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Transcript
Un recorrido en tren
por la Oftalmología
y otros cuentos
© 2013 del contenido: José Fernández-Vigo López
© 2013 de esta edición: Spanish Publishers Associates, S. L. Avda. de Córdoba, 21 3.ª planta. 28026-Madrid
Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada
o transmitida en cualquier forma ni por cualquier procedimiento electrónico, mecánico, de fotocopia de
registro o de otro tipo, sin el permiso previo de los autores.
D. L.: M-26328-2013
ISBN: 978-84-939018-7-5
A
AUTOR
Profesor José Fernández-Vigo López
Catedrático de Oftalmología. Universidad de Extremadura
Centro Internacional de Oftalmología Avanzada Prof. Fernández-Vigo
Madrid. Badajoz
COAUTORES
Profesor Joaquín Barraquer Moner
Catedrático de Cirugía Ocular. Universidad Autónoma de Barcelona
Centro de Oftalmología Barraquer. Barcelona
Profesor José Manuel Benítez del Castillo Sánchez
Catedrático de Oftalmología. Universidad Complutense de Madrid
Servicio de Oftalmología. Hospital Clínico San Carlos. Madrid
Profesora María del Carmen Capeáns Tomé
Catedrática de Oftalmología. Universidad de Santiago de Compostela.
Servicio de Oftalmología. Complejo Hospitalario Universidad de Santiago
Profesor Manuel Díaz Llopis
Catedrático de Oftalmología. Universidad de Valencia
Profesor Juan Durán de la Colina
Catedrático de Oftalmología. Universidad del País Vasco
Instituto Clínico-Quirúrgico de Oftalmología. Bilbao
Profesor Luis Fernández-Vega Sanz
Catedrático de Oftalmología. Universidad de Oviedo
Instituto Oftalmológico Fernández-Vega. Oviedo
Profesor José García Arumí
Catedrático de Oftalmología. Universidad Autónoma de Barcelona
Fundación Instituto de Microcirugía Ocular. Barcelona.
Profesor Julián García Sánchez
Catedrático de Oftalmología. Universidad Complutense de Madrid
Instituto de Investigaciones Oftalmológicas Ramón Castroviejo. Madrid
3
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Profesor Francisco Gómez-Ulla de Irazazábal
Catedrático de Oftalmología. Universidad de Santiago de Compostela
Instituto Oftalmológico Gómez-Ulla. Santiago de Compostela
Profesor Manuel González de la Rosa
Catedrático de Oftalmología. Universidad de La Laguna. Tenerife
Profesor Jaime Miralles de Imperial Mora Figueroa
Catedrático de Oftalmología. Universidad de Murcia
Servicio de Oftalmología. Hospital General Universitario Reina Sofía, Murcia
Profesor Francisco Muñoz Negrete
Catedrático de Oftalmología. Universidad de Alcalá de Henares
Servicio de Oftalmología. Hospital Ramón y Cajal. Madrid
Profesor José Carlos Pastor Jimeno
Catedrático de Oftalmología. Universidad de Valladolid
Instituto de Oftalmobiología Aplicada. Valladolid
Profesor Antonio Piñero Bustamante
Catedrático de Oftalmología. Universidad de Sevilla
Clínica Piñero. Sevilla
Profesor Manuel Sánchez Salorio
Catedrático de Oftalmología. Universidad de Santiago de Compostela
Instituto Gallego de Oftalmología. Santiago de Compostela
4
A
Dedicatoria,
A Ana, mi mujer, mi alter ego, mi pasión,
de las pocas personas en las que se puede confiar a ciegas.
Bordea la excelencia en todos los campos.
A mis hijos mayores, Cristina y José, oftalmólogos,
para que disfruten de esta vida con tanta pasión
como yo la disfruto.
A mis hijos pequeños, Pablo y Nacho,
porque me han cambiado la vida, han supuesto una revolución
en un momento en el que buscaba el acomodo,
culpables del segundo y más feliz ciclo de mi existencia.
A mis padres y hermanos,
porque sin duda la unión hace la fuerza.
5
A
AGRADECIMIENTOS
A nuestra prologuista,
Ana Rosa Quintana, sinónimo de veracidad y paradigma de independencia, es
la comunicadora por excelencia. ¿Quién mejor que ella para un proyecto de
comunicación y solidaridad? Porque Ana Rosa, ante todo y sobre todo es persona, una mujer con una categoría humana que se trasluce desde el primer
momento en que hablas con ella. Su firma es un aval de credibilidad y por ello
abusé de su confianza. Quiero entender que aceptó prologarnos porque cree
en el proyecto y cree en nosotros, lo cual es de agradecer.
A nuestros coautores, los Catedráticos de Oftalmología, con mayúsculas,
Lo primero, quiero agradecerles haberse dejado embarcar en una singladura
inédita y con un capitán neófito, por tanto, valentía o insensatez no les falta. Supongo que ir acompañados por veteranos maestros de la categoría de Joaquín
Barraquer, Manuel Sánchez Salorio o Julián García Sánchez es una garantía. Si
ellos se han dejado involucrar y han decidido colaborar en este libro es porque
el proyecto promete.
Si tengo algún mérito en este libro es haber sido capaz de juntar a tantas figuras. Es una especie de selección nacional, con probabilidades de ser la mejor
del mundo. Nuestro libro es, a la sazón, como uno de esos partidos solidarios
que organizan futbolistas como Zidane o tenistas como Rafa Nadal. Sus amigos
acuden a la llamada y dan brillo; gracias, muchas gracias por haber acudido a
la mía.
Un agradecimiento especial a nuestro presidente. Luis Fernández-Vega es de
los que ha colaborado incondicionalmente y con total entrega desde el momento “0”, escribiendo la presentación, recordando a su padre a través de su
cuento con “Charlie” y con la memoria de la ONG de su Fundación. Gracias por
habernos cedido parte de tu tiempo a pesar de tus múltiples ocupaciones.
Otro igualmente especial al “Jefe”. El epílogo es una parte de la obra que recapitula lo escrito o describe hechos, en parte desligados de la trama, que son
su consecuencia. Si hay alguien con sagacidad y experiencia suficientes en el
mundo de la Oftalmología para hacer un análisis así, a la par que un estilo literario propio, es Manuel Sánchez Salorio. Muchas gracias, Jefe.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Otros dos agradecimientos “especiales”. A Joaquín Barraquer y al binomio Julián García Sánchez-M. José Vinuesa. Gracias por vuestra colaboración, gracias
por vuestra amistad y gracias sobre todo porque transmitís paz en un mundo
convulso.
Al mundo de la Oftalmología,
Este libro y este proyecto son de riesgo. Algunos lo han entendido desde el
principio y se han sumado con ilusión. Otros lo han ignorado. Yo solo sé que
había que escribirlo. Por ello quiero dar las gracias a los que nos han ayudado a materializarlo en forma de patrocinadores o colaboradores. En un mundo
azotado por una grave crisis, donde la “industria oftalmológica” no está menos
afectada, que hayan detraído recursos de otros planes para entregárnoslo a
nosotros es muy gratificante.
Nuestros patrocinadores y amigos, detrás de las empresas hay personas, con
nombres propios. A ambos grupos quiero rendirles homenaje, aunque a algunas personas no les guste. Por riguroso orden alfabético:
Alcon, con dos nombres propios, Enrique Chico y Juan Carlos Villanueva.
Angellini, con tres nombres propios, Rafael Puigdengolas, Marta Jornet y Fernando Rodríguez.
Staar, con un gran nombre propio, Alicia Ranz.
Nuestros colaboradores, gracias también por el esfuerzo.
Allergan y M. Victoria Gómez.
Imex y José María Jimeno.
Thea, Rafael Luque y Nacho.
“La grandeza no es cuestión de tamaño”, dos pequeños con gran corazón a los
que estoy especialmente agradecido: Hoya y Ophtec, con Sigfrid Borrás e Ivonne Hernández. AMO e Inés Llorente también han ayudado.
8
A
AGRADECIMIENTOS
Mi agradecimiento a José María Martínez, que me tiene sobrevalorado en varios aspectos. Ha sido pieza importante mejorando mi autoestima y convenciéndome de que mi nivel literario era suficiente para abordar el proyecto. Me
ha ayudado eficazmente a coordinar la edición del libro.
Otras muchas personas han colaborado en este libro de muy diferentes formas.
En algunos casos he insistido para que leyeran y releyeran los textos y ayudarme en su corrección, otros dándome ideas o ánimos en los momentos en los
que creías que coordinar todo era casi imposible.
En este capítulo destaca la parte oftalmológica de la familia comenzando por
Ana, mi mujer, y Cristina y José, nuestros hijos, e Ignacio, nuestro sobrino.
También quiero agradecer a mis equipos de la Universidad de Extremadura y
de las clínicas de Madrid, Badajoz y Évora el apoyo que nos dan todos los días
para desarrollar eficazmente nuestra labor.
Por último, al equipo editorial de Spanish Publishers Associates por su concienzuda labor, enorme paciencia y el esfuerzo realizado para, a pesar de nuestros
reiterados incumplimientos, cumplir los plazos previstos. Entre ellos mi especial
gratitud a Marta Donoso, mi impenitente sufridora.
9
A
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
ÍNDICE
Prólogo
15
Presentación
17
Introducción
19
“Tus ojos” La visión personal
23
Ana Rosa Quintana
Prof. Luis Fernández-Vega Sanz
José Fernández-Vigo López
1. El pasajero con miedo a la ceguera
25
2. Doctor, ¿me puedo quedar ciego?
Cuento 1. Antonio, el diabético que fumaba
Cuento 2. Juana, la mujer que perdía vista por culpa de su marido
Cuento 3. El niño con bichos en los ojos
31
34
38
50
3. Los cobardes quedan ciegos
Cuento 4. Lucas el pimpollo
Cuento 5. Jesús, o la cobardía intolerable
Cuento 6. Gabi, el diagnóstico que no pude comunicar
55
56
58
64
4. Los valientes recuperan la vista
Cuento 7. Doña Eudosia, la maestra del pueblo
71
75
5. La ceguera silenciosa
89
11
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
6. Los ojos y los accidentes de tráfico
Cuento 8. Arantza, la chica vasca con cuatrocientos
puntos en la cara
12
95
98
7. Sobre miopía, gafas y otras leyendas
Cuento 9. La segunda peor noticia en la vida de Pedro
117
120
8. Los tímidos y las preguntas fin de trayecto
Cuento 10. El daltónico que quería ser marinero
Cuento 11. Maruja, la mujer con cara de loca
129
132
134
“El ojo clínico” La visión del experto
137
Introducción
139
1. El glaucoma
¿Dónde están las gotas, matarile?
Jacinto, mejor no arriesgar
141
142
144
2. Infecciones e inflamaciones intraoculares
Yabo
149
150
3. Aparato lagrimal
El ojo que no llora
153
154
4. La córnea
Fe, confianza, disciplina, fidelidad, altruismo, perseverancia
El A3 de Gabriel
157
158
161
5. Neurooftalmología
María y su mundo izquierdo
Sandra, la adolescente de los secretos inconfesables
Dos historias con Sigmund Freud al fondo
165
166
171
174
ÍNDICE
6. La retina
El embarazo y el mando
Faustino, como un abuelo
Mi “amigo” Antonio tiene la “vista borrosa”
El neonato y la retina
179
181
183
185
193
7. La mácula
La pintura de Turner
Gustavo, el paciente-médico optimista
197
199
202
“Los ojos que no existen” La visión solidaria
205
Introducción
207
Los retos de las ONG españolas para la prevención de la ceguera
208
1. Fundación Barraquer
Relato de una expedición: Kenia 2013
211
216
2. Fundación Fernández-Vega
Charlie, un encuentro que cambió su vida
Relato de una expedición
221
223
227
3. Fundación Proyecto Visión
Relato de una expedición: viajando a Mekelle (Etiopía)
Esperanza, la paciente psiquiátrica
María y los pájaros
229
234
243
247
Epílogo
251
Índice temático
255
Manuel Sánchez Salorio
13
A
PRÓLOGO
Ana Rosa Quintana
El padre Ángel, un ángel en la tierra, fundador de Mensajeros de la Paz y premio
Príncipe de Asturias, con quien tengo el honor de colaborar y el regalo de su cariño y amistad siempre dice que a pesar de todo lo malo que ocurre tenemos la
esperanza de que hay más solidaridad que nunca, que el siglo XXI es el siglo de
la solidaridad, y esta iniciativa es un ejemplo de ello.
El profesor Fernández-Vigo me habló del proyecto de un libro solidario en el que
prestigiosos catedráticos y oftalmólogos escribirían sobre experiencias personales con sus pacientes, un libro que sirviera para acercar la ciencia y las relaciones
humanas. Tengo que decir que todo esto me lo contaba mientras se sumergía en
mi fondo de ojo, detrás de un complicado aparato, es decir, bastante indefensa y
cegata por las molestas gotas.
Para mi sorpresa me pidió que escribiera estas líneas, pero como pasó mucho
tiempo creí que me había librado de esta responsabilidad hasta que llegó su correo electrónico, y allí estaba yo aplastada por mi ignorancia en la materia cuando
meses después llegaron las galeradas.
He leído con emoción cada una de las historias, creo que ya tengo un cursillo
avanzado en divulgación oftalmológica, y he descubierto lo poco que sabía de
algo tan importante, pero sobre todo me han conmovido cada una de las historias y experiencias médico-paciente que nos reconcilian con la medicina humanista, lejos de esa imagen de la medicina moderna, deshumanizada, materialista,
puramente técnica tan lejana del modelo hipocrático.
Tengo la suerte de contar entre mis amigos con algún galeno de los que nos gustan a todos, amantes de su vocación, intelectuales, curiosos, llenos de aficiones y de
todas las cualidades que han hecho de la medicina una profesión de alta dignidad,
médicos como los que os habéis movilizado con un proyecto altruista como este.
Por mi profesión vivo muy de cerca la situación de pobreza y exclusión que están
padeciendo tantas y tantas familias, la angustia de las ONG que han visto reducidas o retiradas las ayudas oficiales y las donaciones cuando hacen más falta
que nunca, por eso toda acción solidaria cobra aún más valor. Es impresionante
la labor callada y a veces desconocida que las distintas ONG y fundaciones de
oftalmólogos están haciendo en los países no desarrollados. Millones de personas condenadas a la ceguera y, por tanto, en esas sociedades, a la pobreza y el
ostracismo, a veces por unas simples cataratas.
15
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
La doble función divulgativa y solidaria es una gran idea que nos enseña, ayuda
y además nos reconcilia con las batas blancas, todos queremos tener un médico
que nos conozca, que se preocupe, que no pare hasta que encuentre el origen
del problema y su solución, que nos escuche sin prisa, que nos cure el cuerpo, en
este caso los ojos, pero que también nos acaricie el alma.
Hay médicos que se recuerdan por sus investigaciones, por sus aportes a la ciencia, por sus éxitos internacionales y muchos otros, la mayoría, anónimos que dejan una marca indeleble por su calidad humana, su cercanía, el respeto por la
dignidad y la libertad de sus pacientes.
Por cierto, no quiero terminar estas líneas sin deciros que mi abuelo era oftalmólogo.
16
A
PRESENTACIÓN
Prof. Luis Fernández-Vega Sanz
Presidente de la Sociedad Española de Oftalmología
Como presidente de la Sociedad Española de Oftalmología supone para mí una
satisfacción el presentarle, querido amigo, un libro de estas características.
Son habituales los textos de temas médicos que estudian enfermedades concretas y su tratamiento, pero libros en los que se haga referencia al trabajo solidario que realizan muchos profesionales para atender a los más desfavorecidos,
verdaderamente son un hecho sino insólito, sí algo a tener en la máxima consideración. Por ello, este libro puede ser muchas cosas, pero desde luego no es
una publicación más al uso.
Pienso que aborda, por primera vez, una disciplina médica como es la Oftalmología no solo de forma global, sino que lo hace de manera fácil y accesible para
todos aquellos que no son profesionales de la misma pero que, por la circunstancia que fuere, se relacionan con ella directa o indirectamente. O lo harán,
con mucha probabilidad, en un futuro cercano.
En estos escritos se han implicado los Catedráticos de Oftalmología de este
país, exponiéndonos en forma amena casos clínicos reales que sirven, muy didácticamente, no solo para conocer la parte teórica de las distintas enfermedades y su tratamiento, sino también para profundizar en el alma de los enfermos
que las padecen. Este libro “engancha”. A las historias y fábulas no les falta de
nada, incluido ritmo y moraleja, y en los textos de los profesionales oftalmológicos el rigor imprescindible va acompañado de ese siempre aconsejable espíritu
divulgador que hace accesible la farragosa prosa médica para quien no esté
familiarizado con la misma.
Además creo que no hay precedentes en nuestra disciplina de que se “reserve”
un espacio destacado para las fundaciones que al calor de su práctica han ido
surgiendo. Son una prueba excelente de la madurez y compromiso social de
cuantos trabajamos en esta especialidad con las personas y colectivos menos
favorecidos y reafirman el ejemplo de la solidaridad que está en el espíritu de
la Oftalmología.
Confluyen pues tres campos perfectamente elaborados, ensamblados y guiados por el autor-coordinador del libro, José Fernández-Vigo, quien no ha perdido ni un momento de vista que no tenía mayor objetivo que ofrecer una herramienta útil, al tiempo que placentera, para quien se adentre en sus páginas.
17
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
En mi opinión el resultado es brillante, lo que constituye para la Sociedad Española de Oftalmología una satisfacción en la medida que contribuye a que la
sociedad conozca aún más nuestro trabajo, a la par de que también sirve de
estímulo para todos los que estamos comprometidos con las mejores prácticas
oftalmológicas y sociales.
18
A
INTRODUCCIÓN
José Fernández-Vigo López
Este libro es el resultado de una idea largamente meditada. Es el fruto que
surge de una ilusión, la de ser útil, y con una doble vocación, divulgadora y
solidaria. Además yo, personalmente, lo definiría adornándolo con una tercera
acepción, es un libro especial.
Pero vayamos por partes.
En primer lugar, es un libro que pretende divulgar la Oftalmología. Que pretende que se conozcan los ojos, sus enfermedades más frecuentes y qué se puede
hacer para conservarlos o mejorarlos. Y que pretende hacerlo de forma amena
y sentida, por eso el libro se inspira en una larga tradición literaria de utilizar
fábulas, parábolas o cuentos para facilitar la comprensión de un concepto, historia o, en nuestro caso, enfermedad.
Usamos el formato de cuentos, pero no son cuentos, son historias, historias
clínicas reales. Pero al pasarlas a un libro es mejor que sean cuentos. Estos
cuentos representan la vida misma. Si analizamos cada uno de los casos encontraremos cierta similitud con nosotros mismos o con personas próximas a
nosotros.
Contamos cosas y casos. Cosas que te cambian la vida, pequeños o grandes
acontecimientos que te la alegran o te la resuelven y grandes accidentes que
te la destrozan. Contamos diferentes formas de entender y aceptar la enfermedad, personas ejemplares que superan las dificultades y luchan y arriesgan
hasta el límite o personas increíblemente cobardes que salen derrotadas de
antemano sin dar la batalla, sin plantar cara a la adversidad. Diferentes formas
de vivir la vida, superándola con enorme coraje o hundiéndose por causas
estúpidas. Daños por accidentes de coche, daños por el tabaco, daños por
enfermedades como la diabetes o la tensión arterial, por las preocupaciones o
por los odios, por los sentimientos y emociones, por el miedo que nos atenaza
y colapsa.
En este libro podrán encontrar cuentos cortos o cuentos largos, cuentos alegres de final feliz o cuentos tristes sin esperanza. Son todos historias reales,
breves, pero con todo el contenido humano de una vida. Contados por unos
observadores excepcionales, personas de enorme experiencia y capacidad,
personas que son capaces de analizar una realidad mucho más allá de unos
ojos; son la mayor parte de los catedráticos de Oftalmología de nuestro país.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Unos cuentos tratan de explicar enfermedades, nada más. Otros tratan de profundizar, de analizar la actitud de los pacientes ante la enfermedad y ante la
vida. Siempre intentando sacar una moraleja, una conclusión, dar un consejo.
Este es nuestro primer y gran objetivo. Divulgar la Oftalmología.
En segundo lugar este libro es un libro solidario porque pretende llevar la Oftalmología a aquellos que no la tienen a su alcance. No pretendemos que este
libro se lea en países pobres. Pretendemos que los fondos que se recauden con
su distribución vayan destinados a financiar actividades de las ONG que luchan
contra la ceguera. Algunos oftalmólogos ejemplares dedican gran parte de su
tiempo a la atención a pacientes que carecen de asistencia oftalmológica. Este
sacrificio forma parte y da sentido a sus vidas. Se entregan con enorme ilusión.
Qué menos que recaudar fondos para que puedan seguir dándole vista a pacientes que viven en condiciones inhumanas, lugares inhóspitos y en los que
la vista es fundamental para sobrevivir, para no ser depredados por animales
en la selva, o peor aún por depredadores humanos que provocan la ceguera
voluntariamente a niños para obligarles a mendigar, por ejemplo.
Por ello nuestra ilusión es que muchas, miles de personas, lean este libro, para
recaudar fondos y que no haya niños ciegos, para que podamos hacer muchas
expediciones y con los mejores medios humanos y materiales, y para ello se
necesita solidaridad.
Este es el segundo gran, y no menos importante, objetivo de nuestro libro.
En tercer lugar, decía que este es un libro especial e importante para mí y, espero, que para todos los coautores. Les he embarcado, o nos hemos embarcado,
en una aventura de pronóstico incierto. Nos hemos salido de nuestra zona de
confort, de nuestra zona de seguridad y nos adentramos en un camino desconocido que, como el de Machado, hacemos al andar. Si sumáramos todos los libros
sobre Oftalmología que han escrito los firmantes nos cansaríamos en su relación.
Y siempre con éxito. Que hayan hecho esta apuesta conmigo demuestra su confianza porque el éxito no está asegurado. Al final si resulta exitoso podremos proclamar aquella cita cumbre: “como no sabíamos que era imposible, lo hicimos”.
¿Y por qué es importante? Porque es otro tipo de libro. Es un libro distinto,
una especie de apuesta, un experimento, porque hasta donde yo sé no hay
publicado nada de estas características. No es científico, no es docente. Nuestros interlocutores, nuestros lectores tampoco son los de siempre, no son ni
oftalmólogos, ni residentes, ni médicos, ni alumnos; son nuestros pacientes, la
gente de la calle. Aquellos casi siempre olvidados como objetivo de la literatura
oftalmológica pero que son nuestro verdadero leitmotiv, nuestra razón de ser.
20
A
INTRODUCCIÓN
Pero volviendo a la cuestión clave: divulgar o no divulgar. ¿Tenemos o no la
obligación de divulgar, de colaborar con los medios de comunicación?, ¿les
dejamos a ellos la responsabilidad o es competencia nuestra?, ¿sirve la divulgación para mejorar la prevención, para mejorar la calidad de vida de nuestros
pacientes y de la población en general?, ¿sirve para romper miedos, mitos y
tabúes?, ¿el conocimiento nos hace más libres también en el mundo de la salud? Por supuesto que sí. Por supuesto que es de nuestra competencia. Y yo la
reclamo.
Como catedráticos de universidad la sociedad nos ha delegado esa competencia, gestionar el conocimiento en el área de la Oftalmología. Tenemos la obligación de crear, transmitir y divulgar el conocimiento oftalmológico.
Divulgamos conocimiento cuando damos información a nuestro entorno,
cuando lo transmitimos de forma especial, buscando otra forma de hacerlo
entender para que sea más útil a más gente.
Entonces, ¿dónde radica el problema? La divulgación científica es motivo de
controversia entre los profesionales rigurosos hasta el punto de provocar cierto rechazo por el miedo a ser acusados de propagandistas, de caer en la publicidad, de ser mezclados con los charlatanes. Ese es precisamente el límite,
la línea roja no traspasable. No debemos tener miedo a divulgar siempre que
respetemos los límites. En una columna de hace 12 años José Luis de la Serna analizaba una conferencia de Michael Crichton (médico y exitoso autor de
“Parque Jurásico” y de la serie de televisión “Urgencias”) que versaba sobre la
difícil colaboración entre científicos y medios de comunicación. Crichton se
posicionaba claramente: “si se quiere que la ciencia y la biomedicina lleguen a
la sociedad deben llegar de la mano de científicos que sean, además, divulgadores”. Finalizaba José Luis de la Serna: “aunque la situación mejora lentamente
en España, faltan todavía verdaderos expertos que vean en la divulgación una
forma muy clara de hacer labor social”.
Este libro pretende ser una aproximación, un intento para rellenar ese hueco.
Estamos muy lejos de la excelencia pero que no se diga que no lo hemos intentado. Si hemos acertado animaremos a otros a que nos copien y nosotros
perseveraremos en el intento. Si fracasamos, será otra muesca en nuestro currículum, ya que de los fracasos es de lo que se aprende.
Si en la vida el mayor obstáculo es el miedo y la mayor satisfacción el deber
cumplido, con este libro al menos quedamos en paz con nosotros mismos al
haber superado el miedo y cumplido con la tarea. La calificación nos la pondrán
ustedes, los lectores, nuestros pacientes.
21
“Tus ojos”
La visión personal
E
FP
TOZ
LPED
“Tus ojos”
La visión personal
1. El pasajero con miedo a la ceguera
“Los conductores, impacientes, con el pie en el pedal del embrague, mantenían los
coches en tensión. Al fin se encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió que no todos lo habían hecho. El primero de la
fila de en medio está parado… Se ve a su conductor inmovilizado, braceando tras
el parabrisas, mientras los de los coches de atrás hacen sonar frenéticos el claxon.
Algunos conductores han saltado ya a la calzada dispuestos a empujar al automóvil averiado hacia donde no moleste. Golpean impacientemente las ventanillas
cerradas. El hombre que está dentro de su vehículo vuelve hacia ellos la cabeza,
hacia un lado y hacia el otro; se ve que grita algo. Por los movimientos de la boca
se nota que repite ESTOY CIEGO”.
“Estoy ciego, estoy ciego, repetía con desesperación mientras le ayudaban a salir
del coche. Sus lágrimas, al brotar, tornaron más brillantes sus ojos que, según decía, estaban muertos”.
— Se ha quedado ciego de repente, sin más… Sin ninguna causa aparente.
¿Pero cómo es posible que suceda esto?
El pasajero ha leído el párrafo como si estuviera sucediéndole a él; está pálido,
tembloroso, casi llorando. Lo ha leído de corrido; lo sabe casi de memoria.
— ¿Pero esto le puede pasar a cualquiera? pregunta con un hilo de voz, absolutamente angustiado.
El pasajero me sigue relatando sin esperar respuesta:
— Desde que me enteré de que a Saramago le habían concedido el Nobel
me propuse conocerlo, y no se me ocurrió otra cosa que leer este maldito libro.
Estoy obsesionado. Por favor, doctor, ¿esto sucede?; ¿alguien puede perder la
vista así, sin ninguna causa aparente?
El pasajero se refería a un relato de ficción escrito por el premio Nobel portugués José Saramago, titulado “Ensayo sobre la ceguera”. En este relato todas las
personas se van quedando ciegas y nadie sabe ni cómo ni por qué.
La posibilidad de quedarnos ciegos, inválidos, es algo que en el fondo nos
preocupa a todos. Pero hay personas especialmente sugestionables que llegan
a obsesionarse.
25
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Verdaderamente el pasajero daba pena: tenía la cara desencajada, temblaba, parecía hallarse en una crisis de ansiedad. No quiero ni pensar en las
noches que debía de estar pasando. Tampoco me extraña que su mujer aprovechara la ocasión. Ver cómo se derrumba tu marido no debe de ser fácil. Me
puse en su lugar. En el fondo, ¿quién no teme llegar a esta situación? ¿Quién,
en algún momento de su vida, no ha probado a cerrar sus ojos unos minutos
y percibir qué es lo que siente un ciego? ¿Cómo viviría yo sin ver?, nos preguntamos.
Por un momento me paro a pensar: ¿y qué hago yo ahora? Estoy en el tren
camino de Barcelona y con destino a París y me encuentro delante de un paciente con un serio problema psicológico. Bien, pero yo necesito reservarme
tiempo. ¿Qué hacer: se lo dedico o sigo a lo mío?
Les explico cómo hemos llegado hasta aquí. Voy camino de París para asistir
al congreso de la Sociedad Francesa de Oftalmología. Antes se celebra otra reunión de Cirugía Refractiva en Barcelona. Aprovecho, enlazo los dos congresos
y me voy en AVE a Barcelona. Tengo tarea por delante, porque debo presentar
varias ponencias y su preparación requiere tiempo. En el día a día me cuesta trabajo encontrarlo; la consulta, las intervenciones quirúrgicas, las clases, las tesis
doctorales me lo consumen por completo, y me pasa lo de siempre: embarco
sin tenerlo todo ultimado.
Subo al tren confiado en que voy a disponer de tiempo. Nunca tienes una
presentación completamente cerrada. Hasta el último minuto estás perfeccionando el tema: incluyes textos, imágenes, casos clínicos de última hora. Y eso
te genera cierto estrés.
Una vez en el tren localizas tu plaza, te quitas la chaqueta y te sientas. Echas
un vistazo a tu alrededor; no identificas a nadie, ninguna cara conocida. Ningún
oftalmólogo español que acuda al congreso en mi tren. ¡Perfecto! Podrás dedicarte a trabajar. Te sientes aliviado por tu anonimato.
Ya sentado coloco la mesita, abro mi maletín y saco el ordenador con la batería completamente cargada; hasta 7 horas podría trabajar sin necesidad de
recargarla. Vuelvo a mirar hacia el pasillo; sigo sin ver a nadie. ¡Bien! El tren va
bastante lleno, quedan pocas plazas.
Abro mi ordenador y me dispongo a trabajar. No cruzo la mirada con el resto
de viajeros; prefiero no mirar a la cara a nadie no sea que alguien piense que
tengo ganas de tertulia y me estropee el viaje.
26
“Tus ojos”
La visión personal
El ordenador abre con un fondo de pantalla espectacular que al parecer ha
captado la atención de mi vecino de bancada, pues percibo su mirada de reojo.
No hago caso, pero cuando abro el programa con el título provisional de mi
conferencia: “Prevención y tratamiento de la pérdida de visión por retinopatía
diabética”, su mirada vuelve a clavarse en la pantalla; en esta ocasión ya no disimula, se está volcando sobre mí.
Sigo sin prestarle atención pues parece que no va a respetar la paz que yo
necesito. Y así es. Con mucha educación se presenta y me interroga sobre mi
actividad científica. Correctamente, pero casi con monosílabos, respondo a sus
cuestiones sin levantar la mirada del teclado. Pero él insiste.
— ¿Así que es usted oftalmólogo?
— Sí, sí, le contesto.
— Yo soy ejecutivo de ventas del sector de la informática. Me dedico a los
ordenadores. El net-book que lleva está bien; es de la competencia, pero va
bien. ¿Usted lo usa mucho?
— Sí, es muy útil tanto en la consulta como para preparar conferencias, clases, etc. Ya no se puede trabajar sin ellos.
— ¿Y es verdad eso que dicen de que los ordenadores son malos para la vista?
¿Te pueden dejar ciego o te la pueden dañar? Porque mira que en la empresa nos
obligan a hacer horas y horas con el ordenador. Se pasan con sus exigencias.
Sigo armado de paciencia contestando con mis monosílabos y sin perder la
compostura. Continúo sin perder de vista mi pantalla.
— ¿Si fuera malo, tú crees que el doctor los usaría?
Ahora el que ha contestado es el pasajero del asiento de enfrente. Deben de
conocerse, es posible que sean compañeros. Por un momento creo que van a
charlar entre ellos. Procuro concentrarme, pero mi interpelador sigue.
— Es que es una de esas leyendas urbanas que nos perjudican las ventas.
Porque en muchas ocasiones los clientes dicen que no está demostrado que
los ordenadores sean inofensivos.
— Pues tú tranquilo; puedes asegurarles que no pasa nada, no se puede
perder vista por culpa de un ordenador.
27
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Ya te lo decía yo. Cómo va a ser posible semejante burrada. No ves que
hoy en día todo el mundo usa ordenadores. Estaríamos ante una plaga. Eso no
puede ser.
De nuevo interviene el que -me reafirmo- parece ser su compañero.
— ¿Y en qué hospital trabaja? Es que su cara me resulta conocida. Juraría
haberlo visto antes. Lo digo por si alguna vez le necesito.
— Soy catedrático de universidad y tengo mi propia clínica. Espero que no
me necesites, pero si lo precisas estaré encantado de ayudarte.
— ¿Ha salido usted en la prensa o en la televisión recientemente? Es que
usted me suena.
— Colaboro con algunos medios; es posible que me hayas visto u oído en
algún programa de salud de la televisión o de la radio.
— ¿En cuáles ha participado?
— En varios; por ejemplo, “En Buenas Manos”, de Bartolomé Beltrán, en Antena 3, en “Salud al día”, de TeleMadrid, con el Dr. Sánchez Martos, y en “Saber Vivir”
de Televisión Española, con el Dr. Luis Gutiérrez.
Mi respuesta es cortés, pero sin pasión. No sé hasta cuándo va a durar el
interrogatorio.
Intento modificar la diapositiva del título: “La pérdida de visión y sus causas”.
Lo escribo con letras grandes en la pantalla del ordenador sobre un fondo de
pantalla que representa un par de ojos sin brillo, aparentemente ciegos.
Mis compañeros de viaje siguen hablando sobre ordenadores. Procuro permanecer al margen, pero no me es posible del todo; su tono de voz no es precisamente bajo. El indiscreto, sentado a mi lado, ya no se corta:
— ¡Vaya un título, doctor! Un poco truculento. Supongo que para ustedes
será interesante, pero casi prefiero no seguir leyendo sus diapositivas. Soy un
poco supersticioso y mejor “no meneallo”, no vaya a ser el demonio.
Con el índice y el meñique estirados se lleva la mano a la cabeza en el típico
gesto de ahuyentar los malos “espíritus”. Su compañero suelta una risotada.
28
“Tus ojos”
La visión personal
— Es un neura, un hipocondríaco; siempre piensa que cualquier cosa le puede tocar a él.
Por suerte estamos llegando a Guadalajara, al parecer su destino, pues ambos
se levantan de su asiento cuando anuncian la estación.
El cuarto pasajero de nuestro compartimento ha permanecido en silencio;
parece ajeno a la conversación, está leyendo. No se mueve. Evidentemente su
destino no es Guadalajara.
— Bueno, doctor, encantado de conocerle. Que le vaya bien. Y si un día me
quedo ciego ya iré a verle.
Con la indiscreción que le ha caracterizado se despide no sin dejarme su
tarjeta de presentación. Su compañero, más discreto, hace lo mismo. Nunca
llevo tarjetas, pero les apunto en el reverso de una de las suyas la dirección de
nuestra página web.
Veo con alegría cómo salen pasillo adelante cargados con sus maletines. El
cuarto pasajero cruza la mirada con la mía y hace un discreto gesto con las
cejas. Por si acaso, no hago comentarios, pero repito el mismo gesto de complicidad. Me vuelvo a concentrar, confío en que no suba ningún pasajero que vaya
a ocupar estas plazas. En pocos minutos anuncian la salida del tren. No aparece
nadie. Por fin. Me pongo nuevamente manos a la obra. Ya tengo media hora
menos por delante, pero aún hay tiempo.
Sigo preparando las diapositivas, pero no pasan más de cinco minutos cuando una pasajera, que procede de otra fila, se dirige a mí:
— Perdone que le moleste, doctor, pero he estado escuchando algunas cosas de la conversación que ha tenido con esos chicos y, abusando de su amabilidad, querría plantearle un problema que tiene obsesionado a mi marido. Si
no le importa se lo cuento yo, porque él es muy tímido y no se atreve. Sólo será
un minuto.
No me lo puedo creer. Maldita sea, no sé por qué demonios siempre hay
alguien que tiene problemas oftalmológicos, o los tiene su padre, o la madre,
o el hijo, o el vecino...; siempre hay alguien. Recuerdo que en la boda de mi
hermano dos amigas de la familia con graves problemas visuales me asaltaron
¡porque como ya era catedrático…! Y me soltaron un rollo sobre sus enfermedades del que aún hoy no estoy del todo recuperado.
29
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
La pasajera, aprovechando que ha quedado vacante la plaza del compañero
del ejecutivo de ventas, se sienta casi sin esperar a que le conteste. El marido,
sentado dos filas más adelante, no se mueve.
Evidentemente no puedo negarme. ¿Cómo vas a decir que no? Te están pidiendo ayuda. No puedes ser egoísta, porque además observas que hay otros
pasajeros que ya están pendientes de la conversación. Me veo en la obligación
de invitar a la mujer a que sea su propio marido el que me lo comente. Él accede un poco azorado. Verdaderamente da la impresión de estar agobiado. Se ve
que es una persona correcta y discreta, que le ha costado trabajo dar el paso.
Percibo la mirada furtiva del cuarto pasajero que levanta los ojos del libro que
aparentemente le tenía entretenido.
El marido saca un libro del maletín mientras se sienta. Lo abre y empieza a
leer. El resto ya lo saben. El libro era “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago. Y así nos encontramos, camino de Barcelona, con la tertulia montada, y yo
empezando a olvidar mis obligaciones.
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“Tus ojos”
La visión personal
2. Doctor, ¿me puedo quedar ciego?
El estilo de vida y sus consecuencias sobre la visión: el estrés y la vida sana. La hipertensión arterial. La diabetes. El tabaco. Los animales domésticos.
Cuento 1. Antonio, el diabético que fumaba.
Cuento 2. Juana, la mujer que perdía vista por culpa de su marido.
Cuento 3. El niño con bichos en los ojos.
Ya vamos camino de Calatayud, nuestra siguiente etapa. La tertulia ha ido
creciendo. El relato del marido ha causado cierto impacto. El cuarto pasajero
aún no ha cerrado el libro, pero está pendiente. Los dos de la fila del otro lado
del pasillo ya se han incorporado. El matrimonio sigue siendo el protagonista.
— Pero al margen de la novela, doctor, ¿es posible quedarse ciego así, bruscamente, sin previo aviso? ¿Pasar de la luz a la oscuridad sin enterarnos, sin un
periodo de adaptación, sin que medie ninguna causa aparente?
— Mira -le contesto-, la respuesta a tu pregunta es sí y no. Sí que podemos
perder la vista bruscamente, pero no sin una causa; siempre hay una causa. Y en
la mayor parte de los casos podemos prevenirla.
— Entonces, si puede prevenirse, ¿por qué la gente se queda ciega? ¿Por qué
no se previene?
— En gran medida la culpa la tenemos cada uno de nosotros. Pocas veces
ocurre algo porque sí. A priori, casi siempre sabemos quién va a tener problemas. Si no nos cuidamos, si no controlamos los factores de riesgo, al final lo
pagaremos caro, muy caro, posiblemente con la ceguera.
— Me está hablando en abstracto. Por favor, concrete un poco. ¿Por qué nos
quedamos ciegos? Si mis ojos están sanos, ¿cómo es posible que me quede
ciego?
— La gente no lo sabe, pero cualquiera de nosotros puede quedarse ciego
por alguna de las circunstancias de la vida. Consideramos que la ceguera viene porque la persona tiene una enfermedad en los ojos y como consecuencia
de la misma se queda ciega. Poca, muy poca gente sabe que la pérdida de la
visión se produce también por problemas de salud general: por malos hábitos
de vida, por no cuidarse, por no llevar una vida sana.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Sigo sin entender la relación. ¿Qué es eso de las circunstancias de la vida?
— Vamos a poner algunos ejemplos. Hay circunstancias ajenas a los ojos
que te pueden dejar ciego. Te propongo un pequeño cuestionario con varios ejemplos “populares” para evaluar tus conocimientos sobre los ojos y la
visión.
— De acuerdo, pero por favor que no sea complicado, que sobre estas cosas
no tengo ni idea.
Miro alrededor e invito a todos a participar.
— Puede opinar el que quiera. Podéis echarle una mano.
La verdad es que ya empiezo a divertirme. Me gusta hablar con los pacientespasajeros. Y sobre todo si sirve de algo. A estas alturas ya me he olvidado de mis
diapositivas.
— Por favor, concéntrate, anota las cuestiones y me contestas verdadero (V)
o falso (F):
1.- Los ordenadores y consolas son muy malos para la vista ................................... V - F
2.- Te puedes quedar ciego por el estrés, por un disgusto
o por un enfado ........................................................................................................................... . V - F
3.- Leer con poca luz te deja ciego............................................................................................. V - F
4.- Los insectos te pueden dejar ciego .................................................................................... V - F
5.- No se debe forzar la vista porque se cansa y se gasta.
No se debe abusar de la televisión, y si te acercas
te queda ciego; estudiar mucho aumenta la miopía,
igual que preparar oposiciones............................................................................................ V - F
6.- Te puedes estar quedando ciego sin darte cuenta,
sin notar nada ................................................................................................................................... V - F
7.- Si no usas las gafas, te aumentan las dioptrías
y las lentillas frenan este aumento ...................................................................................... V - F
8.- Si fumas, bebes, no cuidas la dieta o no haces ejercicio
puedes perder visión ................................................................................................................... V - F
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“Tus ojos”
La visión personal
9.- La luz artificial (sobre todo la de los halógenos) “que me
ponen en la oficina” produce pérdida de visión ......................................................... V - F
10.- Por convivir con tu perro o con tu gato te puedes quedar ciego ................... V - F
— Hombre, aquí hay cosas que sabe todo el mundo y otras que parecen verdaderos disparates y que no tienen relación con la vista. No sé adónde quiere ir
a parar. Todos sabemos que los ordenadores son muy malos, que si no usas las
gafas te puedes quedar ciego y que forzar la vista es muy perjudicial, pero no sé
a qué viene lo del tabaco o lo de mi perro. Ahora resulta que hay una cruzada
antitabaco que hasta me puede dejar ciego. ¿No cree que se están pasando
con la moda antitabaco?
— Bueno, voy a ir tratando de contestarte. En primer lugar, de la lista que os
he leído las afirmaciones de los números impares son falsas y las de los pares
verdaderas.
— Será al contrario, ¿no? Se está confundiendo.
— No; aunque te parezca mentira, son falsas. Claro que “todo el mundo sabe
con absoluta certeza” que todo eso es cierto. Eso es lo que nos dicen, e incluso
nos discuten, algunos pacientes. Porque se lo han dicho amigos, compañeros,
familiares, un paciente al que le pasó exactamente eso. Sin embargo, casi nadie
sabe el riesgo que corren las personas a las que me refiero en las cuestiones
pares. Pero es así; todos estos motivos, que no son del conocimiento popular,
pueden hacerte perder vista. Por tanto, cualquiera de nosotros es candidato
potencial a perder vista.
— Ya me está usted asustando. O sea que es cierto que podemos quedarnos
ciegos en cualquier momento. ¿Y todos tenemos el mismo riesgo; es un problema de mala suerte o es que hay sujetos predispuestos?
— La posibilidad de que te “toque” una enfermedad que te haga perder visión no es cuestión de “magia” ni de suerte. Le puede pasar a cualquiera, pero
hay personas que tienen más posibilidades.
Vamos a poner un ejemplo muy claro. Muchas personas saben que si no
cumplen las normas pueden perder un ojo y, sin embargo, no las cumplen.
Por ejemplo, los mecánicos saben que deben usar gafas protectoras, porque
un cuerpo extraño que salte al ojo se lo puede perforar y hacer que lo pierdan.
Pese a todo, no se las ponen.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Hombre, ese es un ejemplo demasiado claro. Lo entiende cualquiera. Pero
yo no tengo ese riesgo. Imagínese que yo soy un administrativo, un profesional,
que trabajo con mi ordenador, que soy ama de casa… ¿También me puedo
quedar ciego?
— Por supuesto que sí, y en un porcentaje muy elevado de casos por causas
indirectas, por circunstancias de la “vida diaria”, sin que medien traumatismos o
accidentes. Hay otras muchas causas de las que advertimos a los pacientes, en
la certeza de que se quedarán ciegos si no nos hacen caso. Pues ¡como si oyeran llover! Te voy a leer un verdadero caso clínico, un paciente que tuve yo hace
años y que es un ejemplo típico. Lo utilizo como un cuento para convencer a
mis pacientes.
Conecto el ordenador y me voy a la carpeta que titulo “Cuentos de Oftalmología”. En sus archivos escribo anotaciones sobre los pacientes que por una u
otra razón me han llamado la atención. Son muchos casos clínicos, variados,
fruto de una larga experiencia clínica. Casos o pacientes que me han impresionado positiva o negativamente, científica o humanamente. Le tengo mucho
cariño a esta pequeña colección de cuentos. Representan para mí como una
pequeña escuela de vida. Leo a mis compañeros de viaje el primer cuento en
medio de un notable silencio.
Cuento 1. ANTONIO, EL DIABÉTICO QUE FUMABA
(O cómo el tabaco puede acabar contigo)
La mujer rompió a llorar, quedamente, en la esquina, con resignación, pero sufriendo y mucho.
Antonio era un buen tipo, pero estaba derrotado. Su enfermedad podía con él,
con su espíritu. No estaba dispuesto a luchar.
Tenía una diabetes tipo 1, la que se trata con insulina, la forma más grave de esta
enfermedad. Hacía 15 años que la padecía y nunca la había tenido en consideración. Hizo siempre lo que quiso, por supuesto en contra del criterio de los médicos.
Como la diabetes no duele ni pica, pues a vivir mirando hacia otro lado.
Acudió a consulta porque notó una leve pérdida de visión. Al explorarle observamos que sus ojos eran potenciales “bombas”. Tenía una forma de retinopatía, o sea
una enfermedad de la retina, de muchísima gravedad. Le advertimos del riesgo que
corría, pero él quería unas gafas, no que le hablaran de la diabetes.
34
“Tus ojos”
La visión personal
No volvió hasta que perdió por completo la visión por un ojo y parcialmente
por el otro. Ahí sí se asustó; le vio las orejas al lobo. No podía conducir, no podía
trabajar, no podía salir a la calle; era un inútil. Y por primera vez fue consciente de
que la diabetes era su enemiga; aunque no dolía, podía hacer mucho daño: ¡podía recluirlo en casa! Se acabó ir a tomar la cervecita con los amigos, la partida,
la tertulia…
El día que volvió a aparecer por la consulta estaba alarmado. En dos días había
pasado de hacer una vida normal a estar prácticamente ciego. Le prescribimos un
tratamiento con láser: 4-5 sesiones en cada ojo. Alrededor de 800 impactos de láser
por sesión. Un total de 3.500 impactos por ojo. Por fin accedió a seguir nuestro consejo. Su mujer no se lo podía creer:
— Mucho debió de asustarse, decía, para hacerle caso y acudir puntualmente a
las sesiones.
Y aguantando estoicamente el chaparrón de impactos que le dábamos en cada
sesión, añado yo.
Al acabar las sesiones la respuesta había sido muy buena. Había desaparecido
el riesgo importante, teníamos controlada la situación y como el efecto del láser
es muy duradero, podíamos considerar que casi sería para toda la vida. Cantamos
victoria; había recuperado mucha visión en los dos ojos y parecía dispuesto a seguir
las recomendaciones que le dábamos. La mujer estaba sorprendida:
— El susto de perder la vista le ha hecho cambiar, exclamó.
En sucesivas revisiones constatamos que la evolución era buena. Pero se notaba
que el resultado no era redondo. Además, en este tiempo le habían amputado un
pie. Algo fallaba. No acababa de notarse la progresiva mejoría que era de esperar.
Intentamos buscar la causa. Se veía que sus ojos no tenían una buena oxigenación: sus venas estaban dilatadas y la sangre era oscura. La mujer no hablaba.
Es muy frecuente que los pacientes diabéticos no cuenten toda la verdad. Un
amigo argentino, catedrático en Buenos Aires, me invitó a dar una conferencia sobre retinopatía diabética y durante una cena me comentó: “El diabético es ladrón y
mentiroso. Ladrón porque roba comida en la heladera (frigorífico) y después miente
porque dice que no ha sido él.”
Para conocer la verdad suelo buscar la complicidad de sus parejas o de sus hijos
para que hablen. El cónyuge suele ser el “chivato”, el que delata las indisciplinas del
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
paciente: que si no hace ejercicio, que si se salta la dieta, que si bebe alcohol… El
paciente se enfada con su pareja y suelen discutir en nuestra presencia.
Pero en el caso de Antonio a su mujer se le veía asustada, incapaz de hablar. ¿La
tiene amedrentada?, pensé. Yo miraba hacia ella para que me diera alguna pista,
algo que Antonio ocultaba, que no quería decir, que me desvelara dónde se escondía la causa de que no funcionara del todo bien. Según él hacía la dieta, había dejado las cervezas, se pinchaba puntualmente la insulina, controlaba los niveles de
azúcar... Yo me lo creía a medias. Pero había algo más.
Por fin se me ocurrió preguntar algo que me parecía absurdo, pero que tras la
experiencia con este paciente pregunto siempre.
— Antonio, ¿tú fumas?
Respondió que sí, pero quitándole importancia siguió hablando de otros asuntos.
— ¿Pero cuánto?, insistí.
— Un paquete al día, me dijo.
Miré a la mujer y al ver que permanecía muda supe que Antonio mentía, que fumaba más.
Miré a Antonio directamente a los ojos y le espeté:
— ¡Pero eso es una burrada! ¿Cómo es posible?; si es veneno puro para ti. La falta
de oxigenación que ya provoca tu retinopatía la estás multiplicando de manera exponencial. No puedes seguir haciéndolo.
Se quedó pensativo, sin mirarme a la cara. Volví sobre el tema y cargué las tintas;
creía que ya lo tenía ganado, que, como en las otras cosas, iba a conseguirlo. Pero
no era capaz de arrancarle su compromiso. Empecé a intranquilizarme. Quería su
palabra, pero él no cedía. Por fin le lancé el órdago apoyado en mi autoridad moral;
confiaba en que tuviera efecto.
— Antonio, si no dejas el tabaco te vas a quedar ciego.
La mujer se sobresaltó. Él no. Me miró y me dijo algo que aún me impresiona ahora:
— Prefiero quedarme ciego a dejar de fumar.
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“Tus ojos”
La visión personal
La mujer rompió a llorar, quedamente, en la esquina, con resignación, pero sufriendo y mucho. Comprendí que era un asunto enquistado, imposible de reconducir. No volví a verlo.
Años después operé a su hija de miopía. Cuando vino a hacerse las pruebas prequirúrgicas le pregunté a la mujer por Antonio. Me comentó que había fallecido
hacía tiempo, que había seguido fumando, y que ella nunca le perdonó su falta de
espíritu de lucha. No le perdonó que por su cobardía su hija se quedara sin padre.
El pasajero no perdió detalle del relato. Se notó que le impactaba. No pestañeó hasta el final. Permaneció unos segundos sin articular palabra.
— Realmente, doctor, el caso impresiona. ¿Cómo es posible que fuera tan
irresponsable, que tuviera tan poca fuerza de voluntad?
— Ya te lo dije. Sabemos quiénes están en riesgo, sabemos lo que tienen que
hacer, se lo advertimos y, como te decía antes, ¡como quien oye llover! Ni caso.
— Parece un caso un poco extremo, de tozudez extraordinaria. No creo que
sea muy frecuente.
Esta vez el que interviene es el cuarto pasajero. Había permanecido en silencio hasta ese momento.
— No lo creas; hay muchos pacientes así. Pacientes que no afrontan sus enfermedades, que viven como si no las tuvieran. No hay que vivir amargado. Hay
que asumir la enfermedad, convivir con ella, no dejarse superar. Pero hay que
plantarle cara. No puedes vivir como si no la tuvieras. La diabetes mal controlada es muy perjudicial para la vista. Si además fumas, las probabilidades que
tienes de quedarte ciego son muchas.
— Pero, como le decía, parece un caso un poco extremo. Una persona que
tiene diabetes, que no la controla y que fuma parece que se aleja del perfil del
paciente que se queda ciego casi sin factores de riesgo.
— Tienes razón, es un poco extremo. Pero no te olvides de que casi siempre
hay alguna razón. En el caso de Antonio las razones eran muy claras, pero hay
casos en los que también lo ves venir. Ves que el paciente ha tomado un rumbo
y aunque lo lleva al desastre no reacciona. Le resulta más cómodo seguir siendo
así y no rectificar. No quiere cambiar su estilo de vida, su forma de ser, su carácter, su forma de entender la vida y ello le conduce a la ceguera.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Entiendo que usted se refiere, por ejemplo, a una de las cuestiones que
planteó en la lista inicial, una cuestión emocional, por ejemplo el estrés. Creí
que eso solo afectaba a los grandes ejecutivos.
— Efectivamente, el estrés emocional es un factor de riesgo. Y no solo el
laboral, sino el que nos genera nuestra propia cabeza, nuestra propia mente. Y
es que en absoluto el estrés es patrimonio de los ejecutivos. El estrés nos lo provocamos nosotros: cuando nos inventamos problemas inexistentes o cuando
no sabemos afrontar los que verdaderamente tenemos.
— ¿No tendrá usted algún ejemplo que me permita entenderlo mejor; algún
caso clínico que sea menos claro que el de Antonio? Porque este hombre parecía un cúmulo de desgracias, No acabo de comprender cómo es posible que
por disgustarte te puedas quedar ciego.
— Vale; voy a contar otro caso clínico que también me gusta mucho. Es el
que tengo en el siguiente archivo. En su momento me hizo reflexionar mucho.
Cuento 2. JUANA, LA MUJER QUE PERDÍA VISTA POR CULPA
DE SU MARIDO
— “Profesor, de repente he perdido la visión del ojo izquierdo”.
Así entró Juana en la consulta, arrollando a Leticia, sin darme tiempo a leer la
historia clínica, sin que pudiera enterarme de lo que estaba pasando.
Le pedí que tomara asiento en el sillón de exploración mientras Leticia me miraba
entre sorprendida y enfadada al sentirse ninguneada por Juana.
Me decía Pepe Moreiras, un oftalmólogo de Santiago de Compostela: “José, yo a
los pacientes de órbita los huelo, ya sé lo que tienen antes de explorarlos”. Es lo que
tiene la experiencia. Lo mismo sucedía con Juana. Era previsible lo que le podía estar
pasando por su personalidad, por su carácter y por su aspecto físico.
La morfología de Juana era típica. Como una manzanita roja, es decir, gordita, ancha,
baja, carnes prietas, cara colorada, rubia teñida. Poco arreglada, muy dispuesta, muy
echada para adelante. Con coraje. Personalidad sanguínea. Respetuosa, asustada.
Con esas características físicas es una firme candidata a ser hipertensa, es decir, a
tener la tensión arterial elevada. Probablemente también tendría colesterol y quizás
algo de azúcar. Seguro que no practica ninguna actividad física.
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“Tus ojos”
La visión personal
La conclusión es de pura lógica: una trombosis de vena retiniana debida a hipertensión arterial. Así, a primera vista, sin haberla explorado, apostaría lo que fuera a
que no me equivocaba.
Ahora solo faltaba corroborarlo. Con el oftalmoscopio observas el fondo del ojo y
ves un manchón rojo, una zona de retina tapizada de pequeñas hemorragias, confluentes, que rodea a una o más venas hinchadas, a punto de estallar. De hecho,
una ya estalló y es la que causó la hemorragia. A partir de ahí se produce una importante pérdida de visión. Es equivalente a un infarto en la retina. Se trata de un
accidente vascular muy grave para el ojo.
Una vez diagnosticada, le expliqué a Juana que por culpa de la tensión arterial
se le había reventado una vena, igual que revienta una tubería que soporta una
elevada presión en su interior. Ahora habría que hacer una angiografía, una prueba
mediante la que podremos ver dónde se rompió exactamente, qué parte de la retina
está encharcada por los restos de sangre y posteriormente realizar una soldadura de
la fuga de la tubería rota mediante rayos láser.
Mientras tanto le aconsejé que controlara la tensión, que hablara con su médico
para realizar análisis de sangre, que tomara un anticoagulante para evitar que se formara otro trombo, que evitara situaciones de tensión psicológica que le provocaran
estrés y que siguiera una dieta y realizara ejercicio físico. Son los consejos habituales.
Ella accedió y se presentó el día de la angiografía. Se confirmó el diagnóstico punto por punto y le expliqué los resultados y la estrategia a seguir. Le citamos para iniciar el tratamiento con láser. Hasta este momento todo transcurría con normalidad;
ninguna sospecha de que hubiera nada raro.
Acudió a la primera sesión de láser. Mostró una buena colaboración, sin quejarse.
Una vez finalizada la sesión me preguntó:
— Profesor, ¿a mí esto me lo pudo causar un disgusto?
— Sí, pudo ser por un disgusto. La tensión psicológica origina una elevación de la tensión arterial, de manera que si ya hay lesiones previas puede desencadenarse un ataque.
— Bueno, doctor, usted podría explicarle esto a mi marido, porque tengo algunos
problemas con él…
¿Problemas matrimoniales que le provocan a Juana una trombosis? Me parece
raro, pero veremos qué “animalito” es el marido de Juana, porque para poder con
ella tiene que ser de armas tomar.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Por supuesto, Juana, le dije.
Un minuto después llegó Juana muy digna, con paso firme y decidido. Detrás
apareció un pobre hombre delgado, encorvado, al menos 20 años mayor que ella,
calvo. Exhibía una palidez que contrastaba enormemente con el rojo de la manzanita. Sujetaba un sombrero e iba embutido en una gabardina. Su mirada denotaba
una actitud temerosa. Apostaría a que nunca fue capaz de levantarle la voz a Juana, ni tan siquiera toserle.
Ella se encara, saca pecho y me planta:
— A ver, doctor, dígale a mi marido que me trate bien, que no me dé disgustos y
que haga lo que yo le diga, que si no va a acabar conmigo.
En esa tesitura tienes que optar por la potencia invasora si no quieres tener follón
con ella, pero te enternece la víctima, con lo que pretendes llegar a una decisión
ecuánime.
— Hombre -le digo-, hay que procurar que Juana no se sulfure porque en una
de esas subidas puede presentar otro problema grave: un infarto, una hemorragia
cerebral, y eso hay que evitarlo. Hay que ayudarle a controlar esos picos de hipertensión arterial.
Ella mientras tanto asiente con cara de revancha. Para repartir culpas me dirijo a
ella y le digo.
— Juana, por tu parte tienes que controlarte, hacer dieta y ejercicio físico. Son
muy importantes las tres cosas. Debes bajar de peso, y para ello habla con tu médico y que te elabore un plan, una dieta. Y por lo menos realiza cada día una caminata de 45-50 minutos a buen ritmo.
— Pero tú ya sabes lo que te ha dicho el doctor -vuelve ella a la carga, enfurecida,
obviando lo que yo le digo- ¡no vuelvas a llevarme la contraria!
En ocasiones te sientes utilizado y tergiversado. Te piden tu opinión, que pretenden arrimar a su sardina, y tú, en cambio, pretendes que tu actitud sea salomónica.
Los conflictos entre parejas son variopintos: pueden tener que ver con hábitos de
vida: tabaco, alcohol, dieta y/o ejercicio físico; pueden ser entre padres por la educación de los niños; entre padres e hijos por los estudios, por el uso de los ordenadores.
Siempre intentas no desautorizar a los padres que acuden solicitando tu ayuda.
Pero a veces les fallas, porque sus pretensiones no son acertadas.
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“Tus ojos”
La visión personal
En las disputas sobre la cantidad de cigarrillos fumados o de copas de vino ingeridas las discrepancias entre los miembros de la pareja son abismales. En cuanto
al ejercicio físico, pues porque uno ya es perro viejo, pero oírle decir a una señora
que pesa 90 kilos y que tiene una artrosis de caballo que camina todos los días 60
minutos a buen ritmo, es como para considerarlo ofensivo. En general el cónyuge
discrepa, lo manifiesta y la mujer lo fulmina con una mirada que además pretende
intimidarle como diciendo: “Cuando lleguemos a casa arreglaremos cuentas”.
