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REPORTAJE
Norman Briski
TEXTO GUILLERMO CHULAK
FOTOS IGNACIO SÁNCHEZ
s uno de los actores más
grandes del país. En 1968,
con La Fiaca, de Ricardo
Talesnik, dirigido por Carlos Gorostiza, le llega el estrellato y, casi al mismo
tiempo, decide tomar rumbo político
al formar en 1971 el grupo Octubre
con actuaciones que, por el contexto,
se tornaron “riesgosas”. Norman Briski y su grupo iban a las villas y teatralizaban algún hecho vecinal como la
falta de un semáforo, el reclamo ante
un burócrata municipal o el rechazo
de un pedido de asistencia social o
médica. Hacia fines de 1973, el actor
ya formaba parte de las listas de la
Triple A y debió irse del país.
Durante sus diez años de exilio por
Latinoamérica, Francia, España y Estados Unidos siguió haciendo cine y
teatro. Con el fin de la dictadura y su
regreso al país, creó la escuela de teatro independiente Calibán, una sala
que data de 1985. Allí da clases y
también pone en escena algunas de
las obras que dirige; con otras, en
cambio, prefiere que el escenario sean talleres, fábricas recuperadas o un
barrio, lugares que inspiran muchos
de sus guiones. Un postulado filosófico que gira en El barro se subleva, la
última obra que escribió y dirige.
“Novela con obra de teatro que son
parte del mismo coágulo. La decepción y
el escepticismo del que queda solitario,
que trabajó afanosamente, titánicamente para agrupar por una causa común:
‘La revolución’, sin ejercer el poder como arma para conseguir ese propósito.
Mi sujeto, desilusionado por la subjetividad mercantil de las buenas intenciones
o el progresismo, será acusado de inocente, boludo, trosko y anarco. Sea ésta
la mejor definición del hombre que estoy
buscando y si lo busco es porque ni está
solo ni lo estoy yo porque me están leyendo. Sin apuros, el encuentro está
configurado”, escribió el autor para la
contratapa del libro que contiene este texto en su primera novela Nagasaki de memoria (editorial Dunken).
En torno de una mesa ubicada en el
medio del escenario comienza la entrevista con Tercer Sector.
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“El desafío para
cada persona
es encontrar
su propio lugar
de ayuda”
Consagrado como actor, director y maestro
de teatro, asegura que la rebeldía comienza
por los vecinos. Por eso, elige el barrio y la
fábrica como escenarios para modificar
subjetividades y producir solidaridad.
–¿En la solidaridad se puede encontrar realmente al hombre?
–Sí, claro, por supuesto. A mí me
gustan los sujetos que se sublevan por
las causas de su barrio. Ahí es donde
aparece la rebeldía, insurrección. Son
actos espontáneos y hermosos sin ser
regidos por algún partido político ni
miembros, dirigentes, conducciones,
sino que hay una revuelta popular
desde la misma gente. Viví durante
mi exilio en España y ahí quedé fascinado por el cante jondo, el más genuino cante flamenco andaluz. Tengo admiración total por ese estilo que
conocí en algunos tugurios. Me parece un grito a caballo, muy fuerte. Y
toda esa cultura, por ejemplo, está dirigida a lo social. Creo que el desafío
para cada persona es encontrar su
propio lugar de ayuda.
–Esta obra y la novela, ¿apuntan
hacia ese sentido?
–Siempre me gusta que el espectador
descubra que hay cosas que se están
pensando que tienen otro carácter.
Peter Brook, figura imprescindible
dentro del teatro del siglo XX, también apuntaba a lograr otra forma de
reflexión del espectador. Decía que el
teatro debe estar en constante revolución y que en el teatro contemporáneo la tosquedad está más viva y lo
agradable está casi muerto. Para mí,
el teatro tiene valor si es en el barrio.
Estoy seguro que es así. Porque el
otro es un ritual muerto: pagar una
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de la vida, del vivir. Trabajo para que
nos vean y entiendan; para hacer
pensar desde un lugar de exposición
equilibrado. No me interesa el escenario si no tengo algo interesante para mostrar.
Un buscador
A los 73 años, Briski está más activo
que nunca: el año pasado, junto al
actor norteamericano John Cusack y
Al Pacino, participaron de Dictablanda, película de Alejandro Agresti. Además, sigue adelante con las
grabaciones para Babylon, unitario
que fue ganador de los concursos del
Instituto Nacional de Cine y Artes
Audiovisuales (Incaa), que se emite
los domingos a las 22 en la pantalla
de Canal 9 protagonizado por él, Federico Olivera, Luis Luque y Martina Guzmán. “No me doy cuenta de
todo lo que hago porque soy muy activo, pero hago más cosas todavía que no
se saben, como El ojo del río, una obra
sobre el Delta del Tigre hecha con vecinos isleños devenidos en artistas. Además fundé en el Tigre el grupo de Teatro Popular Arroyo Felicaria. También
doy muchas clases de actuación por semana y estoy tratando de hacer una
película con muñequería y actores, un
producto muy local que lo haría en mi
propio hogar. Se va a llamar Marena”,
anticipa.
