Download 09. Cangas - centro de psicología clínica psicoolivencia
Document related concepts
Transcript
Variables Sociales y de Personalidad implicadas en la Etiología de las Alucinaciones Auditivas Adolfo J. Cangas*1 , José M. García-Montes*, Manuel López de Lemus** and Juan J. Olivencia*** *Universidad de Almería. **Hospital Torrecárdenas, Almería. ***Universidad de Huelva. Fuente (artículo original): Cangas, A.J., García-Montes,J.M., López de Lemus, M. y Olivencia, J.J. (2003). Social and Personality variables related to the origin of auditory hallucinations. International Journal of Psychology and Psychological Therapy, 3, 195-208. [se puede obtener el texto en ingles en www.ual.es/personal/ajcangas]. RESUMEN Las alucinaciones representan hoy en día uno de los síntomas más llamativos y relevantes de la Psicopatología. Así, aunque principalmente se asocia a los trastornos psicóticos, también están presentes en una gama importante de alteraciones psiquiátricas (trastornos del estado de ánimo, estrés postraumático, demencias, toxicomanías, etc.). En el presente trabajo se destaca que los aspectos sociales y de personalidad son fundamentales a la hora de entender este fenómeno. Gran parte de los estudios llevados a cabo en los últimos años han incidido más en los aspectos biológicos y cognitivos subyacentes a este fenómeno. Sin embargo, también es relevante entender la situación social en la que se encuentran estos individuos, el contexto sociocultural en el que se mueven y los diferentes estilos de personalidad que son los que determinan, en gran medida, la función que las alucinaciones cobran en la vida de estos pacientes. El presente análisis se centra fundamente en las voces auditivas presentes habitualmente en la esquizofrenia. INTRODUCCIÓN Las alucinaciones representan hoy en día un fenómeno importante en la Psicopatología, no ya sólo por su vinculación con trastornos severos, como la esquizofrenia, sino también por lo espectacular que a veces resulta este tipo de comportamientos. Ahora bien, este tipo de experiencias no se presentan únicamente asociadas a diversas patologías sino también pueden mostrarlas personas sin ningún tipo de diagnóstico psicopatológico (Barret y Etheridge, 1992; van Os, Hanssen, Bijl y Ravelli, 1 Este trabajo ha sido subvencionado en parte por un proyecto de investigación concedido por el Ministerio de Ciencia y Tecnología al primer autor (Ref. BSO2002-03511). E-mail:[email protected] 2 CANGAS, GARCÍA, LÓPEZ DE LEMUS Y OLIVENCIA 2000; Ohayon, 2000; Poey y Losh, 1983; Strauss, 1969). De hecho, en la actualidad cabe plantear que existe un continuo entre normalidad y psicopatología en este tipo de experiencias. No obstante, esto no significa que sean equiparables, por ejemplo, las consecuencias o repercusión que tengan para los individuos. Así, desde luego, suelen ser mucho más estresantes cuando se asocian a trastornos psicopatológicos (Leudar, 2001). De este modo, aunque fenomenológicamente el comportamiento que muestra el sujeto pueda ser igual, la función o consecuencias del mismo es distinto y este es un elemento esencial a tener en cuenta. De igual modo, hay que tener presente que muchos de los estudios realizados se basan únicamente en la evaluación de los individuos a través de un cuestionario o una entrevista que puede estar sobrevalorando estas experiencias, entre otros motivos, al no tener el mismo significado los mismos ítems para diferentes sujetos. Así, preguntas como: <<Me he sentido preocupado al haber escuchado voces en mi cabeza; veo sombras y formas cuando no hay nada presente; cuando me miro en el espejo, me veo distinto>>, etc. puede que las estén entendiendo de un modo muy distinto una persona, pongamos por caso, con un trastorno esquizofrénico de una persona sin ningún trastorno psicológico, aunque ambas respondan que han experimentado este tipo de experiencias (en el primer caso, la persona con un trastorno psicótico, probablemente esté haciendo referencia más a verdaderas alucinaciones mientras que, en el segundo, podría tener que ver más con algún tipo de ilusión). En resumen, no cabe plantear que este tipo de experiencia sea la misma en distintas personas. De hecho, la intensidad, contenido, frecuencia, etc. de las alucinaciones puede ser muy diferentes en personas con un mismo diagnóstico (Slade y Bentall, 1988) y, por tanto, aún cabría plantear mayores distancias en personas con distintos trastornos (y también entre las que tienen ausencia de ellos). En cualquier caso, estudiar las alucinaciones en personas sin trastornos mentales puede ser una manera muy fructífera de abordar este tema sin tener que recurrir únicamente a la población clínica (Verdoux y van Os, 2002). De igual modo, investigar las alucinaciones en los trastornos afectivos nos puede proporcionar gran información sobre las alucinaciones de los trastornos psicóticos (de hecho, los pacientes con trastornos en el estado de ánimo deberían servir en muchas investigaciones de grupo control para la esquizofrenia ya que entre ellos comparten muchas características comunes). Antes de empezar a analizar qué variables están implicadas en este tipo de comportamientos, vamos a comentar brevemente qué se entiende por alucinación. Desde luego, el origen etimológico del término es algo confuso (Leudar y Thomas, 2000; Luque y Villagrán, 2000; Sarbin and Juhasz, 1967; Slade y Bentall, 1988). Alucinación puede provenir del verbo griego alluso, que hacía referencia a tener el espíritu extraviado . También podría tener relación con el término ad lucem (lucir de cerca, reflejando la proximidad de la alucinación a la iluminación). Corominas (1973) indica que proviene de allucinor, allucinaris, que habría sido empleado por primera vez por Cicerón en el sentido de errar, engañarse, equivocarse, en definitiva desviarse del