Las excusas para no realizar ejercicio son poco originales: que si llueve, que si hace
frío, que si los días son cortos, que si es aburrido, que si es peligroso, que si tiene muchas tareas en casa…
En las sucesivas sesiones Juana me va contando las malvadas cosas que le hace
su marido. Al principio las oculta bajo un halo de misterio.
— Todos los días se va de casa y no vuelve hasta muy tarde, siempre con malas
compañías; estoy muy sola. Y cuando se lo digo ni me contesta. Pasa de mí. Yo entonces me deprimo y no soy capaz de seguir la dieta; me aburro sola en casa y me
pongo a comer.
Llego a creer que su marido lleva una doble vida y se va con mujeres. La verdad es
que no encaja su aspecto físico con una vida pecaminosa, pero cualquiera se fía.
En la siguiente sesión de láser Juana vuelve a sincerarse; en esta ocasión está más
agresiva.
— Es que está siempre mal acompañado y mal aconsejado. Anda siempre con
su hermano, se pasa todo el día con él y yo eso no lo acepto. No se lo tolero. Se ha
casado para estar conmigo.
Su indignación es profunda. Su color ya no es rojo, es morado. Intento tranquilizarla y le aconsejo que hable con él. Le digo que alterarse así es peligroso para su
salud.
A la siguiente revisión acude con un nuevo episodio de trombosis; la pérdida de
visión es casi total. Empieza a presentar hemorragias en el ojo bueno. Todo el trabajo realizado con el láser se va al garete. Le riño; le pregunto si está siguiendo la
dieta, si está realizando ejercicio, si su médico sabe lo que le está pasando en el ojo.
Me dice que su médico no le hace ni caso, que no le entiende, porque la culpa de
todo la tiene su marido; repite incesantemente que está a punto de separarse de su
bendito marido.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Ya no aguanto más, doctor. Se pasa los días con su hermano y se van a casa
de su madre, y allí se pasan el día. Usted me dice que tengo que pasear, pero si estoy
sola, no me atrevo a salir de casa; él no quiere venir conmigo. Entre todos van a
acabar conmigo.
En parte me quedo más tranquilo; su marido no tiene malas compañías ni vicios
ocultos, ni lleva vida depravada. Por tanto, parece que no es un asunto de malos
tratos.
— Su madre tiene 95 años y mi marido dice que los necesita porque está impedida. Pero él se casó para estar conmigo. Yo con mi suegra no tengo problemas; la
culpa la tiene él.
La cosa se pone peliaguda. Parece que una gran parte del problema de las trombosis es el carácter irascible de Juana. Yo, inocente, le propongo:
— Pues por qué no acompaña a su marido a casa de su madre; así van dando un
paseo tanto al ir como al volver.
— Pero es que no puedo ir a casa de mi suegra. Sus hijas viven con ella en su casa,
y no me pueden ver, me tienen envidia. Van a acabar conmigo, repite. Me hacen la
vida imposible.
O sea que el conflicto familiar se extiende. Yo me siento cansado. No sé por dónde
salir. Hay más pacientes esperando. No hay arreglo posible.
Otro caso perdido, como el de Antonio. Juana no va a cambiar su estilo de vida.
Dice que van a acabar con ella, y se lo cree y así acabará siendo. Seguirá odiando,
seguirá obsesionada, se creará a sí misma un estrés psicológico que le provocará
una hipertensión arterial de tipo emocional, aderezada con su falta de ejercicio y su
falta de adopción de hábitos saludables. Obsesionada como está, lejos de cumplir
la dieta, relajarse y hacer ejercicio, seguirá sufriendo accidentes vasculares, ahora
en el ojo, después en las piernas, después en el corazón y quizás una hemorragia
cerebral que la deje hemipléjica.
Escribía Shakespeare: “No calientes el horno de la ira tanto que te pueda quemar
a ti mismo”.
Muchas personas prefieren culpar a todo el mundo de sus males, siempre alimentando el odio. Por sistema hay algo o alguien a quien echarle la culpa; a todos menos a uno mismo.
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“Tus ojos”
La visión personal
El caso de Juana nos enseña dos cosas: de qué manera una enfermedad como
la hipertensión arterial, que en gran medida depende de la voluntad del paciente,
puede acabar dañándola irremediablemente, y cómo la obsesión, la falta de control sobre uno mismo, puede llevarle al desastre.
Juana se quedará ciega. Parece no importarle; prefiere pensar que ella pierde la
vista por culpa de su marido.
— No se si está usted exagerando voluntariamente para apoyar sus argumentos iniciales. El caso de Antonio es más fácil de entender, pero lo de Juana
sí me ha dejado descolocado. ¿No será también un caso extremo, una casualidad? Suena un poco a novela.
Aquí vuelve a intervenir el cuarto pasajero:
— No creas. Hace poco vi en urgencias a un paciente al que había operado
de miopía hace 4-5 años. Tiene 41 años. Venía con una severa pérdida de visión. Al explorarle el fondo del ojo de nuevo me encontré con una trombosis.
Lorenzo no tenía hipertensión arterial diagnosticada, ni colesterol, ni diabetes.
Todo era normal. El banco en el que trabaja le realizaba análisis periódicamente
y estaba todo bien. Solo me quedaba como factor de riesgo el estrés, pero me
contestó que no, que él no tenía estrés. Al insistirle me acabó confesando que
en la última temporada, con lo de la crisis, sí que les estaban apretando más.
Le advertí del riesgo, de que un infarto en un ojo es grave, pero que un infarto
cardíaco le puede matar o una hemorragia cerebral dejarle paralítico. Le hice
ver que tiene hijos pequeños. Me prometió que se tomaría las cosas con calma.
Le citamos para practicarle la angiografía la semana siguiente.
Ese día me dijo Virginia, la optometrista:
— Está Lorenzo con mucha prisa. Dice que si podemos hacérsela pronto,
que le colemos antes que a otros. Dice que tiene que acabar inmediatamente,
porque de aquí ha de irse al notario con un cliente a firmar una escritura muy
importante.
Cuando tuve delante a Lorenzo le recriminé: “¿Pero no habíamos quedado en
que ibas a tomarte las cosas con calma, que esta trombosis era un aviso?”.
— Sí, sí, me respondió. Pero es que es un caso especial, un cliente muy bueno; no quiero perder la operación.
— ¿Tú qué crees? ¿Cómo va a acabar Lorenzo, como Juana?
43
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Pues tiene toda la pinta. ¿Y hay muchos casos así?
— Muchos, muchísimos. Siempre hay algo o alguien a quien echarle las culpas. El trabajo o el paro, la familia o los amigos, el jefe o los compañeros. Nunca tenemos la culpa nosotros. Aunque no hagamos las cosas como se deben
hacer. No cumplimos la dieta, no hacemos ejercicio, no aprendemos a relajarnos, fumamos, bebemos, nos estresamos, nos preocupamos y obsesionamos
innecesariamente... Decía Montaigne, un filósofo francés: “Mi vida ha estado llena de terribles desdichas, la mayoría de las cuales nunca han sucedido”. Decía
también Marco Aurelio, el filósofo emperador romano: “Nuestra vida es la obra
de nuestros pensamientos”. En ambos casos nos están indicando que somos lo
que nuestra mente quiere que seamos, y que en nuestra mano está evitar que
nuestra mente sea nuestra enemiga.
Nuestro paciente-pasajero se queda pensando. Hay unos segundos de silencio que rompe el cuarto pasajero.
— Por cierto, hace usted mucho hincapié en el ejercicio. ¿Qué tiene que ver
el ejercicio con los ojos? No acabo de entender la relación. ¿No será que también está de moda actualmente?
—No, eso viene de antiguo. Lo decían los romanos hace siglos con aquel aforismo latino “mens sana in corpore sano”. Pero te lo explico. El ojo es un órgano
en constante funcionamiento. La retina, la parte más importante del ojo, realiza
un enorme consumo de oxígeno. Por ello es fundamental aportárselo. El oxígeno llega esencialmente a través de la sangre; por ello se necesita una buena
circulación. ¿Y qué pasa cuando hay un exceso de azúcar (en la diabetes) o de
colesterol (en la obesidad) o mala circulación por la hipertensión arterial? Que
no llega oxígeno a la retina, que la circulación no es la adecuada y que eso da
lugar a serios problemas: hemorragias, infartos, isquemia (falta de circulación), y
que como consecuencia perdemos vista.
— Todo eso ya lo entiendo, pero sigo sin saber qué papel juega el ejercicio
físico.
— El ejercicio es el mejor medicamento a nuestra disposición. Quema el azúcar, reduce el colesterol, mejora la circulación, baja la tensión arterial, mejora la
oxigenación...; además no cuesta dinero ni tiene efectos secundarios. Así que
fíjate si es importante. Y a pesar de todo la gente no nos hace ni caso. Siempre
hay alguna disculpa para no hacer ejercicio. Como te decía antes, que si hace
frío, que si hace calor, que si tengo mucho trabajo, que no tengo ni un minuto…
44
“Tus ojos”
La visión personal
— ¿Y el tabaco por qué es malo para la vista? ¿Porque el humo nos produce
irritación?
— Al margen de la irritación, que no deja de ser un problema menor, lo importante es que el tabaco no permite una adecuada oxigenación. Los glóbulos
rojos son las células de la sangre que transportan el oxígeno; son como un
vagón que lleva el oxígeno a los tejidos. Si respiras monóxido de carbono, ese
vagón no transporta oxígeno, está ocupado por el monóxido de carbono, con
lo que a tus ojos no llega suficiente oxígeno y estos empiezan a fallar.
— Por eso usted le insistía tanto a Antonio. Porque además de la mala circulación por el exceso de azúcar en la sangre, esta no llevaba suficiente oxígeno.
Ya lo veo más claro.
— Exactamente. Como veis, en el ojo se reflejan muchas enfermedades generales, desde el estrés hasta enfermedades neurológicas, pasando por la hipertensión arterial, el hipertiroidismo, la diabetes, procesos de envejecimiento
como la degeneración macular, incluso enfermedades autoinmunitarias como
los reumatismos. Por eso el ojo es un órgano muy importante.
— Parece que está usted magnificando la importancia de la Oftalmología.
Soy periodista y me dedico a la divulgación científica. He hecho múltiples reportajes sobre avances científicos, pero no conocía la Oftalmología y da la impresión de que usted está exagerando su importancia.
— ¿Qué te hace pensar eso?
— Pues que ahora resulta que en el ojo repercuten desde el estrés hasta no
sé cuántas manifestaciones de las enfermedades generales; es decir, en el ojo
se reflejan muchas enfermedades.
— Pues sí, tienes toda la razón; las manifestaciones de las enfermedades generales a nivel del ojo son importantísimas. Por tanto no es que yo sea un enamorado de mi profesión, es que mi profesión es apasionante, tiene capacidad
de enamoramiento, es muy compleja.
— Ha mencionado el tema de la diabetes. Ese sí es un tema importante. Hay
un día del mes de noviembre que está consagrado como Día Mundial de la
Diabetes. Recuerdo haber realizado un reportaje sobre complicaciones de la
diabetes y sin duda una de las que más preocupaba era la ceguera.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
El periodista ya se ha lanzado. Quiere demostrar su conocimiento del tema.
Continúa:
— Vamos a hablar sobre este asunto, sobre qué repercusión puede tener la
diabetes. ¿Cómo es posible que porque una persona tenga el azúcar elevado se
pueda quedar ciega? ¿Qué tiene que ver? Por cierto, le importa si tomo alguna
nota.
— No, no, adelante, no hay problema. Pues algo parecido es el título de una
de mis conferencias: “Del exceso de azúcar a la pérdida de visión: la ruta del
diabético hacia la ceguera”. Algo así como “La crónica de una ceguera anunciada” parafraseando a García Márquez. Es una narración en la que cuento cómo
partiendo de una situación de concentración de azúcar en sangre elevada, una
persona puede llegar a quedarse ciega y esa es una ruta perfectamente trazada.
Sabemos cuáles son los pasos que sigue el paciente en esa evolución y los cuidados y tratamientos que debe seguir para no continuar en ese curso.
— Es decir esto es como un viaje que tiene diferentes etapas. Cada etapa
indica que la enfermedad avanza. Cada etapa indica que la situación es más
grave. Y si el paciente quiere puede parar esa progresión, ¿es así?
— Así es, resumiendo mucho el problema.
— ¿Y ustedes cómo saben que se va cumpliendo cada etapa?
— Revisando el fondo del ojo al menos una vez al año.
— Vale, doctor, le creo. Pero no lo entiendo. No comprendo cómo porque
haya un exceso de azúcar se puede uno quedar ciego.
— El ojo necesita oxígeno para sobrevivir, y para eso necesita una buena circulación sanguínea. Pero ¿qué ocurre en la diabetes? Como la sangre lleva un
exceso de azúcar ya no es un líquido fluido, sino espeso, pegajoso. Piensa en lo
pegajosa que es la miel. Imagínate lo mal que circularía por las venas. Pues así
es la sangre en los diabéticos.
— ¡Ah!, ya lo voy pillando. La sangre es tan viscosa que dificulta la circulación.
Por eso se me hinchan tanto las piernas y me canso tanto, porque mi sangre no
circula bien. Es que tengo un poco de diabetes.
Ahora ha intervenido una señora de mediana edad y peso y volumen claramente por encima de la media.
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“Tus ojos”
La visión personal
— En consecuencia, si hay una mala circulación y falta de oxígeno comienzan a producirse los problemas que explicábamos antes: hemorragias, infartos,
edema, muerte celular, etc. Así que fíjate qué panorama. Un verdadero “caos
circulatorio”. Y el paciente se queda ciego.
Se produce un silencio que se prolonga durante unos segundos. La pasajera
diabética lo rompe:
— Y dice usted que eso se puede frenar. Que se puede corregir. ¿Ustedes
cómo saben lo que está pasando?
— Claro que podemos frenarlo. Y claro que sabemos ante qué etapa nos encontramos. Para eso hay que explorar el fondo de ojo de los diabéticos, como
decía antes, una vez al año.
Y nosotros, que vamos viendo cómo van apareciendo esos signos, sabemos
en qué etapa estamos. Y se lo decimos al paciente. Que prosiga por esa ruta o la
interrumpa va a depender en gran medida de su actitud ante la enfermedad.
— ¿Y en esta ruta el paciente qué va notando?
— Al principio no nota nada, pero después se da cuenta de que pierde visión,
percibe que va viendo peor. Normalmente ocurre de forma lenta y progresiva,
pero ya viste que Antonio y Juana la perdieron de repente. Claro que la perdieron porque no se cuidaban.
— ¿Y cómo se puede frenar este “viaje maldito a la ceguera”, esa “ceguera
anunciada”?
— Llevando una vida sana y haciendo caso a los médicos.
— ¿Y eso qué significa; en qué se traduce? ¿Qué recomendaciones podemos
darles a estos pacientes?
— Vamos a enumerarlas:
1.- Ejercicio físico: Como decíamos antes, tiene todas las ventajas y ningún inconveniente. Quema azúcar, quema grasas y colesterol, activa la circulación, mejora la
oxigenación, regula la tensión arterial, rebaja el peso corporal y mejora la elasticidad,
evita el sobrepeso sobre las articulaciones…; además no tiene efectos secundarios
ni coste económico alguno y, por otra parte, es placentero y mejora el estado de
ánimo. En otras palabras, reúne todas las ventajas y ningún inconveniente.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
2.- Cuidar la dieta. Hay que hacerlo de acuerdo con lo aconsejado por el médico, pero es evidente que la dieta debe ser sana, evitando azúcares y grasas,
que van a “envenenar” la sangre, y por supuesto el alcohol.
3.- No fumar. El tabaco impide una adecuada oxigenación.
4- Seguir el tratamiento prescrito por el médico, se trate de pastillas o de
insulina.
5- Una vez al año acudir al oftalmólogo para que le explore el fondo de ojo.
— Bien, esas medidas son buenas para prevenir, pero una vez ya se ha producido el problema ¿qué se puede hacer? Cuando el paciente ya ha perdido vista
¿bastarán esas recomendaciones para recuperarla? ¿Qué papel juega el láser?
— No, evidentemente, no. Hay que seguir cumpliendo esas normas, pero
una vez producidos los problemas hay que tratar al paciente con rayos láser.
— ¿Pero no son peligrosos? ¿Por qué dicen que te pueden quemar la retina?
¿Cómo actúan?
— Pues no; bien aplicados por un especialista no revisten problema especial.
— ¿Y en estos casos también encontramos gente que no sigue las recomendaciones sobre vida sana?
— Sí, por supuesto. Incluso gente joven. Gente con responsabilidades y con
hijos. No tan extremos como el caso de Antonio, pero muy parecidos. No dicen
que prefieren quedarse ciegos que dejar de fumar. No lo dicen, pero lo hacen.
Ahora me acuerdo de una paciente diabética, joven, con complicaciones oculares graves. Se llama Yolanda, está separada y tiene dos niñas. Solo tiene visión
con un ojo, y ya hemos tenido varios sustos con él. Hasta ahora ha habido suerte
y la hemos sacado adelante. Es muy simpática y alegre, nerviosa, sonríe constantemente. Me enfado con ella con la misma frecuencia con la que ella me sonríe.
Siempre sale de la consulta con la promesa de que en la próxima revisión ya habrá dejado de fumar. Pero cada vez que viene me da el disgusto. Con frecuencia
le digo: imagínate que te quedas ciega: ¿Qué va a ser de tus hijas? ¿Quién las va a
cuidar? ¿Y a ti? ¿Te imaginas el problemón que puedes crear si sigues fumando?
— Explicado así parece mentira la irresponsabilidad de algunas personas. Así
que la diabetes y la hipertensión arterial pueden ser causa de ceguera. La ver-
48
“Tus ojos”
La visión personal
dad es que nunca me pude imaginar esa relación. Ya he sacado en limpio que
el concepto de vida sana es fundamental. ¿Qué otras causas más de la lista que
me dijo al principio pueden afectar; qué otras enfermedades que desconozcamos?
Vuelve a intervenir el pasajero-paciente que ha estado reflexionando. Parece
más tranquilo. Posiblemente, conocer las posibles causas y saber que tienen
prevención y remedio le anime a superar su obsesión. Escribió Moliére: “Las
dudas son más crueles que la peor de las verdades”.
— También ha dicho una cosa que me ha dejado atónito: que convivir con
mi perro o mi gato me puede causar una grave pérdida de visión. Eso jamás lo
había oído, y mira que hay perros y gatos en este mundo. Ya me imagino que si
me da un golpe o un arañazo me puede provocar una herida, un traumatismo
como tantos, pero es que mi perro es muy dócil y no ataca nunca; se trata de
un cocker muy pequeño. ¿Cómo me va a dejar ciego?
— Al margen de los traumatismos que, como bien dices, pueden ser provocados por cualquier causa, los perros y los gatos transmiten una enfermedad,
un parásito que te puede dejar ciego: el toxoplasma en caso de los gatos y el
toxocara en el de los perros. Pueden producir una infección que te deja ciego o
con una severa pérdida de visión.
— Explíqueme cómo es eso, por favor. Que ya estoy pensando en poner en
cuarentena a mi perrita “Lolita”. No me imagino cómo puede ser eso.
— El perro y el gato son portadores de los parásitos que te acabo de comentar. Normalmente son parásitos intestinales que se transmiten a través de las
heces. Cuando, por razón de una falta de cuidados higiénicos en su manejo,
nos contaminamos, el parásito llega por vía sanguínea al interior del ojo y se
queda allí “acampado”. El ojo sufre una inflamación fortísima que produce una
grave pérdida de visión.
— Y decía usted algo también sobre la picadura de las garrapatas. ¿Está relacionado?
— La picadura de una garrapata puede acompañarse de gravísimas complicaciones que llegan incluso a poner en peligro la vida.
— Me da mucha grima lo que está diciendo. Pensar en esos parásitos...
Yo tengo niños pequeños y tenemos una casa en el campo; ¿hay mucho
peligro?
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
La pregunta la hace una madre joven que viaja acompañada por unos niños
que juegan sin interrupción con una consola. Los ha dejado embelesados en su
mundo y desconectados del nuestro, con los auriculares de sus tablets.
— No, no hay que alarmarse, simplemente tener cuidado. Pero bueno, para
desdramatizar el tema de los parásitos, te voy a contar una historia clínica simpática sobre algunos de los parásitos que pueden afectar al ojo.
— ¿Simpática? A ver cómo se explica eso, si me está poniendo los pelos de
punta.
— Bueno te voy a contar un cuento dedicado a ti y a los que son como tú. A
los hipocondríacos. A los que os teméis siempre lo peor.
Esto lo digo con cara de guasa dirigiéndome al pasajero-paciente. Vuelvo a
mi archivo de cuentos.
Cuento 3. EL NIÑO CON BICHOS EN LOS OJOS
(Ficción o realidad. Cuando la realidad supera a la ficción;
¿o es al contrario?)
“Hay un señor montando un follón tremendo en recepción, no para de gritarme
y de amenazarme”.
La voz agobiada y alarmada de Celia, la recepcionista portuguesa, suena por el
teléfono interior. Aurora me ha sacado de la consulta con la cara desencajada y
corro al teléfono de la sala de médicos, mientras me va diciendo:
— “Está muy asustada; dice que no sabe qué le pasa al señor que está diciendo
cosas muy raras”.
En esas décimas de segundo se te viene todo a la cabeza: alguien que está trastornado, algún paciente descontento que se ha desquiciado, una complicación grave
en un paciente postquirúrgico…
— Tranquila, Celia; ¿qué pasa?, le pregunto.
— Profesor, me dice con su acento suave y melódico arrastrando la s, hay un señor aquí que me está amenazando.
— ¿Pero quién es; es un paciente, un familiar, qué es lo que quiere?
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“Tus ojos”
La visión personal
— No, no es paciente nuestro. Nunca ha estado aquí, pero es que quiere que
atienda de urgencia a su hijo. Yo le he dicho que hoy no se le puede visitar, que está
todo ocupado y que vamos a acabar muy tarde. Pero me dice que él no se va de
aquí hasta que no veamos a su hijo, que no se mueve de aquí y que si es necesario
llamará a la policía, que va a subir a hablar con usted aunque no le dejemos pasar y
aunque tenga que interrumpirle la consulta… y ha empezado a llamarme incompetente y otras cosas muy feas.
— Pero Celia, qué le pasa a su hijo. ¿Ha tenido un accidente? ¿Tú le notas algo?
— No, el niño está en la sala de recepción y no le pasa nada.
— ¿Pero qué dice el padre?
— Pues una cosa muy rara: ¡que le han dicho que su hijo tiene bichos en los ojos!
— ¡Bichos! ¿Qué tipo de bichos?
— Que no lo sabe, pero que no se mueve de aquí mientras usted no lo vea.
La norma general en nuestras clínicas es que un paciente que pone un pie en nuestras
instalaciones por una urgencia debe ser atendido. Las chicas de recepción se desesperan
porque hay mucho fraude al respecto. Ellas quieren filtrar algo a los pacientes, porque
si no se colarían muchos que no son verdaderas urgencias. Supongo que Celia, al ver
que el niño venía tranquilo, consideró que era una exageración por parte del padre. No
calibró bien la situación y se le vino el mundo, mejor dicho el padre del niño, encima.
— Bueno Celia, dile que lo vamos a ver. Abridle ficha y que suba.
Al mismo tiempo que le estaba dando esas instrucciones y, olvidándome del paciente que estaba visitando, empecé a rebuscar en la memoria. ¿Bichos? ¿A qué se
podrían referir? Supongo que se lo habrá dicho un médico. Por tanto hay que pensar
en un parásito o en un insecto. Intentando ordenar las ideas fui pensando en los
casos de parásitos o de insectos que he visto en mi vida y repasando mentalmente
mis listas de enfermedades por parásitos raros.
Me acordé del que más me ha impactado en este tipo de situaciones.
Un agricultor que vino de urgencia porque le había explotado en la cara un depósito de estiércol. Venía con la cara tatuada por los restos, cientos de microerosiones
en la piel de la cara, lleno de heridas. No podía abrir los ojos totalmente cerrados por
el dolor. Le pusimos una gota de anestésico.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Gracias a la gota pudo abrirlos y el espectáculo era nauseabundo, vimos los ojos
llenos de porquería, de un material repulsivo. Una vez sobrepuestos del impacto visual, con paciencia estuvimos lavando con suero alternando con más anestésico.
Cuando ya parecía que habíamos eliminado todos los restos y el aspecto era más
normal, le pedimos que apoyara la barbilla en nuestra lámpara-microscopio de exploración, y casi me da un pasmo: ¡los ojos estaban llenos de gusanos!, cientos de
pequeños gusanos metiéndose y deslizándose por la superficie del ojo, por los pliegues de la conjuntiva, por debajo de los párpados. Cada vez que movía el ojo o abría
y cerraba los párpados, aparecían nuevas remesas. Era impactante, repugnante.
Superadas las náuseas iniciales, intentamos varias maniobras pero no conseguíamos nada. Decidimos “intoxicarlos”. Se nos ocurrió lavarlos con betadine puro.
Con eso conseguimos matarlos y por fin los eliminamos todos. Cómo quedaron sus
córneas y conjuntivas después del trajín ya se lo pueden imaginar. Sin embargo, las
heridas, como eran muy superficiales, curaron en pocos días (eso sí con mucho dolor) y el paciente recuperó la visión por completo.
Aurora me despertó de mi ensimismamiento recordándome que tenía un paciente pendiente en consulta.
Di instrucciones para que tomaran la visión al niño y me lo pasaran antes que a
los otros pacientes que estaban en consulta, pues me temía que el niño tuviera algo
parecido y que el padre estallara nuevamente si lo hacíamos esperar.
Entre paciente y paciente seguí pensando en otros parásitos. Intentando clasificarlos mentalmente; fui desde la parte más superficial del ojo hacia las más profundas, y por tanto más graves.
Hay gusanos que se introducen por debajo de la conjuntiva, sin penetrar en el
interior del globo, y se les ve deslizarse, pero son muy raros en nuestro medio ambiente; son más típicos de zonas ecuatoriales. Por fin me pareció más lógico pensar
en los dos parásitos más frecuentes en España: el toxoplasma y el toxocara. Son
dos parásitos relacionados con hábitos poco higiénicos y que pueden proceder del
suelo o del perro y el gato; originan unas inflamaciones intraoculares muy graves
que se acompañan de pérdidas de visión muy importantes, como ya comentamos
anteriormente.
Por fin pasaron el padre y el niño. El padre, muy nervioso, pidiendo disculpas e
intentando justificarse:
— Es que estoy muy agobiado. Me han dicho que tiene bichos en los ojos, que
parece que se mueven y que debía verlo urgentemente un oftalmólogo. Y solo de
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“Tus ojos”
La visión personal
pensar que mi hijo pueda tener bichos en los ojos me pone al borde del colapso.
Estoy preocupadísimo por lo que pueda ser y por lo que le puede pasar.
— No se preocupe, le dije; yo también soy padre y sé cómo nos ponemos con las
cosas de nuestros niños.
Cogí la historia clínica: La visión era del 100% en ambos ojos; el niño estaba tranquilo y los ojos blancos. Quizás un poco asustado por la tensión que le rodeaba,
pero sin miedo. No tenía fotofobia, ni lagrimeo ni blefarospasmo (cierre reflejo de
los párpados). Por tanto no había inflamación grave. Le pedí que se apoyara en la
lámpara microscopio sin saber qué me podría encontrar.
Los ojos estaban bien, blancos, sin irritación; no se observaba nada anormal.
Después me fui hacia los párpados. Allí pude ver algo raro: una gran descamación, como gruesas costras de caspa en el borde de los párpados, raras, muy raras,
y de repente vi que se movían… ¡Efectivamente!, había unos bichos moviéndose
lentamente en el borde de los párpados, bichos como cangrejos con patas en forma de tenazas aferrándose a las pestañas, algunos semienterrados en el borde del
párpado, ocultos, y alrededor pequeñas larvas en forma de huevos abrazando a
las pestañas en su base. Algunos de los bichos tenían su barriga llena de sangre
procedente de la succión que realizaban en los capilares de los folículos pilosos de
las pestañas. Otros reptaban por las pestañas. Vistos al microscopio, multiplicado
su tamaño por 20, el aspecto era temible; sin embargo, los terribles bichos eran…
unos simples piojos.
Nuevamente tragas saliva, te tranquilizas, miras al padre y le comunicas la
noticia, buena pero perturbadora. No pasa nada, no hay problema, pero a los
padres de los escolares que su hijo tenga piojos les causa cierta vergüenza, cierta
sensación de culpabilidad, como si fuera culpa suya que la higiene de sus hijos
no sea la adecuada. Nada más lejos de la realidad, pero los piojos tienen ese
estigma.
El padre se quedó tranquilo. Le dije que lo más probable era que el foco infeccioso estuviera en la cabeza, que debería verlo un dermatólogo. Y que los piojos de las pestañas habría que ir eliminándolos con una pinza y que se podría
ayudar de remedios caseros. El padre casi no articulaba palabra; se notaba que
se quería ir pronto, que no quería hablar más del asunto, que quería darlo por
finiquitado.
Este relato lo traigo a colación y lo dedico a los hipocondríacos. La forma de
afrontar las enfermedades, el vivir con antelación los problemas.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
¿Cómo actúa la mayor parte de la gente actualmente? Te vas al ordenador, te
conectas a Internet, a Dr. Google, tecleas bichos, parásitos, y te sale que te puedes
quedar ciego. Momentos de angustia. Para los aprensivos, tremendo.
El miedo nos hace vivir auténticas pesadillas con antelación, cuando la mayor
parte de las veces nada de lo que tememos va a ocurrir. Vivir las enfermedades antes de tenerlas nos puede llevar a padecerlas de verdad o a la locura. Yo tenía una
paciente que se determinaba la glucemia 5 veces al día. No era diabética, pero tenía
pavor a serlo: no acabó diabética, pero sí en un psiquiátrico.
De pronto empieza a sonar el teléfono. Estoy tan entretenido que no me
apetece contestar. Sin embargo, veo en la pantalla que es Ana, mi mujer y, por
supuesto, atiendo la llamada. Me disculpo ante mis contertulios y me levanto
para poder hablar con cierta intimidad. Le comento la situación, se muere de
risa; “te encanta enrollarte”, me dice. Sabe que a veces me retraso en la consulta
porque me gusta “charlar, tranquilizar a los pacientes”. Estamos entrando en Zaragoza; el tren va perdiendo velocidad. Charlo con ella unos minutos, comentamos cosas de la clínica. Me da una enorme seguridad saber que cuando me voy
a algún congreso puedo confiar totalmente en su capacidad. No solo es una
excelente cirujana oftalmológica y una madre excepcional, sino que además es
una buena gestora. Cuando se reinicia la marcha vuelvo a mi asiento.
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“Tus ojos”
La visión personal
3. Los cobardes quedan ciegos
La degeneración de la mácula, la cruz de la moneda. Las enfermedades hereditarias
de la retina, la gran tragedia.
Cuento 4. Lucas el pimpollo.
Cuento 5. Jesús, o la cobardía intolerable.
Cuento 6. Gabi, el diagnóstico que no pude comunicar.
Cuando vuelvo a mi asiento les veo discutir amable pero vivamente, con pasión. La mujer trata con paciencia de que el pasajero-paciente reflexione. Otros
pasajeros se ríen discretamente. La verdad es que algunos hipocondríacos, por
su extremismo, pueden llegar a producir cierta hilaridad. Aunque lo cierto es
que lo pasan fatal, hasta el punto de crearse ellos mismos las enfermedades
que tanto temen. Y, por supuesto, viven como si las tuvieran.
— Bueno, tampoco creo que haya razones para meterse con los hipocondríacos. Sí, sufrimos mucho. Lo pasamos fatal.
— Claro, pero vosotros tenéis la culpa.
— Eso es falso. Hemos nacido así, no somos así porque queremos. Ya me
gustaría a mí no pasarlo mal. Porque yo creo que todos somos iguales, pero
algunos se hacen los duros. Lo disimulan. Seguro que en el fondo están tan
muertos de miedo como yo.
— Estás completamente equivocado. Las formas de enfrentar la enfermedad son totalmente diferentes entre unas personas y otras. En ocasiones llega
a ser indignante comprobar esa actitud. Hasta ahora hemos visto pacientes
que podríamos calificar de irresponsables. No te puedes ni imaginar las diferencias que hay entre unos pacientes y otros. Los optimistas y los pesimistas,
los luchadores y los cobardes. Y cada uno puede cambiar su mentalidad de
lucha.
— Vale, vale. Me interesa el tema. ¿Usted cómo cree que reaccionaría yo?
¿Cómo reacciona la gente? Imaginemos la escena: está en consulta con el paciente y usted le dice que ha perdido la visión o que va a perder la visión. ¿La
gente llora, grita, se desespera? ¿Cuál es la actitud ante la ceguera?
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Nuevamente observo que mi interlocutor se va lanzando, como al principio.
Se está poniendo literalmente “en la piel del paciente”; me da la sensación de que le
va a dar algo.
— Porque una persona que se queda ciega, una persona que no ve ¿es una
persona amargada?
— Te parecerían increíbles las diferentes respuestas de los pacientes ante el
mismo problema. Los hay amargados por haber perdido un poquito de visión
en un ojo y los hay felices a pesar de estar ciegos.
— Mire, eso no me lo creo yo ni de broma, y perdón por la expresión.
— No lo creas. Lo que tú consideras una tragedia y lo vives como una tragedia otra persona lo considera una forma de vivir. Si tienes mala suerte y te
empeñas en ver el lado malo, vivirás amargado, pero si lo aceptas y te adaptas,
puedes vivir bien, con limitaciones, es verdad, pero si las asumes, puedes ser
feliz. Mira, te voy a exponer un caso muy gráfico por lo extremo, y te doy mi
palabra de que es verídico.
Vuelvo al ordenador. Por si acaso confirmo que me queda batería. Abro nuevamente mi carpeta de cuentos. Me voy al archivo de uno de mis personajes
favoritos. Un cuento que releo cuando considero que me asalta la mala suerte.
Cuento 4. LUCAS EL PIMPOLLO
Manos gruesas, encallecidas, arrugas en la frente, color tostado. Así eran los tres
hermanos. Gente de campo, nobles. Siempre venían juntos a la consulta; dos eran
diabéticos y el tercero el acompañante. Estaban bien entrados en la sesentena.
Siempre fueron educados, correctos, respetuosos. Nunca protestaron por una espera. Y los tres eran solterones.
El mayor y el menor estaban muy afectados por la diabetes y sufrían una severa
pérdida de visión. El hermano mediano era el guía. Con paciencia infinita les conducía
y ayudaba desde que salían del pueblo hasta que llegaban a la clínica, durante la consulta y de vuelta a casa. Nunca un mal gesto, nunca una palabra más alta que otra.
Lucas era el pequeño. Una tragedia. Tenía 65 años e iba en silla de ruedas. Por
culpa de la diabetes le habían amputado las dos piernas. Como era corpulento, a su
hermano mediano le costaba desplazarlo de la silla de ruedas al sillón de exploración. Siempre estaba sentado; su movilidad era mínima.
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“Tus ojos”
La visión personal
Cuando le vi en consulta la primera vez ya había perdido la visión de un ojo y
en el otro la situación era muy complicada. Tenía hemorragias intraoculares debidas a la diabetes. Con muchos problemas pudimos realizarle un tratamiento de
fotocoagulación con láser. Cuando, tras muchas y muy laboriosas sesiones de láser,
conseguimos controlar la situación, el cuadro clínico era deprimente: amputado de
las dos piernas, sometido a tratamiento con insulina que él no podía pincharse y a
una dieta estricta sin poder darse ninguna alegría, una gran dificultad para controlar los niveles de azúcar pues debido a su inmovilidad no podía realizar ejercicio, un
ojo perdido, con una visión en el otro (el bueno) de 5 %, sin poder leer, sin poder ver
la televisión, sin poder moverse…
Después de leer la historia, cuando entras en la sala de exploración vas triste, derrotado, no puedes hacer nada más por él. Te imaginas la tragedia en la que supones que vive, a su edad, en un pueblo pequeño, sin las comodidades y servicios de
una ciudad, dependiendo de sus hermanos solteros y setentones…
Sin embargo, algo no encaja. Abres la puerta, le miras a la cara, y está sonriendo
con una cara que destila dulzura. Y le haces la pregunta de rigor: ¿qué tal Lucas,
como va?, y la respuesta, sorprendente, inesperada, inexplicable: “Como un pimpollo, doctor, como un pimpollo”.
Lucas era feliz. Había asumido su enfermedad y sus complicaciones; las limitaciones que tenía, insoportables para el 99 % de los mortales, las tenía superadas. ¡Daba gracias a Dios por tener un 5 % de visión en un ojo!
La forma de encarar la enfermedad es clave en los pacientes. Caben muchas
posibilidades. Lucas había luchado; la maldita enfermedad le había dejado
diezmado su cuerpo, pero él no estaba dispuesto a que le robara el ánimo, su
espíritu. Y así él era feliz y hacía la vida fácil a su gente.
Por lo contrario, todos los días vemos a pacientes neurotizados, que viven
amargados, que se imaginan sus enfermedades, que se las provocan a sí mismos con sus obsesiones o con tanto miedo a las enfermedades que las padecen sin tenerlas. Estos pacientes son el martirio de los oftalmólogos. No les
encuentras nada, pero tienes miedo de que se te escape algo, y buscas, buscas
y buscas, pero no encuentras, porque no hay. Y además siempre están descontentos y hacen infelices a sus familias. Y pasan de médico en médico buscando
algo o alguien que justifique sus obsesiones. Cuando dejas caer que deberían
buscar ayuda psicológica se enfadan, se consideran injustamente tratados y no
vuelven.
¡Qué diferencia de actitud y de vida con la de Lucas, el pimpollo!
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
¿Cuál es la moraleja? Lucha contra la enfermedad, agota las posibilidades,
pero asúmela, aprende a convivir con ella, acepta las limitaciones que te impone y disfruta de no tener otras. No te puedes obsesionar y focalizar toda tu
vida en esas limitaciones. Que no te amarguen, y que ni tú ni tu enfermedad
amarguéis a vuestra gente. No les hagáis sufrir.
— Porque me da su palabra de que es cierto, porque si no parece el típico
cuento de un santo varón. Solo le faltaba levitar.
— Pero mira, no todo es tan bonito. Ya puestos en el tema, te voy a contar
otra historia que me indigna. Bueno, lo cierto es que hay muchas historias que
me indignan, pero esta especialmente. Te pongo en antecedentes. ¿Alguien
sabe qué es la mácula?
— Bueno me suena algo. Creo que hay muchas personas que pierden visión
por enfermedades de la mácula. Oí hablar algo de esto en un anuncio de la
televisión. Así que cuénteme, que me interesa.
— La mácula es la parte más importante del ojo. Mide poco más de un milímetro cuadrado; es una estructura muy pequeña. Está en el centro de la retina.
La gente a veces le llama “el punto de mira” porque es por donde miramos. Es
la responsable de la agudeza visual, es la encargada de la lectura, de la visión
de los detalles. Por tanto, es fundamental. Hay muchas enfermedades que le
afectan. Sobre todo la degeneración macular asociada a la edad. Tiene muy
mal tratamiento, pero cuando se coge a tiempo hay formas de controlarla, de
enlentecerla y de conservar agudeza visual. Ahora bien, si no se trata la persona
va a quedarse ciega. No podrá leer, no podrá ver la cara de su mujer o de sus
hijos, no podrá ver la televisión… Podrá deambular, pero solo verá los bultos.
Por tanto, parece importante luchar. Pues escucha lo que te cuento.
Cuento 5. JESÚS, O LA COBARDÍA INTOLERABLE
(En honor a su mujer y a todas las familias de los cobardes)
— No lo va a hacer. No lo va a hacer, repetía la mujer mecánicamente.
La mirada dirigida al suelo, cabeceando negativamente, con los ojos llenos de
lágrimas y cara de sufrimiento, de sufrimiento y resignación. Ya no le quedaban
fuerzas para luchar.
— Mire, doctor, es que ahora tengo que acabar de filmar una serie, cosa de poco
tiempo. Luego vuelvo y usted me hace la prueba.
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“Tus ojos”
La visión personal
Jesús es realizador de televisión y tiene 60 años.
— Pero Jesús, ¿cuánto es poco tiempo?
— Bueno, 3 o 4 semanas.
— No, por lo menos dos meses, intervino la mujer. La filmación es en el extranjero.
— No puede ser, Jesús. Esta prueba deberíamos hacerla esta semana y comenzar
inmediatamente el tratamiento.
— Bueno, doctor. Usted no se preocupe, que yo ya llamo para hacer la prueba.
— No lo va a hacer, insistía la mujer.
— Pero Jesús, ¿usted es consciente de que puede perder la vista por completo
si no actuamos? Es usted todavía muy joven para renunciar a la visión de un ojo;
nunca sabemos lo que nos puede ocurrir en el otro ojo: otra enfermedad, un golpe,
cualquier cosa, y ya no es que dejara usted de hacer televisión, es que no podría
manejarse, no podría ser independiente, estaría ciego. Además, tiene muchas posibilidades de que la enfermedad de su ojo izquierdo aparezca también en el otro. Es
una enfermedad típicamente bilateral. No hay tiempo que perder.
— No le insista, doctor, no va a venir. Siempre hace igual. Siempre es lo mismo.
Daban lástima los dos. Eran buenas personas, no discutían, sus formas eran correctas. Sus caras eran de pena. Él, sin querer afrontar el problema; ella, con una impotencia brutal ante los dos problemas, el de la enfermedad de su marido y el de la
cobardía para afrontarlo. Probablemente este último era el que más la consumía.
Estuvimos 45 minutos porfiando, pero como pasa siempre en estos casos, tú también acabas sintiéndote impotente. Al final el paciente es dueño de su propio destino y no puedes obligarle. La despedida, como de costumbre:
— No se preocupe, doctor, yo le llamaré cuando haya organizado todo.
Jesús, con evidentísimas ganas de escaparse de mi despacho y de que acabara el
acoso, salía hacia el pasillo.
— No le llamará, profesor, no lo hará. Así lo ha hecho siempre en la vida.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
La mujer salió detrás. No discutieron, no pelearon, no levantaron la voz. Él acobardado, ella impotente; él aturdido, ella cabizbaja; él tres pasos por delante escapando, ella dejándose ir. Así se fueron pasillo adelante.
Me quedé impresionado. Cabían dos posibilidades: que fuera un cobarde o que
fuera un apasionado, un loco de su trabajo, con un sentido de responsabilidad excesivo, que le hacía incapaz de abandonar un proyecto iniciado. El tiempo, como
siempre, nos daría la respuesta.
Jesús tenía la forma más agresiva de degeneración macular senil, la forma que
se conoce como “húmeda”. En ella se produce una membrana neovascular, una
lesión que produce un sangrado en la mácula. Cuando la membrana empieza a
crecer por debajo, la mácula se deforma, se curva y el paciente nota que los objetos
también se deforman, se comban. Cada vez la deformación es mayor hasta que se
produce la hemorragia. Cuando esta se desencadena, aparece una mancha oscura
en el centro de la visión. Por ello, si la membrana no la tratamos de inicio, cuando
aún es pequeña, va creciendo, destruye la mácula y deja una cicatriz que impide la
visión.
A mis pacientes, para que me entiendan, suelo explicarles que es como un tumor
benigno (aunque les dejo bien claro que no lo es). Si esa membrana crece y sangra,
va destruyendo la mácula y lleva a la ceguera, una ceguera que no es absoluta, pero
sí muy invalidante. Por eso hay que actuar rápido y con decisión. El tratamiento es
como el de los tumores, una especie de quimioterapia. Tres inyecciones en el ojo a lo
largo de tres meses.
Para confirmar la existencia de la lesión hay que hacer una prueba especial que
se llama angiografía con fluoresceína. En esa prueba introducimos un colorante
en una vena del brazo. Ese colorante discurre por la circulación hasta llegar a las
arterias y venas del fondo del ojo; tarda aproximadamente 30 segundos. Cuando
observamos que llega vamos haciendo fotografías para ver cuál es la causa y la localización del sangrado. Después aplicamos un tratamiento que frena la progresión
del cuadro clínico, una especie de quimioterapia sin efectos secundarios relevantes.
Sus resultados son bastante buenos. Antes utilizábamos un láser, pero los antiangiogénicos, que así se llaman los nuevos medicamentos, son mucho más eficaces.
Los días siguientes estuve esperando la llamada de Jesús. Preguntaba a las recepcionistas y a Sara, responsable de atención al paciente, pero no había noticias. Me
daba pena pensar en perder a un paciente sin que me dejara luchar por él. Y sobre
todo me daba pena la mujer; su cara, su expresión, sus palabras repetidas como
un mantra… “No lo hará, doctor, no lo hará”. Y todo esto dicho sin gritar, sin enfurecerse, sin mandarlo a no sé dónde, sin machacarlo. Dejar que se pierda la visión
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“Tus ojos”
La visión personal
de un ojo sin luchar, sin hacer frente a la situación, sin plantarle cara… Increíble,
intolerable.
Te queda un regusto amargo. Lo sientes como un pequeño fracaso personal; no
has sido capaz de convencer a un paciente que requiere ayuda; consideras injusta
la prueba a la que el propio paciente te está sometiendo. Tienes la obligación moral
de curar, has estudiado, te has formado, has conocido grandes cirujanos, has ido
al extranjero a ampliar estudios, dispones de la tecnología que te sirve para dar un
buen servicio y el paciente se va y te quedas frustrado. Ves que eres capaz de sacar
ese ojo adelante, porque ya disponemos de un tratamiento eficaz, y la cosa se queda
ahí, en un vago e incierto “ya llamaré”.
Seis años después volvió a aparecer. Acudió porque en ese momento había perdido algo de visión en el ojo bueno. Había empezado a ver las cosas deformadas.
La mujer entró pidiendo perdón por la espantada anterior. Venía explicando que lo
traía a rastras, porque él prefería esperar para ver qué pasaba.
La agudeza visual se había reducido de un 80 % a un 20 %. Además de perder en
cantidad también se pierde en calidad. La imagen se deforma, se distorsiona; quienes padecen el problema no pueden leer porque las letras pierden su morfología; las
caras que ven están desfiguradas. A eso le llamamos metamorfopsia.
¡Y Jesús estaba esperando a ver qué pasaba! después de lo acontecido con el otro ojo.
En esta ocasión traía un problema de la mácula, pero distinto al anterior. Tenía
un agujero en la mácula, muy grave, incluso peor que una degeneración macular,
puesto que puede complicarse con un desprendimiento de retina. ¡Pero tiene remedio! Se lo digo y le advierto que este cuadro clínico es más grave, que debe verlo
nuestro cirujano de retina, que él le informará. Esta vez parece más dócil. ¿Habrá
aprendido? Ya tiene perdida la visión de un ojo.
Ángel Regueras es un figura, garantía de éxito, cirujano excepcional, con carácter.
Lo ve claro. La única solución es la cirugía urgente. Se trata de un caso muy difícil y
cuanto más tiempo pase peor será el resultado.
Cuando todos damos por descontado el sí ¡volvemos a escuchar la letanía!:
— Bueno, ahora no puedo, tengo trabajos que hacer, pero ya les llamo yo para
la operación.
La cara de la mujer, como siempre. Ángel Regueras, estupefacto, me arrastra fuera
del despacho; no se lo puede creer:
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Que dice que no se opera. ¿Pero entiende su situación?, comenta alarmado.
— Sí Ángel, pero es imposible. Observa la cara de resignación de la mujer.
— O sea que no le importa quedarse ciego, clama Ángel.
— Pues así es.
— Entonces allá él. Yo dejo bien claro en el informe que tiene que operarse.
Y Jesús vuelve a no llamar. Vuelve a no aparecer. Desaparece.
Un año después vuelve con la visión perdida totalmente. Se le ha desprendido la
retina. Por fin viene alarmado. La mujer está destrozada, y de nuevo pide perdón.
¿Y cuál es la situación en este momento?: la agudeza visual del ojo derecho se
reduce a que ve los bultos solo por la parte inferior; en el ojo izquierdo la visión es
del 1 %. Accede a operarse. Ahora el que no quiere operar es Ángel, porque ve el caso
imposible. Además es un paciente poco colaborador, poco disciplinado y no va a
cumplir el postoperatorio, que en estos casos es muy fastidioso: reposo absoluto,
boca abajo.
Por fin le persuadimos para que lo intentara; no había nada que perder. Con poca
convicción, y muchas ganas por el reto que suponía, se puso manos a la obra.
La operación fue un éxito. Durante un mes la retina se quedó bien colocada y el
agujero desapareció, pero el deterioro que había sufrido la mácula era muy grande
y no aguantó el postoperatorio; había fracasado por el retraso de un año. Una retina desprendida durante un tiempo se muere, como una planta cuando es arrancada de la tierra: se secan sus raíces.
No obstante, quedaba la última posibilidad: rellenar el ojo con aceite de silicona,
que fija la retina en su posición; aunque no permite una visión buena, se obtiene
una visión funcional, para manejarse. Pero Jesús ya no quiso, volvió a tirar la toalla.
Se fue de la clínica sin hablar conmigo, para que no le presionara.
Unos días después volvió la mujer con la disculpa de preguntar a la enfermera si
Jesús debería seguir poniéndose gotas. Pedí que me la pasaran.
Me encontré la cara de siempre: reflejaba resignación, frustración, pena.
— ¿Qué ha decidido Jesús?
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“Tus ojos”
La visión personal
— Nada profesor; dice que cree que se podrá manejar con la visión del primer ojo,
un ojo que tiene menos de un 1 % de visión, y que no quiere volver a luchar.
— Anímelo, que lo intente; si no se quedará sin nada de visión.
— Gracias, profesor; le transmitiré su opinión. Seguro que agradecerá que me
haya preguntado por él, pero no va a hacer nada.
No va a hacer nada, se va a quedar ciego. Es un cobarde. No hay derecho; es intolerable, es una pequeña forma de suicidio, debería estar legalmente prohibido.
— Aquí tenemos otro caso en el que la realidad supera a la ficción. Ni en un
mal cuento podría encontrarse a personas que por sus miedos se provocan
sus enfermedades o se dejan vencer de una manera tan absurda. No creo que
nadie pudiera inventarse un guión tan malo, tan absurdo. Una persona que ve
que se va a quedar ciego, que tuvo en su mano no serlo… y no hace nada. ¡Qué
razón tenía su mujer! No lo va a hacer, no lo va a hacer.
Y no lo hizo. Y se quedó ciego. Para desgracia suya… y de su familia.
— En este caso le doy la razón. Es indignante. Por mucho miedo que te den
las batas, por mucha alergia que tengas a los médicos, no se puede ser tan
cobarde. Y ahora ¿qué va a ser de él?
— No lo sé. Sí sé que está ciego. Pero lo que más me indigna es que por su
cobardía toda su familia tiene que “cargar” con él. Cuando sufres una desgracia,
la familia está para ayudar, y una buena mujer, unos buenos hijos, padres o hermanos se sacrificarán para ayudarte. ¿Pero crees que es justo lo que ha hecho
Jesús? Ahora él se ha transformado en un inválido. Pero hay inválidos valientes,
optimistas. ¿Tú crees que con ese espíritu va a hacer feliz a su familia, o más bien
va a suponer una sobrecarga difícil de llevar.
— La verdad es que no parece justo para con la familia. Deberían dejarlo que
se apañara solo en la vida. Que se fastidie. Él se lo ha buscado.
— ¿Y a usted cómo se le pone el cuerpo cuando tiene que dar una mala
noticia?
— Muy interesante la pregunta. De acuerdo; toca cambio de tercio. ¿Cómo
reaccionarías tú si fueras oftalmólogo y tuvieras que decirle a alguien que se va
a quedar ciego? ¿Y si se lo tienes que decir a un niño?
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Fijaos lo que me ocurrió una vez. Actué como un cobarde, pero creo que
repetiría lo mismo. Yo le he llamado a esta historia la cobardía del oftalmólogo.
— Hombre, eso es nuevo. Así que usted no tiene todas las claves porque hasta ahora se ha mostrado como una roca, muy seguro de usted y de ser capaz
de resolver todos los problemas, y ahora resulta que usted también es débil.
Cuente, cuente.
— Os pongo en antecedentes. Hay enfermedades de nacimiento, hereditarias, que afectan a la retina de los dos ojos. Son enfermedades muy graves,
gravísimas, que dejan a quien las padece completamente ciego en las primeras
etapas de la vida. No tienen tratamiento. Y en muchas ocasiones llevan asociadas otras enfermedades. Pero bueno, os cuento la historia.
Vuelvo a buscar en mis archivos. Vuelvo a recurrir a mis recuerdos, a mis reflexiones, a mis experiencias.
Cuento 6. GABI, EL DIAGNÓSTICO QUE NO PUDE COMUNICAR
(O la cobardía del oftalmólogo)
— ¿Pero por qué me han citado a esta niña?, pregunto medio enfadado a Aurora.
La sempiterna pregunta que le hago a la pobre Aurora cada vez que me citan a
un niño. No es que no me guste ver a los niños; es que no soy experto en oftalmología infantil. Es la doctora Macarro. Pero desde que tiene sus propios niños está tan
dedicada a ser madre que me deja a mí a sus pequeños pacientes.
Se me puede considerar experto en algunos temas que he trabajado toda la vida,
enfermedades que he estudiado y sobre las que he publicado, enfermedades que he
tratado miles de veces. Leí mi tesis doctoral sobre glaucoma, publiqué un libro sobre
ecografía, varios libros sobre retinopatía diabética, sobre tratamiento con láser y cirugía de las enfermedades de la retina; he publicado e impartido cursos sobre cirugía
de la miopía y refractiva en general, pero de oftalmología infantil nada de nada.
— Profesor, es que los padres insisten en que la vea usted. Que no quieren otro, me
repite de forma paciente Aurora.
Mientras protesto con poca convicción, voy leyendo la historia clínica. Nada relevante. Parece un poco hipermétrope, pero eso es normal en una niña de seis años.
La agudeza visual es buena. Parece ser que le han prescrito gafas hace poco y los
padres no están de acuerdo.
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“Tus ojos”
La visión personal
Pero Ana Belén, la optometrista, me escribe en la historia:”tiene problemas de audición”. Cuando leo esto me pongo malo. Ya empezamos; niños con problemas. Me
duele tanto que los tengan que por eso prefiero no asistir a niños. Hace unos meses
me dijeron que mi hijo pequeño podría ser sordo. Pasamos unos meses angustiados
hasta que Marta León, su otorrino, lo arregló. Pero es que cada hijo me ha dado un
susto. Quizás por eso soy tan sensible. El mayor de los chicos tuvo meningitis a los
tres meses de edad. Quedó en nada, pero el susto fue de muerte. Ahora ya es médico.
El tercero, segundo de los chicos, sufrió una convulsión febril con un año y lo ingresaron para descartar un tumor cerebral. ¡Vaya tarde nos hizo pasar la neuróloga
hasta que nos confirmó que el escáner era normal!
Como siempre, se repite la escena. Entras por la puerta de la cabina y ves a una
pareja sentada en las sillas. Una niña rubita, menuda, vivaracha; corre y juega por
la cabina. Saludas, estrechas la mano de los padres que educadamente se levantan,
miras a Gabi, te acercas, le haces una carantoña para ganártela, le dices que está
muy guapa con su lazo del pelo, le gasto la broma de que lo vigile porque cuando pueda se lo voy a quitar para regalárselo a mi hija, mira a su madre para saber
cómo tiene que tomárselo, si sigue la broma o si tiene que ponerse a la defensiva.
La madre tiene treinta y tantos años; es gruesa, igual que el padre. Sigue la broma
y añade: “Dile que la próxima vez le traemos un lazo para su niña”. Claro está, no
saben que mi niña también es médico. Pero Gabi ya parece ganada. Hay niños que
nada más verte se esconden detrás de las piernas de los padres, se escapan. Otros,
más decididos, entran al juego.
Observo que lleva algo colgando del cuello, a manera de collar, con una especie
de instrumento del tamaño de un bolígrafo grueso. Me dirijo a ella:
— Gabi, ahora te voy a hacer unas fotos. Vas a tener que estarte muy quieta. Te
voy a poner unas fotos de Dora Exploradora y me tienes que decir cuándo aparece.
Salta la madre: “Por favor, háblele despacio y alto que tiene problemas de sordera”.
La niña me contesta: no le entiendo bien. Claro, si no se oye bien, no se desarrolla
el lenguaje de una manera normal. Por tanto, tiene problemas de audición y de habla. Ya son dos problemas. Ya se duplica mi mal cuerpo.
— Gabi, acércate el micrófono para hablar de manera que el doctor te pueda
entender. Interviene la madre.
Se acerca el aparato y ya le entiendo algo mejor. Es una especie de micrófono que
le provoca una voz metalizada. No encaja con la dulzura de una niña, con la mirada
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
limpia y curiosa de una pequeñaja. Vistos los derroteros que iba tomando la exploración la interrumpo, me giro y miro a los padres. La madre se lanza a explicar.
— Es que tiene problemas de oído. No sabían lo que le pasaba; no hablaba, no se
desarrollaba. La han visto muchos pediatras y no entienden lo que le pasa; todo era
normal, pero oía poco y en consecuencia no aprendía a hablar. Le hicieron muchas
pruebas; llevamos mucho luchado. Los pediatras de aquí son muy buenos. La vio
también un neurólogo infantil, pero como no nos decía nada la llevamos a la clínica de Pamplona. Allí nos dijeron lo mismo, pero nos dieron este aparato y desde que
lo usa está mucho mejor; ya habla mucho más. Se maneja muy bien. La maestra
nos dice que en la escuela se le nota la mejoría. Está yendo a clases de foniatría con
un especialista.
La cosa se pone más fea. Resulta que no es una pequeña sordera, que hay algo
más, pero que todavía está por descubrir.
— Entonces ya le han hecho todo tipo de exploraciones ¿verdad?, inquiero.
Para un oftalmólogo liberarse del peso de tener que liderar una exploración general con objeto de descartar otras patologías es importante. Automáticamente
piensas que una sordera puede ser de tipo neurológico y sabe dios a qué te puedes
enfrentar. Pero si ya tenemos el visto bueno de todo el mundo -pediatras, neurólogos, etc- podemos respirar; nos dedicamos a sus ojos y ya está.
Hasta ahora todo está bien en la exploración. La agudeza visual es del 100 %;
tiene una leve hipermetropía que no creo que precise gafas, porque es normal para
la edad; por tanto no es miope, lo que sería un problema a esta edad. No tiene ojo
vago, y siempre es un latazo para los niños tener que taparles un ojo con un parche.
No tiene problemas en la motilidad ocular, en los movimientos de los ojos y, por
tanto, tampoco tiene estrabismo. Parece normal. ¡Qué gusto poder darles una buena noticia a estos padres! La verdad es que es de esas cosas que te gustan; decirles:
tranquilos, todo es normal.
Vuelvo a la carga.
— Venga, Gabi, apoya aquí la barbilla que te voy a alumbrar con una luz; es para
hacerte la foto. Tú mira por este cristal que tengo metido un Lunni; si sabes cuál es,
te lo regalo.
Gabi estaba con la barbilla apoyada en la mentonera donde exploramos a los
pacientes. La estaba observando con nuestro microscopio. Exploras el segmento
anterior: todo normal. No se observa alteración patológica. Después coges la lente
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“Tus ojos”
La visión personal
(es como una lupa) que te permite ver el fondo del ojo. Raro sería que tuviera algo en
el fondo de ojo, en la retina. Pocos, poquísimos niños tienen problemas de fondo de
ojo, porque son muy graves.
Le pongo la lente delante de la pupila y miro la parte más posterior del fondo de
ojo; es normal. La mácula, también normal. Nervio óptico, normal. Todo bien. Pero
de repente observas en la periferia una mancha negra, con aspecto de un insecto,
con ramificaciones. Notas que te aceleras; no puede ser. Comienza a latirte con fuerza el corazón, como cuando se te complica una intervención quirúrgica.
