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Transcript
BREVE
RESEÑA HISTÓRICA
DEL
CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II
J. M. Ezeiza - 2015
P. ROBERTO JUAN GONZÁLEZ RAETA
En memoria
del querido Juan Vázquez
Auditor del Concilio
ÍNDICE
1. Preparación Remota y Antecedentes
1.1. La vida de la Iglesia.
1.2. Los movimientos intraeclesiales y su espiritualidad.
1.2.1. El movimiento litúrgico
1.2.2. Nueva conciencia eclesial y el Movimiento Bíblico
1.2.3. El Movimiento Laical y la Acción Católica.
1.3. La Iglesia en América Latina.
2. Preparación Próxima: Anuncio y Convocatoria
2.1. “Un gesto de tranquila audacia”
2.2. Entrada en el período preparatorio.
3. Convocatoria y Primer Período
3.1. Visión Papal del Concilio.
3.2. Primeras experiencias de un Obispo en el Concilio.
3.2.1. Primeros e importantes pasos.
3.2.2. El primer esquema: La Liturgia.
3.3. Consideraciones sobre los primeros trabajos del Concilio.
3.3.1. Invitación al cuidado de la Educación Litúrgica.
3.3.2. El segundo esquema: Las Fuentes de la Revelación.
3.4. La marcha del Concilio presenta dificultades.
4. La muerte del Papa Juan XXIII: Una muerte Apostólica
5. El Concilio en tiempos de Pablo VI: Segundo Período
5.1. El programa del Concilio.
5.2. El Concilio visto por dos intelectuales.
5.3. El Papa peregrino.
6. Última etapa: Tercera y Cuarta Sesión
6.1. Viaje de Pablo VI a la O.N.U. y Clausura del Concilio.
7. Actitudes adecuadas en el Posconcilio
7.1. Desafíos e interpelaciones.
7.2. Luces y sombras en la recepción del Concilio.
8. Conclusión
3
Introducción
El objetivo de esta breve reseña no es presentar un trabajo erudito, sino ser
humildemente una ayuda a los más sencillos para: celebrar, verificar y promover las
enseñanzas conciliares, ya que “la tarea de comunicar las reales afirmaciones del
Concilio a la conciencia eclesial y luego de plasmarla a partir de estas últimas está
todavía por realizarse” (Card. J. Ratzinger: «La mia vita»), y Francisco nos dice: "la
Iglesia siente la necesidad de mantener vivo el evento. Para ella iniciaba un nuevo
período de su historia. Una nueva etapa en la evangelización de siempre. Un nuevo
compromiso para los cristianos de testimoniar con mayor entusiasmo y convicción la
propia fe". (Misericordiae Vultus, 4).
“Indudablemente nuestra vida religiosa tiene necesidad de una renovación, de un
mejoramiento. La decadencia espiritual de nuestro tiempo lo exige. El desarrollo
cultural de nuestra época lo exige. La vitalidad interior de la Santa Iglesia lo exige. La
palabra del magisterio eclesiástico lo exige. El comando eterno de Cristo «Hagan esto
en memoria mía» lo exige”. (Mons. G. B. Montini: “L´educazione litúrgica, 9”).
El Concilio Vaticano II, por el número de los Obispos participantes, se revela como
único en la historia de la Iglesia. Pero este evento no solo excepcional por el número de
participantes, por los documentos que surgieron del mismo; es excepcional por la obra
del Espíritu Santo que hace del Concilio un nuevo Pentecostés.
“El Concilio es un gesto de amor, un gran y triple gesto de amor, amor a Dios, a la
Iglesia y a la Humanidad” (Pablo VI).
Lo desarrollaremos en tres grandes etapas:
A. Antecedentes y Preparación
B. El Concilio y sus etapas
C. El Post-Concilio
1. Preparación remota y antecedentes
Antes de entrar en la temática propia, no debemos olvidar las circunstancias que
rodearon esta preparación para el Concilio que estuvo, durante la primera mitad del siglo
XX, marcado por dos guerras mundiales y el logro de un «estatus» definitivo por la Santa
Sede en su relación con el gobierno del Estado Italiano.
Estos fueron los acontecimientos y los Papas:
Benedicto XV 1914
Primera Guerra Mundial
1918
Pio XI
1929
Los acuerdos de Letrán
Pio XII
1939
Segunda Guerra Mundial 1945
1.1 - La vida de la Iglesia
Se da una verdadera evolución de la Teología entre la Primera Guerra Mundial y el
Concilio Vaticano II, en la que se marca la marcha ascendente de la pastoral hacia la
disciplina científica y teológica, se da nueva importancia y significado a la pastoral
general. Se registra también un giro de la homilética hacia lo kerigmático, la renovación
de lo catequístico y una nueva fundamentación de la liturgia como teología del culto.
1.2 - Los movimientos intraeclesiales y su espiritualidad
1.2.1 - El movimiento litúrgico
A modo de adelanto y resumen diremos que el movimiento ascensional más
espectacular y el más perceptible de cara al exterior en la primera mitad del siglo XX,
correspondió indiscutiblemente a la Liturgia. Durante este período pasa a ser una ciencia
teológica que, antes de la Constitución «Deus scientiarum Dominus» (1431), quedaba
encuadrada entre las disciplinas auxiliares de la Teología, a la posición de disciplina
principal, importante e imprescindible que le asigna el Concilio Vaticano II (Conf. Sac.
Concilium 16).
Retomando el hilo histórico, digamos que sus inicios se sitúan en el siglo XIX y están
estrechamente relacionados con la renovación del monacato Benedictino.
4
Bélgica. La abadía de Maredsous, en 1882 publicó un misal popular «Missel des
Fidéles». Se entendió el movimiento litúrgico como participación activa de los fieles en
la liturgia de la Iglesia. Sobresalió la figura insigne de la espiritualidad monástica y
cristiana de dom Marmión, el gran liturgista.
Alemania. En un primer momento, el movimiento litúrgico está circunscripto a los
círculos universitarios. La dirección espiritual partió de la famosa abadía de MaríaLaach (1887) en la Renania, donde sobresale la figura del gran liturgista y padre de la
liturgia simbólica Odo Casel.
También ejerció una considerable y permanente influencia en este campo de la
formación litúrgica Romano Guardini (1885-1968).
Francia. Sobresale el abbe Próspero Guéranger, del Monasterio de Solesmes, diócesis
de Le Mans, que realizó una obra notable para su tiempo con sus «Institutionis
Liturgiques» y puede que todavía más con su popular «Année Liturgique».
«Liturgia popular y pastoral» fueron también los puntales en que se apoyaban las
comunidades de trabajo de los párrocos de las grandes ciudades.
Los Papas. Pio X, entre 1903 y 1904, saca los decretos sobre el canto coral y en 1905
sobre la Comunión temprana y frecuente.
La encíclica sobre la Sagrada Liturgia, «Mediator Dei», del 21 de noviembre de 1947,
constituía el punto de partida de la reforma litúrgica promovida por la Curia. En esta
encíclica Pio XII hacía suyo el lema «Participación activa y personal».
Resumiendo, toda esta preparación culmina en el Concilio que hizo posible la
participación activa de la comunidad, promovida por los Papas Pio X, Pio XI y Pio XII.
1.2.2 - Nueva conciencia de la Iglesia y el Movimiento Bíblico
Ya en 1921, había anunciado Romano Guardini “Se ha puesto en marcha un proceso
religioso de incalculable consecuencia: la Iglesia despierta en las almas”. Frente al
individualismo y subjetivismo religioso, afirmaba: “La vida religiosa no procede ya sólo
del yo, sino que despierta también en el polo opuesto, que es la comunidad formada y
objetiva”.
No se vivirá ya la Iglesia como institución, como instrumento de Salvación, sino como
fruto de la salvación, como comunidad de vida y de amor, cuyo centro y fundamento es
el mismo Cristo. “Cristo, el Señor, es el YO propio de la Iglesia”.
Aquel conocer a Cristo, aquel salir a su encuentro, no es la diluida versión de la
Teología neo-escolástica, o de los catecismos, sino directamente de la Sagrada Escritura,
y esto fue posible gracias al movimiento bíblico. La piedad Cristocéntrica fue despertada
y profundizada a través del texto del Nuevo Testamento. También el estudio de los
Padres de la Iglesia recibían un gran impulso, gracias al empeño de los padres J.
Danielou y De Lubac.
1.2.3 - El movimiento laical y la Acción Católica
La ruptura de una cultura cristiana —Cristiandad—, planteó el problema de la
evangelización de un mundo distante de la Iglesia, especialmente el mundo obrero, que
era un nuevo desafío.
El centro de la actividad laical que se generará para responder a estos desafíos,
especialmente en el campo social y económico fueron Alemania con Mons. Ketteler,
Bélgica, Francia, el norte de Italia con el Prof. Toniolo y el Dr. Giorgio Montini; este
fenómeno tiene un paralelo en nuestra Patria, la llamada «generación del ‘80».
Se va registrando así una nueva conciencia de la Iglesia, difundida en amplios círculos
de seglares y la concepción de que se puede ser miembro de la Iglesia, Cuerpo de Cristo,
si se lleva adelante y se transmite la corriente de vida que brota de Cristo. Antes del
Concilio, Pio XII ya afirmaba: “Los seglares son también Iglesia”.
Los Papas llaman al apostolado a los seglares y en 1951, se realiza el Primer Congreso
Mundial del Apostolado Seglar.