recto camino de la razón. En lo que sí parece haber más consenso es que el autor que le dio el significado actual para la psiquiatría fue Esquirol en el siglo XIX, para quien << Un hombre que tiene la convicción íntima de una sensación percibida actualmente, cuando ningún objeto exterior excita esta sensación en los sentidos, está en un estado de © Intern. Jour. Psych. Psychol. Ther. SOCIAL AND PERSONALITY VARIABLES RELATED TO HALLUCINATIONS 3 alucinación, es un visionario>> (Esquirol, 1817). En la misma dirección, la definición que más ha influido de este fenómeno, que aún perdura hasta nuestros tiempos, es la expresada por Ball al considerar que las alucinaciones son <<percepciones sin objeto>>. Esta es la acepción que mantiene, por ejemplo, el DSM al considerar que son una <<percepción sensorial que tiene el convincente sentido de la realidad de una percepción real pero que ocurre sin estimulación externa del órgano sensorial implicado>> (APA; 2000, pag. 914). Esta definición enfatiza fundamentalmente dos cuestiones. Por un lado, que las alucinaciones ocurren en ausencia de un estimulo apropiado (lo que las diferenciaría de la ilusión) y, por otro, tienen la intensidad de una percepción real. Igualmente, se podría añadir una tercera característica como es el hecho de que estas experiencias habitualmente no se pueden controlar voluntariamente (Slade y Bentall, 1988). Ahora bien, también cabe plantear que las alucinaciones no tengan tanto que ver con alguna alteración en la percepción o algún déficit en algún órgano sensorial, sino más bien con una «convicción íntima» sobre la realidad de un objeto, sería más una falsa creencia, apreciación o juicio de la realidad. Este enfoque tendría ya sus seguidores en el inicio de la tradición psiquiátrica de las alucinaciones y contaría con dos argumentos principales a su favor. El primero sería la relación existente entre alucinaciones, delirios y estado anímico; así, habitualmente en la práctica clínica se observa que estos fenómenos están muy relacionados y, de hecho, cuando se mejora uno provoca habitualmente una disminución importante en los demás aspectos (Husting y Hafner, 1990; Weiss y Weiss, 1998). También en psicopatología, las alucinaciones, en muchos casos, forman parte de un delirio más elaborado. Por otra parte, estaría el hecho de que las alucinaciones no se pueden desgajar del contexto o circunstancias particulares en las que se encuentra la persona (García y Pérez, 2003). Y, en este sentido, sobre todo en casos psicopatológicos, cuando un individuo manifiesta alguna alucinación fácilmente estarán alterados varios niveles en su vida. Por tanto, cobra más relevancia una visión molar de la persona (donde el intelecto es una parte fundamental) y tendría menos valor centrarse en una postura más molecular, como es considerar que las alucinaciones simplemente suponen un funcionamiento anómalo de la percepción. Esta segunda acepción, si acaso, tendría más valor para las alucinaciones «elementales», como las que se producen en los cuadros tóxicos o neurológicos, pero no tanto en el resto de trastornos psicológicos. LAS ALUCINACIONES EN PSICOPATOLOGÍA A pesar de ser importantes las alucinaciones en el diagnóstico psiquiátrico de diversos síndromes, esto no significa que sean protosognosias de ninguna alteración (es decir, específicas de algún trastorno). Quizá el desorden más conocido -o en el que más se ha incidido- sea la esquizofrenia, pero las alucinaciones también pueden ocurrir en otras alteraciones como las demencias, intoxicaciones, trastornos afectivos, estrés postraumático, trastornos de personalidad, etc. (Altman, Collins y Mundy, 1997; Dhossche, Ferdinand, van der Ende, Hofstra y Verhulst, 2002; Romme y Escher,1996; Ohayon, © Intern. Jour. Psych. Psychol. Ther. 4 CANGAS, GARCÍA, LÓPEZ DE LEMUS Y OLIVENCIA 2000; Tien, 1991) Sin embargo, también es cierto que su forma de manifestarse en los distintos cuadros clínicos es diferente. Así, por ejemplo, las alucinaciones producidas por el abuso o la abstinencia a diferentes sustancias suelen ser más bien de tipo visual generalmente de diversos animales con diversos contenidos atemorizantes-. Sin embargo, en la esquizofrenia o en los trastornos del estado de ánimo (como la depresión) suele tener un contenido auditivo. En las alteraciones afectivas el modo de darse suele ser acorde precisamente con el estado anímico (así en la depresión suelen mostrar un contenido culpabilizante, castigador); sin embargo, en la esquizofrenia aunque estas voces también pueden estar presentes (en la medida en que la esquizofrenia y la depresión compartan características parecidas más semejante puede ser esta experiencia) también las hay que ordenan, tiene un carácter místico, delirante, etc. Además, es más frecuente que en la esquizofrenia sean voces en tercera persona, es decir, «voces que dialogan entre sí» más que en segunda persona. En relación con la esquizofrenia, las alucinaciones hoy en día constituyen un criterio fundamental para el diagnóstico de esta entidad. Tanto es así, que determinado tipo de alucinaciones (relacionadas con las que Kurt Schneider denominaba de primer rango) son fundamentales para diagnosticar este tipo de trastornos. Ahora bien, esta relevancia actual en los trastornos psicóticos no siempre ha sido la misma. A inicios de este siglo las alucinaciones eran más síntomas secundarios en la esquizofrenia, siendo más importante en esta alteración otros aspectos como la ambivalencia, alteraciones en la afectividad, alteraciones en la asociación (pensamiento) y autismo (repliegue sobre uno mismo) (Bleuler, 1911). Sería en las últimas décadas cuando cobrarían una relevancia mayor en esta entidad. Y esto fundamentalmente por dos motivos. El primero por la necesidad de utilizar un diagnóstico psicopatológico fiable