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RAMA DE FAMILIAS – ZONA CORDILLERA DE SANTIAGO MAYO 2010 NUESTRO SACERDOCIO INTRODUCCIÓN GENERAL En los últimos meses hemos experimentado, como Iglesia Católica, un fuerte estremecimiento. Los sucesos ocurridos han traído una fuerte conmoción a nuestro ánimo y nuestra convivencia, incluso en algunos de nosotros han estremecido la fe. En un lugar central ha estado el tema de sacerdocio y éste se ha vuelto motivo de todo tipo de reflexiones y comentarios. Queremos aquí abordar juntos el tema para hacer de esta hora una hora de renovación y crecimiento, uniéndonos en ello especialmente al Papa Benedicto XVI y a su preocupación por la Iglesia. Él le escribe a los católicos de Irlanda: “Al igual que vosotros, estoy profundamente consternado por las noticias que han salido a la luz sobre abuso de niños y jóvenes vulnerables por parte de los miembros de la Iglesia en Irlanda, especialmente sacerdotes y religiosos. Comparto la desazón y el sentimiento de traición que muchos de vosotros habéis experimentado al enteraros de esos actos pecaminosos y criminales y del modo en que los enfrentaron las autoridades de la Iglesia en Irlanda” (Benedicto XVI, Carta a los católicos de Irlanda 1). Queremos leer en los numerosos signos del tiempo actual, como nos lo enseñó nuestro Fundador, el P. José Kentenich, el querer de Dios. Sabemos que ésta es hora de conversión y que, unidos a la Pascua del Señor, vivimos los problemas del tiempo como dolores de parto de tiempos mejores y más plenos. El material que ofrecemos a continuación quiere ayudarnos a profundizar y a seguir dialogando juntos. Tenemos un largo camino por delante que, aunque doloroso, esperamos que sea muy fecundo. Escuchamos al Santo Padre: “Que nadie se imagine que esta dolorosa situación se va a resolver pronto. Se han dado pasos positivos pero todavía queda mucho por hacer. Se necesita perseverancia y oración, con gran confianza en la fuerza sanadora de la gracia de Dios” (Benedicto XVI, id.). El tema que nos ocupará es el sacerdocio, así como lo vive y lo enseña la Iglesia Católica. Queremos conocerlo mejor para valorarlo más. Cuando se alzan voces que llaman a desconfiar de mediadores y mediaciones, queremos acentuar nuestro aprecio por esas realidades que nos transmiten la presencia de Dios pero exigiéndonos más coherencia y santidad. La desconfianza, muchas veces legítima, nos obliga a la conversión para ganar lentamente la necesaria autoridad moral. Estamos en un tema profundamente católico que puede darle a nuestra vida cristiana de nuevo mucha luz, fuerza y paz. Estamos, pues, invitados a reflexionar, profundizar y dialogar. 1. TEMA: EL SACERDOCIO EN NUESTRA IGLESIA 1.1. Objetivo Valorar el sacerdocio como realidad esencial de nuestra vida y nuestra fe 1.2. Reflexión Ser sacerdote es ser mediador entre Dios y los hombres, puente por el cual Dios regala su vida divina a los hombres y por el cual nuestra vida humana toma contacto con Dios. La persona en la cual eso sucede en forma plena y definitiva es Jesucristo, sacerdote de una nueva y eterna Alianza entre Dios y los hombres. En la persona de Cristo, Dios verdadero y hombre verdadero, ocurre esa unión entre lo divino y lo humano que plenifica todo lo humano, elevándolo hacia una íntima unión con el mismo Dios. Por eso su acción entre nosotros está siempre orientada por ese deseo de comunicarnos la vida divina y llevar todo lo nuestro hasta Dios. Lo vemos en cada gesto de Cristo, en cada una de sus enseñanzas, en toda su vida. Lo hemos experimentado especialmente en su muerte y resurrección, es decir, en su entrega por nosotros y en la fuerza victoriosa de su vida y su amor. “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”, escribe San Juan (1Jn 4,16). Por eso hemos reconocido a Cristo como aquél que redime al hombre, lo limpia de su pecado y lo incorpora a su propia condición de Hijo del Padre. Cristo nos reconcilia con Dios, Él es nuestra paz, nuestra salud y nuestra salvación. Él nos trae la vida plena. Esto está expresado bíblicamente en la imagen del Buen Pastor. Cristo es el Buen Pastor que conoce con cariño a los suyos, les trae vida verdadera y los ha tomado bajo su cuidado hasta dar la vida por amor a ellos. Él, que nos conduce al Padre y a la plenitud de la vida como hijos, es para nosotros camino, verdad y vida. En él está puesta nuestra seguridad de ser aceptados por