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con los secretarios de Educación (1963-2006), Pablo
Latapí, una de las figuras más sobresalientes del
ámbito educativo en México, destacó la importancia de la investigación educativa, explicando cómo
puede y debe ser un instrumento para la toma de decisiones
gubernamentales, en instancias como la Secretaría de Educación
Pablo Latapí Sarre
En Andante con brío. Memoria de mis interacciones
Andante con brío
Memoria de mis interacciones
con los secretarios de Educación
(1963-2006)
Pablo Latapí Sarre
La obra comienza con un repaso de las relaciones entre
la Iglesia católica y el Estado mexicano a lo largo del siglo
XX,
haciendo especial hincapié en la Cristiada y la persecución religiosa. Posteriormente, el autor relata algunas de sus experiencias
más significativas, entre ellas las vividas durante sus años en la
Compañía de Jesús. En la parte medular del libro, Latapí describe
su interacción —a lo largo de más de 40 años— con 14 secretarios
de Educación, de Jaime Torres Bodet a Reyes Tamez Guerra.
Sin duda, uno de los elementos más valiosos de Andante con
brío es el tono personal e íntimo; Latapí usó sus memorias y su
Andante con brío
Pública.
experiencia para hacer de este libro un documento único y una
contribución de gran importancia para la investigación educativa
en México.
La presente edición fue revisada, corregida y ampliada por el
9786071610140-forro.indd 1
PABLO LATAPÍ SARRE fue uno de los principales impulsores de la investigación educativa en México. Su trabajo lo hizo acreedor a distinciones académicas y premios, como el Nacional de Ciencias y Artes en el campo de
las ciencias sociales en 1996. Su profusa obra abarca los temas de desigualdad educativa, valores humanos, filosofía de la educación y política
educativa. El Fondo de Cultura Económica ha publicado La investigación
educativa en México, El financiamiento de la educación básica en el marco
del federalismo (en coautoría con Manuel Ulloa Herrero), Un siglo de educación en México (coordinador), El debate sobre los valores en la escuela
mexicana y La SEP por dentro. Las políticas de la Secretaría de Educación
Pública comentadas por cuatro de sus secretarios (1992-2004).
nueva edición
9 786071 610140
Empastado. Ajustado para 260 pp. Lomo 1.4 cm + .6 ceja. Papel cultural de 75 g.
Guardas: pantone 5435
VIDA Y PENSAMIENTO DE MÉXICO
www.fondodeculturaeconomica.com
autor antes de su fallecimiento en 2009.
6/11/12 10:03 AM
VIDA
Y
PENSAMIENTO
DE
MÉXICO
ANDANTE CON BRÍO
PABLO LATAPÍ SARRE
Andante con brío
MEMORIA DE MIS INTERACCIONES
CON LOS SECRETARIOS DE EDUCACIÓN
(1963-2006)
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Primera edición, 2008
Segunda edición, 2012
Latapí Sarre, Pablo
Andante con brío. Memoria de mis interacciones con los secretarios de
Educación (1963-2006) / Pablo Latapí Sarre. — 2ª ed. — México : FCE, 2012
258 p. ; 21 × 14 cm — (Colec. Vida y Pensamiento de México)
ISBN 978-607-16-1014-0
1. Latapí Sarre, Pablo — Vida y obra 2. Educación — México — Historia —
Siglo XX I. Ser. II. t.
LC LB422 V57
379.72 L137a
Distribución mundial
Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar
D. R. © 2012, Fondo de Cultura Económica
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Tel. (55)5227-4672; fax (55)5227-4640
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el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.
ISBN 978-607-16-1014-0
Impreso en México • Printed in Mexico
ÍNDICE
Nota a la segunda edición ...............................................
Introducción ....................................................................
Agradecimientos ...............................................................
9
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17
I. Antecedentes .............................................................
El contexto político-religioso de México
a partir de los años veinte...................................
Antecedentes personales .........................................
19
II. Los secretarios ..........................................................
Jaime Torres Bodet (1958-1964) ............................
Agustín Yáñez (1964-1970) .....................................
Víctor Bravo Ahuja (1970-1976) .............................
Porfirio Muñoz Ledo (1976-1977) ..........................
Fernando Solana (1977-1982).................................
Jesús Reyes Heroles (1982-1985)
y Miguel González Avelar (1985-1988) ...................
Manuel Bartlett Díaz (1988-1992) ..........................
Ernesto Zedillo (1992-1993) ...................................
Fernando Solana, José Ángel Pescador
y Fausto Alzati (1993-1995) ................................
Miguel Limón Rojas (1995-2000) ...........................
Reyes Tamez Guerra (2000-2006) ..........................
60
61
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171
III. Reflexiones finales .................................................... 179
Sobre mi experiencia personal ............................... 179
Sobre la IE y las decisiones políticas ...................... 223
Epílogo: ¿valió la pena?................................................... 247
Referencias bibliográficas ................................................ 251
NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN
Celebro que la primera edición de 3 000 ejemplares se haya
agotado en pocos meses, tratándose de un libro destinado a
públicos especializados.
En esta segunda edición he hecho las modificaciones
siguientes: por una parte, he corregido algunos datos erróneos (ninguno de trascendencia), que se deslizaron por inadvertencia o mi falta de memoria. Por otra, he ampliado
la información sobre algunos temas siguiendo el consejo de
varios lectores amigos. Concretamente, en cuatro puntos:
doy más detalles acerca del estudio que elaboré en 1961 sobre el “texto único” y que nunca publiqué; preciso en qué
consistieron mis colaboraciones con el secretario Jesús Reyes Heroles, que había pasado por alto; explico con mayor
detenimiento el contenido de mis críticas a las universidades católicas, y amplío la información sobre el contexto social y cultural en el que se ubicaban mis acciones o investigaciones en favor de la justicia social y educativa. Estas
ampliaciones, sin embargo, no exceden en conjunto unas
seis páginas.
El tema del libro, recuerdo a los lectores, se limita a un
eje de mi actividad profesional: el de mis interacciones con
los secretarios de Educación Pública; por esto no se explaya ni en la historia de la política educativa ni en la de la investigación educativa en México, temas que siguen en espera de sus historiadores.
Deliberadamente no quise actualizar el libro incluyendo el periodo transcurrido de la administración de la SEP a
partir de diciembre de 2006. Mi desacuerdo con el “arreglo
político” establecido por el presidente Felipe Calderón con
9
10
NOTA A LA SEGUNDA EDICIÓN
el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación en
detrimento de la educación nacional, la pobreza del Programa Sectorial 2007-2012, y las lamentables confusiones y
precipitaciones de la Alianza por la Calidad de la Educación marcan muy negativamente, a mi juicio, el actual sexenio. Opino que será más conveniente esperar el término del
mismo para proceder a un análisis más completo.
PLS
México, D. F., 2009
INTRODUCCIÓN
Al llegar a una edad avanzada uno se pregunta qué servicio
puede aún prestar a su país. Tengo 80 años; mi vida profesional se ha desarrollado en el medio de la investigación educativa (IE) como investigador y promotor de instituciones, y
comprendo que más allá de eventuales investigaciones que
todavía pudiera realizar, serían más importantes otro tipo
de contribuciones, mientras tenga la capacidad mental para
hacerlas. Precisamente por la edad es posible aportar reflexiones y apreciaciones de carácter más general, visiones
históricas a partir de la propia experiencia o testimonios personales que de otra suerte se olvidarían.
En esta perspectiva es donde se sitúa este libro, en el
que me propongo reconstruir las relaciones que, a lo largo
de 40 años y en función de mi trabajo, he tenido con varios
secretarios de Educación Pública.
No intento escribir mis “memorias”, lo que sería pretencioso y tendría otras implicaciones, sino sólo recuperar
un eje interesante de mi vida profesional, pues la IE que
desarrollé y promoví estuvo siempre enmarcada en mi
relación con la política educativa del país y con las autoridades de la Secretaría de Educación Pública (SEP). El libro
se aproxima al género de “memorias”, pero limitándose a
un aspecto parcial, seleccionado entre otros varios posibles. Deseo contribuir, a través de las experiencias que he
vivido, a que se comprenda mejor la política educativa y su
relación con la IE. Hace 40 o 30 años esa relación estaba
marcada por circunstancias particulares que han evolucionado con el tiempo; el contexto sociopolítico condicionaba las percepciones y las actuaciones de las autoridades
11
12
INTRODUCCIÓN
de la SEP y las mías propias, y es conveniente dejar constancia de ello.
El género autobiográfico tiene sus riesgos. El autor,
limitado por sus recuerdos, puede caer en apreciaciones
subjetivas que desvirtúen la realidad; sin pretenderlo, puede
olvidar hechos importantes o “presentizar” excesivamente el
pasado (pues de alguna manera es inevitable), moldeándolo al gusto de sus actuales valoraciones y deseos. Además,
le será difícil no idealizar sus propias actuaciones. Nada
garantiza que yo no incurra en estos riesgos, pero al menos
los tengo presentes. Existe, además, otro escollo: la fuente
principal de los relatos autobiográficos es la memoria del
autor, que recuerda los hechos en cuanto resultaron significativos para él, esfumando con frecuencia fechas exactas y
otras circunstancias que, sin embargo, conviene precisar en
un texto escrito. Procuraré verificar las fechas de los hechos
que refiero, pero advierto por adelantado que no siempre
será posible. Respecto a acontecimientos del pasado más
generales, como los relativos a la historia de la SEP o a las
biografías de personajes públicos, supongo en los lectores suficiente familiaridad con ellos, pues no sería factible
documentarlos en un texto no especializado en historia,
como es el presente.