y, en este sentido, este tipo de comportamientos es bastante fácil de identificar y además es llamativo. En segundo lugar, por la efectividad de la medicación antipsicótica al reducir o eliminar este tipo de síntomas. De ahí, que al existir un tipo de fármacos que incide sobre este comportamiento, se haya facilitado que se consolide en los sistemas diagnósticos actuales. ORIGEN DE LAS ALUCINACIONES AUDITIVAS Como ya hemos apuntado, aunque fenomenológicamente en diversos trastornos aparezca este tipo de experiencias, la forma y el significado que tienen puede cambiar de una alteración a otra, otorgándole por tanto una semántica distinta. Lo mismo ocurre con las alucinaciones en personas sin trastornos mentales. A través de múltiples procedimientos, como la hipnosis, aislamiento social, ambigüedad social, instrucciones, etc. se puede conseguir que una persona muestre un comportamiento equivalente a la persona que presenta alucinaciones. Sin embargo, aunque en apariencia la experiencia sea similar (diga que oye, ve, siente, etc. algún estímulo que no existe) las consecuencias que se derivan de ello pueden ser muy distintas. Por poner © Intern. Jour. Psych. Psychol. Ther. SOCIAL AND PERSONALITY VARIABLES RELATED TO HALLUCINATIONS 5 un ejemplo, las voces que puede oír un esquizofrénico van a tener una repercusión mu importante en la vida de esa persona (le van a suponer sensaciones de miedo, tensión estrés, etc., además, de un modo recurrente). Sin embargo, en una persona que baj hipnosis se le pide que oiga algo que no existe, primero la experiencia se circunscribir a ese contexto (fuera de la hipnosis, esa persona no va a seguir «oyendo» esas voce -a no ser que se lo pidiera expresamente el hipnotizador-) pero, sobre todo, no van tener la misma repercusión emocional. La persona hipnotizada -a no ser que teng previamente un trastorno psicopatológico- cuando finaliza esa práctica va a continua teniendo una vida «normal» (como antes de la hipnosis); sin embargo, la person trastornada seguirá siendo presa de sus dificultades (acrecentadas o no por las alucina ciones). Con esto queremos decir que, en sí, la experiencia alucinatoria no significa nad si la excluimos del contexto y de la persona que la experimenta. Hay que tomar po tanto en consideración diversas variables sociales y de personalidad en el individuo qu son las que favorecen o inician este tipo de experiencias (Figura 1). En primer lugar, hay que tener en cuenta que las alucinaciones están muy mar cadas por el contexto cultural donde se producen. Por ejemplo, en la Edad Media la alucinaciones estaban más relacionadas con visiones -que podían estar perfectament adaptados a las normas culturales de ese período, como ocurría en los casos de la experiencias místicas-. Además, la mayoría de ellas no estaban relacionados con alte raciones psicopatológicas (Kroll y Bacrach, 1982; Sarbin y Juhasz, 1967). Sin embargo hoy en día estas experiencias están básicamente asociadas a entidades psicopatológicas De igual modo, hoy predominan las alucinaciones auditivas en forma de voces qu estarían ligadas precisamente a los problemas de interacción social que habitualment muestran estos individuos (Rojcewicz y Rojcewicz, 1997). La cultura, en este sentido, puede afectar a múltiples niveles en este tipo d experiencias. Por ejemplo, determinando el tipo de experiencia que se produzcan, la atribuciones que realicen los sujetos sobre el origen de las mismas e incluso el trata miento que los individuos consideran adecuado. Así, por ejemplo, en la cultura occi dental es habitual que los pacientes relacionen las alucinaciones con algún tipo d lesión cerebral, al efecto del estrés, a alguna experiencia traumática infantil o simple mente consideren que es un síntoma de esquizofrenia. Sin embargo, en los países árabe es más habitual atribuirlas a alguna influencia demoníaca, a una ceremonia mágica simplementese trata de una simulación. De ahí también que las estrategias de afronta miento que usen estas personas, como las medidas terapéuticas que consideran relevan tes, sean distintas (mayor creencia en la eficacia de una intervención médica o psico lógica en los países occidentales, mientras que en los países árabes pasaría más por un «intervención» religiosa) (Wahass y Kent, 1997a, 1997b). © Intern. Jour. Psych. Psychol. Ther. 6 CANGAS, GARCÍA, LÓPEZ DE LEMUS Y OLIVENCIA Contexto cultural Qué es psicopatológico o normal Cuáles son las causas Cómo reaccionar Características personalidad Situación social Metacogniciones Seguimiento instruccional Dificultades interacción social Alteraciones emocionales Estrés Depresión ALUCINACIONES Experiencia privada discriminada incorrectamente (arousal físico, pensamientos, sentimientos…) Consecuencias Evitación Reforzamiento Figura 1. Variables psicológicas implicadas en el origen de las alucinaciones De todas formas, la influencia religiosa en nuestra sociedad tampoco se puede obviar. Quizá la influencia de la medicina a lo largo de la época moderna se ha ido acentuando cada vez más, pero esto no significa que hayan desaparecido las creencias sobrenaturales o parapsicológicas (frecuentes también en este tipo de pacientes). Es más, incluso en nuestra sociedad se ve normal que una persona «hable» con Dios (se dice que reza). Sin embargo, si es Dios quien dialoga con la persona probablemente se considere que padece un trastorno psicopatológico. De este modo, la cultura determina qué tipo de experiencias se pueden considerar «normales» o no, aunque se trate de ver, oír o sentir aspectos que no existen y cómo reaccionar ante las mismas. Para Al-Issa (1977, 1995) un aspecto central en nuestra cultura occidental es la diferenciación que se hace entre realidad y fantasía. Es decir, únicamente cuando somos niños se nos permite “confundir” ambos aspectos, pero en