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EL CARISMA DE LA PROFECÍA. REFLEXIONES*
Sergio Zañartu, s.j.
La Iglesia peregrina siempre será profética. En el cielo, en la visión cara a cara,
desaparecerá la profecía; permanecerá el amor.1 Signos de tipo profético, donde realmente
se ha manifestado el Espíritu, los hemos experimentados en nuestros días, como Alberto
Hurtado, Teresa de Calcuta, el concilio Vaticano II, la conferencia de Aparecida. Quizás
los signos no faltan, pero a nosotros nos cuesta verlos y oírlos. Puede influir nuestra
cultura racionalista, cientifico-técnica, mercantilista, exitista, etc., es decir sin lugar para
Dios, que es gratuidad en el amor. Pero en nuestras comunidades actuales no hay cristianos
llamados „profetas‟, es decir que profeticen con cierta frecuencia, como acontecía en el
cristianismo naciente. Es verdad que, por el bautismo, todos tenemos algo de profetas,
como dice Pedro citando a Joel2, pero, como aclara Pablo, no todos los miembros del
cuerpo tienen el carisma de profecía3, aunque lo desea para todos.4 Porque la profecía es un
carisma mejor que el don de lenguas: la profecía edifica a la Iglesia. El profeta del N. T.
conoce el interior de los corazones5, pero sobre todo exhorta, consuela, confirma.6
Encontramos pocos anuncios de futuro.
Los apóstoles, como Pedro y Pablo (su vocación tiene fuertes rasgos proféticos7)
son también grandes profetas. Y sobre los apóstoles, que son profetas, está construida la
Iglesia.8 Gran hecho profético fue la expresión inspirada de la fe en Jesús resucitado, con
vocablos del A. T. Igualmente, la revelación del misterio, mantenido oculto durante siglos
y ahora revelado a apóstoles y profetas9: los gentiles también son herederos de la promesa a
Abraham, son miembros de Cristo. Pablo nos revela la conversión final del pueblo judío.10
Gran revelación, con una absolutez que nos recuerda a los profetas del A. T., es el
Apocalipsis. No sólo es profético en las cartas a las Iglesias11, sino también a través de las
visiones. No se puede quitar ni añadir nada a esta profecía.12 Y la profecía es el testimonio
de Jesucristo13, el testigo fiel y verdadero.14 Los dos profetas que enfrentan a la bestia y
que son muertos y después exaltados15, representan la misión de la Iglesia frente al poder
del Imperio. El Apocalipsis, releyendo el A. T. a la luz de Cristo, anima a los cristianos en
*
Esté artículo fue publicado por Revista Católica 109 (2009) 95-100.
1Co 13, 8ss.
2
Hch 2, 17s.
3
1Co 12, 29.
4
1Co 14, 1.5.39.
5
1Co 14, 24s.
6
Hch 15,32; 1Co 14, 3.
7
Por ejemplo Ga 1, 11ss.
8
Ef 2, 20.
9
Rm 16, 25s; Ef 3, 2-6; Col 1, 25-27.
10
Rm 11, 25s.
11
El Cristo resucitado habla a través del Espíritu
12
Ap 22, 18s.
13
Ap 19, 10.
14
Ap 3, 14.
15
Ap 11, 3-12.
1
CARISMA DE PROFECÍA
la persecución, y muestra la pronta victoria final de Dios. Corresponde a una época de
tensa espera escatológica. Pero con la demora de la parusía, el cristianismo, en general, se
fue instalando, lo que repercutiría en una decadencia de la profecía. Además se
transplantaba a la cultura helenística, que era más racionalista.