Fundé el Centro de Estudios Educativos (CEE) en 1963,
a los pocos meses de haber regresado de mis estudios de
doctorado en Alemania.1 Desde el principio consideré que
la investigación que deseaba promover debería estar guiada por ciertas orientaciones: enfocarse hacia la educación
pública y, específicamente, hacia las políticas y decisiones
que la determinan; ser pluridisciplinaria en su enfoque,
1 Recibí el título de la Universidad de Hamburgo a mediados de julio
de 1963; al llegar a México, después de una breve etapa exploratoria,
empecé a trabajar en la fundación del CEE, cuyas escrituras como asociación civil datan del 26 de noviembre de 1963.
INTRODUCCIÓN
13
superando la concepción entonces en boga de que investigar
la educación se reducía a profundizar en el aprendizaje de
los alumnos o a hacer “psicología de la educación”; ser,
además, rigurosamente científica, sin adoptar posiciones
ideológicas que la sesgaran en sus presupuestos, motivaciones o resultados. Los sistemas educativos no solían
entonces considerarse objetos de investigación; tampoco
era usual que las decisiones de política pública se juzgaran
por su relación con las fundamentaciones técnicas en que
se basaban.
Siendo entonces miembro de la Compañía de Jesús,2
al regresar de Alemania discutí ampliamente con mis superiores mi propósito de establecer el CEE. Ésta era una idea
innovadora en la Provincia jesuita, cuyas obras educativas
se centraban principalmente en seis colegios de enseñanza
básica y la entonces incipiente Universidad Iberoamericana (UIA). Conté con superiores de amplia visión que, además, me tuvieron plena confianza. La Compañía de Jesús
no me proporcionó ningún apoyo económico para la obra
que me proponía crear; su financiamiento recaería sobre
mí y requirió de un gran esfuerzo personal. Los dos primeros años los recursos provinieron de contribuciones generosas, siempre pequeñas, de empresas (muchas dirigidas
por antiguos amigos o conocidos míos) que creían en la
importancia de la obra; después el CEE dispuso gradualmente
de otros ingresos por contratos de investigación con algunas
universidades públicas o privadas, por la venta de sus publicaciones y por el apoyo de la Fundación Ford. Debo añadir
2 En la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús había seguido
desde mi juventud el largo currículo de formación en Humanidades (tres
años), Ciencias (un año), Filosofía (tres años) y Teología (cuatro años).
Terminados esos estudios, realicé durante más de cuatro años los de doctorado (en Filosofía, con especialidad en Ciencias de la Educación), en las
universidades estatales de Múnich y Hamburgo; recibí mi título de Doktor
der Philosophie en esta última en julio de 1963.
14
INTRODUCCIÓN
que mis colaboradores entendían la precariedad económica
de la institución y aceptaron trabajar con sueldos siempre
modestos; había una mística que creo logré transmitir a
todos ellos para asumir sacrificios porque teníamos un
compromiso personal con nuestro trabajo. Las tareas que
emprendíamos se veían como pasos hacia objetivos sociales y humanos que todos asimilaban como propios.
El CEE, por lo tanto, nació como una obra auspiciada
por la Compañía de Jesús. Los bienhechores que tuvimos
veían en mi presencia el aval de esta prestigiada orden religiosa. Esto nunca se ocultó, pero desde el principio insistí
en que el CEE no debía ser confesional, sino una institución
secular, rigurosamente científica y, a la vez, inspirada por
los valores cristianos de servicio, veracidad, promoción de
la justicia, defensa de los derechos humanos, solidaridad
con los más necesitados y apertura a todas las maneras
de pensar. Con la jerarquía eclesiástica no se tenía especial
relación,3 aunque informé de nuestro trabajo en dos ocasiones al cardenal arzobispo de México, Miguel Darío Miranda, en visitas de cortesía.
Esto no obstante, con el ánimo de evitar que en las esferas del gobierno se percibiese a la institución como provocadora, amenaza a la laicidad de la educación o defensora
de las posiciones de la Iglesia en la educación, guardamos
siempre las formas externas entonces habituales: en las
publicaciones no se aludía a la relación con la Compañía
de Jesús, a mí se me trataba siempre con mi título académico de “doctor”, y en el CEE (en cuyo personal había investigadores de diversas creencias) se evitaban celebraciones de
carácter religioso.
Las relaciones entre el CEE y la Provincia jesuita se normaron desde 1967 mediante un convenio privado en el que:
3 Las órdenes religiosas, como la Compañía de Jesús, están exentas de
la jurisdicción de las autoridades diocesanas.
INTRODUCCIÓN
15
a) se establecía que la Provincia proporcionaría el personal
jesuita requerido; b) se garantizaba también que el director sería jesuita y que la Provincia estaría representada en
su Consejo Directivo, y c) se establecía que los valores cristianos orientarían la institución. Los bienes patrimoniales
pertenecían a la asociación civil (CEE, A.C.) integrada mayoritariamente por seglares, y en caso de disolución, se transferirían a otra asociación civil de objetivos semejantes.4
Por estas circunstancias peculiares, propias del contexto mexicano en esos años, mis relaciones con la SEP estaban condicionadas, indirecta, pero muy realmente, por las
que había entre la Iglesia y el Estado mexicano, y ésta es la
razón por la que trataré este tema en cuanto antecedente
que debe tomarse en cuenta.
El libro se estructura en tres capítulos. En el primero
expongo algunos antecedentes que me parecen necesarios
tanto en relación con el contexto político-religioso del país
en esos años (los cincuenta y sesenta), como con mis actividades personales anteriores a la fundación del CEE en 1963.
Ambos son indispensables para ubicar adecuadamente el
asunto de este libro.
El segundo capítulo recoge los hechos relacionados con
mi interacción con los titulares de la SEP y procedo cronológicamente, sexenio por sexenio. Acompaño los hechos
narrados de una reflexión sobre mi interacción con el funcionario en cuestión, la cual está generalmente centrada
en tratar de puntualizar qué conocimiento especializado
aportaba yo, ya fuese como crítico externo, ya como asesor
dentro de la SEP.
4 Norma Georgina Gutiérrez Serrano publicó un estudio (1998: 13-38)
que contiene serias inexactitudes respecto al carácter del CEE, las cuales señalé en un artículo (Latapí, 2000: 371-376): “Precisiones sobre los
orígenes y primeros años del Centro de Estudios Educativos. Correcciones
a un libro reciente”, Revista Mexicana de Investigación Educativa, vol. 5,
núm. 10, julio-diciembre de 2000, pp. 371-376.
16
INTRODUCCIÓN
En el tercer capítulo intento profundizar un poco más
en las experiencias narradas. Me parece que a partir de mi
caso se pueden derivar algunas conclusiones sobre el tema
más amplio de la relación de la IE con la toma de decisiones
en el rubro de la política educativa.
El libro interesará, espero, a diversos públicos. A los
historiadores de la educación mexicana les aportará elementos contextuales, en ocasiones novedosos, así como
información sobre cómo se percibían en la SEP, en las décadas pasadas, algunos problemas del desarrollo educativo y
las posiciones de los sucesivos gobiernos ante las críticas
externas. A los investigadores de la educación, puede aportarles perspectivas que les permitan revalorar los inicios
de la IE en el país. A los antiguos y actuales políticos y funcionarios relacionados con la educación, testimonios que
pueden ser de interés. A los historiadores de la Compañía
de Jesús en México, espero que también les aporte o refresque situaciones que revelan circunstancias características
de las épocas aquí referidas. Y para aquellos a quienes interesa la relación entre la Iglesia católica y el Estado mexicano, el libro puede también ser una referencia testimonial.
Paulatinamente —con altas y bajas— se va consolidando en México una sociedad civil más consciente de sus
responsabilidades ciudadanas. Los actores de este proceso
también encontrarán en estas páginas hechos que ameriten
su reflexión.
Ernst Bloch resumía así el sentido de hacer historia:
comprender el pasado desde el presente, y comprender
el presente desde el pasado. Ojalá logre yo contribuir, un
poco, a ambos objetivos.
AGRADECIMIENTOS
Agradezco a mis magníficos amigos Carlos Muñoz Izquierdo, Sylvia Schmelkes y Felipe Martínez Rizo la acuciosa
lectura del borrador de este libro y sus muy importantes
observaciones; los errores y deficiencias son, por supuesto,
sólo míos. Mi reconocimiento también a la licenciada Consuelo Sáizar, directora general del Fondo de Cultura Económica, por la acogida benévola que dio a mi manuscrito,
y a Leonor Garrido por el profesionalismo con que corrigió
mi texto y lo preparó para la edición. Agradezco también al
Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la UNAM, donde trabajo, el haber podido desarrollar este ensayo como parte de mis actividades académicas
durante 2007.
Respecto de las citas bibliográficas, se adopta la manera
de citar a autores “por referencias”, es decir, indicando en
el texto sólo el nombre del autor, la fecha de publicación
y el número de página, y presentando al final del libro
la bibliografía completa, ordenada alfabéticamente. Sin
embargo, en algunos casos ha parecido conveniente añadir en una nota al pie la referencia completa con todos los
datos editoriales, para comodidad del lector. Es el caso de
las publicaciones de la SEP o las mías, que son muchas, pues
identificarlas en la bibliografía podría causar confusiones.
17
I. ANTECEDENTES
EL CONTEXTO POLÍTICO-RELIGIOSO DE MÉXICO
A PARTIR DE LOS AÑOS VEINTE
Para comprender el contenido de este libro, y en particular
las circunstancias y el contexto en que se situaron mis actuaciones desde 1963, es indispensable explicar —y lo haré
con cierta amplitud en atención a los lectores menos familiarizados con estos temas— el clima político-religioso que
imperaba entonces en el país.
Al pertenecer yo a la Compañía de Jesús en esos años,
mis actividades como investigador, fundador y director del
Centro de Estudios Educativos (CEE) y articulista en la prensa se interpretaban naturalmente como propias de un miembro vinculado a la Iglesia (al “clero”, dirían los no católicos), y así lo eran en realidad. No se comprenderían mis
relaciones con la Secretaría de Educación Pública (SEP) si
se prescindiese de esa realidad que, además, me marcaba
con una imagen social definida.