Al comienzo del Pontificado de Pio XI, puesto bajo el lema de «La Paz de Cristo en
el Reino de Cristo», invitaba —aludiendo al Sacerdocio general de los fieles— a “un
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compromiso de diligente trabajo para la ampliación y renovación del Reino de Cristo”.
El mismo Pontífice fundó la Acción Católica como un «movimiento social», con el
objetivo de “promover el Reino de nuestro Señor Jesucristo y, de este modo transmitir
a la sociedad humana este supremo Bien”.
En Bélgica y Francia la Acción Católica adquirió una fisonomía propia como
organización especializada, es decir, dirigida a determinados grupos de profesionales; el
P. Joseph Cárdijn fundó en 1924/25 como prolongación de la existente Jeunesse
syndicaliste, la jeunesse ouvrière chrétienne (J.O.C.). De acuerdo con esta idea surgió
para la juventud estudiantil la jeunesse étudiante chrétienne (J.E.C.) y para la juventud
campesina la jeunesse agricole chrétiennes (J.A.C.).
Todas estas iniciativas ayudan a superar una mentalidad que quedan reflejadas en la
siguiente anécdota: “Un catecúmeno preguntó a un sacerdote católico cuál era la
posición del laico en la Iglesia —respondió el sacerdote— es doble: ponerse de rodillas
frente al altar, es la primera; sentarse frente al púlpito, es la segunda. El Card. Jasquet
añade: “Olvido una tercera: meter la mano en la billetera”.
“Fue el movimiento litúrgico —dice Yves M.J. Congar en «Jalones para una Teología
del laicado»— el primer paso para una toma de conciencia remozada acerca del
Misterio de la Iglesia y del carácter eclesiológico del laicado”.
En nuestro país, repercute lo que Europa vive, y se desarrolla un movimiento laical
que va desde el «Congreso de los laicos» en 1884 a la creación de la Acción Católica
Argentina en 1931.
En la Iglesia, fruto de todas estas iniciativas y reflexiones sobre el rol del laico surgen
nuevas actividades de apostolado seglar:
Se desarrolla la piedad Mariana y la Mariología.
Nacen los Institutos Seculares.
Surgen Caritas y las organizaciones eclesiásticas de ayuda.
Nacen los movimientos ecuménicos.
1.3 La Iglesia en América Latina
Marcamos algunos acontecimientos relevantes, siguiendo al Prof. Methol Ferre:
En 1862 se crea el «Colegio Pio Latinoamericano»;
León XIII reúne en Roma el «Primer Concilio Plenario Latinoamericano» de
1899;
América Latina comienza a vivir una invasión Protestante desde los EEUU, que
declararon a nuestra tierra, tierra de misión.
No debemos olvidar las palabras del «Gran Cazador» Theodore Roosevelt, en su
estadía en los lagos del Sur de nuestra Patria: “Mientras los países hispanoamericanos
sean Católicos, su absorción por los Estados Unidos, será larga y difícil”. Se habían
organizado congresos protestantes en Panamá (1916), Montevideo (1925), La Habana
(1929) y Buenos Aires (1949).
La Iglesia ubica a sus adversarios principales en dos frentes en la primera mitad del
siglo XX: protestantes y marxistas.
Después de la iniciativa de León XIII, o como fruto de la misma en 1899, nace en Rio
de Janeiro el C.E.L.AM, todo concuerda en señalar que la idea fue iniciativa de Mons.
Antonio Samoré. El organismo tiene su primera asamblea en 1955 en Rio de Janeiro,
siendo su Secretario General Monseñor Hélder Câmara (Conf. Para ampliar o confrontar
datos a Methol Ferré: «La Iglesia en América Latina. Historia Contemporánea. 19451981» en Rev. «Nexo». 1986.
2. Preparación Próxima: Anuncio y Convocatoria
2.1 “Un gesto de tranquila audacia”
El papa Juan XXIII manifestaba un gran deseo que llevaba en su corazón, y lo
manifiesta a un cardenal antes de entrar en el Conclave en el que lo elegirían Sumo
Pontífice: “Mi alma salta de gozo en la esperanza de un nuevo Pentecostés (...). Que
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pueda dar a la Iglesia una renovación, que reconstruya los organismos eclesiásticos y
darles nuevo vigor para hacer triunfar en el mundo la verdad, la salvación y la paz (...).
Nuestras comunes oraciones deben procurarnos un Papa que sea un hombre de gobierno,
sabio y pacífico, santo y santificador” (Carta de Roncalli al obispo de Bérgamo, Mons.
Piazzi, el 23 de octubre de 1958).
Titulaba el diario «La Croix» del 30 de enero de 1959: “Un gesto de tranquila
audacia”, un comentario del P. Glorieux al anuncio de Juan XXIII a la convocatoria del
Concilio.
“Sin ninguna premeditación —escribió en su diario Juan XXIII— adelanté en una de
mis primeras conversaciones con mi Secretario de Estado, el 20 de enero de 1959, la
idea de un «Concilio Ecuménico», un Sínodo Diocesano, la revisión del Código
Canónigo, todo ello bastante contrario a cualquier suposición previa o idea previa
sobre el tema. Yo fui el primero en quedar sorprendido por mi propuesta, que era
enteramente mía!!!”
El Papa Juan insistió a menudo en que la idea del Concilio acudió a él como una
«súbita inspiración».
El Papa lo anunció a unos dieciocho Cardenales reunidos el día 25 de enero de 1959,
al final del Octavario por la Unidad, en la Basílica de S. Pablo Extramuros.
Nadie dijo una palabra: “Humanamente podríamos haber esperado que los
Cardenales, después de escuchar nuestra alocución, se hubieran apretujado a nuestro
alrededor para expresar aprobación y buenos deseos”, anota el Papa Juan. Pero se
produjo un clima sepulcral.
Dos años más tarde el Papa indicó que el anuncio había sido acogido por los
Cardenales con un “impresionante y devoto silencio”.
Frente a la acostumbrada aceptación de un catolicismo inmóvil en sus certezas, el
Papa, por el contrario, en la misma alocución de enero, se había referido a las «épocas
de renovación»; según él, la Iglesia, y por lo tanto en primer lugar el catolicismo se
encontraba en el umbral de una coyuntura histórica de una densidad excepcional en la
que era necesario “precisar y distinguir entre lo que es principio sagrado y Evangelio
eterno y lo que es cambio climático”. En la medida en que “estamos entrando en una
época que podríamos llamar de misión universal” es preciso hacer nuestra “la
recomendación de Jesús de saber distinguir los “signos de los tiempos”.
Desde un análisis puramente humano, no parecía la mejor época para un Concilio ya
que la situación del planeta parecía haber entrado en un callejón sin salida (la Guerra
Fría, el muro de Berlín (1961), la crisis de Cuba (1963). A este panorama había que
sumarle la edad del Papa (77 años); por todo esto les parecía a muchos un elemento
contradictorio respecto a un proyecto a largo plazo y complejo. También colaboraba con
este clima, la ausencia de un espíritu de espera de un Concilio.
Según el P. Congar: “...desde el punto de vista Teológico, y sobre todo de la unión,
parecía como si el Concilio viniese con veinte años de anticipación... Por otro lado,
muchas ideas ya se habían abierto camino y el anuncio mismo del Concilio, con su deseo
de unidad ecuménica, en el clima más humano y más cristiano del pontificado de Juan
XXIII, podía acelerar ciertos procesos”.
Un hombre como Roncalli:
1881 25 de noviembre, nace en Sotto il Monte (Bérgamo).
1882 A los 12 años comienza su formación sacerdotal en el Seminario de
Bérgamo.
1896 Comienza su “Diario del Alma”.
1901/03 Alumno del Seminario Romano.
1904 10 de agosto, es ordenado sacerdote.
1905/14 Secretario de Monseñor Tedeschi y profesor en el Seminario.
1915/18 Capellán Militar.
1919/20 Director espiritual del Seminario y fundador de la “Casa del estudiante”.
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1921/25
Preside para Italia, el Consejo central de la Pontificia Obra de la
Propagación de la Fe.
1925 19 de marzo, Visitador apostólico en Bulgaria y consagrado Obispo en
Roma.
1931 26 de setiembre, Primer Delegado apostólico en Bulgaria.
1934 24 de noviembre, Transferido a la Delegación Apostólica de Turquía y
Grecia.
1944 22 de diciembre, Nuncio Apostólico en Francia.
1953 12 de enero, es creado Cardenal.
1953 15 de enero, Patriarca de Venecia.
1958 28 de octubre, Sumo Pontífice, con el nombre de Juan XXIII.
1959 26 de enero, anuncia la celebración del Concilio Vaticano II.
1960 24 de enero, celebró el Sínodo Romano.
1961 15 de mayo, Encíclica «Mater et Magistra».
1962 15 de octubre, inaugura el Concilio Vaticano II.
1963 15 de abril, Encíclica «Pacem in Terris».
1963 3 de junio, muere santamente.
Un hombre como Roncalli, cuyo «hábitat» natural era la Iglesia y siempre tan
fascinado por el estudio de la historia, había observado con interés el papel tan
significativo que los concilios habían tenido en la vida de las comunidades cristianas (un
interés poco común en los clérigos italianos de su tiempo).
El hechizo que ejerció sobre él el período de aplicación del Tridentino, dominado por
la figura ejemplar de Carlos Borromeo, tiene que ver con la hegemonía de la
pastoralidad: uno de los puntos más claros y de las metas más anheladas de su servicio
episcopal primero.