Pero existen en las comunidades otros profetas, por así decirlo menores (en relación
a los del A. T. y a los apóstoles), como los de la comunidad de Corinto. Por Hechos
podemos individualizar a unos doce. Se destaca Ágabo. Decía „menores‟ por los temas
que tratan (en general sus oráculos no se conservan), pero sobre todo porque están
claramente subordinados a la comunidad. En Corinto, tienen que hablar por turno y saber
callarse, porque el profeta controla su espíritu. La comunidad los discierne.16 Los criterios
de discernimiento que encontramos, son varios. Los documentos más extensos al respecto,
son Doctrina de los Apóstoles (Didache) y el Pastor de Hermas en el mandamiento XI. La
doctrina tiene que ser sana: no se puede decir „anatema a Jesús‟17 o que el Cristo no vino en
carne.18 La profecía, en el largo plazo, tiene que cumplirse.19 Pero este cumplimiento
profético sólo se aprecia verdaderamente desde la fe. Los falsos profetas se conocen por
sus frutos, como dice Jesús.20 Por supuesto, el criterio máximo es el amor. La Didache21
concretiza: el verdadero profeta tiene que tener las maneras del Señor. Según esto no tiene
que buscar su propio provecho, ni recibir paga por su profecía, sino hablar sólo cuando
Dios quiere.22 Debemos observar, por tanto, su vida y su forma de profetizar. No se
admitirá el falso hablar en éxtasis de los montanistas, porque el profeta debe controlar su
espíritu profético.23 Pero es difícil discernir, y la profecía se prestó a muchos abusos.
Hermas propone una confrontación carismática: que el supuesto profeta enfrente una
asamblea de justos en oración. Si es falso, enmudecerá. Conforme a esto se quiso
exorcizar a las profetisas montanistas, pero los montanistas no lo permitieron. En el fondo,
es el Espíritu en la comunidad el que discierne al verdadero espíritu de Dios. 24 Entrado el
s. II, los profetas, difíciles de discernir, eran poco útiles a una Iglesia donde los pastores, a
veces grandes carismáticos como Ignacio de Antioquía y Policarpo de Esmirna, junto con
los doctores, basados en la viva tradición apostólica, defendían la ortodoxia o enfrentaban
al Imperio. Entonces, por el año 160, se presentó el movimiento montanista de la nueva
profecía: espera ardorosa de la Jerusalén celeste (descendería en Pepuza de Frigia),
ascetismo como preparación, propensión al martirio. Pero los montanistas ponían tres
cuaresmas al año, prohibían las segundas nupcias, que había permitido Pablo. Y esto en
forma absoluta, a nombre del Paráclito. Por supuesto, no obedecían a los pastores de la
Iglesia. Se separaron, pues, de la Iglesia y persistieron algunos siglos en zonas
determinadas. No habían pasado la prueba del discernimiento y fueron un gran descrédito
para la profecía.25 Fue el último relumbrón de los profetas primitivos, antes de su
marginación más duradera. Los montanistas se volvieron intolerables para la Iglesia.
16
1Co 14, 29-32.
1Co 12, 3.
18
2Jn 7. Cf. 1Jn 2, 22; 4, 1-3.
19
Dt 18, 22. Cf. 1R 22, 28; Hch 11, 28.
20
Mt 7, 15-23par; 12, 33-35par.
21
Did 11.
22
Hermas, mand XI, 8; Ireneo, Adv Haer I, 13, 4.
23
Cf. 1Co 14, 32.
24
Tenemos la unción del Espíritu (cf. 1Jn 2, 20.27).
25
Cf. Zac 13, 2-6.