Esto me obliga a referirme al conflicto Iglesia-Estado
que seguía latente y se manifestaba muy especialmente en
el ámbito de la educación. Este conflicto tenía como antecedentes inmediatos la política hostil a la Iglesia de los gobiernos revolucionarios, la lucha armada de los años veinte
conocida como “la cristiada”, y los “arreglos” celebrados
entre el gobierno y la jerarquía eclesiástica de 1929. Estos
últimos determinaron el modus vivendi que caracterizó
las relaciones entre la Iglesia y el Estado por varias décadas.
Para los católicos que procuraban comportarse como
tales y actuaban en algún sector de la vida pública, ese
19
20
ANTECEDENTES
modus vivendi era una realidad cotidiana: consistía en un
conjunto de reglas no escritas que normaban necesariamente la actuación tanto de los católicos (y de los sacerdotes y obispos) como de los funcionarios del Estado. A estos
últimos ese modus vivendi les marcaba las conductas políticamente correctas, establecía los límites de lo permitido, interpretaba las leyes y prescribía los estilos de comunicación
con el mundo eclesiástico; a las autoridades eclesiásticas y
a los católicos en general ese modus vivendi les imponía
múltiples comportamientos en la vida pública, sobre todo
en su relación con el gobierno.
Podríamos calificar de polarización ideológica el saldo
que había dejado en la sociedad mexicana el conflicto político-religioso; ese “cisma permanente”, como lo calificó
Vasconcelos,1 dividía —y todavía divide— a católicos y anticlericales en relación con la interpretación de nuestra historia, las características de nuestra cultura y nuestro proyecto como nación.2
El origen del modus vivendi
El régimen colonial de la Nueva España se caracterizó por
la estrecha unión de la Corona con la Iglesia católica, al
grado de que con mucha frecuencia resultaba imposible
distinguir cuál de las dos asumía o ejecutaba las acciones
de gobierno. La justificación misma de la Conquista que
se daban a sí mismos los reyes de España descansaba en “la
propagación de la verdadera fe” y “la salvación de las almas
1 Así tituló Vasconcelos un ensayo que publicó en un libro-homenaje
dedicado a Alfonso Reyes, editado por El Colegio de México; lo leí en Alemania y no he podido encontrar la referencia exacta.
2 Garciadiego (2006) profundiza en las divergencias de interpretación
de la historia de México y hace ver cómo las profundas divisiones políticas del país se han manifestado en los respectivos credos históricos.
ANTECEDENTES
21
de los indígenas”; era un régimen de “patronato real” que
otorgaba a las autoridades eclesiásticas grandes privilegios,
a la vez que delegaba en ellas importantes responsabilidades en el orden temporal; y, por otra parte, establecía privilegios de la Corona para intervenir en asuntos internos de
la Iglesia. Este régimen de distribución de facultades por
mutuos acuerdos se fue ampliando con el tiempo, al establecerse, por ejemplo, que disposiciones o decretos canónicos
requirieran el placet regio para aplicarse en las Indias. Las
reformas borbónicas de la segunda mitad del siglo XVIII, tendientes a fortalecer al rey frente al poder eclesiástico, propugnaban que debía ser el soberano y no el papa quien
tuviese la autoridad para actuar como vicario de Cristo en
estas tierras (González, 1994: 15 y ss.).
Desde la Independencia la Iglesia católica se mostró renuente a aceptar que el nuevo régimen le implicaba redefinir su posición institucional en la vida política del país y
renunciar a privilegios que le habían sido propios en el régimen colonial. La confrontación con los gobiernos liberales, que a la postre triunfaron, estalló con la Reforma, al
promulgarse las leyes que establecían la separación EstadoIglesia y proclamaban las tesis del liberalismo, repetidamente condenadas por la Santa Sede.3 Afirma un autor:
El conflicto entre el Estado y la Iglesia selló para un siglo el
destino del liberalismo. Éste tuvo que construirse en contra de
su cultura religiosa y no con ella, como fue el caso para el liberalismo anglosajón. En México, a la intransigencia de la Iglesia católica respondió la radicalización liberal anticlerical […]
3 Pío IX (Acerbissimum, 27 de septiembre de 1852) condenó la separación entre Iglesia y Estado y se opuso a las “libertades” proclamadas por los
regímenes republicanos; León XIII condenó la doctrina que establecía que
la autoridad venía del pueblo y no de Dios. La modernización de los Estados nacionales del siglo XIX “se llevó a cabo no sólo sin el concurso de la
Iglesia, sino incluso con su condena expresa” (González, 1994: 119).
22
ANTECEDENTES
Una vez establecida la ruptura con la Iglesia, el liberalismo tuvo
que emprender solo el camino de la reforma [Bastian, 1994: 33].
La confrontación Iglesia y Estado, sin embargo, quedó
atenuada por varias décadas durante el Porfiriato, pues se
prefirió dejar sin aplicar muchas de las disposiciones legales.
Con la Constitución de 1917 el conflicto Iglesia-Estado
no sólo renace sino se exacerba, al promulgarse varios artículos (3°, 5°, 27 y 130) abiertamente hostiles a la Iglesia e
incluso contrarios a derechos humanos elementales: no sólo
se desconocía jurídicamente a “las agrupaciones denominadas iglesias”, sino que se sometía a regulaciones a los ministros de culto, se prohibían los votos monásticos, se prohibía
a la Iglesia organizar o dirigir escuelas y se pretendía someter la vida interna de la Iglesia a diversas disposiciones. La
animosidad de los constituyentes más radicales se centró en
la educación, pues juzgaban que la acción del clero promovía el fanatismo y el oscurantismo, no menos que la subversión contra el gobierno. El clero —“el más funesto y el más
perverso enemigo de la patria” (constituyente Mújica)— debía ser eliminado del dominio de la enseñanza, no sólo imponiendo en la escuela pública un tajante laicismo, sino
extendiendo éste a la enseñanza de “los particulares” en los
niveles básicos y en la educación destinada a obreros y campesinos. Ya antes de la promulgación de la Constitución la
jerarquía había respondido con diversas movilizaciones y
con una carta pastoral colectiva “sobre la actual persecución
religiosa y normas de conducta para los católicos” (noviembre de 1914), y al promulgarse la Constitución, con una
enérgica protesta firmada por la mayoría de los obispos que
ya residían en el exilio, protesta que había sido aprobada por
el delegado apostólico y el papa (Meyer, 1978: vol. 2, 101).4
4 Además de Meyer (1978), en este apartado me baso en Villaseñor
(1977), Blancarte (1994 y 1996), Meyer (1989) y Olimón (1992 y 1994).
ANTECEDENTES
23
En este clima de violenta hostilidad y constantes recriminaciones sobrevino un incidente que hizo estallar la persecución y condujo al país a una verdadera guerra intestina. La protesta del arzobispo de Guadalajara, Francisco
Orozco y Jiménez, desató la persecución por parte del gobernador de Jalisco, José Guadalupe Zuno, la cual provocó
nuevas manifestaciones de muchos obispos y elevó el problema a escala nacional. De 1917 a 1924 se gestó la organización de la defensa de la libertad religiosa y de la lucha
cristera. Entre los múltiples incidentes que se produjeron
en esos años (sobre todo en Jalisco, Colima, Michoacán,
Guanajuato y Tabasco) destacan la expulsión del nuncio
apostólico Filippi por Obregón (y de varios delegados apostólicos que lo sucedieron), el atentado con una bomba en la
basílica de Guadalupe, las represalias del gobierno contra
el propósito de construir una capilla en el Cerro del Cubilete, el Congreso Eucarístico Nacional de 1924 que se interpretó como provocación política, la organización (a través
de la Confederación Regional Obrera Mexicana, CROM) de
una iglesia cismática, el cierre de las escuelas católicas y,
sobre todo, la llamada Ley Calles, que limitaba el número
de sacerdotes y los obligaba a registrarse (Meyer, 1978:
vol. 2, 125 y ss.).
El 21 de abril de 1926 los obispos, con aprobación de
Roma, dieron a conocer una pastoral colectiva en la que
expresaban su enérgico non possumus y apelaban a una urgente reforma de la Constitución. El 2 de julio Calles publicó un decreto que definía una serie de delitos en materia
religiosa que constituía una declaración de guerra (Meyer,
1978: 263). La respuesta del Episcopado fue la suspensión
de cultos como acto extremo de protesta. A partir de este
momento se multiplicaron los alzamientos armados y se
extendió por una parte importante del territorio nacional
una guerra que habría de durar tres años, con enormes costos políticos para el gobierno, pérdidas militares considera-
24
ANTECEDENTES
bles y costos económicos para todo el país. Meyer (1978:
vol. 3, 266) calcula las muertes cristeras entre 25 000 y
30 000, y las de soldados federales en 50 000; el desastre de
la economía agrícola fue mayúsculo.
A lo largo del conflicto armado de los cristeros se multiplicaron los intentos de negociación, los cuales desembocaron finalmente, en 1929, en acuerdos entre la jerarquía
y el entonces presidente Emilio Portes Gil. Con la mediación del embajador de los Estados Unidos, Dwight W. Morrow, el delegado apostólico Leopoldo Ruiz y Flores y el
obispo Pascual Díaz Barreto5 sostuvieron conversaciones
con Portes Gil y lograron que el gobierno aceptara y publicara en la prensa algunas aclaraciones que permitían a la
Iglesia considerar que el conflicto quedaba superado en lo
sustancial (Meyer, 1978: vol. 2, 340; véase también Villaseñor, 1977: passim).
