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¿CUÁNDO CELEBRAR? III1
La Liturgia de las Horas
El Catecismo de la Iglesia Católica dedica un breve tratado a la Liturgia de las Horas que es la
oración comunitaria de la Iglesia, que se va formando poco a poco a lo largo del tiempo hasta
nuestros días. Es muy breve la referencia del Catecismo con respecto a la importancia que reviste
en el conjunto de la Liturgia de la Iglesia. No se puede pensar en la espiritualidad de un tiempo
litúrgico -como Adviento, Navidad, Cuaresma, Tiempo Pascual, o una fiesta de Cristo o de la
Virgen María o de los Santos- sin referirnos a la oración de la Iglesia: a los himnos, a las lecturas,
a los salmos con sus antífonas, a las preces. Estos ofrecen a la Eucaristía la preparación y la
prolongación de la oración.
A pesar de todo, en la economía del Catecismo hay también una sencilla referencia, en cinco
breves parágrafos, a la Liturgia de las Horas, que reviste particular importancia. Primero porque se
recuerda explícitamente la dimensión eclesial de la liturgia en la oración del día, de la semana, del
ciclo anual, con sus tiempos, fiestas y memorias. Y, por otra parte, porque se trata de una oración
que no es solamente propia de los clérigos, de los religiosos y religiosas, sino que ha vuelto a ser,
como era al principio, oración de la comunidad cristiana. Gracias a Dios, son muchos los laicos
que se unen a la oración eclesial, son numerosos los grupos que oran con la Iglesia y las
parroquias que han abierto espacios celebrativos para la oración de Laudes y Vísperas, aunque
nos encontremos muy lejos de conseguir lo que es el ideal del Magisterio de la Iglesia.
El tratamiento de la oración se completa con una mirada a la cuarta parte del Catecismo donde
encontramos una atenta, rica, sugestiva teología y pedagogía de la oración cristiana tanto
personal como comunitaria.
Siguiendo la economía del Catecismo, en su esencialidad y sobriedad, nos limitaremos a
comentar los cinco parágrafos muy sintéticos sobre la Liturgia de las Horas, con numerosas
llamadas a otros números.
La teología de la Liturgia de las Horas
“El misterio de Cristo, su encarnación y su Pascua, que celebramos en la Eucaristía,
especialmente en la asamblea dominical, penetra y transfigura el tiempo de cada día mediante la
celebración de la Liturgia de las Horas, “el Oficio divino” (n. 1174). Si el centro de la celebración de
la Iglesia es la Eucaristía, la oración diaria, en sintonía con cuanto se ha celebrado en el
sacramento eucarístico, acoge la gracia, la convierte en mediación y contemplación, oración de
alabanza y de intercesión a través de toda la jornada según los tiempos y las fiestas del Año
Litúrgico (Cf. 2698). Se trata de un principio de gran valor que indica la continuidad de la alabanza
de agradecimiento, de la escucha de la Palabra. Esta oración eclesial se denomina ahora, con una
terminología acuñada por la reforma postconciliar: “Liturgia de las Horas”. Efectivamente es
“liturgia”. Participa de cuanto hasta ahora hemos expuesto acerca de la Liturgia de la Iglesia: la
dimensión trinitaria, el culto y la santificación, la participación del cielo y de la tierra, las formas
típicas de la celebración con palabras, gestos, oraciones, imágenes…El subrayado “de las horas”
indica su especialidad de ser una celebración que marca la jornada desde la mañana a la tarde y,
para algunas comunidades, también las horas de la noche. El texto responde también al nombre
clásico dado a esta oración en Occidente: Oficio divino u Opus Dei, según la expresión de la
Regla de S. Benito: “Que nada de anteponga a la obra de Dios”, es un deber, un oficio, una
responsabilidad, un ministerio, pero también un honor, un privilegio, una obra divina, con Dios y
por Dios; un servicio que alguna vez se llama también “angélico”, en cuanto expresa la alabanza
del cielo y de la tierra. Un ministerio que es expresión de comunión y de misión, como la oración
de Cristo y, en general, cada oración de la Iglesia. Con la oración nos unimos a la Iglesia y como
1
Jesús Castellano Cervera OCD, Teología y Espiritualidad Litúrgica en el Catecismo de la Iglesia Católica, Valencia España.
Iglesia. Con la oración abarcamos las necesidades de la humanidad en comunión con Cristo,
único salvador del mundo.”
La oración de la Iglesia en el tiempo
La formación de una oración que, en ciertos momentos del día y de la noche, jalona la vida de los
fieles y, de un modo especial, de algunas comunidades y ministros de la Iglesia, ahonda sus
raíces en la oración de Israel, en la exhortación del Señor y de Pablo a orar siempre y sin
interrupción (1Tes 5; Ef 6,18) y en la praxis de la comunidad apostólica.
