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LA ESCOLÁSTICA COLONIAL DE LOS SIGLOS XVI Y XVII
Germán Maquines Argote
1. Características del período colonial
Descubierto el Nuevo Mundo al finalizar el siglo XV, la primera mitad del siglo XVI
es un lapso en el que se realizan grandes descubrimientos y conquistas en las
tierras firmes del enorme continente americano. Tales hechos, como vimos en el
capítulo anterior, suscitan aguerridas polémicas en torno a la humanidad del indio
y a la legitimidad de tales guerras de conquista y ocupación por parte de la corona
española. En el banquillo de los acusados está una institución, que constituía una
especie de esclavitud larvada, la encomienda, contra la cual levantó su potente
voz de protesta Bartolomé de Las Casas, muerto en 1566.
El largo período colonial abarca dos siglos y medio, siendo su núcleo central el
siglo XVII y la primera mitad del XVIII, con una etapa inicial de organización y una
última desmoronamiento y cambios revolucionarios, que desembocan en la
emancipación y constitución de los nuevos estados americanos.
La primera etapa de organización del orden colonial se inicia con la muerte del
liberal y tolerante Carlos I. Su hijo Felipe II, en cuyo imperio no se ponía el sol,
asume el poder en 1556 y gobierna hasta 1598. Durante su reinado se afianza lo
que Ortega y Gasset calificó gráficamente "tibetización" de España y, en
consecuencia, de su extenso imperio. La preocupación máxima del monarca era la
defensa de la unidad de sus posesiones, contra los ataques de las potencias
emergentes y de la pureza de la fe católica de sus súbditos frente a los herejes.
España, en esta forma se "tibetiza", se encierra en sí misma y se coloca al margen
de los desarrollos de la modernidad. Señalemos tres hechos sintomáticos de este
progresivo encierro empobrecedor que se dan en el infausto 1559: prohibición de
estudiar en universidades extranjeras, primer gran "auto de fe" en Valladolid y
publicación del primer índice de libros prohibidos. Por estos años está reunido el
conservador concilio de Trento, que finaliza sesiones en 1563 y cuyas
conclusiones son impuestas como muro de contención de las reformas
protestantes. La inquisición española desempeña un papel esencial como
instrumento de la contrarreforma y cierre progresivo del horizonte político y
cultural. Es verdad que en los años finales del seiscientos y los primeros del
setecientos la cultura española, sobre todo en artes y letras, llega al apogeo con
Cervantes y Velásquez, para citar sólo dos genios que mueren respectivamente
en 1616 y 1660. Pero este esplendor no invalida el hecho de que la política de
puertas cerradas, las guerras religiosas y la cerrazón ideológica contribuirían al
estancamiento y decadencia de España y su imperio que se inicia a principios del
siglo XVII.
1
En los últimos años del siglo XVI el imperio se extendía por todo el continente
americano de norte a sur, ya que España y Portugal estuvieron unidas hasta 1640
bajo una sola corona; pero, al iniciarse el siglo XVII, potencias emergentes como
Inglaterra, Francia y Holanda trataron de no quedar marginadas de la repartición
del Nuevo Mundo, pese a que España reclamaba para sí el monopolio de las
Indias con bulas papales que ya nadie respetaba. Para la administración y defensa
de tan extenso imperio se creó una organización centralizada en la corona. El rey,
cuyo poder no se discutía, ejercía su autoridad desde la metrópoli mediante tres
instituciones: la Casa de Contratación, que controlaba el comercio; el Consejo de
Indias, que tenía en sus manos las riendas de gobierno civil y judicial de las
colonias; y el Patronato Regio, que se encargaba de la administración eclesiástica.
En tierras americanas las instituciones básicas fueron los Virreinatos, las Reales
Audiencias, las Gobernaciones y Capitanías y los Ayuntamientos o Consejos
Municipales, Dicho orden colonial tenía como sustento jurídico las Nuevas Leyes
de Indias, promulgadas en 1542 y codificadas definitivamente en 1680. En esta
forma la vida del siglo XVII va a discurrir en calma, sin grandes sobresaltos, con
una sociedad organizada según un sistema de castas que iban de menos a más:
desde el esclavo negro, pasando por el indígena, siguiendo por toda clase de
mestizos, hasta llegar a la cúspide en la que estaban los españoles nacidos en
América o "criollos" y finalmente los "peninsulares" o chapetones.