El presidente Portes Gil aseguró a los obispos negociadores que no era la intención del gobierno ni el sentido de
la Constitución ni de las leyes destruir la identidad de la
Iglesia ni intervenir en sus funciones espirituales, y respecto a ciertos artículos de la ley que, según él, se habían malinterpretado, declaró los puntos siguientes (que publicó la
prensa el 22 de junio de 1929):6
1. Que el artículo de la Ley que determina el registro de los
ministros (de culto) no significa que el Gobierno pueda re5 Pascual Díaz, por cierto, era jesuita. Había ingresado a la Compañía
de Jesús siendo ya sacerdote, fue superior de la comunidad de la Sagrada
Familia en la ciudad de México, y el Vaticano lo había nombrado obispo de
Tabasco. Desde 1926 era secretario general del Episcopado mexicano; luego lo expulsaron a Guatemala y Texas. En 1929 fue llamado a Washington
para preparar una solución a la situación de la Iglesia en México. A raíz de
los “arreglos”, Roma lo nombró arzobispo de México (25 de junio de 1929).
Arturo Reynoso, S. J., ha estudiado su persona y su actuación en una tesis
(aún inédita) de historia, en la Universidad Iberoamericana (2003).
6 Citado por Antonio Rius Facius (1966: 441-442).
ANTECEDENTES
25
gistrar a aquellos que no hayan sido nombrados por el superior jerárquico [sic] del credo religioso respectivo, o conforme a las reglas del propio credo.
2. En lo que respecta a la enseñanza religiosa, la Constitución
y leyes vigentes prohíben de manera terminante que se imparta en las escuelas primarias y superiores, oficiales o
particulares, pero esto no impide que en el recinto de la
Iglesia los ministros de cualesquiera [sic] religión impartan sus doctrinas a las personas mayores o a los hijos de éstas que acudan para tal objeto.
3. Que tanto la Constitución como las leyes del país garantizan a todo habitante de la República el derecho de petición y, en esa virtud, los miembros de cualesquiera [sic]
Iglesia pueden dirijirse [sic] a las autoridades que corresponda para la reforma, derogación o expedición de cualesquiera [sic] ley.
Palacio Nacional, junio 21 de 1929
El Presidente de la República
E. Portes Gil (rúbrica).
El delegado apostólico, monseñor Ruiz y Flores, en declaraciones a la prensa ese mismo día, explicaba que las diferentes conversaciones tenidas con el presidente se habían
llevado a cabo con buena voluntad y respeto y, como consecuencia de ello y por las declaraciones hechas por el presidente, “el clero mexicano reanudará los servicios religiosos de acuerdo a las leyes vigentes”.
Por su parte, los dos jerarcas mexicanos manifestaron
que estaban satisfechos con las declaraciones del presidente Portes Gil y que, por lo tanto, ordenaban al clero reanudar los servicios religiosos, con la esperanza de que esto
condujera al pueblo mexicano, “animado por un espíritu de
buena voluntad, a cooperar con todos los esfuerzos morales que se hagan para beneficio de todos los de la tierra de
nuestros mayores” (ibidem).
26
ANTECEDENTES
Éstos fueron los “arreglos”. Eran no sólo muy informales
y frágiles, sino incompletos; dejaban fuera, entre otros, tres
asuntos fundamentales: la derogación de la legislación hostil
a la Iglesia que le negaba incluso toda identidad pública y
jurídica, la devolución a la Iglesia de sus propiedades, y la
garantía de amnistía a los combatientes cristeros. Los obispos negociadores se contentaron con las declaraciones publicadas y las promesas verbales del presidente Portes Gil, y
el Vaticano lo aprobó.
Después del 21 de junio de 1929, la jerarquía, con algunas excepciones, procuró que los cristeros depusieran las
armas y las entregaran al gobierno, asegurándoles que éste
respetaría sus vidas, lo que no fue verdad en numerosos
casos. Muchos curas desalentaron la lucha armada y aconsejaron aceptar la nueva situación como principio de una
solución al conflicto.
La Iglesia reemprendió sus actividades y así se inició un
periodo de coexistencia que puede denominarse “pacífica”,
pero siempre tensa con los gobiernos en turno, situación
que se denominó modus vivendi.
La evolución posterior a 1929
El conflicto religioso seguía en pie a pesar de los “arreglos”,
pues las leyes (algunos artículos fundamentales de la Constitución de 1917 y algunas leyes reglamentarias) no se habían derogado, pero se asumió como logro una especie de
“separación amistosa de Iglesia y Estado”. En el fondo, el
conflicto sólo había cambiado de forma: ahora el gobierno
le reconocía a la Iglesia implícitamente su independencia,
jerarquía y jurisdicción; la jerarquía se avenía a sujetarse
temporalmente a las leyes fiándose de su “interpretación
benévola”, según se le había prometido, y los católicos tenían derecho a reclamar si juzgaban que las leyes se aplica-
ANTECEDENTES
27
ban injustamente y a procurar su derogación por las vías
legales.
En la práctica, la situación de la Iglesia era precaria y
humillante, pues se siguieron aplicando la mayor parte de
las disposiciones legales que vulneraban sus derechos. Los
seminarios empezaron a reorganizarse con grandes penurias. Los sacerdotes, religiosos y religiosas tenían que vestir
como civiles; muchas de sus obras debían ocultar su carácter religioso para evitar incautaciones o expropiaciones; para
esto se recurría a “fachadas” laicas que las disimulasen.
La presencia pública de la Iglesia quedaba profundamente
disminuida; sus propiedades debían inscribirse como pertenecientes a algunos seglares amigos o a asociaciones civiles. En términos populares solía decirse que la Revolución
había logrado “bajar del caballo a la Iglesia”, a diferencia de
lo que sucedía en otros países latinoamericanos.
La situación era particularmente difícil en el campo de
la educación. El gobierno de Calles y los que le siguieron
(Emilio Portes Gil 1928-1930,7 Pascual Ortiz Rubio 193019328 y Abelardo Rodríguez 1932-1934)9 fueron hostiles
a la educación católica; se pretendió implantar medidas
“desfanatizadoras”, como la educación sexual, sin medios
pedagógicos adecuados; la laicidad escolar era interpretada
no como neutralidad ante las diversas religiones, sino como
una ideología antirreligiosa.10 Por parte de la Iglesia se prohibió a los católicos enviar a sus hijos a las escuelas públi-
7
Su secretario de Educación fue Ezequiel Padilla.
Sus secretarios de Educación fueron Aarón Sáenz, Carlos Trejo Lerdo de Tejada, José Manuel Puig Cassauranc, Alejandro Cerisola y Narciso
Bassols.
9 Sus secretarios de Educación fueron Narciso Bassols y Eduardo Vasconcelos.
10 Recuérdese el “Grito de Guadalajara”, discurso en el que Calles anunció el propósito del gobierno de apoderarse de la conciencia de las nuevas
generaciones.
8
28
ANTECEDENTES
cas y enseñar en ellas, y el gobierno intensificó sus medidas
contra las pocas escuelas católicas que aún sobrevivían.
El gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940),11 si bien
menos agresivo en sus declaraciones, promovió desde el
principio la reforma del artículo 3º para implantar lo que se
llamó la “educación socialista”, con formulaciones desorbitadas (como que la educación procurase “el conocimiento
racional y exacto del universo y de la vida social”) y disposiciones extremas hostiles a la Iglesia y a los particulares.
La jerarquía eclesiástica reaccionó vivamente a estas
medidas. Pío XI había publicado en 1931 la encíclica Divini
Illius Magistri, en la que precisaba las atribuciones tanto de
la Iglesia como del Estado y de los padres de familia en materia educativa. Ese mismo año el arzobispo de México,
Pascual Díaz, publicó una instrucción pastoral en contra
de “la laicidad absoluta” que se imponía como obligatoria
en la enseñanza secundaria,12 y en 1934 otra instrucción
pastoral sobre la importancia de la educación religiosa.
Una importante mejora ocurrió con el régimen del
presidente Manuel Ávila Camacho (1940-1946), quien públicamente se declaró “creyente” y procuró un “gobierno
de unidad nacional”. A él se debió también que el artículo 3º fuese reformado a fines de 1945 con el fin de suprimir la orientación socialista, aunque las cláusulas hostiles a la educación privada siguieron vigentes. El texto de
esa redacción, de la que fue autor Jaime Torres Bodet, ha
seguido vigente, en sus orientaciones doctrinales, hasta el
presente.
Aunque las disposiciones legales fuesen a veces aplicadas con márgenes discrecionales de consideración por algunos funcionarios, la situación de la Iglesia en sus obras
11 Sus secretarios de Educación fueron Ignacio García Téllez y Guillermo Vázquez Vela.
12 Gaceta Oficial del Arzobispado de México, enero de 1931.
ANTECEDENTES
29
educativas se asemejaba a la de una Iglesia perseguida, arrinconada y casi clandestina.
Esto no obstante, desde 1940 hasta las reformas constitucionales promovidas por el presidente Salinas de Gortari
en 1991 y 1992, la educación confesional se fue “normalizando” en su operación cotidiana; aunque eran ilegales, las
escuelas católicas obtenían el reconocimiento oficial y muchas llegaron a ser las mejores del país por su calidad académica; en ellas era frecuente encontrar a hijos de muy
importantes políticos. El mismo presidente De la Madrid
era egresado de una de ellas.
Interpretaciones del modus vivendi
entre los jesuitas
Los jesuitas mexicanos habían sufrido en carne propia los
efectos de la persecución religiosa. Incluso tuvieron que
establecer en los Estados Unidos su casa de formación.13
Sus superiores provinciales y muchos miembros de la orden
participaron obviamente en las vicisitudes de esos años; recuérdese, entre otros, la suerte del padre Miguel Agustín
Pro, fusilado sin proceso alguno. Muchos de los jóvenes que
ingresaban a la orden en esos años provenían de medios
católicos conservadores o cercanos a los cristeros o a la lucha por la libertad religiosa.14
El historiador jesuita José Gutiérrez Casillas (1981:
173) afirma que la Compañía de Jesús nunca adoptó una
posición oficial respecto a los “arreglos” del 29:
13
Ysleta College, cerca de El Paso, Texas, funcionó como casa de formación de 1929 a 1951, año en que el colegio se trasladó a la ciudad de México.