“Esta celebración, en fidelidad a las recomendaciones apostólicas de “orar sin cesar”, “está
estructurada de tal manera de tal manera que la alabanza de Dios consagra el curso entero del
día y de la noche” (Ibid). La alabanza de la mañana, al alba, las horas de tercia, sexta y nona que
corresponden a la mañana de medio día y al atardecer, según el modo de contar las horas de la
tradición romana, las Vísperas al acabar la tarde, las Completas antes de ir al descanso y el Oficio
de Lecturas, que para algunas comunidades es un oficio nocturno, cubren idealmente con el
manto de la oración de la Iglesia a favor de la humanidad entera, el tiempo de Dios y del hombre,
las veinticuatro horas del día.
Es oración eclesial, de la Iglesia, que ofrece los propios textos y que vela por la verdad y la
belleza. Es la oración de quien, en la Iglesia, tiene un encargo particular de alabanza y de
intercesión. (Obispos, presbíteros, diáconos, monjes, religiosos, personas consagradas); pero es,
en sí, oración de todos los fieles, por la fuerza del sacerdocio real y el destino de todos los
bautizados al culto del Señor.
Su dignidad radica en la dimensión trinitaria de la oración de la Iglesia: “la voz de la misma Esposa
la que habla al Esposo; más aún en la oración de Cristo con su mismo Cuerpo al Padre” (Ibid), en
el Espíritu Santo. El Catecismo repite cuidadosamente la exhortación a hacer de la celebración de
la liturgia de las Horas la oración de todo el pueblo de Dios (n. 1175).
Catequesis, pedagogía, espiritualidad
Para una auténtica celebración de la oración eclesial es necesaria una iniciación catequética a
partir de la buena pedagogía que ilumine su teología y su pastoral, el sentido de la estructura
misma de la Liturgia de las horas, el sentido concreto de los tiempos dedicados a la alabanza del
Señor, el conocimiento del valor y de la función de los diversos elementos que la componen, de
modo especial de los Salmos. Y finalmente requiere, según la antigua expresión de la Regla
Benedictina, “Que concuerde la voz con el corazón que ora” (n. 1176; 2586).
Una adecuada iniciación a la oración eclesial supone una buena teología que expone a la luz el
carácter litúrgico, celebrativo, trinitario y eclesial de tal oración, el sentido concreto de la
santificación y la oblación de nuestro tiempo a Dios que debe ocupar el primer puesto, la variedad
de las actitudes y de los elementos que entretejen la celebración de cada una de las horas del
Oficio divino, de modo especial Laudes y Vísperas.
El Catecismo, retomando las palabras del Vaticano II, (SC n. 98), indica la necesidad de una “más
rica instrucción litúrgica y bíblica, especialmente respecto a los Salmos”. La instrucción o
catequesis litúrgica mira, como se ha dicho, la estructura de la función de los varios elementos
que constituyen la celebración: lectura de la Palabra de Dios, salmos, antífonas, responsorios,
himnos, preces, oraciones, las características de cada una de las horas y de los tiempos
litúrgicos…
La catequesis bíblica es imprescindible porque la oración de la Iglesia, como otras expresiones de
la liturgia eclesial, está penetrada de la Palabra de Dios y se inspira constantemente en ella. La
referencia específica a los Salmos es obligada, puesto que estos son, junto a los cánticos del
Antiguo Testamento, del Evangelio (de Zacarías, de María, de Simeón), y ahora también de los
cánticos del Nuevo Testamento, sacados de las cartas apostólicas y del Apocalipsis. Es necesario
también conocer el entramado de la estructura del Oficio Divino.
Se trata de conocer los Salmos, de entender el por qué de su coloración en cada hora, el modo de
recitarlos a la luz de Cristo, con la ayuda de las antífonas, de los títulos de los salmos que se
encuentran en el libro de la Liturgia de las Horas y de las oraciones sálmicas que se indican como
oraciones de estilo eclesial inspiradas en los salmos.
A esta necesaria catequesis, la Iglesia ha dedicado un documento importantísimo que se
encuentra al inicio del primer volumen del Oficio Divino, junto a la Constitución Apostólica de
Pablo VI Laudis Cánticum, con la cual promulgaba el nuevo Oficio Divino.
Tal documento se llama La Institución General de la Liturgia de las Horas o Principios y Normas
para la Liturgia de las Horas. En esta introducción general, que no puede ser ignorada por quien
intenta orar bien con la Iglesia, se reserva, por ejemplo, un espacio amplio a la teología y a la
praxis litúrgica en lo que respecta a los Salmos (nn. 100-135).
