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¿ENFERMEDADES POR DÉFICIT AFECTIVO?
Ya sabemos que le necesidad de afecto es fundamental para la vida humana. El
afecto es algo que se transfiere de una persona a otra – se da o se recibe- . Es un trabajo
no remunerado en beneficio de los demás. Hacer un regalo, visitar a un amigo enfermo,
ayudar a alguien en una mudanza empacando enseres o acarreándolos; explicar a un
amigo un concepto que no entendió en el colegio; escuchar a alguien, sonreírle… son
muestras de afecto. Demandan un gasto de energía que no siempre es de tipo físico;
muchas veces es mental, cerebral.
Hay personas con una entrega profunda y extensa hacia los demás. En la familia
suele ser a menudo la persona a quien se recurre por cualquier tipo de problema:
afectivo, económico, laboral, social, etc. Puede ocurrir que esta persona entregue mucho
afecto… y reciba poco. En tal caso presenta una situación de déficit afectivo. Este
desequilibrio, según algunos especialistas y estudiosos del tema puede provocar serios
problemas.
Un niño contento refleja una ‘carga’ positiva de afecto.
Imagen prediseñada Office
• ¿Qué puede ocurrir cuando una persona NO recibe
suficiente ayuda de los demás? ¿O cuando una persona
proporciona mucha más ayuda que la que recibe? Es decir,
¿qué puede ocurrir cuando una persona tiene un déficit
afectivo?
• En primer lugar, recordemos que el cerebro consume
parte de su capacidad de procesamiento cerebral, además de consumir energía
metabólica, cuando entrega afecto. Entonces deja de atender otras necesidades
menos urgentes cuando da afecto, para concentrarse en la tarea principal. Del
cerebro depende la salud de todos los órganos del cuerpo y la adaptación al
medio de todo el organismo.
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Cada falla del cerebro, cada error de cálculo, se traduce, tarde o temprano, en una
disfunción, por pequeña que sea, de alguna parte del organismo.
Así, una disminución significativa la eficacia del cerebro producirá una anomalía o
enfermedad en algún lugar del organismo. Aunque la evolución que nos precede
nos ha dotado genéticamente de un organismo muy eficaz y resistente a las
anomalías tanto internas como externas, no cabe duda que, si el cerebro no ejerce
un control adecuado sobre alguna función orgánica, esta acabará en desequilibrio
(*) Fuente básica de información: M.P. González, E. Barrull, C. Pons y P. Marteles, Madrid, 2005.
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en forma de enfermedad o trastorno. Lo que queremos razonar es que el déficit
afectivo sistemático disminuye la eficacia del cerebro y, en consecuencia, origina
enfermedades y trastornos del comportamiento.
¿En qué consiste un déficit afectivo? Hemos visto que el afecto es la ayuda social
que intercambiamos los seres humanos con el fin de poder sobrevivir y que ello se
realiza mediante el trabajo no remunerado en beneficio de los demás. La parte
más importante de este trabajo lo realiza el cerebro. Cada persona recibe ayuda
(afecto) y, a su vez, proporciona ayuda (afecto) a los demás. A su vez, cada
individuo tiene necesidades afectivas distintas, en cantidad y calidad, dependiendo
de su grado de autonomía. Los niños, por ejemplo, necesitan grandes cantidades
de afecto ya que, por ellos mismos, tienen muy poca capacidad para obtener los
recursos que necesitan. Los adultos, por el contrario, necesitan menos afecto en
general, aunque no pueden prescindir de él.
Cuando una persona carece de ayuda suficiente para sobrevivir adecuadamente
experimenta un déficit afectivo. Pero para ello no sólo hay que tener en cuenta
la ayuda que recibe sino también la ayuda que proporciona. Si proporciona
mucha más ayuda de la que recibe de los demás, también puede experimentar
un déficit afectivo.
Se produce un déficit afectivo cuando el trabajo total que puede realizar una
persona, menos el trabajo (afecto) que proporciona a los demás, más el trabajo (afecto)
que recibe de los demás es inferior a la cantidad de trabajo que necesita para sobrevivir.
En el caso de los niños, el déficit afectivo se producirá, en general, por el hecho de
no recibir la ayuda suficiente para desarrollarse normalmente. Puesto que los niños tienen
menos capacidad para realizar trabajo, el déficit dependerá fundamentalmente de la
escasez de la ayuda recibida;
En los adultos maduros el déficit afectivo se producirá por proporcionar ayuda a los
demás por encima de sus posibilidades. Los adultos maduros tienen una mayor capacidad
afectiva y, por tanto, el déficit se producirá cuando la ayuda que prestan a los demás les
prive de la energía suficiente para sobrevivir. Las personas que tienden a ayudar a las
demás sin esperar ni recibir ningún tipo de recompensa suelen experimentar un déficit
afectivo. El déficit afectivo en los niños es algo que intuimos habitualmente, pero en los
adultos suele pasar desapercibido.