el desarrollo de nuestra personalidad se supone que cada vez nos comportamos de un modo más realista. En el ámbito psicopatológico, esto conlleva que cuando una persona tiene ciertas imágenes, sensaciones o experiencias privadas que considera no habituales provoca una reacción emocional intensa en el individuo, que fácilmente le lleve a preguntarse «¿me estaré © Intern. Jour. Psych. Psychol. Ther. SOCIAL AND PERSONALITY VARIABLES RELATED TO HALLUCINATIONS 7 volviendo loco?» , con lo que se acrecienta la ansiedad ante las mismas (lo que a su vez puede conllevar a que ocurran con mayor frecuencia las alucinaciones, al tratar infructuosamente de eliminarlas o evitarlas). Sin embargo, en otras culturas más permisivas en estos aspectos es más fácil que no provoque la misma reacción emocional y conductual. De este modo, el marco sociocultural será el contexto más amplio que moldee tanto la forma de experimentar ciertas sensaciones, como la reacción ante las mismas y la consideración o no de psicopatológicas. Sin embargo, esto no supone necesariamente que todos los individuos se vayan a comportar del mismo modo ante la misma situación (al igual que todas las personas son, hasta cierto punto, diferentes entre sí). Se requiere así analizar diferentes variables personales y sociales, particulares de cada individuo, que determinan finalmente la ocurrencia y el modo de experimentar este tipo de fenómenos. Por lo que se refiere a la personalidad no consideramos que esta sea una entidad determinada biológicamente sino más bien formada a partir de múltiples interacciones y de una historia particular del individuo. Esta abarcaría tanto elementos cognitivos como comportamentales y emocionales (Harrington, Fink y Dougher, 2001; Luciano, Gómez y Valdivia, 2002). Una primera faceta importante en la personalidad de los individuos son las creencias. Específicamente, en el caso de las alucinaciones, una variable muy importante parece ser las denominadas metacogniciones o las creencias que tienen los individuos sobre sus propios pensamientos. En este sentido, un tipo de metacognición común en los pacientes con alucinaciones, o tendencia a las mismas, es la creencia negativa sobre la controlabilidad de los pensamientos y el peligro (de no controlarlos) (por ejemplo, “cuando empiezo a preocuparme no puedo parar”); también predominarían las metacogniciones relacionadas con pensamientos positivos sobre la preocupación (por ejemplo, “necesito estar preocupado para mantenerme organizado”); baja seguridad cognitiva (ej.: tengo poca memoria”); creencias de superstición y responsabilidad en relación con los pensamientos propios ( p.ej. “si no llegara a controlar un pensamiento que me preocupa y luego pasa lo que había pensado es culpa mía”) y puntuaciones altas en autoconsciencia cognitiva (por ejemplo, «Estoy atento a cómo funciona mi mente”) (Baker y Morrison, 1998; Lobban, Haddock, Kinderman y Wells, 2002; Morrison y Wells, 2003: Morrison, Wells y Northard, 1998). Por otro lado, ya que en bastantes casos las alucinaciones provocan sensaciones desagradables, es común que los individuos traten de evitarlas o controlarlas mediante diversas estrategias comportamentales de afrontamiento (por ejemplo, viendo la TV, tapándose los oídos, cantando...) o a través de diversas técnicas de control de pensamiento. En este caso, es habitual que personas con alucinaciones o tendencia a las mismas empleen habitualmente estrategias basadas en castigo y reevalución (Morrison, Wells y Northard, 2000). Igualmente, hay que tener presente también la tendencia a un mayor o menor seguimiento instruccional o aquiescencia por parte de los individuos. Así, las instrucciones directas que recibe un individuo para que realice determinado tipo de comportamientos puede ser suficiente para que lo ejecute. Aquí hay que tener presente que experimentar una sensación que no existe (alucinación) no es demasiado complicado si © Intern. Jour. Psych. Psychol. Ther. 8 CANGAS, GARCÍA, LÓPEZ DE LEMUS Y OLIVENCIA uno se lo propone. No ya sólo se trata de tener una imaginación vívida (como apuntan algunos estudios, aunque existen datos contradictorios al respecto, Aleman, Böcker y de Haan, 2001; Barret, 1993; Morrison, Beck, Glentworth, Dunn, Reid, Larkin y Willians, 2002) sino, mas bien, que la propia implicación en una actividad (estar atento a cualquier cambio sensorial por mínimo que parezca, observar a otras personas con comportamientos similares, realizar determinadas atribuciones, intentar colaborar con el experimentador, etc.) puede por sí inducir este tipo de experiencias. Esto se observa en los estudios de laboratorio que utilizan material ambiguo (ya sea ruido blanco, fenómenos perceptivos con un umbral mínimo, etc.), donde los individuos pueden experimentar sensaciones que no existen cuando se les pide que señalen o estén atentos a algún tipo de señal expuesta a un umbral mínimo –o que no se presenta- (sería, por ejemplo, los estudios realizados desde la Teoría de Detección de Señales o también mediante condicionamiento sensorial (por ejemplo, Li, Chen, Yang, Chen y Tsay, 2002; Kot y Serper, 2002). Al igual ocurre con experimentos donde simplemente se pedía a los sujetos que “escuchasen” una canción que, en realidad, no se les ponía, observándose que una proporción importante de participantes manifestaban haber oído la canción durante el experimento (barber y Calverly, 1964; Merckelbach y van de Ven, 2001). En estos casos, es fácil que estas personas tengan cierta tendencia a un seguimiento de las instrucciones de los demás (en una situación experimental particular, intentando cumplir con las demandas del experimentar, con información ambigua...). Por eso, cuando se les pide que oigan algo que no existe, no tienen dificultad para manifestar que lo oyeron (sean más o menos conscientes