Enviado a Venecia como Patriarca, pudo por fin dar desahogo a su talento pastoral,
realizando así, de manera más completa la idea-guía de toda su vida. Dijo a los
venecianos al llegar:
“Al mirar a vuestro Patriarca,
ved al sacerdote.
Hombre pequeño, sacerdote humilde,
pero ante todo pastor.
Desde joven sacerdote no aspiré más
que a ser un cura rural... quiero entrar
en contacto con vosotros, pero sencillamente,
no en forma solemne. El estilo del pastor es este:
contar las ovejas una por una”.
Este estilo y perfil lo consumaría en su servicio Petrino:
Ecce Pastor.
Así, la convocatoria del nuevo Concilio, es fruto de una
convicción personal del Papa.
Muchas y diversas son las repercusiones y las opiniones
sobre el futuro Concilio. Cito sólo el primer comentario oficioso
del anuncio: «L`Osservatore Romano» escribió que el Concilio no sería
«el Concilio del miedo» sino «el Concilio de la unidad». El Concilio sería un Concilio
Pastoral. Ya en la alocución del 25 de enero, el Concilio se puso en la “perspectiva del
«bonum animarum»” (El bien de las almas).
«Pastoral» es una palabra clave que expresa la dimensión central de la eclesiología de
Roncalli, que quiso realmente calificar al Concilio que había convocado como «Concilio
Pastoral». “Pastoral y los vocablos con la misma raíz ocupan un lugar de gran relieve
en el vocabulario roncalliano. Aparecen a lo largo de todos sus numerosos escritos,
unas 2000 veces (según la concordancia verbal preparada por Melloni en el Instituto
para ciencias religiosas de Bologna)”.
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El Papa quería un concilio de transición entre dos épocas, es decir un concilio que
hiciera pasar a la Iglesia de la época postridentina, a una nueva fase de testimonio y de
anuncio.
Es éste, el Concilio, objeto de un «destello de luz de lo alto», del que el Papa habló en
varias ocasiones y que, al acercarse Pentecostés, empezó a señalar como «un nuevo
Pentecostés». El recuerdo de Pentecostés ponía en primer plano la acción del Espíritu y
no la del Papa o de la Iglesia. Sobre esta base, el propósito y las esperanzas de Juan
XXIII respecto al Concilio adquieren una dimensión más verdadera en orden a la vida
interior de la Iglesia, a su unidad y a su lugar entre los hombres.
2.2 Entrada en el período preparatorio
Comienza a vivirse esta «inesperada primavera» que nos llevará a vivir un
movimiento de auténtica «re-forma» como renovación de la «forma Christi».
En una carta del 8 de junio de 1959, el Cardenal Tardini, Presidente de la Comisión
Antepreparatoria, en nombre del Papa, invitó a “los Obispos residenciales y titulares,
nuncios y delegados apostólicos, vicarios y prefectos apostólicos, Superiores generales
de órdenes y congregaciones religiosas exentas o no, a que expresaran con plena
libertad sus sugerencias y consejos para el futuro Concilio” (Conf. Alocución de Juan
XXIII, 30-V-1960),
Llegaron más de 2000 respuestas que fueron cuidadosamente resumidas y estudiadas.
Fue el primer Concilio que estuvo presidido por una consulta al Episcopado y a las
Universidades.
Juan XXIII decide el nombre del Concilio: Vaticano II. Con una simplicidad
desconcertante, tras una visita a los jardines vaticanos, indicó el 4 de julio de 1959: “me
encontré en casa con que el concilio ecuménico que preparamos merece ser llamado
«Concilio Vaticano Segundo», ya que el último celebrado en 1870 por el Papa Pio IX,
llevó el nombre de Concilio Vaticano I, «Vaticum de premier»“. Esto marcará un
complejo equilibrio entre novedad y continuidad respecto al Concilio de Pío IX.
3. Convocatoria y Primer Período
3.1 Visión Papal del Concilio
El cardenal Suenens hace un interesante juicio sobre lo que significaba el Concilio
para Juan XXIII afirmando: “Para Juan XXIII el Concilio no era esencialmente un
encuentro entre Obispos y el Papa, un encuentro horizontal; era sobre todo un encuentro
de todo el Colegio Episcopal con el Espíritu Santo” (Card. Suenens, 28 de octubre de
1963).
Durante los dos años de preparación del Concilio, el Papa Juan XXIII, siguió
exponiendo su gran visión de la oportunidad que el Concilio representaba para la Iglesia
en un momento histórico particularmente propicio.
El Papa hizo innumerables declaraciones sobre el Concilio, entre ellas las que con
más claridad y fuerza en dos solemnes ocasiones son: el discurso del 14 de noviembre
de 1960 con el que inauguró el trabajo de las comisiones preparatorias y la Bula
«Humanae Salutis» del 25 de diciembre de 1961.
9
En estos textos el Papa Juan expuso la importancia del
Concilio en su momento histórico. Se dejaba llevar por un
instinto de historiador, que no puede comprender el
significado de los concilios anteriores a menos que estudie
no sólo las circunstancias en que tuvieron lugar sino,
además, las dificultades que afrontaron, a menudo
mayores que las actuales.
Pero es claro que las raíces de la actitud del Papa están
en su fe en Cristo y en su Espíritu, que esta fe justificó la
necesidad de una Iglesia “che sente il ritmo del tempo” y
sabe discernir “los signos de los tiempos”.
Resumiendo: estos fueron los motivos que llevaron al
Papa a convocar el Concilio; “Ante el doble espectáculo
de un mundo en grave estado de indigencia espiritual y la
Iglesia de Cristo, aun con tanta vitalidad, desde que subimos al Pontificado [...]
sentimos de inmediato el deber urgente de congregar a nuestros hijos para dar a la
Iglesia la posibilidad de contribuir más eficazmente a la solución de los problemas de
la Edad Moderna” (Humanae Salutis, 4). “Se trata, en efecto, de poner en contacto con
las energías vivificantes y perennes del Evangelio al mundo moderno” (Ibíd. 1).
El éxito del Concilio consistirá, pues en lo que él llama una “restaurtio universalis
Ecclesiae”. Si el Concilio lo lograse, entonces la Iglesia iniciará también una nueva era
de la historia.
Por último, anuncia la fecha de inicio con el Motu Propio: «Concilium Diu».
“...hemos llegado a la decisión de fijar la inauguración del
Concilio Ecuménico Vaticano II para el día 11
del próximo mes de octubre. Hemos escogido esta fecha
especialmente por la razón de que está relacionado
con el recuerdo del Gran Concilio de Éfeso,
que fue de máxima importancia para la historia de la Iglesia”
El 11 de septiembre, un mes antes de la inauguración, pronuncia a través de la radio
un mensaje. Resumía éste diciendo: “Lumen Christi: lumen ecclesiae: lumen gentium
(La Luz de Cristo, es la luz de la Iglesia y la Iglesia es la luz de las naciones). El mundo
tiene necesidad de Cristo y la Iglesia debería traer a Cristo al mundo...”. Estas
significativas aclamaciones se convertirán en directriz del Concilio.
A las puertas del Concilio escribía en su «Diario»: “Después de tres años de
preparación, ciertamente laboriosos, pero también alegres y serenos, estamos ahora en
la ladera de la sagrada montaña. ¡Quiera el Señor darnos fortaleza para llevarlo todo
a un victorioso final!”
El 10 de septiembre vuelve a escribir Juan XXIII en su «Diario del alma»: “Muy de
mañana, y en silencio acompaño a Monseñor Capovilla en la procesión con la Sagrada
Eucaristía desde la capilla del Vaticano hasta la capilla de la «Torre San Giovanni»
donde voy a comenzar felizmente mis personales días de retiro antes de que comience
el Concilio”.
El día 15 de septiembre de 1962, Juan XXIII terminó sus ejercicios en la «Torre de
San Giovanni». En su diario, día 10, escribe así: “Hoy termina mi retiro, durante el cual
he estado en contacto únicamente con el padre Ciappi y con monseñor Cavagna para
la preparación inmediata y personal del Concilio, aunque este retiro no haya logrado
total y exclusivamente, como deseaba, el objetivo que me había fijado”.
Después de sus días de retiro, se sometió a un reconocimiento médico profundo. El
resultado de los exámenes se conoce el 23 de septiembre, pero no se hizo público. En su
cronología, publicada en el año 1970, Capovilla apuntaba concisamente el día 23 de
septiembre de 1962: “Fue el primer síntoma de una grave enfermedad que ponía en
peligro su salud” (Historia del Conc. Vaticano II, T. I, 5).
Por tanto, la vida del Papa estaba en peligro, pero él quiso comportarse «como si»
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nada pasara. “La observación del Papa Juan de que su contribución al Concilio sería el
sufrimiento, adquirió un significado más profundo y amargo. La situación en que se
encontraba, le permitía gran libertad. Se dio cuenta de que, hablando humanamente, no
tenía ya nada que perder” (ibíd.).
El 4 de octubre peregrina a Asís y a Loreto. El 11 de octubre, amaneció el gran día al
que había estado dirigido todo este Pontificado. Enfermo como estaba, el Papa insistió
en ir andando con los Obispos de la Iglesia Universal durante gran parte de la procesión
inaugural, incluyendo el descenso de los largos tramos de escalones de mármol de la
«Scala Regia».
Su mensaje acabó con una plegaria:
“¡Oh Dios omnipotente!
En Ti ponemos toda nuestra confianza,
desconfiando de nuestro esfuerzo.