14 Un caso notable es el del padre Heriberto Navarrete quien, antes de
entrar como jesuita, había sido cristero y pertenecido al Estado Mayor del
general Gorostieta, el principal jefe cristero; pero otros muchos habían tomado parte en acciones de respaldo a esta lucha y continuaban fieles a sus
convicciones. Véase Navarrete (1973).
30
ANTECEDENTES
la inmensa mayoría de los jesuitas apoyaba la defensa armada
pero, al pasar del tiempo y aceptarse el modus vivendi [fue sólo] una minoría muy reducida [la que] considerándose mejor
informada, siguió pensando que esa medida había sido errónea. No se llegó, sin embargo, al punto de la insubordinación.
Puede decirse que la misma diversidad de opiniones
entre los católicos conscientes respecto a los “arreglos” se
reflejaba dentro de la Provincia: había quienes mantenían
una posición intransigente y reivindicativa, y los que adoptaban una actitud más pragmática, considerando que era
más importante adaptarse a la situación real; incluso había
también quienes opinaban que, después de todo, resultaba saludable que la Iglesia careciese de todo poder y privilegio y viviese persecuciones, pues esto contribuía a su purificación al apartarla del poder y devolverle su carácter
evangélico.
Considero un hecho notable, que habla muy alto de la
inteligencia y magnanimidad de la orden, que a los jesuitas
en formación se nos dejara en plena libertad para establecer
nuestro propio juicio. Se leían en público15 obras de historia de México de diversas orientaciones y se confiaba en el
buen criterio que cada jesuita elaborase, sin temer la diversidad en un asunto tan complejo y discutible.
Las interpretaciones del modus vivendi
en la comunidad de Enrico Martínez
Aunque el tema de la situación de la Iglesia en México me
había siempre interesado, como es obvio, y aunque hubiese
leído bastante sobre él en autores de diversa orientación, no
15 Era costumbre en las casas de formación que se leyeran obras importantes durante las comidas.
ANTECEDENTES
31
me atrevo ahora a afirmar que en 1963 tuviese yo una posición perfectamente definida al respecto. Creo que entonces
pensaba que, aunque los “arreglos” hubiesen sido un error
de parte de la jerarquía, lo que importaba era situarnos en
la realidad, trabajar en ella y procurar que la situación de la
Iglesia mejorase para que cumpliese mejor su misión.
Para comprender el contexto de la Provincia jesuita en el
momento en que empecé mi trabajo (1963), quizá sea útil reconstruir cómo era la comunidad a la que se me adscribió, la
llamada “casa de escritores”, situada en la calle de Enrico
Martínez en el centro de la ciudad de México. En ella abundaban las personalidades; todos convivíamos en las comidas y en los momentos de recreación, y se llegaba a conocer las
maneras de pensar, muy diversas, en temas como el que nos
ocupa. En esta comunidad me relacioné por cinco años con:
— el padre Alfredo Méndez Medina, veterano iniciador de
movimientos sociales en México, organizador de la primera reunión nacional para impulsar el cooperativismo
(llamada Dieta de Zamora, 1917) y fundador del Secretariado Social Mexicano dependiente de la jerarquía;
— el padre Joaquín Cordero Buenrostro, quien había fundado y dirigido grupos de formación para universitarios (el
Centro Labor, el Centro Lex y el Centro Bíos).16 También
había fundado la Confederación de Escuelas Particulares
en el Distrito Federal y el Secretariado de Educación de la
Arquidiócesis;
— el padre Joaquín Cardoso, muy activo escritor y fundador de varias revistas que se publicaban en la Obra Na16 Este último lo había iniciado el padre Martín Dauvergne (1869-1913),
en el Colegio de Mascarones, en 1902; después lo dirigió un jesuita biólogo, Jesús Amozurrutia, hasta 1933; luego el padre Félix Lanteri, hasta 1940,
y finalmente el padre Joaquín Cordero; éste lo anexó al Centro Cultural
Universitario, que fue el núcleo inicial de la Universidad Iberoamericana;
sigue activo hasta el presente.
32
ANTECEDENTES
—
—
—
—
cional de Buena Prensa, institución fundada y dirigida
por muchos años por el padre José Romero, quien ya había muerto;
el padre José Bravo Ugarte, historiador muy profesional y
respetado, quien representaba una visión de México y de
la Iglesia realista y bien fundamentada;
el padre Carlos de Maria y Campos, escritor de obras para
jóvenes y de catequesis;
el padre José Hernández del Castillo, escritor y colaborador en actividades pastorales, y
el padre Francisco de la Maza, muy anciano, dedicado a
actividades pastorales.
A estos jesuitas de la vieja guardia, que habían vivido la
persecución y estaban sumergidos en la compleja realidad político-religiosa del país, se sumaban otros tres, de
una generación intermedia:
— el padre Enrique Gutiérrez Martín del Campo, que acababa de ser rector del Instituto Patria y poco después sería
nombrado provincial; en esos años apoyaba al Secretariado de Educación de la Arquidiócesis y era consultor del
cardenal Miguel Darío Miranda. De sus ideas críticas sobre
la educación privada daría testimonio, pocos años después, la decisión que tomó, siendo provincial, de cerrar el
Instituto Patria;
— el padre Luis Enrique Ruiz Amezcua, dedicado al campo
de la ética para médicos y enfermeras, y
— el padre David Mayagoitia, quien desde 1948 había establecido y dirigido la Corporación de Estudiantes Mexicanos, muy activa en la UNAM.17 Publicaba la revista Corporación.
17 Esta organización sucedió a la famosa Unión de Estudiantes Católicos (Unec), fundada por el padre Bergoend y dirigida después por los pa-
ANTECEDENTES
33
Finalmente estaba el grupo de los más jóvenes, al que
yo me incorporé:
— el padre Wifredo Guinea, director de la Obra de Buena
Prensa, quien más tarde habría de morir trágicamente, víctima de un secuestro;
— el padre Antonio Serrano, pintor y artista, que colaboraba
en Buena Prensa;
— el padre Xavier Guzmán Rangel, creador de varias obras
en beneficio de los estudiantes del Instituto Politécnico, y
— el padre Enrique Maza, escritor y periodista.
Había también dos hermanos coadjutores (es decir, legos): Francisco Lozano y Jesús García de Quevedo, que se
ocupaban en diversas tareas.
La mayoría de los miembros de esta comunidad había
hecho sus estudios regulares de filosofía y teología en el
extranjero, algunos en España, otros en Francia y Bélgica;
otros habían realizado especializaciones en los Estados
Unidos. Por esto existía una visión internacional; además,
venían de visita o a pasar varios días con nosotros jesuitas
de otras casas o países; por otra parte, el hecho de que los
miembros de la comunidad tuviésemos contacto con muy
diversas clases sociales era una gran ventaja para el conocimiento real del país.
Era, pues, la de Enrico Martínez una comunidad rica
en personalidades. Cuando se trataban temas relacionados con el modus vivendi —generalmente con ocasión de
alguna noticia— era fácil advertir un abanico de posiciones. Los de más edad tendían a las más críticas por razón
de las experiencias que habían vivido; los jóvenes, en genedres Jaime Castiello (1937) y Enrique Torroella; suspendida por la jerarquía en 1945. En ella se formaron algunos de los miembros fundadores del
Partido Acción Nacional.
34
ANTECEDENTES
ral, se inclinaban por las más pragmáticas. Pero no recuerdo ninguna discusión apasionada por ninguna posición;
todos parecían comprender que era un problema complejo
y de no fácil solución.18
Incomunicación, suspicacia,
hostilidad y simulación
Estos cuatro sustantivos resumen la relación enfermiza
que se advertía, en los años sesenta, entre la Iglesia y el gobierno mexicano, principalmente en el medio educativo.
Del lado de la Iglesia las heridas no habían cicatrizado. Se venía trabajando, desde los cuarenta, en construir y
expandir un sistema educativo privado (tanto para las clases medias como para las más desposeídas), en muchos
aspectos al margen de la ley y enfrentando continuos obstáculos de las autoridades. De parte del Estado continuaba el distanciamiento receloso; por un lado, había conciencia de la amplia base social y la vasta red organizativa de
que disponía la Iglesia, y por otro, se guardaba memoria
de las reacciones de hostilidad de la jerarquía en las últimas décadas.
Incomunicación
Sin canales institucionales de comunicación entre ambos
medios, los contactos eran casuísticos y esporádicos. Formalmente las escuelas católicas procuraban cumplir las
instrucciones recibidas de la Secretaría de Educación Pública y los requisitos necesarios; los supervisores verificaban que así fuese. En otro ámbito, quienes de parte de la
18
Consúltese Barranco (1996: 39 y ss.).
ANTECEDENTES
35
Iglesia deseaban conocer los proyectos del gobierno que
pudieran afectarlos (como la Comisión de Educación del
Episcopado,19 o el secretariado de la Arquidiócesis de México,20 o la Federación de Escuelas Particulares del Distrito
Federal)21 tenían que recurrir a intermediarios de carácter clandestino. Dos nombres me vienen a la memoria, ambos cercanos a jesuitas que trabajaban en obras educativas:
una maestra y técnica en educación, Eulalia Benavides de
Dávila, que estaba en la SEP y tenía acceso a información
importante dentro de ella, y el licenciado Javier Piña Palacios, a la sazón al frente del departamento jurídico de la
misma SEP; ambos transmitían al medio eclesiástico advertencias sobre programas o planes que pudiesen afectar a la
educación católica. Los contactos con ellos, sin embargo,
debían mantenerse en gran sigilo y eran sólo orales, debido
a lo delicado de la situación.