17
2
CARISMA DE PROFECÍA
Pero creo que lo anterior no fue la razón principal del declinar de los profetas en la
comunidad cristiana. Éstos, aunque caracterizaron bien la efusión del Espíritu, en cierto
sentido nacieron menores; la profecía fue un carisma entre otros, aunque principal. La
profecía en el N. T., según la interpretación por Pedro del texto de Joel, se universaliza. El
Espíritu se da a todos. No es como en el A. T. en que el profeta era como de otro rango
respecto al pueblo. Por eso que ahora el profeta está bajo el discernimiento, control, de la
comunidad cristiana. Pero la razón principal fue que la profecía culminó en Jesús, profeta
por antonomasia, la mismísima Palabra (Logos, Verbo) de Dios. “Muchas veces y de
muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas. En
estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo” (Hb 1, 1s). Y en cierto sentido,
al culminar terminó. Parafraseando a Lucas 7, 16, podríamos decir: los profetas
profetizaron hasta Juan; después el reino de Dios es evangelizado. En nuestros días, nos
dice el Vaticano II26, no habrá una nueva revelación pública de Dios. Lo que interesa, pues,
ahora es el apóstol, el enviado por Jesús que nos transmite lo de éste. En este sentido, los
apóstoles reemplazaron a los profetas del A.T. Y bajo la inspiración del Espíritu se fue
constituyendo la tradición apostólica que cristalizó, por así decirlo, en los escritos del N. T.
Estos quedaron fijos en el canon. Y comenzó, igual que en el judaísmo de los tiempos
anteriores, la época de la interpretación de ellos. Es la era de los doctores o maestros
(
). No quiere decir que ellos y los pastores, al interpretar y transmitir, no
pudieran estar iluminados por el Espíritu. Pero sí, que ya no interesa una „palabra nueva‟,
como la nueva profecía montanista, sino profundizar en lo que oímos desde el comienzo27,
con el Paráclito que nos conduce a toda verdad y que, recordándonos lo de Jesús, lo va
actualizando,.28 Fue ciertamente hermosa la primera época cristiana con „profetas‟, pero
los carismas se van desplazando, traduciéndose de otra forma según las necesidades bajo la
acción del Espíritu.
Agustín pensaba que al comienzo fueron necesarias más
manifestaciones del Espíritu para que la Iglesia se consolidara y adquiriera autoridad.29
En el judaísmo de la época de Jesús, en general no había profetas, aunque sí
predicciones.30 Los fariseos no eran profetas sino hijos de profetas.31 Lo que les interesaba
era la ley, y no que viniera un hombre a hablar en forma absoluta a nombre de Yahveh, al
margen de la Ley. Profetas eran, pues, los antiguos. El maestro de justicia de Qumrán, que
podría ser visto como un nuevo Moisés y que dio la interpretación definitiva de la ley,
aunque se le atribuyera inspiración del Espíritu32, no se llamó profeta. Interpretaba las
profecías que habían sido dichas para los últimos tiempos, sin que los mismos profetas las
entendieran. Venían, pues, los últimos tiempos y el pueblo esperaba la vuelta de los
profetas, por ejemplo, Elías o Moisés.33 Según Jn 1, 21s.25, preguntan a Juan Bautista si él
era Elías o el profeta que había de venir. El Bautista anunció un juicio inminente, la venida
26
DV, 4.
1Jn 1, 1-3; 2, 24.
28
Jn 14, 26; 16, 13s.
29
De vera religione XXV, 47; cf. De utilitate credendi, XVI, 34.
30
Sobre el profetismo en el judaísmo primitivo es valioso el antiguo trabajo de R. Meyer, Prophecy and
Prophets in the Judaism of the Hellenistic-Roman Period, Theological Dictionary of the New Testament, VI,
pp. 812-828.
31
Cf. por ejemplo jSchab, 19, 1; bPes., 6. A veces oyen una simple voz (Bat Qol), como un leve eco de la
voz de Dios.
32
1QpHab II, 2s.8-10; 7, 1-5. Véase 1QH II, 10.13.17s; IV, 27-29; VII, 6s; XII, 11-13.
33
Cf. p. e. Mt 11, 13s; Mc 9, 11-13par. Véase Dt 18, 18ss; Mal 3, 23s; Sir 48, 10.