Sigues analizando, confías en que sea un hallazgo aislado, carente de significado,
pero no. Aparecen más, aparecen muchas. La retina está tapizada por estas manchas. Además ves la retina pálida, las arterias muy finas, estrechadas, el aspecto del
fondo de ojo es inequívoco. Te vas al otro ojo; por lo menos que sea unilateral, que
afecte sólo a un ojo. Pero no, se confirma: es bilateral. Gabi tiene una enfermedad
conocida con el nombre de retinosis pigmentaria. Está condenada a la ceguera, y en
los dos ojos; es una situación irreversible, progresiva, no tiene tratamiento.
El término retinosis pigmentaria engloba una serie de enfermedades congénitas,
de base genética, que afectan a la retina y provocan la muerte de sus células, lo
que da lugar a la ceguera. Hay muchas formas de enfermedad, pero cuando aparecen en edades tan tempranas son muy agresivas, especialmente si van asociadas a
otras enfermedades como la sordera.
Pues eso es lo que le iba a pasar a Gabi, a la niñita que tenía delante. Estaba quedándose sorda, casi no hablaba e iba a quedarse ciega, sin remedio.
Es brutal; ver esas malditas manchas con forma de insectos negros es letal. Es
sinónimo de ceguera. Recuerdo a la madre de cuatro hermanas con retinosis pigmentaria. Cada vez que venían a revisión y observaba las manchas negras en el
monitor del microscopio de exploración, le oía decir: ¡malditas manchas negras! Y
luego oía un sollozo; siempre se echaba a llorar.
Ellas oían perfectamente y, por supuesto, hablaban de forma absolutamente normal. Podían hacer una vida de relación normal, todas estaban casadas y con hijos,
trabajaban en la ONCE ¡Bendita organización! Al fin y al cabo “solo” estaban ciegas.
Pero Gabi se iba a quedar desconectada del mundo. Iba a perder los dos sentidos
más importantes del ser humano: la vista y el oído, y con ellos la característica que
nos diferencia del resto de los animales: el habla. Solo le iba a quedar el tacto, solo
iba a poder comunicarse por el tacto. Se iban a cerrar todas sus vías de conexión con
el exterior. Se iba a quedar totalmente a oscuras y en absoluto silencio.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Todo eso lo piensas en los segundos durante los que prolongas la exploración.
Tienes claro el diagnóstico, pero no quieres darte la vuelta y encontrarte con la cara
de los padres. Mientras, miras y remiras a la niña, sin apartarte del microscopio. No
quieres que se te note, pero te cuesta mantener el tipo. No quieres retirarte porque
cuando te retires tienes que hablar, y no sabes qué decir, mejor dicho, sabes lo que
tienes que decir pero no quieres decirlo ni sabes cómo.
Los padres traían a la niña porque no estaban de acuerdo con que usara las gafas, no querían a su niña sorda y además con gafas, y tú les tenías que decir que se
iba a quedar ciega.
Entonces te das cuenta de que ya no te puedes demorar más, que ya no puedes
estirar más el tiempo, que tienes que decir algo.
En consecuencia, te retiras del microscopio, le das las gracias a Gabi por lo bien
que se ha dejado explorar, te das la vuelta y te encuentras con la mirada inocente
de los padres. Sin sospechar lo que acabas de ver, de lo que les tienes que decir, de lo
que les va a pasar. Los miras y quieres cumplir. Y cumples, pero delegas en otros explicar la trascendencia del hallazgo, y eso es una forma de cobardía. Les comunicas
el diagnóstico, pero el pronóstico se lo dejas a los otros, a los pediatras, a los neurólogos pediátricos y a los otorrinos pediátricos. La verdad es que tampoco puedes hacer mucho más; es un paciente muy complejo que depende de varios especialistas.
— Bueno, aparece un problema en el fondo del ojo, en la retina de Gabi. Tiene
una hipermetropía como ya sabéis, pero es leve y no precisa corrección con gafas.
El problema es el del fondo de ojo; tiene una enfermedad degenerativa que está
relacionada con su sordera. Esta niña tiene que estar en manos de sus pediatras. Yo
os voy a dar un informe con lo que le encuentro y ellos ya os explicarán la situación.
Lo mismo que le pasa en los oídos le ocurre en los ojos. Así que Gabi tiene que estar
atendida por un equipo multidisciplinario, un equipo grande que le oriente sobre su
educación y sobre cómo superar las dificultades.
— Vale, vale, dicen los padres, pero no sé si son conscientes de la magnitud del
problema.
Les entregué un informe extenso, para ellos y para sus pediatras. Además le solicité una serie de exploraciones complementarias. Los cité para una revisión en seis
meses. Otra cosa no se puede hacer, al menos por el momento.
¿Es cobardía no haber sido capaz de comunicar estas pésimas noticias? No sé si
fue eso o compasión, pero no me quedé nada contento conmigo mismo.
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“Tus ojos”
La visión personal
Los pacientes sordo-mudos-ciegos merecen una atención especial. No son enfermos, son discapacitados. Son unos casos de especial relevancia social, en los que las
leyes de dependencia, el apoyo del Estado, de las instituciones públicas y privadas,
es fundamental, en los que la solidaridad de la sociedad en su conjunto y de todos
y cada uno de nosotros individualmente ha de ser clave. Porque ya no se trata de
que sus familias puedan o no hacerse cargo de su manutención y cuidados. Es un
drama humano. Son personas con todas sus capacidades físicas y mentales, que
deben ser desarrolladas, que deben ser sacadas a la luz, que no deben ser tratadas
como seres inútiles. Hay que buscar formas de comunicarse con ellos, hacerles llegar
la información del mundo exterior, en resumen, que vivan como vivimos el resto de
los seres humanos, aunque tengan un muro rodeándolos, un muro levantado por
la genética y la mala suerte.
Cuando estén disponibles los tratamientos con células madre o los trasplantes de
retina hablaremos de rehabilitar a Gabi, pero mientras tanto ¿qué hacemos? Pues
mientras tanto educarlos, estimularlos, apoyarlos. Hay un lenguaje para comunicarse con ellos, el lenguaje de los signos a través del tacto. Por ejemplo, existe el alfabeto Lorm, que toca en la palma de la mano del “lector” y cada letra del alfabeto
tiene asignadas partes o puntos de la palma de la mano.
Para los interesados vale la pena estudiar el caso de Helen Keller, una escritora
norteamericana sorda, muda y ciega cuya vida se relata en la película “El milagro
de Anna Sullivan” (The Miracle Worker, en su título original), que fue su educadora.
La película se filmó en el año 1962 y fue dirigida por un excelente director, Arthur
Penn. Es toda una loa a la educación y a la perseverancia ante “lo imposible” y que
nos llena de esperanza en las posibilidades del ser humano.
Cada vez que releo esta historia, cada vez que tengo que revisar a Gabi, se me
pone mal cuerpo. Me anima pensar en el papel que desempeña la ONCE, cómo
acoge a estos pacientes, el apoyo fundamental que les da a estos pequeños pacientes y a sus familias. Nos tranquiliza las conciencias. Pensar que allí a donde no
podemos llegar los oftalmólogos, allí donde nosotros fracasamos, están ellos para
ayudarles. Esta lectura también me estimula a estudiar, a investigar, a dirigir tesis
doctorales, a formar grandes oftalmólogos, entre los que incluyo a mis hijos, para
que a medio plazo podamos aportar soluciones a estos problemas.
Estamos entrando en Cataluña. El paisaje empieza a cambiar. Cuando toca
historia triste mis contertulios se quedan tocados anímicamente. A veces los
que se quedan ciegos son los cobardes, a veces se quedan ciegos aquellos a los
que les ha tocado una mala herencia, una desdichada carga genética. Sin embargo, y aunque parezca mentira, estos pacientes sobrellevan su enfermedad
con una entereza impresionante.
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“Tus ojos”
La visión personal
4. Los valientes recuperan la vista
La catarata, la reina de la Oftalmología, la cara de la moneda.
Cuento 7. Doña Eudosia, la maestra del pueblo.
El grupo permanece casi inalterable. Algún paciente aprovecha este inciso
para prepararse para bajar del tren en Lérida, nuestra próxima estación. Sin embargo, el núcleo duro sigue al pie del cañón; parece que no les aburre el tema.
El protagonismo del interrogatorio sigue en manos del pasajero-periodista
científico.
— Bueno, nos queda por hablar un tema muy importante que no he querido dejar para el final porque es clave, muy conocido pero al tiempo un gran
desconocido: la catarata. Todo el mundo habla y opina sobre ella. Supongo que
también habrá muchos mitos.
— Por supuesto. La catarata es la reina de la Oftalmología.
— ¿Por qué la llama la reina de la Oftalmología?
— Podríamos decir que es la perla, la joya de la Oftalmología. Si no existiera
tendríamos que inventarla. Es el paradigma de la Oftalmología, es su máximo
exponente, su más perfecta representación. El compendio de la Oftalmología.
Toda la Oftalmología en un cuadro clínico; la ceguera y su lucha, la victoria contra el envejecimiento, esa es la catarata. Si hace 30 años cuando me inicié en
la Oftalmología me llegan a decir que íbamos a operar de esta manera habría
pensado que el que lo dijera estaba loco. La evolución ha sido tan impresionante que no parecería ciencia-ficción sino simplemente una locura.
— Pero al margen de toda esa filosofía, ¿por qué es tan importante la catarata?
— Porque todos acabamos teniéndola. Por tanto, es una afección tremendamente frecuente, que deteriora mucho la visión de los pacientes, que les limita
la vida, pero que tiene un tratamiento muy eficaz: la cirugía. Y la cirugía de la
catarata es la reina de la Oftalmología.
— Vayamos por partes, profesor. ¿Qué es una catarata?
71
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— La catarata es la opacificación del cristalino. El cristalino es una lente que
hay dentro del ojo. Es igual que una lupa y tiene dos características: es transparente y es flexible. Con la edad…
— ¡Ya estamos con la edad!, me interrumpe una pasajera que quiere ser permanentemente joven.
— Sí, sobre todo con la edad pierde la transparencia; a esto es a lo que llamamos catarata. A la opacificación del cristalino.
— ¿Y qué nota el paciente? ¿Duele?
— La sintomatología es escasa. Son tres los síntomas más frecuentes: sensación de visión neblinosa, disminución de la visión de lejos (acompañada casi
siempre de una mejoría en la visión de cerca) y deslumbramiento.
— ¿Cuándo hay que operar una catarata?
— Para encontrar el momento idóneo dos son los criterios más importantes.
Uno de los criterios depende del paciente y el otro del oftalmólogo.
— ¿Cómo es eso; es el paciente el que decide? Siempre creí que era el oftalmólogo el que tenía la última palabra.
— Cuando la visión ya no es buena, cuando el paciente ya no puede desarrollar su vida normalmente, hay que operar. Y en ese aspecto es el paciente el
que decide. Por ejemplo, nosotros operamos a mi propio padre cuando tenía
un 100 % de visión, pero la catarata que tenía le producía un deslumbramiento
muy importante que le dificultaba la conducción; por ello no esperamos a que
perdiera más vista.
— ¿Y cuál es el criterio que depende del oftalmólogo?
— Sobre todo las características de la catarata. No se debe esperar mucho. Si
la catarata se va endureciendo es mejor quitarla, porque después es más complicado. Incluso aunque el paciente diga que todavía ve bien, ya que casi siempre lo dice por cobardía. También intervienen otros criterios: la edad del paciente, la actividad que desarrolla y, como decía antes, las condiciones del ojo. Si va
a ganar suficiente visión o si el ojo va a soportar la operación.
— ¿Por qué es importante que no se haga demasiado dura?
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“Tus ojos”
La visión personal
— Actualmente eliminamos la catarata deshaciéndola, haciéndola papilla.
Gracias a los ultrasonidos la rompemos, casi la pulverizamos y la absorbemos.
Todo ello a través de una mínima incisión de 2 mm que no necesita puntos.
Pero si la catarata es muy dura, los ultrasonidos no pueden deshacerla y hay
que sacarla entera. En ese caso la incisión es de 8-10 mm, hay que dar puntos y
tiene más riesgo. En las situaciones intermedias, cuando todavía no se ha “pasado” la catarata, hay que aplicar mucho tiempo los ultrasonidos, y eso es dañino
para el ojo. Por eso lo ideal es aplicar la menor dosis de ultrasonidos, tanto en
intensidad como en tiempo.
— ¿Pero todas las cataratas son iguales; todas aparecen en gente mayor?
— Hay muchas formas de cataratas. Unas evolucionan muy rápido, otras de
forma muy lenta. No todas son duras, las hay también blandas. Con respecto a
la edad, sin duda las más frecuentes son las seniles, que empiezan a partir de los
70 años, pero también las hay congénitas, juveniles, preseniles, postraumáticas,
diabéticas y con mucha frecuencia las miópicas.
— ¿Y la operación cuánto dura? ¿Qué anestesia se utiliza?
— La cirugía no es una carrera contra reloj, en la que el mejor cirujano es el
más rápido. Normalmente los cirujanos demasiado rápidos son más bruscos y
ahorran tiempos o maniobras que reducen la seguridad del procedimiento. Por
el contrario, los demasiado lentos hacen que el tiempo quirúrgico se prolongue
innecesariamente y realizan demasiadas maniobras muchas veces repetitivas,
lo que también incrementa el riesgo. Es parecido a la conducción: ir demasiado
rápido o demasiado lento no es bueno. Cumplir los protocolos de eficacia y
seguridad es lo ideal. Para una cirugía de catarata normal el tiempo medio es
de 10-15 minutos, pero hay ojos más complicados que requieren más tiempo.
La anestesia, según los casos y el cirujano, puede ser con gotas, tópica. Si no, la
alternativa es anestesia local; se duerme la zona del ojo y la órbita. En ambos casos, si el paciente es nervioso, el anestesista, que siempre debe estar presente,
aplicará una sedación. Solo en casos excepcionales se utiliza anestesia general.
— ¿Y qué es eso de la lentilla intraocular? ¿Hay que ponerla siempre?
— Sí, siempre. Si quitamos el cristalino hay que sustituirlo por una lentilla
intraocular con las dioptrías que necesita el paciente. El objetivo de la lente
intraocular es dejarlo con la menor graduación, y si es posible sin ninguna.
— ¿Y esa lentilla se nota, molesta algo? ¿Hay que cambiarla o dura para siempre? Es que me han dicho que hay que limpiarla.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— ¿Y corrige la miopía? ¿Y también la vista cansada?
Vuelven a dispararse. Es un auténtico bombardeo.
— No molesta nada; está en el interior del ojo. Si el paciente nota algo puede
ser la cicatriz de la incisión por donde metemos la lentilla, pero no la lentilla.
Dura para siempre; te va a sobrevivir. Aunque para que la gente nos entienda
decimos que “limpiamos la lentilla”. Realmente lo que hacemos es eliminar unas
opacidades que se adhieren a la cápsula donde está apoyada la lentilla. Una vez
“abierta” la cápsula, ya queda abierta para siempre.
— ¿Y cómo se hace? ¿Hay que volver a operar?
— No, no, en absoluto. Con una luz láser, sin tocar el ojo, en consulta, en unos
segundos, damos unos “chispazos de luz” y con ella “limpiamos la lentilla”. El
paciente ni se entera. ¿Cuál era la otra pregunta?
— Si corregía la miopía y la vista cansada.
— Sí, puede corregir además ambas cosas. Las lentes que implantamos para
sustituir al cristalino tienen graduación, es decir, tienen dioptrías, y con ello pretendemos anular las dioptrías que tenía antes el paciente, sean de miopía, hipermetropía o astigmatismo. Desde hace ya algunos años disponemos además de
lentes multifocales. Lentes que te corrigen, además de la miopía, la hipermetropía o el astigmatismo, la vista cansada. Estas lentes llevan incorporadas todas las
graduaciones, con lo que el paciente no precisa gafas ni para lejos ni para cerca.
— ¿Pero eso funciona?, porque yo no me he adaptado nunca a las lentes
progresivas.
— No, no tienen nada que ver con las progresivas. No marean. Son lo más
avanzado que hay, aunque nunca nos dan una visión igual a la que teníamos
a los 25 años.
— ¿Por qué decía que los resultados dependen del ojo, si no ha habido complicaciones? ¿No queda todo el mundo bien?
— Los resultados van a depender de las condiciones del ojo; hay cataratas
complicadas y ojos complicados. Ojos que tienen otras enfermedades que o
dificultan la cirugía o hacen que los resultados no sean todo lo buenos que
querríamos. Y eso hay que transmitírselo al paciente antes de la intervención,
no justificarlo después. Por ello es fundamental una buena exploración.
74
“Tus ojos”
La visión personal
— Pónganos un ejemplo, por favor.
— La catarata suele aparecer con la edad, pero con la edad también aparece
la degeneración macular. Y en muchos pacientes coinciden las dos alteraciones. Si la mayor parte de la pérdida de visión se debe a la degeneración de la
mácula, el paciente no recuperará. Si es por la catarata, el paciente mejorará,
pero es posible que no tanto como él esperaba, con lo que tampoco quedará
satisfecho.
— Por cierto, tengo otra de esas historias que me hicieron mella. El relato de
una paciente luchadora. Una maestra que no se rindió y luchó al límite. Quiero
que la conozcáis. Es la antítesis de Jesús.
Cuento 7. DOÑA EUDOSIA, LA MAESTRA DEL PUEBLO
Uno de los primeros éxitos del profesor fue operar a una paciente desahuciada.
Era la maestra del pueblo. Todo el mundo en el pueblo la quería y veneraba. Era
una mujer fantástica. Todos habían aprendido a leer con ella, todos habían descubierto la escritura con ella, todos habían dejado de ser analfabetos con ella. Todos
le debían su cultura y su formación humana. Y ahora todos lloraban porque se le
cerraban los ojos a aquella que se los había abierto a ellos. Que les abrió los ojos a
la vida y al conocimiento, aquella que con un esfuerzo sobrehumano, por la falta de
medios, y con una voluntad y perseverancia dignas de batallas más importantes,
aquella que había entregado su juventud y madurez a educarles, aquella que nunca se quiso ir del pueblo porque “todavía había mucho que hacer” a pesar de que
le ofrecieron puestos mucho más relevantes y mejor pagados en la capital. Aquella
a la que todos adoraban estaba ciega. Le habían dicho que lo suyo era irreversible.
Que no tenía remedio. Que los últimos años de su vida iba a estar acompañada por
la oscuridad. Ella que había sido adicta a la lectura incluso en las condiciones más
adversas, después de la guerra, cuando no había electricidad; leía a la luz de un candil. Ella que había recorrido todos los días diez kilómetros a pie, cinco de ida y cinco
de vuelta (una hora para ir y otra para volver), sola, encapuchada ya hiciera un frío
que helaba o un calor que derretía los cerebros, para ir a la escuela del pueblo vecino
durante su infancia y juventud para salir de la ignorancia, para ayudar a salir de la
ignorancia a todos sus convecinos.
Ahora no veía ni para vestirse, ni para comer, ni para asearse. Sólo se manejaba
en su casa porque conocía los pasos. No salía a la calle. Le daba rabia y un poco
de vergüenza que la vieran en esas condiciones. No quería dar pena. Y vivía encerrada en su casa. Había perdido muchos kilos. La artrosis empezaba a apoderarse
de ella y acechaba la peor de todas las enfermedades: la enfermedad de la tristeza,
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
la depresión. Empezaba a perder la cabeza. No tenía ilusión por nada ni por nadie.
Su pelo cano y largo estaba desarreglado, su color era cetrino porque no salía a la
luz del día. Se había convertido en un mueble inservible, en una especie de vegetal.
Comenzaba a perder también audición. Poco a poco se iba desconectando de este
mundo.
Además tenía una diabetes que la estaba consumiendo. No caminaba nada y
así no quemaba el azúcar que ingería. La diabetes le estaba dañando también el
riñón y la circulación de las piernas. Su médico, el clásico médico de pueblo, honrado, capaz, voluntarioso y encariñado con sus pacientes y convecinos, era incapaz
de sacarla adelante. Su hija, María, vivía amargada al ver a su madre en esas condiciones. Y con ella, y por culpa de la depresión que la atenazaba, su marido y sus
hijos. Para María ver a su madre en ese estado era desgarrador. Tenía a su madre
totalmente idealizada y mitificada. Era lógico. Una mujer excepcional, decía ella,
que lo había sacrificado todo por los suyos. María, de tanta admiración que tenía
por su madre había seguido sus mismos pasos. Era en ese momento la maestra del
pueblo. Tampoco se quiso ir de su pueblo para continuar la labor de su madre. Era
una mujer igualmente querida. Y, también con ella, el pueblo estaba preocupado.
Hay que conocer la estructura de los pueblos de la España más profunda, la de
la gente de raza, noble y sobria. De ahí la importancia de la figura del maestro y el
médico. Lo del cura ya no se estila tanto. Como decía don Gregorio Marañón, son
las vocaciones por excelencia. Aquellas en las que se rinde un servicio clave, que solo
los mejor formados pueden dar, y se hace de forma casi gratuita, ya que los sueldos
son miserables. Por eso, porque son vocacionales y el lucrarse con el servicio es muy
difícil, tienen un enorme prestigio.
Todos decían que estaba ciega por culpa de ellos, porque de tanto estudiar y tantas horas dedicadas a que ellos estudiaran, para sacarlos de la “burremia”, se había
consumido su visión. Estaban totalmente convencidos y se culpaban. Se mostraban
dispuestos a hacer lo que fuera para sacarla de aquella situación. Lo que fuera posible.
La situación de doña Eudosia había empeorado en los últimos meses. Si malo es
estar a oscuras, peor es el dolor. Le había dado el “dolor del clavo” en su ojo izquierdo.
Con el dolor del clavo la gente se refiere a un dolor que, como su nombre indica,
se asemeja al que sentiríamos si nos metieran un clavo en el ojo. La culpa la tenía
una catarata que se “había pasado” asociada al daño muy grave que produce la
diabetes en el ojo. Cuando ataca el dolor del clavo, el paciente no puede ni vivir.
El dolor es constante, agudo, penetrante; es un dolor neurálgico que no cede con
analgésicos. Persiste durante el día y la noche, se agrava con cualquier estímulo -frío
o calor-, no hay postura ni maniobra que ayude a rebajar su intensidad. El simple
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“Tus ojos”
La visión personal
hecho de masticar, el movimiento de la mandíbula, incrementa el dolor, con lo que
los pacientes dejan de comer.
Pues así llegó a estar doña Eudosia. Sin ver, sin oír, sin poder comer ni dormir, con
el azúcar descompensado, deprimida y con ganas de morirse. Ella no, porque era
una mujer luchadora y de principios, pero muchos pacientes, cuando llegan a esta
situación, amenazan con inyectarse una doble dosis de insulina y quitarse la vida
provocándose una bajada brusca del azúcar.
La única solución que le ofrecían a doña Eudosia era algo que ni ella ni su familia
estaban dispuestos a aceptar: quitarle el ojo para que no le doliera. María y ella misma rechazaron la posibilidad. Una amputación es siempre una amputación y ella
no quería perder su ojo.
El médico del pueblo, don Urbano, hombre sereno, entregado, experimentado y
siempre afanado en mejorar su formación, acababa de asistir a un curso en Mérida
organizado por la consejería de Sanidad de la Junta de Extremadura. El curso estaba
presidido por el consejero, un forense, profesor de Medicina Legal que luego llegaría
a ser presidente de la Comunidad Autónoma y que había apoyado al profesor de Oftalmología desde su llegada. Este curso estaba también promovido por él. Desde que
se enteró que el nuevo profesor que había llegado a la facultad era un experto en las
enfermedades oculares producidas por la diabetes lo apoyó incondicionalmente.
Don Urbano acudió puntualmente a la cita. Siempre iba ilusionado por aprender
algo que le sirviera para atajar los problemas de sus pacientes-amigos. Mientras
conducía hacia Mérida, iba dándole vueltas a los temas.
Nada más aparcar empezó a encontrar compañeros de los pueblos vecinos. Entraron juntos en la sala del hotel donde se celebraba la reunión. No habían terminado de hablar cuando subieron al estrado el consejero, D. Guillermo Fernández Vara,
el presidente del colegio de médicos, D. Pedro Hidalgo, ilustre médico de Azuaga, y
el profesor.
A don Urbano le sorprendió la imagen y le defraudó un poco. El profesor era muy
joven, tendría entre 30 y 35 años, de estatura media y con cara de niño; parecía un
poco inexperto.
La imagen del profesor mejoró algo tras la charla. Después, en el tiempo dedicado
a las preguntas y a la discusión mejoró algo más porque contestaba con soltura y
se veía que conocía el tema. Pero persistía en él cierta desconfianza. Había asistido
muchas veces a conferencias de “teóricos” que sabían mucho, que tenían grandes
conocimientos adquiridos en los libros, pero que no resolvían en la práctica.
77
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Así pues, don Urbano salió con un sabor agridulce del hotel. Él, que presumía de
psicólogo, no sabía a qué carta quedarse, no supo con qué concepto quedarse del
profesor. Al llegar a casa se lo comentó a su mujer que trabajaba con él como ATS
del centro de salud.
Don Urbano le comentó: “Me parece muy joven, la conferencia fue interesante y se
ve que conoce el tema. Fue muy didáctico. Pero no sé si tendrá suficiente experiencia
para resolver el tema de doña Eudosia. Y yo tampoco quiero mandarla para que la
vea si no va a resolverle nada. Ella no está para desplazamientos ni quiero ofrecerle
falsas esperanzas. Tampoco me gustaría que experimentaran nada con ella. Y no sé
si este doctor tiene suficiente experiencia, no sé qué hacer”.
— Coméntalo con María y que ellos decidan.
El lunes, nada más llegar al centro de Salud, llamó a María para que pasara por
allí al terminar las clases de la mañana.
Ese día dio la casualidad de que durante la consulta dos pacientes del pueblo le
trajeron recetas prescritas por el profesor y le comentaron que estaban muy contentas porque les había resuelto su problema.
Estos comentarios decidieron a Urbano a aconsejar a María que su madre fuera a
ver a este oftalmólogo. Eso sí, le advirtió de que no se creara falsas esperanzas y que
no se arriesgaran, ya que la delicada situación de doña Eudosia podría terminar por
deteriorarse definitivamente si algo se complicaba.
A María le asaltó la duda. Ella quería lo mejor para su madre. Aún no había asumido la ceguera e invalidez casi absoluta de su madre, cuando la situación se deteriora
hasta el punto de que no puede vivir con ese dolor. Ya está cansada de peregrinar
por oftalmólogos y nadie le da solución satisfactoria, nadie se atreve. Es muy arriesgado, le dicen. Y ahora se abre una puerta a la esperanza, pero detrás está un doctor
al que no conoce. Y para qué voy a hacerla ir otra vez a otra consulta. Sabe dios qué
pruebas van a hacerle, va a sufrir, le vamos a dar falsas esperanzas y cuando vuelva
a no tener remedio, otro batacazo psicológico. ¿Y si le proponen operarse? ¿Y si se
complica? ¿Y si es peor el remedio que la enfermedad?
Por otra parte, ¿y si hay algo nuevo? Siempre están saliendo cosas. La medicina
avanza que es una barbaridad... No hay que ser cobardes y renunciar de antemano.
María tenía la cabeza loca, sin parar. Se le agolpaban cientos, miles de recuerdos, de
escenas de su madre. Siempre leyendo, siempre estudiando. Una mujer vital, llena
de energía, a veces excesiva, y ahora verla apagada y llena de dolores... Y así hasta
que se muera.
78
“Tus ojos”
La visión personal
Hay que ser valientes. No perdemos nada por intentarlo. Pero si no nos garantizan el resultado no vamos a hacer caso. No voy a arriesgar a mi madre para que
padezca más. María pensó para sus adentros ¿tendré demasiado miedo y estaré
demasiado a la defensiva?
Doña Eudosia al final no decidía nada. Estaba fuera de este mundo. María tenía
que tomar la decisión sola. Y decidió que sí, que había que intentarlo. Esa habría
sido la decisión de su madre caso de no estar deprimida. Salieron de casa muy nerviosas. Le pidieron a una prima que las acompañara para soportar mejor las malas
noticias. Cuando tras 45 minutos de viaje llegaron a la puerta de la clínica, María
y doña Eudosia se santiguaron y rezaron un padrenuestro. Durante el trayecto no
habían articulado palabra. La tensión que soportaban era tremenda.
A su llegada a la clínica María estaba traspuesta, totalmente bloqueada. Fue la
prima la que dio los datos de filiación. Durante la primera fase de la consulta le hicieron múltiples preguntas sobre las razones de su asistencia a la clínica. “Quitarle
el dolor y que vea algo”, repetía insistentemente María. Le preguntaron muchas más
cosas que María iba respondiendo casi mecánicamente.
Pasaron después a una estancia llena de aparatos de exploración. Al poco tiempo
entró un ayudante del doctor. Intentó varias veces medirle la tensión ocular y no
podía. Una medida para calcular las dioptrías y el aparato tampoco captaba imágenes. Así todas las pruebas. El ayudante lo intentó varias veces, hasta que dijo:
“No consigo nada. El deterioro de sus ojos es tan grande que no responde a los
aparatos. Voy a hablar con el profesor a ver qué opina que debamos hacer”.
Los escasos dos minutos que tardó el médico en volver le sirvieron a María para
convencerse de que no había nada que hacer. Volvió a arrepentirse de haber llevado
a su madre y hacerla pasar otra vez por ese mal trago. Total, pensó ella, otro gasto
para nada. Creo que sería mejor irse ya. No tengo esperanzas.
El mundo se le vino abajo a María cuando el doctor intentó medir lo que veía su
madre. Le puso unas letras enormes y no vio ninguna. Le preguntó si veía mover la
mano, y tampoco. Cada prueba era como una cuchillada en la moral de María. Una
cosa es suponer lo que está pasando y otra ver tan claramente que tu madre no ve
nada, absolutamente nada. Por fin, el médico cogió una luz potente y se la dirigió
al ojo derecho. Ahora sí, por lo menos veía la luz. Repitió la exploración en el ojo
izquierdo y aquí volvió a no ver nada. Ni la luz.
“Vamos a dilatar la pupila. Aunque suponemos que va a dilatar muy mal por el
estado de los ojos y porque los diabéticos dilatan mal”.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Tras esa larga espera sucedió lo de siempre. No dilataba nada la pupila, con lo que
era imposible saber qué podría pasar dentro de esos ojos. El médico les alentó levemente: “no se preocupen, estamos acostumbrados a ver a pacientes diabéticos muy
complicados. Llevo con el profesor diez años y tenemos mucha experiencia”. Este comentario y varios otros que escuchó a pacientes en la sala de espera les animó algo.
Por fin, tras una interminable espera pasaron al despacho del profesor. El profesor
cogió la mano de doña Eudosia y cariñosamente le ayudó a sentarse. Una vez colocada le arrimó varios aparatos cuya finalidad María desconocía. Después de varios
minutos, ya había perdido totalmente la noción del tiempo. El profesor conectó un
aparato y se pudieron ver los ojos de la paciente a través de un monitor de vídeo.
Sobre esas imágenes el profesor les explicó.
“En el ojo derecho, el menos malo, tiene una enorme catarata totalmente opaca,
la pupila no se ha dilatado nada porque está pegada a la catarata. En consecuencia, no podemos ver el fondo del ojo y por tanto no sabemos en qué situación se
encuentra. En ojo izquierdo la situación es más delicada. El ojo está dañado externamente por una subida de tensión ocular brutal y porque la catarata se ha descolocado y caído hacia la parte anterior del ojo y es la causante del dolor”.
María en este punto ya no entendía nada, estaba aturdida. De hecho, el profesor
se dirigía más a la prima que a ella, porque tenía la mirada perdida. Estaba esperando con ansiedad creciente la noticia de siempre: no hay nada que hacer; lo único es
sacarle el ojo a su madre para quitarle el dolor. Estaba deseando que todo acabara
para salir corriendo de la consulta y volver a casa a seguir sumidos en la tristeza.
¿Qué soluciones tenemos?, planteó el profesor.
Primero hablaremos del ojo izquierdo y después del derecho.
El ojo izquierdo está irremisiblemente perdido. La única solución en estos casos es
hacer una pequeña operación para intentar aliviar el dolor.
En una segunda fase, podríamos pensar en operar el ojo derecho para ver si ganamos algo de visión, aunque no les oculto que la situación es compleja y, si el resultado no es el apetecido, el ojo derecho se convertiría en doloroso igual que el
izquierdo. Sin embargo, soy muy luchador y dejar a esta mujer así de por vida me
parece inhumano. Yo lo intentaría.
María inmediatamente pensó: “Está diciéndonos lo de todos”. ”Está todo perdido,
no puede recuperar visión y propone quitarle el ojo”. Entonces preguntó:
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“Tus ojos”
La visión personal
— ¿Usted qué propone?
— Operarle del ojo izquierdo para quitarle lo que le provoca el dolor, contestó
el doctor aliviado al ver una respuesta por parte de la hija. Creyó que iban a poder
hablar y llegar a alguna conclusión.
En ese momento la hija rompió a llorar desconsoladamente; sin articular palabra
cogió a su madre, se levantó y salió del despacho.
Cuando salía miró al doctor y balbuceó: “Lo siento; no puedo hacerle eso a mi
madre”.
La prima se disculpó: “Perdónela, doctor, pero está pasándolo fatal con el tema
de su madre”.
Al profesor se le quedó cara de tonto. No comprendía la reacción de la hija. Se
quedó pensativo ante una reacción tan extraña. Qué podía estar pasando. Qué
cosa tan rara. Se dio cuenta de que sucedía algo raro. Saltó como un resorte de su
asiento, salió rápidamente a la sala contigua y abordó a María:
— ¿Pero qué ha entendido usted?, le preguntó.
La mujer, con sus ojos llorosos, miró a los del doctor con mirada de sufrimiento y
contestó:
— Yo no quiero que le quiten el ojo a mi madre.
El profesor le echó la mano sobre el hombro y le dijo:
— No, mujer, yo no he dicho eso. Entre conmigo otra vez y le volveré a explicar lo
que planteo.
Con ese gesto, y sin saberlo, el doctor consiguió romper el recelo que había acompañado durante todo el tiempo a María. Su semblante se relajó, se desbloqueó y
pudo entenderse mejor con el doctor.
El doctor comenzó a explicarle otra vez:
— Lo que he dicho es que hay que quitarle la catarata que, al estar descolocada,
está provocando una inflamación muy grave y una subida de tensión que provoca
el dolor del clavo. Si su madre después queda contenta y le pierde el miedo, podríamos operar el ojo derecho, pero no compliquemos las cosas. Lo primero es quitarle
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
el dolor, pero sin quitarle el ojo, bromeó el doctor al comprobar que María se había
relajado del todo.
María se despidió del doctor apretándole fuertemente la mano y le dijo:
— ¿Puedo darle un beso doctor?
La cirugía del ojo izquierdo se desarrolló con normalidad. Aunque el ojo tenía un
gran deterioro y a pesar de la diabetes subyacente, la repuesta fue buena y ya al día
siguiente había remitido el dolor y la tensión estaba controlada.
La cara de doña Eudosia había cambiado radicalmente, lo mismo que la de su
hija. Seguía sin ver, pero el dolor que le atormentaba había desaparecido.
Las revisiones postoperatorias fueron motivo de constante alegría. Salvo las típicas molestias de los puntos y de la lógica inflamación postoperatoria no hubo otras
novedades. Tanto es así que pasados quince días doña Eudosia tomó la iniciativa.
— ¿Y no se podría hacer algo para recuperar visión por el ojo bueno, doctor?
Tras el miedo y la desconfianza iniciales se volcaron con el doctor. Confiaban ciegamente en él.
— Doña Eudosia, su ojo derecho lleva mucho tiempo sin funcionar, por lo que no
sabemos el grado de deterioro que pueda llegar a tener. No sabemos si ha sufrido
por la tensión ocular, no sabemos cómo estará su retina... Solo sabemos que tiene
una catarata muy avanzada, muy grande y dura. Por otra parte, si la operación sale
mal puede complicarse el ojo y ponerse como el izquierdo.
— ¿Y si no me opero qué puede pasar?
— En primer lugar, renunciamos a luchar para ganar un poco de visión y, en
segundo lugar y vista la evolución espontánea del ojo izquierdo, es posible que la
catarata “se pase de madura” y provoque nuevamente otro ataque agudo de glaucoma, otro episodio de “dolor del clavo”. Hay un signo que me da cierta esperanza:
el ojo es capaz de percibir luz; eso quiere decir que no está totalmente muerto y la
retina no está desprendida tal como vimos en la ecografía.
— Entonces me opero. ¿Es difícil la intervención; me va a doler?
— Mejor será que lo piensen en casa con la familia. Por lo demás, la operación es
parecida a la que hemos hecho; por tanto, no debería ser dolorosa.
82
“Tus ojos”
La visión personal
— No hay que pensarlo don José, terció María, ya lo hemos estado hablando
todo este tiempo y todos apoyamos la decisión de mi madre. Incluso la gente del
pueblo dice que ayudarán si es una intervención costosa. Están todos entusiasmados, todos nos animan.
El trato ya no era de doctor o profesor, ya era de don José, como a los médicos del
pueblo. Eso significaba que lo consideraban como algo de ellos.
— Por el coste no se preocupen; si todo va bien, el costo de la intervención es muy
asequible; igual que la otra y lo pueden pagar a plazos. Pero yo quisiera que lo pensaran algo más. No quiero que tomen la decisión influidos por la euforia del éxito de
la primera. Me disgustaría que las cosas salieran mal.
En el fondo al profesor le daba miedo la posibilidad del fracaso. Nunca le habían
gustado las euforias excesivas, ni que consideraran que él era un mago que podría
arreglarlo todo. Procuraba evitar siempre los triunfalismos excesivos consciente de
que la medicina da palos inesperados a médicos y pacientes, y que no siempre se
consigue lo que se quiere. Sin embargo, él nunca fue un cobarde y no se planteó esa
cuestión. Le animó la posibilidad de seguir ayudando a esta familia.
Pero ellos ya estaban entregados. Confiaban en él. Querían asumir el riesgo. Ya
no fue necesario repetir los análisis, ni la exploración preoperatoria. Podían ponerse
manos a la obra.
Por fin llegó el martes de la intervención quirúrgica. No estaban especialmente
nerviosos; era una más del parte quirúrgico de aquel día. Sin embargo, la pusieron
la última para dedicarle todo el tiempo preciso. Sin agobios de que hubiera otros
pacientes esperando. Por otra parte, aunque siempre practicaban cirugía ambulatoria, en el caso de aquella paciente, debido a su mal estado general, decidieron que
pasara la primera noche ingresada en la clínica. Por tanto no había prisa.
La tarde se dio bien, sin complicaciones y todo iba sobre ruedas.
Cuando llegó doña Eudosia en su cama de ruedas portada por un celador, se hizo
más patente lo consumida que estaba. Casi no se la veía envuelta en las sábanas
como estaba.
La saludaron y ella, mucho más lúcida desde que no estaba atenazada por el
dolor y dando muestras de su coraje e inteligencia, dijo:
— Sólo con haber llegado hasta aquí me doy por satisfecha. Se ha hecho y se va
a hacer lo humanamente posible. Que sea lo que dios quiera.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
A partir de ese momento no se habló nada. La concentración fue absoluta. Mientras se lavaban no hicieron las bromas de costumbre. Todos estaban totalmente
concentrados y se podía apreciar cómo intentaban mentalmente reproducir todo
aquello que se podían encontrar para estar preparados.
Incluso Vicente, el anestesista, habitualmente bromista y eterno contador de chistes, apreció la tensión ambiental y no contó ninguno.
Todo estaba perfecto. La paciente, la anestesia, el equipo, el instrumental.
— Comenzamos, dijo como de costumbre el profesor. Dirigiéndose a la paciente
le dijo: “A partir de ahora no debe moverse. Puede hablar si lo necesita, pero mejor
si no lo hace”.
— Pinza y cuchillete de 15 grados, suero, adrenalina con cánula de 28 g, visco
elástico; no dilata, ganchos. Se rompe la pupila, no es suficiente; tijera de Vanas.
Bien, no sangra; dilatadores, cistitomo, suero. Que no se seque la córnea; recordad
que es diabética.
Las instrucciones del profesor era lo único que se escuchaba en el quirófano. Por fin,
con paciencia, desplazaron la parte dura de la catarata a la cámara anterior. Con los
ultrasonidos deshicieron el núcleo. La maniobra no fue sencilla, pero al final se consiguió. Hubo un suspiro profundo de todo el mundo; las caras que estaban tensas se
relajaron. Incluso Vicente, el anestesista, volvió a lo suyo, a la broma, al chiste:
— Doña Eudosia, el profesor lo ha conseguido, es un cabezota; cuando se lo propone no para.
La doctora Ana, Maite la auxiliar, Abraham el celador y todos los que habían estado observando la maniobra por el monitor de vídeo no aplaudieron porque no
pegaba romper el respeto del quirófano.
— Tiene buen reflejo de fondo, apuntó Jesús.
— ¿Eso qué quiere decir?, preguntó Abrahan interesado como nunca en la cirugía.
— Que no hay hemorragias en el fondo del ojo y que tampoco hay desprendimiento de retina.
Después colocaron la lente intraocular con cierto miedo, ya que debía quedar
perfectamente soportada por la cápsula y no estaban totalmente seguros de su indemnidad. La lente se alojó bien en su sitio.
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“Tus ojos”
La visión personal
Por fin todo quedó en orden. Le pusieron gotas, le taparon el ojo para pasar la
noche y quedó ingresada por miedo a una descompensación del azúcar.
Ningún miembro del equipo había mirado la hora de comienzo y por supuesto
ninguno miró la duración de la intervención. No importaba. El profesor, aún con la
bata y los guantes, salió a la sala para hablar con la familia.
Es una de esas imágenes impactantes; siempre. Al acabar la intervención el cirujano sale a la sala para dar la noticia, sea buena o sea mala. Siempre, nada más
abrir la puerta, se encuentra con ojos que se clavan en él. Ojos que expresan duda,
desasosiego, temor a la noticia. La diferencia entre una buena y una mala es tan
simple como una pequeña maniobra no bien realizada, una respuesta anormal, un
movimiento intempestivo realizado por el paciente, una cánula que no está bien
sujeta a la jeringa. Pueden pasar tantas cosas, que la diferencia entre la buena y la
mala noticia es mínima, aunque su repercusión en las personas y en sus vidas es
máxima.
En este caso la noticia era semibuena; era incompleta. La cirugía había sido complicada, por lo difícil, pero había ido todo bien. Pero solo significaba eso, que la paciente no había sufrido y que se había conseguido el objetivo: extraer la catarata e
implantar la lente.
Al día siguiente tendríamos más noticias.
Se cambiaron todos y se fueron. Ya era hora. Al profesor aún le esperaba Maricarmen para despachar asuntos de trámite administrativo. Y aunque estaba cansado,
sabía que era mejor hacerle caso y rematar la faena. Cual perro de presa que era,
no iba a abandonar su tarea hasta que el profesor claudicara. Como ya la conocía
desde hacía tiempo, prefirió rendirse sin oponer resistencia.
Al día siguiente, en la clínica, los primeros pacientes para revisión son los operados del día anterior. Tras revisar a todos le tocó el turno a doña Eudosia. La cara de
la familia era un poema. El doctor les advirtió:
— Hoy no sabremos casi nada sobre el resultado final; por tanto ni hay que hacerse ilusiones ni defraudarse. Solo comprobaremos cómo va la herida, si el ojo está
o no muy inflamado, controlaremos la tensión y poco más. La recuperación suele
ser muy lenta.
María sentó a su madre en el sillón de exploración. El profesor se acercó y lentamente fue retirándole el vendaje. El ojo estaba completamente cerrado, con el
párpado superior totalmente caído, por efecto de la anestesia y de la inflamación.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Entonces, cuidadosamente, con la ayuda de un gasa humedecida con suero que le
había preparado Raquel, fue despegando el párpado y abriéndolo. Cuando menos
se lo esperaba oyó decir:
— Veo mucha luz y colores.
El profesor, que estaba inclinado sobre la paciente, se retiró. Y doña Eudosia volvió
a decir:
— Veo bultos, os veo allí a vosotros al fondo.
Al profesor no le gustaban los milagros ni la euforia y procuró cortar la escena.
— Espere un momento, doña Eudosia, que quiero ver el ojo con mis aparatos.
En el fondo desconfiaba de que fuera cierto que veía. Era demasiado rápida la
respuesta. Por un momento creyó que podían ser alucinaciones de la paciente.
— Ciertamente el ojo está respondiendo muy bien. Doña Eudosia, dígame cuantos dedos hay en mi mano.
— Los cinco.
— ¿Y ahora?
— Dos.
— ¿Tengo los ojos abiertos o cerrados?
— Ahora se los veo cerrados.
— ¿Cuántas personas están en el fondo de la habitación?
— Están mi hija, mi yerno y mi nieta. Aquí a mi lado veo a una señorita vestida
de blanco.
Doña Eudosia ya no pudo continuar; rompió a llorar al igual que María, que ya
llevaba varios minutos con lágrimas en los ojos.
— Mamá, no llores que te puede hacer daño a los ojos, balbuceó María.
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“Tus ojos”
La visión personal
— No se preocupe, dijo el doctor intentando no dejarse llevar por la emoción del
momento, las lágrimas son buenas para el ojo. Lo malo es tener motivos para llorar.
Pero si se llora de alegría es buenísimo.
Para entonces todos se habían acercado a abrazar a doña Eudosia.
— Gracias, don José. Esto es un milagro.
Justo lo que don José no quería oír. Pero no era cuestión de polemizar en ese momento.
— Hay que tener en cuenta que por lo de ahora esto va sorprendentemente bien.
Pero todavía no podemos cantar victoria, hay que ser prudentes, las cosas pueden
complicarse y debemos extremar las precauciones. Les vamos a dar por escrito todas las instrucciones, pero ya puede utilizar sus ojos todo lo que quiera, puede ver la
televisión o lo que quiera. No le perjudica hacer esfuerzos visuales, pero debe evitar
hacer esfuerzos físicos.
— ¿Puedo leer, don José?
— ¿Puede intentarlo, pero no se haga ilusiones ni se desespere si no lo consigue.
Más adelante le pondremos gafas para leer.
— Ella ya tiene unas de antes. ¿Puede usarlas?, intervino la nieta.
Don José comprobó en la historia clínica la graduación antigua y estimó que sería muy parecida a la que necesitaría actualmente.
— Puede usarlas, aunque es mejor que comience poco a poco y si le marean que
lo deje. De todas formas no le pueden hacer daño.
Aurora les explicó cómo deberían hacerle las curas en casa, Montse les dio la cita
para la revisión de la semana y se fueron dando las gracias a todo el mundo.
Pasada la semana volvieron a revisión. El escándalo ya se había producido en el
pueblo. Nadie se lo podía creer y todos fueron a comprobarlo. Doña Eudosia desde el día siguiente a la revisión salía toda orgullosa con una silla al portalón de su
casa a leer el periódico. Para que la viera todo el pueblo, para que todos pudieran
comprobar que había vuelto a ver, que podía leer y que estaba dispuesta a recuperar todo el tiempo perdido. Además volvió a salir, iba a misa sola, a la compra (sin
cargar pesos aclaró a un don José alarmado por la demostración).
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Don Urbano fue otro de los que recibió la visita embargado por la emoción al
recibir la gratitud de la familia por haber sido el promotor.
El pueblo se volcó. Pero por si fuera poco el efecto logrado, Guillermo, uno de los
personajes más famosos, influyente, querido y original del pueblo puso un cartel en
su tienda que con grandes rasgos agradecía el “milagro”. Cada persona que entraba
en su tienda, que era casi todo el pueblo, recibía una explicación pormenorizada del
milagro. Y cada vez la versión iba “in crescendo” en dramatismo y espectacularidad,
llegando poco después a parecerse escasamente a la realidad con todos los aderezos que ponía Guillermo en el relato.
Esta historia con final feliz les encantó a mis pasajeros. Teniendo en cuenta las
tristes historias previas de Jesús y Gabi, esta les hizo sonreír. Incluso me pareció
ver varios pañuelos que, discretamente, secaban algunas lágrimas. Es notable
el silencio que se crea cuando leo los cuentos. Durante la tertulia siempre hay
pasajeros que se mueven, que hacen comentarios entre ellos, que comprueban los móviles a la espera de un mensaje o que beben un sorbo de la botella
de agua. Pero durante la lectura de los cuentos el silencio es estruendoso y la
inmovilidad sorprendente. Los comentarios numerosos y variados. Todos destilaban admiración y cariño.
— La verdad es que la maestra se lo merecía, ¡eh, doctor!
— Debía de ser toda una personalidad. Es cierto, no se puede ser cobarde.
Hay que luchar.
— Menuda diferencia con el realizador de televisión.
— El que algo quiere algo le cuesta.
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“Tus ojos”
La visión personal
5. La ceguera silenciosa
El glaucoma: La enfermedad con nombre feo.
(El testimonio de Carmen)
Doctor, hace unos días se celebró la Semana Mundial del Glaucoma y casualmente leí un artículo de una gran periodista titulado “Glaucoma”. Conozco
a su autora desde hace años, es una escritora y periodista incisiva y me quedé
aturdido al leer su testimonio. También parece que uno de los personajes de la
prensa rosa está afectado, según comentó en un programa de televisión.
Escribía Carmen Rigalt en su columna de El Mundo con motivo de la Semana
Mundial del Glaucoma “Desde este rinconcito quiero colaborar en la campaña.
Yo también padezco glaucoma. Lo supe cuando mi situación era irreversible y la
vida pasaba como a través de un túnel. Fue hace menos de un año. Demasiado
tarde, dijeron. Hasta ese momento nunca había prestado atención a la palabra
glaucoma. Era algo ajeno a mi mundo, como eran ajenos los ciegos de las novelas
viejas. Ahora sé, porque me he preocupado en recordarlo, que durante los tres meses anteriores al diagnóstico tropezaba con todo y tenía las piernas llenas de moratones. Un día choqué con una columna en plena calle y le pedí perdón; otro día,
en un restaurante, me llevé por delante una mesa con gran estrépito de cristales.
A todas horas caminaba palpando el aire y me desorientaba con frecuencia, especialmente al atardecer, cuando mayor era mi aturdimiento. Hoy vivo pendiente de
un colirio nocturno que por el momento mantiene estabilizada mi tensión ocular.
Es el hilo de visión que me queda. A través de él espero disfrutar de las últimas páginas bellas de la vida.”
“El glaucoma, la ceguera silenciosa”. La pérdida progresiva de visión, sigue
hablando nuestro periodista-pasajero.
— ¿Puede explicarnos algo sobre esta enfermedad de nombre tan feo? Porque esa terminación “oma” suena muy mal. Suena a cáncer de ojo.
— Efectivamente, el nombre es muy feo. Pero no tiene nada de cáncer aunque sí de enfermedad grave y progresiva. Se produce por un aumento de la
tensión ocular.
— Entonces, ¿es como la tensión arterial?, inquiere otro contertulio.
— No, no tiene nada que ver. Solo se parecen en el nombre. El glaucoma es
una enfermedad típica del ojo, con mínimas relaciones con el estado general.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Se produce por un aumento de la presión dentro del ojo y ese aumento de la
tensión daña al nervio óptico.
— ¿Cómo es ese proceso?
— El ojo por dentro está relleno de un líquido transparente, el humor acuoso,
que está renovándose constantemente. Se produce y elimina con gran velocidad. Se produce por detrás de la pupila y a través de ella pasa a la parte anterior
del ojo. Allí hay un desagüe con un filtro, por donde se evacúa.
— Uf, me he enterado de poco, doctor. Es que soy muy torpe. No me hago
idea.
— Vamos por partes. Esta es una enfermedad en la que pasan dos cosas, que
sube la tensión y que se daña el nervio óptico, ¿de acuerdo?
— Sí, pero ¿por qué sube la tensión?, se adelanta otro contertulio.
— Porque se obstruye el filtro, el desagüe, pero sin embargo se sigue produciendo el acuoso. Es como si tuvieras un recipiente cerrado y lo llenaras con un
grifo que no para de echar agua, pero lo que entra no sale.
— Y entonces sube la presión dentro del ojo.
— Así es. Y el ojo se pone duro, muy duro. Y entramos en el segundo componente, el daño en el nervio óptico. Al estar hipertenso el ojo comprime al nervio
óptico, que está en el fondo del ojo. El nervio óptico es un cable relleno por un
millón de fibrillas. La presión lo aprieta y “ahoga”. Es como si cogemos un cable y
lo pisamos con fuerza, acabaremos cortándolo. Pues al nervio óptico le sucede
algo similar: va perdiendo fibras, hasta que se queda sin ninguna. Y entonces el
ojo se queda desconectado del cerebro. Ya no hay transmisión de imágenes y
el paciente se queda ciego.
Durante unos segundos se produce el silencio característico de cuando están
interiorizando la explicación. Después empiezan a disparar, preguntan atropelladamente:
— ¿Y por qué se obstruye el filtro?
— ¿La pérdida de las fibras es muy rápida? ¿Aparece de repente?
— ¿Qué nota el paciente?
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“Tus ojos”
La visión personal
— ¿Es doloroso?
— ¿Qué podemos hacer para evitarlo, dejar de tomar sal o café?
— Vamos por partes. En primer lugar, no sabemos por qué se obstruye el
filtro. Y es una de las grandes incógnitas de la Oftalmología. Llevamos muchos
años investigándolo pero en ese tema hay pocos avances.
— Con respecto a la velocidad de progresión de la enfermedad, hay que
diferenciar dos grandes tipos de glaucoma. El glaucoma más frecuente, el denominado de ángulo abierto, que es de evolución muy lenta; y el glaucoma de
ángulo estrecho, que es mucho más raro pero que aparece de forma aguda,
con gran dolor y pérdida brusca de visión. Nos referiremos al frecuente, al que
no avisa. En este caso la pérdida de fibras suele ser muy lenta, por lo que suele
dar tiempo a reaccionar, la clave está en el diagnóstico precoz.
— Qué más preguntabais, que ya he perdido la cuenta.
— Que cómo se nota, aunque ya ha dicho que no avisa. Si se puede prevenir,
si hay que evitar tomar café o alcohol, o alguna comida, sal…
— No, no debemos confundir la tensión ocular con la tensión arterial; solo se
parecen en el nombre, no tienen nada que ver. No influye para nada ni la dieta
ni ningún otro factor conocido. Por lo tanto, se puede hacer vida normal.
— Con respecto a lo que nota el paciente. El paciente va perdiendo campo
visual, no agudeza visual. Y eso es lo que resulta engañoso. El paciente pierde
poco a poco la visión más periférica, por eso no se da cuenta. La agudeza visual
depende de la retina central, y esas fibras son las últimas en perderse. Por tanto,
el paciente es capaz de leer con perfección, ver la televisión, identificar las caras,
pero como no ve por los lados va chocando con las cosas, como decía Carmen
Rigalt.
— La verdad, doctor, es que no me hago idea de lo que es el campo visual, de
la diferencia entre perder la agudeza visual y el campo visual.
— Trataré de explicarlo. Ponte aquí delante de mí, a un metro aproximadamente. Ahora mírame a los ojos y no los muevas. Al tiempo que me los miras,
eres capaz de ver el resto de mi cuerpo y todo lo que me rodea ¿verdad? Pues
tu capacidad de ver con detalle mis ojos es la agudeza visual. Todo lo que me
rodea, es el campo visual. Pero si quieres saber cómo ven las personas con glaucoma avanzado es muy sencillo: haz con tu mano como si tuvieras un catalejo,
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
como un “un cañón de escopeta”, allí a donde diriges la mirada ves, pero la parte
lateral está tapada; pues así es la visión en el glaucoma.
— Entonces, ¿qué es lo que hay que hacer? Como siempre, doctor, ¿qué recomendaciones daría?
— En primer lugar, definir a los sujetos de riesgo, que son sobre todo aquellos con antecedentes familiares puesto que hay factores hereditarios. También
lo son los grandes miopes. En general, a partir de los cuarenta años aumenta
la incidencia de glaucoma, por lo que cada dos años todo el mundo debería
tomarse la tensión ocular.
— En segundo lugar, hay que evitar la utilización de corticoides. La cortisona
y sus derivados producen aumento de la presión intraocular, por ello no se
deben tomar ni por la boca ni en colirio sin prescripción y adecuado control
oftalmológico.
— ¿Y qué es lo que dice la periodista de un colirio por las noches?, ¿ese es el
tratamiento?, ¿se puede operar el glaucoma?
— Una vez establecido el diagnóstico de glaucoma, que se establece tomando la tensión ocular, midiendo el campo visual y analizando el nervio óptico,
empezamos con el tratamiento. Casi siempre con colirios. Gotas que reducen
la tensión ocular, sea porque aumentan la eliminación del acuoso, sea porque
reducen su producción. En los casos en los que con el tratamiento la tensión
no baja de los límites normales (la tensión media es de 15-16 mm Hg y los límites de 21-22 mm Hg, aunque depende de cada paciente), entonces aplicamos
láser o intervenimos. El objetivo es abrir una nueva vía de desagüe. Pero la operación la hacemos para bajar la tensión, no para recuperar la vista perdida.
— Es decir ¿que la vista perdida no se recupera con la operación?
— Efectivamente. Por eso es tan importante el diagnóstico precoz, y por eso
Carmen Rigalt dice que tiene que acostumbrarse a vivir con ese “hilito de visión”.
— Pero en la operación de catarata sí que se recupera, ¿no? Por eso no hay
prisa en operarla, se puede esperar, ¿entonces esto no es igual?
— No, es completamente distinto. Y ese es el error de muchos pacientes.
Se creen que están perdiendo visión por la catarata y no le dan importancia y
cuando vienen a consulta ya no hay nada que hacer.
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“Tus ojos”
La visión personal
— ¿Y no es una locura que Carmen Rigalt siga escribiendo, no se le va a estropear la poca vista que le queda, esa con la que quiere aguantar hasta el final?
— No, las personas con glaucoma pueden hacer una vida completamente
normal. Solo tienen que hacer los controles y el tratamiento que le prescriba su
oftalmólogo. Aunque deben tener mucho cuidado con la conducción, porque
una pérdida significativa del campo visual es una contraindicación para poder
conducir.
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“Tus ojos”
La visión personal
6. Los ojos y los accidentes de tráfico
¡Qué caro se paga no cumplir las normas!
Cuento 8. Arantza, la chica vasca con cuatrocientos puntos en la cara.
— Continuamos, doctor, interviene de nuevo el periodista-pasajero-entrevistador.
— Otro tema candente: el tráfico y la vista. Hace poco se emitió un informe
diciendo que no se controlaba suficientemente la visión de los conductores,
que muchos conducían en malas condiciones, ¿qué hay de cierto en todo esto?
Qué consejos podemos dar a los conductores, qué precauciones hay que tomar antes de ponerse en viaje. Supongo que habrá situaciones de alto riesgo y
pequeños trucos que nos ayuden. Aspectos y conceptos que todos debamos
conocer
— El de la conducción es un tema clave, del que todavía sabemos poco, que
todavía no se ha estudiado con profundidad.
— Pues parece mentira porque con la de coches que hay, conductores, y la
de accidentes… es increíble. ¿Pero por qué lo dice?, todo el mundo tiene que
pasar una revisión para que te renueven el carné.
— Bueno, al margen de consideraciones legales, vamos a intentar dar algunos consejos para mejorar nuestras “prestaciones visuales”, algunos son conocidos, pero otros no tanto. En primer lugar, es fundamental tener la mejor
visión posible para la conducción, no solo una buena visión. Esto es una obviedad pero no siempre se cumple. Hay pacientes que conducen sin cumplir
las condiciones, por ejemplo, pacientes con importantes limitaciones visuales
suelen decirnos: “Si yo veo suficiente”, “Si yo el bulto de un coche lo veo”, “Si es
un camino conocido, si hay poco tráfico…”; otros nos dicen que saben que
no ven bien, que les falta algo, pero que se apañan. Deberían usar gafas para
conducir, pero no las usan porque les resultan molestas.
— Pues eso es lo que me pasa a mí. Tengo gafas que uso para la televisión,
me dijeron que me vendrían bien para conducir. Pero yo los coches los veo.
— Pero esas gafas que tienes para lejos, ¿las usas para ver la televisión?