Otro contacto que me fue de alguna utilidad al iniciar
mis actividades en el CEE fue el de Emma Godoy, maestra
muy reconocida en el medio oficial, poetisa y católica practicante. La consulté sobre mis planes de fundar el CEE,
aprovechando que había alguna relación entre su familia y
la de mi madre. Ella no pareció comprender lo que el CEE
aportaría desde el ángulo de la investigación; más urgente
le parecía trabajar directamente en la formación de maestros, sobre todo de las maestras que, siendo católicas, se desempeñaban en escuelas oficiales, y recomendaba proporcionarles asistencia pedagógica y pastoral.
19 Esta comisión era presidida en los años sesenta por el obispo de
Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo.
20 Dirigido en esos años por dos sacerdotes diocesanos: Luis Hernández y Faustino Cervantes Ibarrola.
21 Los presidentes de esta federación solían ser salesianos o maristas.
36
ANTECEDENTES
Suspicacia y hostilidad
En el medio educativo católico predominaba una actitud
generalizada de suspicacia ante el Estado, fundamentada
en los hechos recientes y que, además, era recíproca. Aunque la SEP no era homogénea ni sus funcionarios o los
maestros constituyesen un bloque anticlerical, el discurso
público sí se caracterizaba por su tono hostil a la Iglesia.
Había ciertas premisas axiomáticas que normaban la relación con las escuelas confesionales; se las veía con recelo y
se interpretaban como intentos de dominio, nunca como
oportunidades de colaboración. Se temían los recursos humanos de que la Iglesia podía disponer y las simpatías de
que gozaba en amplios sectores de las clases acomodadas.
Era imposible pensar que se organizase un debate público
sobre estas cuestiones con ánimo de derribar prejuicios.
Los temas de disenso eran muchos: las interpretaciones
de la laicidad escolar, el derecho de los padres de familia
a la educación de sus hijos, las atribuciones del Estado y
de la Iglesia en este campo, y no se diga el tema polémico de
la historia del país.
Muchos años antes, en 1952, el padre David Mayagoitia, ya mencionado, había organizado en Guadalajara un
Congreso de Cultura Católica que, independientemente de
su contenido, cumplió con la función de recuperar un espacio público para la Iglesia y mandar un “globo de prueba”
que explorara las reacciones gubernamentales ante esta
manifestación eclesiástica.
Simulación
La situación era contraria a la realidad de la sociedad mexicana y, en consecuencia, suscitaba reacciones de simulación por ambas partes. En la parte oficial, los inspectores
ANTECEDENTES
37
que visitaban las escuelas particulares y conocían perfectamente su carácter religioso aparentaban no darse cuenta de
las violaciones a la ley (incluso, por ejemplo, de la existencia
de capillas en algunos colegios); les bastaba consignar que
se cumplían formalmente los requisitos legales. No pocos
funcionarios de alta jerarquía de la SEP enviaban a sus hijos
a escuelas confesionales, aunque el hecho debía sustraerse a
los medios de comunicación. Por parte de las escuelas católicas se aceptaba que los religiosos que en ellas enseñaban
asegurasen por escrito, como se les exigía, que no eran “ministros de culto”22 y que ajustarían su enseñanza al laicismo
prescrito. Se evitaba la indumentaria propia de religiosos
vistiendo todos de civil; se escondían libros e imágenes religiosas que pudiesen ser comprometedoras; sin embargo, se
organizaban misas y otras ceremonias religiosas fuera del
local de la escuela, lo cual sucedía también, por cierto, en algunas escuelas oficiales.
Era, por lo tanto, una situación de mentiras sociales mutuamente consentidas en beneficio de la convivencia pacífica, mentiras impuestas por la realidad. Lo que sucedía en
el sector educativo también ocurría en otros campos de la
vida pública. Muchos funcionarios de altos puestos procuraban que sus lealtades a la Iglesia no fuesen conocidas y se
ocultaban para asistir a misa. Matrimonios de hijos de presidentes o secretarios de Estado muchas veces debían celebrarse de modo que pasasen inadvertidos ante los medios
de comunicación. Estas ambigüedades y simulaciones se
aprendían por ósmosis y acoplarse a ellas era necesario para sobrevivir. Ésta era la “peculiaridad mexicana”.
22 Los religiosos no eran necesariamente “ministros de culto” en sentido estricto; si eran sacerdotes, podían además asegurar que, en cuanto enseñantes, no eran ministros de culto. Por otra parte, no dejaba de ser contradictorio que el Estado laico, que desconocía toda personalidad jurídica
a la Iglesia, tuviese que apoyarse en el dictamen dado por ésta sobre el
carácter de ministro de culto de una persona.
38
ANTECEDENTES
Mejoramiento del clima Iglesia-Estado
en los últimos años
El conflicto religioso de México ha entrado en una etapa diferente. Influyeron no sólo las reformas constitucionales
a los artículos 3° y 130 en 1991 y 1992, el establecimiento
de relaciones diplomáticas con el Vaticano y los repetidos
viajes del papa Juan Pablo II a México aceptados por el gobierno, sino también cambios graduales en la sociedad mexicana, dentro del propio gobierno y de la Iglesia, procesos
que no es posible analizar en este breve espacio.
Lentamente se han ido imponiendo actitudes de mayor
respeto y tolerancia en ambas instituciones. La elevación
del nivel educativo de la población ha contribuido a que,
aun en medios otrora intransigentes y fanatizados, impere
hoy un clima más civilizado respecto a la libertad religiosa
y otros derechos humanos, se acepte en la práctica el pluralismo religioso y se adviertan avances hacia una convivencia democrática. La Iglesia, después del Concilio Vaticano II, ha bajado el tono a su pretensión de imponer “la
verdad” y ha acentuado su misión de acompañamiento a
los seres humanos; el Estado, a su vez, ha restado relevancia a su antiguo discurso doctrinario y antepuesto sus preocupaciones por el desarrollo económico y la competitividad
en el plano internacional. Las nuevas generaciones de mexicanos viven de otra manera sus convicciones y lealtades.
En contrapartida, hay que señalar que la nueva cercanía
entre Estado e Iglesia ha traído consigo un juego político
de intercambio de conveniencias, a veces mediante pactos
privados que pueden interpretarse como una recíproca complicidad en la que cada parte utiliza a la otra.
Aunque hay que confiar en que llegaremos a superar el
conflicto religioso (como lo ha logrado, por ejemplo, Francia, que hoy interpreta la separación Iglesia-Estado de
1905 y su laicidad escolar de maneras más conciliadoras y
ANTECEDENTES
39
constructivas), todavía surgen dolorosas evidencias de que
sigue latente. Recientemente23 la Arquidiócesis de México
declaró que preparaba una iniciativa para reformar los artículos 3°, 24 y 130 de la Constitución y la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público con el fin de que se reconozcan varios derechos de la Iglesia y “haya una verdadera
libertad de religión”. Concretamente mencionó los siguientes derechos: el voto pasivo de los ministros de culto (es decir, que puedan ser votados); a expresar sus opiniones en
materia política y a asociarse con fines políticos; a que las
asociaciones religiosas posean medios de comunicación
masivos; a que en las escuelas públicas se den clases de religión si así lo solicitan los padres de familia, y a que las
Iglesias reciban subsidios públicos mediante la recaudación de un impuesto especial que recogería y distribuiría
el Estado.
En el trasfondo de estas demandas está, según aparece
en las declaraciones de la Arquidiócesis, no sólo el rechazo
a los procesos históricos de secularización de la vida pública que se ha dado en los países de Occidente a partir de
la Ilustración (y que en México ha sido sumamente conflictivo), sino el propósito de pugnar por una concepción
del Estado diferente: se habla de un “Estado aconfesional” que vendría en sustitución del “Estado laico”. Un Estado aconfesional sería neutral ante las diversas confesiones
religiosas, pero con él se borraría la clara separación de
los órdenes político y religioso que es tan característica del
Estado laico.
Estos hechos muestran que algunas autoridades eclesiásticas de la más alta jerarquía todavía alimentan pretensiones de poder que alterarían el actual equilibrio en las relaciones Iglesia-Estado. Aún estamos lejos, por lo tanto, de
lograr una relación armoniosa entre el Estado y la Iglesia
23 Véase
la prensa de las dos primeras semanas de julio de 2007.
40
ANTECEDENTES
en México. Por otra parte, a mí, como católico, me resulta
significativo comprobar que el concepto de Iglesia que está
detrás de estas demandas de la Arquidiócesis es el de una
institución que procura asegurarse el máximo de garantías
jurídicas y políticas posibles. Ésta fue históricamente la
Iglesia del “universo de cristiandad” medieval, o la de la Colonia en la Nueva España, cuando Iglesia y Corona se confundían en el ejercicio del poder y el disfrute de sus beneficios. Querer regresar a esta Iglesia es un error histórico y
político, además de una incoherencia con las posiciones
del Concilio Vaticano II. A los católicos que vamos depurando nuestra idea de Iglesia en la dirección contraria
—como una comunidad de fieles en la fe cuya seguridad no
estriba en el poder temporal, sino en la confianza en Dios,
como aparece en el Evangelio— nos chocan profundamente estas demandas de la jerarquía eclesiástica.24 Ante este
tipo de comportamientos pienso, con otros católicos, que
“estábamos mejor cuando estábamos peor”.
Hay una tensión entre Iglesia-comunidad e Iglesiainstitución;25 ambas mostrarán siempre las lacras de la
condición humana, pero en la Iglesia-comunidad es más
fácil que se preserve el espíritu del Evangelio; en la Iglesiainstitución (cuya necesidad ni niego ni repruebo) este espíritu se ve sofocado por intereses humanos que le son contrarios. Veo con cierta nostalgia otros tiempos en que la
Iglesia mexicana, acosada y desamparada, vivía más puramente su esencia como comunidad de fe, estaba más cerca
de los pobres, entendía mejor su misión de anunciar el Evan24 El presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, Emilio Álvarez Icaza, preguntaba en la prensa al cardenal Rivera:
“¿No sería mejor que en vez de preocuparse por defender los derechos de
los ministros de culto, estuviese usted preocupado por defender los derechos de los pobres, mucho más violados —y más importantes— que los de
los primeros?”