el Padre como hijos y nuestra confianza de alcanzar la plenitud de la vida a la que fuimos llamados. Por eso San Pablo dice: “ya vivamos, ya muramos, del Señor somos” (Rom 14,8). Esa acción de Cristo Sacerdote, mediador entre Dios y los hombres, Buen Pastor de su pueblo, sigue vigente permanentemente entre nosotros. Cristo está siempre llevando los hombres y lo humano a Dios para sanarlo y plenificarlo, y está siempre llevando Dios a los hombres, para encarnarlo y hacerlo accesible y cercano. Cristo es ante el Padre nuestro representante e intercede permanentemente por nosotros; Cristo es ante nosotros el rostro del Padre que nos ama con amor misericordioso e incondicional. Esa acción de Cristo Sacerdote sigue vigente entre nosotros porque Él se ha escogido discípulos en las cuales Él puede prolongar su persona y su acción en la historia. Ésta es la comunidad de la Iglesia, pueblo sacerdotal. A través de ella Cristo quiere seguir llevando la vida de Dios a los hombres y uniendo a los hombres con Dios. Por eso enseña el Concilio Vaticano II que la Iglesia es “sacramento, es decir signo e instrumento, de la unidad con Dios y de la unión de todo el género huumano” (LG 1). Y si decimos entonces, con total propiedad, que Cristo lleva en sí una plenitud de Alianza porque en Él es plena la unión de lo divino con lo humano, también podemos decir que toda la Iglesia, como pueblo incorporado a Cristo, lleva también en sí esta realidad de Alianza. Por el bautismo cada cristiano participa de la realidad de Cristo y hace presente al Señor. La gran multitud del pueblo, en sus más variadas vocaciones, ha de llevar la vida de Cristo a todos los ámbitos de la cultura y la creación. Dentro de este pueblo tiene lugar el sacerdocio ministerial, es decir los sacerdotes como ministros del Señor y su Iglesia. Porque Cristo escoge algunos para que sigan conduciendo su pueblo así como Él, el Buen Pastor, lo ha conducido, transmitiendo la fuerza renovadora de su amor y sirviéndolo en su nombre y con su Espíritu. Cristo, cabeza y autoridad en la Iglesia, quiere ser experimentado como Aquél que da vida en el amor, y lo hace a través de personas que Él escoge para ser también de algún modo cabeza y autoridad en su Iglesia. La participación en esta “capitalidad” de Cristo que ocurre a través de la ordenación sacerdotal constituye el sacerdocio ministerial. Afirma el P. José Kentenich: “Cristo camina constantemente por el mundo en la figura de sus sacerdotes, transparentes suyos, a fin de llevar el mundo hacia el Padre” (P. J. Kentenich, Piedad instrumental mariana, en Wolf pg. 55). Profundicemos todo esto con algunos textos de la Iglesia. 1.3. Textos para meditar y preguntas para el intercambio a. Sobre Cristo “… La única orientación del espíritu, la única dirección del entendimiento, de la voluntad y del corazón es para nosotros ésta: hacia Cristo, Redentor del hombre; hacia Cristo, Redentor del mundo. A Él nosotros queremos mirar, porque sólo en Él, Hijo de Dios, hay salvación, renovando la afirmación de Pedro: “Señor ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna”. … Debemos tender constantemente a Aquel “que es la cabeza”, a Aquel “de quien todo procede y para quien somos nosotros”, a Aquel que es al mismo tiempo “el camino, la verdad” y “la resurrección y la vida”, a Aquel que viéndolo nos muestra al Padre, a Aquel que debía irse de nosotros ‐…‐ para que el Abogado viniese a nosotros y siga viniendo constantemente como Espíritu de verdad. En Él están escondidos “todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia”, y la Iglesia es su Cuerpo. La Iglesia es en Cristo como un “sacramento, o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” y de esto es Él la fuente. ¡Él mismo! ¡Él, el Redentor!” (Juan Pablo II, Redemptor hominis 7). Este oficio mediador de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, se ha expresado clásicamente en una tríada de funciones que describen su único actuar redentor: “… Jesús se presenta a sí mismo como lleno del Espíritu, “ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva”; es el Mesías sacerdote, profeta y rey.” (Juan Pablo II, Pastores dabo vobis 11). Preguntas para el intercambio: ¿Cómo es mi relación personal con Cristo? ¿Qué me une más a Él? ¿Qué aspectos de la vida de Cristo me acercan más a Dios Padre? ¿Qué actitudes de Cristo me mueven más a actuar más por los demás? ¿Cuándo he sentido a Cristo