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Sí, porque si no veo con poca definición las caras o los mensajes de texto
que ponen en los programas.
— Es decir, para ti es más importante ver la televisión que conducir. En algo en
lo que te juegas tu vida, o la de otros, no te las pones pero para ver la tele sí.
— Pero no es así la cuestión, doctor. No me va a comparar el tamaño de las
letras de los mensajes de la televisión con el tamaño de un coche.
— Claro que sí, por supuesto que son comparables.
El resto de los pasajeros me miran con extrañeza. Evidentemente dicho así
parece absurdo, aunque es cierto. Pero precisamente por eso he querido tenderles una pequeña trampa. Para hacerles reflexionar.
— Aunque os extrañe, todo está relacionado. La agudeza visual es la capacidad que tiene el ojo para identificar detalles. Y esa agudeza visual es la misma
para ver el televisor que para conducir. Los oftalmólogos medimos la agudeza
visual en porcentaje. Imaginaros por ejemplo una señal de carretera que mida
un metro. Si una persona puede verla cuando está a 100 metros, decimos que
tiene un 100 % de visión. Si para ver ese mismo cartel se tiene que acercar a
50 metros, decimos que tiene un 50 % de visión. Si se tiene que acercar a 10
metros, solo tiene un 10 % de visión.
Y añado:
— Cuando viene un paciente con mala visión, que no debería conducir suelo
asustarlo diciendo que, aunque él no tenga la culpa del accidente, se la van a
atribuir a él y con todas las consecuencias legales. Porque todos dicen aquello
de “si es que voy con mucho cuidado”. Pero si no ves a un niño que cruza indebidamente una carretera, al final te caerá a ti la condena.
Interviene otro pasajero:
— Ha descrito perfectamente el problema que tenemos con mi padre. Se
empeña en conducir a pesar de que tiene una degeneración macular. Se lo han
dicho por activa y por pasiva. Pero él “erre que erre”, que él ve los obstáculos,
que se conoce el camino, que para ir a su parcela con lo que ve es suficiente.
Voy a tratar de asustarlo con eso que dice usted.
— Entonces, ¿las gafas deberían ser obligatorias, aunque el defecto sea muy
pequeño?
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“Tus ojos”
La visión personal
— Un pequeño defecto te puede permitir ver bastante bien, pero te produce
cierto cansancio. Para un trayecto corto puede no ser necesario, pero si vas a
conducir un rato largo sí se deben usar.
— Vamos a por el segundo consejo: el cansancio visual es muy peligroso. No
solo es que perdamos visión, sino que el esfuerzo prolongado produce irritación ocular y sequedad y la tendencia es a que se cierren los ojos, el cerebro lo
interpreta como somnolencia y es más fácil quedarse dormidos.
— Tercer consejo: ocurre un fenómeno similar en caso de que pongamos el
aire acondicionado o la calefacción del coche, cuando nos va dando en la cara,
esa sensación de sequedad y somnolencia se agrava.
— Cuarto consejo: por la noche se reduce automáticamente la agudeza visual, todos vemos peor, se produce un fenómeno que conocemos con el nombre de miopía nocturna, pero las personas con defecto visual lo notan mucho
más. Recientemente, la Dirección General de Tráfico ha emitido un spot publicitario advirtiendo que la agudeza visual por las noches se reduce un 30 %.
— Quinto consejo, muy simple pero muy importante: el cristal del parabrisas
debe llevarse muy limpio. Cuando está sucio, por polvo, por mosquitos, por la
formación de una película que enturbia la transparencia, se produce un deslumbramiento brutal y súbito cuando nos da el sol de frente y perdemos casi
totalmente la visión.
— Sexto consejo: el color de los coches es importante. Los coches de colores
claros se ven con más facilidad que los coches oscuros. Es un problema de contraste. Un coche oscuro no contrasta con respecto al color del asfalto, pero los
colores claros sí que contrastan. También hay una forma muy fácil de resolver el
problema, que es llevar las luces de posición encendidas siempre.
— Séptimo consejo: tener gafas de sol a mano. Hay distintos colores de cristal y distinto porcentaje de absorción. Cada uno debe escoger aquella combinación con la que se encuentre mejor, teniendo en cuenta que un cristal
demasiado oscuro reduce la visión.
— Octavo consejo: cuidado con los conductores que acaban de perder la visión de un ojo. Con un solo ojo se puede conducir bien. Pero no se tiene visión
binocular, no se tiene sensación de profundidad, que es muy importante por
ejemplo para calcular un adelantamiento. Las personas que ya están acostumbradas no tienen problemas, pero los que no lo están tienen que tener cuidado
hasta que se habitúen.
97
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Noveno y último consejo: sobre todo cumplir con las normas de tráfico y
de seguridad vial. Una tontería os cambia la vida.
Por cierto, ahora que me acuerdo, y al hilo de este último consejo, os voy a
contar una historia que me impactó cuando era un joven oftalmólogo. Solo es
apta para los que os guste la cirugía, aunque evitaré aspectos truculentos.
Cuento 8. ARANTZA, LA CHICA VASCA CON CUATROCIENTOS
PUNTOS EN LA CARA
(O cómo un cinturón te puede cambiar la vida)
Fue una de esas experiencias que te impresionan tanto que aprendes y que te hacen cambiar tus hábitos.
Era un fin de semana de verano. Yo tenía 26 años. Estaba de guardia en el hospital
Universitario de Santiago de Compostela. Nuestras guardias eran cómodas, estabas
en casa y te llamaban para que acudieras en caso de necesitarte. Recibí una de esas
llamadas y me fui para el hospital.
Entras por la puerta de urgencias, un maremágnum de personas. Nadie te hace
ni caso. Gente esperando en el aparcamiento, en la puerta, en los pasillos, niños,
jóvenes, adultos, abuelos, fumando, comiendo o bebiendo, algunos dormitando…
Llegas, casi ni te conocen.
— Soy el oftalmólogo de guardia, dices. Ni caso. Sigues buscando, celador, recepcionista...
— No sé por qué te han llamado. Pregunta en cirugía general o en trauma. De
ojos no hay ninguna llamada.
Por fin localizas a la coordinadora de urgencias.
— Me habéis llamado, ¿qué pasa?
— No sé. No hay ningún paciente de ojos, vamos a llamar al cirujano de guardia.
Al final estás esperando que haya sido un error. Cuando te llaman de trauma o de
cirugía general, mala cosa, siempre son potenciales desastres.
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“Tus ojos”
La visión personal
— Te están esperando en quirófano de cirugía general. Que subas urgente. Ya
están operando. Parece que es un politraumatizado, accidente de tráfico.
Subes a toda pastilla. Ya se te ha disparado la adrenalina. Ya no ves, no oyes, no
piensas, ya estás concentrado, ya no te molesta el caos. Ya no te lamentas, ya no
piensas en el latazo, ya no haces otras consideraciones. Eres otro, te has transformado. Vas como una bala. Llegas a la puerta de los quirófanos.
— Soy el oftalmólogo, ¿qué pasa?
— Cámbiate rápido, es un accidente de tráfico, una chica. Dice el cirujano que le
parece que tiene un ojo perforado. Lleva tres horas con la paciente.
Mala cosa. Muy mala cosa. Tres horas. Sabe dios lo que te encuentras.
Entras en el vestuario. Te cambias. Está todo bien preparado. Pijama, calzas, gorro,
mascarilla… estás acostumbrado a tu quirófano, al de Oftalmología, este es otra cosa. Es
como tu propia casa o la del vecino. No te sientes a gusto. Y eso es importante para darte
seguridad. Como los equipos de fútbol cuando juegan en casa o en campo contrario.
Ya cambiado sales al pasillo, hay cinco o seis quirófanos. Entran y salen celadores,
auxiliares, enfermeras, cirujanos, anestesistas, un frenesí… camas aparcadas en los
pasillos, pacientes medio anestesiados, conectados a monitores, goteros colgando,
de vez en cuando gritos, murmullos, enfermeras cogiendo vías, celadores conduciendo las camas con o sin pacientes, chocan con las puertas, las abren a golpes…:
este no es nuestro hábitat. Esto parece un quirófano de guerra, el nuestro, el de Oftalmología, es un quirófano de precisión, sin ruidos, sin movimiento, tranquilo, pausado. Sin dolor, sin vómitos, sin anestesias generales…
Ves a Paco Ruiz, un anestesista amigo.
— ¿Qué pasa, Pepiño? Me dice ¡entra, entra en el tres, que te están esperando!
— ¿Qué es?, le pregunto.
— Un traumatismo facial. Tiene la cara destrozada. Llevan cosiéndola desde antes de que entrara yo de guardia.
Abres la puerta abatible del quirófano. Ves al traumatólogo afanado en la tarea.
— Venga, lávate que ahora te toca a ti. Llevo casi cuatro horas suturando, Reme,
la enfermera, dice que llevamos cuatrocientos puntos. Tiene la cara, el cuello y el
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
cuero cabelludo completamente destrozado. Creo que tiene el ojo derecho perforado, está muy blando. Por lo demás no hay fracturas craneofaciales, ni en ningún
otro sitio. Todo para ti.
Para demostrármelo abre los párpados y mete el dedo en el ojo, lo aprieta y está
blando, muy blando. Doy un respingo.
— ¡Coño!, exclamo, no aprietes, que me lo vacías.
Estos traumatólogos son muy brutos. Se creen que todo es hueso y piel. Cuando discutimos con ellos nos dicen que nuestra cirugía es cosa de señoritas delicadas.
Veo a Arantza, la cabeza rapada, la cara totalmente deformada. Cientos de puntos cerrando decenas de heridas, largas, cortas, lineales, anfractuosas, desgarradas… vaya trabajo ha hecho el traumatólogo. Me deja para mí los párpados y, por
supuesto, los ojos.
Me lavo. Bata estéril. Guantes. Colocas todo, material, microscopio, te pones cómodo. No hay más remedio, espera una cirugía larga. Un ojo perforado es una caja
de sorpresas. Puedes arreglarlo en diez minutos o puedes tirarte dos horas.
— Pintad la cara y los párpados con betadine, abundante, por favor.
— ¿Qué edad tiene?
— 25 años.
— ¡Joder!, se me escapa, ¿qué le ha pasado?
— Parece ser que estaba de vacaciones y han tenido un accidente de tráfico, decían que había sido poca cosa, contesta Reme.
— Pues si llega a ser mucho… venga empezamos. Espera antes voy a ver el otro
ojo.
La parte izquierda de la cara estaba menos afectada. En los párpados solo había
erosiones, no cortes profundos como había en el derecho. Casi me olvido de explorar
este ojo. ¡Hombre, sería el colmo de la mala suerte!, ¡nunca he visto un paciente con
los dos ojos perforados! Lo abro.
— ¡Joder!, se me escapa otra vez, ¡qué put…! Mira, le digo a Reme.
100
“Tus ojos”
La visión personal
El otro ojo también está perforado. No está tan destrozado. Pero tiene un cristal
clavado en la córnea.
— Dios santo, exclama Reme más delicadamente.
Todo el mundo en el quirófano se acerca a la camilla, saltan como un resorte.
— Qué vas a hacer, cómo va a quedar. ¿Verá por algún ojo?, ¿podemos salvar
algo?, ¿se quedará ciega?
Rompiendo la rutina le digo a Reme:
— Empezamos por el izquierdo. Por lo menos hay que salvar uno, el mejor. Un
ojo perforado debe estar en esas condiciones el menor tiempo posible. Y ya llevaba
mucho.
Ponemos el paño estéril alrededor del ojo. Pinzas para abrir los párpados.
— Reme, por favor, mucho cuidado, no aprietes, que se nos vacía.
Te tranquilizas. Escrutas todo, al milímetro, lavas con suero, necesitas ver bien,
muy bien, no quieres que nada quede oculto, no quieres que se te escape detalle.
Explico la estrategia. Vamos a rellenar el ojo con viscoelástico muy denso (una
especie de gelatina espesa) para evitar que se vacíe cuando quitemos el cristal.
— Reme, dame viscoelástico y un cuchillete de 15 grados.
Con una cánula rellenamos la cámara anterior del ojo con el viscoelástico. Lo
metemos a presión, hace que el cristal se externalice un poco. Con una pinza empezamos a tirar del cristal, poco a poco. Sacamos todo el cristal y la córnea mantiene
su forma.
— Vamos a suturar, nailon de 10-0.
Es la sutura más fina. Su diámetro es como el de un pelo. Dificilísima de manejar. Comienzas, primero un punto de aproximación, tienes que dejarlo firme pero
no apretado, el punto debe ir en el tercio medio del grosor corneal, ni superficial, ni
profundo. La córnea es fina, mide 500 micras (medio milímetro), has de calcular la
profundidad, debe ser en el tercio medio.
Después vas al centro, repartiendo los puntos.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Poco a poco vas relajándote. Ves que el ojo tiene forma. La córnea queda bastante
bien. Has dado 12 puntos. Parece que ya está, que no filtra. Bien cerrada.
Das unos puntos a los párpados para reconstruirlos de la mejor forma posible.
Pero quieres ir rápido, te falta el otro ojo, el que está hecho trizas. Te genera ansiedad
pensar en lo que te vas a encontrar.
Por fin terminas. Quedas contento, has hecho lo que podías, pero no sabes si es
suficiente. No sabes si volverá a ver.
Por si acaso inyectamos dosis masiva de antibiótico. Ponemos una lente de contacto terapéutica para que cuando le quitemos el vendaje los puntos rocen lo menos posible. No sé si verá, pero por lo menos que no le moleste.
Sin solución de continuidad pasamos al ojo derecho. No sé el tiempo que llevamos. Pierdes la noción del tiempo.
— ¿Cuánto tiempo más vas a necesitar? para calcular la anestesia, pregunta
Paco, el anestesista.
— Ni idea, ¿cuánto tiempo llevamos?
— Casi una hora.
— Pues calcula que al menos dos horas más.
Repetimos las maniobras ahora en el ojo derecho. Lavado con betadine. Paño
estéril. Pinzas para los párpados. Ojo destrozado.
Aquí la estrategia cambia. Lo primero limpiar y cerrar. Cerrar todas las heridas.
Recomponer el globo ocular ¿acabará necesitando una prótesis?
Se acabó. Se acabó la cirugía. Se terminó. Respiras. Te quedas vacío.
Te has vaciado. Miras a Reme. Te mira. No dices nada. No has tenido ni frío ni
calor, no has tenido ni hambre ni sed, hemos luchado. Hemos dado lo mejor de
nosotros. Nadie dice nada. Ves como las enfermeras le ponen la pomada y la
venda en los ojos. Después le vendan la cabeza rapada, tachonada por cientos
de hilos y nudos, igual que la cara, desfigurada, hinchada, amoratada… Y tiene
25 años…
Casi siete horas desde el comienzo, Paco Ruiz empieza a despertar a la paciente.
Son muchas horas de anestesia, eliminarla va a costar mucho tiempo. La ventaja es
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“Tus ojos”
La visión personal
que no ha afectado a órganos vitales, pero espera algo malo… ¿cómo va a reaccionar la paciente cuando se vea así?, ¿cómo quedará?
Te levantas del sillón, estás anquilosado, entumecido, te quitas los guantes, de forma mecánica das las gracias al anestesista y al resto del equipo que te ha ayudado,
es la costumbre, al tiempo que empujas la puerta abatible por la que entraste. Sales
abatido. Sabes que pase lo que pase es una desgracia.
Desde que te dijeron que te esperaban en quirófano hasta ahora mismo has sido
un técnico, una persona fría que actuaba conforme a sus conocimientos, no has
sentido ni padecido, estabas en una burbuja que te aislaba del mundo. La adrenalina que empezaste a liberar cuando te llamaron a quirófano y que ha durado hasta
que dijiste “se acabó” te ha estado llevando en volandas, te ha estado protegiendo.
Solo pensabas en los ojos, en hacer bien tu trabajo. Pero ya no tienes adrenalina. Se
te acabó. Se quedó sin combustible el coche. Y ahora qué.
Y ahora te queda la segunda parte, quizás la peor desde el punto de vista humano. Hasta ahora has luchado por unos ojos, sabías que pertenecían a una persona,
pero solo eran unos ojos, unas heridas que había que curar, un trabajo delicado,
trascendental, pero solo un trabajo, un problema técnico. Pero ahora le vas a poner
cara al dolor, vas a conocer a la familia y después a ella, a Arantza. ¿Cómo son?,
¿cómo se lo van a tomar?, ¿qué les puedes decir?, ¿qué les vas a decir? Y ¿cómo? Les
das esperanzas o se las quitas. Ellos te van a rogar, te van a suplicar que les digas
algo, van a necesitar que les digas algo. La incertidumbre ante el futuro es peor que
el propio futuro. Pero tú mismo no sabes lo que va a pasar.
En principio creo que voy a ser bastante realista. Es una situación complicada pero
entre los padres, hermanos y pareja, se van a apoyar y lo sobrellevarán mejor. Tengo
que ser un poco duro, porque la situación es dura. No puedo andar con paños calientes.
Mañana o pasado cuando le destapemos y le vean la cara y los ojos se van a encontrar
con la realidad y no quiero que se sientan engañados, se van a alarmar muchísimo así
que es preferible que se vayan mentalizando. Entre todos tienen que aguantar el tirón.
Pero ya no tienes tiempo, tienes que salir, te están esperando angustiados, te gustaría tener unos minutos para recomponerte y planear qué les vas a decir. Pero no
puedes hacerles esperar.
Eso vas pensando mientras sales del quirófano, atraviesas el antequirófano, abres
la puerta y sales al pasillo…
Salir al pasillo es como un rito. Tiene una solemnidad que a veces los cirujanos
no valoramos. Sales a dar una noticia fundamental para una persona o para una
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
familia. Algo que puede cambiar decisivamente sus vidas. Cuando sales a dar una
buena noticia es algo fantástico. Sales henchido. Con fuerza. “Lo hemos conseguido”, dices, sonríes, “todo ha ido bien”, insistes, te encanta el momento. Es lógico, es tu
pequeño momento de gloria. Has curado algo a alguien y eso te llena de satisfacción. Pero cuando es al contrario es un calvario.
Cuando abres la puerta y sales al pasillo notas que se crea un silencio que se cortaría con un cuchillo, todas las cabezas se giran, notas que se te clavan los ojos,
hay varios grupos de personas, familias de distintos pacientes, algunas personas se
ponen en pie acercándose, todos con cara de angustia. Normalmente conoces a las
familias y te diriges a ellos. Pero esto es urgencias, nadie conoce al cirujano. Yo no conocía a Arantza ni a su familia. Lo desconocía todo sobre ellos. Entonces se te hace
más complicado, Por fin, sin mirar a ningún sitio, miras al infinito, elevas el tono de
voz y dices: ¡familiares de Arantza!
Y casi no pasa nada. No se aprecia el movimiento. ¿Qué pasa? Al fondo de la sala
se levanta un chico, de mi edad, desencajado, hundido, harto de llorar, encogido,
viene solo, ¡está solo! ¡Se lo tiene que tragar solo! Toda mi miniestrategia de comunicación al garete, la estrategia de liberarte compartiendo la tensión con la familia
no sirve. Por un segundo pienso, habrá salido el resto de la familia a tomar algo, a
descansar… me da tanta pena que le pregunto antes de abordar el informe.
— ¿Y el resto de la familia?
— Estoy yo solo, me dice con voz entrecortada. No somos de aquí, somos de San
Sebastián, estamos de viaje de bodas. Pero, por favor, ¡dígame cómo está!
¡Ahora sí que la hemos liado! Yo pensaba liberarme un poco de la presión psicológica
de esta tragedia traspasándosela a la familia y me encuentro que no puedo descargarla sobre este pobre chico. ¿Y ahora qué? Encima es de fuera y está de viaje de bodas…
— Ella está bien. Su vida no corre peligro. Empiezo intentando ser positivo.
— Pero vivirá verdad, me corta.
Yo respiro, por lo menos le estoy dando una buena noticia.
— Es que cuando la sacaron del coche y la recogió la ambulancia sangraba por
todas partes y me asusté muchísimo, creí que se iba a desangrar.
— En ese aspecto estate tranquilo porque no tiene lesiones de gravedad. El problema radica en que todo el golpe se lo ha llevado en la cabeza. Es todo muy super-
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“Tus ojos”
La visión personal
ficial pero tiene muchos cortes. Se ha hecho mucho daño en la cara y en los ojos. No
te puedo decir si volverá a ver o no, si las heridas le dejarán muchas secuelas en los
ojos y en la cara. Para una chica eso es muy importante. Ahora tú juegas un papel
fundamental. Tienes que ser fuerte, tienes que mantenerte fuerte para tirar de ella,
para que no se hunda.
Yo no sabía qué categoría de persona era el marido. Pero pareció que iba a responder. Se secó las lágrimas y dijo:
— Tiene razón. No me va a ver llorar. ¿Cuándo puedo verla?
— Ahora está en reanimación, pronto la pasarán a planta porque no hay riesgo.
Entonces podrás hablar con ella. Vete ya para la habitación y espérala allí, yo me
pasaré dentro de un rato.
Fin del segundo asalto, sabor agridulce. No sé si el marido era consciente. En las
próximas horas, y superado el susto y el miedo a un potencial fallecimiento, sabremos cómo reacciona a las posibles secuelas. Faltaban el tercer y el cuarto asalto.
Decírselo a ella y a las 24 horas destaparle los ojos.
Bajé a urgencias para cerciorarme de que no había más pacientes para mí. Resolví un par de pequeños problemas de cuerpos extraños y me fui al control de enfermería de la planta. Pregunté por Arantza, las enfermeras me asediaron a preguntas,
¿qué le va a pasar? Estaban todas impresionadas. Todas se sentían vulnerables, todas se sentían Arantza. Es una de esas tragedias humanas que se contagian, que
crean solidaridad. Veinticinco años, la cara destrozada, los ojos destrozados… te
llega muy adentro.
Ya la habían pasado a la planta. Me armé de valor. Entré en la sala. Estaba allí, todavía dormida. El marido con la imagen que todos podemos suponer. Con la mano
entrelazada con la de su mujer. Me miró, no sabía qué decirme. Era la mirada de una
persona aturdida, noqueada, que no sabe qué está pasando, que no sabe qué va a
pasar. Solo, completamente solo, sin nadie con quien hablar.
Cuando te llaman para una urgencia, desde el mismo momento que sales de casa
estás deseando volver. Pero cuando estás allí ya te olvidas de todo, ya no piensas en
volver, por eso me acerqué a Jon, porque no soportaba verlo tan solo.
Le pregunté si se había despertado algún momento.
— Bueno, a ver qué tal se despierta. Supongo que estará molesta. No te asustes
si se queja bastante. Las enfermeras ya tienen orden de darle los analgésicos que
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
necesite. Todo lo que tiene es en la cara y en los ojos, como ya te dije. Por lo demás
no te preocupes, no tiene ni un hueso roto.
— Doctor, ¿cómo va a quedar?, ¿se quedará ciega? Cuando la sacaron del coche
creí que se moría. Sangraba por todas partes, era impresionante.
Jon estaba intacto. No tenía ni un rasguño. Era rara la situación. Ella la cara destrozada y nada más, ninguna otra herida o fractura, ¿qué podía haber pasado?
— No sé, no sé qué va a pasar. Pero ahora no lo pienses. Tenemos que ir día a
día, sin adelantar acontecimientos. En los próximos días iremos viendo la respuesta.
Ahora lo importante es que no lo pase mal, que no tenga dolores, y que no se agobie
al despertarse. Ten en cuenta que al estar vendada totalmente no va a ver. Si no fue
consciente del accidente se va a despertar muy desorientada. Y como te decía va a
ser fundamental tu entereza para que no se hunda.
Era importante saber qué tipo de accidente había sido, para calibrar el daño en
el ojo. No tenía ganas de hacerle recordar a Jon lo que había pasado, pero parecía
buen momento. Aunque vuelvo a decir que era raro todo. Él intacto, ella intacta
menos la cara y los ojos. ¿Qué tipo de accidente habrían tenido?
— ¿Cómo fue el accidente?, me decidí a preguntar. ¿Os salisteis de la carretera o
fue un choque frontal? ¿Ibais rápido?
— Qué va, me contestó. Íbamos atravesando un pueblo, se atravesó un niño. Pegué un volantazo, el coche se me fue y chocamos contra una pared, contra una
casa. No iba rápido, no iba rápido, lo juro.
No pudo continuar, se echó a llorar. Pero parecía que tenía ganas de hablar de
ello, de liberarse de culpa, de justificarse. Daba la impresión de que le avergonzaba,
de que se sentía un traidor porque ella estaba así y él sin ningún traumatismo. Estoy
seguro de que se hubiera cambiado por ella.
— Arantza no llevaba puesto el cinturón de seguridad –balbuceó–. Nunca lo lleva. Le resulta incómodo. Dice que le agobia. Siempre me enfado con ella por eso. Tenía que haberle insistido más. No tenía que habérselo tolerado… Yo no iba rápido,
se lo juro. Ella iba mirando por la ventanilla, haciendo fotografías. Me cabrea muchísimo. No me hace caso. Va cambiando de postura constantemente, se recuesta,
se levanta, se mueve mucho, es muy nerviosa.
Una vez explicado el accidente también comprendí el mecanismo. Al no llevar el
cinturón de seguridad, el impacto la despidió hacia adelante, seguramente rompió
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“Tus ojos”
La visión personal
el parabrisas con la cabeza y el propio cristal le desgarró la cara y los ojos. Maldita
sea, por no ponerse un puñetero cinturón, porque el golpe fue leve. No tenía otras roturas, el marido ni una simple contusión; efectivamente, no había habido exceso de
velocidad, ni negligencia, solo imprudencia… pero ¡vaya con las consecuencias!
— No te preocupes, no te martirices. Tú no has tenido la culpa. La mala suerte se
nos cruza en el camino. No hay que malgastar fuerzas en buscar culpas, las necesitareis para tirar para adelante. Procura olvidarte de todo, piensa ahora solo en ella.
Tómate algún ansiolítico, se lo diré a las enfermeras.
Tenía que marcharme. En ocasiones te sientes tan involucrado que te gustaría
estar allí para cuando Arantza se despierte. Pero no puede ser. A veces la pasión te
mueve, pero tienes que ser un poco frío. Por ello a los cirujanos no nos gusta diagnosticar u operar a nuestra familia. Porque estás lleno de prejuicios, de emociones,
no tienes la claridad mental necesaria.
— Mañana por la mañana vuelvo a veros. Que descanses, Jon.
El hospital ya no es un hervidero, las calles ya están vacías, todo se ha relajado.
Ya es de noche. La gente se ha ido a su casa. Cuando vuelves las sensaciones son
totalmente diferentes a las que tenías al venir. Ahora ya no te importa que te hayan
importunado, que hayan interrumpido tu actividad. Vienes roto, ahora relativizas
todo. ¡Has visto la desgracia tan cerca!
Cuando llegas a casa no tienes ganas de nada, ya no puedes ni estudiar. Sigues
con las escenas grabadas en la retina y procesadas en el cerebro. ¿Habré hecho algo
mal?, ¿me habré dejado algo por hacer? ¿Podría haber hecho algo más?, ¿cómo serán sus padres?, ¿cómo responderá?... una y otra vez te vuelven las preguntas, revives
la escena, recuerdas cuando fuiste hacia el hospital, cuando entraste en quirófano,
como en una película, secuencia a secuencia, fotograma a fotograma. Intentas distraerte, llamas por teléfono a Juanito Cuevas, un amigo, que tiene la ventaja de que
te suelta cualquier burrada y te hace sonreír, incluso te puede hacer reír.
El domingo por la mañana, cuando te despiertas, estás agotado. No has descansado, has tenido una noche de perros porque no te has relajado.
Normalmente los domingos por la mañana el hospital es totalmente distinto al de
los sábados por la tarde. A mí me gustan más, están arreglando el hospital, está fresco,
ventilado, preparan a los pacientes, las habitaciones, no es la hora de las visitas, no
hay gente alborotando, ni dormitando, ni merendando. Es todo más plácido. Sin embargo iba con un cosquilleo desagradable en el estómago, como con un nudo, como
cuando vas a ver la nota de un examen del que no has salido totalmente satisfecho.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
En el control de enfermeras preguntas qué tal ha pasado la noche. Las enfermeras de la mañana son distintas de las que dejaste por la noche, han cambiado de turno. Pero están todas al tanto de lo sucedido. Están acostumbrada
a los fallecimientos, a los grandes traumatismos, a enviar pacientes inconscientes
a la UVI. Pero una chica joven con los dos ojos perforados es algo que impresiona.
Cuando llego las enfermeras y auxiliares salen disparadas.
— Doctor Vigo, vaya follón, ¿va a ver? Es el saludo con el que me reciben.
— Hoy, desde luego, no, contesto.
Aunque siempre te queda la esperanza de que surja la sorpresa. De que se obre
el milagro y de que al destaparla te diga: “Le veo, doctor”. A todos nos gustan las
historias con final feliz. Pero es casi imposible. Al menos por ahora.
Cuando aún estoy leyendo la historia clínica, de reojo veo en el alféizar de la puerta de la habitación a Jon. Cuando me ve se retira. Me imagino su impaciencia, si yo
estoy intranquilo, cómo estará él.
— ¿Sabe algo la chica?, pregunto.
— Creo que no. El marido siempre le dice que tiene que tener calma hasta que tú
le expliques.
— ¿Ha llegado más familia?
— No, solo está el marido.
— Pero ¿llegarán? Pregunto casi angustiado, no quisiera que todo el mal trago se
lo tuvieran que pasar enterito ellos dos solos.
Bueno, me digo a mí mismo, trámites resueltos, ¡vamos allá!
— ¿Quién me ayuda?
Una de las enfermeras y la auxiliar empujan el carro de curas.
En ocasiones me persigno antes de entrar en el quirófano, antes de entrar
a ver un postoperatorio complicado, antes de destapar un ojo. No es que yo
sea un gran practicante, pero te gusta encomendarte a algo o a alguien que te
ayude.
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“Tus ojos”
La visión personal
Entro y veo a Jon con cara de esperar buenas noticias, como si le pudiera traer
buenas noticias. Arantza reposa en la cama. Toda la cabeza vendada, solo se le ve
la boca, como una momia.
— ¿Qué tal, Aranzta, puedes hablar?, pregunto.
— Habla con dificultad pero se le entiende, contesta Jon.
— ¿Cómo te encuentras, te duele?
— Noto un malestar por toda la cara, me tira mucho. Los ojos me escuecen, como
si tuvieran pinchitos, responde Arantza. Por favor, doctor, dígame cómo estoy. No sé
nada. Y se echa a llorar.
— Bueno, Arantza, ahora te vamos a destapar la cara, te puede doler un poco porque tienes muchas heridas. No te pongas nerviosa, por ahora no podrás ver nada,
simplemente vamos a ver si las heridas están cerradas, que no estén infectadas.
Lo que le decía era solo parcialmente cierto. En el fondo esperaba que me dijera
que veía algo. ¡Por dios que me diga que ve algo!
— Jon, es mejor que esperes fuera, le digo.
Temes que caiga redondo cuando vea el rostro de su mujer. Al margen de la gravedad que pudiera tener este caso por la afectación ocular, las heridas de la cara y
de los párpados son extraordinariamente escandalosas, se hinchan, salen moratones, la cara se deforma totalmente, los primeros días están irreconocibles.
— Por favor, quiero verla, quiero estar con ella, reclama el marido.
— Mejor que salgas, dice la enfermera acudiendo en mi apoyo.
— Te avisaremos cuando le hayamos limpiado las heridas y efectuado las curas.
Aprietas los dientes, pones cara de póker, que no se te note nada en la cara, ni
para bien ni para mal. Mientras trabajas los ojos de los pacientes o de los familiares
te escrutan detenidamente, analizan cada gesto, cada mueca, cada movimiento. Y
tú no puedes, no debes, dejar que se te note algo.
La enfermera empieza a quitarle la venda que rodea la cabeza y la cara, cuando
llevas 3-4 vueltas empiezas a ver que esta pegada, adherida. Cada vez cuesta más
trabajo, hay que dar pequeños tirones, empiezan a molestarle. Sigue despegando
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
poco a poco, con cuidado. Yo no me fijaba en las heridas del cuero cabelludo, ni tan
siquiera en las de la cara, miraba a los ojos. Todavía faltaba para llegar a ellos, pero
se hacía eterno. Por fin solo le quedaba la venda de los ojos. Ahí empecé yo. Le quitas
las tiras de esparadrapo que comprimían el vendaje, las gasas que habías doblado
para ponerle sobre los párpados. Cuando le quitas todos te encuentras un panorama desolador. Los párpados hinchados, inflamados, rodeados de hematomas,
como si le hubieran dado una paliza, surcados por heridas profundas, suturadas,
irregulares. La cara totalmente deformada. Menos mal que no está Jon para verla.
Pero falta lo peor, lo que me obsesiona. Tengo que verle los ojos. Si me dijera que ve
algo sería una buena señal, aunque sea muy poco lo que ve. Si no habrá que seguir
esperando, pero el pronóstico será peor.
Abrir los párpados en estas condiciones es muy difícil, casi no veo nada, el ojo está
hundido, aparece pequeño, deformado, con mal aspecto. Pero era lo esperado, ese
ojo estaba reventado. Milagro sería que no hubiera que ponerle una prótesis. Pero
el importante es el otro, el izquierdo, el que puede mantenerla viva, autónoma o el
que puede condenarla a la ceguera absoluta. Lo abro, el aspecto es distinto, pero
se ve opaco, no está transparente, es normal, intento animarme. Ahora es cuando
debería decirme que ve algo, pero no dice nada, no quiero preguntarle. No quiero
oírle decir que no, no quiero provocar su desilusión. Sigue tensa, esperando a que
nuestras maniobras le produzcan dolor. Vuelvo a abrir los párpados, sigue sin decir
nada.
— ¿Te molesta? Le pregunto intentando provocar una respuesta sobre la visión.
— Un poco, pero no mucho. Noto toda la cara tirante y me pesan mucho los
párpados. Menos mal que me advirtió que no iba a ver, porque si no me estaría
llevando un susto, trata de bromear.
Ese comentario confirma mis temores. Todavía no ve nada, y ya debería ver algo.
Me cae como un jarro de agua fría. Tenía le esperanza, la necesidad, de haber salido
con una buena noticia.
— Ya te dije que iba a estar todo muy inflamado y que en los primeros días era
imposible que vieras.
Le miento con todo el dolor de mi corazón. Lo lógico era que viera algo. ¡Jobar!
Que bien me habría venido que me dijera que me ve, o que ve un bulto. Ese gesto de
sorpresa y satisfacción de los pacientes cuando les destapas y dicen: “Le veo, doctor,
veo los muebles, veo a mi familia al fondo”. Como en el caso de doña Eudosia. Pero
esta vez no tocaba. Había que seguir sufriendo. ¡Maldita sea, ya podía ver algo! Me
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“Tus ojos”
La visión personal
sereno, al menos lo intento. Tengo que disimular mi desánimo ante Jon. Me acerco
a la puerta. Jon está en el pasillo. Le invito a pasar.
— No te impresiones, ya puedes imaginarte que está muy desfigurada. Tiene los
ojos vendados. No te preocupes, todas esas heridas y hematomas desaparecerán
con el paso de las semanas. Haz lo que dijimos, anímala. No te vengas abajo.
Él, con la tensión, no me preguntó por la visión. Tenía prisa por verla. Yo tampoco
lo mencioné.
La cara de Jon se mudó cuando la vio. Supongo que seguía teniendo el recuerdo
de Arantza, de su mujer, la de antes, la de siempre. Jon se desmoronó, se echó las
manos a la cara, la cara se le crispó y empezó a llorar. Se abrazó a ella con cuidado
pero intensamente.
Con desesperación Arantza preguntó:
— Pero, Jon, ¿tan mal estoy?, ¿qué pasa?
A todos se nos hizo un nudo en la garganta. Ninguno nos atrevíamos a contestar.
Fue la enfermera la que dijo:
— No, mujer, es que está muy nervioso y lleva horas esperando para verte.
— No es cierto, debo de estar muy mal, Jon nunca se pone así. Por favor, doctor,
¿qué pasa?, ¿qué me va a pasar? Díganme algo, por favor.
— No, Arantza, no te preocupes. No pasa nada. Jon se ha tragado solo todas
estas horas y está destrozado. Solo estaba deseando verte. Tienes muchos puntos en
la cara e impresionas un poco. Es muy llamativo al principio, pero en 48-72 horas se
te habrá deshinchado la cara y serás otra. Tienes que tener paciencia.
— Venga, Jon, que no se diga. Que se cree que estás asustado.
Pero Jon no levantaba cabeza, era incapaz de articular palabra, era un llanto espasmódico, intenso, incontrolable, eterno. ¿Cuánto habrá llorado este chico en las
últimas horas?, ¿qué cuerpo puede tener al ver a su mujer así? Yo también estaba
en el fondo, en el pozo. No puedes involucrarte tanto, tienes que ser más frío, pero
cualquiera es capaz de permanecer impávido. Arantza también lloraba. Semiabrazados, allí podrían quedarse horas y horas. Yo ya no sabía qué hacer. Por fin le cogí
por el brazo y le dije que me acompañara, que tenían que darle la medicación a ella.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Me lo llevé al control de enfermería, pedí un ansiolítico para él. Le reñí con cariño. Le
recordé lo dicho al salir del quirófano. Comenzó a serenarse. Dio un resoplido final
y dijo:
— Ya está, no me va a volver a ver llorar.
— Así me gusta. Por cierto, ¿va a venir más familia?
— Sí, llegarán esta tarde los padres y un hermano. También viene mi madre.
Respiré más tranquilo. Iban a estar más arropados. Pero ahora también pensé
en los pobres padres, ver a su hija así. ¡Con lo que duele un hijo!, más mucho más,
incomparablemente más que lo que te pase a ti, a tu pareja o a tus padres. Es desgarrador. Una desgracia en los adultos lo llevas mucho mejor, pero en tus hijos...
Y todo por un maldito cinturón.
Atendí varias urgencias más y me volví a casa, a rumiar mi sensación de fracaso.
Que no viera nada me había defraudado.
El resto del domingo fue muy tranquilo. Siempre temiendo la llegada del lunes.
Vuelves a dormir mal, no te atreves a tomar nada para relajarte, porque sigues
de guardia.
El lunes es un día completamente diferente. Ya es la rutina. Ya eres un equipo, tú
eres el responsable de Arantza, pero ya tienes una estructura funcionando, un hospital es como una gran máquina, con miles de personas trabajando. Ya estás más
arropado. No te encuentras solo.
Fuimos a pasar la visita a planta. Tenía otros pacientes ingresados que había operado la semana anterior. Dejamos a Arantza para la última. Cuando entramos estaba acompañada de su madre y de su suegra. No estaba Jon. Como era de esperar la
cara de la madre era un poema. Angustia y pena, creo que era eso los que reflejaba.
Parece que pedía un milagro, esperaba un milagro. La saludamos, muy respetuosa
se levantó y me pidió hacer un aparte, salimos al pasillo.
— ¿Qué cree, doctor?, ¿cómo quedará?, ¿tendrá algo de vista mi hijita?, preguntó
compungida, con los ojos enrojecidos por el llanto.
— Estamos dispuestos a lo que sea. La llevaremos al mejor sitio, díganos qué podemos hacer, añadió.
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“Tus ojos”
La visión personal
Intenté tranquilizarla, pero sin engañarla. Le pedí unos minutos para que me dejara explorar a su hija, ya que yo aún esperaba el milagro. Le indiqué que esperara
fuera. Mientras mi residente Rafart, ayudado por Mary Sotelo, nuestra enfermera
favorita, estaba quitándole la venda de los ojos a la chica.
— ¿Cómo estás Arantza?, ¿cómo pasaste la noche?, ¿has tenido dolores?
— No, doctor, pero estoy muy intranquila.
Era cierto, a pesar de los tranquilizantes, se la veía muy nerviosa, tensa.
— ¿Cuándo voy a ver algo, doctor? Aunque solo sea por un ojo, preguntó sollozando con angustia.
— Bueno, Arantza, ahora no pienses en esas cosas. Ya te dije que puede ser cuestión de mucho tiempo. Ahora tranquilízate y déjame ver cómo están esos ojos.
El aspecto de la cara y la cabeza había mejorado mucho, como era de esperar. La
piel y los músculos recuperan pronto. Pero los tejidos nobles como los ojos y el sistema nervioso son delicadísimos y su respuesta muy lenta. Volví a persignarme.
Los párpados seguían con hematomas, pero la hinchazón había remitido muchísimo. Mary abrió un poco los párpados y le puso una gota de anestésico en ambos
ojos.
— Te va a escocer un poco, le dijo Rafart con su cerrado acento catalán de Vich. Pero
luego te permitirá abrir los ojos más cómodamente y te los podremos ver mejor.
Unos segundos después pudimos abrirle los párpados del ojo derecho. Pudimos
ver el globo ocular, deformado, de reducido tamaño, hundido en la órbita. Mal aspecto. Tet y yo nos cruzamos la mirada. Fuimos a por el ojo izquierdo. Mientras Mary
lo abría Tet iluminaba con la linterna, vimos la córnea, estaba muy opaca, pedimos
a Arantza que mirara hacia abajo, para poder explorar mejor. El aspecto era aceptable. Yo seguía esperando que dijera aquello de: “Le veo, doctor”, pero no.
— ¿Ves nuestra luz?, le pregunté.
— Sí, respondió, pero la veo muy nublada.
Tet la apagó.
— ¿Y ahora?, volví a preguntarle.
113
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Ahora no. Pero ¿está ahí?, ¿tenía que verla?
— Tranquila, la hemos apagado para ver si era cierto que veías la luz.
— ¿Pero qué significa? ¿Qué solo voy a ver esto?, inquirió asustada.
Esa era exactamente la misma pregunta que yo me hacía. ¿Cuándo y cuánto va
a volver a ver?
El hecho de ver la luz significa que el ojo está vivo. Que aún hay esperanza. Decimos los oftalmólogos: “El ojo percibe luz”, eso quiere decir que no todo está perdido.
Cuando un paciente no percibe ni la luz el ojo está muerto, no hay nada que hacer.
Mal cuerpo, sales con mal cuerpo.
— Hay que seguir esperando. Después vendremos a hacerle una ecografía. Le vamos a dejar el ojo izquierdo destapado, comenté a la madre en el pasillo.
Nos fuimos. Salimos de la planta. Le pedí a Mary que prepararan el ecógrafo para
llevarlo a la habitación cuando estuviera libre.
— José, el ojo izquierdo no tiene mal aspecto, me dijo Rafart, normalmente pesimista.
Con eso me animé algo. Mary salió escopetada detrás de nosotros.
— ¡Vigo!, ¡Vigo!, está fatal ¿no?
— Mary, no fastidies, mujer, que ya estoy yo bastante disgustado. Avísame para la
eco que quiero saber cómo está el fondo del ojo, por favor.
La mañana se me estaba haciendo muy larga en consulta, estaba deseando
hacer la ecografía de una vez, necesitaba quedarme más tranquilo. La visión era
demasiado mala como para estar tranquilo. ¿Habría alguna hemorragia interna?,
¿estaría la retina desprendida?, ¿habría penetrado un cuerpo extraño intraocular?
¡ya sería el colmo de la mala suerte!
— Por favor, Piño, encárgate de que lleven el ecógrafo a la habitación, pedí a un
doctorando.
Le hicimos la ecografía. Era todo normal. El fondo del ojo no nos guardaba ninguna mala sorpresa. La retina, el vítreo, el nervio óptico, todo normal, sin hemorragias,
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“Tus ojos”
La visión personal
sin desprendimiento, sin cuerpos extraños. ¡Por fin una pequeña gran noticia! Podíamos atribuir casi todo a la córnea, que no es poco.
— Hay que esperar, les dije.
El ambiente estaba más relajado. La familia ya nos conocía. Jon parecía más
fuerte, o más resignado.
El día siguiente teníamos quirófano. Toda la mañana. No vimos a Arantza hasta
las tres de la tarde. Todo evolucionaba lento. Por lo menos no aparecían otras complicaciones. Pero la visión seguía sin venir.
El miércoles más de lo mismo. Poco avance, tampoco retroceso. El ojo derecho
mal, como estaba previsto. El izquierdo lento, muy lento. Todos armados de paciencia. Empezamos a hablar del traslado a San Sebastián, a su tierra. Era muy duro
para ellos estar fuera de casa, sin apoyo. El ojo izquierdo estaba bastante estable.
Las heridas de la cara y la cabeza curaban rápidamente. El aspecto era distinto al
de las primeras horas. Solo era una cabeza tachonada de suturas. Los párpados con
hematomas, caídos, pero nada más.
El jueves por fin pudimos verla con detalle, estaba lo suficientemente bien de estado general para bajar a consulta. Ella estaba algo más animada, ya distinguía los
bultos. Era poco, pero era algo. En la valoración en consulta vimos que el ojo estaba
aceptablemente bien. Ya no podíamos hacer más, esto iba para largo. Había que
pensar en el traslado, en devolver a Arantza a su casa. Este ojo no podría volver a ser
operado hasta pasados unos meses. Hasta la estabilización total del proceso. Había
que tener paciencia.
— En San Sebastián hay un equipo excelente, allí está el Dr. Javier Mendicute, un
gran experto en córnea. Pueden tener absoluta confianza, pueden llevar el caso con
total garantía, le dije a Jon y a la madre.
— ¿Y si vamos a Estados Unidos?, nos hemos enterado de un hospital en Miami
que es muy bueno y en el que hablan español, terció la madre. Es que queremos lo
mejor para ella, no tenemos grandes posibilidades económicas, pero es nuestra hija
y se puede quedar ciega.
— En ese caso no es necesario irse a Estados Unidos, en España el nivel oftalmológico tiene poco que envidiar a los americanos. Pero especialmente en córnea tenemos a los mejores cirujanos. Hace poco he estado en una magnífica conferencia sobre “Reconstrucción postraumática del segmento anterior”, que es justo el problema
de Arantza, dictada por un profesor español líder mundial en este tipo de cirugía, el
115
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
profesor Joaquín Barraquer, de Barcelona. No se preocupen, tengo muy buena relación con Mendicute de San Sebastián y con Barraquer de Barcelona, podemos ponernos en contacto con ellos para que entre todos saquemos a Arantza adelante.
Así fue. Dos días después nos despedíamos de Arantza, de Jon, de su familia. Dejar
la labor a medias te deja un enorme sabor agridulce. Arantza se iba. Un ojo perdido,
en el otro veía los bultos, podía contar los dedos de la mano. Una visión totalmente
insuficiente para poder hacer una vida relativamente normal, es lo correspondiente
al 1 % de visión. Le pedimos que nos escribiera, que nos contara su evolución, nos
pusimos a su disposición para volver a conectar con Mendicute o con Barraquer.
Qué mal, qué mal. No podíamos hacer nada más. No podíamos ayudarles nada
más. Se había acabado aquí nuestra triste historia con Arantza. Una desgracia que
me ha dejado impactado para toda la vida. Cada vez que doy una clase en la facultad de Medicina sobre traumatología ocular, desde hace casi 30 años sin faltar ni
una sola vez, me refiero al caso de Arantza, la chica vasca con cuatrocientos puntos
en la cara. Explico a los alumnos la importancia del cinturón de seguridad, la trascendencia que tiene cumplir las normas de tráfico para evitar accidentes terroríficos
por sus consecuencias, evitar los innumerables accidentes de tráfico y sus infinitas
secuelas físicas y emocionales.
No cumplir con las normas de tráfico, aún con las más pequeñas, tiene un precio
tan alto que no compensa pagarlo ni en tres vidas que tuvieras ¡y todo por un cinturón!
Adenda
Arantza cumplió su promesa. Nos escribió. Iba a visitar el Centro de Oftalmología Barraquer. Meses después recibí un informe remitido por el profesor
Barraquer en el que detallaba las tres cirugías que hubo que hacerle en el ojo
izquierdo de Arantza, una reconstrucción del segmento anterior del ojo con el
que consiguieron una visión de un 30 %. ¡Bendito sea dios! Por lo menos tenía
visión para manejarse.
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“Tus ojos”
La visión personal
7. Sobre miopía, gafas y otras leyendas
El papel de los ordenadores, los estudios y la forma de vida.
Cuento 9. La segunda peor noticia en la vida de Pedro.
El tren ha seguido su camino. Nuestra conversación se ve interrumpida por el
anuncio de la próxima parada en Tarragona. Se produce cierto grado de relax.
Yo ya me he olvidado del objeto de mi viaje. El matrimonio parece más relajado.
El periodista relee las notas. La madre se acerca a comprobar si sus hijos todavía
permanecen con vida ya que el ensimismamiento en el que están sumidos, entre la consola y los auriculares de la tablet, los tiene alejados del mundo. Otros
contertulios se levantan para mover las piernas cuando perciben que el tren se
para en el andén de la estación. Yo también aprovecho para estirarme un poco.
No se producen altas ni bajas en el pasaje en esta parada. Pasados unos minutos la megafonía advierte de la próxima reanudación del viaje. Se han formado
pequeños corros. El marido de la pasajera diabética aprovecha para recordarle
lo del ejercicio.
Se nota el suave desplazamiento del tren, increíble la perfección técnica del
AVE, ningún signo del traqueteo típico de los trenes clásicos, si te das cuenta
de que ya arrancamos es por la sensación de que se mueve el paisaje, ya hay
movimiento, todos nos sentamos. Y todos en el mismo sitio.
— Bueno, doctor, ¿continuamos?
Al periodista se le ve con ganas. Ha estado releyendo las notas y ha escrito
lo que supongo son nuevas preguntas. Ha debido poner en orden sus ideas y
tiene más claro que el reportaje no debe transcurrir solo por el tema de la ceguera. Hay muchos otros mensajes que dar en la Oftalmología, otros muchos
tabúes y conceptos poco claros. Su tono se parece más al de una entrevista que
al de una tertulia.
— Dejemos la parte tan trágica de la Oftalmología, porque supongo que además de todo aquello que comentó en la lista del principio habrá otras cuestiones
importantes pero de menor calado. Interesantes, más frecuentes. Por ejemplo, lo
que decía usted sobre la miopía, las gafas y otros problemas más comunes.
— Sin duda uno de los capítulos más interesantes para la gente común, por
su frecuencia de aparición, son los defectos de refracción. Y es una de las parce-
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
las donde hay más mitos y leyendas urbanas. Podemos hablar de la miopía, la
hipermetropía, el astigmatismo y la vista cansada.
— Perfecto, hablemos del problema más frecuente de la Oftalmología. La conocida miopía. ¿Qué pasa con la miopía?, ¿es verdad que cada vez hay más miopes?,
¿que todo produce miopía? Qué les podemos decir a los padres que se acaban
de enterar de que su hijo es miope y que les agobia cómo va a acabar, y sobre
todo los malditos ordenadores, a mí me están destrozando la vista en mi trabajo.
Además, ¿todos esos remedios caseros clásicos tienen algún fundamento?
— Para, para. No te lances. Este es un tema interesante ya que es el defecto más conocido y extendido. Por ello hay tal cantidad de leyendas urbanas y
mitos, de conceptos erróneos, que es importante que los centremos un poco.
Contestando a tu pregunta, sí es cierto que cada vez hay más miopes. En los
estudios más recientes las cifras están alcanzando niveles alarmantes y algunos países empiezan a considerarlo un verdadero problema sanitario y social.
Aunque parezca mentira no hay estudios muy serios. Pero en Estados Unidos
la tasa se ha duplicado en los últimos veinticinco años, y en Taiwán ha llegado
a triplicarse.
— Pues ahí tenemos la prueba, los ordenadores son los culpables, porque
me está hablando de países donde el uso de ordenadores es muy frecuente.
— Te equivocas, la cuestión está en que el problema se estudia en países
avanzados, y por ello se detecta. Evidentemente en los países desarrollados hay
más ordenadores, pero no es una relación causal. La ceguera por miopía no
corregida es de las causas más frecuentes de incapacidad visual en los países
más pobres. Y allí no tienen ordenadores.
— Entonces, usted sostiene que los ordenadores no son malos para los ojos,
que no provocan miopía a pesar de que estamos forzando la vista de cerca
constantemente. Pues todo el mundo lo dice.
— Fíjate, llevamos siglos investigando la miopía y aún no conocemos las causas… pero ¿por qué van a ser los ordenadores?, ¿por la distancia? Entonces,
¿qué pasa con los libros?, cuando lees un libro estás a menos distancia; en consecuencia, los libros también son causantes…
— Bueno pueden ser las pantallas.
— Ya, pero son las de los ordenadores, pero no las de la televisión ¿verdad?,
no las de los teléfonos móviles. ¿Tú crees que si hubiera indicios reales pondría-
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“Tus ojos”
La visión personal
mos ordenadores a los niños en las escuelas? Como te decía, llevamos siglos
estudiando todo lo relacionado con la miopía y sabemos relativamente poco.
Fíjate en los últimos estudios, se demuestra que hay factores genético-familiares:
cuantos más antecedentes hay en la familia, más posibilidades tienes. Te voy a
dar unos datos: en niños a los 14 años hay un 6 % de miopes, pero si uno de los
padres es miope la cifra sube al 18 %, si lo son los dos padres, llega al 33 %, y en
gemelos se da en el 90 %. Pero solo la genética no explica todo. Se ha estudiado
de todo: desde el consumo de algunos alimentos, a la ausencia de lactancia materna, pasando por no practicar deportes, luz nocturna, trabajo intenso de cerca,
no realizar actividades al aire libre, en relación con el estrés en la educación,
coeficiente intelectual, el peso corporal, la envergadura, la forma inicial del ojo,
que los padres fumen… así que a pesar de que los estudios científicos no han
sabido dar respuesta, la razón la tiene lo que dice la gente en la calle.
— Pues un amigo mío dice que dejó de crecerle cuando le pusieron gafas
con menos dioptrías.
— Pues tampoco nadie ha demostrado eso. Por qué crece demasiado un ojo
es un mecanismo biológico muy complejo que todavía no conocemos. Hablamos de millones de personas en el mundo que tienen este problema y la gente
lo simplifica diciendo que son los ordenadores, los estudios y los embarazos.
— Pues tiene razón, lo de los embarazos es otro de los mitos.
— Hay tantos miopes hombres como mujeres y a ambos nos crece la miopía. Además, la demostración la tenemos en las mujeres cuando se operan de
miopía. La mayor parte de ellas se quedan embarazadas en algún momento
después de la cirugía y no se detecta que la miopía se vuelva a reproducir de
forma significativa.
— Y esos atriles y sistemas que anuncian para frenar la miopía.
— Son un fraude.
— Pero hay casos en los que la miopía se reduce, baja.
— La verdad es que yo no conozco ninguno, ¿tú sí?
— Claro que sí y eso lo sé seguro. Un primo mío era miope, usaba gafas constantemente y ahora ya no las usa.
— Será que no las necesitaba.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Estoy seguro de que las usaba. La miopía le desapareció totalmente, mi tía
dice que desde que empezó a alimentarse bien. El caso es que un oculista se
las quitó. De hecho, no las usa y conduce sin ellas.
— La miopía no puede desaparecer. Como siempre, hablamos en términos
generales ya que puede haber excepciones. Ahora me acuerdo de un caso que te
va a sacar de dudas, porque fue un paciente que me impactó por la mala suerte.
Cuento 9. LA SEGUNDA PEOR NOTICIA EN LA VIDA DE PEDRO
(O la importancia de hacer bien las cosas)
Me mira con cara de extrañeza, de sorpresa, debe estar pensando, ¿pero qué me está
diciendo este doctor? Tarda varios segundos en hablarme, pero parecen minutos.
— Es la segunda peor noticia de mi vida, me dice Pedro.
Me quedo absolutamente sorprendido. Yo creo que no me ha entendido. No sé
qué estará pensando. A veces los pacientes quieren oír lo que vienen preparados
para oír, pero si les cambias el “chip”, si les dices otra cosa, se quedan aturdidos, bloqueados. No saben cómo reaccionar y tú también te quedas estupefacto, porque
ellos no entienden y tú tampoco. Lo cierto es que en este caso Pedro tenía razón
para quedarse así.
Me explico. Pedro es un chico de 30 años, abogado, de Badajoz, que viene a una
revisión rutinaria. Dice que últimamente ve peor, que se le desenfocan las imágenes cuando lleva un rato leyendo. Trabaja mucho con el ordenador. Al atardecer
le empieza a doler la cabeza. Es un dolor que se concentra en la zona frontal, en el
entrecejo. Acaban escociéndole los ojos. Usaba lentillas pero ya no las tolera, solo las
lleva cuando hace deporte o cuando tiene que ir “más arreglado”.
— Ser presumidos no es monopolio de mujeres, dice.
Usa unas gafas de miopía de dos dioptrías. Se encuentra mucho mejor para ver
de cerca si se las quita. Los fines de semana casi no le duele la cabeza. Él lo relaciona
con el ordenador, “que le está destrozando la vista”, y el estrés “porque en el bufete lo explotan laboralmente”. Está pensando en dejar el trabajo y está preocupado
porque, como ve peor, cree que le está aumentando la miopía. Está barajando la
posibilidad de operarse. Su madre, con una miopía de quince dioptrías, ha tenido un desprendimiento de retina y ha perdido totalmente la visión de un ojo y él
cree que le puede estar pasando lo mismo. Está hecho un mar de dudas. Está muy
preocupado.
120
“Tus ojos”
La visión personal
Tras la exploración todo encaja. Pero siempre te queda esa pequeña incertidumbre de saber si hay algo que no has visto, que ha permanecido oculto, algo que
puede hacerte errar en el diagnóstico. No somos dioses, no somos infalibles. Pero un
error nuestro puede cambiar la vida de una persona. A veces un error tonto, tontísimo, como es el caso de Pedro, tan tonto que es lógico que se le quedara esa cara. Por
eso, hacer las exploraciones completas es fundamental, aunque te dé más trabajo,
aunque el paciente proteste porque se le hace larga la exploración, aunque le molesten las gotas de dilatar o las luces con las que le vemos el fondo del ojo, aunque
parezca que todo es muy simple y que simplemente viene a cambiarse unas gafas.
Pero sigo con el caso de Pedro.
— Pedro, le digo, tengo una buena noticia para ti. ¡No eres miope!
— ¿Cómo? Me suelta más alarmado que sorprendido. ¿Que no soy miope?, si lo
llevo siendo desde los dieciocho años y siempre me han dicho que el defecto no
puede desaparecer.
— Es cierto. El defecto espontáneamente no desaparece, solo lo hace con operación. Lo que pasa es que nunca lo has sido. Has estado usando unas gafas que no
necesitabas. Así que a partir de ahora tienes que empezar a deshabituarte. Hasta
que tus ojos se acostumbren puedes encontrarte raro. El usar gafas no te ha perjudicado, pero eran las culpables de tus dolores de cabeza, de tu cansancio visual, no lo
eran ni el ordenador ni tu agobiante trabajo.
— Pero eso es imposible, insiste. Me han revisado muchas veces en estos años, ¿no
puede usted estar equivocado?
— Eso sí que es posible. Pero fíjate, te lo voy a demostrar.
Le vuelvo a hacer la exploración que minutos antes le había hecho mi optometrista, un profesional con gran experiencia. Le demuestro que su agudeza visual sin
gafas es del 100 % en cada ojo y eso que está con la pupila dilatada.
— ¿Alguna vez te han dilatado la pupila para explorarte? inquiero.
— No, nunca.
— Pues esa es la razón. Si no se dilata la pupila, no relajamos el músculo que hace
el enfoque del ojo, y entonces hace un esfuerzo, un espasmo que lo deja contracturado y parece que eres miope.
— Entonces, repite Pedro, no soy miope ni lo he sido nunca.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Eso es, no lo eres ni lo has sido.
— Es la segunda peor noticia de mi vida, me dice Pedro.
— Pero ¿por qué?, si es una buena noticia. No necesitas gafas, no necesitas operarte, ¿por qué es una mala noticia?
— Porque mi ilusión de toda la vida fue ser piloto, desde niño, y me preparé para
ello, y por ser miope no me dejaron serlo. Y esa fue la primera mala noticia. Y ahora
usted me dice que no lo soy. Y esa es la segunda mala noticia, que podría haberlo
sido y haber cumplido mi sueño, pero no lo he podido cumplir.