25 Recuérdese la distinción entre Gesellschaft (sociedad) y Gemeinschaft
(comunidad) de Ferdinand Tönnies.
ANTECEDENTES
41
gelio y constituía un testimonio humilde de la esperanza
cristiana.26
ANTECEDENTES PERSONALES
Hay otro tipo de antecedentes que parecen necesarios para
comprender la materia de este libro: los de carácter personal. Seleccionaré algunos hechos significativos que muestran cómo se fueron afinando mis preferencias por la investigación sobre la educación y la política educativa.
Algunos primeros pasos (1957-1963)
Cursaba yo mis estudios de teología en la ciudad de México (1954-1957) cuando visitó México un jesuita, cubano de
origen, de nombre Manuel Foyaca, que tenía el encargo
del padre general de la Compañía de Jesús de promover
la fundación de Centros de Investigación y Acción Social
(CIAS) en América Latina y, para lograrlo, de seleccionar
jesuitas jóvenes que se preparasen en áreas académicas
idóneas, principalmente en sociología y economía. En esa
ocasión decidí preparar un pequeño estudio sobre la situación de la educación en México y lo presenté al padre Foyaca indicando mi deseo de realizar “estudios especiales” (término usado para estudios adicionales de especialización)
en el área de educación. Mi trabajo era bastante rudimen26
La problemática de la relación Iglesia-Estado es social y políticamente compleja, y las soluciones que le han dado los países occidentales están
condicionadas por sus respectivas tradiciones. En México la reciente legislación ha optado por un régimen de “separación” entre ambas instituciones, confiriendo a “las Iglesias” el estatus de “asociación religiosa”, las cuales no son ni públicas ni privadas sino sui géneris. En el caso de la Iglesia
católica interviene, además, la circunstancia adicional de que su autoridad
suprema, el papa, encabeza un Estado, el Estado Vaticano, con el cual se
establecen relaciones diplomáticas.
42
ANTECEDENTES
tario; lo había realizado con la escasa información de que
disponía. Presentaba un resumen estadístico del sistema
educativo mexicano y un diagnóstico en el que se sugerían
algunas causas de las deficiencias, con el fin de concluir que
la Iglesia y la Compañía de Jesús, a través de los futuros
CIAS, deberían asumir nuevas responsabilidades en el campo educativo, lo que suponía contar con personal especializado. El estudio, por cierto, aunque elemental, cumplió su
cometido; se me aceptó como miembro del futuro CIAS de
México y, en esa calidad, se me envió a estudiar un doctorado a Alemania. Esa filiación al CIAS cambió posteriormente
al consolidarse el CEE como institución especializada en investigación educativa (aunque siempre mantuve estrecha
relación con los jesuitas mexicanos asignados al CIAS).
Un hecho revelador, que hace al caso, es que en ese
ensayo cuestionaba la eficacia de la escuela católica en la
formación de los jóvenes y destacaba, sobre todo, que por
atender las escuelas católicas como fórmula prioritaria, la Iglesia había abandonado el trabajo con los educadores del sistema público de enseñanza. Argumentaba, en
términos eclesiásticos, que al estar bautizados todos los
niños o jóvenes mexicanos tenían derecho a ser educados en su fe, derecho que no se satisfacía principalmente
porque los recursos docentes de las órdenes religiosas se
concentraban en las escuelas confesionales. También esbozaba una posible estrategia alternativa para el trabajo
educativo de la Iglesia, que consistía en establecer “centros
para escolares” dependientes de las parroquias, que estarían plenamente dentro de la ley. Esos centros tendrían tres
objetivos: apoyar pedagógicamente a los alumnos y maestros, sobre todo de las escuelas públicas; introducirlos a algún oficio sencillo con apoyo de maestros locales (como
carpinteros, electricistas, costureras o mecánicos), y ofrecer formación religiosa para aquellos alumnos cuyos padres lo deseasen.
ANTECEDENTES
43
Esta visión crítica no gustó al padre Enrique M. del Valle (ex provincial y a la sazón maestro de novicios), a quien
di a leer mi estudio; recuerdo que discutimos este punto
con respeto por ambas partes.
Narro esto como muestra de que, desde esos años, había madurado en mí (por qué razones, no lo sé con precisión) el propósito de dedicar mis esfuerzos a la educación
pública, desde la investigación.
Una entrevista con Vasconcelos
Como parte de este propósito decidí conocer personalmente a José Vasconcelos. Yo había leído desde mi adolescencia
varios de sus libros: su Breve historia de México y casi todos
sus volúmenes autobiográficos y, aunque su personalidad
me suscitaba juicios encontrados, comprendía que era un
personaje excepcional en la historia del país, y que su visión
de la educación, como fundador de la SEP, había orientado
nuestro desarrollo en este campo.27
Vasconcelos había regresado a México en 1940, después
de largos años de autoexilio por los Estados Unidos, Europa, Asia y América Latina. Para el régimen priista era una
figura incómoda (más, sin duda, por su “giro a la derecha”
que por haber encabezado la insurrección de 1929 tras las
elecciones de ese año). Algunos presidentes lo trataban con
cierta lástima y, en ese momento, a fines de 1957, ocupaba
el puesto secundario de director de la Biblioteca México, en
La Ciudadela, sin duda para asegurarle un modesto ingreso. Él completaba su sueldo con colaboraciones periodísticas (no recuerdo si en el semanario Hoy o en Mañana) que
yo solía leer. Al pedir la cita, mencioné que era sobrino de
27 Fue secretario de Educación Pública del 10 de octubre de 1921 al
2 de julio de 1924.
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ANTECEDENTES
Manuel Toussaint, quien había sido su secretario particular
cuando fue rector de la Universidad Nacional, y que había
muerto dos años antes.28 Me recibió sin más. Recuerdo la
impresión que me causó: debe haber tenido entonces 76
años (había nacido en 1881); su mirada intensa contrastaba con una expresión permanente de resentimiento o de indiferencia; recuerdo también su escritorio cubierto de pilas
de libros.
Le pregunté su opinión sobre el desarrollo educativo
del país (terminaba el sexenio del secretario José Ángel
Ceniceros) y su respuesta fue tajante: la educación es un desastre, carece de mística, lo esencial se ha perdido; textualmente añadió: “Esto no terminará hasta que se expulse
por las armas a quienes han desvirtuado la Revolución”.
Escuchó con escepticismo mi propósito de prepararme
intelectualmente para trabajar por la educación y, de despedida, me obsequió un ejemplar, dedicado, de su libro De
Robinsón a Odiseo.
Lo que recuerdo, con pena, es que a la semana siguiente leí su colaboración periodística en la que se advertía un
tono gobiernista, en claro contraste con las opiniones que
me había externado. ¿Necesidad de plegarse a las reglas no
escritas del periodismo mexicano de entonces? ¿Contradicción que ejemplificaba las muchas contradicciones de su
personalidad?
28
Manuel Toussaint (1890-1955), casado con Margarita Latapí, hermana de mi padre (a cuya casa íbamos durante mi infancia casi todos los domingos, pues ahí vivía mi abuela), fue un intelectual notable, cuya obra de
investigación en el campo de la historia del arte colonial mexicano logró
amplio reconocimiento. Además de secretario de Vasconcelos en la Universidad Nacional, fue fundador y director del Instituto de Investigaciones Estéticas (1938 a 1955) y director del Departamento de Monumentos
Coloniales. Fue miembro de las academias de Historia y de la Lengua, así
como de El Colegio Nacional. En su casa conocí, siendo yo adolescente,
a intelectuales como Alfonso Reyes, Justino Fernández y Artemio de ValleArizpe, entre otros.
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Mi admiración y respeto por Vasconcelos se reforzó, sin
embargo, por esa entrevista. Recuerdo que murió poco después, el 30 de junio de 1959, y siento que los gobiernos mexicanos hayan tardado tanto en reconocer públicamente su
extraordinaria estatura. Es interesante recordar que, por la
fecha de la visita que narro, él andaba gestionando ante Torres Bodet el apoyo del gobierno para cumplir con un compromiso académico en el extranjero (según lo narra Torres
Bodet en sus Memorias). Lo recordaré siempre como un
gran hombre a quien correspondió como destino encarnar
una alternativa para el desarrollo de la posrevolución que le
quedaba grande a la clase política de esos años.
Inauguración del Consejo Nacional Técnico
de la Educación
Otro hecho que muestra mi interés personal por la educación pública en esos años es haber asistido, creo que en
1956, a la inauguración del Consejo Nacional Técnico de la
Educación. Supe por la prensa que esta ceremonia se realizaría y recuerdo que conseguí tener acceso a ella gracias a
algún amigo de la Universidad Iberoamericana que gestionó que representara yo a esa incipiente institución. Fue éste probablemente mi primer contacto con el protocolo del
medio oficial. Recuerdo que vi muy de cerca al presidente
Adolfo Ruiz Cortines, quien me pareció excesivamente maquillado (tenía entonces 66 años); de los discursos no recuerdo nada en especial, ni siquiera el del secretario José
Ángel Ceniceros.