La población indígena, por excesivo trabajo en las encomiendas y por falta de
resistencia a las enfermedades importadas, llega a su mínimo histórico a
mediados del siglo XVII, mientras que la población negra va en aumento debido al
tráfico de esclavos desde África, que se calcula en medio millón hasta 1650. El
mestizaje, por supuesto, se acentúa en el siglo XVIII, mientras que los criollos
desempeñan cada vez papeles más importantes en la organización civil y
eclesiástica hasta convertirse en protagonistas de la independencia. La economía,
principalmente minera en el siglo XVI, entra en crisis en el XVII por el progresivo
agotamiento de los principales yacimientos y falta de renovación de las técnicas
de explotación; de nuevo en el siglo XVIII esta actividad cobraría un segundo
auge. La agricultura y la ganadería, en cambio, tienen un mayor desarrollo en los
siglos XVII y XVIII por las necesidades de los nuevos centros urbanos que se
fundan por doquier y por la exportación de ciertos artículos como el añil, el tabaco,
el azúcar, el cacao y los cueros, etc. Hacia 1718 deja de existir la encomienda,
mientras que están en auge las haciendas que presionan sobre las reservas
indígenas ya escasas.
Los principales centros urbanos, como las capitales de los Virreinatos, de las
Reales Audiencias y Gobernaciones, etc., aumentan su población y el esplendor
de sus formas de vida principalmente durante el XVIII, siglo en el que la ciudad de
México, por ejemplo, llegó a tener más de cien mil habitantes. Aspecto destacable
de estos siglos es el triunfo del arte barroco con rasgos originales en América por
influencia del arte popular exuberante en decoración y colorido, y que tenía como
función el realce del culto de Dios, así como la magnificación del poder tanto
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religioso como secular. A las grandes órdenes históricas como los franciscanos,
dominicos, agustinos, mercedarios se suman en el siglo XVII los jesuitas,
fundados por Ignacio de Loyola en 1534 y que desgraciadamente serían
expulsados de España y su imperio en 1767.
Desde el punto de vista cultural, el hecho más sobresaliente es la fundación de
universidades a partir de la segunda mitad del siglo XVI en las principales
ciudades, siendo las más antiguas: Santo Domingo, 1538; Lima, 1551; México,
1551; Santafé de Bogotá: Tomista, 1580 y Javeriana, 1621, etc. Dichos centros
universitarios fueron fundados por órdenes religiosas a imagen y semejanza de
Alcalá y Salamanca, pero desgraciadamente en una época de decadencia. Índice
del angostamiento intelectual es el juramento que desde 1627 obligaba a los
catedráticos de Salamanca a seguir como maestros seguros a San Agustín y
Santo Tomás. Se pierde el impulso creador del siglo anterior. El siglo XVII y en
parte el XVIII es el de las síntesis (Cursus Philosophicus), en las que se repiten y
defienden las doctrinas del cabeza de escuela. En conclusión, como ha escrito L.
Martínez Gómez: "los grandes escolásticos de la etapa anterior se convierten en
modelos a imitar y repetir, más que en estímulos para avanzar como ellos,
renovando y creando".
Tal anquilosamiento o "siesta colonial" del siglo XVII sufre fuertes sacudones en el
XVIII a medida que se van conociendo las ideas modernas de la Europa culta y
finalmente por influjo de la ilustración francesa, que con sus luces estimula a los
americanos a hacer las necesarias reformas del sistema y finalmente hacia la
revolución de la emancipación, siguiendo el ejemplo de los Estados Unidos de
América del Norte que se independizan de Inglaterra en 1776.
2. La escolástica colonial
En el anterior medio cultural se desarrolla la filosofía que en América es reflejo
tardío de la segunda escolástica la que durante el siglo XVI tuvo grandes
creadores en las universidades de Salamanca, Alcalá y Coimbra como Francisco
de Vitoria, Melchor Cano, Domingo Soto, Francisco Suárez, entre otros. Sin
embargo, pese a ser la nuestra reflejo tardío, no la podemos menospreciar a priori
ni por escolástica, ni por tardía hasta el punto de desinteresarnos por su estudio.
Es nuestra, constituye parte de nuestro acervo cultural e influyó para bien o para
mal en nuestra historia.
Como en la época medieval, se sigue llamando escolástica por enseñarse en las
escuelas superiores o universidades, por un maestro o "scholasticus" adscrito a
una determinada tradición: tomista, escotista o suareciana, según que se fuera
dominico, franciscano o jesuita. Como ya dijimos, a partir de la segunda mitad del
siglo XVI se fundan universidades en Lima y México, capitales de los dos
Virreinatos, como también en otros centros urbanos de menor categoría hasta
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llegar al sorprendente número de 26 las universidades fundadas en todo el imperio
al finalizar el siglo XVIII.