Como decía antes, Pedro se quedó sin palabras. Con razón. Una cosa tan tonta le
había impedido ser lo que él quería ser, cumplir su ilusión de toda la vida.
El caso de Pedro lo traigo aquí porque es un caso muy tonto. Cómo un pequeño simple error puede cambiar tu vida. A veces la cambian grandes tragedias o grandes errores tuyos o de tus médicos. A veces la cambian cosas sin
importancia, aparentemente sin trascendencia.
Nunca una exploración médica debe hacerse incompleta. Por muy simple
que sea. Aunque sea valorar una gripe, cambiar unas gafas o recetar un analgésico. Un acto médico siempre es algo complejo, puesto que sus consecuencias
pueden cambiarte la vida, aunque sea una tontería… ¡ah! Y acuda siempre a
buenos profesionales, no a los que más se anuncian.
— Tiene razón, vaya una tontería de situación. Pero no acabo de entender.
Qué es eso de un sistema de enfoque. Defínase por favor, las gafas ¿hay que
usarlas o no?
— En primer lugar, usar gafas no es bueno ni malo. Las gafas no son un tratamiento, son una ayuda. Hay que dejar aparte algunos casos concretos, por
ejemplo, niños con ojo vago y otras circunstancias especiales. Pero las gafas
lo único que hacen es ayudarte a ver mejor o a que no te canses demasiado y
acabes teniendo molestias o dolor de cabeza. El cansancio viene causado por
el esfuerzo del sistema de enfoque.
— Pero ¿qué pasa?, ¿que el ojo tiene un sistema de enfoque?, ¿como una
cámara de fotos?
— El ojo ve bien cuando las imágenes llegan enfocadas a la retina. Si tenemos defectos (miopía, hipermetropía o astigmatismo), las vemos desenfocadas
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“Tus ojos”
La visión personal
y tratamos de enfocarlas. El ojo funciona de forma más parecida a una cámara
de vídeo que a una de fotos. Cuando enfocamos de lejos, por ejemplo un paisaje, el vídeo enfoca automáticamente, y gracias a un pequeño motor, hace
que las lentes del sistema de enfoque se ajusten para lejos, cuando queremos
hacer un primer plano, por ejemplo una cara, entonces se activa el motor del
sistema de enfoque y enfocamos para cerca. El ojo tiene el mismo sistema. No
tenemos un motor, tenemos un músculo, denominado ciliar. Y tenemos una
lente, el cristalino. Por tanto cuando el músculo se contrae o se relaja mueve al
cristalino y así la imagen se enfoca según sea para lejos o para cerca. Vamos a
poner algún ejemplo:
1. En una persona normal: el ojo ve bien de lejos sin esforzarse (el músculo está
relajado); para ver bien de cerca se contrae, hace un esfuerzo. Por eso nos cansamos cuando llevamos mucho rato leyendo o trabajando con el ordenador.
2. En una persona miope: el ojo ve mal de lejos pero ve bien de cerca. La
imagen está totalmente desenfocada para lejos, pero está enfocada automáticamente para cerca, sin hacer esfuerzo. Aunque el ojo quiera enfocar la imagen
de lejos no puede. Para ver de lejos la única solución está en ponerse gafas
que le ayuden a enfocar lo que el músculo no puede (otras soluciones son usar
lentillas u operarse).
3. En una persona hipermétrope: el ojo ve bastante bien de lejos (incluso
bien) y mal de cerca, pero siempre haciendo un esfuerzo para enfocar. Para lejos
el esfuerzo es pequeño o moderado, pero para cerca es muy grande. Por eso el
hipermétrope casi nunca usa gafas para lejos y sí las usa para cerca.
4. En un persona astígmata: este defecto es diferente. El ojo no es redondo
como un balón de fútbol, sino que es un poco ovalado como un balón de
rugby.
5. En una persona con presbicia (mal llamada vista cansada): el ojo ve bien de
lejos pero es incapaz de enfocar de cerca. Es un ojo normal, pero con años. La
vista cansada, como las canas o las arrugas, llega siempre con la edad (por encima de los cuarenta y cinco años). En este caso el paciente présbita va perdiendo
fuerza en el músculo. No por el uso, al revés, cuanto más lo hayamos utilizado,
más tiempo va a funcionar. La vista cansada tiene una especie de tope, aproximadamente de 3 a 3,5 dioptrías como máximo que se alcanzan alrededor de
los 60 años. Aunque si está asociada a otros defectos puede ser mayor.
Como veo que hay algún miope entre nuestros contertulios quiero aclarar
una cuestión, la miopía simple, la normal, es un defecto de refracción. No tiene
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
nada que ver con la miopía magna (la de muchas dioptrías, de diez hasta treinta
dioptrías), que es una verdadera enfermedad en la que se producen grandes
problemas.
— O sea, que la miopía no desaparece, ¿y las lentillas no frenan la miopía?
Tampoco. Por qué iban a frenar el crecimiento del globo ocular, es como si te
pones un sombrero y por eso dejas de crecer.
— Y que es mejor llevar pocas dioptrías o muchas. ¿Se ve mejor cuando te
ponen más dioptrías?
— Buena pregunta. Muchos pacientes con enfermedades graves de la visión
nos vienen pidiendo siempre unas gafas con más dioptrías, como si por poner
más dioptrías fuéramos a ver mejor. Por ponerte un zapato más grande no andas más rápido ¿verdad? Al contrario, andas peor. Pues lo mismo sucede con las
dioptrías. Si te ponemos de más, lo único que conseguiremos es marearte pero
no que veas mejor; si te ponemos de menos, no verás bien.
— Y si no me pongo las gafas, ¿me puedo quedar ciego? ¿Qué hay de cierto
en esto?
— Como os decía antes, las gafas son una ayuda. No un tratamiento, salvo
en circunstancias especiales. Por tanto, si un adulto no quiere ponerse gafas no
pasa nada. No verá bien, pero no se estará dañando la vista. El defecto no va a
ir ni a más ni a menos. Pero si no usarlas le produce molestias oculares, dolores
de cabeza o cansancio, entonces que se las ponga el rato que las necesite.
Esta afirmación tiene una excepción fundamental: la conducción. Siempre hay
que conducir en las mejores condiciones, por ello la gafa es obligatoria en la
conducción.
— Bueno, y una vez establecida la miopía, qué podemos hacer, pregunta el
periodista tratando de poner orden en este flujo de información.
— Hay tres grandes grupos de medidas que el paciente puede escoger según sus hábitos y necesidades: las gafas, las lentes de contacto o la cirugía. La
miopía, al igual que la hipermetropía y el astigmatismo, pueden ser compensadas con corrección con gafas o con lentes de contacto. Es decir, puedes usar
unas prótesis que te permitirán ver bien siempre que las uses. La cirugía eliminará el defecto de forma muy definitiva.
— ¿Cuáles son las ventajas e inconvenientes de cada una de esas soluciones?
124
“Tus ojos”
La visión personal
— Cada paciente tiene una motivación. Hay pacientes que se encuentran satisfechos con las gafas, no les molestan y ven bien. Para aquellos pacientes con
bastantes dioptrías, las lentes de contacto les permiten tener mejor visión que
con las gafas, y estéticamente suelen ser más agradecidas. Sin embargo, requieren varias precauciones: esencialmente moderación en su uso, no sobrepasar
las 8-10 horas de uso diario, y unos cuidados exquisitos en cuanto a limpieza.
El abuso puede dar lugar a pequeños problemas como molestias, sequedad e
irritación ocular, o a graves problemas como úlceras o infecciones corneales
que pueden llevar incluso al trasplante de córnea.
— ¿Y la cirugía?, ¿qué opina usted de la cirugía de la miopía? Porque ahora
parece estar de moda. Hay grandes campañas publicitarias, como si se tratara
de un producto de consumo.
— La cirugía refractiva, es decir, la cirugía que practicamos para corregir los
defectos de refracción como la miopía, la hipermetropía y el astigmatismo, es
un gran avance que se ha producido en los últimos veinticinco años gracias a la
incorporación del láser. Un instrumento que nos ha permitido mejorar enormemente los resultados de una técnica que anteriormente se realizaba de forma
manual. Es una cirugía muy segura y eficaz, siempre y cuando la practiquen
cirujanos experimentados y alejados de intereses y campañas comerciales.
— Y el láser, ¿sirve para todos los casos?
— No, hay que cumplir unos requisitos muy rigurosos que se deben controlar con exploraciones muy completas y complejas. Por ello es fundamental recurrir a profesionales muy cualificados y huir de campañas publicitarias
agresivas que esconden intereses puramente comerciales alejados de la ética
profesional. En general, el láser se puede utilizar hasta ocho dioptrías de miopía,
cuatro dioptrías de hipermetropía y hasta seis dioptrías de astigmatismo. Siempre y cuando, repito, se cumplan otras muchas condiciones.
— Y los que tienen más dioptrías, ¿no tienen solución?
— Sí, existen las lentes intraoculares. A diferencia del láser, es una cirugía
intraocular, por tanto, es una cirugía con algo más de riesgo en teoría. Pero
tiene ventajas, por ejemplo, casi no tienen límite de las dioptrías que se pueden eliminar y es una cirugía reversible. Hoy en día se disponen de lentes extraordinariamente seguras y eficaces ya que se obtiene una calidad de visión
excelente.
— ¿Y hay mucha gente que se opera con lentes?
125
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Cada vez más. Se les va perdiendo el miedo, aunque se debe mantener el
respeto. Hay varios tipos de lentes que se colocan en diversas partes del ojo.
Por ejemplo, de la marca más conocida se ha calculado que se implanta una
cada veinte minutos en el mundo.
— Entonces, es cierto que se opera mucha gente.
— Con láser se estima que ocho millones de personas anualmente.
— Bueno, doctor, qué me recomienda que haga con esos hijos míos que
llevan desde que salimos de Madrid pegados a la consola y a los auriculares.
— ¿Y qué puedo hacer yo para que mis empleados no se quejen tanto de los
ordenadores?, pregunta un pasajero con aspecto de ejecutivo que ha permanecido en silencio.
— Como siempre, es el sentido común el que debe reinar. Con respecto a los
ordenadores de las empresas, toda esa legión de informáticos, administrativos,
consultores, contables, hay que tener en cuenta cuatro aspectos: la postura que
adoptan ante el ordenador; la sequedad que se produce por el escaso parpadeo; la necesidad de tener bien corregida la vista; y la necesidad de descansar periódicamente. Los ordenadores no son malos en sí mismos. Los usamos
mal. Cuando la gente dice que los ordenadores producen sequedad ocular, no
quiere decir que los ordenadores nos absorban las lágrimas, quiere decir que
no parpadeamos. Por ello la lágrima se evapora, el ojo se reseca, se enrojece
por irritación, se nubla y nos acaba molestando sensiblemente. El parpadeo es
como el limpia parabrisas del coche. Excuso decirte si el paciente usa lentes de
contacto. La lentilla necesita todavía más lágrima, ya que si no, roza en la córnea
y la intolerancia es mucho mayor.
Volvemos a la tertulia desordenada y anárquica. En este tema todo el mundo
opina, todos tienen algo que decir, todos tenemos alguna experiencia de miopes, de ordenadores, de gafas o de lentes de contacto.
En mitad de esa sana y alegre algarabía se oye la voz metálica de la megafonía: “En los próximos diez minutos el tren llegará a su estación de destino en
Barcelona”.
Se arma el revuelo, algunos saltan de sus asientos, van a preparar la llegada,
el tiempo ha pasado rápidamente, nuestra tertulia llega a su fin. La mayor parte
de los contertulios tienen el mismo reflejo, mirar el reloj. Se oyen los típicos
comentarios:
126
“Tus ojos”
La visión personal
— Pero ¿ya hemos llegado?
— ¡Qué corto se me ha hecho el viaje!
Hago ademán de recoger, de ir cerrando el ordenador. Los pasajeros se levantan. Vuelven a estirarse como en todas las paradas. Pero no todos se ponen
en pie. Algunos se hacen los remolones, parecen no tener prisa. ¿Qué pasa?
Barcelona es la última estación. El viaje no continúa.
Para los interesados en la miopía, sus causas y su tratamiento
Como hemos dicho, la miopía sigue siendo una incógnita. Si conociéramos sus causas, podríamos descubrir tratamientos para evitar su aparición.
Lo cierto es que actualmente disponemos de sistemas quirúrgicos para
eliminarla.
Expongo a continuación los aspectos más relevantes de la investigación
más reciente sobre los factores que condicionan la aparición de la miopía.
Aunque son un poco técnicos pueden resultar útiles para los interesados
en el tema.
Tres son los grandes grupos de investigación que han publicado a lo largo
de los últimos veinte años. Un grupo de la Universidad de Ohio y otro de
Boston, los dos en Estados Unidos, y un tercer grupo que ha llevado a cabo
un enorme estudio en Sidney (Australia).
¿Y cómo está la cuestión actualmente? Pues muy interesante ya que disponemos de datos muy relevantes.
La conclusión es muy clara. Las actividades en el exterior protegen de la
miopía si se comparan pacientes similares en cuanto a herencia familiar,
trabajo de cerca y etnia.
El grupo de Boston publicó en junio de 2010 que los niños no miopes
dedicaban más horas a la actividad deportiva/aire libre durante el curso
escolar, lo que puede proteger contra el desarrollo de la miopía.
El grupo de Ohio, probablemente el más activo, publicó un estudio con
especial hincapié en la herencia familiar. En este trabajo demuestran la
127
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
importancia de la herencia familiar, es decir, si los dos padres son miopes
el hijo tiene mayor tendencia a desarrollar miopía, y las actividades al aire
libre le protegen menos de la miopía que a los que no tienen antecedentes familiares.
Posteriormente publicaron un segundo trabajo que podemos resumir de
este modo: los trabajos basados en visión de cerca no influyen ni en la
aparición ni en la progresión de la miopía. Por tanto, ni la lectura ni los
ordenadores/consolas provocan miopía. Las actividades al aire libre, y en
menor medida el deporte (posiblemente porque también se hace al aire
libre), reducen la tendencia a convertirse en miopes.
Bueno, por tanto, ya sabemos bastantes cosas. Con respecto a los factores
que condicionan la aparición de la miopía la mala prensa de los ordenadores es falsa, por el contrario sabemos que debemos ser menos “urbanitas”
y potenciar las actividades al aire libre. La expresión clásica, y despectiva,
“vivir encerrado entre cuatro paredes”, refiriéndose a lo “insano” de vivir en
espacios cerrados adquiere toda su dimensión en la Oftalmología.
Por otra parte también sabemos algo que siempre se ha dicho: hay que
controlar el esfuerzo visual. Los resultados en este aspecto no son tan
concluyentes, pero lo que dice la normativa laboral parece lógico. Trabajar
unos 45 minutos en visión próxima y relajar los ojos cambiando de actividad durante 10-15 minutos (siempre podemos diversificar las tareas),
parece una medida saludable.
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“Tus ojos”
La visión personal
8. Los tímidos y las preguntas fin de trayecto
El daltonismo. O cómo romper el mito del rojo-verde.
Cuento 10. El daltónico que quería ser marinero.
El hipertiroidismo. La molesta visión doble.
Cuento 11. Maruja, la mujer con cara de loca.
Hay un colectivo típico en toda reunión científica sea cual sea el formato: tertulia, congreso, clase, charla, conferencia, debate. Son los tímidos. Espectadores,
oyentes, alumnos, pacientes... Cualquiera que sea la modalidad, hay siempre un
grupo de personas que te abordan al acabar tu intervención. En nuestro tren
no podían faltar. No faltan nunca. Son aquellas personas que han seguido con
verdadero interés el objeto de la disertación, que tienen alguna preocupación,
alguna duda, alguna cuestión, pero que su timidez no les permite hacer la pregunta en voz alta, en público. El miedo a meter la pata, a preguntar una simpleza, al ridículo en definitiva, les hace adoptar un comportamiento característico.
Cuando terminas la charla se suceden invariablemente unos hechos, a modo
de ritual. Siempre, inexorablemente. En primer lugar, los organizadores te felicitan efusivamente, casi siempre de forma exagerada, lo cual te sonroja con la
misma intensidad. Recibes con halago los aplausos que te rinde el público, a
veces merecidos y otras no. Nunca lo sabes hasta pasados unas horas o unos
días. En ocasiones sabes que has estado brillante pero en otras desconoces si
has acertado. Desde luego, las manifestaciones del primer momento no sirven,
la felicitación efusiva de los organizadores y el aplauso del público hay que
considerarlos siempre como una expresión de cortesía (a veces te entra la duda
de si realmente aplauden porque deseaban que acabaras…); hay que esperar a
la “segunda ronda” de opiniones.
Pero volviendo a nuestros tímidos. Forman parte del protocolo, del paisaje.
Mientras estás recogiendo el material, apagando el ordenador, observas que
hay 3-4 personas que sin mirarte directamente, en lugar de enfilar la puerta de
salida de la sala, se acercan al pie del estrado desde el que has intervenido. El
más decidido, el más motivado, es el que se atreve en primer lugar. Hace una
pregunta corta, discreta, muchas veces de tipo personal. Si es un oftalmólogo,
alguna posible solución a un caso complicado que tiene. Si es un alumno, alguna duda sobre el tema expuesto y que teme que caiga en el examen. Si es un
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
paciente, alguna cuestión sobre algún problema que tiene o enfermedad que
padece. Representan el colectivo contrario a los que, para hacerse notar, hacen
preguntas en voz alta, muchas veces carentes de interés.
Pues algo similar sucedía en nuestro viaje. Había un pequeño grupo de pasajeros anónimos, que no intervinieron, pero cuya presencia se percibía. Son los
que cuando la megafonía anunció nuestra próxima llegada a la estación de Sant
Camps no se movieron. Cuando la mayor parte se levantó para irse y dejaron huecos en los asientos más próximos, se acercaron con discreción a la primera fila.
El primero es un hombre joven, con gafas y barba. Hago una apuesta conmigo mismo, seguro que me va a preguntar algo más sobre la cirugía de la miopía
con láser.
— Doctor, ¿puedo preguntarle algo que me intriga desde hace tiempo?
— Sí, claro, le contesto.
— ¿Cómo ve un daltónico? porque el mito dice que confunden el rojo y el
verde. Por ejemplo, un semáforo ¿cómo lo ven?, ¿ven arriba el verde y abajo
el rojo?, ¿son peligrosos? Es que tengo un hijo que es daltónico y no acabo de
entender el problema. ¿Es posible que tenga ceguera a los colores?
— Efectivamente, la gente cree que ser daltónico es confundir el rojo con el
verde. No es así, los daltónicos no es que confundan el rojo con el verde, es que
son incapaces de ver algunos colores y sus combinaciones.
Por eso la gente pregunta ¿entonces cómo ven los semáforos?, como formulación paradigmática del problema.
La cuestión de la visión de los colores es un proceso muy complejo y hay varias
enfermedades de muy distinta gravedad. Hay pacientes que tienen ceguera a los
colores, lo ven todo en blanco y negro. Es muy grave pero muy infrecuente.
Los daltonismos normales no tienen importancia. No es que confundan el
rojo y el verde. Es que no perciben diferencias entre unos colores y otros.
Los daltonismos son problemas genéticos. En la retina tenemos dos tipos de
células: los conos y los bastones. Los bastones solo sirven para diferenciar luz y
oscuridad, no ven colores, se ponen en funcionamiento en condiciones de baja
luminosidad. Es como si viéramos en distintas tonalidades del gris, en la gama
del blanco al negro.
130
“Tus ojos”
La visión personal
Los conos, que son las células de la retina encargadas de la visión de los colores, son de tres tipos. Unos tienen pigmento verde, otros lo tienen rojo y otros
lo tienen azul. Ellos son los que colorean nuestro mundo, mezclan los colores y
así vemos toda la gama del arco iris y millones de posibles combinaciones de
colores.
Pero hay algunos pacientes que nacen con un defecto. Les falta un tipo de
conos, los conos que pintan de un color determinado (rojo, verde o azul). Por
ello esos pacientes no son capaces de ver en esa gama de colores.
— Si no le importa, profundicemos un poco más, me interesa no solo por lo
de mi hijo, es que soy biólogo y me gustan estos temas.
— Básicamente, los colores los vemos como una combinación de tres: el rojo,
el verde y el azul. Este concepto te resultará conocido porque son los colores
que se manejan con los ordenadores. Supongo que habrás visto los cables y conexiones RGB, pues esas son las iniciales de los colores (red, green, blue). De esa
combinación de colores surge la inmensa gama de colores y de tonos que el ser
humano es capaz de percibir. Es decir, tenemos tres colores básicos que están
gestionados por tres tipos de conos, los conos verdes, los conos rojos y los
conos azules.
Los humanos vemos una gama de colores que van desde el rojo al azul-violeta. Pero eso no significa que sean los únicos colores de la naturaleza. La visión
del ser humano, con ser muy depurada, no es ni mucho menos la más perfecta
de los seres vivos. Por ejemplo, la visión de colores de las aves es mucho más
completa que la del ser humano. La mayor parte de las aves son tetracromáticas (tienen cuatro colores básicos) mientras que el hombre es tricromático (tenemos tres colores básicos) y hay algún tipo de palomas que son pentacromáticas, es decir, que ven en cinco colores, con la combinación de cinco colores.
— ¿Y qué colores son esos?, tampoco me lo puedo imaginar
— Pues son los colores denominados infrarrojos (longitud de onda más larga
que el rojo) y los ultravioletas (longitud de onda más corta que los azules). Hay
muchos aparatos como cámaras de fotografía y cine o aparatos militares que
permiten ver la radiación infrarroja, que permiten ver durante la noche o en la
oscuridad. En el otro extremo de la luz visible, el ser humano llega a ver el azul y
el violeta, pero más allá está la luz ultravioleta, que es un color que ven las aves
pero nosotros no. Por tanto, es evidente que hay animales más perfectos que
los humanos para la visión de los colores. Pero tampoco somos los peor dotados, hemos dicho que somos tricromáticos porque nos manejamos con tres
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
tipos de conos, pero hay mamíferos que son bicromáticos, solamente tienen
dos conos, por tanto su capacidad de ver colores es inferior a la del ser humano,
y por supuesto a la de las aves.
Puf, vaya rollo os he metido. Pero era una introducción para ver si consigo explicaros el daltonismo, porque es una cuestión que incluso a los oftalmólogos
nos cuesta trabajo entender. Bueno ¿hasta dónde me habéis entendido?
— Yo he entendido que el ser humano tiene tres tipos de conos, que son
como el cable RGB (rojo, verde y azul), y vemos con la combinación de esos colores. Hay animales que tienen más, por ejemplo las aves, y otros, por ejemplo
los bovinos, que tienen solo dos.
— Perfecto. El problema de los daltónicos es que les falta uno de los conos,
y en lugar de ver con la combinación de tres colores, ven solo con la combinación de dos. Su gama de colores es menor.
— Entonces, ¿cómo ve un daltónico con una alteración del color verde?
— Ve combinaciones de colores sin la aportación del verde. Imagínate una
serie de cinco globos puestos en fila. El primero es amarillo, el segundo naranja,
el tercero verde, el cuarto rosa y el quinto azul. Un daltónico vería: el primero
amarillo, el segundo amarillo más pálido, el tercero un poco amarillo-beige, el
cuarto beige más pálido y el quinto azul. Es decir, los globos con colores rojizos
o verdes los ven todos de un color parecido en la gama del amarillo. Y el azul
siguen viéndolo perfectamente. No es que confundan el rojo y el verde, es que
no los diferencian.
— Doctor ¿y eso en la vida tiene alguna importancia?, ¿mi hijo va a tener
alguna limitación?
— En general no, pero sí es cierto que en algunas profesiones se exige tener
una visión cromática normal y por ello es un criterio de exclusión, por ejemplo,
no podrá ser patrón de embarcaciones. Por cierto te voy a contar una historia
que me sucedió hace años.
Cuento 10. EL DALTÓNICO QUE QUERÍA SER MARINERO
¡Era lo que faltaba! Primero me mandan a hacer autopsias y ahora me mandan a
hacer reconocimientos médicos. Pero qué hago yo, si soy oftalmólogo y no me atrevo
con otras cosas. Pero cualquiera se niega. En el Ejército no te piden la opinión. Te dicen:
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“Tus ojos”
La visión personal
ha fallecido un soldado y hay que hacerle la autopsia. Y allí vas. No has hecho ni una
en tu vida, pero no te vas a negar. Ahora a hacer reconocimientos médicos…
Yo era médico de plaza, años 80. Alférez médico en prácticas durante la “mili”. En
La Coruña. A las órdenes de las autoridades militares. Sin posibilidad de poner peros.
Me citaron en la Comandancia de Marina. Eran candidatos para sacar el título de
patrón de embarcaciones náuticas. La exploración era sencilla. Además era gente
joven y sana. No habría problemas.
Primera prueba: una auscultación. Debían de ser 30 candidatos. Todo iba normal.
Nada destacaba. Estábamos acabando y de pronto algo se sale de la norma. Un
candidato a marinero se pone nervioso. Está pálido, sudando. No comprendo lo que
le pasa. Le ausculto, tiene una taquicardia, una aceleración de los latidos cardiacos
enorme. Sin embargo, la auscultación es normal. Le pregunto si está nervioso, él
asiente. No entiendo por qué. Me dice que se pone nervioso por cualquier cosa. “Bueno, pienso, eso no es un motivo de exclusión”. Lo doy por bueno.
Pasamos a la segunda prueba. Esta es más interesante. Por lo menos es oftalmológica. Medirles la agudeza visual, es decir, la visión de lejos, y la visión de los colores.
Es normal que deban ver bien y además deben discriminar los colores dado que
muchas veces los mensajes se transmiten mediante banderas de colores. Para medir
la visión utilizamos cartillas con letras de distintos tamaños. Para saber si tu percepción de los colores es normal, es decir, si no eres daltónico, utilizamos otras cartillas
con diferentes números de colores sobre otro fondo de colores parecidos.
Todos los candidatos pasan la prueba sin problemas. ¿Todos? No. Menos uno. El
mismo chico que tenía taquicardia. Le vuelvo a explicar la prueba y vuelve a fallar.
Lo miro, está sudando otra vez. Le comento lo que pasa. Parece que es daltónico,
que no diferencia los colores. Me contesta resignado: “¿Por qué crees que estaba nervioso y con el pulso acelerado?”.
Y ahí se acabaron sus sueños de ser marinero.
— Mire, doctor, si no le importa, quería hacerle una pregunta, es solo un
momento.
Ahora la que se acerca es una mujer de 45-50 años. Se sienta en las primeras
filas, donde estaba la madre de los niños-permanentemente-adheridos a sus
tablets.
— Es que tengo un problema que noto últimamente, creo que coincidiendo
con la menopausia: veo doble. No me pasa siempre, pero cada vez se agudiza
133
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
más. No sé qué me pasa, pero cuando se produce me mareo mucho. No puedo
andar, tengo una enorme sensación de mareo, de que me voy a caer. Cuando
tengo que coger una cosa no acierto, porque veo dos. Soy incapaz de llenar un
vaso de agua porque no calculo la distancia y lo vierto fuera. ¿Qué me puede
estar pasando?, ¿será la menopausia?, ¿será el estrés? Últimamente estoy muy
acelerada.
— La tensión nerviosa, el estrés, produce grandísimos problemas a todos
los niveles en el organismo, especialmente si se tiene algún problema general
como hipertensión arterial, diabetes, hipertiroidismo.
— Que yo sepa no tengo nada de eso. Pero no entiendo por qué veo doble.
— Te explico. Normalmente los ojos están paralelos gracias a que tenemos
seis músculos en cada ojo que trabajan conjunta y coordinadamente para
desplazar los ojos de forma simultánea. Esos músculos están estimulados por
unos nervios. Esos nervios se pueden dañar y, consecuentemente, se paralizan
los músculos. ¿Por qué se dañan? Los factores más comunes son la diabetes y
la hipertensión, también el estrés y los traumatismo craneales, enfermedades
neurológicas. Y también el hipertiroidismo.
— ¿Pero el hipertiroidismo no es un problema de tiroides?, ¿qué tiene que
ver con los ojos?
— Trataré de explicártelo con otro caso clínico de una paciente a la que tengo gran cariño. Y ya será el último cuento, que tenemos que bajarnos.
Cuento 11. MARUJA, LA MUJER CON CARA DE LOCA
Venían de Talavera de la Reina. Eran alfareros. Entraron el matrimonio y una hija.
La paciente era ella, se le notaba. Tenía una cara característica. La hija era antigua
paciente nuestra y traía a su madre porque estaba muy preocupada. Decía que a su
madre le pasaban cosas muy raras, que estaba muy nerviosa y de constante trifulca
con el padre, que no sabían si estaba perdiendo la razón. Cuando le daban esos
ataques de furia, se ponía muy mal y le entraban sofocos y aceleraciones del pulso.
Maruja, la paciente, no tenía aspecto agresivo, al contrario parecía pacífica y se le
notaba que sufría. Nos contó que veía doble. Decía que eso le ponía muy nerviosa,
que le estaba amargando la vida. Contaba que al tener visión doble no se atrevía
a salir a la calle porque no calculaba las distancias, no sabía cuál era el bordillo o
el escalón verdadero, cuando quería coger un vaso de agua con la mano lo tiraba
134
“Tus ojos”
La visión personal
porque no acertaba a cogerlo porque veía dos vasos. Al pasar una puerta tropezaba
y así sucesivamente.
Pero lo que más le fastidiaba, lo que más nerviosa le ponía y lo que le sulfuraba era
lo que le decía su marido, ¡que se le ponía cara de loca!
El marido, cara de pillo, sonriente, se había quedado en un discreto segundo plano, como queriendo pasar desapercibido. Cambió su cara cuando escuchó la acusación, no se lo esperaba. No creía que su mujer fuera capaz de decir eso al médico.
Y se defendió: “Es que, doctor, cuando se enfada, se le tuerce un ojo para arriba, se le
pone muy saltón y da miedo mirarla”.
Con dificultad tuve que contener la risa. En parte tenía razón. La cara de Maruja
era un poema. Los oftalmólogos la definimos como “cara de susto”. Todo encajaba.
No había duda.
Después de completar la exploración, en la que se confirmaron las sospechas, les
explicamos: hay una enfermedad que afecta a la tiroides, que se llama hipertiroidismo, que provoca un exceso de producción de una hormona que produce varios
efectos.
En primer lugar es una hormona muy potente y estimulante que provoca un estado de nerviosismo, de ansiedad, el paciente “está acelerado”. El corazón sufre taquicardia, se produce sudoración, mal dormir, lo que le provoca una alteración de
su comportamiento habitual.
Y, por otra parte, produce una inflamación muy importante de los músculos que
mueven los ojos. Estos músculos están dentro de las órbitas, por detrás de los ojos.
Cuando se inflaman aumentan de tamaño y “expulsan” los ojos hacia fuera, hacia
delante. Entonces aparece la facies característica: cara de susto, de terror. Los ojos
están muy abiertos y muy saltones, sobresalen mucho. Parece que se salen de las
órbitas. Además los músculos, al estar inflamados, funcionan muy mal y hacen que
los ojos se tuerzan, como si tuvieran estrabismo. Y hacen ver doble.
Todo estaba aclarado. Maruja fue a un endocrino que le reguló el problema tiroideo. Nosotros le operamos el estrabismo. Los ojos volvieron a su sitio. Y la situación
se normalizó.
La pobre Maruja tenía cara de loca, pero no lo estaba. Tras los tratamientos mejoró su carácter y su cara. Una vez resueltos los problemas la vemos en revisión todos
los años. Somos amigos. Tenemos ya una importante colección de vasijas y botijos
de barro regalados con mucho cariño.
135
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Definitivamente hay que concluir. No podemos seguir enrollándonos. Mientras cierro el ordenador oigo comentar otra vez:
— Qué pena que se acabe. A mí me quedan algunas preguntas, doctor.
— Y a mí, ¿no tiene algún sitio, alguna página web o dirección de correo
donde pudiéramos hacerle las preguntas que nos quedan?
De nuevo, interviene el periodista:
— ¿Por qué no me da su correo electrónico?, puedo enviarle varias preguntas
más y las vamos publicando.
— Se me ocurre otra idea mejor, le contesto. Voy a hablar con mis compañeros catedráticos de las distintas universidades españolas y les plantearé que
escriban cada uno un cuento sobre uno de sus casos clínicos favoritos. Los publicaremos y así daremos a conocer la Oftalmología.
— Pues se van ustedes a forrar, porque a todo el mundo le interesa la salud
de sus ojos.
— Bueno, pues para que no haya dudas donaremos los beneficios a las ONG
de Oftalmología más representativas.
— Perfecto, le tomamos la palabra. Esperamos ver plasmada en un libro esta
conversación, sentencia con solemnidad el periodista.
— Lo prometo, respondo yo.
136
“El ojo clínico”
La visión del experto
“El ojo clínico”
La visión del experto
INTRODUCCIÓN
José Fernández-Vigo López
Lo prometido es deuda. Me fastidia faltar a mi palabra. Recuerdo con enorme
agrado aquel viaje tan especial. Cada vez que me subo a un tren, cada vez que
viajo, surge la imagen de aquella tertulia, del pasajero con miedo a la ceguera,
de su angustiada mujer, del pasajero-periodista, de la madre de los niños de la
tablet. Repito una y cien veces la historia del viaje en tren Madrid-Barcelona a
los amigos, a la familia, a pacientes, a todo el que me quiere escuchar. Me siento
en deuda permanente con ellos y conmigo mismo. Pero entre tanto congreso,
seminario, curso, consulta, quirófano, no es fácil encontrar un hueco; sin embargo, soy hombre de palabra. Adquirí un compromiso moral y tengo que
cumplirlo. Así que ¡manos a la obra!
Comienzo la quíntuple labor, a saber: transcribir la conversación, convencer
a los catedráticos, conseguir financiación, llegar a un acuerdo con la editorial y
contactar con las ONG.
La labor no es sencilla. Quizás la más difícil sea convencer a los catedráticos de que pierdan el sentido del ridículo, de que sean capaces de abrirse y
expresar sus sentimientos y exponerlos al público escribiendo su capítulo, su
caso clínico. Parafraseando una cita podríamos decir “Se necesita un gran coraje
para mostrar tus sentimientos a alguien más”; conseguirlo no ha sido fácil. Ha
sido notable la diferente respuesta. Algunos se han volcado desde el primer
momento, otros han sido reticentes, pero al final lo han conseguido. Otros no
han sido capaces. Ha habido catedráticos que media hora después de hablar
con ellos me enviaban su historia. Los ha habido que quisieron tirar la toalla
considerándose incapaces. Basada en nuestra amistad, mi insistencia llegó a
ser insoportable y, al final, el miedo se superó y escribieron historias preciosas.
Los ha habido que en este periodo han tenido problemas familiares graves,
compromisos científicos ineludibles, expediciones a África, todo tipo de tareas,
pero, como se puede comprobar, han respondido de forma espectacular.
Conseguir financiación no ha sido tarea fácil. La “maldita crisis” azota a todos
los estamentos. Muchas ONG han cerrado por falta de medios, sus fuentes, sus
recursos se han agotado. No hay medios, no hay dinero, ni público ni privado.
Y en estas condiciones yo le voy a pedir a la industria oftalmológica que saque fondos, no para publicitar sus productos en congresos, sino para escribir
un libro de pronóstico incierto cuyos beneficios se destinarán a ONG de lucha
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
contra la ceguera. Ciertamente, la sensibilidad de muchos de los responsables
de estas empresas ha sido loable.
En consecuencia, el objetivo de esta segunda parte del libro es conocer algunas de las enfermedades más frecuentes escritas por los catedráticos, las personas más cualificadas para explicarnos su experiencia con casos clínicos reales
que les han hecho pensar. Y los ponen a disposición de todos los que lo quieran
leer para reflexionar algo más sobre la vida y sobre los ojos.
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“El ojo clínico”
La visión del experto
1. El glaucoma
El glaucoma es una enfermedad caracterizada por un aumento de la tensión
ocular que provoca daño en el nervio óptico.
Este daño se manifiesta en forma de deterioro del campo visual, que representa la visión periférica del ojo, hasta llegar a producirse la pérdida completa
de la visión.
El paciente normalmente no nota nada hasta que la pérdida es muy grave. Y
en ese momento la situación ya es irreversible.
Hay varias formas de tratamiento. El tratamiento médico con gotas, el tratamiento con láser o la cirugía.
Para evitar la ceguera es fundamental:
1.- La prevención con controles periódicos de la tensión ocular en toda la
población por encima de los 40 años y especialmente en los casos donde haya
antecedentes familiares.
2.- Seguir el tratamiento médico propuesto por el oftalmólogo con absoluta
disciplina.
3.- En caso de que el tratamiento con gotas o con láser no sea suficiente
para controlar la tensión, aceptar la cirugía como única manera de evitar la progresión hacia la ceguera, sabiendo que la intervención solo consigue bajar la
tensión y con ello frenar la evolución, pero no recuperar visión.
Los relatos de nuestros expertos en glaucoma inciden en dos de los problemas: la imperiosa necesidad de cumplir con la pauta de gotas prescrita y la de
no ser cobardes demorando injustificadamente la cirugía.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
¿DÓNDE ESTÁN LAS GOTAS, MATARILE?
Prof. Manuel González de la Rosa
Universidad de la Laguna. Tenerife
Martes
— ¡María…! ¿Dónde están las gotas de los ojos?
— ¿Y me preguntas a mí? La última vez que las vi fue cuando las compramos en
la farmacia.
— Es que mañana tengo hora en el oculista.
— Mira a ver en el cajón de debajo, en la mesa de noche.
— Pues no. No están.
— ¿Y en el armario del cuarto de baño?
— Tampoco.
— ¿Has mirado junto al cepillo de dientes?
— ¿Qué cepillo?
— ¡Guarro…., qué eres un guarro!
Miércoles
— Tiene usted la presión ocular muy bien, pero el nervio óptico tiene signos de
que la atrofia continúa y el campo visual ha empeorado. ¿Cuándo se puso las gotas
la última vez?
— Anoche, como usted me dijo.
— ¿Y lo hace regularmente?
— ¡Claro! ¡Siempre… como usted me dijo!
142
“El ojo clínico”
La visión del experto
— Pues tendremos que operarle para intentar bajarle la presión un poco más.
Está claro que en su caso parecen intervenir otros factores que hacen que la presión
que nos habíamos planteado como objetivo resulte insuficiente.
— La verdad, doctor, es que me asusta un poco la operación. ¿Y si esperamos
unos meses más a ver si esto mejora?
— La pérdida de visión que produce el glaucoma es irrecuperable. Creo que tendrá usted que afrontar la realidad del problema y operarse.
Moraleja
El tratamiento médico del glaucoma solamente reduce la presión durante
unas horas. Si no se administra regularmente, la presión continúa actuando sobre el nervio dañándolo. Es un problema que sucede a largo plazo, pero no
llevar el tratamiento con rigor es casi lo mismo que no tener ninguno. Engañar
al oculista no sirve de nada. El que lo intenta se está engañando a sí mismo. La
intervención quirúrgica podría haberse evitado, y el oculista posiblemente lo
sospecha, pero en algunos tipos de pacientes puede ser la única opción con
garantías para preservar su visión.
143
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
JACINTO, MEJOR NO ARRIESGAR
Prof. Julián García Sánchez
Universidad Complutense. Madrid
Un día cualquiera del año 2003 se presenta Jacinto en la consulta. Nos cuenta
que está diagnosticado de glaucoma desde un par de años antes, que lo han venido tratando con diferentes colirios y que viene en busca de otra opinión pues se
encuentra algo desorientado y no tiene muy claro lo que tiene que hacer. Tenía 58
años de edad y, quizá por sus preocupaciones, aparentaba ser mayor.
Le explico que necesitamos hacerle una exploración completa, con campo visual
y otras muchas pruebas, algunas un poco molestas y fatigosas, pero todas necesarias para que al final, y en función de los resultados, podamos comentar las posibles
soluciones.
Jacinto, quizá saturado de tantas pruebas sufridas en la búsqueda de una solución, nos responde que, tal y como sospechábamos, está cansado de tantas y
tantas exploraciones sin que nadie le dé una solución satisfactoria y, dado que lo
único que pretende es una opinión, no ve por qué tenemos que repetir todas las
pruebas.
Dispuesto a dialogar, le pido que me enseñe las pruebas para valorar hasta qué
punto hay que repetirlas o si nos sirven las que trae para poder darle nuestra opinión, completando únicamente las que falten para una valoración más correcta y
así no fatigarlo tanto.
Muy a regañadientes nos confiesa que no tiene las pruebas y, por fin, consiente
en iniciar la serie de exploraciones: agudeza visual, campimetría, biomicroscopía,
gonioscopia, fondo de ojo, etc.
El resultado es un poco decepcionante pues salvo la agudeza visual y la biomicroscopía del segmento anterior, todo lo demás está seriamente afectado. En resumen, nos encontramos:
• Agudeza visual: 10/10 en ambos ojos, sin corrección óptica.
• Segmento anterior: normal.
• Fondo de ojo: severa atrofia del nervio óptico.
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“El ojo clínico”
La visión del experto
• Presión intraocular: ojo derecho de 18 mm Hg; ojo izquierdo de 19 mm Hg con
tratamiento máximo.
• Campo visual: afectación muy avanzada.
Con todos estos datos en la mano, le comentamos a Jacinto que, dadas las circunstancias, tenemos muy pocas alternativas, el tratamiento médico es prácticamente el máximo posible pues las pastillas únicamente se recomiendan para periodos cortos de tiempo, como por ejemplo para dar tiempo a hacer las pruebas a la
espera de una operación. El láser en una persona de su edad no suele ser suficiente
pues aun en el supuesto de ser eficaz, su efecto suele ser pasajero, por lo que pensamos que en su caso lo más recomendable es la cirugía y lo único que se puede valorar, de acuerdo con el cirujano, es qué tipo de operación se le puede realizar, pero, en
nuestra opinión, no se debe demorar mucho tiempo la solución pues la situación es
lo suficientemente grave como para tomar una decisión lo más pronto posible.
Jacinto, que probablemente había oído con anterioridad este mismo consejo,
con argumentos más o menos similares en boca de otros compañeros a los que había consultado previamente, suelta por fin la pregunta que tan celosamente había
reservado en la recámara desde que puso el pie en el hospital.
— Mire, doctor, efectivamente he estado en otros especialistas y unos opinan
como Vds., pero otros me aseguran que si sigo bien el tratamiento, sin olvidarme de
las gotas, puedo mantenerme como estoy, sin correr el riesgo de una operación que
nadie sabe cuál va a ser el resultado. Dicho de otro modo, doctor, ¿qué garantías me
dan Vds. de que voy a quedar bien y no voy a tener complicaciones? Cuando le hago
esta pregunta a los que opinan que me tengo que operar, todos coinciden en que no
se me puede garantizar absolutamente nada.
La esposa, que le acompañaba y se había mantenido expectante hasta ese instante, apostilla:
— Comprenderá, doctor, que siendo la vista algo tan delicado, no pueden pretender
que Jacinto consienta en operarse sin unas claras garantías de que todo va a salir bien y
por cierto, doctor, ¿ha leído Vd., el documento que hay que firmar consintiendo la operación? ¿Cree que alguien con su sano juicio es capaz de firmar eso?, así que haga el favor
de decirnos claramente qué clase de garantías nos dan Vds. Pues, si como dicen, en este
hospital hacen las cosas tan bien, se supone que nos podrán asegurar que todo irá bien.
Aunque contra ese tándem la empresa era de gran dificultad, dado que a lo largo
de los años había tenido que contestar a esa misma pregunta cientos o quizá miles
de veces, sin dudar ni un segundo la respuesta les digo:
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Efectivamente, los compañeros que le han recomendado la cirugía no les han
engañado, las operaciones de glaucoma ni garantizan el resultado ni la falta de
complicaciones y también es cierto lo que dice el documento del consentimiento de
que es posible hasta perder el ojo. Sin embargo, ya que me piden una garantía se la
voy a dar, incluso por escrito si lo desean: “Les garantizo que si Jacinto no se opera
en un plazo razonable de tiempo se va a quedar ciego”.
Jacinto, que ya había tomado previamente la decisión de “no arriesgar”, toma la
palabra para hacerme una nueva pregunta:
— ¿Y si tienen razón los doctores que opinan que haciendo bien el tratamiento
me voy a mantener con la vista que tengo y que, si en algún momento vemos que
todo se tuerce, estoy a tiempo de operarme, asumiendo el riesgo cuando ya está
todo perdido?
Todo el arsenal de argumentos, que tan útiles nos habían sido en otros casos,
mencionando la irreversibilidad de las lesiones, la progresión lenta, que uno no nota
cómo va perdiendo vista, la opinión de otros compañeros expertos en glaucoma
visitados anteriormente, que esperar la llegada a la situación límite carece de lógica
pues no se puede recuperar la vista, que, sin ninguna duda, va a ir perdiendo, que
el hecho de haber tenido ya que recurrir a las pastillas supone que la tensión ya ha
superado en ocasiones el nivel de tensión seguro, etc., se estrellan contra el frente
común del matrimonio, que se aferra una y otra vez al argumento de “la falta de
garantías”.
Jacinto y su esposa se van y nos quedamos con el desconsuelo de no haber sido
capaces de encontrar ni los argumentos ni las palabras adecuadas, de no atinar con
ese sonido subliminal que sin saber cómo ni por qué, en la mayoría de las ocasiones,
somos capaces de hacer llegar a algún lugar recóndito del cerebro del paciente o del
familiar, que les hace cambiar de “chip” y les hacer asumir los riesgos y las inseguridades de la cirugía como algo natural a pesar de la falta de garantías.
Tras dos o tres años de silencio, sin noticias, un buen día Jacinto aparece de nuevo
acompañado de su esposa, que le va ayudando a caminar y lo dirige hasta la silla,
ayudándole a sentarse. Les pregunto el motivo de la visita, pues era evidente que se
había quedado ciego, imaginando que quizá tenía dolores o efectos secundarios
adversos por una medicación que ya era inútil. Tras un breve silencio, como si estuviese pensando lo que venía a decir, habla Jacinto:
— Doctor, vengo a darles la razón, Vds. me habían garantizado que si no me operaba me quedaría ciego y, efectivamente, así ha sido, desde hace unos meses ya no
veo nada, creo que ni siquiera distingo ya la luz, aunque a veces creo verla un poco...
146
“El ojo clínico”
La visión del experto
Bueno, la realidad es que tal y como me aconsejaron algunos de sus compañeros,
que opinaban que me operase cuando ya no hubiera nada que perder, voy a seguir
la recomendación y ya vengo dispuesto a dejarme operar, pues ya no me puedo
quedar peor de lo que estoy.
Sentí una profunda tristeza, por una parte me dolía el no haber sido capaz de
convencerles, por otra me frustraba no haber podido o sabido, a pesar de nuestros
esfuerzos, hacerles entender que la operación tenía que haberse realizado mientras
se conservaba algo de visión para tener sentido, pues, en contra de lo que les habían
hecho creer esos compañeros de los que se habían fiado, cuando ya “no hay nada
que perder”, nosotros tampoco tenemos “nada que ofrecer”, pues en esta enfermedad, no es como en las cataratas, lo perdido no se puede recuperar. Nos había fallado el “sonido” que se transmite acompañando la información y, lamentablemente,
o bien nosotros no lo enviamos adecuadamente o los receptores del matrimonio
estaban bloqueados; en cualquier caso, nos apuntamos un fracaso, quizá compartido con Jacinto y su esposa, pero un fracaso al fin y al cabo.
Moraleja
El verdadero riesgo, en muchas ocasiones, consiste precisamente en “no
arriesgar”. Quizá la vida y, ¿cómo no?, la Medicina consiste en asumir cada día
riesgos, incluso mucho más allá de la evidencia; si tropezamos nos levantamos,
si nos damos de bruces contra un muro, lo derribamos o lo rodeamos, siguiendo siempre el camino que nos hayamos trazado. Todo es válido con la condición de no quedarnos parados.
147
“El ojo clínico”
La visión del experto
2. Infecciones e inflamaciones intraoculares
Hay un grupo de enfermedades caracterizadas por la aparición de infecciones e inflamaciones en el ojo. Su gravedad es muy variable según se afecte el
ojo por dentro o por fuera: las infecciones externas, como las típicas conjuntivitis, suelen ser muy leves; por el contrario, las intraoculares pueden ser muy
graves, de hecho, hay infecciones intraoculares que pueden provocar, no solo
la pérdida de visión, sino también la pérdida del ojo en 48 horas.
Las causas son muy variadas. Las conjuntivitis infecciosas más frecuentes son
como “catarros” que afectan al ojo y pueden ser bacterianas, víricas…, las hay
también inflamatorias, de las que las más conocidas son las conjuntivitis alérgicas. Estas conjuntivitis generalmente curan en unos días y su tratamiento son
colirios de antibióticos, antiinflamatorios o antialérgicos. Por el contrario, las
afecciones intraoculares suelen ser muy graves. Las hay infecciosas, que suelen
ser gravísimas, o inflamatorias, que no son tan graves aunque suelen ser crónicas y pueden afectarte durante toda la vida apareciendo en forma de brotes,
se las conoce como uveítis y suelen estar relacionadas con procesos como los
reumatismos y otras enfermedades generales autoinmunes.
Sin duda, las más graves son las infecciones intraoculares. El profesor Díaz
Llopis, catedrático de la Universidad de Valencia, es un reconocido experto en
infecciones e inflamaciones intraoculares. Nos expone su caso clínico favorito
referido a una paciente muy complicada en la cual se mezclan infecciones sucesivas de varias causas por una disminución de las defensas del organismo.
Entre ellas una infección provocada por el VIH, virus del sida, y por un parásito
intraocular, el toxoplasma, que procede de la poca higiene, de la ingesta de
carne cruda o poco cocinada o de agua contaminada y de los animales domésticos, como los gatos, que suelen transmitir la infección a través de las heces. La
infección tanto del VIH como del toxoplasma puede ser mortal y afecta, como
decíamos antes, a personas con déficit de inmunidad.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
YABO
Prof. Manuel Díaz Llopis
Universidad de Valencia
La tranquilidad de un sueño conciliado durante una noche de guardia en el Hospital La Fe de Valencia se vio interrumpida por la visita de una urgencia… eran las
cuatro de la mañana. Una pequeña joven de color no había podido venir antes de
esa hora porque su trabajo no se lo permitía. Yabo era camarera de un bar de copas.
Desde hacía días no veía bien por su ojo derecho.
En realidad no veía nada. Apenas era capaz de identificar el movimiento de la
mano frente a su ojo derecho. Pero por suerte su ojo izquierdo sí tenía una visión
normal. Todo su ojo derecho tenía signos de gran inflamación. Yabo era natural
de Guinea Ecuatorial y tenía veintiocho años de edad. Cuando llegó a España, tres
años antes, tuvo que dedicarse a la prostitución. Todos los detalles de su historia
personal hacían sospechar alguna enfermedad de transmisión sexual.
Tuve que ponerle gotas en el ojo para dilatar la pupila y poder examinar el aspecto de la retina. Pero era imposible. La inflamación dentro del ojo impedía percibir
algún detalle. Pero una cosa sí se vislumbraba… una imagen de “faro en la niebla”
que en los libros se describe como propia de la toxoplasmosis. ¿Sería una toxoplamosis ocular?
Para confirmarlo sacamos sangre a Yabo. Además de los anticuerpos frente a
toxoplasma, también decidí hacerle un estudio de enfermedades de transmisión
sexual que podrían afectar al ojo: sífilis y sida. Pero mientras esperábamos los resultados, lo mejor parecía ser empezar a tratarla como si fuera una toxoplamosis
ocular.
Mejoraba cada día. Ya se podía ver el fondo de ojo. Y ahora sí podía pensar que
realmente era una toxoplasmosis porque se veía la típica lesión bien delimitada por
un borde negro con centro blanquecino. Lo que me inquietaba era que la lesión estaba justo en el centro de la retina, en la mácula. Yabo preguntaba si podría volver a
ver. Ella y yo sabíamos que nunca más vería bien con ese ojo. Se preguntaba si venía
todo de su época de prostituta, a lo que se vio obligada por su falta de recursos. Pero
la toxoplasmosis no es una enfermedad sexual; así es que no, no era por eso.
Mientras seguía mejorando la inflamación, llegaron los resultados de las pruebas
de infecciones: no tenía sífilis pero sí tenía sida. Al final posiblemente aquella época
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“El ojo clínico”
La visión del experto
de la que Yabo no quería ni acordarse sí tenía la culpa de lo que la pasaba. Gracias
a la infección de su ojo se pudo diagnosticar pronto su sida. Ella no se creía que estuviera infectada por el VIH. Se encontraba bien… salvo por el ojo. Y el ojo era toxoplasmosis, que no era por “aquello”. No quería tomar medicamentos para el VIH.
Fui con ella a hablar con la doctora especialista en enfermedades infecciosas. Le
intentamos convencer de lo importante que era que se tratara. Pero ella estaba segura de que nos equivocábamos. Yabo había visto morir en Guinea a amigos suyos
infectados con el VIH y a ella no le pasaba nada de lo que vio. Desapareció sin contestar a las llamadas de teléfono.
Pero volvió dos meses más tarde. El ojo se había puesto peor. Yabo había dejado
de tomar los medicamentos para tratar su toxoplamosis ocular. Se encontraba mal
en general. Tenía fiebre por las noches. Y de nuevo no veía absolutamente nada por
su ojo derecho. Hablé con ella. Le expliqué que el sida no tenía que matarla si ella no
quería. Que los medicamentos contra el VIH podían evitarle acabar como sus amigos de Guinea. Accedió a volver a hablar con la doctora especialista en infecciones,
que le recetó el tratamiento del sida y Yabo aseguró que lo tomaría. Y así lo hizo.
Tras muchos controles y analíticas, cinco años más tarde Yabo volvió a una revisión. Su enfermedad estaba controlada. Y Yabo estaba embarazada. Podría tener a
su bebé. Gracias a seguir las órdenes de sus médicos y confiar en ellos, salvó su vida
y pudo seguir adelante y formar una familia. Al final, Yabo nunca volvió a ver bien
con su ojo derecho, pero gracias a eso Yabo sigue viviendo en Valencia hoy en día
con una preciosa niña: Sofía.
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“El ojo clínico”
La visión del experto
3. Aparato lagrimal
La lágrima es uno de los mecanismos de defensa de los que dispone el ojo.
Tiene múltiples funciones: por una parte, la protección de la superficie ocular
de infecciones y agresiones externas y, por otra, la nutrición y lubricación de la
córnea y la conjuntiva. Por ello resulta muy importante para el ojo.
La lágrima se produce y se elimina constantemente. Hay un aparato productor compuesto por la glándula lagrimal principal y múltiples microglándulas
accesorias, y un aparato excretor compuesto por las vías lagrimales, una especie de conductos ubicados en los párpados por donde se evacúa la lágrima
residual.
Cuando se obstruyen los conductos de salida, se produce el molesto lagrimeo.
Cuando se reduce la producción de lágrima, se produce la sequedad ocular.
Un cuadro clínico extraordinariamente común, que puede ser muy grave y que
siempre resulta enormemente molesto, hasta llegar a alterar significativamente
la calidad de vida del paciente.
El profesor Benítez del Castillo es un consumado investigador clínico de la
superficie ocular y del aparato lagrimal, y nos relata la historia de María para que
comprendamos los problemas relacionados con la sequedad ocular.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
EL OJO QUE NO LLORA
Prof. José Manuel Benítez del Castillo Sánchez
Universidad Complutense. Madrid
Érase una vez María, una señora de 64 años que apareció en mi consulta un día
de noviembre de hace unos cuantos años. Venía acompañada por su marido, Juan,
un bancario de aproximadamente su misma edad. Les hice pasar a la consulta e
inmediatamente ella me espetó:
—Doctor, no tengo ninguna fe en que me vaya a curar.
Entonces, pensé, ¿para qué habrá venido?
Continuó:
— Pero quiero intentar que me libere del infierno que vengo padeciendo desde
hace más de seis años.
Me contó que había visitado a más de diez oftalmólogos e incluso algún oculista.
Le expliqué que los oftalmólogos eran iguales que los oculistas, diferentes palabras,
de origen griego y latino respectivamente, para una misma profesión. Y que otra
cosa eran los ópticos optometristas.
Ni me contestó, de inmediato abrió una bolsa llena de colirios (más de veinte) y
extrajo de su bolso un trozo de papel con una lista de múltiples lágrimas artificiales
que había empleado sin resultado alguno. Comencé a preguntarle por sus síntomas
(la historia clínica es la parte más importante de la exploración médica y no podía
ser menos en Oftalmología). Me contestó, no sin cierto recelo, que tenía sensación
de arena en los ojos, sequedad, escozor y ardor que aumentaba según pasaban las
horas del día. Le dije que eso era típico de los ojos secos, su enfermedad, ya que la
producción lagrimal disminuía según avanzaba el día.
— Eso ya me lo han dicho varios colegas suyos. Pero nadie da con la solución.
Aquí está la primera lección, el paciente tiene que saber que, en la actualidad, el
ojo seco es una enfermedad crónica que no tiene cura pero sí alivio sintomático.
Se quedó sorprendida, eso no se lo había dicho nadie y siempre buscaba la “bala
mágica”, una medicación que acabara de una vez por todas con sus síntomas y, al
no encontrarla, le generaba ansiedad.
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“El ojo clínico”
La visión del experto
Me dijo, además, que tenía que hacerse unas nuevas gafas de cerca, que ya no
leía bien con las que tenía. A mi pregunta de que si parpadear mejoraba su visión
de cerca, su respuesta fue que sí, pero solo unos segundos. Le expliqué que ese problema era también por el ojo seco, que si fuera por unas gafas inadecuadas no mejoraría con el parpadeo. Por otra parte, empleaba un colirio para el tratamiento del
glaucoma que usaba dos veces al día.
Posteriormente, le pregunté por sus síntomas y medicaciones generales.
— ¿Y eso qué tiene que ver con los ojos?
Le dije que existían muchas causas de ojos secos, unas locales y otras generales.
Dentro de las locales estarían la blefaritis (inflamación del borde de los párpados) y
la conjuntivochalasis (exceso de conjuntiva), y dentro de las generales encontraríamos determinadas enfermedades reumatológicas, hipertiroidismo y diabetes. Me
contó que además tenía la boca seca y, en voz baja, que tenía sequedad de todas
las mucosas, incluyendo la vaginal. Era hipertensa y para ello usaba diuréticos, además, para el estrés que le generaba la enfermedad de los ojos, tomaba ansiolíticos
(benzodiacepinas). Le dije que ambos fármacos producían sequedad de ojos y que,
por lo tanto, no eran lo mejor para ella, que hablase con los especialistas que se los
habían recetado para intentar ajustarlos o sustituirlos por otros.
Le pedí unas pruebas para descartar enfermedades sistémicas que se relacionan
con el ojo seco.
Al cabo de unos días acudió con el diagnóstico de síndrome de Sjögren, infrecuente enfermedad general que se relaciona con ojo seco, boca seca y otras sequedades.
Le instauré tratamiento con lágrimas artificiales sin conservantes (los conservantes son tóxicos para la superficie ocular y deben evitarse en enfermedades de
tratamiento prolongado como el ojo seco), además sustituí su colirio conservado
del glaucoma por otro sin conservantes, añadí limpieza palpebral y colirios antiinflamatorios (alguno de formulación magistral, como la ciclosporina, ya que no
existe en España), ya que hoy en día sabemos que el ojo seco es una enfermedad
inflamatoria, al menos en parte, de la superficie ocular y, por lo tanto, debe ser tratada con antiinflamatorios. Además le mandé un secretagogo oral, una sustancia
que hace que otra sea liberada, específico para el síndrome de Sjögren que ella
padecía.
Al cabo de unas semanas la paciente volvió a la consulta. Se la veía más tranquila. A mi pregunta de que cómo se encontraba, respondió:
155
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Mejor, aunque tengo días, pero por fin sé que no tengo que esperar curación,
pero sí mejoría de mis síntomas y de mi calidad de vida.
