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LECCIONES QUE NECESITAMOS APRENDER
Columna semanal del arzobispo Charles J. Chaput, O.F.M. Cap.
20 de septiembre del 2013
La mayoría de los estadounidenses tiene raíces inmigrantes; yo no soy una excepción. Mientras que la
familia de mi madre era nativa de América del Norte (Prairie Band Potowatomi), la herencia de mi
padre es francocanadiense. Creciendo en los años 50, yo era muy consciente de que la Canadá de habla
francesa –Quebec– estaba entre las regiones más profundamente católicas en el mundo. Durante más de
200 años, la Iglesia en Quebec no sólo predicó el Evangelio, educó a los jóvenes y ministró a los
pobres y enfermos, sino que también mantuvo la lengua y cultura francesa frente a la mayoría
protestante de habla inglesa de Canadá.
La Revolución silenciosa de Quebec destruyó todo eso en sólo unas pocas décadas. A partir de
mediado del siglo XX y muy aceledaramente después del Vaticano II, los quebequenses abandonaron
la Iglesia en tropel. Hoy apenas el 5 por ciento de los quebequenses asisten a misa regularmente. La
Iglesia es a menudo vista como un objeto de desprecio. ¿Cómo sucedió? No hay ninguna razón
individual. Los líderes de la Iglesia se buscaron algunos de los problemas por sus excesos de confianza,
la inercia y la incapacidad para ver cómo cambiaba el terreno de su pueblo. El consumismo colonizó a
los fieles laicos; y la cultura llegó a ser dominada por líderes nuevos y altamente secularizados en
política, educación y medios de comunicación.
El partido gobernante de Quebec –el Partido Quebequés (PQ)– ahora está presionando por una Carta de
Valores de Quebec. La Carta busca solidificar a Quebec como un estado laico y, entre otras cosas,
prohibir a los empleados del gobierno usar símbolos y vestimentas religiosas en nombre de la unidad
social. Los obispos de Quebec han expresado preocupación acerca del impacto de la Carta sobre la
libertad religiosa –no sólo para las minorías como los musulmanes o sijes, sino para los católicos
también. En términos más generales, los críticos han atacado el PQ por el uso de la democracia liberal
y la neutralidad religiosa como pretexto para su hostilidad contra cualquier rol religioso vigoroso en la
arena pública. En las palabras de un observador político canadiense, «Quebec, a los efectos de sus
propias élites gobernantes, ha renunciado a su pasado».
Por supuesto, Estados Unidos tiene una historia muy diferente a la de Canadá y especialmente a la de
Quebec. Incluso en Quebec, el apoyo a la propuesta Carta ha disminuido en las últimas semanas a
medida que la crítica ha aumentado. La libertad religiosa está incrustada profundamente en la
Constitución de Estados Unidos. Así que ¿por qué nada de esto debe importar a los católicos
estadounidenes?
Es importante porque el impulso de amordazar la fe religiosa como una fuerza pública, confinando el
testimonio religioso a las iglesias y las casas particulares; de intimidar a los ministerios relacionados
con la fe para que nieguen sus principios religiosos con el fin de hacer su trabajo público, ahora es tan
real en los Estados Unidos como en Europa y Quebec. Simplemente toma formas diferentes.
Las lecciones que podemos aprender de eventos como los de Quebec son dos.
Aquí está la primera lección: nuestra fe tiene que ser algo más que un hábito nostálgico; más que un
ejercicio sentimental de buena voluntad; y la Iglesia tiene que ser algo más que una institución
religiosa. El cristianismo, como famosamente escribió C.S. Lewis, es una «religión en lucha» –no en el
sentido de beligerancia o mala voluntad, sino como una lucha contra nuestros propios pecados y
complacencia; una lucha para entregarnos totalmente a Jesucristo y luego traer Jesucristo al mundo.
Como individuos y como Iglesia, si no tenemos una inquietud por Dios, una pasión por Jesucristo y los
pobres y necesitados que él ama, entonces deberíamos dejar de convencernos de que somos cristianos.
Una religión de palabras y hábito, una religión sin arrepentimiento interno diario y compromiso, se
ahueca de adentro hacia afuera. Y puede evaporarse en una noche.
Aquí está la segunda lección. Si no vivimos nuestra fe católica y defendemos vigorosamente nuestra
libertad religiosa, entonces tarde o temprano perderemos ambas. Durante más de un año, los obispos de
Estados Unidos han recalcado repetidamente la naturaleza coercitiva –incluso vengativa– del mandato
anticonceptivo HHS (por sus siglas en inglés) de la actual administración. No se «necesita» este
mandato como una cuestión de salud. Es puramente una imposición ideológica en la libertad de las
comunidades religiosas y de las personas a vivir sus convicciones en sus obras públicas. Si los católicos
fracasan en resistir esta coacción, luego vendrán más coerciones. Es así de simple.
Nadie comprende la naturaleza de este tema mejor que el cardenal de Nueva York Timothy Dolan, y
deberíamos considerar sus palabras al cerrar la columna de esta semana:
«La Iglesia católica en América ha sido líder en la prestación de cuidado de salud asequible y en la
promoción de políticas que promueven esa meta. Los obispos en un ámbito nacional han luchado por
esto durante casi cien años, y nuestras heroicas mujeres y hombres religiosos han hecho aún más. Sin
embargo, en lugar de emplear nuestro tiempo, energía y recursos en aumentar el acceso a servicios de
salud, como lo hemos hecho durante muchas décadas, ahora estamos obligados a gastar esos recursos
en determinar cómo responder a las regulaciones gubernamentales recientemente promulgadas que
restringen y se imponen en nuestra libertad religiosa. Los católicos –nuestros padres y abuelos,
hermanas y hermanos religiosos, y sacerdotes– fueron los primeros a la mesa en avanzar y proporcionar
una atención de salud, y ahora nos están atosigando por los mismos valores católicos que nos llevan a
estos ministerios. Todo esto en un país que pone la libertad religiosa primero en la lista de sus más
apreciabas libertades. Como he dicho antes, ésta es una pelea que no pedimos y que preferiría no estar
en ella, pero es una de la cual no huiremos».
Amén.
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Los lectores son animados a expresar su apoyo a la libertad religiosa en el sitio web de la Conferencia
Católica de Pensilvania, https://www.votervoice.net/PACC/Campaigns/30694/Respond.