Tratado sobre el Hombre hay una ilustración conocida como “el hombre reflejo”, en la cual hay un contacto entre un foco de fuego y una extremidad del cuerpo (el pie) de un hombre, donde se dibuja esquemáticamente la ruta que siguen, según Descartes, los espíritus animales o vitales (lo que entenderíamos hoy por impulsos neuronales, hormonas, neurotransmisores, sangre y todo aquel agente con poder de comunicación celular, mantenimiento, etc., en el organismo) para producir la conducta simple y determinada explicada por medio de leyes y principios matemáticos mecanicistas. 10 La herencia de Descartes sobre nuestro modo de pensar sobre la mente y la conducta humana, como sucede con todas las grandes figuras de la historia, es siempre controvertido y complejo. Porque Descartes es al mismo tiempo quien hace escapar al alma o res cogitans de la aplicación mecanicista de los leyes físicas que gobiernan los cuerpos en el espacio. Pero a la vez, al diferenciar entre res cogitans y res extensa, el uno libre y el otro determinado respectivamente, dio pie a que quienes empezaron a estudiar lo determinado se preguntaran por qué no también lo supuestamente libre podría ser estudiado de la misma forma. 162 Bibliografía Anscombe E. (1957), Intention. Blackwell: Oxford. Austin J. (1962), How to Do Things with Words. New York: Oxford University Press. Ayer A. (1993), El positivismo Lógico. Madrid: Fondo de Cultura Económica. Bargh J. (2005) Bypassing the Hill: Toward demystifing the nonconcious control of social behaviour. En Ran Hassin James Uleman y John Bargh (eds.) The new Unconsciouss. Oxford: Oxford University Press. Bermudez J. (2005), Philosophy of Psychology: A Contemporary Introduction. Oxford: Routledge Berrios G. y Markova I. 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