de este equívoco). En este contexto, hay que tener presente que «ver» u “oír” no significa la presencia de la cosa vista –u oída- (Skinner, 1953). Hay muchas variables que conllevan a que un individuo manifieste percibir un determinado estímulo, no se trata únicamente de una cuestión perceptual, sino también motivacional, contextual, etc. Por su parte, experiencias perceptivas habituales, que el individuo puede interpretar erróneamente, pueden darse con más facilidad en individuos con dificultades en las relaciones sociales, aislados socialmente o con diversos trastornos emocionales. En este sentido, múltiples estudios encuentran que una personalidad esquizotípica (con pensamientos mágicos, extravagancias comportamentales, dificultades emocionales) es la antesala, en muchos casos, de un desarrollo de la esquizofrenia. Así, aunque no todas las personas diagnosticadas con un trastorno esquizotípico de la personalidad acaban desarrollando esquizofrenia, sí que la mayoría de estos previamente se les podía haber realizado un diagnóstico de trastorno esquizotípico de la personalidad. De igual modo, sin que sea necesario un diagnóstico exacto de trastorno esquizotípico de la personalidad, también se ha observado que individuos con dificultades en la interacción social tienen más probabilidad de mostrar este tipo de comportamientos. Igualmente suelen estar presentes diferentes alteraciones emocionales relacionadas con el neuroticismo o inestabilidad emocional (Barret and Etheridge, 1994; López, Paíno, Martínez, Inda y Lemos, 1996 ; Ramanathan, 1986; Young, Bentall, Slade and Dewey, 1986). En este sentido, por ejemplo, Barret y Etheridge (1994) encuentran dos dimensiones de la personalidad principales relacionadas con la las alucinaciones verbales, © Intern. Jour. Psych. Psychol. Ther. SOCIAL AND PERSONALITY VARIABLES RELATED TO HALLUCINATIONS 9 evaluadas mediante el Inventario Clínico Multiaxial de Millon I (Millon, 1983). Por un lado, las personas con alucinaciones manifestarían más problemas de depresión, ansiedad y no estar satisfechos con la vida. Se verían a sí mismos como no comprendidos ni aceptados, con un sentimiento de aislamiento y rechazo por parte de los demás. Por otra parte, una segunda dimensión, socialmente se verían como más pasivos y sumisos. Estarían temerosos en las relaciones sociales ya que se sentirían poco competentes. Estos estilos o características de personalidad cobran precisamente más relevancia cuando el individuo se encuentra en situaciones sociales adversas, donde se dan más dificultades de adaptación o las estrategias de afrontamiento utilizadas no suelen ser tan efectivas. Esto es lo que en la literatura psicológica se ha relacionado con diferentes desencadenantes. Así, es habitual observar que las alucinaciones ocurren con mayor probabilidad (o con más intensidad) en periodos de estrés o de depresión. Romme y ( ), en concreto, señalaron seis tipos de situaciones habituales en el inicio de las alucinaciones: 1. Situaciones intolerables o insatisfactorias (divorcios, pérdidas laborales, etc.) Normalmente suelen ser voces más críticas y que ordenan (lo que les dirían otros). 2. Traumas recientes (ej.: muerte de un ser querido, sobre todo en situaciones no esperables como el suicidio de una persona cercana). 3. Aspiraciones conflictivas (metas que no se cumplen). En este caso pueden darse también voces que pretenden ayudar. 4. Amenazas (por ejemplo, bajo tortura). Sobre todo son más frecuentes cuando uno no es responsable de la repercusión de una acción, no tanto cuando la decisión nos es impuesta. 5. Traumas infantiles (las voces cumplen la función de protegernos contra recuerdos temerosos). 6. Negación de emociones o aspectos indeseados. También, otros ejemplos serían cuando la persona está en grupo con mucha gente (más de dos o tres personas) o cuando está aislada. En el primer caso es fácil que exista en el paciente el temor de ser criticado o humillado, mientras que, en el segundo caso, el estar sólo favorece la presencia de pensamientos (distorsionados en las alucinaciones) que intentan suplir de algún modo una “conversación normal” (Delespaul, de Vries y van Os, 2002). De igual modo, en estudios más recientes, también se encuentra que personas con puntuaciones altas en predisposición a las alucinaciones presentan niveles altos de ansiedad (Morrison, Wells y Nothard, 2002), al igual que se observa un incremento del nivel medio de ansiedad en el periodo inicial del episodio alucinatorio (Delespaul, deVries y van Os, 2002). Este hecho apuntaría a que los trastornos de ansiedad y la experiencia alucinatoria pueden, de hecho, tener muchos elementos comunes (Morrison, 1998). Es más, para van Os, Verdoux, Maurice-Tison, Gay, Liraund, Salamon y Bourgeois (1999) la ansiedad y la depresión serían estadios intermedios de un continuo que iría de las personas normales a las esquizofrénicas. También apoyaría los estudios que consideran que las alucinaciones podrían reducir la disonancia cognitiva presente al © Intern. Jour. Psych. Psychol. Ther. 10 CANGAS, GARCÍA, LÓPEZ DE LEMUS Y OLIVENCIA inicio de las mismas (Delespaul, deVries y van Os, 2002). Por tanto, tendrían una función adaptativa ante las adversidades del individuo. De este modo, en este contexto, es fácil que comportamientos autogenerados (en forma de pensamiento, sensaciones, sentimientos, etc.) sean erróneamente discriminados, es decir, atribuido al lenguaje de una tercera persona, cuando en realidad somos nosotros mismos quienes lo provocamos, lo que sería en definitiva el proceso alucinatorio (Bentall, 1990). Las alucinaciones corresponderían a pensamientos o sentimientos que, en vez de expresarse externamente en forma de habla hacia los demás, se «oyen» internamente. Esta experiencia es similar a cuando uno se pasa bastante tiempo