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El déficit afectivo determina que el cerebro esté sometido a un estrés excesivo
debido a que tiene que atender a demasiadas situaciones que aún no está
preparado para resolver, en el caso de los niños; o tiene que atender a demasiados
problemas de otras personas, dejando de lado los propios problemas, en el caso de
los adultos.
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En los niños, el déficit afectivo se produce tanto por subprotección como por
sobreprotección. En la primera el niño deba afrontar problemas sin tener la
capacidad suficiente para superarlos, lo que conduce a un desarrollo
desequilibrado de sus capacidades y de su personalidad. Por el contrario, en la
sobreprotección el niño no adquiera los aprendizajes necesarios para sobrevivir, es
decir, sufre un grave déficit de desarrollo, de modo que, posteriormente, será
incapaz de afrontar los retos que le imponga la vida. Ayudar al desarrollo de un
niño significa protegerlo de las situaciones que no puede superar y desprotegerlo
de (enfrentarlo a) las situaciones que sí tiene capacidad para resolver.
Dos situaciones
a. Los niños de corta edad que hoy observamos en las
esquinas de las calles, haciendo malabares, vendiendo
cosas… no están preparados para enfrentar la calle: están
subprotegidos.
b. Los padres demasiado obsesivos y protectores, ahogan a
sus hijos… no los dejan despegar… están excesivamente
pendientes… sobreprotegen e impiden el desarrollo
armónico de su personalidad. No los dejan enfrentar
problemas que deben y pueden resolver por sí
mismos…con lo cual no permiten que sus hijos desarrollen
mecanismos y destrezas adaptativas…].
En los adultos, el déficit afectivo se produce cuando el trabajo de ayuda
proporcionado a los demás disminuye su capacidad cerebral para atender a las propias
necesidades. En general, todo adulto puede proporcionar una cierta cantidad de ayuda sin
que, por ello, su cerebro no pueda atender a los requerimientos de su propia
supervivencia. Pero existen muchas circunstancias que pueden favorecer el que un adulto
sobrepase, sin darse cuenta, su límite personal de ayuda a los demás. Cuando esto ocurre,
su cerebro pierde eficacia al tratar los problemas que incumben a su propia supervivencia
y bienestar.
Por tanto, si un déficit afectivo persiste, el cerebro no dispone de suficiente
capacidad para evaluar correctamente cada situación y empieza a procesar
incorrectamente informaciones vitales para el organismo. Se produce, así, un aumento de
la ineficacia del cerebro (disfunción neuronal) y sus consiguientes errores emocionales:
cree tener hambre cuando no es así, cree que no hay peligro cuando en realidad sí existe,
no tiene tiempo para pensar en sí mismo o no le preocupa el daño que se hace al fumar,
etc. El resultado de esta persistente ineficacia es la aparición, tarde o temprano, de alguna
forma de enfermedad o trastorno cerebral.
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En resumen, la teoría de la enfermedad por déficit afectivo sostiene que una
persistente falta de ayuda por parte de los demás (déficit afectivo) provoca un
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estrés cerebral o ineficacia cerebral que, a su vez, acaba produciendo
enfermedades y trastornos de muy diversa índole, dependiendo de factores tales
como la predisposición genética, la cultura o los determinantes ambientales.
Aunque parece que el déficit afectivo está en el origen de muchas enfermedades,
no determina, sin embargo, la forma particular que adoptan. Esto se debe a la enorme
complejidad del cerebro y a su función central en el devenir de todo el organismo. Una
disfunción cerebral puede afectar a cualquier función del organismo y de cualquier forma
posible. Las combinaciones son casi infinitas y, por tanto, las sintomatologías son muy
diversas. Puesto que es imposible desentrañar la estructura de la información almacenada
en el cerebro, sólo podemos aproximarnos a ella a través de los elementos externos que la
configuran.
Simplificando, podemos decir que al cerebro le llegan tres tipos básicos de
información que debe procesar en forma eficiente:
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Información genética, que le viene dada por la naturaleza particular
del organismo en el que se encuentra, incluido él mismo
(información acerca del 'hardware'). El cerebro tiene que controlar
un enorme número de variables orgánicas que están definidas
genéticamente (corazón, metabolismo, estómago, circulación
sanguínea, huesos, músculos, etc.).
