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El sendero interrumpido del “avance misionero”
En la iglesia aunque ya era tarde y el tiempo era fatal afuera, permanecía
continuamente un grupo de varias decenas de personas. A lo largo de las paredes
laterales de la iglesia estaban sentados los hombres mayores y jóvenes en sus
ponchos y chullos en la cabeza, las mujeres con polleras y mantos tan típicos,
religiosas en hábitos, catequistas, estudiantes de UCB y, los padres y hermanos
verbitas. Los niños pequeños, que acompañaban a sus padres, estaban durmiendo
tranquilamente envueltos en frazadas andinas. En la parte delantera de la iglesia, en
la altura de presbiterio estaba el ataúd abierto con el cuerpo de Padre Bernardo.
Toda la noche estaban velando según la tradición de cultura andina antes del
funeral. Rezaban y cantaban cantos religiosos en castellano, aymara y en polaco. Se
hablaba a media voz del párroco de Batallas que había muerto, de su muerte
inesperada el día 9 de septiembre, en unos pocos días después de su regreso de sus
primeras vacaciones en su patria. Padre Bernardo llegó a Bolivia en año 1989 y
después de tres años, en el 1993 fue a Polonia para visitar a sus padres y descansar
un poco. En el Altiplano trabajó entonces por un corto tiempo. La gente que
participaba en la vigilia se acercaba al ataúd, rezaba oraciones y repetía “muy
joven”, “tan joven”. Padre Bernardo falleció teniendo a penas 35 años. Fue
nombrado relativamente hace poco tiempo como párroco de Batallas, en las orillas
del Lago Titicaca, a una altura de más 3800 m s.n.m.
Después de que la noticia sobre la muerte de Padre Bernardo se extendió, en
el patio parroquial y al frente de la casa parroquial aparecía cada vez más gente.
Venían para preguntar qué pasó, si era verdad que el Padre Bernardo murió. Antes
del mediodía, llegó a Batallas Monseñor y el medico fórrense para dar constancia del
fallecimiento y escribir el certificado correspondiente. Los más cercanos
colaboradores de Padre Bernardo se ocuparon de poner el cuerpo en el ataúd, el
cual se tuvo que traer primero de La Paz. Este mismo día, en la noche, con la iglesia
llena de gente, se ha celebrado la Santa Misa en intención del Padre Bernardo con la
participación del Monseñor Adhemara Esquivel Kohenque y Monseñor Jesús Juárez
Párraga, algunos sacerdotes bolivianos y los padres verbitas. En la homilía el Mons.
Adhemar describió al fallecido como un misionero que se ha entregado totalmente a
la misión verbita en Batallas. Habló también sobre le misterio de la muerte que da
nueva vida.
A la medida que la noticia sobre la muerte de Padre Bernardo se extendía, en
las horas de la noche cada vez más habitantes de Batallas y la gente de los pueblos
vecinos venían a la iglesia. Un grupo de catequistas que llegó a las cuatro horas de
madrugada provocó la conmoción de los presentes, ya que aunque esta noche hacía
mal tiempo, llovía y hasta estaba nevando, ellos habían caminado toda la noche
para llegar al funeral. Escucharon en las noticias de la noche en la Radio San
Gabriel, que falleció el Padre Bernardo Czaja. En el atardecer salieron de su isla
cruzando el lago y tomaron el camino agotador a Batallas. Cuando llegaron, se
acercaron al ataúd con el cuerpo de Padre Bernardo para rezar por un largo rato
tocando sus manos en las que llevaba el rosario. Luego pasaron por la iglesia
saludando a todos los presentes y expresando sus condolencias. Después de saludar
a todos se sentaron en un lugar libre. Esta noche tres veces se ha servido maté
caliente con pan. En la mañana las mujeres prepararon también una comida
caliente para todos los que estaban en la iglesia.
Alrededor del ataúd con el cuerpo de Padre Bernardo se reunió,
sorprendentemente mucha gente que rezaban, cantaban, comían una sencilla
comida, masticaban las hojas de coca, estaban juntos para vivir la muerte del
misionero, acampanándole en las últimas horas antes del entierro. Sin embargo la
vigilia no tenía el carácter del abatimiento o del agobiante duelo. La tristeza causada
por la súbita muerte fue tomada con mucha dignidad y comprensión. “Así es”,
repetían los presentes en la iglesia.