Mira benigno a estos Pastores de tu Iglesia.
La luz de tu gracia nos ayude tanto al tomar decisiones
como al formular leyes y escuchar clemente las oraciones
que te elevamos con unanimidad de fe, de palabra y de alma.
¡Oh María, auxilio de los cristianos, auxilio de los obispos,
de cuyo amor recientemente hemos tenido particular prueba
en tu Templo de Loreto, en el cual quisimos venerar
el misterio de la Encarnación!
Dispón todas las cosas para un feliz y propicio éxito y,
junto con tu esposo San José, con los santos Apóstoles
Pedro y Pablo, con los santos Juan, el Bautista y el Evangelista,
intercede por nosotros ante Dios.
A Jesucristo, nuestro adorable Redentor,
Rey inmortal de los pueblos y de los siglos,
sea el amor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.”
3.2 Primeras experiencias de un Obispo
Escribiendo a sus diocesanos, el Cardenal Montini, define al Concilio y expresa sus
sentimientos de creyente y pastor:
“...complejo maravilloso: las personas, sobre todo, los pastores de
almas de todo el mundo, su número, su variedad, las multitudes y
los pueblos que están detrás de ellos, las fatigas pastorales, las
persecuciones, las esperanzas de las cuales esta única asamblea es
expresión: la unidad que lo compone, la espiritualidad!
La finalidad: la fe y el Evangelio en la sociedad moderna,
la unión con los cristianos separados, la paz del mundo!
Ver, por lo tanto, no basta, es necesario examinar;
es necesario descubrir...hemos descubierto los Obispos
de las tierras de Misiones, de todas las razas, de todos los colores,
hemos descubierto los observadores de las Confesiones separadas,
sin ver en sus rostros la desconfianza de otros tiempos...Hemos visto la Iglesia!”
(Lettere del Concilio, 13, oct. 1962).
11
3.2.1 - Primeros e importantes pasos
El primero es el conocimiento que los
Obispos van haciendo entre ellos.
Otro hecho: los Obispos italianos se
reunieron por primera vez en la historia el
14 de octubre de ese año.
Un tercer hecho: la reunión que el Papa
tuvo con el Secretario del Concilio a la
que su Santidad ha querido agregar al
Cardenal Montini, Arzobispo de Milán.
El primer tema propuesto para su
tratamiento en el Concilio es el de la
Sagrada Liturgia. “L’ orazione della
chiesa al primo posto!” (Lettere del
Concilio 20, oct.1962)
Finalmente se realiza el primer acto del
Concilio dirigido al público: se aprobó un
mensaje de los Padres Conciliares al
mundo. El Cardenal Montini comentando el hecho decía: “Es para leer y meditar.
Comienza así un diálogo solemne, alto y nuevo, entre la Iglesia y la sociedad moderna”
y luego daba testimonio de un sentimiento: “casi se retiene la respiración: qué
ocurrirá?, habrá comprensión?, respuestas?...” (Ibíd.)
3.2.2 - El primer esquema: La Liturgia
Requerirá un largo examen porque presentará aspectos múltiples y fundamentales: las
grandes preguntas: “¿Qué se entiende por Liturgia?” (Lettere 27, oct.1962) se
preguntaba Montini y también marcaba los desafíos: “es el de la responsabilidad”
(ibíd.): lenguaje, diálogo, participación.
Continuaba escribiendo a
sus diocesanos de Milán,
expresando las dificultades
que se debían afrontar: “Caso
difícil, ciertamente, pero el
fin pastoral que preside en el
Concilio, parece reclamar la
solución, si se quiere que la
vida religiosa encuentre en la
oración de la Iglesia no un
diafragma, sino un camino de
comunicación con Dios”
(Ibíd.), y continuaba haciendo
alusión a su compromiso con
el tema: “Sobre un tema de
tanta importancia y complejidad, también nosotros hemos hecho nuestra primera y
humilde intervención al gran Concilio” (Ibíd.)
3.3 - Consideraciones sobre los primeros trabajos conciliares
Montini les hacía a sus fieles una pregunta retórica para comunicarles el ritmo y los
problemas que se presentaban en estos primeros momentos de la Gran Asamblea,
diciéndoles: “¿Ma come va el Concilio?” (Lettere 3, nov. 1962). Y respondía:
“...lentitud, fenómeno común en estas grandes asambleas, cuando cada componente se
le da libertad de palabra; y esta libertad es un hecho que hace honor al Concilio. Se
suceden momentos de gran intensidad espiritual y religiosa, como la celebración del
rito Greco-Bizantino” (Ibíd.).
El mismo Cardenal celebrará, como expresión de un favor extraordinario del Papa a
la Iglesia de Milán, el rito Ambrosiano ante todos los Padres Conciliares. A este gesto
12
se le suma otro del Papa Juan para con el Cardenal Montini, el regalo de una Cruz
Pectoral al «umile Arcivescovo Pro Missa ben cantata!».
3.3.1 - Invitación al cuidado de la Educación Litúrgica
Montini reconoce una primera preocupación del Concilio en cuanto a la educación
litúrgica del pueblo, “...debemos resueltamente proseguir en el esfuerzo iniciado para
dar a nuestro pueblo una muy cuidada educación litúrgica. Debemos tratar de hacer de
nuestras Misas festivas, actos perfectos de culto católico y ambrosiano: por el rigor de
las ceremonias, por la belleza de los ornamentos y de los cantos, por la participación
consciente de los fieles, por la riqueza de la palabra y del significado espiritual, por la
precisión de horarios y compostura de la asamblea, etc. Nuestra primera reforma sea
esta: máximo cuidado, bajo todo aspecto de la celebración y de la asistencia a la Misa
festiva. Ella es la expresión normal y central de nuestra religión, y la fuente más fecunda
y más noble de nuestra espiritualidad, ella es el estímulo más eficaz para nuestra
cristiana conciencia interior y el compromiso más bello por nuestra caridad y
sociabilidad comunitaria” (Lettere...10; nov. 1962).
Se introduce, también, el nombre de S. José en el canon de la Misa. Y se realiza la
primera votación del Concilio en forma protocolar, después de una larguísima discusión
sobre el esquema de la Sagrada Liturgia.
“Este primer pronunciamiento conciliar se realiza felizmente
y viene desde ahora a documentar la funcionalidad del Concilio,
no para premiar a los que por largos años han trabajado
en el movimiento litúrgico, no por esteticismo espiritual
o por arcaísmo erudito, o por fantasía devocional,
sino para llevar la oración de la Iglesia a sus valores esenciales,
a sus expresiones más puras, a su mayor eficacia pastoral.
La acción del Concilio se inicia llamando a todos, clero y fieles
al más genuino, al más profundo, al más corroborante coloquio con Dios” (Lettere...7,
nov. 1962)
3.3.2 - El segundo esquema: las Fuentes de la Revelación
La Presidencia del Concilio ha
instalado
otro
argumento
dogmático
y
de
sobrada
importancia: sobre las fuentes de
la Revelación, es decir sobre la
Sagrada Escritura y sobre la
Tradición.
Haciendo referencia al clima del
Concilio, Montini escribe a los
milaneses sobre el diálogo en las
discusiones de los Padres
conciliares, en un espíritu de gran
libertad y caridad:
“Hemos notado con edificación el
sentido de rectitud absoluta
que acontece en el Concilio y
también de mesura y caridad,
a lo que cada orador trata de
atenerse. Es un espectáculo muy bello, el misterio de la Iglesia que no nos es extraño.
Es momento de esperar, con gran respeto, confianza y en oración, que la verdad se
pronuncie en síntesis final, como una nueva luz sobre el mundo”
(Lettere...17, nov. De 1962)
Así el Concilio llega ejercitado al umbral de su tema capital, el de la Iglesia y aquí
detendrá sus trabajos para retomarlos, en el próximo mes de setiembre.
Montini culminaba su diálogo epistolar con su gente, afirmando:
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“Esta experiencia espiritual permanecerá ciertamente
imborrable en aquellos que han tenido la fortuna de
participar del Concilio: suave muchas veces, fuerte y
punzante otras veces, dramática a veces, y también
penosa y afligente en determinados momentos: por ejemplo
la noticia inesperada de la enfermedad del Santo
Padre ha extendido un velo de espontáneo silencio
y de filial tristeza sobre la Asamblea Conciliar, mientras
parecía que pasase por el aire de la inmensa Basílica
el eco de las palabras de los Hechos de los Apóstoles
referidas a Pedro: ‘La Iglesia no cesaba de orar a Dios por él’” (Lettere...2, dic.
1962)
3.4 - La marcha del Concilio presentaba dificultades
Las dificultades pronosticaban un posible naufragio si se permitía
que el Concilio continuase a la deriva, sin timón.
Tal era la situación, que Don Hélder Câmara dijo: “Del Concilio
no puede salir nada bueno, a menos que el Espíritu Santo produzca
un milagro”.
Al comenzar el Concilio reinaba confusión y parecía probable que
esa situación continuase.
En su maravillosa alocución inaugural, «Gaudet Mater Ecclesia»,
el Papa Juan señaló orientaciones generales, pero no aportó directivas acerca del modo
de alcanzar el objetivo. El Papa Juan aportaba inspiración al Concilio, pero lo que se
necesitaba era un plan.
En una carta dirigida al Cardenal Amleto Cicognani, Secretario de Estado, fechada el
18 de octubre de 1962 y evidentemente destinada al Papa Juan, Montini presenta dicho
plan.