aislado, donde fluyen conversaciones con los demás aunque estemos solos. De ahí también que se haya planteado que las alucinaciones se trata de un lenguaje interorizado o subvocalización, que se muestra interferido, por ejemplo, si cantamos una canción o estamos haciendo cualquier otro tipo de actividad verbal (Gauld,1949; Margo, Hemsley y Slade, 1981). En la misma dirección, con las técnicas modernas de neuroimagen (funcional y estructural) y electrofisiológicas, a pesar de diversas limitaciones metodológicas, se observa que en las alucinaciones se encuentran activadas áreas relacionadas con el lenguaje, tanto en lo referente a la percepción del lenguaje externo cómo a la producción del mismo a través de las áreas motoras responsables de la actividad subvocal (Font, Parellada, Fernández-Egea, Bernardo y Lomeña, 2003; Stephane, Barton y Boutros, 2001). Por otro lado, esta experiencia en el sujeto puede provocar distintas reacciones. Por ejemplo, puede aliviar la tensión de una decisión o un recuerdo, pueden hacernos sentirnos más valiosos, pueden ayudarnos en una decisión, etc. También algunas alucinaciones parecen provocar «compañía» al sujeto, le proporcionan un sentimiento de comprensión, de decisión, etc. que en las circunstancia en las que se encuentra puede ser importante (Knudson y Coyle, 1999; Miller, O´connor y DiPasquale, 1993). Por tanto, las alucinaciones serían reforzadas negativamente, por el alivio que supone de determinadas experiencias aversivas. Por otro lado, las alucinaciones a raíz de la atención de los demás o de los cambios que provoca en las personas allegadas, también pueden igualmente ser reforzadas positivamente aunque esto, a veces, no sea fácilmente detectable (laying y Andronis, 1984). Sin embargo, la mayor parte de los casos las alucinaciones van asociadas a efectos adversos (que fácilmente reconocen los individuos, como son dificultades en las relaciones con los iguales, sensaciones de tensión, de pobre autoconcepto, etc.). Por ello, lo más habitual es que en estos casos las personas traten de eliminarlas o evitarlas (aunque en muchos casos sin demasiado éxito, aparte de los efectos de la medicación). En definitiva, de todo lo expuesto, cabe deducir por tanto que las alucinaciones tienen que ver con la vida del individuo, son voces «humanas» con sentido enlazadas en las diferentes vicisitudes y circunstancias en las que se encuentra inmerso (Rojcewicz y Rojcewicz, 1997). Así, aunque haya habido grandes avances en su análisis biológico y cognitivo, en ningún caso un análisis exhaustivo de este fenómeno puede pasar por alto los cambios sociales y de personalidad, es más estos aspectos pueden ser centrales para darles “sentido”. © Intern. Jour. Psych. Psychol. Ther. SOCIAL AND PERSONALITY VARIABLES RELATED TO HALLUCINATIONS 11 IMPLICACIONES PARA LA INTERVENCIÓN PSICOLÓGICA De aquí se puede plantear entonces qué tipo de estrategias terapéuticas serían efectivas para controlar o eliminar este tipo de comportamientos. Clásicamente, se han utilizado diferentes técnicas operantes como son, por ejemplo, la extinción, tiempofuera, estimuación aversiva, parada de pensamiento, economía de fichas, saciación, etc. También se ha intentado reducir la ansiedad que las alucinaciones llevan asociadas mediante, por ejemplo, la desensibilización sistemática. Sin embargo, una dificultad en muchos casos es la pobre generalización y mantenimiento de las mejorías (Acosta, 1990). Igualmente, desde la terapia cognitiva, se ha insistido en cambiar los pensamientos o creencias que llevan asociados las alucinaciones a través de un empirismo colaborador centrado en cambiar la interpretación y el contenido de las voces (Chadwick, Birchwood and Trower, 1996; Haddock, Tarrier, Spaulding, Yusupoff, Kinney and McCarthy, 1998; Morrison y Renton, 2001; Weiss and Weiss, 1998). No obstante, a pesar de las diferentes técnicas y distintos enfoques desde los que se ha planteado la intervención psicológica de las alucinaciones, Slade y Bentall (1988) consideran que el tratamiento de las mismas se ha centrado en tres aspectos: reducir la ansiedad, focalizar la atención en las alucinaciones y mediante distracción o contraestimulación. Sin embargo, una estrategia -no explotada excesivamente en la práctica clínicaque creemos puede ser más útil consiste (en vez de intentar cambiar o controlar deliberadamente las creencias o sensaciones que llevan asociadas las alucinaciones) en aceptarlas y comprometerse a actuar (en las facetas que los pacientes consideren –y esto hay que indagarlo- valiosas en sus vidas). Con esto se pretende cambiar la función de las mismas, no tanto eliminarlas (Bach y Hayes, 2002). Del mismo modo, es necesario hacer un análisis de la persona y su contexto para tratar realmente este tipo de comportamientos. La terapia debería de ser global, centrada en diferentes aspectos “contextuales”, antes que incidir directamente en tratar de evitar experimentar este tipo de experiencias. Así, a modo de resumen, sería recomendable favorecer aspectos tales como (Bach y Hayes, 2002; Benjamín, 1989, Harrop y Trower, 2001): 1. Promover el alivio del estrés asociado a las alucinaciones antes que centrarse en ellas directamente. 2. Aceptar la experiencia de las alucinaciones como un evento más en la vida del individuo, pero sin las consideraciones negativas que lleva asociado. 