Al amanecer empezó aumentar la gente y la iglesia estaba repleta. A esta
muchedumbre de los fieles, catequistas, estudiantes, trabajadores de la universidad,
alumnos de la escuela local, delegación de policía, se unió un grupo bastante grande
de los sacerdotes bolivianos, los verbitas y las hermanas SSpS, como también
muchas misioneras y misioneros de diferentes congregaciones. Muy numeroso fue el
grupo de las misioneras y misioneros polacos quienes llegaron hasta de Santa Cruz
que queda a unos quinientos kilómetros, de Cochabamba, Sucre, Oruro, La Paz, etc.
Así que la celebración funeral de Padre Bernardo reunió mucha gente no solamente
del Altiplano, sino también de los lejanos rincones de Bolivia y se convirtió en
alguna manera en una manifestación de solidaridad, corresponsabilidad en la obra
misionera y de unidad en la fe. Parecería que tan corta estadía del Padre Bernardo
en Batallas, apenas 3 años, fue el periodo demasiado corto para que él gozara de
consideración en los ojos de los habitantes de esa región (la gente Aymara) o para
que él ganara su agradecimiento. Parece que para eso se necesita más tiempo.
El trabajo pastoral fue para el Padre Bernardo un elemento muy importante y
le dedicaba muchas fuerzas. Asimismo mucho tiempo y energía dedicaba para el
desarrollo de la infraestructura de UCB (Universidad Católica Boliviana, Unidad
Académica Campesina) en Batallas, fundada por los verbitas unos años antes.
Muchos de los estudiantes de dicha Unidad provenían del campo lejano del
Altiplano, así que el problema urgente era el desarrollo del internado. Con esa
preocupación y objetivo, el Padre Bernardo fue de vacaciones a Polonia. Durante su
estadía en la patria se encargaba de tomar varios trabajos pastorales para recaudar
fondos para el internado. Sus padres, cuando supieron de la muerte de su hijo, le
tomaron un poco a mal el hecho de que “no se quedaba en casa”, sino que durante
sus vacaciones todo el tiempo se encargaba de nuevas obligaciones pensando en
juntar los fondos financieros para cubrir las necesidades de sus estudiantes en
Batallas.
Después de su regreso a Batallas, que fue exactamente el día 4 de septiembre
(viernes), al siguiente día se fue a la universidad, como también al campo. lo mismo
hizo el domingo. De nuevo se sintió como en su casa, estuvo en su ambiente.
Lamentablemente ese salto tan rápido de los valles polacos al clima de las montañas
tan altas en Altiplano demostró los ocultos problemas de salud, incluso del corazón.
Aparentemente un inocente resfrío en esas condiciones resultó mortífero. El 9 de
septiembre de 1993, en horas antes de mediodía en la parroquia de Batallas, falleció
el verbita polaco, Padre Bernardo Czaja.
La celebración de la Eucaristía fúnebre comenzó alrededor de las horas 11.00
a.m. y duró casi dos horas. La reflexión en la oración, el canto sonoro en tres
idiomas, fuertes palabras del predicador para dar ánimos y la simple amabilidad de
esa internacional multitud de los fieles crearon un clima inolvidable de vivir el
misterio de la vida y de la muerte del hombre, en ese caso del misionero, lejos de su
patria. El cortejo fúnebre se formó en una larga procesión al que presidió Monseñor
Adhemar. El mismo Monseñor entonaba las canciones en aymara y castellano, y su
voz fortalecida por el parlante se difundía por Batallas y sus alrededores. El camino
de la iglesia al cementerio tomó bastante tiempo y eso fue también la manifestación
de la solidaridad y de la fe en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo que todos
confesaban. Cuando ponían el cuerpo a la tumba, ese lugar fue rodeado por muchos
cohermanos y los más cercanos colaboradores del fallecido. Después de muchas
palabras de despedida, en la tumba se colocaron un montón de flores. Luego de
terminar las oraciones todos se reunieron al frente del cementerio para expresar sus
condolencias a los superiores de la Congregación de los verbitas, después de la
muerte de su cohermano. Según la costumbre, después de las condolencias, los
participantes de la ceremonia fueron invitados a un refrigerio preparado al frente del
cementerio y en la plaza de la iglesia.