Los pacientes con ojo seco tienen mala calidad de vida. Se ha visto que los pacientes con ojo seco leve tienen una calidad de vida similar a la de los pacientes con psoriasis, y los pacientes con ojo seco moderado tienen una calidad de vida equivalente
a pacientes con angina de pecho moderada.
Los americanos emplean la palabra “miserable” para calificar la calidad de vida
de los pacientes con ojo seco, ya que no pueden hacer aquellas tareas en las que
debemos fijar la vista como el uso del ordenador, leer, ver la televisión y conducir.
El que no tenga cura es lo mismo que ocurre en otras muchas enfermedades relacionadas con la edad, como la hipertensión arterial y la diabetes, en las que el
tratamiento es para siempre. El ojo seco es más común con los años y además es
más frecuente en mujeres (las hormonas masculinas protegen del ojo seco).
Tras la exploración, pude comprobar que su superficie ocular estaba mejor y pude
implementar otras medidas para el tratamiento del ojo seco, y así lograr que la paciente
tuviera más días buenos que malos. Los días malos se relacionan con ambientes secos,
con humos y con el empleo de aires acondicionados; la humedad ambiental, al disminuir la evaporación de la lágrima, mejora los síntomas del ojo seco. Para ello, le puse
unos tapones en los puntos lagrimales (que retendrían la poca lágrima que ella tenía).
Al terminar, la paciente se fue más feliz, se sentía comprendida y sabía lo que le pasaba.
A la salida, el marido, Juan, que hasta entonces no había dicho nada, me llevó a
un rincón y me agradeció el tratamiento con el secretagogo oral ya que habían mejorado sus relaciones amorosas. Dicho medicamento, si bien tiene una efectividad
reducida en la producción de lágrima y algunos efectos adversos, resulta efectivo en
la producción de saliva y otras secreciones.
Moraleja
Como moraleja de esta historia real, pienso que debemos escuchar a los pacientes más de lo que habitualmente hacemos, y en el caso de los enfermos con
ojo seco, la enfermedad oftalmológica más frecuente, explicarles la naturaleza
crónica de su enfermedad e intentar mejorar la calidad de vida de los mismos con
todas las opciones terapéuticas disponibles, no solo con las lágrimas artificiales.
PD. Los pacientes con ojo seco también pueden relatar que tienen los ojos
llorosos (pero eso sería motivo de otra historia).
156
“El ojo clínico”
La visión del experto
4. La córnea
La córnea es la capa transparente que recubre la parte anterior del ojo. Tiene
forma de lente de contacto. Ella misma es una lente muy potente que sirve para
enfocar las imágenes que llegan del exterior, hacerlas converger y “meterlas”
dentro del ojo. Su capacidad de enfoque es enorme ya que equivale a una lente
de una potencia de 45 dioptrías.
Los problemas de la córnea proceden de dos tipos de procesos fundamentalmente. Cuando la córnea deja de ser transparente y se hace total o parcialmente opaca, y cuando se deforma, con lo que se transforma en una lente irregular
que produce una imagen igualmente irregular. En ambos casos se produce una
severa pérdida de visión.
Las causas que opacan la córnea son muy variadas: infecciones, inflamaciones, traumatismos, quemaduras, degeneraciones…, y las que deforman la
córnea, al margen de las mencionadas, unas enfermedades de características
genéticas, conocidas con el nombre de queratocono.
La ventaja de la córnea es que puede ser trasplantada, tanto total como parcialmente. Así pues si la patología es suficientemente intensa como para provocar pérdida de visión, siempre hay una solución. Es una forma de ceguera que
consideramos reversible.
Los profesores Barraquer Moner y Durán de la Colina son excelentes cirujanos
expertos en córnea. El profesor Barraquer es un referente mundial en el trasplante de córnea desde hace muchos años y el profesor Durán, un estudioso
del queratocono desde hace décadas.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
FE, CONFIANZA, DISCIPLINA, FIDELIDAD, ALTRUISMO,
PERSEVERANCIA
Prof. Joaquín Barraquer Moner
Universidad Autónoma. Barcelona
Nos situamos a mediados de la década de los 60. Nuestra protagonista, una paciente que nació el mismo año que yo: 1926. ¿Casualidad?
Al igual que muchos de los pacientes que acuden a la consulta, nuestra protagonista, a quien le vamos a poner el seudónimo de “FE”, venía de lejos, tenía que
cruzar más de 350 km para venir a buscar nuestra opinión, cuando en los años 60
las distancias no se recorrían con las mismas facilidades que en la actualidad, ya
que no se disponía de vías rápidas, ni de trenes de alta velocidad, ni el uso del avión
estaba al alcance de todos.
Era mucho el tiempo que debía dedicar al viaje para llegar a destino, un viaje que
no siempre era rápido ni cómodo y, sobre todo, tenía que calcular el tiempo que
debía permanecer en el destino, que suponía un largo periodo de ausencia de su
hogar, lejos de la familia.
Era una joven de 38 años con muy baja visión a causa de un trastorno corneal
tipo queratocono con lesiones de vértice. FE era silenciosa, reservada, con mirada
apenada, pero con esperanza. Tras la exploración general y oftalmológica pertinente efectuada por los especialistas del Centro, se le propuso llevar a cabo un trasplante de córnea en ambos ojos. Era una técnica casi desconocida para el gran público
pero era la única alternativa que le podía permitir mejorar su visión, y que en aquel
entonces podía llegar a requerir un ingreso hospitalario de casi dos meses, si todo
iba bien.
La paciente regresó a su ciudad llevándose con ella nuestra opinión y propuesta.
A los dos meses y medio, vuelve con la decisión ya tomada, nerviosa -¿quién no
lo está ante una intervención?-, pero preparada para llevar a cabo su objetivo, recuperar la calidad de visión. Fue ese momento en el que las circunstancias la hicieron
ser receptora de una de las córneas del Prof. Ignacio Barraquer Barraquer, oftalmólogo, hijo y padre de oftalmólogos. Era un jueves, el 13 de mayo de 1965. Hacía unos
instantes que D. Ignacio había fallecido, era mi padre, mi maestro, mi instructor,
quien me había enseñado el significado de la vida, de la ilusión, del perseguir los
sueños, los propósitos y no desistir. Su pasión por su trabajo, por la Oftalmología y
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“El ojo clínico”
La visión del experto
por ayudar al prójimo, no solo estuvo presente durante su existencia, sino incluso
una vez fallecido.
No solo fue una referencia para mí, sino para todos y cada uno de los que pasaron por su consulta, por su vida; personas conocidas, anónimas, pero todos importantes y únicos para él. Así quedó demostrado públicamente en la ceremonia de su
funeral.
Su última voluntad fue dictada y ejecutada. Dejó dicho que le fueran extraídas sus
córneas para ser donadas y así fue, cuando no habían pasado ni ocho horas de su
defunción, personalmente, cuando aún estábamos velando su cuerpo, llevé a cabo
la extracción pertinente para practicar dos trasplantes de córnea: uno, en uno de los
ojos de la joven FE; y el otro, a un joven de origen árabe, a quien perdimos el rastro
al cabo del tiempo.
FE era de pocas palabras, pero su mirada cambió cuando a los dos meses de recibir
la córnea, y haber seguido una estricta pauta medicamentosa tanto tópica como
general y un control exhaustivo de la evolución, constató a través de su ojo izquierdo
que de ver de lejos menos del 1 % con la máxima corrección posible con gafas, pasó
a ver un 40 % con una mínima corrección con gafas. Las manchas y la borrosidad,
que en aquel entonces habían dominado su día a día, se transformaron en formas y
siluetas. Volvía a ver las caras y a reconocer a las personas como antaño.
Fue una paciente fiel, constante, siempre pendiente de sus ojos y siguiendo los
controles periódicos y tratamientos pertinentes de forma estricta y sin excusa alguna que lo impidiera.
Al cabo de menos de dos años se programa la cirugía para su otro ojo, el derecho, con lo que regresa a Barcelona para llevar a cabo el trasplante de córnea en
el momento que se recibiese una donación óptima para su caso. Y, una vez más, la
coincidencia vuelve a aparecer en su vida, acababa de fallecer un gran amigo, doctor y colaborador del Prof. Ignacio Barraquer Barraquer con quien había trabajado
codo a codo desde sus inicios en la especialidad, y que fue el donante para el ojo
derecho de FE.
Hay quien cree en casualidades, y hay quien no, esto lo dejamos a criterio de cada
uno, pero a FE la vida la puso en nuestro camino, o a nosotros en el suyo, y su fidelidad, no solo a nosotros, sino a sus ojos, a su deseo de ver, y su constancia y disciplina,
le permitieron conservar su visión hasta edad avanzada.
A sus 43 años de edad, cuando ya habían transcurrido tres años de la segunda
intervención, FE veía de lejos con su ojo derecho un 55 % y, con su ojo izquierdo, un
159
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
60 %, con solo añadir una mínima corrección con gafas. De cerca alcanzó a tener
una visión del 100 % sin corrección.
A sus 70 años y todo un camino vivido mantenía una visión del 25 % en su ojo
derecho y de un 35 % en el izquierdo.
Cabe decir que a medida que fueron pasando los años se fueron sumando otras
patologías tanto a nivel general como oftalmológicas.
Se le diagnosticó glaucoma, patología que en muchas ocasiones es silenciosa y
que gracias a controles rutinarios se puede diagnosticar a tiempo y pautar tratamiento. Esta patología debe seguirse de forma estricta ya que, si no es así, tenemos
la seguridad de que cualquier alteración no controlada puede afectar al campo visual, reduciéndolo con rapidez a consecuencia del daño irrecuperable que origina
la presión intraocular elevada en el nervio óptico. Otra patología diagnosticada fue
la diabetes que, como todos sabemos, puede afectar a todos los órganos del cuerpo,
entre ellos a los ojos, que si no se controla tanto a nivel general como local puede
generar un daño irreversible en la retina. Y cómo no, apareció la catarata en ambos
ojos, para lo que siguió pauta preoperatoria teniendo presente antecedentes, se extrajeron los cristalinos cataratosos y, en su lugar, se implantaron las lentes intraoculares correspondientes a las necesidades de cada ojo.
Cuando llegó el momento en el que su salud general le redujo su movilidad, impidiéndole el poderse desplazar, su marido nos escribió para pedir consejo. Fuera
como fuera, por poco que fuera, su fe y su constancia le permitieron mantener la
visión a pesar de las diversas patologías que le fueron siendo diagnosticadas.
FE puso en práctica lo que el Prof. Ignacio Barraquer Barraquer nos enseñó, no te
rindas, sigue siempre adelante, sé constante y seguro que llegarás. Su decisión y su
comportamiento ante las circunstancias de su vida le permitieron recuperar la alegría y la felicidad. Su visión le permitió realizar sus quehaceres habituales y disfrutar
de su familia hasta edad avanzada. Sin rendición.
El Prof. Ignacio Barraquer Barraquer fue un ejemplo de bondad. En este caso era
un hombre conocido internacionalmente, pero no olvidemos que hay otros miles
y miles de donantes en el mundo entero que aun siendo anónimos son únicos y
excepcionales para el receptor, a quien gracias a un gesto altruista de un dador su
vida recobra luz.
Y os dejo con la frase con la que concluyo siempre mis conferencias: “El camino
que ilumina la fe nos lleva a la gloria con paz, serenidad y amor”.
160
“El ojo clínico”
La visión del experto
EL A3 DE GABRIEL
Prof. Juan Durán de la Colina
Universidad del País Vasco
Entró en el concesionario con las ideas claras y los labios sonrientes. Desde la
primera vez que lo vio, Gabriel sabía que ese era el coche que quería tener. Había
terminado su residencia de Anestesia hacía dos años y en ese tiempo su trabajo y
su sobriedad le habían permitido ahorrar lo suficiente para poder satisfacer su primer gran capricho. De una familia modesta, sabía también que era una forma de
demostrar a sus padres que los esfuerzos tenían al fin una recompensa. A pesar de
los problemas visuales, las lentes de contacto habían permitido a Gabriel obtener el
carné de conducir. Otro sueño conquistado: conducir, hacer lo que para cualquier
persona era normal. Por fin tenía su A3 y no podía ni quería evitar mostrar su satisfacción.
Ansiaba que llegara el fin de semana. No veía el momento de aparecer por el pueblo y que todos conocieran la noticia: Gabriel se había comprado un A3. Su alegría
solamente se perturbaba por el hecho de que su visión mermaba mucho por las noches o los días de lluvia. Con las gafas no se arreglaba bien y no toleraba las lentillas
todo el día. Las noches de guardia no las podía usar y solo, gracias a su habilidad
y a los trucos adquiridos con inteligencia, desarrollaba su trabajo sin incidencias ni
riesgos.
A las pocas semanas del gran acontecimiento, su compañero Pablo le llamó: estaba de guardia y con tremendo trancazo. “¿Me puedes sustituir?” Eso no era un
problema para Gabriel, su trabajo le gustaba y no podía negarle el favor a su amigo
y compañero. Comenzaba a anochecer y estaba sin lentillas pero no importaba. Se
sentó al volante de su A3 ya que a pesar de su limitada visión pensaba que podía ir
al hospital con los ojos cerrados. Al doblar por la primera esquina apenas tuvo tiempo de distinguir en el paso de cebra una sombra que apareció justo delante de él.
Tras el frenazo, la mirada de un niño, paralizado a pocos centímetros del coche, que,
como una visión, desapareció de su campo visual a los pocos segundos. Un bocinazo le devolvió a la realidad. Temblando, Gabriel prosiguió lentamente su camino al
hospital, aparcó y se alejó del coche sabiendo que no podía conducirlo más.
“Ya lo hemos hablado, Gabriel. El problema es que tu queratocono está muy
avanzado en ambos ojos y, en tu situación, solamente queda la opción del trasplante de córnea”. Eso, que ya lo había oído varias veces, le decía a los pocos días
del incidente con el coche cuando me vino a visitar, compungido. El diagnóstico de
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
queratocono había sido hecho poco tiempo después de comenzar sus estudios de
Medicina. Se había iniciado como una miopía que cada vez resultaba más difícil de
corregir con gafas. Encima, se añadía un astigmatismo que dificultaba el uso de sus
lentes de contacto blandas. Por medio de una topografía corneal se pudo confirmar
el diagnóstico: las córneas mostraban una deformidad típica que no dejaba lugar
a dudas. El impacto que supuso pasar de tener miopía a sufrir una deformidad corneal hizo que en esos momentos se planteara cambiar los estudios. Recobró cierto
ánimo tras la adaptación de lentes de contacto rígidas permeables, que no sin ciertas dificultades le permitió recuperar tanto una buena visión como la confianza.
Pero la enfermedad progresaba. La córnea se hacía más cónica, su calidad visual
con las gafas se reducía y le obligaba a cambios de las lentillas, cada vez más complejos y peor tolerados. Además, por aquella época sufría enormes picores oculares
y, a pesar de las advertencias y de los colirios, había momentos en que necesitaba
frotarse los ojos agresivamente.
“Las otras opciones de tratamiento no están indicadas”. Es una pena que no existiera el “crosslinking” en aquel momento porque se podrían haber reforzado las
córneas y reducido el riesgo de progresión. “Tampoco se pueden introducir anillos
porque actualmente las córneas están muy finas, demasiado deformadas y presentan opacidades”. “Gabriel”, le decía, “convéncete, el trasplante es la mejor opción a tu
problema corneal. La tasa de éxitos en estos casos es muy alta y hoy en día la técnica
permite mantener tus células originales, lo que hace casi imposible el rechazo”.
A los pocos días me confirmo su decisión de operarse. Bien mirado, se trataba de
un procedimiento con anestesia local, sin ingreso y con oclusión del ojo durante 24
horas, sin apenas molestias y la aplicación de un colirio como tratamiento postoperatorio. En unas semanas le realicé el trasplante en su ojo derecho. En pocos días
ya notaba la mejoría visual y poco más tarde se reincorporaba al trabajo. Estaba
entusiasmado. Así que antes de los seis meses le hice el trasplante en el otro ojo.
Las gafas le permitían una visión muy aceptable y, en cuanto a las lentillas, aquello
era otra cosa: la adaptación volvía a ser sencilla y las podía portar durante largos
periodos sin problemas.
Gabriel se sentía curado, recuperaba la normalidad, esa sensación que uno apenas recuerda cuando la pierde. Pero lo que de verdad, de verdad le satisfacía, era
volver a conducir su A3.
El queratocono es una deformidad de la córnea, normalmente bilateral, que se
inicia como miopía y astigmatismo generalmente durante la segunda década
de la vida. La causa no está bien aclarada pero se asocia a menudo a alergia, y el
frotamiento ocular puede influir en su empeoramiento. Para evitar la progresión,
además de tratar la alergia ocular, se puede emplear la técnica “crosslinking”, que
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“El ojo clínico”
La visión del experto
consiste en la aplicación de una sustancia en la córnea, que se activa por medio de
luz ultravioleta. El objetivo es endurecer la córnea. Las lentes de contacto rígidas
compensan la deformidad corneal y ofrecen una calidad visual muy buena, pero su
adaptación y tolerancia no siempre es posible.
En fases de más estabilidad, siempre que el proceso no esté muy avanzado, se
pueden introducir anillos o segmentos en la córnea. Estos actúan regularizando la
óptica corneal y, por lo tanto, la visión. Cuando todo lo anterior no es posible, como
ocurre en el caso de Gabriel, se ha de plantear una queratoplastia o trasplante de
córnea. Actualmente la técnica permite separar y conservar la capa más profunda
de la córnea, precisamente la que contiene las células propias. De esta forma, es
menos probable el rechazo, si ocurre es menos agresivo, reacciona mejor al tratamiento y ya no supone un riesgo de fracaso de la intervención. El pronóstico visual
de Gabriel es, por lo tanto, muy bueno a largo plazo y esperamos que pueda seguir
conduciendo toda su vida.
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“El ojo clínico”
La visión del experto
5. Neurooftalmología
La neurooftalmología es una subespecialidad de la Oftalmología que linda y
colabora con la neurología.
Su objetivo preferente son las enfermedades del nervio y de la vía óptica, la
estructura que une el globo ocular con la corteza cerebral y que transmite la
información recogida por el ojo para ser distribuida en todos los centros cerebrales relacionados con la visión.
Las enfermedades degenerativas, las infecciones e inflamaciones del nervio óptico, sus tumores y accidentes vasculares son las enfermedades más frecuentes. Casi
todas estas enfermedades son muy graves y a la pérdida de visión se asocian complicaciones neurológicas. El profesor Miralles de Imperial, de la Universidad de Murcia,
en colaboración con el doctor José Javier García Medina, del Hospital Princesa Sofía,
nos presentan un caso sorprendente de complicaciones tras un ictus cerebral.
Dentro del grupo de enfermedades neurooftalmológicas se esconden un grupo de pacientes que presentan una patología inexistente, es decir, son simuladores. Pacientes que sin presentar enfermedades simulan padecerlas, algunas
veces con una capacidad de engaño, con un realismo, verdaderamente impresionantes. Hasta que detectamos la simulación, la situación es agobiante para la
familia y para el médico, ya que suele parecer una enfermedad muy severa en la
cual no se encuentran las posibles causas. Se realizan todo tipo de pruebas y exploraciones siempre con resultados negativos. Recuerdo el caso de un niño que
estuvo más de un mes ingresado, al que le hicieron varias punciones lumbares e
innumerables pruebas sin encontrarle nada, hasta que lo enviamos a un psicólogo infantil. El profesor Muñoz Negrete, de la Universidad de Alcalá de Henares,
experto en glaucoma y neurooftalmología, nos presenta un aleccionador caso,
no infrecuente, dentro del grupo de niños simuladores que pueden llegar a autolesionarse, a provocarse a sí mismos el daño, para llamar la atención.
Como colofón de este capítulo, el profesor Sánchez Salorio de la Universidad
de Santiago de Compostela nos refiere dos casos que nos hacen reflexionar sobre los aspectos psicológicos de la enfermedad oftalmológica. El profesor Salorio,
eminente oftalmólogo y brillante humanista, profundiza en el comportamiento
humano y nos explica en dos casos clínicos, con Sigmund Freud al fondo, como
la mente nos gobierna somatizando y desviando la atención para protegerse,
nos explica como “el síntoma se convierte en el núcleo del conflicto y la mente
se escapa del problema verdadero”. La sagacidad del oftalmólogo radica en encontrar por qué esos pacientes quieren cerrar sus ojos para no ver la realidad.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
MARÍA Y SU MUNDO IZQUIERDO
(Síndrome de heminegligencia)
Prof. Jaime Miralles de Imperial Mora-Figueroa
Universidad de Murcia
(En colaboración con J. J. García Medina. Profesor asociado)
Sonó fuerte el despertador. Las siete de la mañana de un día de febrero. María
lanzó su mano derecha para apagarlo de cuajo. Le gustaba remolonear unos minutos y después desperezarse poco a poco. Se levantó con el pie derecho como desde
hacía unos seis meses. Y no por buscar esa pizca de suerte que a todos nos puede
cambiar el día.
En su camino al cuarto de baño se golpéo en dos ocasiones contra la pared izquierda del pasillo.
Al entrar a la ducha tocaba siempre el agua con la mano derecha, como si de un
rito iniciático se tratase. Y no lo era, pues ya se había quemado con anterioridad al
valorar si el agua estaba caliente con la mano izquierda.
Al acabar de asearse María se vestía, impecablemente la prenda en su parte derecha del cuerpo, arrugada y sin estirar la prenda en su parte izquierda. Se peinaba
la mitad. Se pintaba solo la parte derecha de sus labios. Se maquillaba solo la parte
derecha de la cara.
María desatendía su mundo izquierdo desde hacía seis meses.
Todo empezó con un aborto cuando María casi rondaba ya los cuarenta. Era el
hijo que tanto habían esperado ella y Antonio, su amor de juventud, el hombre de su
vida. Ya se conocían desde chicos, pues vivían los dos en el mismo pueblo. Aunque
iban a colegios distintos, él de curas y ella de monjas, solían coincidir por las tardes en la plaza mayor. Esas tardes interminables de Andalucía que aún no estaban
amenazadas por los videojuegos ni por los teléfonos móviles, sino simplemente por
los deberes y por la noche.
No siempre se habían gustado. Entre rayuelas, patinetes y carreras poco caso se
hacían, a veces solo para dedicarse algunas burlas, hasta que, con los años, por los
fueros caprichosos de las miradas y las curvas fueron notando la irresistible sensación de que serían inseparables el uno del otro.
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“El ojo clínico”
La visión del experto
El aborto fue un mazazo. Los médicos en principio lo atribuyeron a que, quizás,
ya era algo mayor para concebir. Aunque le harían más pruebas. A Antonio le pareció escuchar que se referían a ella como “añosa”. Cuando oyó esta palabra pensó
cómo contrastaba con los bucles rubios del pelo de María, sus ojos avellena y su piel
lechosa y firme. Y con sus ganas de disfrutar de la vida. María, como siempre, no se
desanimaba. Le susurraba a Antonio, dándole ánimos:
— Cariño, el que la sigue la consigue. Tú sigue, sigue -con un tono jocoso que
escondía un cierto vacío-.
Y es que los estudios universitarios y luego las oposiciones les llevaron su tiempo.
Por eso se casaron tarde. Ambos eran profesores de instituto, él de matemáticas y
ella de literatura, y se demoraron en tener hijos. Como tantas parejas que prefieren
dejar anclados sus destinos a un trabajo y a una ciudad antes que aumentar la familia. Sobre todo ahora, en tiempos de crisis.
Sin embargo, lo peor estaba por llegar. Unos meses más tarde, una mañana María sintió, antes de salir de casa, cierto hormigueo en su mano izquierda que en poco
tiempo se convirtió en falta de fuerzas y en no poder mover su brazo y pierna izquierdas. En seguida Antonio la llevó al hospital. Tras extracciones de sangre y pruebas de
imágenes los médicos le dijeron que había tenido un ictus, es decir, un infarto cerebral. Y que se podría relacionar causalmente con el aborto anterior pues su sangre
tenía tendencia a formar coágulos. Estuvo ingresada unos días.
Tan mal se sentía que su buen humor, difícilmente cambiante, se tornó algo turbio:
— ¿Cómo me puede estar pasando esto a mí? ¿Qué he hecho yo para merecer
esto? Es un sueño, exclamaba internamente.
Los síntomas empezaron a mejorar y poco a poco ganaba fuerza en los miembros. Lo mismo ocurría con el ánimo. Pronto ya le susurraba a Antonio postrada en
la cama:
— Cuando estemos en casa te voy a preparar un puchero que verás. Yo para la
cocina tengo mano izquierda.
Desconocía María qué premonitoria sería esta frase.
Algo extraño en su comportamiento sucedía mientras estaba aún ingresada. Antonio se dio cuenta de que María, excepto cuando el alimento era líquido, solo se
comía la mitad del plato. ¡Y se quejaba de que tenía hambre!
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
En alguna ocasión pidió agua y la auxiliar se la dejó en la mesita de noche, que
estaba a su izquierda. María no se daba cuenta y comentaba con desdén:
— Esta enfermera no me hace mucho caso, no me trae el agua.
Tenía un desapego a sus miembros enfermos, como si no fueran suyos. Alguna
vez exclamó refiriéndose a su brazo izquierdo:
— Antonio, quita ese brazo de la cama.
Antonio la animaba a que leyera en voz alta, para estimularla, como hacían con
frecuencia los sábados por la tarde con libros de todo tipo. Les encantaba leer en voz
alta el uno al otro y hacer juegos de palabras y reírse, reírse mucho.
Lo cierto es que realizaba la lectura de forma fluida en cada frase, pero saltando
las dos o tres primeras palabras y, a veces, para buscarle sentido a la frase, insertaba
alguna palabra de su cosecha. Perdía pronto el interés en leer. Se excusaba diciendo
que aún se encontraba cansada.
Durante los días que estuvo ingresada recuperó casi por completo la fuerza en los
miembros pero su actitud seguía siendo extraña.
Los neurólogos recomendaron a María una visita al oftalmólogo pues por su
edad quizás estaba empezando la presbicia y por eso se fatigaba al leer.
Su oftalmólogo de toda la vida, don Damián, un hombre mayor, de buen porte,
la recibió unos días más tarde del alta hospitalaria y le hizo muchas exploraciones
incluyendo una que divertía especialmente a María, pues se le presentaban infinidad de puntos luminosos intermitentes. Cuando los veía ella tenía que apretar un
botoncito.
Esto del campo visual es como jugar a los marcianitos, le susurraba alegremente
a la enfermera.
Mientras Antonio le explicó a don Damián el extraño comportamiento de su mujer.
Don Damián, a la vista de los resultados, se quedó pensativo. Consultó su historia
clínica y las pruebas de imagen en el ordenador. En seguida recordó algo que había
leído en una revista médica y algunas conversaciones de hace tiempo. Y se dispuso
a consultar inmediatamente internet.
— Lo tengo -pensó- concuerda.
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“El ojo clínico”
La visión del experto
Explicó a María que no necesitaba gafas de cerca, pero que no veía bien por su
parte izquierda según el campo visual. Y además le hizo unas pruebas más.
En un test, María era incapaz de delimitar el punto medio de un segmento y siempre señalaba la mitad hacia el extremo derecho. En otro test, María no encontraba
las letras A en la parte izquierda de una sopa de letras. Sí las rodeaba con soltura con
su bolígrafo en la parte derecha.
Don Damián lo tuvo entonces claro.
— María padece heminegligencia izquierda. Es un cuadro raro que puede aparecer tras un ictus en la parte derecha del cerebro, en concreto, el lóbulo parietal derecho. Se manifiesta porque los pacientes no atienden a estímulos que proceden de su
espacio izquierdo. Y a veces no reconoce como suyos los miembros afectados. Entonces cuando el lóbulo parietal derecho se daña, como es el caso de María, ya no puede
atender a la parte derecha e izquierda del espacio pero el lóbulo parietal izquierdo
indemne sí puede recibir información de la parte derecha. Por eso usted ignora los
estímulos espaciales y visuales izquierdos -les explicó en un discurso afable-.
María le respondió aún tratando de comprender el discurso:
— Ya le decía yo, don Damián, que estos remos no son los míos.
Don Damián, le aclaró:
— Esto necesitará rehabilitación pero por el momento no debería conducir, María. Me comentaba un médico amigo mío que tuvo conocimiento de un paciente
con este síndrome sin diagnosticar que tuvo varios accidentes con el coche. Tenía
dificultades serias al mirar el retrovisor y finalmente tuvo un choque frontal contra
otro vehículo que circulaba en sentido contrario. Es peligroso.
— No se preocupe, don Damián -se apresuró a exclamar María, con gracia, como
si le diese un pase natural- me llevará mi Antonio.
Desde entonces Antonio, como cada día, con esmero, le iguala la ropa al vestirse,
acaba de peinarla y de maquillarla.
María le suele decir entre risas:
— Me siento como un cero a la izquierda, ¿o más bien a la derecha?
Antonio le responde cariñosamente:
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— ¡Qué cosas tienes, María!
A lo que María replica:
— ¡Ay! ¿qué haría yo sin mi media naranja?
PD. Nota del autor explicando la complejidad del cerebro: el lóbulo parietal
derecho del cerebro se especializa en la atención de los estímulos que proceden de ambos lados del espacio y el lóbulo parietal izquierdo solo en mantener
la atención de los estímulos que vienen de la parte derecha, quizás porque el
lóbulo parietal izquierdo se ocupa también de la comprensión del lenguaje ¡y
bastante tiene!
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“El ojo clínico”
La visión del experto
SANDRA, LA ADOLESCENTE DE LOS SECRETOS
INCONFESABLES
Prof. Francisco Muñoz Negrete
Universidad de Alcalá de Henares. Madrid
A todo padre le angustia cualquier dolencia que puedan tener sus hijos. De eso
son bien conscientes los niños. Esta angustia muchas veces nos deja ciegos ante la
realidad.
Sandra era una niña de 15 años, hija de un cirujano que hacía unos años se había
divorciado de su madre.
Hacía un mes y medio que había perdido visión en su ojo izquierdo y además la
pupila de ese ojo se le había quedado dilatada.
Como son nuestros hijos, primero te pones en lo peor, los quieres tanto que no
puedes aceptar que le haya pasado algo a ellos. ¡Seguro que es un tumor cerebral!
¡Hay que llevarle al neurólogo! Este, por supuesto, lo primero que hace es ingresar a
la adolescente y realizarle una batería completa de exploraciones, entre las que no
puede faltar una resonancia magnética.
Como la resonancia y la angiorresonancia (resonancia con inyección de contraste) eran normales, hubo que hacerle una punción lumbar. Tanto los padres como la
niña harían cualquier cosa que lograra determinar la causa de su patología.
— Todas las exploraciones han dado resultados normales.
— Pero mi hija no ve, tiene la pupila dilatada, ¿no habrá una causa oculta que la
resonancia no detecte?
Acude a un oftalmólogo amigo suyo y le dice que el estudio de las pupilas no es lo
suyo, que siempre le ha dado miedo que se le pueda escapar algo, que no encuentra
una explicación.
Entre tanto, por si al primer neurólogo se le escapó algo, mejor visitar otro, que le
recomienda una prueba de imagen de más resolución.
Dado que el oftalmólogo conocido no ha resuelto el tema, piden cita simultáneamente a dos neurooftalmólogos en Madrid. La espera de un mes no es tole-
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
rable, por lo que acuden a todos sus amigos e influencias para que les adelante
la cita.
Cuando Sandra entra en la consulta, se la ve muy tranquila, todo lo contrario que
la madre, que antes de empezar la exploración empieza a preguntar:
— Mi hija ¿tiene un tumor?, ¿una esclerosis múltiple?, ¿por qué no ve?…
— Tranquila, primero vamos a explorarla y luego hablamos.
La pupila izquierda no reaccionaba a la luz, pero sí la derecha al iluminar cualquiera de las dos. Efectivamente había perdido la visión de cerca con ese ojo, no
podía leer, pero con una gafa de vista cansada leía hasta las letras más pequeñas.
La pupila no se lograba contraer con gotas de pilocarpina, el fondo de ojo era
normal, los campos visuales normales, la popular OCT normal. Ningún signo alarmante y el diagnóstico cada vez más claro.
La madre cada vez más angustiada:
— Mi hija tiene algo grave, estamos pendientes de una resonancia de última generación.
Le pregunto si ha tomado algún medicamento, si ha tenido contacto con plantas, si ha utilizado parches para el mareo. Sandra lo niega todo.
Entonces hablo con la madre a solas y le digo:
— Su hija se está poniendo una gota de un colirio anticolinérgico (que dilata la
pupila) en el ojo izquierdo, probablemente atropina por la duración tan larga del
efecto.
— La madre incrédula dice: “Imposible, ella qué sabe”.
— ¿Le habían dilatado la pupila a su hija antes?
— Sí el año pasado, en la consulta del oftalmólogo.
— Pues debió de ser cuando se dio cuenta de cómo actuaban esas gotas.
En estas edades, los niños tienen formas muy particulares de llamar la atención,
especialmente ante algún acontecimiento familiar que les perturba. No indagué so-
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“El ojo clínico”
La visión del experto
bre su situación, pero espontáneamente salen a relucir circunstancias que a Sandra
le podían preocupar.
Les insisto en que busquen el colirio en casa, y la hermana mayor se compromete
a actuar como detective.
Pero la madre no me cree y le realiza la segunda prueba de neuroimagen, de mejor resolución y mayor precio; como era previsible, fue normal.
Mientras tanto se acerca la cita de la segunda opinión de otro neurooftalmólogo, que da la casualidad de que es mi pareja. Le pongo en antecedente sobre la
paciente que va a atender esa tarde. Justo unas horas antes de la cita llaman para
anularla: “La hermana había encontrado el colirio de atropina”.
La adolescencia es una edad difícil y no es infrecuente que los niños reclamen
nuestra atención si piensan que no les estamos prestando la atención que merecen
o si alguna circunstancia les perturba. Es muy habitual que simulen trastornos de
visión, a veces simplemente lo que desean es usar gafas como su amiga íntima, pero
en ocasiones su habilidad llega más lejos, como en este caso.
Como padres nos resultará difícil creer que nuestros hijos están simulando una
enfermedad, y la obligación de padres y médicos es asegurarse de que no existe patología, pero ¿hasta dónde debemos llegar en nuestras exploraciones? El empecinamiento de unos u otros puede llegar muy lejos y no todas las exploraciones son
incruentas.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
DOS HISTORIAS CON SIGMUND FREUD AL FONDO
“He who knows histeria knows medicine” (William Osler)
Prof. Manuel Sánchez Salorio
Universidad de Santiago de Compostela
Caso número 1
El paciente acaba de cumplir cincuenta años. Es un abogado que trabaja en un
bufete bastante exitoso en una ciudad en la que todo el mundo se conoce. Llega a
la consulta acompañado de su mujer. Mejor sería decir traído por su mujer. En el interrogatorio el paciente apenas habla. A mis preguntas contesta con monosílabos.
Está claro que no quiere hablar y todo el tiempo permanece como ausente con los
ojos medio cerrados. La mujer incrimina con acritud al marido su mutismo y asume
ella todo el protagonismo. Dice que hace unos tres meses el marido empezó a no
poder abrir los ojos, que ya “lo llevó” a varios oculistas que le recetaron varios colirios,
especialmente lágrimas artificiales, pero que cada día está peor.
Aunque con evidente desgana el paciente colabora bien en la exploración de
la agudeza y del campo visual, que son normales. También lo son el fondo del
ojo y la motilidad ocular. Cuando le digo que abra los ojos, apenas hace un ligero
movimiento. Observo que las cejas no se mueven. No contrae el músculo frontal
como haría cualquier paciente que tuviese una ptosis palpebral. Me entero de que
el descenso del párpado superior no aumenta a medida que transcurre el día ni
tampoco lo hace después de pedirle que cierre y abra los ojos varias veces. No
parece una forma inicial de Miastenia gravis. Tampoco hay el menor signo de
blefaroespasmo. La imagen es la de aquel a quien el sueño le impide mantener
abiertos los ojos.
Creo que el problema es psicógeno y por eso me analizo a mí mismo. Percibo que
me causa pena y tristeza pero no hay más signos de que se trate de una depresión,
en la que los síntomas no aparecen de repente, lo hacen poco a poco. Además el
paciente no se queja, ni ha perdido peso ni tiene trastornos del sueño.
También noto que no me irrita por lo que no debe de ser un querulante o un simulador. No sé lo que tiene pero no lo envío a un psiquiatra ni pido una resonancia
magnética. No le digo que no tiene nada –sería un insulto a su orgullo– pero sí le
digo que poco a poco se va a curar, que tiene que hacer algún esfuerzo de su parte
y, para ganar tiempo, le receto unas vitaminas.
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“El ojo clínico”
La visión del experto
A las dos semanas la esposa llama por teléfono diciendo que quiere hablar a solas
conmigo y que es urgente. Cuando la recibo me dice que ha sucedido algo terrible;
su marido ha empezado a rechazar clientes y no quiere llevar ya ningún pleito. Me
explica con detalle lo que eso significa en la economía doméstica, y ya en plena
diatriba contra su marido me dice: “Fíjese a lo que ha llegado. De nuestro hijo, al que
usted conoce ya no dice que es un niño difícil sino que es un sinvergüenza”. Recuerdo
vagamente a un niño que se comportaba de modo insoportable en la consulta y del
que los padres presumían de haberlo llevado incluso a la consulta del doctor López
Ibor. Pero no reviso la historia. Cojo un papel, le ruego a la señora que se concentre y
le pido que escriba con la mayor exactitud posible la fecha en la que su marido dijo
que el hijo era un sinvergüenza y en la que empezó a no poder abrir los ojos, y resulta
que entre una y otra fecha habían transcurrido solo dos días.
La violencia simbólica del suceso es apabullante. Justamente el día que ve con
claridad el conflicto que le plantea el problema de su hijo, el subconsciente decide
cerrar los ojos para no verlo. Eso es la conversión; un conflicto psicológico con una
intensa carga emocional se convierte en un trastorno físico. Se somatiza.
Caso número 2
Antes de consultar a la paciente yo ya conocía algo sobre el caso. En los ambientes highlife de la ciudad se comentaba que la hija de un matrimonio muy conocido
se había quedado ciega de repente, hasta el punto de que cuando salía a la calle
tenían que conducirla llevada de la mano.
Cuando acompañada de su madre y una tía entra en la consulta, el diagnóstico
casi está hecho ya. Se trata de una chica joven extraordinariamente atractiva que
aprieta con fuerza los párpados y que, si no se lo impiden, choca con las paredes y
los muebles. Digo que el diagnóstico ya está hecho porque, como todo el mundo
sabe, los ciegos no ven pero no son tontos. Ante el peligro de chocar o de caerse,
adelantan la mano o se quedan quietos esperando la ayuda de los demás. Además,
el blefaroespasmo compulsivo bilateral cede o desaparece en los momentos en los
que la muchacha no ocupa el centro de la escena.
En la exploración la paciente niega percibir la luz pero las pupilas se contraen
normalmente. La madre trae consigo una colección completa de las maravillas que
hoy en día aportan las técnicas de imagen y diagnóstico, tanto en el cerebro como
en la retina. Pero sigue temiendo que la niña pueda tener un tumor cerebral. Digo
la niña porque aquella exuberancia que yo creía propicia de una muchacha de al
menos dieciséis años se había producido en una niña con apenas trece años. Y entonces sucede una cosa bien curiosa. Cuando le digo a la madre que creo que el
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
trastorno es psicógeno, no solo no me cree sino que se incomoda. Deduzco que para
la madre la hipótesis del tumor cerebral era terrible pero al menos era una enfermedad honorable. El trastorno psíquico representaba un “estigma” difícil de aceptar.
Casi no puedo hablar con la paciente y abandonan la consulta sin concretar tratamientos ni nuevas revisiones.
A los pocos días la madre, a quien conozco desde antiguo, me llama por teléfono
y me pide que vuelva a ver a la niña y les diga lo que deben hacer. Solo pongo una
condición: poder hablar a solas con la niña. La cito a una hora en la que ya no hay
otros pacientes esperando y, en contra lo esperado, la conversación desde el principio resulta cómoda y fluida. Me da la impresión de que la niña está contenta porque
sin la tutela de la madre se siente importante. Desaparece el blefaroespasmo. Pronto me doy cuenta de que el conflicto no está en la familia sino en el colegio. De llevar muy buenas notas había pasado a recibir varios suspensos. Pero sobre todo no
quería volver al colegio. La negativa era absoluta y compulsiva. Y cuando yo creí que
iba a aparecer un desengaño amoroso con un muchacho en el horizonte, lo que
apareció fue… una monja. Pero no necesariamente un caso de pederastia. La niña
era la predilecta de la monja. Esa predilección era comentada por las compañeras
de curso y llegó a oídos de la madre superiora quien advirtió a la monja que debería
evitar esa predilección. Para curarse en salud la monja no solo cortó bruscamente la
predilección afectiva sino que también solo escribió suspensos donde antes firmaba
sobresalientes. La niña no lo soportó y optó por no querer verlo. Con todas sus fuerzas cerró los ojos. No resultó difícil corregir que los volviese a abrir.
Comentario
Tanto el término como el concepto clásico de histeria han desaparecido de
los manuales de Medicina y de Psiquiatría. Ahora se nombran y se entienden
como “trastornos somatoformes” cuando predominan las manifestaciones físicas, tanto motoras como sensitivas, y como “trastornos disociativos” cuando lo
hacen síntomas mentales (amnesia, despersonalización, diversidad de personalidades).
También en la clínica oftalmológica cotidiana casi han desaparecido los cuadros clínicos clásicos como pueden ser los dos casos arriba descritos. En los
últimos años solo he visto algunos casos de ambliopía en niños pequeños pero
en todos ellos el conflicto originario estaba muy claro y también lo estaba la
motivación del síntoma: reclamar atención, la de sus padres. Más parecían casos de simulación que fenómenos histéricos verdaderos. Todos se resolvieron
en cuanto los padres fueron capaces de no hacer caso a lo que contaba el niño.
Pero conviene recordar que el fenómeno de la conversión sigue -y seguirá-
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La visión del experto
existiendo porque cumple una función. La reacción psicógena que convierte
un conflicto emocional en un trastorno físico desplaza el lugar de la amenaza.
El síntoma aberrante se convierte en el núcleo del conflicto y la mente se escapa del problema verdadero. Que el paciente no sea consciente del proceso
refuerza la eficacia del fenómeno. Por eso el histérico no se queja. Acepta su
trastorno “with placid aceptance”. Cuando el subconsciente elige la ptosis, el
blefaroespasmo, la fotofobia o el hormigueo sabe lo que hace.
Dos palabras tan solo sobre el tratamiento. Está claro que casos de larga duración deben ser referidos al psiquiatra, pero aquellos que aparecen como coyunturales creo que al menos en primera instancia deben ser afrontados por el
oftalmólogo. Porque la clave radica siempre en que se llegue a establecer una
alianza entre el médico y el paciente, y en un trastorno ocular la autoridad del
oftalmólogo favorece y jerarquiza esa alianza. Pero para tratar a estos pacientes
hace falta tener tiempo, curiosidad, sentido común, algún conocimiento sobre
el ser humano y… una buena dosis de paciencia. Quizás eso sea lo que explique que rara vez esos enfermos sean vistos o tratados en los ambulatorios o
consultas externas de los hospitales.
Ignoro si en estos tiempos de Oftalmología súper tecnificada el relato de estos dos casos les será de utilidad en la práctica cotidiana. Espero que al menos
sirva para recordarles la complejidad del comportamiento del ser humano.
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“El ojo clínico”
La visión del experto
6. La retina
La retina es la estructura clave del ojo y de la visión. En el globo ocular todo
está organizado y estructurado para que la retina funcione adecuadamente
ya que es la encargada de recibir las imágenes que proceden del exterior, de
transformarlas en estímulos y de remitirlas al cerebro a través de la vía óptica.
Es una membrana extraordinariamente compleja que recubre el ojo interiormente. Está dividida en dos grandes territorios: la retina central, donde se ubica
la mácula, y la retina periférica, causante de uno de los cuadros clínicos más
graves, los desprendimientos de retina. Tiene una arquitectura exquisita y una
organización casi perfecta con millones de células ordenadas en diez capas
superpuestas. Por ello es enormemente delicada. Al contrario que otras estructuras del ojo, como la córnea o el cristalino, la retina no puede ser trasplantada
ni sustituida, por lo que una vez producido el daño suele ser irreversible.
Así, las enfermedades de la retina son temibles. Hay múltiples patologías, enfermedades degenerativas, metabólicas, infecciosas, inflamatorias, vasculares,
congénitas, traumáticas, etc. Entre todas ellas destacan cuatro grupos por su
frecuente implicación con la ceguera: la degeneración de la mácula, el desprendimiento de la retina, la miopía magna y la retinopatía diabética.
El desprendimiento de la retina, quizás la más temible de las enfermedades
de la retina, se produce en dos fases. En el primer tiempo la retina se rompe, se
produce un agujero o un desgarro. A partir de ese momento el líquido intraocular se filtra por ese agujero y provoca la segunda fase, el desprendimiento de
la retina. En este proceso nueve de las diez capas de la retina se caen, se sueltan
de su anclaje en la pared del globo ocular. La retina desprendida pierde su capacidad de nutrirse y se produce su muerte si no se recoloca en los primeros
días tras su aparición, igual que cuando arrancamos una planta. La ceguera
puede ser total y se considera de tratamiento quirúrgico urgente. Es, en definitiva, una enfermedad gravísima.
La cirugía ataca a los dos frentes. Trata de recolocar la retina en su posición y
de taponar la rotura. Se puede hacer con técnicas extraoculares, es decir, desde
fuera del ojo tratando de acercar la pared del ojo a la retina desprendida, o con
técnicas intraoculares, como la vitrectomía, que trata de eliminar el gel vítreo
causante en muchas ocasiones de la rotura y el desprendimiento.
Los “retinólogos” son oftalmólogos con especial dedicación a las enfermedades de la retina, cuya superespecialización requiere una intensa y extensa formación. El profesor Piñero Bustamante de Sevilla, la profesora Capeáns Tomé de
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Santiago de Compostela, el profesor Pastor Jimeno de Valladolid, y el profesor
García Arumí de Barcelona son reconocidos como unos de los cirujanos más
experimentados y brillantes de este país y nos escriben su historia favorita.
Es resaltable la coincidencia en la reflexión que cada uno de ellos hace sobre
la extraordinaria relación médico-enfermo que se genera en el mundo de la retina. El agradecimiento inmenso de los pacientes y el sentimiento del cirujano,
que conocedor del bien que ha hecho, se siente íntimamente gratificado por el
reconocimiento a su labor mostrada por sus pacientes. No en vano en la pirámide de la jerarquía de valores de Maslow el penúltimo de los cinco escalones
se refiere precisamente al reconocimiento, a la necesidad de estima que todo
ser humano precisa para lograr su equilibrio, y que en muchas ocasiones nos
dan nuestros pacientes.
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“El ojo clínico”
La visión del experto
EL EMBARAZO Y EL MANDO
Prof. Antonio Piñero Bustamante
Universidad de Sevilla
Hace algún tiempo un mes de septiembre se presentó en la consulta una mujer
joven de 34 años con un embarazo gemelar de treinta semanas. Era su primer embarazo y venía acompañada de su marido, un joven alto y fuerte.
Refería que era miope y que desde antes del verano estaba viendo peor con los
dos ojos. La exploramos, no mejoraba con nueva refracción ninguno de los dos ojos,
el segmento anterior era normal y le dilaté ambas pupilas para explorar el fondo del
ojo, para ver la retina. Mientras dilataba me comentaron que estaban muy ilusionados con los dos hijos varones que venían, que les había costado tiempo conseguirlo
y que posiblemente le adelantarían el parto.
Una vez dilatada me asomé con el oftalmoscopio binocular y pude identificar
lo que tenía, un desprendimiento de la retina inferior en ambos ojos. Le coloqué el
cristal de tres espejos, una lente que nos permite analizar la retina con más detalle,
y comprobamos la existencia simétrica de dos focos degenerativos inferiores con roturas en su lecho. Es decir, la retina se había roto en dos zonas de extrema debilidad
y a partir de ahí se había desprendido.
Bueno, pues mientras la paciente se limpiaba sus ojos de los restos de metilcelulosa, comencé a comentarle lo que había visto en el fondo y le dije sin aspavientos y
quitándole hierro al asunto:
— Tiene usted un desprendimiento de la retina en ambos ojos que debemos resolver.
En ese momento a mi espalda oí un golpe enorme, el marido se había caído de
boca, había sufrido un desmayo por la impresión de la noticia. Se había roto la nariz
y la cara estaba en un charco de sangre cada vez más grande. Había roto en su caída una silla, desplazado un taburete y por muy poco no me cae encima con lo alto y
grande que era. Pálido y bradicárdico se fue espabilando poco a poco, le limpiamos
la cara, le taponamos la nariz y cuando parecía recuperado le dio un ataque de
nervios y se puso a llorar.
La mujer con su enorme barriga intentaba serenarlo, él sollozando repetía una tras
otra la misma pregunta: ¿y ahora qué va a pasar? ¿y ahora qué va a pasar?
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Ella, muy serena en todo momento, debió de cansarse de ver el espectáculo que
estaba dando su marido, había transcurrido entre una cosa y otra una media hora,
y de pronto levantándole la voz le dijo: “¡Ya está bien de tonterías, fulano!, ¡llevas
media hora haciendo el tonto!”.
El marido se fue calmando y pude explicarles lo que debíamos hacer a pesar de
estar embarazada; ella en seguida me dijo que cuando podía ser y él hizo todo tipo
de preguntas sobre qué le podía pasar a las criaturas que esperaban y en ningún
momento parecía preocuparle el verdadero problema que su mujer tenía.
Y lo hicimos, la intervenimos de ambos ojos en el mismo acto con anestesia locorregional sin sedación, colocándole en ambos ojos un procedimiento circular con
crioterapia y drenaje del líquido subretiniano.
Curamos ambos ojos y en las consultas del postoperatorio el marido era todo euforia, no paraba de hablar y de pedir disculpas. La mujer, serena, lo mataba con la
mirada.
Dio a luz a dos niños de casi tres kilos cada uno y en la primera consulta tras el
parto me los trajo para que los conociera. El marido en esa consulta me hizo el siguiente comentario:
— Le he dicho a mi mujer que porque no le ponemos a uno de los niños de nombre Antonio como usted.
La mujer no lo dejó acabar y una vez más con un tono de voz algo más elevado
le dijo:
— Ya te he dicho que no, pues lo que me faltaba es recordar toda mi vida el espectáculo que diste.
Me pareció acertado. ¡Los hombres, cómo somos los hombres!
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“El ojo clínico”
La visión del experto
FAUSTINO, COMO UN ABUELO
Prof. María del Carmen Capeáns Tomé
Universidad de Santiago de Compostela
Faustino era un paciente anciano que atendí hace más de 30 años que vino enviado desde otro hospital por pérdida de visión en su único ojo.
Aunque no recuerdo su profesión (probablemente agricultor) tenía, sin embargo,
una punta de refinamiento y resultaba tremendamente tierno.
Me contó que había perdido la vista en el ojo derecho por un desprendimiento
de retina hacía tres años, y que había notado hacía algo más de una semana chispazos, una sombra oscura que le fue subiendo desde abajo hacia arriba, dejándole
ciego en dos días.
No estaba operado de catarata y nunca había usado gafas.
Observándole el fondo de ojo, encontré la retina completamente desprendida
con una rotura en la periferia superior. Le comenté que se trataba de una enfermedad ocular grave, que le podía llevar a la ceguera (como él ya sabía) y que el único
tratamiento era la intervención quirúrgica.
Le realicé una cirugía extraescleral, aplicando frío sobre el desgarro, colocando
radialmente una esponja de silicona.
Tras la cirugía, la retina volvió a aplicarse y el paciente alcanzó una visión que le
permitió volver a hacer su vida habitual.
Faustino seguía revisiones regulares, más frecuentes en el postoperatorio inmediato y luego más separadas en el tiempo.
Aunque se refería a mí como “Dña. Carmela”, yo percibía una relación de cercanía
como tuve con pocos pacientes.
En cada visita siempre buscaba un lugar recogido, sin testigos, para entregarme
unas rosquillas, una tableta de chocolate…
Cada vez que entraba en nuestra cabina y me entregaba estos detalles, yo recordaba con nostalgia cuando era niña y mi abuelo materno, cada vez que venía a
183
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Santiago a visitar a su hermana, regresaba a casa siempre con alguna chuchería
para todos los hermanos.
Sin embargo, la vivencia que tuve con él que más me impresionó fue cuando en
una de las últimas visitas me entrega una pera, una única fruta grande y hermosa.
Yo le digo:
— ¿Y esto, Faustino?
Me contesta agobiado, algo avergonzado:
— Es la única fruta que tuve en toda mi huerta.
— ¡El único fruto de su huerto y me lo trae para mí! Faustino, ¿por qué tiene que
traerme siempre algo?
A lo cual me contestó rotundo:
— Vd., para mí, es lo mejor de mi vida, el destino me quitó la vista y Vd. me la ha
devuelto.
La burocracia hizo que yo no pudiese seguir revisando a Faustino. Una vez que su
proceso se estabilizó tuvo que seguir consultándose con el especialista de su área
sanitaria.
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“El ojo clínico”
La visión del experto
MI “AMIGO” ANTONIO TIENE LA “VISTA BORROSA”
Prof. José Carlos Pastor Jimeno
Universidad de Valladolid
Una llamada de teléfono me sorprendió una noche en casa, a unas horas en las
que solo mi familia suele tener ese privilegio. Cogió mi hija mayor que al cabo de un
rato me dijo:
— Papá, preguntan por ti, un amigo tuyo que se llama Antonio.
— Sí, sí, contesté yo. ¿Quién eres?
— Soy Antonio, un compañero tuyo, ¿Te acuerdas de mí?
Horror, pensé. Antonio, ¿qué Antonio? Conozco cientos de Antonios y la verdad es
que no considero a ninguno de ellos amigo mío.
— Sí, hombre, sí, le contesté fingiendo e intentado demostrar una seguridad que
seguro no coló.
Se hizo un silencio, que apenas debió de durar unos segundos, pero que a mí me
pareció una eternidad.
— Me ha costado mucho encontrar tu número de teléfono, me espetó la voz.
Bueno, pensé para mis adentros, menos mal que mis sistemas para proteger mi
intimidad funcionan razonablemente. Pero más dudas asaltaron mi cabeza. Si no
conoce mi número del móvil, mal andamos para ser amigo mío.
— Bueno, tú me dirás, le solté. Y aún más, ¿en qué puedo ayudarte?
— Me gustaría que me vieras el ojo -acabáramos, pensé, se trata de eso- llevo
varios días con sensación como de niebla y estoy preocupado.
Bueno, es tarde, noche de invierno. De ese invierno vallisoletano que invita a un
buen libro en la cama y con la calefacción a tope.
Ten paciencia, me avisa el subconsciente. Tiene que estar muy “agobiado” para
molestarte a estas horas. Hala, deja el libro y ponte el “mono de faena”. Empieza por
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
enésima vez el rito de la anamnesis, de la historia clínica, vamos. Así por teléfono, a
ver si puedes orientar la cosa y marcharnos los dos a la cama.
— O sea, que ves como niebla, ¿verdad?
— Sí, efectivamente.
— Ya, vale. Una cosa: ¿te duele el ojo?
Respuesta inmediata:
— No.
— Perfecto.
Segunda pregunta:
— ¿Se te ha puesto rojo?
Otra vez con decisión:
—No.
— ¿No te habrás dado un golpe?, ¿verdad?
— Pues no. No al menos recientemente. Y si me lo he dado no lo recuerdo.
Vale, vale, sigamos con esta apasionante conversación (y el libro esperando),
mientras parte de mi cerebro intenta averiguar quién puede ser el tal Antonio. Pues
nada, ni la más remota idea de quién es mi “amigo”.
Como ya peino canas, sigo dándole vueltas al “síntoma-guía”, es decir, la cuestión
principal (quién es Antonio) mientras mis labios siguen desgranando preguntas mil
veces repetidas:
— Oye, ¿eres diabético?
— Sí, claro (¡ah!, claro).
— ¿Desde cuándo?
— Desde hace cinco años.
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“El ojo clínico”
La visión del experto
Ahora ya te tengo, pienso en mi interior. Le voy a “tirar” la pregunta clave:
— ¿Te habrá visto algún oftalmólogo?
— Claro, hombre, claro, si me han operado de cataratas, ¿no lo sabías?
Caray, quién será Antonio, amigo mío, operado de cataratas y diabético.
— Oye, una pregunta rutinaria: ¿te miraron el fondo de ojo?
— Claro, muchas veces y nunca me han dicho que tenga lesiones por la diabetes.
Vaya, primer error diagnóstico. No me parece eso en lo que estaba pensando. Y
ahora ¿qué hago? Volver al síntoma guía, pero esta vez de verdad, el que refiere Antonio, sea quien sea.
— Oye, me has dicho que ves borroso, ¿verdad?
— ¡Sí, sí! Y he perdido visión. Y tengo que cerrar el ojo para poder leer, porque me
estorba, me lanza en tromba.
— Vale, vale. No te agobies. Oye ¿la pérdida de visión ha sido brusca, de repente?
— No, hace dos días noté como una sombra en la parte inferior. Creí que tenía
sucio el cristal de las gafas y me las limpié, pero seguía notando lo mismo.
¡Ah!, sigue, sigue, me seguía susurrando “mi oficio”.
— Ayer seguía con la misma sensación y le dije a mi mujer Ana, ¿sabes quién es,
verdad?
Por supuesto, dije yo con un aplomo fingido:
— ¡Tu esposa!
— Claro, claro, asintió “mi amigo”.
— Bueno, pues le dije que me mirara a ver si se me había metido algo en el ojo y
me dijo que no veía nada. Y me puso unas gotas de esas de lágrimas que venden en
las farmacias (y yo me pregunto: ¿en qué otro sitio pueden vender lágrimas artificiales?), pero no se me pasó. Y hoy dando clase me he dado cuenta de que veía muy
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
mal con ese ojo. Me he preocupado bastante y me he puesto a buscarte. Y, por cierto,
me ha costado mucho localizarte, dijo con un tono de franco cabreo.
Bueno, calma, será la angustia, me dijo mi otro yo.
— Bueno, bueno, le corté la conversación. Mira, creo que tienes algo serio pero no
me parece muy urgente como para que salgamos los dos ahora de casa. Si quieres
te veo mañana.
Eso sí -mentí descaradamente- si te agobias mucho, puedes llamarme cuando
quieras, a la hora que sea no me molesta.
(¡Mentiroso!, me dijo mi subconsciente, si te llama a una hora “no cristiana” te lo
meriendas!).
Colgué el teléfono y me quede pensando en el diagnóstico probable y sobre todo
en quiénes serían Antonio y Ana.
Al día siguiente a las 9 de la mañana llegué a las consultas del Instituto con una
buena dosis de curiosidad. Obviamente me preocupaba el diagnóstico, pero sobre
todo aclarar el enigma de mi “amigo” desconocido.
Allí me encontré a un señor de unos 65 años, con su señora, cuyas caras no me
sonaban ni de lejos pero que me saludaron afectuosamente, aunque eso sí con cara
de preocupación.
— Hola, ¿cómo estás?, les sonreí intentando ser amable.
(Ni remota idea de quiénes eran).
— ¿Qué tal estás?
— Igual que ayer, pero más preocupado.
— Bueno, tranquilo. Ahora viene una enfermera, te toma los datos de la historia
y luego te exploraré yo. ¿Vale?
— Vale.
Busco a la enfermera. Está Eva. Perfecto. Vallisoletana, un poquito “recia” de carácter, pero eficiente y rápida.
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“El ojo clínico”
La visión del experto
— Oye, Eva, con discreción, como tú sabes. A la par que le exploras intenta averiguar quién es. Dice que es mi amigo pero te juro que no tengo ni la más remota idea
de qué me conoce.
— Tranquilo, jefe.
