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R eflexión pastoral
VISIÓN DE FUTURO:
JUAN XXIII Y LAS
COMUNIDADES NACIENTES
D
os hechos relevantes de la vocación misionera del papa Juan. Por una
parte, su trabajo durante cuatro años en la Obra de la Propagación de
la Fe, siendo aún sacerdote: “Apenas terminada la Primera Guerra Mundial,
nuestro predecesor, de venerable memoria, Benedicto XV nos llamó desde
nuestra nativa diócesis a Roma, para colaborar en la Obra de la Propagación
de la Fe, a la que de buen grado consagramos cuatro muy felices años de
nuestra vida sacerdotal”. Por otra, su encíclica misionera Princeps Pastorum
(28-11-1959; en lo sucesivo, PP), entregada a la Iglesia al año siguiente de
ser elegido Papa, y a cuyo n. 1 corresponden las anteriores palabras.
Urgencia de la misión ad gentes
Al contemplar los inmensos territorios de la humanidad que aún no conocen la riqueza del Evangelio, Juan XXIII siente la urgencia de la evangelización y toma como propias las palabras que el macedonio dijo a Pablo,
invitándole a “pasar a la otra orilla”: “Doquier nos apremia la urgente necesidad de procurar la salvación de las almas en la mejor forma posible; doquier surge la llamada «¡ayúdanos!» (Hch 16,9)” (PP 3). Es una invitación
dirigida a todos los cristianos y comunidades, y, así, advierte en la encíclica
de la tentación frecuente de atender sólo a las necesidades inmediatas de la
propia diócesis o Iglesia particular: “Ninguna Iglesia local podrá expresar su
vital unión con la Iglesia universal, si su clero y su pueblo se dejaran sugestionar por el espíritu particularista” que “destruyese la realidad de aquella caridad universal que es el fundamento de la Iglesia de Dios, la única y
verdadera «católica»” (PP 13).
La Iglesia, fiel a la llamada de Dios, sigue respondiendo con solicitud a
las urgencias del Evangelio en la persona de los misioneros, a quienes se reconoce su diligente generosidad al partir a los lugares de misión. Gratitud “a
los queridos misioneros del clero secular y regular, a las religiosas tan ejemplarmente generosas y tan excelentes para las varias necesidades de las misiones, a los laicos misioneros que con tan santo entusiasmo marchan a extender el reinado de la fe” (PP 25). Misioneros que han sido enviados por
diócesis, congregaciones religiosas o asociaciones de laicos, en la certeza de
que otras parcelas de la Iglesia estaban más necesitadas.
Vocaciones nativas
Juan XXIII dedica buena parte de su encíclica a la consideración de las vocaciones que Dios suscita en los ámbitos territoriales de la misión, confir-
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Reflexión pastoral
mando que “un hecho de la máxima importancia
ha coronado los ya felices progresos de las misiones: el desarrollo de la jerarquía y del clero
local” (PP 4). Subraya la necesidad de procurar
y formar vocaciones en el interior de estas comunidades nacientes, como expresión de su madurez eclesial, y se refiere explícitamente al “clero indígena”, “sin que este calificativo haya significado jamás discriminación o sentido peyorativo” (ibíd.). Hay tres referencias que subrayar:
1. Formación de estas vocaciones nativas.
Las vocaciones que maduran en el seno de estas Iglesias locales son las que mejor pueden
evangelizar los ámbitos culturales de sus países
y realizar la necesaria inculturación de la fe en
los contextos sociológicos de sus gentes. Podrán así contribuir eficazmente y “dar vida, bajo la dirección de sus obispos, a movimientos de penetración aun entre las clases cultas, singularmente en las naciones de antigua y profunda cultura” (PP 11). Para ello habrán de servirse de los medios de comunicación; Juan XXIII se refiere únicamente a la prensa (cf. ibíd.),
pero, de manera profética, sus palabras son una interpelación para que la Iglesia provea a los
misioneros, especialmente a los nativos, de estos mecanismos de difusión de la fe.
2. Catequistas nativos. La Iglesia misionera es deudora de la labor ingente que realizan
los catequistas nativos en los territorios de misión. Ellos “han demostrado ser unos auxiliares insustituibles. Siempre han sido el brazo derecho de los obreros del Señor, participando
en sus fatigas” (PP 20). Por esa razón, Princeps Pastorum exhorta a seguir promoviendo estas vocaciones al servicio de la evangelización. De ellos depende en buena medida que los
catecúmenos aprendan “no solo los rudimentos de la fe, sino también la práctica de la virtud, el amor grande y sincero a Cristo y a su Iglesia” (ibíd.).
3. Laicos misioneros. Cuando Juan XXIII escribe esta encíclica, se están produciendo convulsiones históricas entre los pueblos, y señaladamente en los territorios de misión, que viven
“una fase de evolución social, económica y política, que está saturada de consecuencias para
su porvenir” (PP 23, citando Fidei donum, 4). Ante esta situación, los laicos, desde la fe, asumen las responsabilidades propias de su condición laical, tanto quienes han llegado a la misión por vocación, como quienes por el bautismo se comprometen en la implantación del Reino de Dios. “Bien sabemos cuánto ya se ha hecho y se va haciendo por parte de laicos misioneros, que han preferido temporal o definitivamente abandonar su patria para contribuir con
múltiple actividad al bien social y religioso de los países de misión, y al Señor rogamos ardientemente que multiplique las pléyades de estos espíritus generosos y los mantenga a través
de las dificultades y fatigas que habrán de afrontar con espíritu apostólico” (PP 23).
El magisterio de Juan XXIII, particularmente en esta carta encíclica, es otro importante
testimonio para comprender la necesidad de seguir colaborando de modo eficaz con la actividad misionera de la Iglesia, y de manera especial en aquellos frentes que serán más rentables para el futuro: las vocaciones a la misión que surgen en las comunidades nacientes.
Anastasio Gil. Director Nacional de OMP
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