El plan de estudios de la época abarcaba, con algunas variantes, una facultad
menor: la de filosofía o "artes"; y dos mayores: la de teología y la de derecho,
tanto canónico como civil. Entrando el siglo XVIII, además de las anteriores, se
establecen cátedras de matemáticas, de medicina, etc., que constituyen una
innovación y un principio de secularización de los estudios. La filosofía se
estudiaba en función de la teología y el derecho. El curriculum filosófico se
desarrollaba en tres años o cursos: el primero comprendía el estudio de la lógica
de Pedro Hispano y Aristóteles, con algunos elementos de lo que hoy llamaríamos
teoría del conocimiento o lógica material como gustaban llamarla algunos
escolásticos. En el segundo año se estudiaba la física de Aristóteles y el tratado
del alma, que correspondía a lo que posteriormente se llamó sicología racional;
finalmente, el último año de artes se dedicaba al estudio de la metafísica, parte
principalísima del cuerpo filosófico, que comprendía el tratado del ente en general
y el tratado de Dios, causa primera de todo ente. La ética o moral se dejaba
ordinariamente para ser estudiada en la facultad mayor de teología.
En filosofía la autoridad indiscutible era Aristóteles, hasta el punto de que las
clases se concebían como comentarios a los libros del Estagirita. Sin embargo,
tales enseñanzas estaban mediadas por las diversas interpretaciones que del
común maestro hicieron los diversos cabeza de escuela: Tomás de Aquino, Duns
Escoto y Francisco Suárez; las rivalidades y disputas entre las tres escuelas
fueron históricas y en ocasiones aguerridas.
La lengua oficial, hasta muy entrado el siglo XVIII fue el latín. El método de
enseñanza que se seguía en la clase diaria era la "lectio" o lección, llamada así
porque el maestro "leía" las explicaciones que los alumnos se esforzaban por
copiar fielmente para retenerlas, repasarlas y posteriormente recitarlas en los
exámenes. El arte de copiar y de memorizar eran procedimientos necesarios para
la transmisión del saber en un medio como el colonial en el que era difícil publicar
libros por falta de imprentas adecuadas y donde los libros traídos de Europa eran
escasos. De aquí que nuestros archivos abunden en manuscritos inéditos,
redactados bien por los propios profesores o copiados en clase por los alumnos.
Aún hoy seguimos siendo "copietas" pese a que las circunstancias han cambiado.
Además de la lección, tenía gran importancia como recurso didáctico la
"disputatio"; las había privadas y públicas, realizándose estas últimas con gran
pompa y ardor sobre los tópicos más controvertidos por las escuelas.
La filosofía no se estudiaba por sí misma, porque el objetivo era preparar al
candidato para los estudios más importantes o "mayores" de teología y derecho.
Ello era así debido a las dos necesidades primarias sentidas por la sociedad
colonial: la de preparar candidatos idóneos para la evangelización y administración
del sistema eclesiástico y para la administración de los puestos burocráticos del
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Estado. La mayor parte de los estudiantes de filosofía eran eclesiásticos que
proseguían después estudios de teología y en menor cantidad seglares que
culminaban la filosofía con el estudio de leyes. Otras posibilidades de estudio
como matemáticas, astronomía, medicina, etc., se abren a fines del siglo XVIII de
acuerdo con los desarrollos de las nuevas ciencias, que se conocen tardíamente
en América por el fenómeno de aislamiento anteriormente descrito.
Al conocerse el pensamiento moderno entrado el siglo XVIII, el edificio escolástico
sufre un gran remezón, sobre todo en cuanto a física se refiere, que era el punto
más vulnerable del escolasticismo. De aquí que, enfrentándose a la ortodoxia de
la vieja tradición, surja desde fines del siglo XVII una fuerte corriente que se
conoce con el nombre de "novatores" o innovadores que aceptan muchas de las
nuevas teorías modernas, por ejemplo el heliocentrismo, preparando así el camino
a la ilustración. Este pensamiento innovador constituye, como lo ha demostrado
José Luís Abellán, una "pre-ilustración" que se generó en España y América con
anterioridad a la recepción de las luces o ilustración francesa, recibidas en
América al terminar el siglo XVIII. Benito Feijóo fue el catalizador y brillante
expositor de este pensamiento de los "novatores". Esta distinción entre
escolásticos conservadores e innovadores hay que tenerla en cuenta para no
medir a todos por el mismo rasero y para no adelantar el influjo de la ilustración
francesa a antes del tiempo que históricamente le corresponde. Pero este tema
será objeto de análisis en el próximo-capítulo sobre la filosofía del siglo XVIII.
3. Principales figuras de la escolástica de los siglos XVI y XVII
No podemos hacer un elenco de todos los maestros que enseñaron en las
universidades coloniales y nos legaron sus lecciones manuscritas. Hay en
nuestros archivos miles de manuscritos que esperan ser estudiados. En un libro
como éste sólo podemos reseñar los más importantes e influyentes en su tiempo,
por haber podido editar (con éxito extraordinario algunos) sus explicaciones
escolares.
