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“Cuanta más sencillez y caridad empleemos en nuestra obra,
mayor gracia de Dios alcanzaremos para su buen éxito.”
Beato Federico Ozanam
Temas:
I. Formación Laical
II. Espiritualidad Vicentina
III. San Vicente de Paul y los Laicos
IV. La pobreza según San Vicente de Paul
V. Reflexión
VI. Manos a la obra
VII. Acciones
VIII. Carta José Ramón Díaz Torremocha
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MODULO 2:
FORMACIÓN Y ESPIRITUALIDAD
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I. FORMACIÓN LAICAL
“Hombres de la Iglesia en el corazón del mundo y hombres del mundo en el corazón de la iglesia”
(Documento de Puebla 7160)
La palabra laico o laica viene del griego LAOS que quiere
decir “PUEBLO”; por ello se afirma que una persona laica es
todo cristiano que está incorporado a Cristo por el Bautismo,
que forma el pueblo de Dios y participa de algunas funciones
de la Iglesia, exceptuando los miembros del orden sagrado
y del estado religioso reconocidos por la iglesia.
Los laicos viven en el mundo animados por su fe en
Jesucristo con participación plena: vida de familia, profesión,
actividades sociales, culturales, deportivas, políticas,
actividades que consagran a Dios y al hacerlo “consagran el
mundo a Dios” (Lg 34)
El laico comprometido realiza la misión de todo el pueblo
cristiano en la iglesia y en el mundo, sobresaliendo en su
actuar valores cristianos como amor, respeto, sinceridad,
responsabilidad, solidaridad, tolerancia, honestidad, humildad, paciencia, amistad, paz y
compañerismo. Su objetivo es mantener viva su conciencia de ser un miembro de la
iglesia, a quien se le confía una tarea para el bien de todos.
Todos los laicos con la conciencia clara no solo de pertenecer a la iglesia sino de ser
la iglesia misma, son los encargados por Dios en virtud del Bautismo del Apostolado,
adquiriendo la obligación y gozando del derecho ya sea individual o grupal de trabajar para
que el mensaje de salvación sea conocido y recibido por los hombres en la tierra a través
del Evangelio. Por esto la formación de los laicos es una prioridad para la iglesia e
implica dinamismo, actividad, metodología y preocupación, abarcando toda la vida
y estimulando ante todo la autoformación basada en la responsabilidad personal.
Es así que la formación como proceso integral, permanente y continuo debe estar
enmarcada en la realidad social, para responder a las necesidades desde el contexto
de su vocación; por ello se invita al laico a conocer y profundizar su misión, a vivir
profundamente su fe y con su acción transformar el medio con base en los valores
cristianos.
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La Iglesia es responsable de asegurar que los fieles reciban una formación adecuada para
responder a su misión. De igual manera cada persona (sea laico, sacerdote o religioso) tiene
la responsabilidad de buscar por diferentes medios (asambleas, conferencias, libros,
documentos, comentarios o cursos), la formación continua para lograr un conocimiento más
profundo de la Sagrada Escritura y de la Doctrina Católica nutriendo así su vida espiritual
y conociendo la realidad del mundo, para ayudar en la construcción del Reino de Dios.
Se hace necesario además de sensibilizar a todos los miembros de la comunidad sobre
la importancia de la formación, tomar conciencia de las responsabilidades como laicos
militantes en la vida y misión de la Iglesia y estar atentos a seguir la preparación en el lugar
y misión que se ha elegido.
En este sentido la FORMACION LAICAL es fundamental en cada uno de los MIEMBROS
DE LA SOCIEDAD SAN VICENTE DE PAUL, si queremos seguir siendo fieles al espíritu
de nuestros fundadores como solía decir el Beato Federico Ozanam, “La Sociedad San
Vicente de Paul quiere ser enteramente laica sin dejar de ser Católica”. Laica en su
organización interna, con plena integración en el mundo y su realidad, sobre todo en el
mundo de los pobres para redimirlos y consagrarlos.