“Reverendísima Eminencia:
Con profunda humildad, e inducido por otros obispos cuya sabiduría es indiscutible...
llamo la atención sobre un hecho que me parece muy grave y que también preocupa a
otros Padres Conciliares, el Concilio que comenzó tan bien y que concita la intensa
atención de toda la Iglesia y el mundo secular carece de un programa orgánico.
Tampoco alcanzamos a ver la aparición de un plan, basado en determinada idea o en
cierta lógica.
Si no se cuenta con una estructura orgánica, los excelsos objetivos con los cuales el
Santo Padre ha justificado la celebración de este hecho extraordinario no podrán
alcanzarse. Eso es peligroso para el resultado del Concilio; disminuye su importancia;
significa que a los ojos del mundo se renuncia a la fuerza intelectual y a la capacidad
de comprensión de las cuales depende mucho su eficacia. El material que ya ha sido
preparado no es un elemento arquitectónico, armonioso y meditado, y tampoco puede
alcanzar la altura necesaria para convertirse en un faro que dirija sus rayos hacia el
mundo y los tiempos.”
Todo esto era apenas a una semana después de «Gaudet Mater Ecclesia»; Montini
continúa:
“Por eso ruego que se me permita por lo menos recordar a vuestra reverendísima
eminencia que hace varios meses, y respondiendo a su invitación personal, una serie de
cardenales analizaron la necesidad de que el Concilio no fuese una mera acumulación
de ladrillos heterogéneos, sino un monumento levantado con espíritu reflexivo.
Llegamos a ciertas conclusiones que parecían justas y que, sometidas al juicio de otros
eclesiásticos prudentes, merecieron que se los considerase excelentes”
(Historia del Concilio Vaticano II, T. II)
(El subrayado no se encuentra en el original)
El programa de Montini puede resumirse así:
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a) El Concilio debe concentrar la atención en «el misterio de la Iglesia». Después
puede pasar a considerar diferentes roles o tareas en la Iglesia, a la luz de esta autocomprensión renovada: los obispos, los sacerdotes, los religiosos, los laicos. El
propósito era alcanzar una visión de la Iglesia que no fuese simplemente jurídica,
o ver a la Iglesia como una «sociedad perfecta», sino más bien como “una
humanidad que vive en la fe y el amor, animada por el Espíritu Santo, la Esposa
de Cristo, una y católica, Santa y Santificada. Me parece que esta fue la intención
del Papa cuando convocó al Concilio” (Cardenal Montini).
b) La segunda sesión debería contemplar la misión de la Iglesia, lo que Ella, en efecto,
hace. «Operatio sequitur esse» (La acción expresa el ser).
c) Finalmente, se requería una tercera sesión para tratar el tema de las relaciones de la
Iglesia con el mundo, a la luz de su renovada auto-comprensión. Este punto
incluiría:
I. El ecumenismo.
II. Las relaciones con la sociedad civil.
III. Las relaciones con el mundo de la cultura, del arte y de las ciencias.
IV. Las relaciones con el mundo del trabajo y de la sociedad industrial, la
enseñanza social, la economía.
V. La relación con los enemigos de la Iglesia.
Esto se parece de un modo impresionante a lo que sucedió realmente en el Concilio.
De esta manera, Montini
se apoderó del plan del
Card. Suenens, reflexionó y
oró sobre él durante el
verano, lo reelaboró y lo
convirtió en un plan viable.
A diferencia de Suenens,
evitó
las
propuestas
polémicas, por ejemplo, la
sexualidad de los casados o
la
restauración
del
diaconado. Como Suenens,
subraya la importancia de
las
comisiones
postconciliares, pero las ve bajo otra luz: Suenens las concebía acompañando o
marcando (como en el fútbol) a las congregaciones curiales; Montini creía que debían
ser organismos nuevos que propusieran interrogantes nuevos. A diferencia de Suenens
contempla el hecho de que el Cardenal Octaviani y su gente disputarían palmo a palmo
las posiciones y sabe por consiguiente que tendrán que ser persuadidos, no sólo
apartados con brusquedad belga.
Llegando al final de la primera sesión, el Papa sufre una grave hemorragia.
¿Quién estaba ahora a cargo del Concilio? En teoría, el organismo de nombre
grandioso, el Consejo de Presidentes que adoptaba decisiones acerca de la agenda, pero
no se reunía regularmente. Por lo menos tenía la misma importancia el grupo casi
desconocido, denominado Secretariado de Asuntos Extraordinarios que se reunía bajo la
presidencia del Card. Amleto Cicognani. Sus miembros eran los Cardenales: Montini,
Suenens, Confalonieri, Wyszynski, Meyer, Döffner. Tenían mejor contacto con el Papa
Juan, y con él contribuyeron a organizar la última semana de modo que la sesión pudiese
concluir con la sensación de que, incluso si no se había hecho mucho, por lo menos todos
se conocían y podían suponer que en el futuro mejorarían la labor de planeamiento.
Se estableció una división de trabajo entre las tres figuras más autorizadas del
Concilio. El 4 de diciembre Suenens esbozó un plan y un método para abordar los
problemas modernos, al día siguiente Montini se refirió al carácter centrado en Cristo de
la Iglesia; el 6 de diciembre Lercaro se refirió a la «Iglesia de los pobres». El Papa Juan
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abandonó su lecho de enfermo para finalizar con cierto grado de optimismo la sesión del
8 de diciembre.
Por último se anuncia la clausura de la primera sesión del Concilio; y Montini escribía:
“Ma le vele sono spiegate, e la nave camina” (Lettere... 10, nov.1962). Esta afirmación
de Montini, nos recuerda el ya familiar «duc in altum» (Lc. 5,4) y seguramente los Padres
Conciliares tenían puesta la esperanza en el Señor de la Nave que nos aseguró: “ecce
nova facio omnia” “Yo haré todas las cosas nuevas” (Ap. 22,5).
4. Muerte de Juan XXIII: Una muerte Apostólica
El Papa Juan ofreció su vida y enfermedad: se ofreció como víctima en el altar, por la
Iglesia, el Concilio y la preservación de la Paz.
Fue larga su agonía, hubo momentos de lucidez, se encontró con su familia, traída por
Montini en avión desde Milán.
El Papa Juan repetía al finalizar su peregrinación: “Quiero estar con Cristo...Quiero
volver a mi Dios”.
El lunes de Pentecostés, 3 de junio, el Card. Traglia dijo Misa vespertina en la Plaza
de San Pedro. Mientras decía las palabras finales de bendición y despedida: «Ite Missa
est», a las 19:50 horas, moría el Papa Juan XXIII.
El Cardenal Montini, al término de los funerales celebrados en la Catedral de Milán,
dijo: “La obra de Juan XXIII no cabe en su tumba”
5. El Concilio en tiempos de Pablo VI. Segundo Período.
Esta segunda etapa del Concilio es inaugurada por Pablo VI el 29 de septiembre de
1963.
Se votan y promulgan los siguientes documentos:
La Constitución sobre la Sagrada Liturgia.
El Decreto sobre las Comunicaciones Sociales.
En el discurso de apertura, Pablo VI, convocaba
al trabajo para que: “A Cristo vivo responde una
Iglesia viva”.
Pablo VI, inmediatamente después de su
elección, había declarado, querer dedicar al
Concilio la parte prominente de su Pontificado, de
considerar este acontecimiento “la obra principal,
por lo que entendemos gastar todas las energías
que el Señor nos ha dado”.
Definía al Concilio como “un momento
histórico, momento espiritual, hora grande y
sagrada que la Iglesia está atravesando”.
En esta segunda sesión, la novedad de mayor
relieve, es el nombramiento de 4 moderadores, es
decir, de sus directos representantes que guiarán
los trabajos de la Asamblea. Serán ellos que
impostarán prácticamente la discusión de los
debates y tendrán en sus manos los trabajos.
Otra gran novedad de esta sesión es la presencia
de 10 laicos en calidad de “auditores”. De
Argentina participaron la Srta. Margarita Moyano y el Ing. Juan Vázquez, estimado laico
de nuestra Diócesis.
El discurso del Papa, al que hemos hecho referencia y al que podemos definir de
portada histórica. Pablo VI tiene el carisma de la palabra, dirigiéndose a los Padres
reunidos en “solemne y fraterna asamblea”, recogidos como en un cenáculo,
llamándose “el más pequeño” de ellos, aunque portador de las llaves, él les dice: “con
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vosotros rezaré, con vosotros hablaré, con vosotros deliberaré, con vosotros trabajaré”,
sin “ningún propósito de humano dominio, ni celoso de exclusivo poder”.
Su alocución no sólo fue un preludio del Concilio, sino de todo su Pontificado, y
prometió volver a desarrollar más ampliamente estos temas en su próxima Encíclica
(Ecclesiam Suam).
Repitiendo (no hubo fractura) las mismas palabras del Papa Juan, reafirmó que este
Concilio deberá pensar en un Magisterio prevalentemente pastoral.
“El nuestro deber no es solamente de custodiar este tesoro precioso, como si nos
preocupara únicamente de la antigüedad,
sino de dedicarnos con diligente voluntad y sin temor
a aquella obra que nuestro tiempo exige,
prosiguiendo así el camino que la Iglesia
recorre desde hace veinte siglos”
También el Papa ha hablado de la estructura Cristocéntrica en torno a la que se debe
articular todo el Concilio: “¡Cristo! Cristo, nuestro principio; Cristo nuestro camino y
nuestra guía, nuestro principio, Cristo, nuestra esperanza y nuestro término”.