3. Promover alternativas sociales más satisfactorias, es decir, acciones relacionadas con valores u objetivos importantes para el individuo. Así, la terapia debería favorecer (a la par que una discriminación más correcta del comportamiento) una integración más adecuada del individuo en sus dificultades © Intern. Jour. Psych. Psychol. Ther. 12 CANGAS, GARCÍA, LÓPEZ DE LEMUS Y OLIVENCIA sociales, aspiraciones o metas, valores, interacciones, etc., promoviendo comportamientos más adaptativos que supongan un nuevo equilibrio. REFERENCIAS Acosta, S. (1990). Auditory hallucinations and delusional thinking: a review and critique of outcome studies. Behavioral Residential Treatment, 5, 189-206. Aleman, A., Böcker, K.B.E. & de Haan, E.H.F. (2001). Hallucinatory predisposition and vividness of auditory imagery: self-report and behavioral indices. Perceptual and Motor Skills, 93, 268274. Al-Issa, I. (1977). Social and cultural aspects of hallucinations. Psychological Bulletin, 84, 167-176. Al-Issa, I. (1995). The illusion of reality or the reality of illusion: Hallucinations and culture. British Journal of Psychiatry, 166, 368-373. Altman, H., Collins, M. & Mundy, P. (1997). Subclinical hallucinations and delusions in nonpsychotic adolescents. Journal of Child Psychology and Psychiatry, 38, 413-420. American Psychiatric Association (2000). Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (4th edn. revised) (DSM-IV-TR). Washington, DC: APA. Bach, P. & Hayes, S.C. (2002). The use of Acceptance and Commitment Therapy to prevent rehospitalization of Psychotic patients: a randomized controlled trial. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 70, 1129-1139. Ball, B. (1890). Leçons sur les Maladies Mentales, 2ª ed. París: Asselin et Houzeau. Bleuler, E. (1911/1966).Dementia Praecox or the Group of Schizophrenias. New York: International Universities Press. Baker, C. & Morrison, A.P. (1998). Metacognition, intrusive thoughts and auditory hallucinations. Psychological Medicine, 28, 1199-1208. Barber, T.X. & Calverley, D.S. (1964). An experimental study of “hypnotic” (auditory and visual) hallucinations. Journal of Abnormal and Social Psychology, 68, 13-20. Barret, T.R. (1993). Verbal hallucinations in normals. II: self-reported imagery vividness. Personality and Individual Difference, 15, 61-67. Barret, T.R. & Etheridge, J.B. (1992). Verbal hallucinations in normals. I: people who hear “voices”. Applied Cognitive Psychology, 6, 379-387. Barret, T.R. & Etheridge, J.B. (1994). Verbal hallucinations in normals. III: dysfunctional personality correlates. Personality and Individual Difference, 16, 57-62. Benjamin, L.S. (1989). Is chronicity a function of the relationship between the person and the auditory hallucination? Psychological Bulletin, 15, 291-3120. Bentall, R.P. (1990). The illusion of reality: A review and integration of psychological research on hallucinations. Psychological Bulletin, 107, 82-95. Chadwick, P., Birchwood, M. and Trower, P. (1996). Cognitive Therapy for Delusions, Voices and Paranoia. New York: Wiley. Chadwick, P., Sambrooke, S., Rasch, S. & Davies, E. (2000). Challenging the omnipotence of voices: group cognitive behavior therapy for voices. Behaviour Research and Therapy, 38, 993-1003. Corominas, J. (1973). Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana. Madrid: Gredos. Delespaul, P., deVries, M. & van Os, J. (2002). Determinants of occurrence and recovery from © Intern. Jour. Psych. Psychol. Ther. SOCIAL AND PERSONALITY VARIABLES RELATED TO HALLUCINATIONS 13 hallucinations in daily life. Social Psychiatry and Psychiatric Epidemiology, 37, 97-104. Dhossche, D., Ferninand, R., van der Ende, J., Hofstra, M.B. & Verhulst, F. (2002). Diagnostic outcome of self-reported hallucinations in a community sample of adolescents. Psychological Medicine, 32, 619-627. Esquirol, J.E. (1938). Des Maladies Mentales Considerées sous les Rapports Médicaux, Hygiéniques et Médico-légaux. Paris: Bailliére. Font, M., Paradella, E., Fernández-Egea, E., Bernardo, M. & Lomeña, F. (2003). Neuroimagen funcional de las alucinaciones auditivas en la esquizofrenia. Actas Españolas de Psiquiatría, 31, 3-9. Gould, L.N. (1950). Verbal hallucinations as automatic speech. American Journal of Psychiatry, 107, 110-119. García, J.M. & Pérez, M. (2003). Reivindicación de la persona en la esquizofrenia. Revista Internacional de Psicología Clínica y de la Salud/International Journal of Clinical and Health Psychology, 3, 107-122. Haddock, G., Tarrier, N., Spaulding, W., Yusupoff, L., Kinney, C. & McCarthy, E. (1998). Individual cognitive-behavior therapy in the treatment of hallucinations and delusions. Clinical Psychology Review, 18, 821-823. Harrington, J.A., Fink, B.C. & Dougher, M.J. (2001). Into de lion´s den: incorporating personality and evolucionary psychology to expand clinical behavior analysis. International Journal of Psychology and Psychological Therapy, 1, 175-189. Harrop, C. & Trower, P. (2001). Why does schizophrenia develop at late adolescence? Clinical Psychological Review, 21, 241-265. Husting, H.H. & Hafner, R.J. (1990). Persistent auditory hallucinations and their relationship to delusions and mood. Journal of Nervous and Mental Disease, 178, 264267. James, T. (1995). Dream, Creativity and Madness in Nineteenth-Century France. Oxford: Clarendon Press. Johns, L.C. & van Os, J. (2001). The continuity of psychotic experiences in the general population. Clinical Psychology Review, 21, 1125-1141. Knudson, B. & Coyle, A. (1999). Coping strategies for auditory hallucinations: a review. Counselling Psychology Quarterly, 12, 25-38. Kot, T. & Serper, M. (2002). Increased susceptibility to auditory conditioning in hallucinating schizophrenic patients: a preliminary investigation. Journal of Nervous and Mental Disease, 190, 282-288. Kroll, J. & Bachrach, B. (1982). Visions and psychopathology in the Middle Ages. Journal of Nervous and Mental Disease, 170, 41-49. Layng, T.V. & Andronis, T. (1984). Toward a functional analysis of delusional speech and hallucinatory behavior. The Behavior Analyst, 7, 139-156. Leudar, I. (2001). Is hearing voices a sign of mental illness? The Psychologist, 14, 256-259. Leudar, I. & Thomas, P. (2000). Voices of Reason, Voices of Insanity. London: Routledge. Li, C.R., Chen, M., Yang, Y., Chen, M. & Tsay, P. (2002). Altered performance of schizophrenia patients in an auditory detection and discrimination task: exploring the ´self-monitoring´ model of hallucination. Schizophrenia Research, 55, 115-128. Lobban, F., Haddock, G., Kinderman, P. & Wells, A. (2002). The role of metacognitive beliefs in auditory hallucinations. Personality and Individual Differences, 32, 1351-1363. López, A.M., Paíno, M.M., Martínez, P.C., Inda, M. & Lemos, S. (1996). Alucinaciones en población © Intern. Jour. Psych. Psychol. Ther. 14 CANGAS, GARCÍA, LÓPEZ DE LEMUS Y OLIVENCIA normal: influencia de la imaginación y de la personalidad. Psicothema, 8, 269-278. Luciano, M.C., Gómez, I. & Valdivia, S. (2002). Consideraciones sobre el desarrollo de la personalidad desde un marco funcional-contextual. International Journal of Psychology and Psychological Therapy, 2, 173-197. Luque, R. & Villagrán, J.M. (2000). Alucinaciones y otras pseudopercepciones. En R.Luque y J.M. Villagrán (eds.). Psicopatología descriptiva: nuevas tendencias (pp. 295-335). Madrid: Trotta. Margo, A., Hemsley, D.R. & Slade, P.D. (1981). The effects of varying auditory input on schizophrenic hallucinations. British Journal of Psychiatry, 139, 122-127. Merckelbach, H. & van de Ven, V. (2001). Another White Christmas: fantasy proneness and reports of hallucinatory experiences in undergraduate students. Journal of Behavior Therapy and Experimental Psychiatry, 32, 137-144. Miller, L.J., O´Connor, E. & DiPasquale, B.A. (1993). Patients’ attitudes toward hallucinations. American Journal of Psychiatry, 150, 584-588. Millon, T. (1983). Millon Clinical Multiaxial Inventory. Minneapolis: Interpretative Scoring Systems. Morrison, A.P. (1998). A cognitive analysis of auditory hallucinations: are voices to schizophrenia what bodily sensations are to panic? Behavioural and Cognitive Psychotherapy, 26, 289-302. Morrison, A.P., Beck, A.T., Glentworth, D., Dunn, H., Reid, G.S., Larkin, W. y Willians, S. (2002). Imagery and psychotic symptoms: a preliminary investigation. Behaviour Research and Therapy, 40, 1053-1062. Morrison, A.P., Haddock, G., & Tarrier, N. (1995). Intrusive thoughts and auditory hallucinations: a cognitive approach. Behavioural and Cognitive Psychotherapy, 23, 265-280. Morrison, A.P. & Renton, J.C. (2001). Cognitive therapy for auditory hallucinations: a theory-based approach. Cognitive and Behavioral Practice, 8, 147-160. Morrison, A.P. & Wells, A. (2003). A comparison of metacognitions in patients with hallucinations, delusions, panic disorder, and no-patient controls. Behaviour Research and Therapy, 41, 251256. Morrison, A.P., Wells, A. & Nothard, S. (2000). Cognitive factors in predisposition to auditory and visual hallucinations. British Journal of Clinical Psychology, 39, 67-78. Morrison, A.P., Wells, A. & Nothard, S. (2002). Cognitive and emotional predictors of predisposition to hallucinations in non-patients. British Journal of Clinical Psychology, 41, 259-270. Ohayon, M.M. (2000). Prevalence of hallucinations and their pathological associations in the general population. Psychiatry Research, 97, 153-164. Posey, T.B. & Losh, M.E. (1983). Audiory hallucinations of hearing voices in 375 normal subjects. Imagination, Cognition and Personality, 2, 99-113. Ramanathan, A. (1986). An exploratory story on the relation between neuroticism and certain aspects of auditory hallucinations in schizophrenics. Indian Journal of Psychiatry, 28, 69-72. Rojcewicz, S. & Rojcewicz, R. (1997). The “human” voices in hallucinations. Journal of Phenomenological Psychology, 28, 1-41. Romme, M.A. & Escher, S. (1996). Hearing Voices. Schizophrenia Bulletin, 15, 109-216. Sarbin, T.R. & Juhasz, J.B. (1967). The historical background of the concept of hallucination. Journal of the History of the Behavioral Sciences, 3, 339-358. Skinner, B.F. (1953). Science and Human Behavior. New York: Free Press. Slade, P.D. & Bentall, R.P. (1988). Sensory deception: A scientific analysis of hallucination. Baltimore: The Johns Hopkins University. © Intern. Jour. Psych. Psychol. Ther. Stephane, M., Barton, S. & Boutros, N.N. (2001). Auditory verbal hallucinations and disfunction of the neural substrates of speech. Schizophrenia Research, 50, 61-78. Strauss, J.S. (1969). Hallucinations and delusions as points on continua functions. Archives of General Psychiatry, 21, 581-586. Tien, A. (1991). Distributions of hallucinations in the population. Social Psychiatry and Psychiatric Epidemiology, 26, 287-292. Van Os, J., Hanssen, M., Bijl, R.V. & Ravelli, A. (2000). Strauss (1969) revisited: A psychosis continuum in the normal population? Schizophrenia Research, 25, 11-20. van Os, J., Verdoux, H., Maurice-Tison, S., Gay, B., Liraund, F., Salamon, R. & Bourgeois, M. (1999). Self-reported psychosis-like symptoms and the continuum of psychosis. Social Psychiatry and Psychiatric Epidemiology, 34, 459-463. Verdoux, H. & van Os, J. (2002). Psychotic symptoms in non-clinical populations and the continuum of psychosis. Schizophrenia Research, 54, 59-65. Wahass, S. & Kent, G. (1997a). Coping with auditory hallucinations: A cross-cultural comparison between western (British) and non-western (Saudi Arabian) patients. Journal of Nervous and Mental Disease, 185, 664-668. Wahass, S. & Kent, G. (1997b). A comparison of public attitudes in Britain and Saudi Arabian towards auditory hallucinations. International Journal of Social Psychiatry, 43, 175-183. Weiss, K.M. & Weiss, K.M. (1998). Treatment of auditory hallucinations: what to do when pharmacolotherapy is inadequate. Psychiatric Reabilitation Skills, 2, 188-205. Young, H.F., Bentall, R.P., Slade, P.D. & Dewey, M.E. (1986). Disposition towards hallucination, gender and IQ scores. Personality and Individual Differences, 7, 247-249.