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II. ESPIRITUALIDAD VICENTINA
“No comenzamos a ser cristianos por un dogma o una teoría sino por una experiencia”
Papa Benedicto XVI
La espiritualidad es la acción del Espíritu
en una persona o en una comunidad. El
Espíritu de Jesús es el actor fundamental
de la vida cristiana y somos nosotros
quienes respondemos libremente a Él con
la donación de nuestras vidas y la acción
de la Palabra.
Cuando se habla de espiritualidad
vicentina se refiere necesariamente a
los espacios dedicados a la oración
y reflexión diaria, entendida como
expresión viva, alimento de vida, ritual comunitario de fe que nos guía en todo momento,
manteniendo un equilibrio entre la oración y la acción. Recordemos que la oración es un
medio y no un fin de nuestra espiritualidad, el fin es amar a Dios y amar al pobre y el actuar
lo hacemos en el mundo, viviendo y experimentando a través de las relaciones humanas,
sobre todo en el contacto con el más necesitado.
Por tanto se debe ser consciente que al igual que la oración, las acciones de la vida
diaria son un encuentro con Dios que permiten entrelazar la oración con la realidad,
sentir la presencia de Dios en cada una de las actividades cotidianas y lograr transformar el
mundo y hacerlo más semejante a lo que él quiere, sin olvidar que cada ser humano tiene
una vocación fundamental: hacer que su vida sobre la tierra sea un camino para llegar a
Dios.
Solo podemos entender la espiritualidad a través de las experiencias que el ser humano
tiene con su realidad, lo cual quiere decir que el camino espiritual propio de los laicos
vicentinos existe y se encarna en su actividad diaria, es vivir y trabajar en el mundo de la
familia, del empleo, de las relaciones sociales, de las obras benéficas, de la comunidad,
de la política, del deporte, entre otros. Su caminar hacia Dios pasa necesariamente por
el servicio a favor de los pobres, teniendo presente que ser Vicentino es ser discípulo de
Cristo sirviendo a los pobres y descubriendo a Jesucristo en ellos.
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Lo primero que puede hacer una persona al sentir el llamado de Dios para vivir su vida cristiana
con espíritu vicentino es formarse a sí mismo, lo cual incluye un conocimiento progresivo del
verdadero espíritu de Jesucristo y una práctica de vida cristiana auténtica con todo lo que ésta
incluye: oración, sacramentos, vida cristiana familiar, vida cristiana profesional. También tendrá
que formarse en el conocimiento del mundo de los pobres, las causas que producen esta situación.
Para ello hay que estudiar, hay que formarse e informarse. Ozanam lo vio claro: “Solamente
cuando se ha estudiado al pobre en su casa, en el hospital, en el taller, en el campo, solamente
entonces, armados con los elementos de tan formidable problema, empezaremos a comprenderlo
y podremos pensar en intentar resolverlo” (L’Ere nouvelle, 14 de octubre de l848).
Hoy el laico vicentino debe vivir su vida sacramental a plenitud, encontrar a Cristo en los pobres,
ejercer la caridad solidaria, incluir al pobre en el proceso de su vida, en su mundo, haciendo parte
de su vida, de sus valores, de sus cuidados, de su amor, de su existencia plena, es incluirse en el
mundo del pobre. Es entregar lo mejor de sí para dignificar al otro como hijo de Dios.
La persona laica Vicentina bien formada sabrá combinar la vida familiar con el compromiso activo
a favor de los pobres, progresivamente encontrará el delicado equilibrio y la interrelación entre el
trabajo y la oración diaria, será consciente de que en una sana espiritualidad Vicentina LA ORACION
Y LA ACCION van de la mano, por ello una persona Laica vicentina del siglo XXI es como San
Vicente: contemplativa en la acción.
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III. SAN VICENTE DE PAÚL Y LOS LAICOS
Los laicos motivaron a San Vicente en
sus acciones apostólicas, convirtiéndose
en sus mejores aliados, prestando un
servicio al pobre, sosteniendo y dándo
continuidad a su obra.
En la época en que San Vicente inició su
apostolado la Iglesia era una jerarquía,
donde sus miembros desempeñaban
la función de gobernar, guiar la vida
Cristiana de los fieles católicos y luchar
contra el protestantismo. Él vivió en un
mundo de violencia en el que, detrás
de una fachada elegante, todo se regía
por medio de la fuerza. Era un tipo de
civilización muy masculina, cuyos excesos disfrutaban de libre curso: guerras externas,
duelos, exterminio de poblaciones y devastaciones de regiones enteras.
