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ÓPERA
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PEQUEÑA HISTORIA DE LA ÓPERA (13)
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Aunque nadie discute la prevalencia de la ópera italiana en el siglo XIX, con los belcantistas y Verdi como figuras dominantes,
la ópera francesa tuvo un papel muy relevante dentro del impresionante panorama musical de la época, siendo París la
capital más cosmopolita y musical de entonces.
Georges Bizet (1838-1875)
A pesar de su corta vida y también corta producción musical, elevó a categoría de mito el personaje
de una novela corta de la de Merimé, Carmen (publicada en 1847), componiendo una obra
redonda como pocas y tan popular como las más populares de Verdi. Se estrenó en la Ópera
Cómica de París en 1875, unos meses antes de la muerte de su autor, con un éxito más bien
discreto, Con ella Bizet anticipa el verismo que va a llegar a Italia a finales del siglo. El éxito
explosivo de Carmen llegó años después de la muerte de su autor. Es un drama musical perfecto,
donde texto, sentimientos, música y fatalismo van al unísono, creando en el espectador la impresión
de estar ante una obra maestra en todos los sentidos. Baste un simple datos objetivo, Carmen
está siempre entre las cinco óperas que más se representan en el mundo.
El brillo de Carmen eclipsa cualquier cosa, incluso a Los pescadores de perlas (1863), la otra de
las óperas de Bizet que se representa con cierta regularidad. El dúo de tenor y barítono, dos
pescadores rivales y sin embargo amigos, es una página que se ha ganado un puesto entre lo
más sublime y delicado que se ha escrito. Quien no la recuerde, puede buscar un reclinatorio y, después, en youtube Au
fond du temple saint.
Giacomo Meyerbeer (1791-1864)
En el primer tercio del siglo XIX aparecen los primeros ejemplos de lo que va ser la gran ópera francesa. Ya en 1828 Rossini
estrena en París Moises y el faraón, que incluye grandes escenas y apunta el uso del ballet como un elemento más de estas
escenografías, tendencia que acentúa en su última ópera, Guillermo Tell. También el francés Daniel Auber (1782-1871), va
a tomar esta misma dirección en 1828 estrenando La muda de Portici, que algunos consideran la primera grand opera.
Pero va ser un alemán, afincado en París, quien va a elevar el género francés recién nacido de la grand opera a su máximo
exponente.
Meyerbeer, judío y berlinés, fue niño prodigio al estilo mozartiano pero sin padre explotador.
Pianista y compositor, se traslada a Italia de la mano de Antonio Salieri y allí estrena con éxito
su primera ópera en 1917. Unos años después, en 1825, marcha a la capital europea de la
ópera, París, donde residió hasta su muerte.
Impresionado por la música y las casi seis horas de ópera de Guillermo Tell, del factótum
Rossini, estrena en el Teatro de la Ópera de París Robert le diable (1831). Es una grand opera
francesa con todos sus atributos: cinco actos, una orquesta grandiosa, escenarios fastuosos,
coros espectaculares y números de ballet. Un lustro más tarde estrenó, también en París, su
obra maestra, Les huguenots, cuyo argumento finaliza con la matanza de San Bartolomé de
1572, en que fueron asesinados miles de calvinistas en una de las guerras de religión al uso
entre católicos y protestantes. El éxito fue apoteósico y enseguida se presentó en todos los
grandes teatros europeos. Hoy se representa muy raramente por el gran presupuesto que
requiere en orquesta, intérpretes y montaje.
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Su obra póstuma, que no llegó a terminar, es La africana (1865), nombre que suena en nuestro país por la zarzuela El dúo
de la Africana (1893), del murciano Fernández Caballero, que, al rebufo del éxito de Meyerbeer, trata de una modesta
compañía que pretende representar esta ópera. La africana, cuyo título bien podría haber sido Vasco de Gama pues de
este personaje trata, se estrenó en España en el Teatro Real de Madrid en 1865, unos meses después de su premier en
París. El crítico musical Peña y Goñi, gran experto taurino por otra parte, escribió tras este estreno que La Africana es «un
monumento artístico y musical que lleva en sus menores detalles la huella indeleble de un genio maravilloso».
Charles Gounod (1818-1893)
De familia de artistas, decidió seguir los pasos der su madre a pesar de
que ésta, que era pianista, se oponía a que estudiara música y quería
que se hiciera abogado. Tras su paso por el Conservatorio de París, una
beca para estar tres años en Italia estudiando música y otro año más en
cualquier otro país le permitió completar su formación. Persona de una
gran religiosidad hasta su muerte, a punto estuvo en Roma de hacerse
sacerdote.
De vuelta a París compuso y estrenó varias óperas con tan poco éxito que
cuando en 1859 estrenó Faust, también en París, pasó tan desapercibida
como las anteriores a pesar de ser una grand opera. Sólo diez años más
tarde, después de haber triunfado en los teatros europeos, se reconoció
su mérito y pasó a ser la ópera más representada durante décadas en el
mismo teatro parisino y con el mismo público que la había despreciado. Justa recompensa para una obra con una música
impresionante. Basada en el Fausto de Goethe, está centrada en uno de sus personajes por lo que el Alemania esta ópera
se representa con el nombre de Margarite, la protagonista y víctima de Fausto.
Una segunda ópera muy interesante de Gounod es Romeo et Juliette (1867) basada en la tragedia de Shakespeare y que
comienza con un magnífico coro que narra la historia que precede al drama de capuletos y montescos.
El Ave María de Gounod es famosa con razón, pero lo que suele ignorarse es que Gounod es también el autor de la Marcha
fúnebre para una marioneta, archiconocida porque fue la sintonía de la serie norteamericana de TV Alfred Hitchcock
presenta.
Hector Berlioz (1803-1869)
Su padre quería que fuera médico, así que le mandó a París para estudiar esa disciplina. Cuando se enteró de que a su
hijo le iban más los ambientes musicales que los sanitarios, le cortó el suministro y el bueno de Hector lo pasó regular,
tirando a mal. Consiguió la misma beca que Gounod, un alivio para sus finanzas. Sus primeras composiciones fueron
orquestales, con obras como la Sinfonía Fantástica
(1830), y poco a poco se fue introduciendo en el mundo
de la ópera, de las que nos ha dejado Benvenuto Cellini
(1838), resultado de su aprendizaje italiano, y La condenación de Fausto (1846), un híbrido de ópera y sinfonía
también sobre el Fausto de Goethe, con numerosas modificaciones hechas por el propio Berlioz. Este doble carácter sinfónico y de ópera hace que frecuentemente se
interpreten varias de sus partes en versión puramente
orquestal.
Pero la ópera de su vida es Les troyens, Los troyanos,
basada en La Eneida de Virgilio. Decir basada es quedarse corto porque lo que Berlioz se propuso fue escribir en música La Eneida completa. Con este planteamiento ni qué decir tiene que Les troyens es una grand opera, de la que Berlioz sólo consiguió estrenar en vida los dos
primeros actos. La primera representación completa, las cuatro horas que duran sus cinco actos, no tuvo lugar hasta 1890.
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En las imágenes: 1.- El joven Bizet. 2.- Meyerbeer. 3.- El Fausto, de Gounod. 4.- Berlioz dirigiendo un concierto en 1845.