3.1 Alonso de la Veracruz (1507-1584)
Nació en Caspueñas, Toledo, en 1507. Realizó estudios de artes en Alcalá y de
teología en Salamanca, siendo aquí discípulo de Francisco de Vitoria. Viajó a
México donde profesó en la orden de San Agustín en 1540. En 1553 fue
nombrado catedrático de prima en la recién fundada universidad pontificia y real
de México. Como ayuda a la enseñanza, Veracruz publicó en 1554 dos libros de
Lógica: Recognición de las Súmulas, en la que comenta la obra de Pedro Hispano,
y Resolución dialéctica, comentarios a los libros lógicos de Aristóteles. A estas hay
que añadir Especulación física, obra publicada en 1557.
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La importancia de tales libros es que fueron los primeros publicados en América,
por lo cual el conocido investigador M. Beuchot califica a Veracruz de "patriarca de
la filosofía en América", Murió en 1584.
Por su formación en la Salamanca áurea y por influencia de sus grandes
maestros, Veracruz se mostró como un humanista que trató de renovar la filosofía
escolástica. Fue portavoz en la universidad de México del pensamiento de su
maestro Vitoria, planteando once dudas en torno al dominio de los españoles
sobre los indios y a la justicia de las guerras de conquista, en una disertación
pública de 1553, que desgraciadamente no se publicó entonces. Fue también
amigo de Las Casas, quien le confió alguno de sus escritos.
3.2 Tomás de Mercado (1530-1570)
Nació en Sevilla hacia 1530, En 1553 viajó a México, profesando en la Orden de
Predicadores. Estudió en la floreciente universidad mexicana, de la que fue
catedrático de lógica. De regreso a España residió en Salamanca y Sevilla,
dedicado a clases y a la escritura de sus obras. En 1576 se embarcó de nuevo
para México, pero murió en camino siendo su cadáver arrojado al mar.
Durante su estancia en España publicó dos obras de lógica: Comentarios a Pedro
Hispano y Comentarios a la lógica magna de Aristóteles, ambos en Sevilla en
1571. En cuanto al valor de los mismos, escribe M. Beuchot: "El intento de
renovación iniciado por Alonso de la Veracruz, en Mercado se concretiza más bien
como deseo de purificación, excluyendo de las súmulas ciertos excesos y fárrago".
Sin embargo, no es en lógica donde Mercado alcanza mayor originalidad, sino en
temas ético-económicos. En efecto, en 1568 pública en Salamanca la primera
edición de su obra Suma de tratos y contratos, cuya edición aumentada y definitiva
sería la de Sevilla de 1571. Tuvo gran éxito en España y fue traducida al italiano.
En ella Mercado aborda problemas morales candentes surgidos de las relaciones
mercantiles entre España y el Nuevo Mundo, por ejemplo: la propiedad, el crédito,
el justo precio, el valor de las mercancías, los intercambios, la restitución, etc. Por
su formación filosófico-teológica y también por el conocimiento personal que de la
actividad económica obtuvo en México y Sevilla, estaba en óptimas condiciones
para afrontar dichos temas con realismo e incluso sacar importantes conclusiones
en asuntos de economía. En efecto, el creciente aumento de las transacciones
financieras y comerciales transoceánicas produjo una mayor circulación monetaria
que incidió en la inflación de los precios. Dicha inflación la explica Mercado por la
estima que se tenía de la moneda, pero ésta se estima menos cuanto más
abunda: "En Indias, escribe Mercado, hay mucho que comprar y se compra a
precios excesivos, como cosa que va tan lejos de acarreo; y con todo se estima él
dinero en menos porque la abundancia es tan grande que deshace esta causa"; y
concluye, por tal razón, que "100 pesos en México son iguales con 85 en España".
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Hoy se reconoce que fue Mercado, si no el primero, sí el que con mayor claridad
enunció la teoría cuantitativa del dinero y su relación con los precios.
Otro aspecto importante en la obra de Mercado es la doctrina sobre la trata de
negros. Aunque sostiene, siguiendo la doctrina tradicional, la legitimidad de la
esclavitud en algunos casos: por motivo de guerras justas, por no conocer
señores, por delitos contra natura o por venta de los propios padres en extrema
necesidad; sin embargo. Mercado considera que casi nunca se dan las anteriores
condiciones, ya que son los esclavos o bien cazados o bien vendidos sin
necesidad por sus padres. Además son maltratados cruelmente en los barcos que
los conducen a América; por lo cual aconseja a los españoles abstenerse de
comprar y vender esclavos. En esta forma, si no de ture sí de fado, se enfrentó
tempranamente al sistema esclavista.
3.3 José de Acosta (1540-1600)
Nació en Medina del Campo en 1540, profesando en la Compañía de Jesús en
1554. Realizó estudios de filosofía en la universidad de Alcalá de 1559 a 1567; en
1572 viajó a Lima donde dictó clases de filosofía y teología en el colegio de San
Pablo, del cual también fue rector. Como provincial le tocó realizar múltiples viajes
por tierras del Perú lo cual' le permitió obtener amplios conocimientos sobre la
cultura de los pueblos aborígenes. En 1585 viajó a México donde vivió hasta 1588.