Es aquí donde él como persona activa se hizo sentir durante la Reforma Católica,
promoviendo sus ideas a través de proyectos como la transformación del Clero y las
misiones; siempre guiado por su talento y su habilidad organizadora, que lo impulsaron a
crear la TEOLOGIA DEL LAICADO, la cual dió origen a diversas iniciativas que cambiaron
la faz de la Iglesia.
San Vicente se da cuenta que hay recursos sin explotar, que los seglares pueden orientar
en la iglesia al servicio de los más necesitados, convirtiéndose así en animador de laicos,
a quienes revela su misión y responsabilidad, orientando su acción a favor de los pobres a
través de un servicio colectivo y solidario. La preocupación de Vicente no era simplemente
la eficacia pastoral, sino el crear un espíritu de comunidad y un sentido de pertenecía.
Gracias a un laico el Señor de Comet, Vicente inicia el oficio de «repetidor» con los niños
de los principales de Dax, labor que básicamente consistía en repasar en las casas las
lecciones que eran aprendidas en las escuelas por los niños de la clase alta de la sociedad.
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Posteriormente y con el apoyo de Francisca de Silla y su esposo el Señor de Gondi, funda
la Congregación de la Misión.
En 1617, en Chatillon-des-Dombes, Francisca Bachet de Mayseriat, una laica a la que
Vicente había regenerado, le propone invitar a los feligreses a ayudar a una familia enferma
y abandonada, con lo cual Vicente descubre la misión caritativa y promocional de la Iglesia y
la responsabilidad que todos tienen delante de Dios con los pobres. Muy pronto esa Iglesia
a través de legiones de laicos (las caridades) hoy Asociación Internacional de Caridad A.I.C.
se convierte en la mano bondadosa de ese Dios «rico en misericordia».
En 1633 la seglar Margarita Naseau tuvo la primera iniciativa que oriento a Vicente hacia
un servicio de los pobres por los pobres, lo cual dio origen a la fundación de las Hijas
de la Caridad. En 1634 otra laica, la Señora de Goussult propone a Vicente fundar una
caridad diferente a las existentes para cubrir diversas situaciones como la atención a los
900 enfermos del hospital central del Hotel Dieu. Vicente lo hace y a ella se une un grupo
de mujeres de clase alta y media de PARIS, siendo Luisa de Marillac una de las primeras,
convirtiéndose así en la promotora de mujeres laicas por excelencia.
Con este proceso se refleja el lugar preferente que concedió Vicente a las mujeres, ellas fueron
las primeras a las que él propuso una organización para canalizar su generosidad, y
encontrar soluciones a los problemas de la época. Gracias a ellas, madres de familia, damas
ostentosas, simples burguesas, modestas campesinas, solteras o viudas se consagran al
servicio de los pobres. Por medio de ellas, hace entrever a sus contemporáneos lo que
pudiera ser otro tipo de relaciones entre los hombres, un mundo humano y fraternal, donde
los humildes no serían los oprimidos de siempre. Por esta acción las mujeres ganan un
espacio en la sociedad, otorgándoles una función y una responsabilidad que perdurará a
través del tiempo.
Durante este trabajo se ven plasmados los pensamientos y acciones de Vicente relacionados
con la organización del laicado, resaltando la importancia de enseñar con el testimonio
y la palabra, de obrar juntos a través de una relación viva con la iglesia y organizar un
proyecto “espiritual y corporal”, en el cual el laico no se quede únicamente con la realidad
del momento y encuentre pautas para un futuro prometedor.
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Desde hace más de 40 años se habla mucho de los laicos y del laicado en la Iglesia,
particularmente después del Concilio. Hoy por hoy y luego de haber sido considerados por
mucho tiempo como menores, los laicos asumen responsabilidades en el mundo y en
la iglesia. Ellos son los que pueden, en nombre del mundo, interrogar a la Iglesia y a los
sacerdotes para ejercer cambios a través del análisis de las situaciones vividas.
