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Quiero referirme a su artículo que leí en un vuelo de Aerorepública.Habla
usted de un cisma que consiste en que una cosa dice la Iglesia Católica y
otras cosas hacen los católicos en el mundo. Ciertamente esto no es
novedad; este hecho se encuentra descrito en las cartas de Pablo. Hoy tal
vez es más prominente dado el hecho de una enorme comunidad de
católicos (más de un mil millones), o cerca de dos mil millones de los
llamados cristianos, que no hacfe mucho caso a las enseñanzas morales
de la Iglesia, especialmente en lo que tiene que ver con los aspectos de la
sexualidad y el trato con el prójimo. Específicamente estoy hablando de
una comunidad fracturada, en la cual cada cristiano se considera una
autoridad moral y establece su propio código de conducta. Habida cuenta
que el ser humano es uno religioso, por otra parte da salida a ese anhelo
a través de una práctica religiosa que se distingue por una alabanza
continua a Dios de palabra, pero una nula conversión de sus conductas,
especialmente cuando ello involucra aceptar el displacer, el dolor, la
incomodidad, etcétera. ¿Empero, no ha sido esta la conducta del pueblo
de Dios durante toda la historia?, ¿a cuento de qué se puede esperar una
conducta diferente en los cristianos, a la del pueblo judío?. De hecho,
¿esta conducta no refleja la autonomía moral de cada ser humano,
consecuencia del pecado de origen?. Habla usted de una actitud
dictatorial y de los pecados de la Iglesia; ciertamente ésta es divina por
Jesús y humana por nosotros; luego, siempre ella estará llena de pecado,
de injusticia y de fallos.
El cisma que en mi opinión existe en la práctica, es la anulación del
sacerdocio común en los cristianos no presbíteros, que se manifiesta en
el abandono que la Iglesia Jerárquica ha hecho de la participación de las
comunidades de base en la vida de los miembros de esa Iglesia
Jerárquica. La mayor crisis del catolicismo, en mi opinión, se vive con los
continuos escándalos que aparecen en las páginas de los medios de
información, y que se motivan en la anulación del control que las
comunidades debieran ejercer sobre la vida pública o privada de los
presbíteros. Desde donde le escribo, frecuentemente aparecen denuncias
sobre actuaciones irregulares de los sacerdotes, junto con los golpes que
recibe la comunidad cuando intenta llevar por el buen camino, sin
escándalos, a un sacerdote que no da un testimonio de vida; he sido
testigo de primera línea como personas que se atrevieron a llamar la
atención respetuosamente a un párroco, que en público fueron
calificados de Judas.
Considero que la crisis de la Iglesia se origina en una falta de testimonio
de vida de algunos sacerdotes, que si en el púlpito hablan de una moral
invariable, con sus vidas proponen el relativismo moral a través de
conductas, que en el mejor de los casos sólo pueden tildarse de cínicas.
Atentamente
Hugo Barona Becerra Becerra Cabal