Tuve la oportunidad de conocer al Padre Bernardo inmediatamente después
de llegar a Bolivia. Me fascinaba su espontaneidad, apertura y mucho interés y
entrega al trabajo de evangelización en el Altiplano. Ya durante las primeras
conversaciones se sintió cómo le importaba “entrar a la cultura” en la mejor manera,
es decir – conocer la cultura andina de sus parroquianos – Aymaras. Él se
interesaba de muchas cosas. Estudiaba aymara, leía, preguntaba y discutía. Sus
compañeros de conversación fueron los misioneros con más experiencia,
cohermanos con quienes trabajaba, pero sobre todo los colaboradores andinos, es
decir los catequistas Aymara y el diácono Pablo de Aygachi. Ellos fueron para él la
fuente viva de la sabiduría y experiencia, lo que aprovechaba con mucho gusto.
Intentaba repensar y poner en práctica en su pastoral las experiencias escuchadas.
El área de su servicio como sacerdote y misionero fue por entonces muy extensa.
Junto con su vicario atendían en realidad 5 parroquias: Batallas, Aygachi, Peñas,
Puerto Pérez y parcialmente también Pucarani. Padre Bernardo iba con muchas
ganas con el servicio como sacerdote para celebrar sacramentos o misas. En algunos
domingos pasaba varias decenas o hasta más que cien kilómetros. No se trataba del
camino por recorrer sino siempre de llegar como sacerdote a la mayoría de las
comunidades. En esta manera Padre Bernardo aprendía también el colorido y la
dinámica de la iglesia local en el Altiplano. Además fue consiente de que su tarea
como misionero era de contribuir a la construcción de la iglesia con el rostro andino.
Una de las iniciativas fue el festival de la música religiosa con la participación de los
grupos parroquiales.
Tuve la oportunidad – que para mí personalmente es una cosa inolvidable – de
acompañarle en el camino durante la fiesta de todos los difuntos. Visitamos
entonces muchas comunidades donde el Padre Bernardo celebraba Santa Misa,
bendecía con agua bendita las tumbas adornadas, se encontraba con la gente y
conversaba con ellos. Para mí, eso fue una experiencia de vida y misión muy
importante porque Padre Bernardo todo el tiempo me contaba, mostraba y explicaba
cosas. Esos tres días vividos muy intensamente al lado de Padre Bernardo fueron
una maravillosa lección demostrativa del trabajo lleno de sacrificio y empeño
misionero. Para él no había lugares donde no lograba llegar y tampoco había temas
sobre cuales no se podría discutir con él. Fue abierto a las preguntas y también él
mismo se hacía preguntas y buscaba las respuestas. A pesar del mucho trabajo
pastoral, de obtener nuevas experiencias y profundizar su conocimiento, muchas
cuestiones sobre la cultura aymara, inculturación, liturgia o administración de la
parroquia, a fin de cuentas le parecían no conocidas ni comprendidas, asimismo le
exigían más reflexiones y trabajo. Tuve la impresión de que a Padre Bernardo le
importaba mucho continuar los trabajos y proyectos los cuales empezaron sus
antecesores y, usando una imagen, “transmitir el fuego y no la ceniza” a los que
colaboraban con él y a los que iban a llegar después de él.
¿Fue algo extraordinario la actitud y el comportamiento de Padre Bernardo como el
misionero verbita en Batallas? Personalmente considero que no. Los años de la
formación y educación en el seminario misionero en Pieniezno simplemente
consolidaron en él la convicción de la necesidad de conocer el lugar de trabajo y
usar los métodos y medios de evangelización adecuados al lugar y al tiempo. Parece
que la espiritualidad misionera de Padre Bernardo, que en paz descanse, se inscribe
a la cita de las Constituciones SVD: “El ejemplo de Jesús describe, en que manera
debemos participar en Su envío. Por eso intentamos adaptarnos a las situaciones
concretas de la gente con que trabajamos. Estamos abiertos y respetuosos a las
tradiciones religiosas de las naciones buscando el diálogo con todos y llevándoles la
Buena Nueva de amor de Dios” (Const. 103). La idea misionera, incluida en la
constitución citada fue realizada, ni mejor ni peor, en la práctica misionera-pastoral
de cada día del Padre Bernardo.