De allí fue a Roma como procurador y finalmente reside en Salamanca hasta su
muerte en 1600.
Aparte de dos libros de teología publicados en Roma en 1590, la obra fundamental
de Acosta es la Historia natural y moral de Indias publicada en Sevilla en 1590,
que es traducción hecha por el propio autor, de su anterior obra: De natura Novi
Orbis, Salamanca 1589.
Acosta considera que su obra es "en parte historia y en parte filosofía". Historia en
sentido de ciencia cuando se refiere a "las obras de la naturaleza" y filosofía
cuando se refiere a "las obras del libre albedrío" o aspectos humanos y culturales.
En el primer aspecto, Acosta fundamenta su interpretación de América en la física
de Aristóteles. En este sentido Acosta no se puede considerar moderno; pero en el
segundo aspecto, Acosta es un humanista cristiano, con influencias erasmistas,
amigo de la dignidad y de la libertad de los hombres, valores que deben quedar
siempre a salvo en el proceso de evangelización: "Dos cosas, escribe, entre sí tan
dispares son evangelio y guerra. La fe es don de Dios, no obra de los hombres.
Concebir violencia y libertad es cosa que supera mis fuerzas e ingenio".
3.4 Antonio Rubio (1548-1615)
Nació en Rueda. Estudió filosofía en la universidad de Alcalá de Henares.
Teniendo 20 años, ingresó en la Compañía de Jesús, prosiguiendo estudios de
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teología en la misma universidad. En 1576 fue destinado a México en cuya
universidad enseñó filosofía desde 1577 por tres años y teología durante doce.
Obtuvo de la universidad dos doctorados en filosofía y teología. Durante su
residencia en México comenzó la redacción de un curso de filosofía, que luego
terminaría en Europa. La provincia mexicana lo eligió como procurador y por tal
motivo tuvo que viajar a Roma en 1600. De aquí pasó en 1602 a España, viviendo
el resto de su vida en Alcalá, donde terminó y publicó sus libros de filosofía. Murió
en 1615.
Entre sus obras, la más importante es Comentarios a toda la lógica de Aristóteles,
publicada en 1603, de la cual hizo un resumen en 1606 con el título Comentarios
más breves. Esta obra alcanzó un éxito extraordinario, si se tiene en cuenta que
de ella se hicieron dieciocho ediciones durante el siglo XVII: 3 en Alcalá, 5 en
Colonia, 4 en Lyón, 2 en Valencia y 1 respectivamente en París, Brujas, Londres y
Cracovia. En Alcalá la universidad la adoptó como texto oficial de lógica. Dichos
Comentarios fueron conocidos como "lógica mexicana" y formaban parte de un
extenso plan de exposiciones a todo Aristóteles, que fueron publicándose
sucesivamente: Física 1605, Sobre la generación y la corrupción 1609, Sobre el
alma 1611, Sobre el cielo y el mundo 1617; no comentó la Metafísica,
probablemente porque sabía que era muy difícil competir con las Disputaciones
metafísicas de Suárez publicadas en 1597.
¿Por qué fue tan famosa la lógica de Rubio? Quizás la clave de su éxito está en
sus cualidades pedagógicas: sin renunciar a la profundidad, los comentarios de
Rubio son claros y van a lo esencial, podando la lógica de excesivas sutilezas
nominalistas; por estas cualidades dichos comentarios prestaron un gran servicio,
tanto al profesor que no tenía que dictar, como al alumno que no tenía que copiar
al pie de la letra las explicaciones del profesor, método éste muy farragoso
seguido en la época. El propio Rubio, en el Prefacio de su obra apunta en este
sentido:
"Después de enseñar la filosofía de Aristóteles en el programa de 3 años y la
sagrada teología por 12 años continuos; después de obtener los grados de
Maestro y Doctor en ambas áreas de la muy floreciente Universidad Real de
México; y después de trabajar con todo mi empeño para servir y en algo adelantar
las letras durante 25 años (desde cuando fui llevado a estas costas mexicanas
como estudiante de la Universidad de Alcalá), se me ocurrió el proyecto de
volverme niño por así decirlo y volver a ocuparme de las materias que
ordinariamente son de iniciación, hasta tal punto que mis discípulos y mis amigos
mismos se extrañaron de que un hombre de madura edad, ocupado en estudios
más importantes y en otros asuntos de mayor utilidad al Estado, repitiera los
estudios filosóficos y quisiera envejecer en ellos.
En efecto, la razón misma que podría disuadirme de estos estudios menores fue la
que me motivó a aceptar la tarea. Yo personalmente he pensado siempre que
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nadie sin temeridad puede dar un paso hacia las ciencias divinas si no se ha
instruido juiciosamente en las humanas. Pero el único que podrá garantizar esto
como se merece es el que compare los temas teológicos con los filosóficos,
después de mucho tiempo de familiarizarse bien con la Suma Teológica de Santo
Tomás.
