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LA FE VIVA DEL PUEBLO En la procesión de San Miguel Arcángel, muy bien adornado sobre sus andas, por las calles de la Parroquia Cristo Solidario del Bañado sur de Asunción, acompañado por los niños de la escuela de Fe y Alegría llevando banderas, los monaguillos y sacerdotes, la banda de música, la gente vestida de fiesta, con las calles adornadas, las estaciones preparadas con flores y velas, las bombas en cada esquina, cantando y rezando, podíamos sentir la alegría contagiante y la belleza de esta expresión de fe popular en la que vibra el alma creyente del pueblo. Con razón el Papa Benedicto XVI había dicho que la religiosidad popular es un “precioso tesoro de la Iglesia católica”, una forma de encuentro con Dios en el que la gente sencilla vive su fe en Dios desde el sentimiento y lo expresa externamente con los adornos, los gestos del cuerpo, el canto, la danza, la procesión, la oración, las velas. Aquí las razones y los conceptos, el discurso abstracto, pierden relieve y pasan a ser apenas una parte de un conjunto vital mucho más amplio. Es innegable la fuerza que tienen las expresiones de la religiosidad en el alma del pueblo, sobre todo del pueblo pobre y sencillo, lo que nos desafía a valorar esta rica tradición popular como un don del Espíritu a la Iglesia y articular su energía como camino para una mayor vinculación y protagonismo de la gente en su comunidad. Debemos buscar creativamente los caminos para integrar esta fuerza con el compromiso comunitario y social, con la lucha por la dignidad, y la justicia que nos pide nuestra fe cristiana. Las expresiones locales de religiosidad son un modo de valoración de la comunidad y sus tradiciones, con una marca de identidad propia, con espacios y valores compartidos que congregan a la colectividad y ofrecen importantes oportunidades para el encuentro, la celebración de la vida y para la organización. En general las expresiones de la religiosidad son gestionadas por el mismo pueblo, los ñembo’e’ýva, los estacioneros, los promeseros y rezadores, no dependen de los pa’i ni de las hermanas, de la jerarquía eclesiástica, si bien no se oponen a su acción más estructurada, tienen sus propios caminos, como conductos subterráneos de agua a través de los cuales el pueblo se evangeliza y mantiene regada su fe. La opción preferencial por los pobres que nos propone la Iglesia incluye una opción por el respeto y la valoración del modo en que los pobres se relacionan con Dios y expresan su fe. Se trata de optar también por acercarse y aprender a beber de esta rica vertiente que tiene un lenguaje propio y un sentido profundo, que incluye una visión del mundo, de las personas, de la acción de un Dios que acompaña siempre de las más diversas maneras, a través de los santos, la Virgen, los ángeles, que está presente en los distintos momentos de nuestra vida cotidiana, en la calle, en la casa, en la familia, en la alegría y en el dolor. Al cierre del Año de la Fe y mirando la propuesta de la Iglesia en Paraguay de evangelizar a la familia, somos invitados a reconocer este don precioso de la tradición de auténtica fe del pueblo como un punto de partida imprescindible para fortalecer a las comunidades cristianas, a las familias y a las parroquias, para impulsar su valoración y su lucha por la dignidad. Pa’i Alberto Luna, SJ.