También la mayor comprensión teológica y el más iluminado conocimiento de la Liturgia requiere
siempre un notable compromiso espiritual, a nivel personal y comunitario, de modo que consiga la
sintonía entre la oración ofrecida por la Iglesia y el corazón de los creyentes que la realizan y la
interpretan con la gracia del Espíritu Santo (cfr. N. 2700). Se trata de un compromiso de fidelidad y
de perseverancia que prepara también a gustar siempre más y mejor esta oración rica, variada,
equilibrada, objetiva, universal que es expresión de la fe de la Iglesia, la nutre y la celebra.
Algunos elementos de la Liturgia de las Horas
Para entender la riqueza, la complejidad y al mismo tiempo la armonía de la Liturgia de las Horas,
el Catecismo presenta brevemente, en una descripción rápida, los elementos que la componen.
La elección de los elementos, su estructura armoniosa, tiene en cuenta el tiempo de la Iglesia, del
simbolismo de la hora de la jornada, del tiempo litúrgico y de la fiesta celebrada (n. 1177). Son de
gran importancia las lecturas de la Palabra de Dios a su pueblo para establecer la relación
palabra/oración, revelación/respuesta. Tienen también una función particular algunas lecturas de
Padres de la Iglesia y de los escritores eclesiásticos, para profundizar la Palabra de Dios o de los
misterios celebrados. La Liturgia de las Horas, por alguna de sus características, es también una
clase de lectio divina (Ibid) A la lectura de la Escritura, en el pleno sentido del diálogo con Dios,
contribuye la mediación orante laudativa, de intercesión, de súplica para llegar a una asombrosa
contemplación de los misterios celebrados.
Una simple ilustración de la estructura de las dos horas que son como el gozne de la oración
litúrgica, y a cuya celebración están invitados los fieles, los Laudes de la mañana y la oración de
las Vísperas, nos ayudan a descubrir el sentido de la oración eclesial.
Después de un apropiado silencio de preparación se inicia la oración con la invocación “Dios mío
en mi auxilio” que se concluye con la doxología trinitaria. Sigue el himno que da el trono a la hora
y al tiempo litúrgico, con una dimensión de impulso laudatorio y gozoso. A continuación viene el
momento de la salmodia: un salmo (matinal), un cántico del Antiguo Testamento en Vísperas;
siempre con las propias antífonas. Se proclama y, en silencio se escucha, un fragmento elegido
de las Escrituras, según la selección cuidada y hecha por la Iglesia que respeta tiempos,
momentos, fiestas. En las Vísperas, el fragmento es siempre del Nuevo Testamento, excluido el
Evangelio.
Sigue, como respuesta de la palabra, el responsorio breve, adaptado a la palabra proclamada.
Después tiene lugar la proclamación de la antífona del cántico evangélico, que por la mañana es
el “Benedictus”, canto de Zacarías y en las vísperas el “Magnificat” canto de la Virgen María. Se
trata de un momento que, dado el carácter laudatorio de estos cánticos puestos en el umbral del
Nuevo Testamento, constituye una especie de espacio “eucarístico”, de bendición, al inicio y al
término de la jornada.
Después de este momento laudatorio, siguen a los Laudes y las Vísperas una serie de
invocaciones y de intercesiones muy bellas, variadas, ricas según el tiempo litúrgico. Constituyen
la parte más nueva de la reforma litúrgica postconciliar del Oficio Divino. Se ora con la Iglesia, por
la Iglesia, por el mundo, por las intenciones particulares, uniendo la invocación y la súplica. La
última intercesión de las Vísperas es siempre por los fieles difuntos. La serie de invocaciones e
intercesiones se concluye con la oración del Señor, también ella está constituida de la primera
parte, en la cual prevalece la alabanza (venga tu Reino), la oblación (Hágase tu voluntad) y la
segunda parte, de la cual es prioritaria, la petición y la súplica. La oración colecta, propia del
momento o de la fiesta, “”recopila” todas las intenciones. La celebración concluye con la bendición
y la despedida.
Conclusión
El Catecismo concluye el tema sobre cuándo celebrar con referencia a las devociones del pueblo
de Dios, de modo especial a la adoración y al culto del Santísimo Sacramento.
Se trata, obviamente, de un necesario complemento de la oración de la Iglesia en las formas
características de la piedad popular, como ha sido transmitida lo largo de los siglos, con una
particular relevancia debida a la conciencia de la presencia permanente de Cristo en el Santísimo
Sacramento y el culto debido a esta máxima manifestación de su cercanía a nosotros. Un culto a
ofrecer según los específicos libros que tratan de la Eucaristía fuera de la Misa. Una temática que
el Catecismo reemprende otra vez, sea cuando se habla de la Eucaristía, sea cuando se refiere a
la devoción y a la piedad popular (cf. n. 1378; 1674).