Hoy en día y gracias a la expresión viva de San Vicente la Iglesia es ante todo un
pueblo, el Pueblo de Dios. En ella se distribuyen los servicios y las responsabilidades,
que en algunos casos son asumidos por los clérigos, que constituyen la jerarquía y en otros
son asumidos por laicos que desempeñan una misión cada vez más activa en la sociedad
y al interior de la Iglesia, a través del servicio a los pobres, el catecismo, la animación de la
palabra y la enseñanza bíblica para hacer presente a Cristo en su acción caritativa. Por ello
es fundamental estar dispuestos al dialogo, la participación, la reflexión, la transformación
de la realidad, la cordialidad y el trabajo en equipo.
Podemos resumir la acción del laico vicentino en tres palabras: Oración, Trabajo y
Entrega, que fueron los principios de Federico Ozanam para armonizar la justicia social y
la caridad cristiana. Somos llamados a servir como miembros de una comunidad que busca
ser creativos a la hora de ayudar en la promoción humana integral: alimentación, vivienda,
atención sanitaria, educación, evangelización y realización de celebraciones llenas de
espíritu de oración.
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IV. LA POBREZA SEGÚN SAN VICENTE DE PAÚL
Al hablar de este tema se pretende
entender a quien se refiere San Vicente
cuando habla de los “pobres” y los
propone como objeto de la actividad
evangelizadora.
La concepción que en un comienzo
tuvo San Vicente acerca de
los pobres la delimitó al campo
espiritual sin mencionar su situación
social o económica, catalogando
a los campesinos como personas
abandonadas espiritualmente en
contraste con los habitantes de las
ciudades que disfrutaban del acceso
a medios para crecer en el terreno
espiritual.
Como respuesta a esta situación San
Vicente crea en 1625 la Congregación
de la Misión, la cual en un primer
momento se dedica a evangelizar espiritualmente a los habitantes del mundo rural, quienes
eran calificados como “pobres” en un sentido socioeconómico, y para la Iglesia en un sentido
espiritual.
Esta perspectiva de la pobreza evolucionó a través del tiempo manteniendo la preferencia
por los habitantes del campo pero sin excluir la evangelización de otros pobres que vivían
en un ambiente diferente al rural, incluyendo ancianos, habitantes devastados por la guerra,
enfermos mentales, jóvenes de reformatorio, niños abandonados, condenados, aristócratas
arruinados y emigrados, soldados de guerra, indígenas y esclavos.
Es importante resaltar que la Congregación no cierra sus ojos a otras perspectivas
dedicándose a una obra concreta sino que acude a las necesidades más urgentes y más
abandonadas por lo cual es considerada como obra de Dios.
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Para San Vicente no es posible dedicarse a la evangelización sin un conocimiento
de sí mismo y de la sociedad, lo que permite entender a los demás y establecer
un contacto directo especialmente con los pobres. Las ayudas valen si promueven
al pobre a ser más persona, de lo contrario lo destruyen. Hay que educar al pobre en sus
valores realizando acciones que le permitan vivir dignamente y cambiar las estructuras que
lo oprimen. Todo esto tiene como prioridad las relaciones interpersonales manejadas desde
el respeto, la valoración, la comprensión, conocer y enfrentar sus necesidades básicas,
salvar la vida humana, distinguir entre dar y compartir y entre dar y ayudar.
Por ello el Laico Vicentino de la actualidad está llamado a comprender al más necesitado,
a darse cuenta de que ellos son la imagen viva de Cristo, a dejarse evangelizar por él,
como obra de la fe que procede de Dios y lleva a Dios, seguir su estilo de vida, su proyecto
de sociedad construido desde y para el pobre, ofreciendo lo que busca y necesita el hombre
de hoy, acogiendo a Jesús en primera instancia y comprendiendo que la opción por el pobre
es más que una exigencia de fe, si queremos ser verdaderamente humanos y construir
un mundo auténticamente caritativo. Para ser cristiano hoy y como lo ha sido en todos los
tiempos, nuestra existencia tiene que girar alrededor de la Persona de Jesús y de la
persona de los pobres.