como un puente entre lo humano y lo divino? b. Sobre la Iglesia, pueblo sacerdotal “Con el único y definitivo sacrificio de la cruz, Jesús comunica a todos sus discípulos la dignidad y la misión de sacerdotes de la nueva y eterna Alianza. Se cumple así la promesa que Dios hizo a Israel: “Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa” (Ex 19,6). Y todo el pueblo de la nueva Alianza –escribe San Pedro‐ queda constituído como “un edificio espiritual”, “un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptos a Dios por mediación de Jesucristo” (1Pe 2,5). Los bautizado son las “piedras vivas” que construyen el edificio espiritual uniéndose a Cristo “piedra viva … elegida, preciosa ante Dios” (1Pe 2,4.5). El nuevo pueblo sacerdotal, que es la Iglesia, no sólo tiene en Cristo su propia imagen auténtica, sino que también recibe de Él una participación real y ontológica en su eterno y único sacerdocio, al que debe conformarse toda su vida.” (Juan Pablo II, Pastores dabo vobis 13). Sugerencia para el intercambio: En cada grupo hacer una lista de intenciones por las cuales queremos ofrecernos, ofrecer nuestra palabra y nuestra acción, nuestra oración y nuestra vida. c. Sobre el sacerdocio ministerial Jesús elige a los doce apóstoles y éstos, según el testimonio del Nuevo Testamento, a “otros hombres, como Obispos, presbíteros y diáconos, para cumplir el mandato de Jesús resucitado, que los ha enviado a todos los hombres de todos los tiempos. … Por lo tanto los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una trasparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado… Los presbíteros son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor, proclaman con autoridad su palabra; renuevan sus gestos de perdón y de ofrecimiento de la salvación, principalmente con el Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía; ejercen, hasta el don total de sí mismos, el cuidado amoroso del rebaño, al que congregan en la unidad y conducen al Padre por medio de Cristo en el Espíritu. En una palabra, los presbíteros existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y en su nombre” (Juan Pablo II, Pastores dabo vobis 15). Preguntas para la reflexión personal y comunitaria: En los sacerdotes que he conocido en mi vida ¿cuáles me han hecho sentir la presencia de Cristo? ¿En qué? ¿Cuándo? ¿Qué actitudes de los sacerdotes que conocemos han enriquecido nuestras vidas? Profundizar en ese enriquecimiento. ¿En qué forma podemos agradecerles? ¿Hemos rezado por ellos? ¿Les hemos dicho alguna vez lo que ellos han logrado con nosotros? ¿Les hemos ofrecido alguna ayuda en su trabajo? d. Sobre los laicos en la Iglesia “Los fieles laicos participan, según el modo que les es propio, en el triple oficio –sacerdotal, profético y real‐ de Jesucristo”. (Juan Pablo II, Christifideles laici 14). “La vocación de los fieles laicos a la santidad (plenitud de vida y perfección de amor) implica que la vida según el Espíritu se exprese particularmente en su inserción en las realidades temporales y en su participación en las actividades terrenas. … Ellos deben santificarse en la vida profesional y social ordinaria … Hombres y mujeres que, precisamente en la vida y actividades de cada jornada, son los obreros incansables que trabajan en la viña del Señor; son los humildes y grandes artífices … del crecimiento del Reino de Dios en la historia”. (Juan Pablo II, Christifideles laici 17). “Es absolutamente necesario que cada fiel laico tenga siempre una viva consciencia de ser un “miembro de la Iglesia”, a quien se le ha confiado una tarea original, insustituiible e indelegable, que debe llevar a cabo para el bien de todos. … El apostolado que cada uno debe realizar, y que fluye con abundancia de la fuente de una vida auténticamente cristiana, es la forma primordial y la condición de todo el apostolado de los laicos … y nada puede sustituirlo. A este apostolado, siempre y en todas partes provechoso, y en ciertas circunstancias el único apto y posible, están llamados y obligados todos los laicos, cualquiera que sea su condición … En el apostolado personal existen grandes riquezas que reclaman ser descubiertas, en vista de una intensificación del dinamismo misionero de cada uno de los fieles laicos” (Juan Pablo II, Christifideles laici 28). Para el intercambio: Compartir las experiencias de apostolado como forma de contribuir a la santificación del mundo. 1.4. Oración