Información cultural, que en el caso de la especie humana adquiere
su máxima expresión. Conocimientos, valores, normas sociales,
símbolos, etc. constituyen informaciones muy complejas que
operan directamente en y desde el cerebro (programas de
actuación o 'software').
Información ambiental, determinada por las condiciones externas
en las que debe operar el organismo. La interrelación e integración
de estas tres modalidades de información en cada cerebro
particular determina la forma concreta en la que se manifiestan las
disfunciones cerebrales en ese organismo. Así, podemos hablar de
la incidencia simultánea y variable de los tres factores en la
determinación de la sintomatología particular de cada caso.
Los factores genéticos o predisposiciones genéticas son muy importantes porque
determinan los puntos estructurales más débiles del organismo. De esta forma, la
ineficacia cerebral tenderá a manifestarse en primer lugar en aquellos puntos del
organismo estructuralmente más débiles. Pero las enfermedades no aparecen por
el simple hecho de tener una predisposición genética. Es necesario que el cerebro
cometa muchos errores para que se manifiesten en el lugar donde señalan los
genes del enfermo. El avance de la investigación genética nos permite conocer
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mejor cuales son los puntos débiles del organismo y ayudar a prevenir que se
colapsen. Pero, para prevenir que una predisposición genética se manifieste en
enfermedad, será necesario contar también con el déficit afectivo que puedan
provocar la enfermedad.
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Pero no sólo intervienen factores genéticos para señalar los puntos débiles del
organismo. Otro gran grupo de factores son los culturales. La cultura, o
información almacenada físicamente en el cerebro, constituye el 'software' vivo
del organismo y determina una gran parte de su orientación conductual.
Predispone al cerebro para atender diferencialmente a unos estímulos frente a
otros, a dar más importancia a unas cosas que a otras. Por tanto, también
podemos hablar de predisposición cultural a determinadas enfermedades.
o Un ejemplo servirá para ver cómo actúa la predisposición cultural.
Supongamos que una persona da una enorme importancia a su imagen
externa, a como le ven los demás. Su cerebro estará programado para
atender, en primera instancia, a todo aquello que pueda afectar a su
imagen externa. Por lo tanto, el cerebro tenderá a descuidar más las
funciones de órganos internos, que no tienen una manifestación externa. El
resultado será que, si esta persona está sometida a un déficit afectivo
crónico, padezca una enfermedad que retrase al máximo su manifestación
externa, como por ejemplo infarto, cáncer, etc. Es decir, factores culturales
han determinado o limitado la localización de una enfermedad.
o Otro ejemplo muy frecuente es cuando una persona tiene un alto grado de
responsabilidad frente a los demás y, por tanto, no puede permitirse el
'lujo' de estar enferma. Durante muchos años no manifiesta ningún
síntoma ni ninguna debilidad. Pero llega un día en que, ‘inexplicablemente’,
cae enferma, de forma grave e irreversible, sin esperanza alguna de
recuperación.
Por último, también hay que destacar los factores ambientales, como los
geográficos y los socioeconómicos. Las enfermedades se distribuyen heterogéneamente
según el hábitat y el nivel socioeconómico de los enfermos. Se sabe muy bien que la
alimentación, la luz solar, la contaminación atmosférica, la humedad relativa, y miles de
factores ambientales determinan la manifestación de una enfermedad. Igualmente, el
nivel económico y social determina el acceso a determinados recursos que inciden sobre
la aparición de determinadas enfermedades. Este grupo de factores, junto con los
genéticos son los más estudiados y conocidos actualmente.
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Una analogía nos servirá para ejemplificar esta idea. Imaginemos que colocamos
una olla a presión sobre un fuego, llena de agua y con sus válvulas de seguridad
soldadas. Sabemos que tarde o temprano estallará. ¿Cuál ha sido la causa de su
explosión? Sin lugar a dudas, el calor que ha recibido ha producido un incremento
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de la presión interna por encima de su límite de resistencia. Por tanto, la causa de
la explosión ha sido el excesivo calor recibido. Pero ¿cuál será el lugar por el que
estallará o de qué forma estallará? Sólo podemos saber que estallará por su punto
más débil y este dependerá de múltiples factores. Las impurezas en el material, la
calidad de la fabricación, la resistencia de las soldaduras, etc., son factores que
decidirán el lugar, el momento y el modo en que se producirá el estallido de la olla.
Lo que plantea este enfoque es que la enfermedad no infecciosa de un
organismo, derivada de una ineficacia cerebral, es como el estallido de la olla. La
enfermedad producida por un déficit afectivo se manifiesta en el punto más débil del
organismo que está determinado por la interrelación simultánea de múltiples factores
genéticos, culturales y ambientales.
