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Vivir bien, no mejor Por Adalid Contreras Baspineiro Sociólogo y comunicólogo boliviano, Director General de la Comunidad Andina Octubre de 2007 Fue tan grande la impresión de un niño al ver por primera vez el mar, que quedó sin poder articular palabras, hasta que logra tomar la mano de su papá y pedirle que le ayude a mirar tanta belleza porque sus ojos no alcanzaban para hacerlo. Hacen falta estas miradas para recuperar cosmovisiones, otras, donde los derechos humanos se anteponen a la lógica del mercado, la cultura de la vida a la depredación de la naturaleza y la distribución justa al crecimiento económico y a la acumulación discriminadora de las riquezas. Llevadas de la mano de la pretensión de un pensamiento único basado en la economía de mercado que se muestra como una nueva religión, otras miradas llevan anteojeras y no dejan ver que el principio del intercambio, es decir del mercado, el dinero y la acumulación que suelen definir como sinónimo de modernidad, tiene su opuesto conviviente en el principio de la reciprocidad o de la lógica del don que suelen calificar de primitivo. Es que la lógica del mercado pregona el principio del vivir mejor, que está basado en una concepción lineal del progreso y en la producción y acumulación ilimitada de riquezas. Siendo así, obliga, necesariamente, a la competencia, porque unos deben ser mejores que otros. Esta lógica tiene su opuesto en el Vivir Bien, que pone en el centro y en el horizonte a la vida. En el mundo aymara es el “suma qamaña”, donde qamaña es un estado de gozo, felicidad o bienestar, y suma una situación de máxima realización. Está asentado en la complementariedad y la solidaridad de las diversidades o singularidades en unidades complejas como el pasado, presente y futuro en un solo tiempo; o el arriba, el centro y el abajo en un solo espacio; o el hombre, los dioses y la naturaleza en una sola biosfera. ¿Comparte usted conmigo que estas realidades no se pueden mirar desde los lentes del mercado que todo lo ve como mercancía? ¿Cómo entender empeños por la conservación del planeta y de la humanidad preservando los recursos naturales con un trato cotidiano de respeto por la vida, por el medio ambiente y por la tierra y su fertilidad? Para entender estas realidades necesitamos recuperarnos el derecho al asombro y constatar que este manejo respetuoso de la vida y de la naturaleza genera riquezas. En la economía la riqueza del comercio justo y solidario; en lo social valores como un mundo inclusivo, equilibrado y armónico; y en lo espiritual la amistad, la confianza y la cooperación. Estos son valores que se cultivan a través del diálogo con el mundo de afuera o de la sociedad, el cosmos y la naturaleza y con el mundo de adentro o del ser y del alma. No quiero hacer más compleja la descripción de esta realidad, sino invitarles a que me ayuden a mirarla, porque mis ojos no alcanzan para entender que ese estado de vida, digna, es un acto de construcción de la felicidad y del gozo que se comparten armónicamente en tres comunidades que en realidad son una sola, la social o humana, la de las divinidades y la de la naturaleza. ¿Está usted de acuerdo conmigo en que el ser social es un sujeto individual y colectivo y no un recurso humano, y que la Tierra es nuestro hogar porque le pertenecemos y no un bien transable que no nos pertenece?
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