Mirada de cierta comprensión. Este jefe se nos hace mayor, ya no sabe ni quiénes
son su amigos.
Quince minutos más tarde regresa Eva con una sonrisa de “misión cumplida” (no
esperaba menos). Es profesor de Industriales y dice que formó parte de la Junta de
Gobierno de la Universidad cuando Ud. era vicerrector. Total ayer. Es decir 22 años.
¡Jo, qué alivio! No es mi memoria. Como para acordarme de aquellas reuniones tediosas, largas, insufribles y encima con la gente fumando. ¡Olé los tiempos modernos!
— Por cierto, Eva, ¿qué crees que tiene?
— No sé, jefe, yo soy una humilde “nurse” pero para mí que tiene un desprendimiento de retina. ¡Chapeau!
Su historia reveló que era miope, que fue operado de cataratas en ambos ojos y
que definitivamente se llama Antonio.
Tras la exploración adecuada, llega el momento del veredicto:
— Antonio, tienes un desprendimiento.
Cara de estupor en mi “amigo” y de angustia en su mujer.
— Pero, ¿cómo?, ¿si no me he dado ningún golpe?, ¿si no he hecho ningún esfuerzo?
— Ya, pero es que la mayoría de los desprendimientos no tienen relación con ningún golpe. Eres miope, te han operado de cataratas y tienes ya una cierta edad. Así
que tienes muchos de los números de esta lotería.
— Pero, ¿así?, ¿de repente?
— Sí, Antonio, así de repente. Bueno, es posible que hayas notado algo en estos
días…
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Sí, ahora que lo pienso, llevo un par de semanas viendo luces en la parte interna de la visión de ese ojo y hace una semana tuve un montón de “moscas”, como
decís vosotros.
(Bueno, yo como soy un “cursi” digo miodesopsias, pero me callo).
— Bueno, Antonio, no hay más solución que el quirófano. ¡Hay que operarte!
En ese momento irrumpe Ana y se echa a llorar:
— No, ¡no puede ser! Va a ser horrible. Antonio no lo va a soportar. Tú no le conoces. Y sigue llorando desconsoladamente.
Yo efectivamente no conozco a Antonio pero no salgo de mi asombro.
La enfermera al oír los lamentos entra, observa la situación y se me queda mirando fijamente. Pone cara de estar pensando: ¡la que has liado, majo!
Yo pongo cara de ¡a mí que me registren! No lo entiendo. Pero da igual. Mi historia de profesor duro que hace llorar a algún alumno acaba de completarse con un
nuevo capítulo.
— Oye, Ana, intento mediar, tranquilízate, no te pongas así que no es para tanto.
Ana interrumpe su llanto y cambia su expresión por la de enfado.
— ¡Me lo vas a contar a mí! A mi padre le operaron de lo mismo y estuvo tres
meses en la cama con los dos ojos vendados. ¡Se quería morir! Y casi lo lográis los
médicos ya que al levantarse le dio una trombosis pulmonar.
¡Acabáramos! Vaya alivio ¡era eso!
— Bueno, Ana, la Medicina ha cambiado muchísimo y ahora la intervención ya
no se parece en nada.
Ana deja de llorar y me mira con cierta curiosidad.
— Ahora operamos con anestesia local, el paciente no ingresa y el mismo día de
la cirugía puede pasear sin ningún problema.
Ahora la cara es de recelo (este tío me está tomando el pelo).
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“El ojo clínico”
La visión del experto
— ¡Ah, no!, interrumpe Antonio. Yo soy muy nervioso y exijo que se me duerma
entero.
— Mira, Antonio, fíate de mí. Los médicos seleccionamos siempre lo mejor para
nuestros pacientes, y lo mejor te lo aseguro es la anestesia local. Estarás sedado, un
par de pinchazos cerca del ojo y no tendrás dolor en la cirugía.
Antonio duda, recela.
— Que no, que yo no soporto el dolor, que verás cómo a mí me duele y entonces
¡me moveré!
— Mira, Antonio (me la estoy jugando, la enfermera me sigue mirando), aquí el
médico soy yo. Hazme caso y verás cómo no será una experiencia desagradable. ¡Te
lo prometo! (y a mí no me gusta prometer).
Antonio recela, refunfuña y al final acepta.
La cirugía transcurrió sin problemas. Antonio se marchó a su casa. Vino al día
siguiente para quitarle el parche y aseguró no haber tenido dolor ni haber tenido
que tomar analgésicos.
— Y ¡eso que eres un quejica!, apostilló Ana.
Al mes y medio tras explorarle le dije:
— Antonio, creo que esto está resuelto. Si los desprendimientos recidivan lo suelen hacer en el primer mes tras la cirugía y no es tu caso. ¡Enhorabuena!
— Gracias, me dijo Ana. ¿Sabes una cosa?
— No.
— No nos fiamos de lo que nos contaste con respecto a la cirugía y localizamos
ese día a dos pacientes que tú habías operado y nos dijeron que era verdad. Perdónanos, pero la historia de mi padre me dejo traumatizada para toda la vida. Y
aunque digas que tu mejor regalo es que los pacientes queden bien, te hemos traído
un detalle.
— Gracias.
Caja del Corte Inglés alargada… corbata de un azul cobalto y con arabescos.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— ¡Glup!, digo ¡preciosa! No me la pongo ahora porque no me va con la camisa,
pero mañana mismo la estreno.
Mentiroso. Solo conozco a un amigo mío, esta vez amigo de verdad, que se atreva
a llevar esa corbata. Enseña Oftalmología en Extremadura.
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“El ojo clínico”
La visión del experto
EL NEONATO Y LA RETINA
Prof. José García Arumí
Universidad Autónoma de Barcelona
¡Cuánta es la alegría de los padres cuando nace un hijo! Creo que hay pocas cosas
que puedan igualarse. Lo primero que miramos todos es si tienen todos los dedos
de las manos y los pies y, si son niños, que todo esté en su sitio. En algunas clínicas,
creo que en la mayoría, para conseguir sacarles algo más de dinero a los padres, les
ofrecen hacer una fotografía de la retina, que es más un recuerdo para unir a las
otras fotos del nacimiento que otra cosa.
Sin embargo, ese no fue el caso de Joaquín, un recién nacido de Valencia, al que
después de hacerle las fotos al oftalmólogo le pareció que en un ojo tenía un desprendimiento de retina. Los padres, gente con capacidad económica, decidieron
ir a Londres para comprobar si era cierto, y si precisaba algún tratamiento. Allí les
dijeron que efectivamente la retina estaba desprendida en el ojo derecho, pero que
todavía era muy joven para operarlo. Muy angustiados, y en busca de una tercera
opinión, acudieron a mí.
El perfil del padre era el del triunfador que no comprende que las cosas no le puedan ir bien a su hijo, y estaba destrozado. La madre era muy guapa y agradable,
comprendía la situación, pero no se resignaba a que su hijo se quedara ciego de un
ojo.
Exploramos su retina, y nos llamó la atención la distribución del desprendimiento,
que afectaba solamente a la retina posterior, y que parecía una retina muy adelgazada. Nos pareció que podía tratarse de una retinosquisis, separación de las capas
de la retina, que ocurre solamente en el sexo masculino, tiene un origen hereditario
y, en casos muy excepcionales, puede empezar a esta edad.
Le expliqué a los padres lo que pensaba, que no se había operado nunca un caso
como el de su hijo, pero que creía que debía operarse si queríamos conseguir que la
visión central se recuperase. El padre, persona con carácter ejecutivo, convenció a su
mujer para que hiciéramos la intervención quirúrgica. Le hicimos una vitrectomía,
que consiste en introducirnos en la cavidad del ojo, quitar la gelatina de su interior,
y aspiramos el líquido que separaba las capas de la retina. Para conseguir que las
capas de la retina permanecieran unidas, introdujimos en la cavidad ocular una
sustancia que es aceite de silicona. Al cabo de unos meses extraje el aceite de silicona y la retina tenía un aspecto prácticamente normal.
193
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
A estas edades no puedes preguntarle al niño si ve mejor después de la operación,
por razones obvias, por lo que hicimos unas pruebas electrofisiológicas para saber
si había recuperado vista, y las pruebas nos dijeron que ¡la visión era casi mejor que
la del otro ojo!
Explorando con un escáner la retina del otro ojo, observé que estaba pasándole
lo mismo que en el primero, que también estaba iniciando una retinosquisis. La angustia de los padres aumentó, pues ellos pensaban que el ojo izquierdo era normal
y que, a pesar del problema del ojo derecho, el niño podría hacer una vida como los
demás con la visión del ojo bueno. Les planteé a los dos operar el ojo izquierdo y,
muy animados por la recuperación del primer ojo, decidieron que también operáramos el segundo.
La convivencia con los padres y el niño ha sido importante, teniendo en cuenta
que hemos operado al niño dos veces de cada ojo, y que estábamos realizando una
técnica nueva por lo que controlábamos más a menudo a Joaquín para saber su
evolución.
En general los padres lo dan todo por sus hijos, pero en especial los de Joaquín,
que siempre mostraban una cara risueña, aunque la procesión fuera por dentro,
preguntando cosas lógicas pero sin un momento de duda de que lo que estábamos
haciendo era lo correcto, sin importarles los múltiples viajes que tuvieron que realizar a Barcelona para controlar a sus hijos. Me comentó el padre que le encantaba la
ciudad de Barcelona, y que estaba pensando comprar un apartamento cerca de la
clínica, en una zona en la que se divisa el mar y el puerto.
La verdad es que era un niño muy agradecido, porque a pesar de que le habíamos
operado los ojos, tapado con vendajes… siempre estaba riendo. También fue agradecida la retina del ojo izquierdo, ya que pudimos restablecer su anatomía, y así ha
permanecido durante los seis años que lo he ido controlando.
Los buenos resultados que obtuvimos y que hemos publicado en una revista científica han animado a otros oftalmólogos en todo el mundo a realizar esta intervención que no se atrevieron a hacer en Londres.
Joaquín es un buen deportista y en una competición de su colegio ganó una medalla de oro en natación, y me la quiso regalar como muestra de agradecimiento.
Cuando lo veo en la consulta me ilumina la tarde, por su carácter alegre y el agradecimiento de toda la familia. Está cursando una escolarización normal, con una
visión del 50 % en el ojo izquierdo y del 60 % en el ojo derecho.
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“El ojo clínico”
La visión del experto
Su padre, entre otros negocios, tiene barcos atuneros y cada año por navidades
me regala unos bogavantes vivos, que son el terror de mi mujer cuando llegan a
casa, porque no sabe qué hacer con ellos. Al final decidimos que el mejor método
para matarlos era meterlos a hervir en una olla vivos, lo cual no debe ser una muerte
muy agradable, pero están riquísimos.
La gran suerte que tenemos los médicos y, en especial los cirujanos, es la capacidad de mejorar la salud de nuestros pacientes, y la relación médico-enfermo, que en
algunas ocasiones es una de las facetas de nuestra profesión que más aprecio.
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“El ojo clínico”
La visión del experto
7. La mácula
La mácula es la parte más importante de la retina. Se ubica en su centro, justo
en el eje visual. Tiene una extensión de poco de más de un milímetro cuadrado
y es la responsable de la agudeza visual y de la visión de los colores. Gracias a la
mácula podemos leer, identificamos los detalles, reconocemos las facciones de
las caras de las personas, cosemos o miramos la hora en el reloj.
Hay muchas enfermedades que afectan a la mácula, desde enfermedades
congénitas (niños que nacen con pérdida severa de visión por enfermedad de
la mácula) a enfermedades degenerativas asociadas a la edad, pasando por maculopatías infecciosas, inflamatorias, vasculares, metabólicas…
Actualmente las enfermedades de la mácula han adquirido gran notoriedad
dada la enorme incidencia que tiene en la población occidental la degeneración
de la mácula, la causa de ceguera más frecuente en los países desarrollados.
En la degeneración de la mácula, la conocida DMAE (degeneración macular
asociada a la edad), se produce un proceso degenerativo en la retina central
con especial afectación en el milímetro cuadrado más importante del ojo, la
mácula. Por múltiples causas, pero sobre todo por la edad, la mácula se degenera y se pierden las capacidades descritas. Con esta enfermedad no se llega a
la ceguera absoluta, siempre queda un resto de visión que suele permitir hacer
una vida parcialmente independiente. Sin duda, es de menor gravedad que un
desprendimiento, pero tenemos pocas alternativas terapéuticas eficaces.
El paciente en las primeras fases nota cierta disminución de la agudeza visual
pero sobre todo una deformación de las imágenes. Los objetos dejan de verse
regulares, especialmente las líneas rectas como los marcos de las puertas, y
comienzan a hacerse irregulares, abombados, deformados, en definitiva. Es un
síntoma conocido como metamorfopsia y es muy indicativo de que comienzan los problemas en la mácula.
Hay dos grandes formas de degeneración macular asociada a la edad: la forma seca y la forma húmeda. En la forma seca, la mácula se atrofia, se debilita; en
la húmeda, por el contrario, se produce una membrana, una lesión que crece
progresivamente por debajo de la mácula hasta destruirla por medio de hemorragias, líquido o cicatrices fibrosas.
Clásicamente se consideró que la degeneración de la mácula carecía de tratamiento. Actualmente la inyección intraocular de antiangiogénicos puede fre-
197
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
nar la progresión de la forma húmeda de la degeneración macular. La forma
seca, generalmente menos agresiva, carece de tratamiento, aunque el uso de
sustancias antioxidantes parece proteger la mácula del progresivo deterioro.
Dentro de los expertos en retina hay algunos que han hecho del estudio de
la mácula su leitmotiv. Lo saben todo sobre la mácula. El profesor Gómez-Ulla
de Irazazábal de la Universidad de Santiago de Compostela es un claro ejemplo de estudioso de la mácula y nos relata su caso clínico favorito. El profesor
Piñero Bustamante de la Universidad de Sevilla, además de experto cirujano,
tiene también gran experiencia en el tratamiento de la mácula y nos cuenta
un caso donde se centra en los aspectos paralelos de la enfermedad, en los
aspectos más humanos del problema, dándonos una pequeña gran lección de
la relación médico-paciente y que justifica el gran cariño que le profesan sus
pacientes.
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“El ojo clínico”
La visión del experto
LA PINTURA DE TURNER
Prof. Antonio Piñero Bustamante
Universidad de Sevilla
En el trabajo hospitalario diario nos encontramos con todo tipo de pacientes,
pero son pocos con los que acabamos estableciendo una relación amigable fruto
del carácter del personaje, de la confianza y del agradecimiento, y de los años que
llevamos atendiéndolo por su patología. Este es el caso de D. Manuel al que conocí
como paciente hace siete años. Realmente no sé cómo llegó a mis manos ya que
no le correspondía el hospital, pero la verdad es que desde el primer día nació una
relación médico-paciente como debe ser. Este “como debe ser” lo defino como manifestación de confianza por parte del paciente y sentirte, como médico, libre para
planificar el mejor tratamiento posible para su patología.
D. Manuel, es un arquitecto, en la actualidad con 77 años, que había dejado de
ejercer como tal hacía ocho años y desde entonces se dedicaba a su afición favorita,
la pintura. Es curioso que en nuestra labor diaria en el trato con el paciente, al menos
en mi caso, nos interesemos más por sus aficiones que por el trabajo que desarrollan
o desarrollaron. En nuestro medio es frecuente: la cacería, el mar, el campo, los caballos, los distintos deportes y un sinfín de aficiones curiosas.
Pues bien, D. Manuel es un gran aficionado a la pintura y da gusto hablar con él
de los distintos museos que acaba de visitar en Londres, París, Madrid, Roma o San
Petersburgo, prolongándose a veces la consulta más de la cuenta con estos temas
que realmente me entretienen y que, a su vez, dan protagonismo al paciente diluyendo de alguna manera la preocupación que traen.
D. Manuel suele visitar las exposiciones monográficas que realizan estos museos
y aprovecha que su hija vive en Londres para disfrutar de la Tate Gallery donde le
apasionan los paisajes de Constable y la pintura vaporosa de Turner; y la National
Gallery, donde encuentra un popurrí de las mejores obras pictóricas de la historia
desde el siglo XV hasta el impresionismo. Durante estos años, he podido ver algunos
de sus cuadros de hace años, son paisajes vivos, algún retrato y algunos intentos
de pintura que quieren ser impresionista. No es ningún aficionado, maneja bien el
color y la perspectiva, y se le nota estudio y técnica.
D. Manuel estaba diagnosticado de una degeneración macular asociada a la
edad (DMAE) la primera vez que le vi. Había sido visto en otro centro y acudía con
una situación seria, su ojo derecho tenía un cuadro de degeneración disciforme con
199
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
una visión menor de 0,05 y su ojo izquierdo, el que le preocupaba, mantenía en ese
momento 0,4. Tras su estudio, protocolizamos los dos ojos con inyecciones de fármacos antiangiogénicos. Le expliqué que del ojo derecho esperábamos muy poco y
del izquierdo, que la situación se convertía en una guerra con muchas batallas por
delante y que tendríamos que ir ganando una a una.
Pero las preguntas eran inevitables:
— ¿Me quedaré ciego?, ¿podré seguir leyendo y pintando?, conducir no me preocupa tanto pero poder pintar sí.
Y todas esas preguntas que un hombre con nivel intelectual alto realiza.
Pues bien, en estos años hemos podido frenar la degeneración: en la última consulta mantenía una visión de 0,16 en el ojo derecho y de 0,3 en el ojo izquierdo, evidentemente esta visión cuantificada en el optotipo no tiene nada que ver con la
visión subjetiva y visión de contraste. Pero D. Manuel es un luchador, es consciente
de esta situación y la acepta como buena después de siete años y un número tremendo de inyecciones.
Esta historia es una más de los muchos paciente con DMAE que tenemos en la
clínica diaria, pero lo que me llamó siempre la atención son algunas circunstancias
de este paciente. Siempre, en estos siete años, acudió solo a la consulta, es como
si tratara de demostrarse a sí mismo su fortaleza, que era capaz, que mantenía su
necesidad de autonomía, contra la que ha estado luchando todos estos años. Qué
distinto de otros pacientes que tiran la toalla desde el primer día, de aquellos que
se deprimen y hacen que la familia sufra con él la enfermedad, aquellos que logran
enfrentar a la familia con el médico ante el fracaso, para ellos, de la terapia, aquellos
que estando informados hasta la saciedad no se han querido enterar de lo que tiene
su padre o madre, o aquellos que quieren que les resuelvas los problemas sociales y
económicos que la enfermedad ocasiona en la familia.
D. Manuel es un caballero, culto y educado, que es consciente de lo que le ocurre
y jamás ha demostrado ni la más mínima duda ante las decisiones que tomábamos:
— ¡D. Manuel, hay que volver a pinchar!
— Qué le vamos a hacer, píncheme porque realmente he notado que veo algo
peor.
Y esta conversación se ha repetido muchas veces durante estos años.
200
“El ojo clínico”
La visión del experto
Un día me planteó una duda, creía que en su pintura las cosas estaban cambiando notablemente, y me trajo dos cuadros de esta nueva época y realmente había
cambiado, la pintura era más oscura, con mucha menos definición de objetos y paisajes pero seguía trabajando con gran afición. Ante esta duda, que más que duda
era preocupación, le dije que no me disgustaba esta nueva pintura y que me recordaba mucho a la pintura de Joseph Mallord William Turner cuando no es el “pintor
de la luz” ni el pintor considerado como un prefacio romántico al impresionismo y
deja de pintar paisajes idílicos y pinta oscuridades y formas, cuadros como “Llanberis” (1799), “Fisherman at sea” (1796), “Castillo de Dolbadern, North Gales” (1802),
“Phaestum in a Storm” (1830-1835), etc.
Este comentario le mudó la cara, entendí que D. Manuel había recibido la mejor
“inyección” de su vida. Le había encantado mi comentario no intencionado, lo
hice porque realmente me recordaba la pintura de Turner, salvando las distancias.
Me agradeció de veras la inyección de ánimo y me di cuenta, una vez más, de la
importancia del papel del médico en estas circunstancias dolorosas para los pacientes que cada día que pasa piensan que su visión se va apagando un poco más.
Y, sobre todo, de lo necesario que es en los paciente una actitud de lucha constante
y entender, como en este caso, que cualquier circunstancia o palabra amable hace
que el pintor con el que D. Manuel disfrutaba en sus visitas a la Tate Gallery le había
proporcionado esperanzas e ilusión para seguir ganándole batallas a la DMAE.
201
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
GUSTAVO, EL PACIENTE-MÉDICO OPTIMISTA
Prof. Francisco Gómez-Ulla de Irazazábal
Universidad de Santiago de Compostela
Eran las ocho de la tarde de un lluvioso día de enero de hace cinco años. Solo
habían pasado ocho días de la celebración de una fiesta tan tradicional en nuestro país como es la noche de Reyes. Lo recuerdo bien porque ese año había cogido
las vacaciones más tarde y me acababa de reincorporar el día anterior al trabajo.
Había sido un día agotador y me disponía a irme a mi casa cuando mi enfermera me llamó al despacho diciéndome que el doctor Gustavo Fernández (nombre
imaginario) quería hablar conmigo urgentemente. El Dr. Fernández era un buen y
viejo amigo con el que había compartido muchos días de hospital y de quirófano
durante muchos años. Aunque no era oftalmólogo, tenía bastantes conocimientos
de Oftalmología y, a pesar de sus casi 76 años, seguía ejerciendo la profesión de
médico con notable profesionalidad y eficacia.
Entró en mi despacho y me dijo que desde hacía una semana veía nublado y las
cosas torcidas con su ojo derecho y que, por lo tanto, debía de tener un problema en
la mácula. Efectivamente, al examinarlo su visión era de 20/60 en ese ojo y de 20/25
en el ojo izquierdo y en el estudio de imagen con OCT y angiografía fluoresceínica se
observaban drusas blandas en ambos ojos y DMAE húmeda en el ojo derecho en su
variante proliferación angiomatosa retiniana (RAP). En cuanto le expliqué cuál era el
diagnóstico y el tratamiento a aplicar, su reacción me sorprendió. Me sonrió y me dijo:
— Bueno, soy un afortunado al pasarme ahora, pues hace tres años no hubiera
tenido ninguna posibilidad de frenar esto. Pínchame ahora mismo, lo que yo quiero
es seguir trabajando y jugando al golf.
Hacia menos de un año que Lucentis® había sido aprobado en España y todavía
no teníamos suficiente experiencia de su verdadera eficacia y manejo en los RAP.
Pensé que con la confianza que nos unía, el acto de la inyección intravítrea iba a
convertirse en una prueba para mis coronarias. Sorprendentemente me dijo que le
pusiera mucho anestésico, dejase actuar el betadine y que hacia dónde tenía que
mirar, -evidentemente venía bien documentado y dispuesto a luchar contra su enfermedad-.
La fina aguja de 30G atravesó sin problema las paredes del ojo y pude depositar
la pequeña cantidad de Lucentis® en el interior de la cavidad vítrea sin que su ojo se
moviese un milímetro. Al acabar la inyección me dijo:
202
“El ojo clínico”
La visión del experto
— No me ha molestado nada, he visto como ha entrado el líquido y veo además
un pequeño punto negro en la parte inferior, refiriéndose a una pequeña burbuja de
aire que a veces queda alojada en las paredes de la jeringa y sin ninguna importancia penetra en el ojo al realizar la inyección.
Cinco días más tarde, era domingo, estaba comiendo tranquilamente con unos
amigos y el sonido de mi móvil me recuerda que Gustavo requiere mi atención. Contesto por si hubiese algún problema y me dice:
— Francisco, esto es milagroso, acabo de terminar de jugar mi partida de golf y
veo también que he ganado la comida. Muchas gracias, el mes que viene nos vemos.
Al cabo de un mes, un nuevo examen oftalmológico revela que ha doblado la visión en ese ojo y que ya no hay líquido en el OCT ni signos de actividad en el estudio
del fondo de ojo. Como en los RAP no tenemos tanta experiencia en la frecuencia de
inyecciones y ante la buenísima respuesta terapéutica, decidimos no hacer la fase
de carga de poner una inyección al mes los tres primeros meses y a cambio vigilarle
mensualmente. Se despide de mí dándome un abrazo y diciéndome:
— Ves como yo tenía razón de que soy afortunado de que me haya pasado ahora
y de tener amigos como tú….
Durante los cuatro meses siguientes no hubo cambios apreciables, pero al quinto mes volvió con una recaída importante y una pequeña hemorragia en el área
macular que le ha obligado a ponerse desde entonces y hasta el día de hoy, en que
estoy escribiendo este relato, 27 inyecciones más en estos cinco años de seguimiento, así como nuevas angiografías, para reevaluar el diagnóstico y varios cambios
de tratamiento (como terapia fotodinámica) para ver si podíamos conseguir una
mejor respuesta.
Su visión se mantiene cuatro letras por debajo de la inicial y siempre acude a mí
con una sonrisa en los labios y un abrazo al despedirse.
A los seis meses del inicio de su enfermedad apareció el mismo problema en su ojo
izquierdo, se trató con fase de carga y una cuarta inyección y sorprendentemente
no ha tenido necesidad de nuevos tratamientos desde entonces y su visión en su ojo
izquierdo se mantiene en 20/25.
Lo veo a menudo como amigo, de vez en cuando comemos juntos, y siempre me
dice que su vida ha sido la de un hombre con suerte por tener las enfermedades en
el momento oportuno en que hay tratamientos para ellas y además poder seguir
203
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
haciendo lo que más le gusta en la vida, estar con sus amigos y disfrutar del golf, su
verdadera pasión.
— Gracias a ti, al momento en que me pasó y a la constancia de los dos para
luchar contra esta enfermedad crónica, sigo haciendo lo que deseo y a mis 81 años
puedo seguir conduciendo, leyendo y disfrutando de esta larga vida que Dios me
dio.
204
“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
LAS ORGANIZACIONES
NO GUBERNAMENTALES (ONG)
DEDICADAS A LA LUCHA
CONTRA LA CEGUERA
INTRODUCCIÓN
José Fernández-Vigo López
En la tercera parte de nuestro libro queremos que conozcan las ONG dedicadas a la lucha contra la ceguera que van a ser las beneficiarias de los fondos
obtenidos con la venta de este libro.
Para ello, el doctor Julio Yangüela, presidente de la ONG Visión Mundi y presidente de la Sociedad Española para la Prevención de la Ceguera en Países en
Desarrollo, nos explica los objetivos que tienen y las funciones que desarrollan
estas ONG.
Posteriormente presentamos las actividades de las tres ONG seleccionadas,
dentro de las muchas que existen en la Oftalmología española. La doctora Elena Barraquer, el profesor Fernández-Vega y los doctores Julio de la Cámara y
García Sánchez nos detallan la historia de sus respectivas ONG y nos relatan su
experiencia escribiendo un diario de alguna de sus expediciones.
207
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Los retos de las ONG españolas
para la prevención de la ceguera
Dr. Julio Yangüela Rodilla
Presidente de la Sociedad Española para la Prevención de la Ceguera
en Países en Desarrollo
Pocas especialidades médicas tienen la posibilidad de hacer tanto por la gente necesitada como nosotros los oftalmólogos. Quizás por esto, cada vez somos
más los que nos interesamos por la cooperación al desarrollo y que encontramos en ella un verdadero sentido a nuestro trabajo, en un momento en que
nuestra sociedad está muy necesitada de referentes y valores.
En el mundo hay más de 285 millones de personas afectadas por problemas
severos de visión. Treinta y nueve millones están ciegas, la mayor parte a causa
de cataratas. Ciento cuarenta y seis millones padecen baja visión debido a un
problema médico y otros cien millones más por defectos de refracción. En algunos países africanos, más del 1 % de la población está ciega.
Un 90 % de las personas afectadas de ceguera vive en países en desarrollo,
donde la posibilidad de quedarse ciego es entre cinco y diez veces mayor que en
los países industrializados. Estas cifras van en aumento: proyecciones de la OMS
indican que la ceguera puede afectar a más de 75 millones de personas en el año
2020, como consecuencia del crecimiento demográfico y del envejecimiento de
la población, a menos que se emprendan medidas urgentes y coordinadas.
La OMS considera que junto con las vacunaciones, la lucha contra la ceguera
es la acción sanitaria más eficaz para luchar contra la pobreza. En muchos países pobres las personas ciegas son apartadas de la sociedad. Un niño que no ve
bien no va a poder educarse adecuadamente y va a ver limitado todo su futuro.
El 60 % de los ciegos son mujeres. En muchas culturas, es la mujer la que se encarga de la educación de los niños, con lo que su falta de visión va a perpetuar
la espiral del subdesarrollo en las siguientes generaciones.
La buena noticia es que más del 80 % de las causas de ceguera o baja
visión son tratables u operables a bajo coste.
En la actualidad, entre 20-25 grupos diferentes de oftalmólogos españoles
realizan algún tipo de cooperación. Sin embargo, el impacto de nuestras ac-
208
“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
ciones en la erradicación de la ceguera es todavía muy limitado. Entre todos
realizamos menos de 20.000 cirugías de catarata/año en todo el mundo, cuando hacen falta entre 4.000-5.000 cirugías /millón de habitante para disminuir la
carga de ceguera por cataratas en un área concreta.
Como respuesta al creciente número de acciones promovidas en el exterior
por oftalmólogos y ONG españolas, doce ONG españolas de Lucha Contra la
Ceguera decidimos unir esfuerzos y crear en el año 2010 la Sociedad Española
Contra la Ceguera en Países en Desarrollo (www.poderver.org). Nuestro
objetivo es ser un punto de encuentro donde nos podamos conocer, formarnos y tratar de aunar esfuerzos para mejorar la calidad de las acciones que
realizamos en diferentes lugares del mundo. (En www.poderver.org se puede
encontrar un directorio con las principales ONG españolas).
Los expertos insisten mucho en que la cooperación al desarrollo requiere formación específica para que sea eficaz y que no es lo mismo cooperación que
caridad. Así, por ejemplo, programas bienintencionados de cirugía de cataratas
gratuita o de donación de gafas pueden, en algunos casos, ser contraproducentes, ya que a su limitado impacto unen el que desincentivan la creación de
proyectos sostenibles y educan a la gente en la cultura de la subvención, en
vez de la de luchar por sus propios medios para salir del subdesarrollo. Los países en desarrollo en los que está disminuyendo la ceguera son aquellos en los
que se está apostando por capacitar personal local, en vez de acudir nosotros
a realizar las cirugías. Debemos apostar, allí donde sea posible, por ir a formar
más que a operar.
Sin duda, la cooperación al desarrollo en Oftalmología va a tener una importancia cada vez mayor dentro de nuestra sociedad. De alguna manera somos
embajadores de nuestra cultura y de nuestro país allí donde viajamos. Tenemos que encontrar mecanismos para que esta importante labor sea valorada
y cuente con un respaldo decidido por parte de nuestras autoridades. Desde
la Sociedad Española Contra la Ceguera en Países en Desarrollo, intentaremos
ayudar a que nuestras acciones tengan cada vez una mayor calidad y eficacia.
Solo me queda por último felicitar a los promotores de este libro por su excelente idea, un nuevo y novedoso paso en la lucha contra la ceguera que se
realiza desde nuestro país.
209
“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
1. Fundación Barraquer
Dra. Elena Barraquer Compte
Barcelona
HISTORIA
El profesor José Antonio Barraquer Roviralta fue el primer catedrático de Oftalmología de la Universidad de Barcelona y probablemente de España. Entre
los años 1919 y 1923, fue sucedido como catedrático interino por su hijo, el
conocido oftalmólogo don Ignacio Barraquer y Barraquer. Este último ejerció
desde 1928 como jefe del Servicio de Oftalmología del Hospital de la Santa
Cruz y San Pablo y, al dejar sus funciones allí, para abrir una gran clínica en el
ámbito monográfico de su especialidad, no quiso que los pacientes con menos
recursos económicos se vieran apartados de los beneficios de la más moderna
Oftalmología, a la que podían acceder en su nuevo Centro. Así nació, en 1941,
el reputado Dispensario de la Clínica Barraquer.
Más adelante, esta institucionalización de una obra social en la Clínica Barraquer
de Barcelona se hizo extensiva a la Clínica que su hijo José Ignacio, también oftalmólogo, estableció en la ciudad de Santafé de Bogotá, en la lejana Colombia.
Con esa historia previa de tradición social y asistencial, en el año 2003, el Prof.
Joaquín Barraquer, la Dra. Elena Barraquer y el Dr. Rafael I. Barraquer deciden aumentar el ámbito de actuación directa del Dispensario, aplicada hasta entonces
sobre españoles e inmigrantes, sobre las poblaciones más desfavorecidas de
otros países, y así constituyen la Fundación Barraquer.
Ese mismo año el profesor Joaquín Barraquer vendió el Mercedes-Benz 540K
Autobahn Kurier heredado de su padre, y del que solo se conocen tres modelos
en el mundo, a un coleccionista americano. Con el producto de la venta creó
una entidad sin ánimo de lucro, la Fundación Barraquer, con el fin de continuar
la labor iniciada en 1941 a través de la Obra Social del Dispensario Barraquer.
Existen dos versiones de cómo el coche llegó a manos del profesor Ignacio
Barraquer: unos dicen que fue regalo del Rey Farouq I de Egipto y otros que
el mismo profesor Ignacio Barraquer lo compró directamente en el año 1938
durante el salón del automóvil de París. En cualquier caso, don Joaquín consideró que sería un mejor homenaje a la memoria de su padre y maestro destinar
el valor del coche a una ampliación de su obra social que retenerlo como un
recuerdo personal.
211
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Gracias a esa decisión altruista y generosa, en estos diez años de actividad,
como veremos más adelante, la Fundación Barraquer ha desarrollado un extenso programa de caravanas solidarias asistenciales a zonas deprimidas de África
y Asia, en muchas ocasiones apoyando la actividad de otras ONG para asegurar,
con sus recursos profesionales y técnicos, una mayor eficiencia en estas acciones. Con el mismo objetivo, se han instituido programas y becas de formación
en el Instituto Barraquer de Barcelona para que médicos y técnicos de aquellos
países puedan recibir la necesaria actualización en la moderna Oftalmología, a
fin de extender y perpetuar los beneficios de esos desplazamientos asistenciales, haciéndolos más eficaces mediante la posibilidad de una selección previa de
los casos a atender y una atención posterior de los operados. En esta actividad
exterior hay que considerar también a los pacientes que, por la complejidad del
caso, son trasladados a Barcelona y tratados por el equipo facultativo del Centro
de Oftalmología Barraquer en las mismas condiciones de gratuidad.
Para quien ha nacido en un país del primer mundo, en ocasiones, resulta difícil entender que unas cataratas, que se solucionan de manera sencilla y rápida,
puedan ser un escollo insalvable en la supervivencia. Sin duda, se trata de la
causa principal de ceguera en los países en vías de desarrollo y supone, en consecuencia, el no poder acceder a un puesto de trabajo que permita a un adulto
mantener a su familia. La salud visual de los niños es también un objetivo muy
importante, pues sin la buena visión que proporcionan en muchos casos unas
gafas adecuadas no pueden atender a la escolarización y aprendizaje que, posteriormente, les abrirá un futuro a través del trabajo. Así pues, podemos concluir que estas acciones inciden directamente en dos puntales del crecimiento
socioeconómico de un país: la salud y la educación.
Esta conciencia social que desde siempre ha inspirado a la organización Barraquer es hoy uno de los pilares para la definición de excelencia en las empresas, la Responsabilidad Social Corporativa, pero más allá de cualquier consideración debemos tener presente la absoluta necesidad de estas acciones y de
la colaboración de todos para que el mundo, siendo más justo, sea también
más seguro. Como dice el lema de la Fundación Barraquer, en esta tarea “Todos
tenemos mucho que ver”.
ÁMBITOS DE ACTUACIÓN
Fundamentalmente, los objetivos son:
1.- Facilitar asistencia oftalmológica a personas con recursos económicos escasos.
212
“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
2.- Dar apoyo a investigaciones oftalmológicas.
3.- Conceder becas para la formación de especialistas.
4.- Concienciación de la sociedad a favor de la donación de ojos.
5.- Establecer acuerdos con otras instituciones para alcanzar sus objetivos.
LÍNEAS DE ACTIVIDAD ASISTENCIAL
1.- Expediciones oftalmológicas a áreas desfavorecidas.
2.- Actuación local en el Centro de Oftalmología Barraquer.
PROYECTOS DE COOPERACIÓN
Durante los diez años de vida de la Fundación, su labor ha ido aumentando.
En el año 2004 se realizaron las dos primeras expediciones a Senegal y a Camerún con un total de veinte operaciones de cataratas realizadas (aproximadamente). Dos años después, en el 2006, se empezó a viajar a la India y el número
de operaciones fue casi del triple.
Gracias al apoyo de otras fundaciones y ONG, la Fundación ha ido consolidando su labor y creciendo en el número de operaciones y países de actuación.
Nuestras primeras colaboraciones y viajes fueron con el Colegio de Enfermería de
Barcelona, Fundación SOS, Sonrisas de Bombay y Association Education Santé.
En el año 2008 viajamos dos veces a Camerún de la mano de Fundación
Recover. Gracias a la colaboración con África Digna, en el 2009 se sumó Kenia
a los países receptores de nuestra ayuda. En el año 2010 con la colaboración
de Fundación Ibo, comenzamos a operar en Mozambique, en Malawi con Active Africa, en Gabón con la Fundación Amissa Bongo y en Marruecos. Durante
ese año los números de pacientes tratados fueron de casi seis mil y quinientas
treinta y nueve las cataratas operadas.
Al año siguiente, en 2011, además de repetir todos nuestro destinos del 2010,
empezamos a colaborar con la Dominicas Mexicanas en Ayene (Guinea Ecuatorial). En el 2012 se une Níger y gracias a la Fundación Wodaabe-Níger superamos el millar de cataratas operadas ese año.
213
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Gracias a la colaboración con la multinacional UNILEVER, en el año 2013 hemos podido operar durante una semana en Bangladesh en un barco hospital que pertenece a la Fundación Friendship, y también en el Congo con la
Asociación F.AEMP, por lo que, aunque quedan pendientes dos expediciones a
Mozambique y Níger, 2013 será, sin duda, el año en el que batamos todos los
récords: de operaciones en un día, por expedición y en total.
Nuestras técnicas han ido mejorando con los años, el equipo ha conseguido
consolidar su labor en estos países, por lo que el número de países que nos
solicitan nuestra ayuda crece cada año.
Actualmente colaboramos en Marruecos, Senegal, Níger, Camerún, Guinea
Ecuatorial, Gabón, República Democrática del Congo, Kenia, Malawi, Mozambique, India y Bangladesh.
El próximo año tendremos tres destinos nuevos: Cabo Verde, Sierra Leona y
Argelia, gracias al acuerdo firmado entre Equatorial Coca-Cola Bottling Company, S. L. y Fundación Barraquer, y estamos estudiando abrir una nueva sede
de la Fundación en República Dominicana para poder atender el área del Caribe, centro y sur de América desde allí, con médicos formados por el Instituto
Barraquer.
En estos diez años, hemos realizado un total de cincuenta y una misiones
humanitarias, con 3.684 operaciones de cataratas, 22.062 consultas oftalmológicas y unas 7.571 gafas entregadas.
CAPTACIÓN DE FONDOS
La Fundación organiza numerosas actividades como cenas benéficas, exposiciones artísticas, conciertos, torneos deportivos, mercadillos, cestas de Navidad,
etc. Gracias a estas actividades y a las donaciones de particulares y entidades en
el año 2012 se obtuvo una cifra récord de fondos.
También es pionera en ofrecer a sus socios nuevas maneras de ayudar sin
repercutir en sus bolsillos, gracias a las nuevas tecnologías, como shopciable o
chad2win. Ha lanzado también, conjuntamente con la firma Castañer, un bolso
y una alpargata solidaria; constantemente está buscando nuevas maneras de
conseguir financiación.
Nuestros eventos se han convertido, no solo en una manera de conseguir
fondos, sino también en una manera de hacer que nuestros socios y amigos lo
214
“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
pasen bien pudiendo ayudar. Durante uno de nuestros mercadillos benéficos
una de las clientas asiduas nos daba la gracias por, no solo tener la oportunidad
de comprar cosas a muy buen precio, sino también poder ayudar a una buena
causa.
La mayor parte de estos fondos proceden de los actos promocionales, que
representan el 47 % del total. Es destacable que el 33 % del total es una aportación de particulares.
215
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
RELATO DE UNA EXPEDICIÓN: KENIA 2013
Dra. Elena Barraquer Compte
Barcelona
Domingo
Esta es la cuarta vez que la Fundación Barraquer viaja de expedición asistencial a Kenia, en colaboración con África Digna, una ONG de Barcelona con
proyectos sociosanitarios en el país.
Llegamos a Nyeri, una población de 120.000 habitantes al noroeste de Nairobi, cerca del Monte Kenia, un domingo por la mañana después de dos vuelos
de cuatro horas y media cada uno y un último trayecto en minibus de más de
dos horas. En el hospital provincial de Nyeri nos esperan un par de misioneros
con treinta Samburu que han viajado por carretera casi tanto como nosotros.
Uno de ellos luce, muy orgulloso, un collar del cual cuelgan los botes de colirios (vacíos) que dimos el año anterior a otro miembro de su tribu. Es su única
pertenencia superflua. Tenemos que examinarlos y valorar quiénes necesitan
una intervención de catarata, la causa principal de ceguera en estos países. Para
minimizar los gastos de su estancia en la ciudad y el alquiler del autobús que
han utilizado para su desplazamiento deberíamos operarlos hoy mismo, así
mañana, una vez controlado el resultado, podrán regresar a su región, al norte
del país.
El equipo de la Fundación Barraquer está compuesto en esta ocasión por
siete personas: Nacho, el anestesista; Marta, la oftalmóloga que se encargará de
la consulta; Maite, la instrumentista; Jesús, Stefano y Rodrigo, voluntarios encargados de limpiar y esterilizar el instrumental, dilatar las pupilas, movilizar a los
pacientes y asumir esas funciones que en nuestro entorno habitual ya damos
por hechas; y yo misma, Elena, la cirujana.
A pesar de que el cuerpo nos pide a gritos una buena cama, después de un
almuerzo ligero a base de samosas, empanadillas de carne típicas del lugar,
equipamos el quirófano con todos los aparatos, instrumentos y material quirúrgico que hemos traído de Barcelona (unos 450 kg) y empezamos la sesión. Los
Samburu tienen ojos difíciles, con córneas poco transparentes, lo que dificulta
la extracción de las cataratas, casi todas muy avanzadas. Pero conseguimos terminar los quince casos que “solamente” tenían catarata a las siete de la tarde.
Por desgracia, hemos tenido que excluir otros tantos que por presentar glau-
216
“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
coma avanzado no habrían mejorado o que tenían córneas tan opacas que
impedían la intervención.
Llegamos al hotel, un “tres estrellas cutre africano” donde nos espera una
cena decente y al menos sábanas limpias en las camas.
Lunes
El despertador suena a las 6:30 de la mañana. ¡Hace un frío pelón! Estamos en
el hemisferio sur y a casi dos mil metros de altura. Por suerte hoy tenemos agua
caliente en la ducha, ¡un lujo!
Después de un buen desayuno “a la americana” porque el almuerzo del hospital deja mucho que desear, estamos dispuestos a empezar una nueva jornada.
Hoy han llegado más misioneros con Samburu y Turkana, casos parecidos a los
de ayer. Marta los va examinando con ayuda de Rodrigo, quien ha aprendido
a utilizar el Tonopen para medir la presión y a agilizar la visita. Yo voy operando
catarata tras catarata en armoniosa coordinación con Maite, también veterana
de estas lides. El ritmo es bueno y Nacho casi no da abasto con las anestesias.
Jesús y Stefano no paran de lavar y esterilizar el instrumental. Suerte que hemos
traído con nosotros un Statim, aparato de autoclave que en nueve minutos
realiza una perfecta desinfección.
Los operados de ayer están todos relativamente bien, con más o menos inflamación postoperatoria, pero todos muy contentos y peleando entre ellos
como niños para decidir quién ve más a lo lejos. Los misioneros se despiden
muy agradecidos hasta el año que viene.
Por la tarde nos toca algún caso más complicado y el ritmo se enlentece. He
operado a un par de pacientes jóvenes, con cataratas traumáticas hipermaduras y fibrosadas a las que literalmente ha sido difícil “hincarles el diente”. Pero
afortunadamente no hemos tenido ningún problema que no hayamos podido
resolver.
Acabamos el día a las 21:30 h con treinta y siete cataratas operadas, cansados
pero felices por haber mejorado la calidad de vida de esta pobre gente.
La cena está amenizada con anécdotas de la jornada y regada con Tusker, la
cerveza local, ligera y refrescante.
217
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Martes
Los Samburu y Turkana operados regresan a sus regiones equipados con los
colirios para el tratamiento postoperatorio que también hemos traído de Barcelona y unas gafas de sol para protegerse. Las gafas provienen de donaciones
particulares y las hay de todo tipo, modelo y color. A una mujer bajita le han
tocado unas enormes de Armani, a otra, unas con la bandera de EE. UU.; están
muy graciosas.
Un operado nos regala su bastón: dice que como ahora ya puede ver, no lo
necesita. Es emocionante.
Hoy nos toca operar a los Kikuyu, gente local quienes por suerte no tienen
los ojos hundidos de los Samburu ni sus córneas veladas. Pero las cataratas son
muy duras, tanto que en un par de casos he tenido que revertir a la técnica
extracapsular, con incisión grande y suturas, porque los ultrasonidos no hacían
mella en ellas. Esto hace que la intervención se alargue y la recuperación visual
sea más lenta.
No terminamos las treinta y ocho cataratas que nos habíamos propuesto
operar hasta pasadas las once de la noche, con el tiempo justo para una cena
rápida antes de caer agotados en la cama.
Miércoles
Seguimos operando sin parar, unos casos más difíciles que otros pero sin
complicaciones importantes. Los Kikuyu son menos primitivos que los Samburu
y entienden más fácilmente las indicaciones que les damos. En quirófano tenemos un par de ayudantes locales que hacen de traductores. Además, Mercedes,
presidenta de África Digna, ha preparado un listado con instrucciones básicas
en swahili: “abre los ojos, cierra los ojos, recuéstate aquí, no te muevas…”, frases
indispensables para tener a mano, porque un pequeño movimiento de la cabeza durante la operación puede ser un desastre.
A la hora de almorzar se acerca Karanja, el técnico en Oftalmología del hospital, para anunciarme que tengo una paciente “ilustre”: la madre de un médico
del Ministerio de Salud Pública, un hombre muy agradable entrenado en Inglaterra. Aunque podría pagar la intervención, en el hospital no disponen de
facoemulsificador, el aparato de ultrasonidos que pulveriza la catarata y con el
cual se obtienen mejores resultados. Es lógico que prefiera ser operada por nosotros con las técnicas más modernas. Le invito a entrar en quirófano durante
218
“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
la preparación e intervención de su madre y está encantado: no para de hablar,
explicando y preguntando mil cosas. Es un alivio cuando ella ya está lista y los
dos se van. ¡Puedo volver a escuchar la música que siempre me acompaña,
arias de ópera y pop rock de los años setenta!
Terminamos la jornada habiendo extraído treinta y seis cataratas más y a
tiempo para que las “mamás”, las pacientes operadas que se quedan a dormir
una noche en el hospital compartiendo cama de dos en dos, nos deleiten con
unas canciones tradicionales.
Jueves
Hoy es el último día de quirófano. Las pocas horas de sueño se van acumulando pero el agradecimiento de los pacientes nos mantiene en forma. Sin
olvidar las dosis de vitamina B, que además nos evitan las picaduras de mosquitos.
La cola de pacientes para ser examinados no parece mermar. Pero en algún
momento hay que cerrar el cupo porque nuestro tiempo es limitado. Marta me
pregunta a quién dar prioridad entre un chico de 28 años con una catarata traumática que solo le permite ver la luz y el otro ojo sano y una mujer de 50 años
con catarata bilateral y visión únicamente de bultos. Creo que la mujer prácticamente ciega lo necesita más. Pero como no me gusta hacer de rey Salomón
decido que opero a los dos. En estos países los traumatismos están a la orden
del día y el chico puede perder su otro ojo en cualquier momento.
Una chica embarazada se marea con la anestesia local y nos obsequia con
una gran vomitona que perfuma todo el quirófano.
Las dos últimas pacientes, mujeres de mediana edad, esperan su turno para
la anestesia charlando animadamente, como si estuvieran en la peluquería. Nos
preguntamos que estarán diciendo y nos inventamos una historia: “¿Tú prefieres que te pongan una lente con filtro amarillo? A mí me gustaría un anillo
capsular”. Bromeando, el tiempo pasa más rápido…
Hoy hemos extraído otras treinta y seis cataratas, que suman un total de ciento sesenta y dos, muchas horas de trabajo y muchísima satisfacción que compensa el cansancio.
Al acabar la sesión celebramos una fiesta con aperitivo y reparto de diplomas
a todos los voluntarios y personal sanitario del hospital que han participado en
219
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
la campaña. Todos están emocionados y encantados con sus certificados de
acreditación y nos ruegan que regresemos también el próximo año.
Viernes
Nos permitimos una hora más de sueño antes de llegar al hospital para recoger el quirófano, embalar los aparatos y destapar el ojo de los pacientes operados ayer.
El material que ha sobrado lo dejaremos en el hospital almacenado para el
año que viene; así evitaremos algo de exceso de equipaje.
Entre besos y abrazos nos despedimos de las enfermeras y técnicos e iniciamos el largo viaje de regreso a casa.
Dejamos muchas caras felices, hemos podido devolver la luz a muchos ojos.
Y dejamos también la semilla de la esperanza para muchos otros, que podrán
ser operados en años venideros.
220
“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
2. Fundación Fernández-Vega
María Victoria Cueto-Felgueroso Botas
Oviedo
Alguna vez, en nuestras vidas, todos nos hemos planteado una cuestión:
¿Cómo podríamos ayudar a la gente necesitada?
Este fue el hilo de Ariadna que ha seguido el Instituto Oftalmológico Fdez.Vega hasta que varios de sus componentes, allá por el año 1995, unidos por la
determinación de la esposa del profesor Luis Fdez.-Vega, Victoria Cueto-Felgueroso Botas, tomaron la decisión de reunirse, y de sus ideas y proyectos conjuntos salió a la luz la Fundación Fernández-Vega.
Fue creada en el año 1996 para aglutinar y estructurar la labor social que los
Fdez.-Vega ya desde el siglo XIX, época en la que data la primera generación
de oftalmólogos de esta saga, venían prestando a los más necesitados. De esta
forma este servicio altruista hacia sus semejantes se convirtió estructural y organizativamente en una Fundación.
La Fundación Fernández-Vega, desde entonces y como tal Institución, ha
desplegado sus acciones humanitarias dentro y fuera de nuestras fronteras.
Comenzamos la explicación de su andadura más allá de nuestras fronteras y
por su primer proyecto: Camboya. Esta iniciativa se desarrolló gracias a la amistad de la familia Vega con Monseñor Figaredo –Kike–, prefecto de Battambang,
provincia situada en el noroeste del país asiático, en la que con su gran humanidad ha dedicado su vida a una población castigada y mutilada por las guerras.
En esas tierras, las minas antipersonas causaron estragos en la salud de sus habitantes, muchos de ellos jóvenes y niños. Monseñor Figaredo no solo se ocupó
de la curación de estas personas, sino también de su formación, de la creación
de escuelas, de su alimentación, etc.
Y en esa necesidad de asistencia oftalmológica a estas personas del continente asiático, creyeron los Fdez.-Vega que era necesario ayudar a mejorar la calidad de la visión de sus habitantes. Por ello Camboya se convirtió en el primer
objetivo solidario y ya han sido varias las expediciones realizadas a Battambang,
en las que médicos oftalmólogos y optometristas del Instituto Fdez.-Vega han
viajado cargados de maletas repletas de material quirúrgico y medicinas apropiadas a cada sintomatología para curar sus enfermedades.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Todo les sirve a aquella pobre gente que nada pide: colirios, fármacos y gafas
graduadas, entre otras cosas… La ayuda es interminable, pero todos los días,
desde el amanecer, que es cuando comienzan su tarea, los médicos que allí se
desplazan pueden atestiguar que están cargados de emoción, de la emoción
que produce servir a los demás y al mismo tiempo de la alegría producida por
la gratitud y el agradecimiento del que nada tiene.
Y de Asia a Sudamérica, pues otras de las directrices de ayuda de la Fundación Fernández-Vega es la realizada por parte de los médicos del Instituto en
colaboración con la Asociación “Acovaperú” en Ayacucho-Perú, y que justamente este verano del 2013 comenzó su primera singladura.
Esta comunidad está dirigida por la Madre Covadonga, misionera dominica y
poseedora de unos 85 vitales años de los que 60 lleva luchando en Ayacucho
con colectivos de riesgo de exclusión así como ayudando a personas discapacitadas.
El equipo que este verano se ha desplazado procedente del Instituto Fdez.Vega ha intentado paliar las patologías oculares de los habitantes de Ayacucho
en colaboración con el Hospital Regional de la ciudad.
Una tercera directriz de ayuda nos lleva a Angola, país con el que se ha colaborado en ayuda humanitaria cuando se les ha requerido.
Y para terminar, y ya dentro de nuestras fronteras, el Instituto Fdez.-Vega también presta asistencia oftalmológica a diversos colectivos como la Asociación
Nora de Apoyo a Personas con Parálisis Cerebrales y Discapacitados y también
las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y la Asociación Arbolar de Discapacitados Psíquicos. La Fundación Fernández-Vega seguirá este camino manteniendo presente en sus vidas las palabras de la Madre Teresa de Calcuta: “Bienaventurados los que dan sin recordar y los que reciben sin olvidar”.
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“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
CHARLIE, UN ENCUENTRO QUE CAMBIÓ SU VIDA
Prof. Luis Fernández-Vega Sanz
Oviedo
“Estábamos a 800 km del punto de civilización más próximo, era uno más
de mis viajes africanos, en esta ocasión a Tanzania, tierra de paisajes maravillosos y exóticos”. Así empieza mi padre el relato de esta historia curiosa y con final
feliz.
A veces las cosas ocurren porque sí.
Una mirada, un gesto, hacen que la vida cambie y tome otro rumbo.
Los destinos se cruzan de manera caprichosa respondiendo a algo que desconocemos y aquel día la vida quiso que el destino de Charlie se cruzara con el de mi
padre en un polvoriento camino de la sabana africana, un caluroso otoño de
1986.
— ¡Para el coche, para!
Mi padre dio la orden que fue traducida por el cazador blanco al conductor del
todoterreno que les llevaba, siguiendo la pista de un leopardo. Habían colocado
los cebos la noche anterior y acudían desde el campamento a ver si había rastro
del animal.
Un niño de corta edad, agitaba un pañuelo blanco a un lado del camino.
“Será algún pastor”, le comentaron y el jeep siguió su camino rumbo al objetivo.
Ya de regreso al campamento, y en otro punto del recorrido, de nuevo el niño
llamó la atención de la expedición al paso del coche.
Su ojo de cazador lo atisbó a lo lejos, pero su ojo clínico, presintió algo más.
— Mira ese chico, ¿qué le ocurre?
Charlie no medía más de metro y medio, caminaba descalzo, sucio, semidesnudo, ayudado por un bastón.
223
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— Dejadme bajar.
Ante la atónita mirada del resto de la expedición, mi padre se bajó del coche y
cogiéndole por un brazo le ayudó a subir al jeep.
No sé si la casualidad existe, y quiero creer que alguien maneja los hilos de nuestras vidas desde allá arriba, pero lo cierto es que aquel caluroso día de verano tardío,
sea por el motivo que fuera, el destino de Charlie y el de mi padre se encontraron en
esa encrucijada y viraron en el mismo sentido.
Se sentó a su lado en el coche y al mirarle esos ojos negro azabache, contrastando
con una pupila blanca, lo comprendió todo.
Charlie tenía cataratas congénitas, estaba prácticamente ciego. Por eso caminaba torpe, con un bastón, solo, y en el camino prohibido donde era presa fácil para
cualquier animal salvaje.
La posibilidad de que un niño ciego encuentre un oftalmólogo en medio de la selva en una expedición es de una entre… ni sé…, pero allí estaban los dos mano a
mano, sentados uno al lado del otro y empezando a escribir las primeras líneas de
una conmovedora historia que hoy, y en homenaje a mi padre, quiero plasmar en
este libro.
Una vez en el campamento pudo explorarle con más detenimiento.
“Como siempre que viajo, vaya donde vaya, y más en África, llevo un pequeño
equipo oftalmológico para visitar al final del safari alguna misión. De esa forma
trato de paliar modestamente algún problema de estas gentes”.
Charles Mwaja, Charlie, había sido repudiado por su familia y por su tribu Wagogo. Su ceguera le incapacitaba para realizar las labores cotidianas y le consideraban
un ser inútil, no servía.
Pero era muy inteligente.
Logró sobrevivir en plena selva del Kisigo, a mil kilómetros del Kilimanjaro, hacia
donde se adentró buscando su salvación.
“Su fe indestructible en Dios justificaba su forma de proceder”.
Es curioso, pero así fue.
224
“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
Isabel Quintanilla, mujer de Tony Ariño, el cazador blanco, lo organizó todo.
Y tras cuatro meses de burocracia, papeleo y trámites para poder traer a Charlie
a operarse a España, por fin aterrizó en el aeropuerto de Ranón, en medio de una
espesa bruma y una gran expectación.
Los días posteriores a su llegada los pasó en el convento de las monjitas del Naranco, una residencia de ancianos, donde tuvo el primer contacto con nuestro
mundo, siendo su llegada arrolladora al romper la monotonía del lugar y dando
un soplo de alegría.
Con una lista de veinte palabras en swahili, se le enseñaron los conceptos básicos
para poder realizar una exploración y evaluar el resto visual que tenía.
El chico era listo y aprendía rápidamente. El pediatra le reconoció y aunque aparentaba no más de doce años, calculó que tendría catorce o quince. De ahí pasó a
vivir los días previos a la cirugía con D. José, el párroco de la iglesia de La Argañosa,
quien se encariñó tremendamente con él y a quien ayudaba haciendo de monaguillo.
Y por fin llegó el gran día de la cirugía. He de reconocer que para todos supuso un
momento de gran emoción y esperanza.
Mi padre le había encontrado. Yo le iba a operar. Le hice una cirugía extracapsular
con implante de lente intraocular monofocal.
Poder dar luz y color a una vida vivida en tinieblas, poder poner cara a unas voces
sin dueño y ver un amanecer, un atardecer de esos que no hay otros como los de
África…. y ser parte integrante de la historia, la verdad es que emociona.
Y cuando se le quitó la venda a aquel primer ojo operado en la primavera del 87,
rodeado de las monjitas de toca blanca que ayudaban en la clínica donde se realizó
la cirugía, y de todo el personal que ayudó a la misma, lo primero que dijo en un español casi ininteligible, recién aprendido, fue “pero si no sois blancos, blancos como
eso…” y señaló las tocas de las monjas que reían a su lado.
Charlie empezó a descubrir el nuevo mundo que se abría ante él, no solo de luz
y colores, sino también de cultura y forma de vida. Aprendió las letras y a leer muy
rápido. Después vino el otro ojo y todo fue bien.
Tras una rápida recuperación y una temporada en España, llegó la hora de la
marcha.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Mi padre le despidió con la esperanza de encontrarse de nuevo. Nunca se perdieron la pista.
Charlie era un gran creyente, confiaba en que Dios le ayudaría a encontrar a
alguien que solucionara su problema en medio de la selva, y allí encontró a mi
padre.
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“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
RELATO DE UNA EXPEDICIÓN
Prof. Luis Fernández-Vega Sanz
Oviedo
A toque de campana ya sea un templo budista, en mitad de un arrozal, en la
cárcel o en la propia misión de la iglesia católica de Kike, durante el tiempo que
estamos allí y que siempre se queda corto, se visita de sol a sol (y nunca mejor
dicho) a todo aquel que acude a la “consulta de campaña” que se organiza para
tal fin, y aunque el trabajo es agotador, el pago con una sonrisa de esa gente,
pobre y desfavorecida, compensa todo el esfuerzo.