También exhortó a los Padres conciliares:
“Ninguna otra luz sea encendida sobre esta reunión,
que no sea Cristo, luz del mundo,
ninguna otra verdad interese a nuestros ánimos;
que no sea la palabra del Señor, nuestro único Maestro;
ninguna otra aspiración nos guíe,
que no sea el deseo de ser a Él absolutamente fiel;
ninguna otra confianza nos sostenga,
sino aquello que sostiene, mediante Su palabra,
nuestra desolada debilidad: “Y yo estaré con ustedes
todos los días hasta la consumación de los siglos”
5.1 - El Programa del Concilio
Luego, el Papa, ha dividido el Programa del Concilio en cuatro puntos:
1. Mirar al conocimiento o a la conciencia de la Iglesia.
Ha llegado el momento que la Iglesia diga con explícito y autorizado Magisterio,
lo que ella piensa sobre sí. “La Iglesia es un Misterio” ha dicho Pablo VI, es decir
una “realidad embebida de divina presencia, y por lo tanto siempre capaz de
nuevas y más profundas exploraciones”.
Así la tesis por examinar será la conciencia de la Iglesia, su constitución, su
misión salvífica, la profundización de las relaciones entre el Papa y los Obispos, lo
que deben tener “una muy válida y responsable colaboración” con el Sumo
Pontífice. Este último es un tema al que el Papa ha dicho mirar con “viva
expectativa”.
2. El tema del Concilio es la «reforma» de la Iglesia.
El Papa no ha tenido temor de usar fuertemente este término tan querido a Santa
Catalina de Siena, San Vicente Ferrer, santa Teresa de Jesús y a tantos santos que
reclamaban una renovación de la Iglesia en los siglos XIV, XV y XVI, es decir,
reforma «in capite et in membris» (en la cabeza y en sus miembros), del organismo
eclesial. Ya como Cardenal había notado que el Concilio “ha difundido la
expectativa de un rostro nuevo de la Iglesia” y luego como Papa ha hablado de la
“renovación interior y exterior”: la primera consiste en una obra de íntima
santificación, y la segunda en el dejar caer “toda caduca y defectuosa
manifestación”, para que se siga “un primordial despertar de las inmensas
energías espirituales y morales, casi latentes en el seno de la Iglesia”, con el
propósito de un “rejuvenecimiento”, sea de sus fuerzas interiores, sea de las normas
que regulan sus estructuras canónicas y sus formas rituales.
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“Fundamento de esta reforma —dice Pablo VI— es el estudio más asiduo y el
culto mas devoto de la Palabra de Dios, (...) la educación de la caridad (...) la
Sagrada Liturgia”. (Alocución del 29 de septiembre de 1963).
3. El gran tema del Concilio
«Il dramma spirituali» del Concilio, así Pablo VI ha llamado al problema de los
hermanos separados. Es impactante el gesto que el Papa ha tenido dirigiéndose a
los hermanos separados: “Si alguna culpa se nos puede imputar por esta
separación, nosotros pedimos a Dios humildemente perdón y rogamos que nos
excusen a los Hermanos que se sintieron por nosotros ofendidos. Por nuestra parte
estamos dispuestos a perdonar las ofensas de las que la Iglesia Católica ha sido
objeto y a olvidar el dolor que le ha producido la larga serie de disensiones y
separaciones” (Ibíd.).
4. Gran tema: “El puente que la Iglesia quiere dejar hacia el mundo contemporáneo”
“Nosotros miramos a nuestro tiempo y a sus variadas y contrastantes
manifestaciones con inmensa simpatía y con inmenso deseo de ofrecer a los
hombres de hoy el mensaje de amistad, de salvación y de esperanza, que Cristo ha
dejado en el mundo...Que lo sepa el mundo: La Iglesia lo mira con profunda
comprensión, con sincera admiración y con sincero propósito no de conquistarlo,
sino de servirlo; no de despreciarlo, sino de valorizarlo; no de condenarlo, sino de
confortarlo y de salvarlo” (Ibíd.)
5.2 - El Concilio visto por dos intelectuales
(El juicio de estos intelectuales, es extraído de la Revista Italiana «Rocca» del 1 de
octubre de 1963. A. XXII, Nº 18).
Jean Guitton comentando el discurso de apertura del segundo período decía:
“Sin duda el discurso del Papa Pablo VI manifiesta como él
abrió de par en par las puertas de su corazón
y de su alma para exponer su programa” (Rev. «Rocca» 7-X-1963)
En cuanto a la continuidad, decía:
“...amarse y caminar juntos desde puntos divergentes
hacia la misma dirección...” (Ibíd.)
Rescataba también del mismo discurso:
“...el haber concentrado el Concilio en torno a Cristo...
El Cristocentrismo revive con el paulismo de Pablo VI”
En cuanto a la relación con los Hermanos Separados, dice Guitton:
“Jamás en San Pedro se había verificado un caso semejante.
Con lealtad, franqueza y sinceridad les ha saludado con afecto.
Por primera vez en la historia de la Iglesia y de los Papas,
un Pontífice romano ha hecho un acto de humildad pública,
diciendo con autoridad que la culpa
no es jamás de una sola parte, aunque se debe computar la parte
de los que rompen la unidad y se separan” (Ibíd.)
Bernhard Haering: rescata como nota paulina: “la afirmación de la libertad en el seno
de la Iglesia Católica”. Sintetizando brevemente sus impresiones dice:
“Créame, hoy he vivido la hora más bella y conmovedora
de mi vida. Yo que siempre he trabajado por una impostación Cristocéntrica de la
Teología y por la afirmación del primado de la caridad, sea en la enseñanza de la
Teología, sea en las estructuras de las organizaciones de la Iglesia, y por esto fui muy
combatido y he sufrido mucho, hoy he encontrado con el gran pensamiento del Papa,
una inmensa alegría por verlo cercano a mi pobre pensamiento, he sentido mi corazón
latir al unísono con el suyo”
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Por último, el Cardenal Léger, afirmaba:
“Hoy el camino de la Iglesia es irreversible. El Concilio no terminará; la Iglesia toda
se ha transformado en Conciliar”
5.3 - El Papa Peregrino
El 4 de diciembre de 1963, en el discurso de clausura de la segunda sesión del
Concilio, el Papa anuncia a los Padres su peregrinación a Tierra Santa:
“Y ahora permitidme una última palabra
para comunicaros un plan que desde hace
tiempo ha ido madurando en nuestro espíritu
y que nos hemos decidido hoy hacer
público ante una asamblea tan escogida y
significativa (...) Hemos decidido, tras madura reflexión y
abundante plegaria, hacernos
Nos mismos peregrinos a la tierra de Jesús
Nuestro Señor”.
Este viaje culminaba con el doble encuentro del 5 y 6 de enero con el Patriarca
Ecuménico de Constantinopla, Atenágoras I.
6. Última etapa: Tercera y Cuarta sesión
La Tercera sesión se inicia el 14 de septiembre de 1964.
Entre los documentos que se aprueban en esta etapa, está lo que es «la columna
vertebral» del cuerpo documental del Concilio, «la Constitución Dogmática sobre la
Iglesia», la «Lumen Gentium». Así la “Iglesia se coloca entre Cristo y el mundo, no
pagada de sí ni como diafragma opaco. Todo de Cristo, en Cristo y para Cristo y toda
igualmente de los hombres, entre los hombres y para los hombres; humilde y gloriosa
intermediaria, trayendo, conservando y difundiendo desde Cristo a la Humanidad la
verdad y la gracia de la vida sobrenatural” (alocución del 14-IX-1964).
Al finalizar esta etapa, el Papa retornaba al misterio de la Iglesia y afirmaba: “La
Iglesia es para el mundo”.
“La Iglesia no ambiciona otro poder terreno que el que la capacita para servir y
amar”.
Al clausurar la tercera sesión conciliar, proclamó a la Virgen María: “...protectora de
este Concilio, testigo de nuestros trabajos, nuestra amabilísima consejera... Mater
Ecclesiae”. El conocimiento de la doctrina verdadera y católica, sobre María será
siempre la llave de la exacta comprensión del Misterio de Cristo y de la Iglesia”
(Alocución del 21-XI-1964).
El Papa afirmaba:
“Así pues, para gloria de la Virgen y consuelo nuestro,
Nos proclamamos a María Santísima, Madre de la Iglesia,
es decir, Madre de todo el pueblo de Dios”.
Exhorta a la Iglesia, citando al gran san Ambrosio:
“Viva en cada uno el espíritu de María para ensalzar al Señor;
reine en cada uno el alma de María, para glorificar a Dios” (ibíd.)
Entre el intervalo entre la tercera y cuarta sesión, en los días 2 al 5 de diciembre de
1964, Pablo VI hace su viaje a India, en ocasión del Congreso Eucarístico Internacional
de Bombay.
Otros documentos son promulgados, entre ellos destacamos: La Constitución sobre la
Divina Revelación «Dei Verbum», y la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual:
«Gadium et Spes».
6.1 Viaje de Pablo VI a la ONU y Clausura del Concilio
Durante la cuarta sesión —precisamente el 4 de octubre de 1965— se realiza el viaje
de Paulo VI a la ONU, en ocasión del XXº aniversario de la fundación de la
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Organización. El magnífico y programático discurso del Papa, por decisión de los Padres
conciliares, se agrega a los actos del Concilio. Así el Concilio es el marco de un gesto
de fraterna comunión, transitando el camino de la humildad que es el de la fraternidad.