No hay una sola manera de comprometerse con el pobre, existen muchos tipos de
compromiso. Desde el punto de vista religioso todos pueden ser iluminados por la fe. En
este sentido no se puede decir que la única responsabilidad sea hacer obras sociales o
luchar por el cambio de las estructuras, lo importante es que lo que se haga esté centrado en
la persona sin imponer ni condicionar su libertad, buscando hacer del pobre el protagonista
de su propio destino, de manera respetuosa, sin autoritarismo y bajo un acompañamiento
constante. El compromiso dependerá de la finalidad de la acción y de lo que se busca con
ella.
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V. REFLEXIÓN
Filipenses 2:25-30
“Ahora bien, creo que es necesario enviarles de vuelta a Epafrodito, mi hermano, colaborador
y compañero de lucha, a quien ustedes han enviado para atenderme en mis necesidades.
Él los extraña mucho a todos y está afligido porque ustedes se enteraron de que estaba
enfermo.En efecto, estuvo enfermo y al borde de la muerte; pero Dios se compadeció de
él, y no sólo de él sino también de mí, para no añadir tristeza a mi tristeza. Así que lo envío
urgentemente para que, al verlo de nuevo, ustedes se alegren y yo esté menos preocupado.
Recíbanlo en el Señor con toda alegría y honren a los que son como él, porque estuvo a
punto de morir por la obra de Cristo, arriesgando la vida para suplir el servicio que ustedes
no podían prestarme”.
Para meditar antes de empezar: ¿Hasta qué punto estás dispuesto a servir a Cristo? ¿Es
un compromiso con límites de tu parte o es un compromiso sin condiciones, de entrega
absoluta y total?
En el año 490 A.C. el ejército griego venció a los persas en una importante batalla. El
poderío persa por años había querido conquistar el territorio griego. Para ello contaba con
un poderoso ejército y con una armada impresionante. Por ello, cuando la victoria sobre los
persas se dio en esa batalla, enviaron a un mensajero para que llevara la buena noticia a
Atenas. El nombre del mensajero era Filípides, quien recorrió los 40 km sin parar. Al llegar a
Atenas dio la gran noticia y murió fatigado al instante siguiente. El nombre de la batalla era
Maratón y hoy la competencia atlética con ese nombre se corre en honor al corredor al que
no le importó su cansancio, sino que, teniendo una misión por cumplir, la llevó a cabo
hasta dar su vida por ello.
En el pasaje bíblico o de los Filipenses se hace alusión a otro griego llamado EPAFRODITO,
quien tenía una tarea que cumplir y al igual que FILÍPIDES no dudó en continuar aunque
ello significara colocar en riesgo su vida.
Muchas cosas admirables encontramos en EPAFRODITO. Pablo lo llama “mi hermano y
colaborador y compañero de milicia” haciendo mención a su rol como creyente y como
obrero. Era alguien al que se le podían encomendar tareas y estar seguro de que las llevaría
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a cabo. Más adelante Pablo hace mención al hecho de que EPAFRODITO era alguien
que realmente se interesaba por el bienestar de sus hermanos, antes que pensar en su
propia enfermedad (2.26, 27). En síntesis, este hermano era alguien usado por el Señor,
alguien que había entendido lo que el llamado al servicio significa, lo que es realmente una
entrega total al servicio de nuestro padre y de nuestros hermanos.
Reflexionemos lo que dice el versículo 30: “por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte,
exponiendo su vida para suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí”. Él estaba dispuesto
a servir más allá de sus fuerzas, pues había entendido que dentro de la nueva vida que
Cristo da, está el llamado a un servicio permanente y desinteresado. Y la motivación
para ello debe ser el amor por Cristo y el amor por mis hermanos, algo que definitivamente
EPAFRODITO tenía muy claro.
¿Y yo? ¿Yo tengo claro cómo debe ser mi amor por Cristo y mi amor y relación con
los demás consocios? ¿Cómo debe ser mi compromiso como vicentino y servidor
de los demás?
En oración silenciosa, pidámosle al Señor que nos muestre como es la calidad de mi servicio
a él y en nuestra Conferencia demos gracias a Dios por los obreros que el Señor tiene en
cada iglesia y pidamos para que podamos servir fielmente toda nuestra vida, por amor al
que nos salvó.