La experiencia es única y la satisfacción del trabajo bien hecho y el deber
cumplido te reconforta.
El siguiente paso es empezar a operar.
Aquí los problemas son más de índole burocrática con el hospital de víctimas
de guerra, ahora en manos de los japoneses, y que esperamos poder solucionar
a corto plazo.
Ver las cosas desde otro ángulo cambia la dimensión y la perspectiva de lo
que ya tenemos.
Aquello a lo que no le dabas ninguna importancia, de pronto adquiere un
gran valor, y aquello que tenía un gran valor, de pronto carece de él.
Cualquier ayuda es poca, no podemos mirar a otro lado cuando hay tanto
por hacer.
La colaboración con Perú en Ayacucho también está en marcha. Nos vamos
en unos días. Todo el equipo está preparado y con ilusión pensando en la ayuda
que podemos aportar. Tenemos pensado hacer cientos de cirugías. Os lo contaremos a la vuelta…
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“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
3. Fundación Proyecto Visión
Dr. Julio de la Cámara
Barcelona
HISTORIA
Proyecto Visión (P. V.) fue fundada en 1995, en Barcelona, por un grupo de
personas, entre ellos oftalmólogos y enfermeras, con la finalidad de actuar contra la ceguera evitable en aquella zona de Tigray en Etiopía que habíamos visitado con anterioridad y que es uno de los lugares más pobres de la tierra.
Etiopía acababa de salir de una guerra que había durado casi treinta años y
había dejado un país destruido. A ello se había añadido una tremenda hambruna que había dejado multitud de muertos en aquella zona.
Llegamos allí de casualidad. El Dr. Luis Cuadrado, de Salamanca, había conocido aquel lugar y había comenzado a trabajar en St. Louise Eye Clinic, en
Mekelle (Tigray), que es la región del norte de Etiopía vecina a Eritrea.
La situación sanitaria era deplorable. Solo había un oftalmólogo para una población de más de cinco millones de personas e inicialmente trabajaba en St.
Louise, pero cuando se constituyó P. V. ya se había trasladado al hospital público
en la localidad cercana de Quiha. Con él mantuvimos estrechas relaciones.
La Clínica que nos acogió estaba dirigida por Sister Margaret Coney, monja
irlandesa de enorme personalidad, extraordinaria voluntad y valía que construyó un dispensario donde especialmente trataba y operaba a multitud de
pacientes con tracoma. Al año siguiente se añadió el Dr. Román Blanco y al
siguiente año les acompañé. De regreso a Barcelona, impresionados por el grado de pobreza que habíamos presenciado, decidimos organizarnos y crear una
ONG que fue declarada de interés público y que nos dio la posibilidad de presentarnos a ayudas públicas.
La constitución de esta organización respondía a la conciencia de que siendo
todos los hombres iguales, estábamos obligados a dar parte de nuestros conocimientos y trabajo a los más desfavorecidos.
P. V. es una organización que se caracteriza por estar constituida únicamente por
voluntarios que no reciben ninguna contraprestación económica.
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
El equipo gestor que permite el funcionamiento de la organización lo hace de
manera totalmente voluntaria.
Los oftalmólogos y enfermeras que se desplazan a Etiopía se costean sus viajes,
no hay intereses particulares.
La sede, en Barcelona, es cedida de forma gratuita por una de nuestros socios.
Los colaboradores de P. V. que organizan eventos para financiarnos lo hacen de
forma totalmente gratuita y aportan a la organización los beneficios obtenidos.
La evolución de P. V ha sido satisfactoria. Poco a poco han ido conociendo
la organización muchos oftalmólogos españoles que han aportado sus conocimientos, ilusión y ganas de trabajar. A St. Louise Eye Clinic han ido más de
60 oftalmólogos de todo el país, bastante de ellos continúan colaborando y
formando grupos estables que cada año se desplazan a Etiopía. Actualmente
unos ocho equipos van cada año.
En estos diecinueve años la actividad de P. V. no solo no ha cesado sino que
ha continuado incrementándose cada día más. En estos momentos de grave
crisis que ha impedido la actividad de muchas organizaciones en el ámbito de
la cooperación, P. V. mantiene su actividad. Ello nos hace pensar que la línea
emprendida es la correcta, aunque siempre estamos atentos a mejorar cualquier aspecto de la organización y de sus objetivos.
ST. LOUISE
Convento y dependencias de las Dauthers Of Charity, entre ellas St. Louise
Eye Clinic, donde vivimos y trabajamos.
La relación con la comunidad religiosa es muy agradable y respetuosa.
La Clínica se ha triplicado con la financiación de P. V. y consta de dos salas de más,
salas de exploración con cuatro lámparas de hendidura, dos refractómetros, biómetro, queratómetro, paquímetro, YAG-láser, dos oftalmoscopios binoculares, etc.
La zona quirúrgica cuenta con dos quirófanos con sus correspondientes microscopios, esterilizadores, entre ellos dos estatines, y aparato de ultrasonidos
para la limpieza del instrumental. En zona aparte está la sala de esterilización
de ropa de quirófano. También la farmacia, el almacén y el pequeño quirófano
donde se operan los tracomas.
230
“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
Cuando los equipos españoles llegan la actividad de la clínica es muy intensa.
Previamente los Ophthalmics Medical Assistance (OMA) de la clínica se desplazan a lugares lejanos para visitar y citar a los pacientes que luego se han de
intervenir.
En los días de estancia de los oftalmólogos españoles, diariamente a las siete
de la mañana los OMA pasan visita y hacen la biometría de todos los pacientes.
Seguidamente los médicos revisamos y seleccionamos los que se tienen que
operar y a continuación son atendidos por una auxiliar que se encarga de la
dilatación y aseo de todos ellos.
Una vez operados ingresan hasta que al día siguiente son visitados y dados
de alta si no existe contraindicación.
Recordemos que casi todos los pacientes vienen de poblados lejanos andando o en autobuses cuyo viaje es costeado por P. V.
Esta es, en líneas generales, la actividad de nuestra actividad asistencial. Operamos básicamente cataratas, con cierta frecuencia faco, aunque lo más generalizado es la cirugía extracapsular sin sutura. Glaucomas, pterigiums, estrabismos, capsulotomías Yag, etc., en función de las características de cada equipo.
Dentro de este apartado es importante señalar que debido a la acción continuada de P. V., el gobierno nos ha encargado la atención oftalmológica de
una tercera parte del Tigray. Supone atender a un millón y medio de personas,
operar cientos de tracoma y darles la medicación costeada por P. V.
Anualmente intervenimos a unos mil doscientos pacientes y visitamos unas
cuatro mil personas. Además, la plantilla de la clínica, visita y da medicación a
unas treinta mil personas a lo largo de todo el año.
QUIHA: ESCUELA Y HOSPITAL
Escuela
A unos 15 km de la Clínica St. Louise de Mekelle se encuentra el pueblo de
Quiha. Allí está un hospital que años atrás estaba dedicado a Pediatría, Medicina General y Oftalmología.
La Oftalmología estaba dirigida por el único oftalmólogo, el Dr. Fitsum, que
atendía a toda la población del Tigray con la ayuda de un equipo de enfermeros/as
231
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
formados por él. Fuera de aquí no existía la posibilidad de la mínima atención de
las enfermedades oculares. Ni siquiera un cuerpo extraño podía ser extraído. Por
ello decidimos implantar una titulación: Ophthalmic Medical Asisstance.
Esta titulación es como un máster de un año en Oftalmología. Orientado a
las enfermeras/os, después de un examen, se seleccionan los diez mejores que
durante un año reciben la enseñanza médico-quirúrgica. Cuando finalizan sus
estudios, el gobierno los distribuye por todo el territorio del Tigray.
En la actualidad hay unos setenta OMA a lo largo del Tigray capacitados para
operar tracomas y atender las patologías más simples.
Al cabo de unos años de instaurada esta titulación, P. V. construyó una escuela, con cocinas, biblioteca, salas de estar, veinte habitaciones, aulas en donde
los estudiantes viven y reciben la formación teórica. El hospital se encuentra a
unos metros de la edificación.
Hasta ahora hemos financiado los estudios y mantenimiento de la Escuela,
pero últimamente por la injerencia de una organización austriaca hemos dedicado nuestros recursos a otras parcelas de la Escuela.
Hospital
De acuerdo con Aravind y el gobierno del Tigray, decidimos construir un hospital monográfico de Oftalmología, junto a la Escuela de OMA, que era preciso
por las condiciones lamentables del hospital de Quiha y con el fin de ampliar la
capacidad quirúrgica.
El hospital fue inaugurado hace dos años. Consta de dos plantas. En la primera se sitúan las consultas, incluido el laboratorio y una tienda de gafas. En la otra
planta está la hospitalización y los quirófanos.
El hospital fue construido con el único fin de cedérselo al Gobierno para mejorar la asistencia pública oftalmológica del Tigray.
Otra actividad de P. V. ha sido realizar un estudio epidemiológico sobre el
tracoma en colaboración con los epidemiólogos del Tigray y publicado en
Ophthalmic Epidemiology (Ophthalmic Epidemiology 2006; 13: 173-181).
También se han publicado varios trabajos sobre la incidencia del síndrome
pseudoexfoliativo en la población del Tigray.
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“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
FINANCIACIÓN
Inicialmente tuvimos la ayuda de La Caixa, gracias a la cual pudimos construir la Escuela. Más tarde recibimos subvenciones de la Generalitat de Cataluña
pero desde hace varios años decidimos prescindir de solicitar ayudas públicas.
¿Cómo nos financiamos?
En primer lugar, tenemos una base de socios cuya aportación es fundamental para cumplir nuestros objetivos, uno de ellos financió la mitad del hospital.
En segundo lugar, el trabajo de nuestros colaboradores más próximos como
el equipo de Sevilla, que regularmente organiza “mercadillos”, exposiciones u
otras actividades, o las exposiciones o conciertos del equipo de Córdoba.
En tercer lugar, con ayudas de organizaciones privadas como la Fundación
Roviralta, Caja Sol o la ONCE. Esta última nos sufragó la edición de “Los ojos que
no ven”. Gracias a los fondos obtenidos con él, hemos podido financiar parte del
año. Este libro está siendo distribuido por los propios voluntarios de P. V.
Para terminar es imprescindible recalcar la inmensa labor de las Daugthers of
Charity; sin ellas, P. V. no existiría.
Quiero acabar agradeciendo sinceramente a todas las personas que a lo largo
de los años han colaborado con P. V. su trabajo y dedicación.
233
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
RELATO DE UNA EXPEDICIÓN:
VIAJANDO A MEKELLE (ETIOPÍA)
Julián García Sánchez
Madrid
Aunque las vivencias de una aventura tan fascinante, como es el viaje al mundo de las ONG, no se pueden transmitir con facilidad y, cada cual las vive y las
interpreta de forma diferente, vamos a intentar una aproximación a los avatares
que se nos han ido presentando desde que empezamos los preparativos hasta
nuestro regreso, el último año.
Para formar parte del personal facultativo de la ONG, antes del primer viaje, es
necesario legalizar nuestra situación para poder practicar la Medicina en el país
de destino y para ello, hemos de enviar debidamente compulsados los títulos
de Licenciado en Medicina y Cirugía, Especialista en Oftalmología, Certificado
de Colegiación y de no haber sido sancionado o suspendido durante todos los
años de ejercicio de la Medicina en el país de origen, expedido por el Colegio
Oficial de Médicos, además del Certificado de estudios de Inglés. Esta documentación queda registrada y sirve para años sucesivos, no siendo necesaria
su renovación.
Con toda la documentación en regla, pasamos a la lista de vacunaciones, sin
olvidar el tratamiento profiláctico antimalaria que en Mekele no es imprescindible por no ser zona de riesgo, pero sí recomendable. Lo más correcto es acudir
al Servicio Territorial de Sanidad y Bienestar Social en donde, las personas que
allí trabajan que aúnan profesionalidad y amabilidad en sus actuaciones, tras
la oportuna consulta de los mapas actualizados de riesgo de las zonas a visitar,
nos realizan las vacunaciones correspondientes.
En los últimos años, la mayor parte del material necesario para la cirugía se
puede conseguir allí y las monjas (Hijas de la Caridad) lo suelen tener a punto.
Siempre hay carencias que tratamos de subsanar, llevando en nuestro equipaje
el material que conseguimos de los laboratorios que, cada año, nos proporcionan desinteresadamente y camuflamos como podemos, entre el equipaje de
mano y el facturado, para traspasar las aduanas. Material viscoelástico, lentes
intraoculares, agujas de retrobulbar y subtenoniana, cefuroxima, acetilcolina,
etc., forman parte cada año de nuestra aportación. El pasado año llevamos
también un tonómetro de aplanación para medir la presión intraocular, pues
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“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
solamente en la Clínica Saint Louise teníamos uno y temíamos que algún día
se pudiese averiar y además un paquímetro para medir el grosor de la córnea.
Ambos instrumentos, con un valor de más de cinco mil euros, los adquirimos
con nuestro propio dinero.
El año 2011 llevábamos una maleta con el material presuntamente autorizado, con las firmas y los sellos correspondientes para entrar en Etiopía “sin problemas” que, después de horas en la aduana, clasificándolo para que el funcionario
comprobase que cuadraban los números, paseos por la ciudad para obtener
una serie de papeles, que finalmente no sirvieron para nada y colas interminables para lograr cada papel, tuvimos que rendirnos a la evidencia y dejar abandonado todo ese material en manos de los ultraescrupulosos funcionarios.
Con la lección aprendida, en 2012 retornamos a la táctica de años anteriores
de no declarar nada y llevar disimulado y bien repartido, entre el equipaje de
los cinco, todo el material que habíamos conseguido recopilar en nuestras peticiones a los laboratorios que generosamente colaboran con nosotros.
Todas las personas que trabajan en Proyecto Visión, incluidos nosotros como
es natural, lo hacemos de forma totalmente altruista, es decir, no percibimos
ningún salario por nuestras actuaciones y nos pagamos el desplazamiento hasta Etiopía y, hasta el año 2011, también pagábamos la manutención. Proyecto
Visión nos proporcionaba los desplazamientos en el interior del país y el alojamiento en los locales propios, anejos a la Clínica, y desde 2012, las Hijas de la
Caridad se hacen cargo de nuestra alimentación.
Llega el gran momento, con todo más o menos “atado y bien atado”, partimos hacia nuestro objetivo, con el equipaje sobrepasando los límites de peso,
haciendo maravillas para “meter y sacar” cosas de unos a otros para “escurrir el
bulto”, lo que nos permitió junto a las dotes de persuasión de Ignacio que hace
años ha superado a los que vendían neveras a los Lapones, ser capaces de partir pagando algo simbólico y, en este último año, sin tener que pagar ningún
recargo.
Tras una larga escala de unas horas en Roma, el jueves a las 12 de la noche
entramos en el avión de las Líneas Etíopes que nos conducen a Addis Abeba,
son seis horas de viaje en un avión relativamente confortable, con una atención
buena por parte del personal. Está amaneciendo cuando llegamos al aeropuerto de destino, una larga cola para pagar las tasas de entrada y por fin, con el
equipaje a la aduana, allí comenzamos las maniobras de distracción, evitamos
cruzar todos juntos, observamos detenidamente en qué cola está el funcionario “más permisivo o distraído”, vamos cruzando sin problemas hasta que….
235
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
una de las maletas no aparece. En este punto, tenemos la suerte de que en
Addis Abeba tenemos una especie de ángeles de la guarda que son la familia
Rahmeto, una señoras amigas de M.ª Jesús (Chus para los amigos) que nos
esperan cada año, nos llevan a todas partes, nos invitan a sus casas y que en
esta ocasión fueron fundamentales para llevar a buen término la reclamación
de la maleta sin ningún tipo de problema de comunicación, solucionando en
minutos lo que, sin duda, a nosotros nos hubiera costado mucho más tiempo
para hacernos entender.
Superado el trance, nos hacemos conscientes de que estamos en Etiopía
cuando nos vemos envueltos en “ese olor” que no nos abandonará hasta por
lo menos una semana después de haber regresado a casa. Es un olor de difícil
definición, una mezcla de aroma de café, humo, incienso, especias variadas y,
como el buen vino, multitud de otras esencias que únicamente los catadores
son capaces de clasificar; no se trata de un olor desagradable, simplemente
es diferente y, creo que reconocible por cada uno de los que visitamos el país
pues, al menos para nosotros, es diferente al de cualquier otro lugar que hayamos visitado.
Como hasta el domingo no tenemos que acudir a Mekelle, pues nuestro trabajo comienza el lunes, aprovechamos para visitar la ciudad, ir de compras, comer
con nuestras amigas, cambiar el dinero, consultar con nuestras linternas y un
oftalmoscopio a algunos familiares y amigos de las Rahmeto y empleados del
hotel en el que nos alojamos, que en unos minutos, al correrse la voz, se transforma en un ambulatorio, y de los dos o tres recomendados pasamos a más de una
docena que, en la mayoría de los casos, lo único que pueden recibir de nosotros
es algún que otro consejo, suficiente casi siempre para hacerles felices.
La mañana siguiente llega con la buena noticia de la aparición de la maleta,
vamos al aeropuerto, nos dirigen a un mostrador en donde tras varias búsquedas por la pantalla del ordenador, comprobar la documentación, la tarjeta de
embarque, el papel que nos habían dado la víspera, etc., llegan a la conclusión
de que todo está correcto y nos señalan a una estanterías de varios pisos y unos
100 m de longitud atestadas de maletas, informándonos de que está allí, que
la busquemos y una vez hallada, regresemos con ella, para comprobar que es
efectivamente la nuestra; afortunadamente nuestras horas de vuelo nos han
enseñado a colocar las oportunas señales identificativas en el equipaje y apenas tardamos un minuto en localizarla y, esta vez en 30 segundos, para nuestra
sorpresa, el funcionario fue capaz de comprobar que efectivamente era la correcta y nos indicó que, como era natural, tendríamos que pasar con la maleta a
través de la aduana. Como el camino para llegar al mostrador de las reclamaciones, transcurría por fuera del camino de las aduanas, haciéndome el despistado
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“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
y sobre todo teniendo en cuenta que el funcionario estaba ocupado y distraído
atendiendo a los siguientes, me pareció que saliendo por donde había entrado
me evitaba, por un lado, la cola de la aduana y, por otro, el que el funcionario
no estuviese tan permisivo como la víspera, así que con toda la naturalidad del
mundo y sin apurarme, yendo lo más despacio que fui capaz, me dirigí a la salida sin que a nadie pareciese preocuparle que alguien con una maleta llevase
el camino inverso al habitual.
El domingo por la tarde, después de haber llevado a Enrique de visita turística
incluyendo a la “joven Lucy” del Museo de Addis, pues por ser su primer año no
conocía apenas nada de la ciudad, nos vamos a Mekelle; en poco más de una
hora llegamos a nuestro destino. Nos está esperando SisterHiwot, es la nueva
encargada de la Clínica pues la del año anterior se había despedido de nosotros
por e-mail, quizá por el exceso de trabajo o la falta de fe para mantener lo que
exige la congregación, había retornado a la vida civil. La primera impresión de
esta nueva “sister” fue magnífica, como corroboraríamos en los días siguientes,
al verla trabajar y convivir con nosotros.
Con el todo-terreno abarrotado con nuestro abultado equipaje, nos dirigimos a la Clínica en donde nos reciben con gran alegría el resto de las Hermanas.
La tarde de la llegada es frenética, hay que colocar el equipaje, visitar la Clínica, llevar, clasificar, ordenar y situar adecuadamente el material que traemos,
asegurarnos del correcto funcionamiento de los aparatos para evitar sorpresas
la mañana del lunes y, por fin, con todo en orden vamos a cenar con las Hermanas, que nos tienen preparada un cena sin lujos pero, dentro de lo que se
puede esperar, muy nutritiva y sabrosa con predomino de vegetales y pasta.
Las cocineras, que conocen nuestras debilidades, nos tienen una gran fuente
de patatas fritas y unos fritos que por su aspecto externo llamamos “ortiguillas”
y todo ello con una friísima cerveza Saint George. La cena, precedida de la correspondiente oración y finalizada con la lectura del Evangelio, siguiendo un
turno entre las hermanas y nosotros, va seguida de una amena conversación y
la puesta en marcha del tren de lavado en el que participamos todos, uno lava,
el segundo enjuaga, dos se dedican a secar y el resto van colocando todo en su
sitio y dejan preparada la mesa para el desayuno del día siguiente.
Creo que todos nos hemos quedado íntimamente impactados por la convivencia con las Hermanas, sorprendidos por la naturalidad con la que llevan su
vida de sacrificio, siempre alegres, sonrientes. Cuatro hermanas que se reparten
la responsabilidad y la dirección de la Saint Louise Eye Clinic, una escuela infantil con más de cincuenta niños, un hospital de Medicina Interna y Pediatría
y una escuela de cocina y costura para mujeres. Para todos nosotros, con independencia de ser más o menos creyentes y afines o no a la religión católica, la
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
labor de estas cuatro mujeres supera en mucho cualquier idea preconcebida
sobre la fe de algunas personas, que les impulsa a llevar adelante una labor de
la que no reciben ningún tipo de beneficio material, aunque supongo que sí
obtendrán un reconocimiento espiritual que les hace llevar con una entrega
total esa carga que ellas mismas se han impuesto.
El lunes estamos en pie a las seis de la mañana, tras la ducha, el lavado de
ropa y el tendido de la misma, los católicos practicantes del grupo acuden a
misa a las seis y media, los no practicantes pueden dormir unos minutos más
y, a las siete, desayuno en común con las Hermanas. Ni qué decir que el café
es magnífico, no en vano es el país en el que se descubrió esta infusión estimulante, acompañada de la leche condensada y el aceite para las tostadas que
traemos nosotros, fruta variada, etc.
Finalizado el desayuno, nos dirigimos a la Clínica que está en el propio recinto
y allí nos encontramos con el personal, optometristas, enfermeras, auxiliares y,
tras unos breves saludos, comienza la tarea. El recorrido está jalonado por los
más de cincuenta pacientes y otros tantos familiares que se colocan “por todas
partes” hasta la puerta de la sala de exploración. De esos pacientes, suelen ser
quirúrgicos entre veinte y veinticinco, cuando nosotros los recibimos, tienen el
estudio previo realizado por los optometristas y Birhanu, que es el enfermero
principal, capacitado para la cirugía de la catarata y el encargado de las biometrías, queratometrías y el cálculo de la LIO.
Confirmamos el diagnóstico y/o la indicación quirúrgica pasando los candidatos a cirugía, con el ojo convenientemente señalizado con un simple esparadrapo pegado en la frente con la indicación del tipo de operación (facoemulsificación si la córnea es suficientemente transparente, extracapsular si las
opacidades corneales tan frecuentes por las secuelas de queratitis y traumas,
trabeulectomía o EPNP si se trata de un glaucoma, combinada si es un glaucoma con catarata, etc.), pasando a continuación a la preparación para la cirugía. Tan pronto se han visto algunos pacientes y se cuenta con tres o cuatro
preparados, dos miembros del equipo se dirigen a los quirófanos, en uno de
ellos trabajan M.ª Jesús e Ignacio y en el otro, que dispone de dos camillas, nos
turnamos los otros tres, con la enfermera instrumentista Nigisty, que tiene autorización para hacer cirugía menor (párpados, ectropión, etc.) quedando los dos
restantes en la consulta para seguir seleccionando pacientes y poder relevar a
los que están operando una vez finalizada el estudio y la clasificación de todos
los pacientes citados.
Seleccionamos los dos pacientes cuya catarata nos parece menos complicada para el enfermero Birhano, que opera bajo nuestra supervisión, aunque
238
“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
el resto del año, cuando no estamos los cirujanos de Proyecto Visión, tiene ya
autorización para operar, al haber superado el periodo obligatorio de actuar
bajo supervisión.
El quirófano funciona ininterrumpidamente desde aproximadamente las
ocho de la mañana, con un “banana Break” alrededor de las doce, hasta que se
han intervenido los veinte a veinticinco pacientes seleccionados, finalizando la
jornada sobre las tres de la tarde. Tenemos que destacar que el personal de la
Clínica soporta estoicamente las jornadas maratonianas sin una sola queja ni
una mala cara. Por supuesto, el salario de todos los empleados es puntualmente pagado por Proyecto Visión. Los pacientes que tienen posibilidades económicas pagan una tarifa que, para nosotros, puede parecer ridícula, pero allí no
lo es tanto, y los que carecen de recursos son intervenidos gratuitamente y, a
muchos de ellos, hay que pagarles el billete del autobús pues ni siquiera tienen
recursos para ello y la comida de los dos días que van a estar con nosotros.
Tenemos noticias de que a partir de este año, otra ONG se va a hacer cargo
del traslado y la manutención de estos pacientes sin recursos, lo que aliviará
un poco la economía de Proyecto Visión, que podrá dedicar esos recursos a la
labor asistencial.
Al finalizar la comida, nos esperan las Hermanas para la “ceremony cofee”
de bienvenida, que consiste en hacer un café por el método tradicional, con
fuego de carbón vegetal sobre una especie de hornillo, colocado en el centro
de una alfombra de flores naturales de más de dos metros de ancho, acompañado de palomitas de maíz, galletas y dulces. El café se tuesta directamente
en una pequeña sartén que se pasa a todos los presentes para comprobar su
delicioso olor, se muele manualmente en un mortero y una vez conseguido
el café, la misma persona que se encarga de la elaboración, lo va sirviendo y
se lo pasa a todos los presentes; habitualmente se ofrece una segunda y hasta
una tercera ronda, que algunos no llegan a saborear por quedarse dormidos.
Quizá por eso agradecen que en los días siguientes no haya “ceremony”, para
dormir la siesta.
Las dos o tres horas de tiempo libre hasta la hora de la cena las empleamos
en pasear por el pueblo, degustar un “maquiato”, que es una especie de café
cortado similar a lo que hace unos cincuenta años en España se llamaba “blanco y negro” en alguno de los establecimientos de la ciudad, casi siempre muy
animados o tomar una cerveza en alguna terraza de las muchas existentes. Uno
de los días asistimos a un partido de fútbol de la copa de África, en uno de esos
establecimientos que terminó en fiesta al haber ganado Etiopía, celebramos la
victoria con las decenas de aficionados y nos ganamos la amistad del propietario al que llamamos cariñosamente “Rafa”.
239
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Cada noche, la cena con las hermanas, marca el final de un día que prolongamos un par de horas en nuestro cuarto de estar, con cambios de impresiones,
repaso de la jornada, planes para el siguiente día, ayudándonos para recuperar
el tono vital, con una copa de las que hemos traído, eso sí con tino para que
duren hasta el último día, a veces hasta nos quedan ganas de tocar la guitarra y
cantar, antes de caer rendidos en la cama.
La rutina diaria únicamente se rompe en dos ocasiones: una el día que invitamos a cenar a todos los empleados de la Clínica, a los que entregamos algunos
pequeños obsequios que desde España traemos para ellos, como barras de
labios y perfumes para las mujeres y camisetas o bolígrafos para los hombres: la
otra es la cena con las hijas de la caridad (que se visten para la ocasión con sus
mejores galas), a las que también entregamos algún detalle en agradecimiento
por el cariño con el que nos tratan durante los días de convivencia con ellas.
Un inciso especial merece nuestra visita al Colegio de Ciegos de Mekelle,
Enrique tenía interés en estudiar las causas de ceguera en Etiopía para compararlas con las de Marruecos, en donde había realizado un estudio, y surgió la
oportunidad cuando nos traen unos niños del colegio para revisión. Como el
sábado la Clínica no funciona por descanso del personal, convencimos a Sister
Hiwot y a Birjanu para que nos acompañasen al Colegio para hacer una revisión
de todos los niños. Allí tuvimos la ocasión de conocer a Britinish, una joven
americana (¿un ángel quizá?) de unos treinta años que había venido a estar más
de un año enseñando braille a los niños. Lo sorprendente es que era vidente,
tenía un encanto especial para los niños y, como las propias monjas de la Clínica Saint Louise, estamos seguros de que algún tipo de fe especial la movía para
llevar a cabo esa labor que sorprende por el espíritu de sacrificio que conlleva.
Además, montada en su bicicleta, acudió a la fiesta de nuestra despedida para
darnos las gracias por haber ido a ver a todos los niños del Colegio, que eran
como sus hijos. Su imagen y la de su entrega a los niños la tendremos para
siempre grabada en nuestro corazón.
La víspera del regreso es una fiesta continua, en la “ceremony cofee”, con todo
el personal y las monjas, nos hacen entrega de obsequios, pulseras, ropa típica
etíope y sobre todo mucho cariño por parte de todos y acabamos con la fotografía final de todo la plantilla. A continuación nos toca la despedida de nuestro
nuevo amigo “Rafa”, con el que seguimos manteniendo contactos periódicos
vía e-mail, que nos obsequió a cada uno con un regalo y una magnífica enyera
(comida típica y tradicional que se elabora con un cereal llamado Teff ).
Al día siguiente, tras la revisión de los pacientes operados la víspera, llega
la verdadera despedida, somos conscientes de que algo nuestro se queda allí
240
“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
para siempre pero los aviones tienen sus horarios y hay que partir. En el aeropuerto de Mekelle los trámites son sencillos, pero en Addis Abeba, comienza
el caos, menos mal que hemos llegado con cinco o seis horas de margen; para
empezar, tenemos que hacer el recorrido hasta la zona de vuelos internacionales, al entrar se realiza el primer control, maletas, zapatos, cinturones, carteras,
bolígrafos, todo a la cinta.
Una vez pasado el control hay que dirigirse al área de facturación que consiste en “una cola única” para todos los vuelos con un ritmo lento, que se interrumpe esporádicamente cuando hacen una última llamada a algún destino que
produce una auténtica revolución en la cola y que sirve, naturalmente, para hacer nuevas amistades invitando a patatas a unas jóvenes, a galletas a otros, etc.,
que iban en la S anterior y nos encontrábamos de nuevo cada veinte minutos.
Por fin, cuando estábamos al borde de la desesperación, con más de dos horas
de minidesplazamientos, nuevamente Ignacio con su desparpajo habitual le
pregunta con una franca sonrisa al funcionario encargado de abrir paso si sabe
cuándo va a tocar que nos llamen a nosotros; un par de minutos después, nos
abre el paso y nos coloca en un lugar, se dirige a uno de los puesto de embarque, habla con la señorita que estaba allí y nos dice que, cuando ese puesto
quede libre, vayamos, que ella nos estará esperando, le dimos las gracias efusivamente y como teníamos un bolígrafo que parecía bueno, se lo regalamos por
habernos ahorrado al menos una hora de espera.
Realizada la facturación, con el peso en regla, era preciso “esquivar” al vigilante que controlaba el peso del equipaje de mano; afortunadamente no supuso mucho problema pues cada vez que detenía a alguien para el control,
nos dimos cuenta de que pasaban unos cuantos sin que se dignase a dirigirles
una mirada, así que nos mantuvimos expectantes y, tan pronto paró al primer
incauto, pasamos “en tromba” por detrás del probo funcionario que cumplía
con su deber.
Ya en zona de embarque, salvo la tristeza entremezclada con la alegría de
regresar sanos y salvos y el deber cumplido, nada aconteció digno de destacar
en el viaje de retorno, exceptuando los planes para el próximo año, y una nueva
estrategia para intentar pasar la aduana engañando al funcionario de turno.
Nos vamos siendo conscientes de formar parte de una gran organización, de
la que apenas suponemos una ínfima parte y nos sentimos orgullosos de pertenecer a la misma. Una organización que ha construido un nuevo hospital en
Quiha que ha donado al Gobierno, en el que ya trabaja un oftalmólogo desde
hace dos años, que ha creado, también en Quiha, una escuela de enfermería
especializada en Oftalmología que recibe cada año veinte alumnos y todo esto,
241
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
sin subvenciones oficiales, gracias a la capacidad organizativa del que fue hasta
este mismo año presidente, el Dr. Julio de la Cámara.
También somos conscientes de que, más allá de las infraestructuras, más allá
del esfuerzo de todos y cada uno de los participantes en Proyecto Visión, más
allá de las ideas y mucho más allá de los fondos que se logran reunir, están
las Hijas de la Caridad, que de la nada fueron capaces con su esfuerzo y quizá
también con su fe, de crear una infraestructura para combatir el tracoma, que
fue creciendo hasta convertirse unos años después en el centro que lleva la luz
a los ojos de cientos de personas en la provincia de Tigray.
Julián García Sánchez, Josefa María Vinuesa Silva, Ignacio Vinuesa Silva, Enrique
Santos Bueso, María Jesús Andrés Factor.
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“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
ESPERANZA, LA PACIENTE PSIQUIÁTRICA
María José Vinuesa Silva
Universidad de Salamanca
Eran las 14 horas de un día cualquiera de consulta en el Hospital.
Milagros, la ATS, aparece de repente:
— Doctora, tiene una paciente nueva que mandan de atención al paciente.
Los dos residentes adscritos a la sección de Glaucoma (Luis y Carmen), que ya
estaban anotando en sus cuadernos las “vivencias” de la mañana, y organizando a
ver quién se escaqueaba antes sin que se notara mucho para aprovechar un descuido en cuanto apareciera algún recomendado de última hora, me miraron con cara
de decir: ”Vuelva usted mañana”.
— Dice que está aquí desde las diez de la mañana…
— Y ¿dónde?
— La mandaron a Psiquiatría.
— Doctora, yo no estoy loca.
Esperanza viene acompañada de su marido (Isidro), 47 años mal cumplidos, mirada triste, cara desconfiada, estatura media y más bien fuerte, como se dice en esta
tierra para no ofender a las gorditas.
Isidro interviene rápidamente:
— Doctora, ella está muy nerviosa, llevamos toda la mañana en el hospital; no
sabe los meses que viene arrastrando los problemas y nadie le hace caso, cada día
ve peor, más nublado, la cabeza fatal, con dolores, está aturdida, no tiene sosiego
para nada; yo no sé qué hacer, ni qué darle. Ayer por fin el médico del pueblo nos dio
el volante para venir aquí, pero fíjese…. a Psiquiatría. Ella repite una y otra vez que
todo lo que tiene es de la vista, de las dos vistas.
Se hace la calma, Luis y Carmen se vuelven a uniformar y empezamos la historia
clínica:
243
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Ningún antecedente de interés, sin tratamientos anteriores, cuatro hijos. Visión
del ojo derecho: 0,4, miopía de –7 Dp; ojo izquierdo: 0,5, miopía de –1 Dp. Nunca usó
gafas porque dice que ve bien de lejos y de cerca.
— Pero…, doctora, veo mucha niebla.
Efectivamente, en la exploración se demuestra un edema de córnea aunque no
demasiado intenso; se trata de una turbidez corneal que dificulta la visión.
— Ah, también veo el arco iris muchas veces. El médico del pueblo me dice que no
puedo ver tantas cosas raras..., por eso me mandó al psiquiatra, pero le aseguro que
lo que le digo es verdad, yo no necesito ir al psiquiatra.
—Tranquila, Esperanza, que ya sé lo que tiene y le confirmo que lleva razón: todo
es de la vista.
Continuamos la exploración: Presión intraocular (PIO) 50 mm Hg en ambos ojos.
Ángulo de la cámara anterior abierto. Campo visual reducido a 10º centrales (también conocido por visión en cañón de escopeta). Fondo de ojo: atrofia óptica glaucomatosa del 90 %.
— Esperanza, tiene Vd. un glaucoma en estadio terminal.
Isidro me mira con cara triste pero agradecido y Esperanza reacciona rápidamente con energía:
— ¿Me voy a quedar ciega?, ¿tiene operación?, ¿me puede operar?, ¿tengo que ponerme gotas?... mi vecina se pone gotas desde hace tiempo y no ha perdido vista.
Para un profesional es muy fácil explicar lo que es un glaucoma y lo que representa en la vida de una persona, sobre todo joven como Esperanza (47 años); pero no
es tan fácil transmitir la necesidad de asumir un tratamiento de por vida y hacerlo
correctamente; y mucho menos convencer que de entrada hay que hacer un tratamiento quirúrgico.
— Doctora, interviene Isidro con firmeza: empezamos el tratamiento cuando usted diga, mis hijos todavía necesitan a su madre.
— Esperanza, el tratamiento va a ser duro, hay que empezar operando los dos
ojos y mientras decidimos la fecha de la operación pondremos un tratamiento
máximo con gotas y con pastillas para intentar bajar la tensión del ojo y evitar que
pierda todavía más vista. Pero el tratamiento definitivo es la cirugía: haremos una
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“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
técnica que se llama trabeculectomía, que consiste en hacer una vía de salida para
que el líquido del ojo drene por ahí, ya que los conductos normales no están funcionando en su ojo. Primero le operaremos el ojo que consideremos algo mejor y
después el otro. Intentaremos operarla cuanto antes.
Hace 32 años, el oftalmólogo tenía libertad para poder dar ingresos urgentes/
preferentes y organizar el parte de quirófano. De esta manera fue como Esperanza
estaba operada en una semana, no sin antes explicarle con tranquilidad que la cirugía era para no perder más vista y que no recuperaría nada de nada. Por el contrario,
todos los síntomas “raros” que tenía sí desaparecerían.
— ¿Cómo es que me opero y no voy a recuperar más vista?, preguntaba toda
angustiada Esperanza.
Eso es lo más difícil de hacerle entender al paciente de glaucoma y aún más difícil
cuando se trata de un paciente joven con un glaucoma aún poco evolucionado,
con relativa buena función visual pero que vemos que va progresando y que se debe
operar para no perder más función visual, teniendo en cuenta que el paciente no es
consciente de que va perdiendo vista. Y sobre todo tenemos que explicar que la visión central se conserva hasta fases terminales de la enfermedad y que es el campo
de visión lo que se va deteriorando poco a poco, como en el caso de Esperanza, hasta quedar una visión central muy limitada, que imposibilita para la vida normal.
El postoperatorio de Esperanza transcurrió con la “normalidad” que suele ser característica de la cirugía del glaucoma, y con un control estricto en cuanto a las gotas antiinflamatorias que Isidro le ponía puntualmente. A mayores, le dijo Enrique
a Isidro que lo mejor para la recuperación de la operación de Esperanza eran las
ensaladas…
— ¿Y de qué tipo? preguntaba Isidro.
Y así cada vez que venían a revisión, lo primero que refería Isidro eran todas las
ensaladas que le preparaba a Esperanza.
— ¿Y las gotas?
— Ah, las gotas y el ojo bien; lo más importante para el glaucoma son las ensaladas, lo ha dicho don Enrique.
Han pasado 32 años, se han casado sus cuatro hijos, tiene siete nietos y los más
pequeños ya hicieron la Primera Comunión.
245
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
— He podido conocer y ver a todos mis nietos, dice Esperanza con lágrimas en
los ojos.
Un día de primavera el cielo se tiñó de gris y Esperanza tuvo que afrontar la desaparición de Isidro, su amor, su compañero, su esposo... y sus pies y sus manos. Lo
pasamos muy mal y tuvimos que recurrir, ahora sí, a la consulta del psiquiatra y con
la ayuda de toda la familia Esperanza consiguió salir adelante.
Esperanza continúa viviendo en el pueblo y en su casa de siempre, sola, con alguna amiga que la saca a pasear todos los días. Se maneja relativamente bien para
lo poco que ve, mantiene un campo central muy reducido, pero lo suficiente para
poder ver a sus nietos y pasear por los campos de Castilla.
246
“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
MARÍA Y LOS PÁJAROS
(Síndrome de Charles Bonnet Plus)
Enrique Santos Bueso
Hospital Clínico de San Carlos. Madrid
En homenaje y seguimiento a San Juan de la Cruz y en el recuerdo de José
Luis Martín Descalzo.
La noche había sido tranquila y María había dormido bien. Despierta y aún en la
cama quiso descansar un poco más antes de incorporarse a la rutina diaria. Hacer
su cama primero, asearse concienzudamente después y por fin preparar un buen
desayuno. A pesar de su poca visión, María vivía sola y se manejaba muy bien en
su medio conocido; incluso paseaba por el barrio, siempre acompañada de su hija
María. Le gustaba sentirse querida por sus vecinos y amigos y en un recorrido casi
milimétricamente diseñado, preguntaba al panadero por su hijo enfermo, al frutero
por su nuevo bebé, al empleado del banco por la crisis y a su mejor amiga, Carmen,
por los achaques que compartían en una especie de competición a ver quién de las
dos tenía más dolencias.
Pero esa mañana algo era diferente. Un ruido ensordecedor se había apoderado
de todo su espacio a pesar de la baja audición que tanto limitaba, además, su vida
diaria:
— ¡Sorda y ciega!, solía decir con humor ácido. No valgo ni para la chatarra…
Su habitación se había llenado de gorriones y jilgueros que cantaban, estos, y
alborotaban todo, los otros. Se habría dejado la ventana abierta –pensó– por el
calor que poco a poco se había ido apoderando de la noche. No en vano eran los
días finales del mes de junio, esos tan largos que tanto le gustaban. Lo pondrán
todo perdido –se dijo–… y su hija se enfadaría -pensó- por el descuido de dejar la
ventana abierta.
Sin embargo, una sonrisa pícara se insinuó en su rostro. Como la diablura de un
niño pequeño que pisa un gran charco de agua y barro, por el placer de pisarlo y ensuciarse, a sabiendas de la riña inevitable de su madre. Poder disfrutar del canto de
los jilgueros y del alboroto de los gorriones… Como en su infancia en Extremadura
antes de emigrar a Madrid, tan pequeña, con sus padres. Ese sonido le devolvía los
tiempos perdidos a su memoria, el campo, la plaza de su pueblo, las fiestas, el olor
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Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
de la yerba recién cortada. Y el olor de la lumbre... Y su amiga Carmencita… que no
superó la dura posguerra. Nunca quiso tener un pájaro en una jaula. Qué crueldad
–decía–, estos animalitos tienen que ser libres y volar.
Seguía María absorta en sus pensamientos y disfrutando de la visión de sus inesperados huéspedes cuando su hija alarmada entró en la habitación. Aunque vivía
en el mismo edificio, quería dejar a su madre libre para no angustiarla con la sensación de dependencia. Sin embargo, estaba pendiente todo el día de ella y esta
mañana le había extrañado no oírla por el patio, con la radio a todo volumen que
los vecinos soportaban estoicamente.
— ¡Madre, madre! ¿Le pasa algo? ¿Se encuentra bien?, gritó sin ocultar su preocupación.
— No, hija, aquí estoy disfrutando de todos estos pájaros que han entrado por la
ventana. Mira ese pequeñito qué bien canta…
— ¿Qué pájaros, madre? ¿Qué dice? Si aquí no hay ningún pájaro… ¿Se encuentra bien?
— Me encuentro bien, hija. Pero ¿no ves los gorriones y los jilgueros? Mira el pequeñito cómo canta…
El pánico se reflejó en la cara de ambas.
— ¿Se encuentra bien madre? ¿Le duele algo?
— No, hija, estoy un poco cansada pero me encuentro bien. Pero… yo sigo viendo y oyendo los pájaros, no me lo invento.
María ayudó a incorporarse a su madre y le recomendó que guardara reposo. Con
la disculpa de prepararle una tila, se dirigió a la cocina y llamó a su médico de familia.
A última hora de la mañana Don Antonio, el médico, entraba en la casa de su
paciente haciendo la ronda de avisos a domicilio y visiblemente preocupado por la
información que le había transmitido María sobre su madre. Aunque se repetía que
no debía hacerlo, ya iba repasando mentalmente el listado de demencias, accidentes cerebrovasculares, tumores, intoxicación por fármacos,… Pero sobre todo en la
demencia. Pobre mujer –pensó– aún no es muy mayor. Solo 75 años y solo padece
hipertensión arterial, degeneración macular e hipoacusia.
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“Los ojos que no existen”
La visión solidaria
Una vez explicado el motivo de la consulta, el médico sometió a la paciente a
una exploración rigurosa. Todos los sistemas minuciosamente revisados. Además le
realizó el test neurológico MIS de Buscke.
— A ver, María: cobre, taburete, natación, dentista. Léalo en alto y dígame cuál es
un metal, cuál es un deporte, cuál es una profesión, cuál es un mueble.
María fue respondiendo pausada pero correctamente a todas las preguntas de
su médico.
— ¿Es grave, don Antonio?, le preguntó la paciente. ¿Me estoy volviendo loca?,
porque claro los pájaros no existen, son alucinaciones. Y encima cantan y yo los
oigo sin el audífono.
— Mire, María, la exploración es rigurosamente normal y su cabeza funciona
perfectamente. Lo que creo que usted padece es una enfermedad rara pero que estamos diagnosticando cada vez más. Se llama síndrome de Charles Bonnet Plus.
Son alucinaciones visuales y auditivas en personas que como usted han perdido
mucha audición y visión. Para que usted me entienda, es como si abriera un cajón
–su cerebro– y empezara a ver fotos antiguas y recuerdos del pasado. En este caso al
tener problemas de oído además oye cómo cantan los pájaros. ¿Recuerda al padre
del vecino del primero que le cortaron una pierna y seguía notando los dedos y le
dolían incluso? Pues sería una cosa parecida.
— Pero, doctor, repite, ¿es grave? A mí la verdad los pájaros no me molestan. Es
más me alegran la mañana y me entretienen y me hacen sonreír con sus diabluras.
El pájaro más pequeño es mi favorito. Le he puesto nombre incluso. Se llama Manolito.
— Bueno, no se preocupe. Las alucinaciones suelen ser por la mañana con la luz
del día y pueden durar varios meses. A veces desaparecen de forma brusca y no
vuelven a molestarla. Incluso le podemos poner tratamiento médico.
— Don Antonio, pero si a mí no me molestan. Además yo no quiero que se vaya
Manolito…
— Mire, María, voy a mandarla al neurólogo y al oftalmólogo para que le hagan
una revisión más profunda, que yo solo soy médico de familia y solo tengo un fonendoscopio y un bolígrafo. Y ellos saben más.
— De eso nada, don Antonio, casi le gritó. Usted es mi médico y es el que más
sabe, que tiene toda la medicina en su cabeza. Además los especialistas tienen tan-
249
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
tos aparatos y tantas máquinas que uno va a revisarse y ni te miran. Solo ordenadores y prisas. En el hospital solo soy un número. Aquí soy María, su paciente…
— Yo se lo agradezco, María, pero hágame caso y tramite la interconsulta, que yo
me quedo más tranquilo.
María fue diagnosticada de síndrome de Charles Bonnet Plus, una entidad relacionada con las patologías del envejecimiento. Cada vez los pacientes tienen mayor
esperanza y calidad de vida y pueden presentar déficit visuales por degeneración
macular asociada a la edad, cataratas o glaucoma. Este déficit de estimulación
del córtex cerebral por la falta de visión desencadena un fenómeno compensatorio
neuronal responsable de las alucinaciones. En este caso además la disminución de
la audición producía las alucinaciones auditivas. El escaso conocimiento de esta
enfermedad hace que pueda ser confundida con patología psiquiátrica, siendo los
pacientes diagnosticados y tratados de forma incorrecta.
Todas las mañanas, con el alba, la habitación de María se llenaba de pájaros.
Unos alborotando todo, otros cantando. Los recuerdos de su infancia iban y venían,
y Carmencita, su amiga querida, y su primer novio, y la iglesia de su pueblo, y sus vecinos… Y la luz de su tierra, tan distinta de la de Madrid. Limpia, pura, luz luminosa.
Y los atardeceres en aquellos colores tan imposibles, casi de terciopelo.
Y el canto de Manolito le llegaba tan adentro…
Y pensaba, soy como tú, pequeño. No valgo nada, no soy nada ya. Pero tengo aún
que cantar. Tengo que preguntar al frutero y al panadero y al banquero.
— Y mi amiga Carmen no puede ganarme en enfermedades, que ahora me está
doliendo una rodilla, no sé cuál, sonrió.
Y pensaba en ese manojo de plumas y en la vida que tan rápida se le había ido de
entre las manos. Pero tan intensa… Y en aquel poema breve. Y en aquella canción
que porque nacía, tenía que morir. Y en el Amor que nunca amarilleaba…
Y pensaba en el Halcón y en la Fuente. Y en la Noche Oscura. Y en la Luz.
Y no podía reprimir una lágrima.
250
EPÍLOGO
Manuel Sánchez Salorio
Santiago de Compostela
No es un atraco pero se le parece bastante. Pepe Fernández Vigo me pide por
teléfono unas palabras como epílogo para este libro. Es fin de semana, el libro
está en la imprenta y el editor dice que el lunes se acaba el plazo para cualquier
entrega. Siempre ocurre igual: todas las urgencias “caen” en lunes. Tengo un
amigo que dice que el infierno es un lugar en el que todos los días son lunes y
creo que lleva toda la razón.
No tengo tiempo para releer todo el texto y menos aún para intentar su análisis
pormenorizado. Pero no quisiera defraudar a quien ha diseñado este proyecto
tan generoso como original. Me aíslo, me siento ante los folios en blanco, cierro
los ojos e intento rastrear en la memoria lo que haya quedado de una lectura
previa tan rápida como fragmentaria. Pronto aparece algo que considero digno de mención. Ese algo es la recuperación de la historia clínica como género
literario. El autor del libro ha pedido a sus colegas oftalmólogos docentes la
aportación de un caso clínico que considerasen particularmente interesante. Y
resulta que al cumplir el encargo ninguno hemos recurrido a dibujos, gráficos
o fotografías. Nadie ha “bajado“ nada de la pantalla o del ordenador. Curiosamente todos hemos utilizado un procedimiento que tiene casi treinta siglos
de existencia.
En el “Libro de las Epidemias” incluido en el Corpus Hippocraticum todavía hoy
pueden leerse con provecho las primeras historias clínicas de la historia de la
humanidad. Lo cierto es que para exponer nuestra experiencia todos hemos
recurrido a lo que literariamente se conoce como un “relato”. Y ahora podríamos
preguntarnos: ¿Por qué fue así? Pues probablemente porque el relato es lo que
unifica y da sentido a la experiencia. Los datos son siempre, por definición, fragmentarios. El relato es lo que une un antes y un después: lo que unifica. Borges
dijo que “el mayor placer de la vida consiste en poder contarla”. En ser capaces
de construirla y entenderla como un relato. Algo parecido sucede con la enfermedad. Tener algo que contar es algo muy importante. Hay pacientes que
lo único que pueden contar de su vida es su enfermedad. Que la enfermedad
sea una amenaza o una desgracia no impide que cumpla esa función. Paquita
del Barrio cantaba una copla que decía: “Por tu culpa mi vida se ha convertido
en una historia”. Lo mismo puede ocurrir con quien padece una diabetes, una
degeneración macular asociada a la edad, un glaucoma o unas crisis de jaque-
251
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
ca. Por eso no resulta del todo irrelevante que el médico sea capaz de hacer
entender al paciente su enfermedad como algo que puede ser contado.
Pero en este libro ocurre algo más original. En la historia clínica clásica el relato
se refiere exclusivamente a lo que sucede al paciente. Aquí aparece también lo
que percibe, siente y razona el médico. Son en cierto modo relatos autobiográficos. Esa es la gran novedad. La relación del médico con el enfermo siempre
tiene un carácter bifronte. Por un lado tiene un aspecto cognoscitivo -conocer la alteración- y, por otro, un aspecto operativo: corregir eso que aparece
alterado. En los relatos de este libro aparece otra dimensión de esa relación:
la afectiva. El médico es “afectado” por eso que conoce e intenta corregir. La
relación del médico con el enfermo aparece como lo que en alemán se llamaría
Weggemeinschaft, una compañía itinerante. La relación de dos que hace juntos
el mismo camino. De algún modo la enfermedad no hiere solo al enfermo que
la padece sino también al médico encargado de curarla.
Y ahora ya metidos en honduras -y también ya para terminar- me van a permitir
una divagación. Todos estamos muy orgullosos de reconocer nuestro origen en
aquella proeza portentosa que en los siglos V y VI a. de C. realizaron unos médicos geniales en las costas Jónicas del Asia menor. Fueron ellos los que sacaron
a la enfermedad del mundo de los dioses para meterla ya para siempre en el
de la Physis, el de la Naturaleza. Pero podríamos preguntarnos ¿qué es lo que
había antes de esa proeza? Pues en el abigarrado mundo de la mitología griega
campeaba un extraño centauro llamado Quirón. Y ese Quirón es quien enseña
a curar las enfermedades a Asclepios-Esculapio. Es también quien en “La Iliada”
enseña a Aquiles y a Patroclo a curar con hierbas las heridas de la guerra. Ese es
nuestro origen más remoto. Una cabeza humana simbolizando la claridad de
la razón y un cuerpo de caballo reivindicando las oscuras fuerzas del instinto. Y
algo todavía más extraño. El centauro lleva en su flanco una herida incurable:
la producida por una flecha de Heracles. La herida en la que la enfermedad del
paciente se integra y se hace patente en la vida del médico.
Aquí se acaba mi relato y con él se acaba el libro. Un libro que podría llevar ese
título: la herida del médico.
www.sansalorio.com
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PERDÓN, GRACIAS Y ADIÓS
Solo le pido a Dios
Que el dolor no me sea indiferente,
Que la reseca muerte no me encuentre
Vacío y solo sin haber hecho lo suficiente
(León Gieco)
Perdón
Decía en la introducción que este era un libro importante para mí. Allí daba una parte de las razones, aquí doy las otras. En primer lugar es importante porque es un libro
que me permite pedir perdón a todas aquellas personas a las que no he sabido o no
he podido ayudar, a quienes me necesitaban y les he defraudado. Hace poco estuve
en el homenaje a una autoridad académica, un histórico profesor de otra disciplina recientemente jubilado. Me dio pena y me hizo reflexionar. Tras las alabanzas propias de
las autoridades y de sus discípulos, realmente justificadas, tomó la palabra y habló con
grandilocuencia y vanidad. Y no pidió perdón… A lo largo de su vida tuvo grandes aciertos, muchísimos, pero también cometió errores, pero no pidió perdón, normalmente no
se pide perdón. Y reflexioné ¿puede ser tanta la vanidad y la egolatría que nos hagan
perder la humildad? Por eso yo quiero aprovechar este foro para pedir perdón a todos
aquellos a los que haya defraudado, pacientes, alumnos, compañeros, opositores, amigos, familia, a todos aquellos que hayan depositado su confianza en mí y a cambio yo no
haya estado a la altura. Que conste que siempre intenté hacer lo que creí más honrado
y que no escatimé esfuerzos para cumplir con mi obligación. Es algo que aprendí de mis
padres y que quiero transmitir a mis hijos.
Gracias
Este libro también es importante porque me sirve para dar gracias a todos aquellos
que han apostado por mí, a todos aquellos que me han ayudado a ir modelándome
como persona, a todos aquellos que me han permitido ser útil, que me han dado una
razón de ser, que me han permitido encontrar un proyecto externo de vida, que han
dado sentido a la vida. El proyecto interno es otra cuestión.
“Ser útil, sentirse útil a la sociedad”. Desde siempre mi parábola favorita ha sido la de
los talentos de San Mateo. Aquella en la que el amo pide cuentas de los talentos entregados. Si tienes unas capacidades, tu obligación y satisfacción es desarrollarlas en bien
de la comunidad. Hay que jugar fuerte. Puedes equivocarte pero ese no es el problema.
El problema reside en la inacción.
No sé si el libro será útil, solo sé que tenía que escribirlo. Me lo debía a mí mismo,
a mi ilusión por la Oftalmología, a mis amigos y pacientes y a mi familia. Para que me
conozcan mejor.
253
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Este libro también me sirve como justificación ante todos aquellos que a lo largo de
mi vida han criticado con dureza mi dedicación, a aquellos que no han comprendido
“que vivir es crear, gozar y sufrir y que el descanso es empezar a morir”, resumiendo la
cita de don Gregorio Marañón.
Adiós
Este libro, en el que tantas ilusiones he depositado, ha llegado a su fin. Ha llegado
el momento de rematarlo y entregarlo. Tengo que decir adiós. Y en este momento me
sacude la nostalgia. Este libro me ha acompañado a lo largo de mis últimos ocho años.
Lo inicié por entonces, con motivo del nacimiento del tercero de mis hijos, cuando me
encontré casi cincuentón con un bebé de pocos meses descansando en el Gran Hotel
de La Toja. Momentos en los que la madurez ya es notable y los impulsos se moderan,
momentos en los que la biografía te debería hacer cambiar de ciclo y de repente te encuentras que lo reinicias, veinte años más tarde. Si he tardado ocho años se debe a que
habitualmente había algo más urgente, nunca nada más importante. Tesis doctorales,
congresos, cursos…, siempre había algo con plazo. Y el libro nunca lo tenía. Hasta que
llega el momento decisivo, en el que te plantas, el no va más.
Este libro me ha perseguido, siempre discreto en mi disco duro, a lo largo de este periodo. No ha habido vacaciones o descansos en los que no escribiera algo, casi siempre
con nocturnidad, cuando el ajetreo propio de este segundo ciclo vital cedía.
Decíamos al comenzar estas páginas que este libro era un proyecto con un doble
objetivo, de salud y solidario. Ahora, al rematarlo te das cuenta de que lo que más ilusión
te hace es que sea solidario, es lo que más te llena, lo que más te satisface. Sin duda
lo que más me gustaría es que todo el mundo lea estos cuentos, porque así le estaría
devolviendo a la sociedad parte de lo que me ha dado, porque la oftalmología me ha
permitido desarrollarme como persona, me ha dado amigos, me ha permitido conocer
a mi mujer y tener unos hijos maravillosos, y tener un proyecto de vida apasionante, y
me ha permitido luchar, luchar y vivir. De una forma diferente, distinta a lo que la gente
entiende como una vida normal.
Y sobre todo porque cada libro vendido supone unos euros para lo que más adoro:
los niños. Y lo que más me duele: los niños. Y por eso quiero que esos euros se vayan
a donde se necesiten para que no haya niños ciegos. También por estas razones a los
autores les está prohibido que este libro que se les entrega sea objeto de regalo, debe
ser adquirido para que su beneficio revierta en donde verdaderamente se necesita.
Ojalá al final de mis días pueda cantar con León Gieco: “que el dolor no me haya
sido indiferente, que la reseca muerte no me encuentre vacío y solo sin haber hecho lo
suficiente”.
José Fernández-Vigo López
254
ÍNDICE TEMÁTICO
Si está interesado en:
Glaucoma: ver los relatos en:
La ceguera silenciosa
¿Dónde están las gotas, matarile?
Jacinto, mejor no arriesgar
Esperanza, la paciente psiquiátrica
Catarata:
Los valientes recuperan la vista
Doña Eudosia, la maestra del pueblo
89
142
144
243
71
75
Lagrimal:
Aparato lagrimal
El ojo que no llora
153
154
Córnea:
Arantza, la chica vasca con cuatrocientos puntos en la cara
Fe, confianza, disciplina, fidelidad, altruismo, perseverancia
El A3 de Gabriel
98
158
161
Retina:
Desprendimiento de retina:
El embarazo y el mando
Faustino, como un abuelo
Mi “amigo” Antonio tiene la “vista borrosa”
El neonato y la retina
181
183
185
193
Retinopatía diabética:
Antonio, el diabético que fumaba
Lucas el pimpollo
34
56
255
Un recorrido en tren
por la Oftalmología y otros cuentos
Trombosis:
Juana, la mujer que perdía vista por culpa de su marido
Enfermedades congénitas y hereditarias:
El neonato y la retina
Gabi, el diagnóstico que no pude comunicar
El daltónico que quería ser marinero
256
38
193
64
132
Mácula:
Jesús, o la cobardía intolerable
La pintura de Turner
Gustavo, el paciente-médico optimista
María y los pájaros
58
199
202
247
Infecciones:
El niño con bichos en los ojos
Yabo
50
150
Neurooftalmología:
María y su mundo izquierdo
Sandra, la adolescente de los secretos inconfesables
Dos historias con Sigmund Freud al fondo
María y los pájaros
166
171
174
247
Órbita:
Maruja, la mujer con cara de loca
134
Defectos de refracción (miopía):
La segunda peor noticia en la vida de Pedro
120