–¿Cuál es su motor?
entrada, sentarse en una butaca y sólo entretenerse, es teatro muerto. Eso
no moviliza, ahí no pasa nada. En
2008 con Eduardo Tato Pavlovsky
hicimos Sólo brumas, que hablaba de
los 25 chicos que morían por día en
la Argentina en esa época. El teatro
comercial es lo muerto, el de la calle
Corrientes, que es para entretenerse
un rato pero que no cambia nada. Escribí esta novela porque fui invitado
a Japón al aniversario de la bomba
atómica y es una crítica al rol del intelectual frente a la realidad. Por
suerte, conservo esta cosa liberal de
no sentirme un intelectual; entonces,
puedo referirme a los intelectuales
como si yo no lo fuese. Claro que esto es complejo y contradictorio, pues
tengo mis dudas respecto de mi propio lugar en este momento en la Argentina, donde no encuentro un pensamiento afín. El barro se subleva tiene la intención de contar una historia de aquellos que piensan que existe
un cambio social revolucionario.
–¿Cómo se llega a ese cambio?
–En El barro… Eduardo Misch, el actor que asume el rol del personaje,
tiene muchas situaciones en donde
no puede decir lo que está pensando
y al mismo tiempo es simpático, querible y no es tímido, o sea, no está no
hablando porque tiene vergüenza o
miedo, sino que no está diciendo
porque hace poesía cuando habla.
Entonces, está buscando una estética
–Tal vez mi estado físico se lo deba a
mis incursiones como mimo en Córdoba y Brasil. En Buenos Aires estudié danza y fui bailarín solista del Teatro Colón y del Argentino de La
Plata (ríe). Ahora, en el pensamiento literario y teatral me inspiran Pavlovsky, Beckett. En teatro juego en
el campo de la experimentación, pero realmente más me motiva moverme en el campo solidario, aunque
también la experimentación puede
ser solidaria porque muchas veces lo
hacés para que la gente reflexione y
hacer pensar a la gente también es
un acto solidario. Eso se parece más a
mi búsqueda que es lo que configuro
de la solidaridad y donde el teatro o
la presencia de uno puede ayudar a
reivindicar ciertas luchas y por eso
siempre estoy en contacto con fábri-
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REPORTAJE
viene la invención: que los gatos hablan,
que la Policía usa zancos, ¡qué se yo! (se
ríe). Fue muy divertida. Siempre, igual,
queremos cuidar la potencia que tiene esa
gente en querer cambiar su situación de
dependencia; en general también voy a
que sean solidarios conmigo y el teatro
siempre tiene mucho que hacer ahí, porque también ayuda a emancipar.
–En ese aspecto, ¿qué significa Calibán
para usted?
–Por momentos es el lugar de la libertad,
el no-sistema, el lugar en el que todos
soñamos estar alguna vez, pero con cierta indisposición porque por momentos
no estoy feliz con que éste sea mi sitio.
Acá uno se puede intoxicar porque nada
que sea la gota dentro de la gota te deja
ver demasiado, siempre hay que tener
cuidado, ¿no? De todas maneras, es en el
lugar en donde puedo jugar como queremos nosotros. Acá se paga entrada, pero
no es rentable, nunca lo fue, sino que se
busca la manera en que se sostenga la
experiencia. En cambio, en el teatro que
hago, el comunitativo, hay una idea solidaria de lucha de la gente que labura.
–¿Ve una Argentina más solidaria?
–Ni hablar, claro que sí, pero el mundo
solidario es el más desconocido porque
la televisión pareciera que no quisiera
“Para mí, el teatro tiene valor si es en el barrio. Porque acercarse a donde pasan estas cosas amoel otro es un ritual muerto: pagar una entrada, sentarse rosas y afectivas. Se rajan de ahí y agarran a uno que salvó a un perro o gato.
en una butaca y sólo entretenerse es teatro muerto.”
Hay muchas personas insertadas en la
sociedad ayudando solidariamente como
la gran cantidad de comedores que hay o
cas tomadas, como pasó hace poco que estuve en el Instila Red Solidaria y demás, pero nosotros nunca pudimos
tuto Nacional de Tecnología Industrial (Inti) donde me
coordinar una cooperación. Todavía no se dio porque
acerqué para debatir con los trabajadores que hace casi
por suerte no hay el auge que se vivió en el 2001 o cuanseis meses se encuentran manteniendo una medida de
do fue la época del peronismo de base, Montoneros, etc.
fuerza por los recortes salariales sufridos. O como el año
Ahí se hacían articulaciones en las bases solidarias que
pasado también cuando apoyé a los trabajadores de Zaya tenían un carácter organizado. Eso se perdió, son
non junto al Frente de Izquierda de Neuquén.
treinta mil muertos de gente que era solidaria, además.
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–Y el teatro ayuda…
–¿Este Gobierno es solidario?
–Sí, seguro. Siempre me tiro un lance a ver si quieren al
teatro para sus luchas. Como cuando nos enteramos que a
la imprenta Patricios (Cooperativa Gráfica Patricios) la
tomaron los trabajadores. Nos acercamos y vi que sería lindo hacer una obra con esa historia. De hecho, la hicimos y
se llamó Maquinando. Vamos a la fábrica, nos presentamos y decimos que queremos contar lo que ellos hicieron.
Hacemos un relevamiento que dura un año, donde van los
propios actores, hacen entrevistas y después ellos seleccionan el personaje con el que se identifican. A partir de ahí
–No, no, para nada. Cristina necesita la propaganda de la
solidaridad, pero yo no los siento cerca de la gente. Yo
voy a las bases. No se puede curar un enfermo o una persona que está mal si no se le tiene cariño y el poder está
lejos de la caricia (mientras dice esto simula acariciarse el
brazo). Igualmente, sé que es dificilísimo gobernar.
–¿Qué tipo de gobierno le gustaría?
–No lo sé, yo no tengo la solución ni la sé. Hay que juntarnos
en asambleas y conversar qué sería lo mejor para este país.