A este secretario nunca lo traté personalmente, pero su
figura me simpatizaba; era un hombre preparado y conciliador; seguía yo sus declaraciones sobre “la escuela de la
mexicanidad”, que fue el eslogan de su sexenio, y conocía
también un pequeño libro cuyo tema me interesó mucho:
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ANTECEDENTES
Glosas históricas y sociológicas. Ahí leí una interpretación
conciliadora de la frase de dicho artículo que encarga a la
educación combatir “la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios”. Como jurista,
Ceniceros concluía con razón que “todo espíritu auténticamente religioso se uniría a este propósito”.29
Un poco más de cerca conocí por esos años a varios colaboradores de Ceniceros: los profesores Celerino Cano,
Luis Álvarez Barret y Moisés Jiménez Alarcón, maestros de
la vieja guardia que se habían incorporado a la SEP como
funcionarios.
Tener que asistir a ceremonias oficiales como la que
acabo de narrar, un poco como espía que penetraba en terreno enemigo, donde la presencia de la Iglesia estaba proscrita, lo recuerdo como un hecho que revela las grandes
distancias que se habían establecido entre el medio educativo oficial y los círculos eclesiásticos. La Iglesia realizaba su labor educativa en sus propias escuelas, disimulando
todo lo necesario, y el Estado concentraba sus esfuerzos
en construir una escuela pública que enfrentaba el difícil
reto de la pobreza de la gran mayoría de la población y el
del crecimiento demográfico. Gobierno e Iglesia avanzaban
en sus respectivos proyectos, enemistados, desconfiados e
incomunicados.
Había en este juego de las relaciones Iglesia-Estado varias reglas no escritas. Una de ellas (sobre la que me instruyó mi hermano Andrés, que frecuentaba los organismos
empresariales) era curiosa:
29 José Ángel Ceniceros (1900-1979), originario de Durango, era abogado y doctor en derecho por la UNAM. (No he podido comprobar si además
realizó estudios de maestro normalista.) Ocupó el puesto de subprocurador general de la República, pero su carrera principal fue la de la diplomacia: en la SRE fue oficial mayor, subsecretario y encargado del despacho,
así como embajador en Cuba y Haití.
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si pones en un eje diversas instancias de la Iglesia y diversas
instancias gubernamentales, vas a ver que rara vez hay comunicación directa entre ambos bandos; la comunicación suele
hacerse mediante algún organismo (o persona) del ámbito
empresarial que tenga la confianza de la Iglesia y, a la vez, acceso al aparato del Estado.
La regla funcionaba en los cincuenta y siguió siendo válida hasta mediados de los setenta: incluso obispos o secretarios de Estado “puenteaban” sus relaciones con el otro
bando mediante empresarios amigos, seleccionados cuidadosamente por su ubicación en un amplio espectro y por
su discreción.
¿Qué información tenía yo entonces acerca
de la educación nacional?
No deja de sorprenderme ahora por qué tuve una visión tan
clara de querer dedicarme a mejorar la educación nacional,
y de hacerlo a través de la investigación científica. Lo natural hubiese sido incorporarme a las tareas educativas que
realizaba la Provincia jesuita: colegios, universidades o misiones, pero yo tenía, en cuanto recuerdo, dos razones para
plantearme un horizonte diferente: primera, una apreciación crítica de la eficacia de las escuelas y universidades católicas que provenía de mi experiencia como maestro en el
Instituto de Ciencias (colegio jesuita de Guadalajara) en
1951-1953, pues pese a que éste era un magnífico colegio
en términos académicos, había comprobado desde entonces
su muy reducida capacidad para modificar los valores de
clase de los alumnos.30 A esto se añadía que, en mi aprecia30 Mi insistencia en que los alumnos debían tomar conciencia de las
profundas desigualdades de la sociedad mexicana quedó expuesta en mu-
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ANTECEDENTES
ción, el esfuerzo por construir un sistema paralelo de escuelas católicas implicaba abandonar a la mayoría de la población —en general la más pobre— que asistía al sistema
público. En segundo lugar, tenía mucha fe en que la labor
de investigación aportaría soluciones constructivas a los
problemas educativos; por eso me propuse realizar un doctorado en una buena universidad europea.
Era costumbre en la Provincia que los jesuitas jóvenes
que lo desearan propusiesen al superior provincial realizar
“estudios especiales” una vez concluidos los ordinarios de
letras, filosofía y teología. Yo me empeñé en ir a Alemania
en vez de estudiar en Bélgica, lugar que el superior inicialmente me propuso. Pese a la devastación de la guerra, en
1958 las universidades alemanas estaban ya reorganizadas
y yo contaba con los catálogos de varias de ellas. Mi principal motivación para preferir este país era el principio de la
akademische Freiheit31 que imperaba en la tradición universitaria y, sobre todo, el ejemplo de un ilustre jesuita mexicano, el padre Jaime Castiello y Fernández del Valle
(a quien sólo conocí a través de sus libros), que había hecho
su doctorado en la Universidad de Bonn en 1933 y enseñado después un año en la Fordham University en Nueva
York para dirigir luego en México la Unión Nacional de
Estudiantes Católicos (UNEC).32
No encontré en las universidades alemanas a las que
asistí (Múnich y Hamburgo) el enfoque preciso sobre “políticas educativas” que buscaba. Integré mi doctorado esco-
chos editoriales de la revista Juventud, la revista del colegio, que dirigí durante esos años.
31 Este principio de “libertad académica” no sólo se refería a la libertad
de docencia e investigación, sino implicaba que el estudiante podía asistir
a las clases o seminarios de su elección e integrar su programa de estudios
según sus preferencias, bajo la supervisión de su tutor.
32 Jaime Castiello murió el 28 de diciembre de 1937 en un accidente automovilístico en Zimapán, Hidalgo.
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giendo como “área mayor” (Hauptfach) educación, y como
“menores” (Nebenfächer), sociología y psicología. Ciertamente aprendí mucho, sobre todo por los seminarios de
dificultad creciente que implicaba el doctorado y por el sistema de tutoría que era fundamental en la universidad
alemana tradicional.
Más importantes para mis actividades futuras fueron
dos experiencias que tuve en Europa: asistir a las conferencias internacionales de educación que organizaba anualmente la Oficina Internacional de Educación en Ginebra, y
relacionarme con colaboradores del Instituto Internacional
de Planificación de la Educación (IIPE) de la UNESCO, que se
estaba organizando en París. A las conferencias internacionales asistí por casualidad, pues coincidían con estancias
mías dedicadas a estudiar en la Biblioteca de la Oficina
Internacional de Educación (OIE) para avanzar en mi tesis
doctoral. Esas reuniones constituyeron para mí una oportunidad privilegiada de escuchar los informes que cada
gobierno presentaba acerca del desarrollo de su sistema
educativo; de hecho, me proporcionaban un panorama internacional y actualizado de las políticas educativas. Ahí
conocí también a algunos de los delegados que México enviaba y conversé amigablemente con ellos. Conocí también a Jean Piaget (que apenas empezaba a ser famoso),
quien solía llegar al Palais Wilson en bicicleta, con boina
negra, y sentarse en la tribuna de “observadores”, igual que
yo, a pesar de que había sido antes director de la OIE.33 Por
otra parte, al IIPE, fundado en 1963, lo visité varias veces
en mis viajes anuales a Europa, y creo que ahí aprendí a
33 Más tarde supe también que por esos años Piaget combinaba sus investigaciones empíricas sobre las estructuras cognoscitivas, que realizaba
en Ginebra, con encargos y algún puesto de la UNESCO en París. Torres Bodet narra en sus Memorias que durante su periodo al frente de la UNESCO
(1948-1952) lo había nombrado director general adjunto y jefe del Departamento de Educación en 1949-1950, hechos poco conocidos.
con los secretarios de Educación (1963-2006), Pablo
Latapí, una de las figuras más sobresalientes del
ámbito educativo en México, destacó la importancia de la investigación educativa, explicando cómo
puede y debe ser un instrumento para la toma de decisiones
gubernamentales, en instancias como la Secretaría de Educación
Pablo Latapí Sarre
En Andante con brío. Memoria de mis interacciones
Andante con brío
Memoria de mis interacciones
con los secretarios de Educación
(1963-2006)
Pablo Latapí Sarre
La obra comienza con un repaso de las relaciones entre
la Iglesia católica y el Estado mexicano a lo largo del siglo
XX,
haciendo especial hincapié en la Cristiada y la persecución religiosa. Posteriormente, el autor relata algunas de sus experiencias
más significativas, entre ellas las vividas durante sus años en la
Compañía de Jesús. En la parte medular del libro, Latapí describe
su interacción —a lo largo de más de 40 años— con 14 secretarios
de Educación, de Jaime Torres Bodet a Reyes Tamez Guerra.
Sin duda, uno de los elementos más valiosos de Andante con
brío es el tono personal e íntimo; Latapí usó sus memorias y su
Andante con brío
Pública.
experiencia para hacer de este libro un documento único y una
contribución de gran importancia para la investigación educativa
en México.
La presente edición fue revisada, corregida y ampliada por el
9786071610140-forro.indd 1
PABLO LATAPÍ SARRE fue uno de los principales impulsores de la investigación educativa en México. Su trabajo lo hizo acreedor a distinciones académicas y premios, como el Nacional de Ciencias y Artes en el campo de
las ciencias sociales en 1996. Su profusa obra abarca los temas de desigualdad educativa, valores humanos, filosofía de la educación y política
educativa. El Fondo de Cultura Económica ha publicado La investigación
educativa en México, El financiamiento de la educación básica en el marco
del federalismo (en coautoría con Manuel Ulloa Herrero), Un siglo de educación en México (coordinador), El debate sobre los valores en la escuela
mexicana y La SEP por dentro. Las políticas de la Secretaría de Educación
Pública comentadas por cuatro de sus secretarios (1992-2004).
nueva edición
9 786071 610140
Empastado. Ajustado para 260 pp. Lomo 1.4 cm + .6 ceja. Papel cultural de 75 g.
Guardas: pantone 5435
VIDA Y PENSAMIENTO DE MÉXICO
www.fondodeculturaeconomica.com
autor antes de su fallecimiento en 2009.
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