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VI. MANOS A LA OBRA
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR
1. ¿Qué es un laico? _______________________________________________________
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2. ¿Cuáles son las cualidades del laico? ________________________________________
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3. ¿Cuál es la misión del laico? _______________________________________________
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4. ¿Qué implica la formación del laico?_________________________________________
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5. ¿Quiénes son los responsables de la formación? _______________________________
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EJEMPLO DE VIDA
¿En que sobresalieron nuestros primeros vicentinos como laicos?
FRANCISCA DE SILLA Y SU
ESPOSO EL SEÑOR DE GONDI
LUISA DE MARILLAC
SEÑORA DE GOUSSULT
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FRANCISCA BACHET
DE MAYSERIAT
MARGARITA NASEAU
SEÑOR DE COMET
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LAICO VICENTINO
¿Qué características deben identificar a un laico vicentino realmente comprometido?
Las escribo utilizando la imagen.
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MI COMPROMISO COMO LAICO VICENTINO
Analizo las características del Laico Comprometido y del Laico Vicentino, que escribí en
la actividad anterior, así como las mencionadas por José Ramón Díaz Torremocha en su
carta circular del 30 de Junio del 2011. ¿Reúno estas características? Mi conferencia actúa
acorde a ellas?
¿Qué compromiso puedo establecer para ser cada día mejor laico, mejor vicentino al
interior de mi conferencia y mejor miembro activo de la Sociedad San Vicente de Paul de
Bucaramanga?
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VII. ACCIONES
http://youtu.be/xiv0Zb24VoA
http://youtu.be/gPhDl65W8K8
http://youtu.be/ABpFEmqIrtY
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VIII. CARTA DE JOSE RAMON DIAZ TORREMOCHA
París, 30 de Junio de 2001
CARTA - CIRCULAR A MIS QUERIDOS CONSOCIOS LOS MIEMBROS DE LAS
CONFERENCIAS DE SAN VICENTE EN EL MUNDO.
Queridos amigos y consocios:
La vocación de servicio a los pobres, en la verdadera comunidad de oración y acción
que debe ser cada Conferencia, no esta circunscrita solo a la vida de nuestro propio grupo
vicentino. Cuando llegamos a la Conferencia por primera vez, seguramente alguno de los
consocios más antiguos de la Conferencia, nos contó como con nuestra entrada en ella,
pasábamos a formar parte de la fraternidad de una gran institución caracterizada por los
vínculos de amistad y hermanamiento entre los consocios y que se extendía por más de
ciento treinta países y a la que pertenecían centenares de miles de personas. De hombres y
mujeres como cualesquiera otros: simples cristianos laicos, humildes, trabajadores muchas
veces sin mas medios que la oración y la entrega generosa, persona a persona. Entrega
desinteresada desde planteamientos únicamente humanos y profundamente interesada en
cuanto a participar del dolor de los otros. Entre todos, nos diría nuestro querido y viejo
consocio, conformamos una de las Instituciones católicas más importantes del mundo.
La importancia adquirida por las Conferencias en el universo católico, mas que un honor,
como por otra parte sin duda lo es, debe ser para nosotros un acicate que nos obligue a
estar muy atentos a las necesidades de esa Iglesia de los pobres a la que queremos servir.
Efectivamente, siendo fundamental nuestro sentido de pertenencia a la Santa Iglesia de los
pobres, hemos de tener muy claro que significa y como vivirlo. Puede ayudar el recordar las
siguientes y sencillas reglas que nuestra tradición nos ha dejado:
Los vicentinos oran y meditan la Palabra de Dios en la comunidad cristiana de la
Conferencia, siendo su primera preocupación la activa unión en amor y amistad, con
sus compañeros de grupo.
Los vicentinos participan del dolor y la necesidad de los pobres, individual y comunitariamente,
poniendo su oración, trabajo, imaginación y sus sueños al servicio de encontrar caminos que
acaben con su sufrimiento. Laborando activamente en todos los campos sociales posibles,
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sin olvidar primero el reconfortar al ser humano individual que sufre.