Hay otro motivo que me indujo a asumir esta carga que fue quizás el principal de
mis deseos: publicar unos comentarios a la Lógica y a toda la filosofía de
Aristóteles tan abundantes y completos y escritos con tal cuidado y precisión, que
prácticamente no haya nada de doctrina sólida y de erudición verdadera y
probada, que a estos nuestros comentarios no pueda pedirse. La ventaja de esto
tanto para profesores veteranos como para discípulos principiantes es que podrán
sacar de este almacén único los conocimientos no sólo esenciales sino útiles, sin
gran costo y cantidad de libros, evitando así el tedio de dictar y copiar, de escribir
y transcribir códices".
Cf. Antonio RUBIO: Comentara en Universam Aristotelis Dialecticam, Prefacio.
3.5 Alfonso Briceño (1590-1668)
Nació en Santiago de Chile de ilustre estirpe en 1590. En 1605 viajó a Lima para
seguir estudios en la famosa universidad de San Marcos, de la que fue catedrático
hacia 1636. Ingresó en la orden franciscana, en la que ocupó altos puestos
administrativos que le obligaron a recorrer todo el continente preocupado por la
evangelización de los indios. Viajó a Roma en 1637 para abogar ante Urbano VIII
por la canonización de (San) Francisco Solano. Aprovechó su estancia en Madrid
para publicar una obra en dos gruesos volúmenes titulada: Célebres controversias
al primer libro de las Sentencias de Juan Escoto, Doctor Sutil y fácilmente Príncipe
de los Teólogos, Madrid 1639 y 1642. Por la misma fue considerado un "segundo
Escoto". En tales circunstancias recibió el nombramiento de obispo de Nicaragua
en 1644 y posteriormente de Caracas en 1659. Los últimos años de su larga vida
los pasó en Venezuela, en cuya capital murió en 1668.
Aunque las Célebres Controversias es formalmente un texto de teología, las
"Disertaciones Metafísicas" insertas en la obra conforman, como lo afirma García
Bacca, "un curso completo de metafísica", para cuyo fácil manejo compuso
además un minucioso "índice" temático. Briceño fue un convencido y aguerrido
escotista, doctrina que defiende versus las otras corrientes escolásticas, la tomista
y la suareciana. Lógicamente, se muestra más cercano al Doctor Eximio que al
Angélico.
Defiende Briceño con el Doctor Sutil que entre esencia y existencia en los seres
creados no existe distinción real (contra la tesis tomista); pero tampoco distinción
de razón raciocinada (contra la tesis de Suárez); sino distinción formal ex natura
reí Otro controvertido punto es el de la individualización: frente a la escuela
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tomista que sostenía que la esencia humana es específica y se individualiza por
razón de la materia signata quantitate, sostiene Briceño que la singularidad
individual o Haeceitas es un atributo positivo que tiene cada ente por razón de su
propia esencia. Finalmente, defiende con Escoto la posibilidad de un conocimiento
intuitivo de la quiddidad o esencia de las cosas, mientras que según la escuela
tomista sólo es posible un conocimiento abstractivo de la misma.
En el Prefacio de su obra Briceño se autopresenta al Rey: "como el más
insignificante de vuestros teólogos indianos"; pero añade a continuación con
orgullo que es "el primero en el tiempo en escribir y editar" una obra en América.
En realidad, no fue la primera en el tiempo si se tiene en cuenta las de Alonso de
Veracruz y otros; pero sí es verdad que fue la primera de un indiano o criollo.
Sobre este aspecto arguye Pedro de Ortega Sotomayor, censor peruano de la
obra de Briceño y amigo suyo, con cierta ironía (quizás resentimiento) ante las
dificultades que los escritores americanos encontraban por parte de los censores
europeos:
"¿Qué cosa buena puede venir de las Indias, cuando se hallan en el “ocaso” del
sol y su luz es la última que da? Que de las Indias salga oro, plata, margaritas,
toda clase de tesoros, armadas enteras de ellos, todos lo conceden. Más, ¿quién
se atrevería a afirmar que de ellas provienen ingenios y doctores? Ya es mucho
que gentes criadas en tierras tales sean admitidas a la especie o esencia de
hombre. Me felicito, pues, de que hayamos sido los peruanos los primeros en ser
admitidos a tal especie, sin pretender que sólo vosotros los españoles seáis
hombres. Así que todos somos hombres de la misma naturaleza y condición,
aunque de otro orbe. Sirva como ejemplo nuestro Briceño a quien la naturaleza no
le negó elegancia de ingenio ni de genio. Reunió, por el contrario, en él todo lo que
puede conferir al hombre gloria verdadera. Así que, Briceño mío, lícito es y posible
subir al cielo desde cualquier ángulo de la tierra".