“Es imposible ser hermano si no se es humilde, es el orgullo el que
provoca las tiranteces. “El orgullo es lo que destruye la fraternidad”. (Alocución en la
ONU)
Un signo alentador para el camino de la Unidad, lo manifiestan Pablo VI y Atenágoras
I, al anular y relegar al olvido la excomunión y el anatema del pasado. Afirmaba el Papa:
“...es nuestro deseo de unirnos mutuamente en la caridad,
‘ese vínculo dulce y saludable de los corazones’” (San Agustín)
Por último, en la solemne clausura, el 8 de diciembre de 1965, el Papa lanzó una
consigna que hoy debemos recoger como una auténtica interpelación, después de 40
años:
“Difundid el Evangelio de Cristo y la renovación de la Iglesia”
7. Actitudes adecuadas en el Posconcilio
Después de clausurado el Concilio y en una alocución de una audiencia general, el
Papa afirmaba:
“...no podemos prescindir del Concilio. ¿Por qué?
Por la sencilla razón de que él también nos pide un
“renovado compromiso de aplicación, lo más fiel posible, de las enseñanzas del
Vaticano II a la vida
de cada uno y de toda la Iglesia”. (16-XII-1965)
A los Obispos italianos les decía:
“Si somos devotos a ese magisterio eclesiástico que en nosotros
se personifica, y nosotros ejercemos, debemos adherirnos nosotros los primeros a lo
que el Concilio ha establecido y modelar nuestra mente y nuestras obras según su
inspirada e indiscutible autoridad” (6-XII-1965)
7.1 Desafíos e interpelaciones del Posconcilio
El pontificado de Juan Pablo II estará marcado por el
espíritu del Concilio. El Papa nos interpela a realizar un
examen de conciencia al finalizar el segundo milenio:
“El examen de conciencia debe mirar también la
recepción del Concilio, este gran don del Espíritu a la
Iglesia al final del segundo milenio” (NMI. 57)
Retomaba el tema en la Carta Apostólica «Novo
Millennio Ineunte»:
“¡Cuánta riqueza, queridos hermanos y hermanas, en
las orientaciones que nos dio el Concilio Vaticano II!
Por eso, en la preparación del Gran Jubileo, he pedido
a la Iglesia que se interrogase sobre la acogida del
Concilio. ¿Se ha hecho? (...) Después de concluir el
jubileo siento más que nunca el deber de indicar ver en
el Concilio la gran gracia de la que la Iglesia se ha
beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para
orientarnos en el camino del siglo que comienza” (NMI, 57)
7.2. Luces y sombras en la Recepción del Concilio
La Iglesia había celebrado el 20º aniversario de la conclusión del Concilio con un
sínodo en 1985; allí los Padres afirmaron que hubo “Luces y sombras en la recepción
del Concilio” (Sínodo I, 3)
Los Obispos explicaban que:
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“Por una parte, han surgido decepciones porque hemos sido demasiado tímidos en
aplicar la verdadera doctrina del Concilio” (Ibíd. I, 4)
El gran desafío es el de una más profunda recepción del Concilio, y el Sínodo sugería:
“Ella exige cuatro pasos sucesivos:
1. Conocer el Concilio más amplia y profundamente 2. Asimilarlo internamente 3. Afirmarlo con amor
4. Llevarlo a la vida” (Ibíd. 5)
Por último los Padres Sinodales nos sugerían:
“Hacer una planificación pastoral para un conocimiento
y aceptación del Concilio, nuevos y más amplios y profundos.
Esto se obtendrá en primer lugar por una difusión
renovada de los mismos documentos” (Ibíd., I, 6)
Esto, supone acercar el contenido de los documentos a la capacidad de los fieles.
8. Conclusión
Ricas son las afirmaciones que durante el Pontificado de Juan Pablo II se han hecho
del Concilio. A modo de conclusión citaré algunos de estos juicios, vertidos por el Papa:
“El Concilio fue un don del Espíritu Santo a su Iglesia.
Por este motivo sigue siendo un acontecimiento fundamental,
no sólo para comprender la historia de la Iglesia en este tramo
del siglo, sino también, y sobre todo, para verificar
la presencia de Cristo junto a su Esposa
entre las vicisitudes del mundo.
Con el Concilio, la Iglesia vivió, ante todo,
una experiencia de fe, abandonarse a Dios sin reservas,
con la actitud de quien confía y tiene la certeza de ser amado.
El Concilio fue un acto de amor:
“‘Un grande y triple acto de amor’ —como dijo Pablo VI
en el discurso de apertura del cuarto período—,
un acto de amor hacia Dios, hacia la Iglesia, hacia la humanidad”
(Juan Pablo II)
En el mensaje al Pueblo de Dios, del Sínodo de 1985, los obispos afirmaban:
“nosotros creemos firmemente y lo percibimos que la Iglesia encuentra hoy en el
Concilio la luz y la fuerza que Cristo prometió dar a los suyos en cada época de la
historia” (Sínodo, 1985).
Y por último definió al Concilio como «la Carta Magna» que permanecerá siéndolo
para el tiempo futuro (Ibíd.).
El Papa Pablo VI, nos deja líneas y sugerencias para vivir y explotar esta rica cantera
del Concilio:
“Pensamos (...) se debe desarrollar la sicología nueva
de la Iglesia para la renovación de la vida
y de las acciones según Cristo Señor: y a esta labor invitamos
a nuestros hermanos y a nuestros hijos: aquellos que aman a
la Iglesia y a Cristo” (Pablo VI, 8-XII-1965)
En la fidelidad a la obra del Concilio, la Iglesia podrá vivir la fidelidad a su misión.
“Solamente después de esta obra de santificación interior de la Iglesia, podrá mostrar
su rostro al mundo entero diciendo: el que me ve a Mi ve a Cristo, como había dicho
de si: “El que me ve a Mi ve al Padre” (Jn. 14,9). (Pablo VI, 29-IX-1963)
Los Obispos argentinos al regresar del Concilio, nos dejaron una declaración sobre lo
vivido y aquello que el Concilio nos dejó:
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1. El Concilio nos ha dado un espíritu nuevo, una nueva mentalidad, una sicología
y hasta un estilo y un lenguaje nuevo;
2. Nos ha legado una herencia riquísima de doctrina y orientaciones concretas.
3. Nos ha impuesto la común tarea de realizarlos en nuestro país.
13 de mayo de 1966
Por último, en nuestros días, el Papa Juan Pablo II, les decía a un grupo de Obispos
de los EE.UU.:
“Aquí sólo puedo manifestar una vez más mi profunda convicción
de que todos los fieles deben conocer los documentos del Concilio Vaticano II,
estudiarlos con esmero, puesto que estos textos normativos del Magisterio ofrecen la
base para una auténtica renovación eclesial en obediencia a la voluntad de Cristo y
en conformidad con la Tradición apostólica de la Iglesia”
(L’ Oss. Rom. 38, 2004)
De estas ideas, reconocemos que los desafíos para este tercer milenio, con muchas y
quizás podríamos resumirlas en cuatro:
Recepción del Concilio
Reforma Pastoral
La nueva Evangelización
“...deben ser los laicos, en virtud de su propia vocación, quienes se hagan
presente en esta tarea” (NMI, 53)
Sugerencias de lectura:
Juan XXIII:
• “Gaudet Mater Ecclesia” (Discurso durante la inauguración del Concilio
Vaticano II, 11 de octubre de 1962).
Pablo VI:
• Discurso de apertura de la 2ª etapa del Concilio, 29 de septiembre de 1963 (Cfr.
la Encíclica “Ecclesiam Suam”)
• Discurso de la cuarta etapa del Concilio.
NB: este material lo pueden encontrar en el sitio de Internet:
www.inmaculadamg.org.ar, en la sección:
Formación ► Concilio Vaticano II ► Discursos y mensajes en etapas conciliares
Culminemos esta breve historia del Concilio Vaticano II, invocando al Señor de la
historia:
¡Señor, ayúdanos a vivir el espíritu del Concilio,
preparando una nueva Evangelización,
nueva en sus métodos, en su ardor y en su expresión!
¡Señor! Danos un renovado ardor apostólico
para buscar nuevos caminos
y así darte a conocer a los hombres, nuestros hermanos.
María, Madre de la Iglesia y Estrella de la Nueva Evangelización,
acompáñanos en este caminar. Amén
G. in D.
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APÉNDICE
CARTA DEL CARDENAL JUAN BAUTISTA MONTINI
Al Card. A. Cicognani
Secretario de Estado (18 de octubre de 1962)
Vaticano, 18 de Octubre de 1962
Eminencia Reverendísima,
Con profunda humildad, movido por otros Obispos, de cuya sabiduría no puedo dudar,
entre los cuales mis venerados hermanos en el Episcopado Lombardo, me permito llamar
su consideración sobre el hecho que a mí y a otros Padres del Concilio nos parece muy
seria la falta, o al menos la no anunciada existencia de un plan orgánico, ideal y lógico,
del Concilio felizmente inaugurado y seguido por los ojos de toda la Iglesia y también
de aquellos del mundo profano. El anuncio que el primer esquema tratado será sobre la
sagrada Liturgia, que no está ni antepuesto a los demás en el volumen distribuido, ni
reclamado por ninguna necesidad primaria, me parece confirmar el temor que el Concilio
no tiene un plan establecido. Si es así, como parece, su desarrollo estará dado o tal vez
comprometido por razones extrínsecas a los argumentos de los cuales el Concilio debe
ocuparse; ninguna forma orgánica viene a reflejar las grandes finalidades que el Santo
Padre ha prefijado, casi como su justificación, a la celebración de este extraordinario
evento. Esto es peligroso para el éxito del Concilio; esto disminuye su significado; esto
le hace perder ante el mundo aquella fuerza ideal y aquella comprensión, de la cual puede
depender mucho su eficacia. El material preparado parece no asumir una arquitectura
armónica y unitaria y no alcanzar el nivel de faro sobre el tiempo y sobre el mundo.