Padre Bernardo iba con mucho gusto a las comunidades lejanas en las
montañas y en las islas del Lago Titicaca. Asimismo subía por las gradas del “avance
profesional” como el misionero polaco en la parte andina de Bolivia. Ya en el
principio tuvo que enfrentar el gran desafío de conocer y usar el idioma castellano y,
enseguida, aymara. Experimentó también lo que sin embargo vive cada misionero
principiante: las dificultades en entender al nuevo ambiente sociocultural. En la
práctica eso significa la lucha con la impresión de no sentirse en casa, de no
entender y de estar alienado. Cuántas veces el Padre Bernardo meditaba sobre el
problema que no entiende a los Aymaras, no capta algunas cosas o que sus
intenciones e ideas no sean obedecidas o aceptadas por sus colaboradores o
parroquianos. Aprendía con paciencia que la actual experiencia pastoral traída a
Bolivia de Polonia, incluido su gran celo misionero, tiene que acomodar al idioma
entendido por la gente del Altiplano a quien fue enviado. El conocimiento en el área
de teología y misionología obtenido durante los seis años de estudios en Polonia
requiere el coraje y sabiduría para adecuarlo al lenguaje de práctica pastoral y la
acción concreta. Lo que en el país de origen fue algo comprensible y “normal”, en el
nuevo contexto resultaba poco o totalmente incomprensible. Para vencer el
sentimiento de estar alienado e impotente tuvo que aprender, con mucha humildad
y paciencia, la apertura y “la diferencia”.
Para cada misionero verbita, no solamente el contexto cultural local es nuevo
y es un desafío, lo es también la comunidad verbita de lugar. Como verbitas somos
consientes que “como la comunidad de diferentes grupos lingüísticos y nacionales,
nos convertimos en el signo vivo de la unidad y riqueza pluricultural de la Iglesia”.
Esa es una linda expresión que muestra el sentido profundo de nuestra vocación y
envío intercultural verbita. En la práctica eso significa que es necesario “seguir
aprendiendo” continuamente ese pluralismo guardando la unidad. Eso nos exige
también mucha comprensión y paciencia en la colaboración con los cohermanos.
Padre Bernardo tuvo que entrar también en esa dinámica de vida en la comunidad
internacional de los verbitas la cual estaba formada en ese tiempo por hindús,
irlandeses, alemanes, eslovacos, argentinos, ecuatoriano, españoles y un grupo
numeroso de los polacos. El trabajo de cada día en la parroquia de Batallas requería
de él mucha madurez verbita para colaborar con los hermanos, los compañeros del
lugar y para estar en la disposición a las justas necesidades pastorales de sus
parroquianos (Aymaras). Eso fue un desafío muy grande y difícil pero él con un
sentido de humor lo enfrentaba. No permitía que los aspectos secundarios y
numerosas dificultades dominaran su visión de servicio misionero.
Con la muerte de Padre Bernardo apareció la cuestión de su entierro. Hasta
entonces ningún verbita había muerto en Bolivia y no había ningún lugar verbita en
el cementerio boliviano. Después de conversar con las autoridades locales se decidió
que Padre Bernardo será enterrado en el cementerio en Batallas. En esa manera con
más profundidad se hizo realidad lo que más de una vez recordaba el Padre
Bernardo diciendo que Bolivia y Batallas “se han convertido en su segunda casa”.
En esa tierra fue enterrado su cuerpo y él se quedó para siempre entre su nueva
familia en el Altiplano andino. Su tumba en Batallas no es solamente un recuerdo
sobre la fragilidad de la vida y las consecuencias imprevistas en la vida de un
misionero que deja a sus seres queridos más cercanos, su familia y patria para
anunciar la Buena Nueva. Para todos quienes conocían y colaboraban con el Padre
Bernardo, su lugar de entierro y la tumba sencilla pero bonita, es de alguna manera
un desafío para practicar la memoria de nuestros misioneros quienes ya se han ido
al Señor pero siempre tienen derecho de ser recordados en la oración. La tumba
bien cuidada, las flores y las velas prendidas que aparecen muchas veces en la
tumba demuestran que su vida y el servicio misionero en Batallas tenían sentido
porque después de casi dos décadas alguien se acuerda de él. Parece que la tumba
cuidada es una señal significativa de la fe y del testimonio de que el sacrificio
misionero y hasta la muerte no tienen que simbolizar el entierro en una tierra
extranjera.
Autor:
Traducción:
Corrección:
P. Tomás Szyszka SVD
Hna. Joanna Cwikowska SSpS
Hna. Claudia Carolina González Mendoza SSpS