3.6 Juan Martínez de Ripalda (1642?-1707)
Nació en Olite, Navarra, hacia 1642 e ingresó en la Compañía de Jesús en 1659;
a los 20 años viajó al Nuevo Reino de Granada a estudiar filosofía y teología en la
Universidad Javeriana de Santafé de Bogotá. Fue catedrático en la misma
universidad entre 1678-1684 y se desempeñó también como rector del Colegio de
San Bartolomé y de la propia Javeriana. Elegido procurador de la provincia ante la
curia de Roma y de la Corte de Madrid, zarpó de Cartagena en 1698 en viaje sin
retomo. Murió en Madrid el 2 de diciembre de 1707.
En su ida a Europa llevó consigo los apuntes de las clases de filosofía y teología,
que años atrás había dictado a sus alumnos de la Javeriana. Con ellos compuso y
publicó su principal obra: Del uso y del abuso de la doctrina del divino Tomás, que
vio la luz en Lieja en 1704. Es la única obra de un catedrático neogranadino que
mereció los honores de la publicación en Europa, ya que en el Nuevo Reino no
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existía imprenta, razón por la cual más de 200 manuscritos filosófico-teológicos
yacen empolvados en nuestros archivos. El título de la obra lo dice todo: se
esfuerza en ella por probar que en la Javeriana se explica tomismo del bueno y
que eran, en cambio, los dominicos de la Tomista quienes en algunos puntos se
habían separado de la doctrina de Santo Tomás. Tal intención apologética estaba
motivada en que como procurador tenía la misión de defender a la Javeriana de
los ataques de los dominicos en el largo pleito entre las dos universidades
santafereñas en busca de privilegios pontificios y reales.
La obra consta de una disertación previa y dos partes. En la "Disertación" trata de
los principios de la intelección humana o teoría del conocimiento. En la primera
parte, a lo largo de 608 páginas, expone la doctrina del ente, la distinción entre
esencia y existencia, la unidad del ser, los universales y el principio de
individuación y finalmente la doctrina de los predicamentos. En la segunda, que
consta de 258 páginas, trata de temas teológicos como la cuestión de auxilis y el
misterio de la Santísima Trinidad.
Dos puntos son destacables, por su originalidad, en esta obra escrita en latín
elegante: el primero es la defensa que hace de las especies inteligibles o
conceptos objetivos como mediaciones en los que conocemos las cosas.
En efecto, frente a la doctrina tradicional tomista que afirma que nuestros
conceptos son "medium-quo", o aquello "con-lo-que" conocemos. Ripalda sostiene
que los conceptos son aquello "en-lo-que" conocemos es decir "medium-in-quo".
Si ello así, el objeto primario y formal del conocimiento humano sería lo
representado en nuestros conceptos, en tanto que representado; y sólo después
en forma indirecta la cosa real existente por fuera del alma (extra animam). Esta
doctrina evidentemente se aproxima a la tesis cartesiana del ego cogito, ergo sum
o realismo mediato, según el cual la existencia se deduce de las ideas claras y
distintas.
Otro aspecto original en el pensamiento de Ripalda, es la respuesta que da a la
cuestión ardorosamente debatida en la época: ¿cómo concurre Dios a las
acciones libres de las criaturas? Como es sabido, en respuesta a tal cuestión se
enfrentaron durante el siglo XVI dos escuelas, encabezadas por Domingo Báñez
(1528-1604) y Luís de Molina (1535-1600). El bañecianismo, seguido por los
dominicos, sin negar la libertad del hombre, trataba de salvar a toda costa el
dominio absoluto de Dios sobre las criaturas y sostenía, por ende, la necesidad de
un concurso físico previo y predeterminante a las acciones libres o praemotio
physica. El molinismo, seguido por los jesuitas, partía del hecho de la libertad
humana y trataba de armonizarla con el dominio de Dios mediante un concurso
simultáneo, apoyado por la ciencia media de los futuribles. Estos dos puntos de
vista fueron defendidos y rebatidos por una u otra escuela con gran ardor en los
siglos XVI y XVII.
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Pues bien, Ripalda tiene la osadía, siendo jesuita, de apartarse de la doctrina de
Molina, cogiendo una vía media entre la premoción física y el concurso
simultáneo. En efecto, Ripalda parece ser el primero entre los jesuitas en defender
la necesidad de una praemotio indifferens o moción previa indiferente por parte de
Dios a las acciones libres de las criaturas. Tal doctrina la atribuye Ripalda a San
Agustín y Santo Tomás, a los cardenales Toledo, Balarmino y Pallavicino y a los
teólogos Juan Azar, Gregorio de Valencia y Silvestre Mauro. En realidad, no
representaba el punto de vista tomista, sirviendo de pretexto su doctrina para la
acusación por parte del procurador de los dominicos, Fray Jacinto Antonio de
Buenaventura, de que la Javeriana se apartaba de la doctrina de Santo Tomás.