Por eso yo, el último, me permito recordar a Vuestra Eminencia Reverendísima que de
esta necesidad que el Concilio constituya no una mole de bloques entre ellos separados
e incoherentes, sino un monumento pensadamente construido, hace algunos meses, y por
invitación de la Eminencia Vuestra misma, se había hablado con algunos Eminentísimos
Cardenales, llegando a ciertas conclusiones que me parecieron felices, y que sometidas
confidencialmente al juicio de otros sabios Eclesiásticos parecieron óptimas.
De este modo me permito exponerle cual parece debiera ser el plan, diría, obligado del
Concilio inaugurado:
1. El Concilio ecuménico Vaticano II debe estar polarizado en torno a un solo tema: la
santa Iglesia. De este modo se da la conexión con el Concilio Vaticano I,
interrumpido durante el tratamiento de tal argumento. De este modo se tiene en
cuenta a todo el Episcopado para saber cuáles son precisamente sus potestades,
después de la definición de las potestades pontificias, y cuál es la relación entre
ambas. Así parece lo exige la madurez de la doctrina sobre la Iglesia después de la
Encíclica Mystici corporis, y de la extraordinaria fecundidad que tal doctrina ofrece
no sólo a los estudiosos de la teología y del derecho canónico sino del mismo modo
a la oración y a la vida actual de la Iglesia. Así parecen desear los hombres de nuestro
tiempo, que de nuestra religión sobretodo y a menudo sólo consideran el hecho
eclesiástico. La santa Iglesia debe ser el argumento unitario y comprensivo de este
Concilio; y todo el inmenso material preparado debería compaginarse en torno a este
su obvio y sublime centro.
2. Entonces el Concilio debe comenzar con un pensamiento dirigido a Jesucristo,
nuestro Señor. Él debe aparecer como el principio de la Iglesia, la cual es su
emanación y continuación. La imagen de Jesucristo, como el Pantocrátor de las
Basílicas antiguas, debe sobresalir sobre la Iglesia reunida en torno y en presencia
suya, Ya se ha hecho el acto de fe; y está bien. Pero el himno a Cristo debería elevar
a su Cuerpo celeste e invisible, su cuerpo místico e histórico en el acto en el cual este
cuerpo vive una hora de total plenitud. Bastaría, tal vez una oración, un acto
eucológico de todo el Concilio a Cristo Señor, pero explícito, solemne, consciente y
determinante de todo el desarrollo del Concilio.
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3. El cual debería, siempre en su inicio, expresar un acto unánime y feliz de homenaje,
de fidelidad, de amor, de obediencia al Vicario de Cristo. Después de la definición
del primado y de la infalibilidad del Papa existieron algunas defecciones, algunas
incertidumbres y después dóciles asentimientos. Ahora la Iglesia goza en reconocer
a Pedro en su sucesor, y en él aquella plenitud de poderes que son el secreto de su
unidad, de su fuerza, de su misteriosa capacidad de desafiar al tiempo y hacer de los
hombres “una Iglesia”. ¿Por qué no lo dice? ¿Por qué el Concilio no expresa esta
certeza adquirida? ¿Por qué, debiendo después discutir acerca de los poderes
episcopales, no aleja de sí toda tentación y toda duda, que de ningún modo pueda
poner en discusión la soberana grandeza y solidez de aquella verdad? También sobre
este punto bastaría un acto simple y breve, pero solemne y cordial.
4. Después el Concilio se concentra sobre “el misterio de la Iglesia”. Es decir, ordena,
elabora, expresa las doctrinas sobre sí mismo, sobre el Episcopado, los Sacerdotes,
los Religiosos, los Laicos, sobre las varias expresiones de la vida eclesiástica, las
edades de la vida, la juventud, las mujeres, etc. Si asimismo a tanto se quiere llegar.
La Iglesia toma perfecta conciencia de sí misma, demuestra su fiel derivación del
Evangelio, recompone sus cuadros, sus órganos, sus jerarquías; es decir define su
derecho constitucional, no sólo bajo el aspecto jurídico de sociedad perfecta, sino
también bajo otros aspectos propios de su humanidad viviente de fe y caridad,
animado por el Espíritu Santo, amada como esposa de Cristo, una y católica, santa y
santificante. Me parece que esto estaba en el pensamiento del Papa cuando anunciaba
el Concilio. Y sobre este capítulo: “Que es la Iglesia” debería concluirse la primera
sección general del Concilio, reagrupando los muchos esquemas que entran bajo este
punto de vista.
5. La segunda sección debería en cambio considerar la misión de la Iglesia; que cosa
realiza la Iglesia. Operari sequitur esse. Y sería bello y fácil, en mi opinión, reasumir
en diversos capítulos las múltiples actividades de la Iglesia: Ecclesia docens, Ecclesia
orans, (aquí se debería tratar acerca de la sagrada liturgia), Ecclesia regens (es decir
comprometida con las distintas funciones de la vida pastoral), Ecclesia patiens, etc.
etc. Todas las cuestiones morales, dogmáticas (de acuerdo a las necesidades de
nuestro tiempo), caritativas, misioneras, etc. podrían encontrar un ordenado
tratamiento en esta segunda parte del Concilio.
6. Finalmente sería necesaria una tercera sección, referida a las relaciones de la Iglesia
con el mundo que existe en su entorno, fuera y lejano de ella. Es decir: 1) las
relaciones con los hermanos separados (tratar esta cuestión al inicio del Concilio me
parece que es comprometer su solución); 2) las relaciones con la sociedad civil (la
paz, las relaciones con los estados, etc.); 3) las relaciones con el mundo de la cultura,
de la ciencia...; 4) las relaciones con el mundo del trabajo, de la economía, etc...; 5)
las relaciones con las otras religiones; 6) las relaciones con los enemigos de la Iglesia;
etc. Estos temas interesantísimos para los hombres de nuestro tiempo, sea creyentes
como no creyentes, no podrían ser tratados con el estilo de los precedentes, sino en
forma de “mensajes” que la Iglesia lanza a la humanidad que vive y obra fuera de su
ámbito; mensajes en los cuales resonasen fuertemente los principios propios de la
Iglesia, y brillase con aire profético la llamada a cada uno de los sectores humanos
desde el punto de vista de la salvación, de la cual sólo la Iglesia católica es la
verdadera fuente.
7. El Concilio debería terminar con la celebración de la comunión de los Santos (con
alguna canonización, con alguna ceremonia propiciatoria) y se debería encontrar
algún gesto de caridad (limosna u ofrecimiento por las misiones, o por el perdón, o
por alguna institución, etc.), para concluir en obras buenas las tantas buenas palabras
del Concilio. La institución de la Comisiones post-conciliares deberían realizarse
rápidamente para dar concreta ejecución a los decretos y a los buenos propósitos
resultantes del gran hecho renovador. Tal vez ésta es una fantasía que acompaña a
otras tantas que pululan en este fervoroso tiempo espiritual. Su eminencia juzgará.
Haber expresado todo esto me quita el remordimiento del silencio, y me ofrece la
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ocasión para confirmar mis sentimientos de devoción al Papa, a la Iglesia, al Concilio,
para besarle humildemente las manos y profesarme un devoto servidor de Su
Eminencia Reverendísima.
G.G. Card. Montini Arzobispo
Post-Scriptum
1. Lo expuesto está simultáneamente delineado, no se refiere al contenido de los esquemas. Ello
requeriría otro examen para ver lo que es necesario agregar o quitar o modificar. Se refiere al
plan ideal y a la distribución sucesiva de la materia.
2. El Plan, según la sugerencia del Excelentísimo Card. Suenens podría derivarse de las últimas
palabras de Cristo en el Evangelio de San Mateo 28,18-20: “se me ha dado todo poder...”. (*)
G.B.M.
(*) Giovanni Battista Montini Arcivescovo di Milano e il Concilio Ecumenico Vaticano II.
Preparazione e Primo Periodo. Colloquio Internazionale di Studio, Milano, 23-25 settembre 1983,
Pubblicazioni dell'Istituto Paolo VI 3, Brescia, 1985, pp. 420-423.
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BIBLIOGRAFÍA
En función de poder ampliar los datos de esta Breve Reseña Histórica del Concilio
Vaticano II, sugiero consultar la siguiente bibliografía, que se puede encontrar entre
nosotros.
ALBERIGO, Giuseppe: “Historia del Concilio Vaticano II” Ed. Sígueme.
Salamanca 2002.
“Enciclopedia Conciliar”: Vaticano II – Historia, Doctrina, Documentos – Ed.
Regina, Barcelona 1967
BALDUCCI, Ernesto: “El Papa Juan”. Ed. Euramérica. Madrid. 1964
DORN, Luitpolo A.: “Pablo VI, El reformador solitario”. Ed. Herder. Barcelona
1990.
HEBBLETHWAITE Peter: “Pablo VI, El primer Papa moderno”. Ed. Vergara.
Buenos Aires. 1995
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