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En el siguiente cuadro tratamos de resumir este planteamiento conocido como
'enfoque biopsicosocial'. El enfoque biopsicosocial se ha desarrollado en estos
últimos años debido a la creciente conciencia de que en la enfermedad no sólo
están involucrados los problemas orgánicos específicos sino que, además, existen
importantes factores psicológicos y sociales que intervienen en el origen y en el
curso de muchas enfermedades.
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La teoría de la enfermedad por déficit afectivo plantea que un déficit significativo
acaba produciendo algún tipo de disfunción neurológica, es decir, una disminución
de la eficacia con que el cerebro procesa la información vital para la supervivencia
del organismo. Esta situación, junto con un conjunto complejo de factores
genéticos, culturales y ambientales, determina la manifestación de una
sintomatología particular.
En general, podemos distinguir cuatro grandes clases de manifestaciones de
sintomatologías neurológicas:
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Trastornos psicológicos: depresión, angustia, fobia, obsesión, etc.,
Conductas de riesgo: conducción temeraria, drogas, sobre o subalimentación,
etc.
Déficit del desarrollo: fracaso escolar, laboral, reproductivo, etc.
Comportamientos violentos: asesinatos, malos tratos, violaciones, robos, etc.
Los factores genéticos, culturales y ambientales son los que determinan la
manifestación concreta en cada paciente particular. Pero los cuatro tipos de anomalías se
derivan de un pobre e ineficaz rendimiento del cerebro en su tarea de procesar la
información necesaria para lograr la supervivencia y la salud del organismo.
Las enfermedades no producidas por virus ni bacterias, tales como el cáncer, el
infarto o la obesidad, por ejemplo, están íntimamente asociadas a los trastornos
psicológicos y a las conductas de riesgo fundamentalmente.
En general, la ineficacia cerebral, producida por un déficit afectivo sistemático,
produce algún trastorno en el funcionamiento cerebral que se manifiesta en algunas de
las anomalías mencionadas. Estas, a su vez, acaban produciendo el padecimiento de
alguna enfermedad somática. No obstante, creemos que una ineficacia cerebral puede
traducirse directamente en una enfermedad somática, aunque no suele ser lo usual.
Por último, creemos que existen razones para pensar que incluso en las
enfermedades infecciosas existe una incidencia del déficit afectivo. Aunque dichas
enfermedades están causadas por agentes microbianos, es sabido que el organismo
dispone de mecanismos de defensa frente a ellos. Y, por lo que sabemos del cerebro, la
capacidad inmunológica de un organismo está afectada por el funcionamiento cerebral de
forma directa y, sobre todo, indirecta. Por tanto, la debilidad de un organismo frente a los
ataques microbianos también puede atribuirse a la existencia de un déficit afectivo.
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En resumen, la esta teoría sostiene que muchas de las enfermedades no
microbianas y la mayoría de los trastornos del comportamiento están
causados por un importante déficit afectivo en el enfermo y que múltiples
factores (genéticos, culturales y ambientales) determinan la forma en que se
manifiesta la enfermedad y su sintomatología.
Por tanto, el diagnóstico de la enfermedad debería incluir un análisis de las
relaciones afectivas del enfermo con el fin de determinar la existencia de un
probable déficit afectivo. Así, además de hacer el tratamiento oportuno de
la sintomatología, se podría tratar de orientar al enfermo para resolver
determinadas relaciones deficitarias que están en el origen de la
enfermedad. Si no se actúa también sobre la causa de la enfermedad, es de
esperar que la misma, u otra enfermedad se manifieste al cabo de cierto
tiempo, y así, sucesivamente. Ahora bien, una vez que se ha producido una
enfermedad, es un error pensar que puede curarse mediante la eliminación
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del déficit afectivo que la provocó. Aunque el organismo tiene una cierta
capacidad de autor recuperación, una enfermedad suele ser, en la mayoría
de los casos, una degradación irreversible que sólo puede recuperarse
mediante una intervención médica externa adecuada. Es decir, el
diagnóstico de un déficit afectivo y su disminución o eliminación sólo
produce efectos preventivos de la enfermedad, no curativos.
o A veces ocurre que cuando una persona cae enferma gravemente, hace
un cambio importante en sus relaciones afectivas, logrando disminuir,
cuando no erradicar, el déficit afectivo existente. El paciente no tiene
conciencia de ello, pero el resultado suele ser una recuperación muy
satisfactoria y un pronóstico favorable. Muchos cambios en las
relaciones afectivas se producen como consecuencia de una
enfermedad.
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