Por su importancia, traducimos un párrafo en el que Ripalda expone la teoría del
médium in quo o teoría del espejo: " Los objetos o cosas que inmediatamente
conocemos no son las cosas existentes fuera del alma (extra animam), sino tan
sólo las existentes en el entendimiento gracias al verbo que él mismo se forma
mediante la especie inteligible, para poder entender la cosa que queda por fuera
(rem extra). Mostremos nuestra conclusión valiéndonos de un ejemplo. A mi
espalda tengo a Pedro y por tal razón no puedo verlo en forma inmediata y en sí
mismo; pero mando poner un espejo ante mis ojos a una distancia adecuada y en
oposición a Pedro. Entonces, como consta por la experiencia cotidiana, se forma
en el espejo una imagen en la que (in qua) veo a Pedro. Pues bien, Pedro tal
como existe a mis espaldas, existe natural y realmente, por su propia naturaleza,
pero Pedro en cuanto visto por mí no existe según su ser natural, sino según su
ser objetivo o, como suele decirse, intencional, porque sólo existe en imagen o
especie, como cualidad intencional expresa de Pedro.
Siendo ello así, bastan pocas palabras para dar a entender nuestra conclusión.
Todas las cosas materiales, extensas por propia naturaleza, están como a
espaldas de nuestra alma, que es espiritual e inmaterial. Ciertamente, ninguna
cosa material por su naturaleza singular puede aproximarse y unirse al
entendimiento espiritual; en conclusión, para poder percibir y aprehender las cosas
que inmediatamente y en sí no puede inteligir, se necesita formar imágenes o
semejanzas de las mismas, como espejos en los que entienda las cosas y a
dichos espejos se los llama comúnmente conceptos o especies expresas. Así,
formando el concepto de hombre (verbum hominis), se conoce al hombre y por el
concepto de piedra, se conoce a la piedra. Por ende, el concepto objetivo de
hombre o el "objeto-hombre" que inmediatamente entiende el alma, no es el
hombre existente fuera del entendimiento, sino únicamente el verbo o concepto
que el entendimiento se ha formado del hombre. Esta sentencia pienso que es y
siempre fue la doctrina de Aristóteles y del Doctor Angélico".
J. M. de RIPALDA: De usu et abusu Doctrinae Divi Thomae. Dissertatio Praevia,
q. I, 1. IV.
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4. A modo de conclusión
No es fácil, aun en nuestros días, ser justos con una etapa tan importante de
nuestra historia como lo fue la época colonial.
En el siglo XIX, al constituirse y consolidarse la vida independiente de las nuevas
repúblicas, la actitud hacia la colonia fue bipolar y contradictoria. Por una parte, la
historiografía liberal de tipo rupturista la presentó como una especie de "edad
media" que significó oscuridad, dogmatismo religioso, ausencia de espíritu
científico e incapacidad para el progreso propios de la modernidad. A la anterior
interpretación se opuso, como reacción, la historiografía conservadora que
representa una actitud apologética y de encomio hacia la obra llevada a cabo por
la madre España en el Nuevo Mundo, heroica y no sin virtualidad hacia el futuro.
Continuismo y rupturismo son enfoques superados por el tiempo. Para un
historiador de hoy no se trata de acusar o de defender según sus gustos
personales el sistema colonial; sino de comprenderlo en sí mismo, en su proceso
histórico real, tal como lo vivieron sus propios protagonistas, agentes o pacientes
del mismo y en sus implicaciones históricas hacia el futuro.
La escolástica colonial está aún por ser estudiada, aunque es de justicia reconocer
avances significativos en las investigaciones sobre la misma. Juan C. Torchia
Estrada propone los siguientes objetivos para tener en cuenta para futuros
estudios:

Comprender el proceso interno de nuestra escolástica, como corriente
filosófica, en sí y en sus relaciones, tanto con el movimiento europeo del que
era una extensión, como la filosofía moderna.

Verla como la expresión de una concepción del mundo que se prolongó en
América y examinar sus vicisitudes hasta que fue reemplazada. Desmontar los
mecanismos de la crítica que se le dirigió y apreciar su naturaleza.

Observar las conexiones, de cualquier índole o signo, que se puedan distinguir
entre esta corriente y las ideas generales de la época en la sociedad colonial o
en la del primer tramo de la independencia.

Buscar relaciones, hasta donde las haya, entre esta corriente y el desarrollo
posterior de las ideas en la región, sea en lo filosófico en sentido estricto o en
la historia de las ideas en general.

El examen completo de cualquier momento del pensamiento filosófico
latinoamericano se da siempre en dos vertientes: su naturaleza y su valor
intrínseco como pensamiento por un lado, y su posible efecto sobre la
sociedad, por el otro (Torchia, pp. 177-178).
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