27
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CARISMA DE PROFECÍA
del Mesías. Para preparar el pueblo escatológico instituyó un bautismo de penitencia, tuvo
discípulos, pero no hizo milagros. Por su parte, los rebeldes contra Roma que nos
menciona Flavio Josefo, deseaban mostrar signos milagrosos para arrastrar a las
multitudes.34 También a Jesús le pidieron signos.35 Finalmente vino Jesús inaugurando los
últimos tiempos, y en su pascua nos dio el Espíritu. Eso fue Pentecostés. Por la profecía,
pues, contrastó la rica vida de la Iglesia naciente con la pobreza del judaísmo de su época.
Finalmente, no hubo oposición entre jerarquía y carisma, por lo menos no consta en
los documentos. Varios miembros de la Jerarquía fueron ciertamente carismáticos. Ignacio
de Antioquía con una gran voz, con la voz de Dios, proclamará: sin el obispo no hagáis
nada.36 En este caso, es el carisma el que lleva al sometimiento al obispo. Ignacio se
llamaba portador de Dios, podía tener revelaciones, sentía la voz interior.37 No apoyaba su
autoridad en ser obispo sino en ser mártir. El mártir Policarpo es llamado, maestro
profético.38
Pasemos, finalmente de la profecía a la espiritualidad. Siempre ha sido central en la
vida cristiana discernir la voluntad de Dios. La perfección es cumplir en todo la voluntad
de Dios. Es el golfo39 seguro, como exclamará Máximo el Confesor. El alma reposa en
Dios su creador y redentor. Pero, ¿cómo conocerla? La experiencia espiritual siempre ha
elaborado finas normas de discernimiento. Estas se concretan, por ejemplo, en los
Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola: ejercicios “para quitar de sí todas las
afecciones desordenadas, y después de quitadas para buscar y hallar la voluntad divina en la
disposición de su vida para salud del ánima”.40 Es un camino entre otros. Supone una
profunda conversión purificadora ante Cristo crucificado, que sólo aspira a buscar lo que
más conviene: “que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que
pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás;
solamente deseando y eligiendo lo que más conduce para el fin que somos creados”.41 El
entusiasmo por Cristo va más allá: quiere seguir su llamamiento en pobreza y en pasar
oprobios e injurias.42 Contemplando e involucrándose en los misterios de la vida de Cristo,
de refilón, por así decirlo, el ejercitante los contrasta con su propia vida y elección.
Entonces elige, en el seno de la Iglesia, según el llamado evidente, o según las mociones
del Espíritu y lo que el ejercicio de su razón, estando tranquilo, le dice en el Señor.43 Pero
esto no basta, después viene la confirmación en las contemplaciones de la pasión y de la
resurrección. Así llega a ver y agradecer en todo a Dios: “Tomad, Señor y recibid toda mi
libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; vos
me lo distes, a vos, Señor lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad,
dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta”.44 Todo lo anterior en diálogo con su
acompañante, presencia de la Iglesia. Y este camino del mes de Ejercicios ha ayudado a
34
Cf. Ant, XX, 97s.167-172.188; XVIII, 85-87; BJ, II, 259-263; VI, 283ss; VII, 437ss.
Mt 12, 38ss; 16, 1-4par; Jn 2, 18-22; 6, 30.
36
Fil 7, 1s.
37
Ef 20, 2; Rm 7, 2.
38
Mart Pol, 16, 2 . Cf. 5, 2; 12, 3.
39
Amb 2, PG 91, 1064A.
40
EE 1.
41
EE 23.
42
EE 98; 147; 167.
43
Es importante que estos dos criterios (el de las mociones y el de la razón) coincidan, reforzándose
mutuamente.
44
EE 234.
35
4
CARISMA DE PROFECÍA
muchas personas a encontrar y hacer la voluntad de Dios. Esta normas pueden iluminar
nuestros criterios de discernimiento de los profetas, sobre todo el de confrontación
carismática45, y se nos puede hacer más fácil el distinguir. Hasta aquí estas reflexiones
sobre el carisma de profecía.
45
Entre otras cosas llama la atención la armonía entre el espíritu bueno y el ejercitante que va de bien en
mejor, p. e. EE 315, 329, 330, 335
5