Los vicentinos no juzgan: están disponibles siempre.
Los vicentinos, responden a sus promesas bautismales, peculiarmente, en su entrega a los
pobres.
Los vicentinos, aman profundamente a la Santa Iglesia de Cristo.
Los vicentinos, sienten constantemente la preocupación por la formación que les
capacite para un mejor servicio a Cristo en los pobres, a la comunidad cristiana y a la santa
iglesia católica.
Los vicentinos, son conscientes de su responsabilidad en la extensión de la Buena Nueva y
del deber de hacerlo enseñando con el testimonio de la propia vida. Siendo alegres testigos
de esperanza.
Los vicentinos, gozando y enseñoreando la tierra en la que cada uno nació, trabajan y se
sienten ciudadanos del mundo y hermanos de todo el gé nero humano.
Los vicentinos, potencian el trabajo en común. Potencian su unidad comunitaria. De ahí
que su entrega a los más pobres, la realicen siempre en pareja de consocios que trabajan
íntimamente unidos.
Todas estas exigencias, resumidas de nuestra más querida tradición, deben hacernos
reflexionar sobre lo que para cada uno de nosotros significa nuestra pertenencia a
las Conferencias. Efectivamente, con demasiada frecuencia, caemos en la conformidad,
en la rutina. En la tranquilidad de nuestra semanal actuación, que si hace mucho bien a las
personas en las que nos encontramos, acaba con la inquietud de examinar continuamente
a nuestro alrededor, las nuevas causas de sufrimiento que van apareciendo. Esta cierta
conformidad rutinaria que se observar en algunas de nuestras Conferencias, termina
ajando, envejeciendo y haciendo poco atractivo para los que nos observan desde fuera de
la Sociedad, el propio mensaje que tenemos obligación de transmitir.
Se encuentra con frecuencia este defecto, fundamentalmente, en muchas de nuestras
Conferencias del llamado primer mundo de las que recibimos también, su lamento por
no contar con nuevos consocios en ellas. Han de preguntarse esos queridos consocios:
¿Atendemos las necesidades que hoy desbordan e interesan al mundo en el que trabajamos
y al que queremos servir?. ¿Empleamos el lenguaje adecuado?. ¿Utilizamos modos y
medios apropiados para nuestro tiempo?. Seguramente un sereno examen, les hará variar
su forma de trabajar, de percibir la realidad y con ello, conseguirán el concurso de nuevos
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consocios.
Una de las obligaciones más graves de cada uno de nuestros grupos, es examinar cuales
son las circunstancias que concurren alrededor del espacio y del tiempo en el que están
trabajando. Las prisas, la falta de examen frecuente de nuestra actividad, son quizás el
mayor enemigo en Ia vida de los consocios y de las Conferencias. La actividad por los más
necesitados a los que atendemos, no puede dejarnos sin tiempo para la reflexión. Para al
examen sereno de nuestra actividad.
Entiendo que sería francamente muy bueno y que las consecuencias se notarían rápidamente
en la vida de la Conferencia, si al menos una vez al trimestre, dejáramos una sesión de la
conferencia, para examinar nuestro camino y la capacidad en la que nos encontramos no
solarnente para atender a las pobrezas que surgen y son detectables a nuestro alrededor:
también para descubrir nuevas causas de sufrimiento y ver, con claridad, si estamos
preparados para recibir a nuevos consocios entre nosotros. Esto es: si somos atractivos en
nuestros procedimientos y en la imagen que perciben los extraños de nuestro grupo, como
para que se sientan atraídos y en la necesidad de incorporarse a nuestra peculiar forma de
ocuparnos del sufrimiento de nuestros hermanos. De unirse a nuestra comunidad cristiana
de oración y acción. Tengo en ocasiones la impresión, que falta la ilusión que regala la fe,
por falsa vergüenza en la transmisión a los otros, de lo que hacemos y de los beneficios
que obtenemos.
Llegados a este punto y aunque más tarde volveré sobre este tema, el de como acoger a
los nuevos consocios, es bueno recordar nuestra obligación de atraer nuevos miembros a
nuestros fraternos grupos y por dos razones fundamentales. La primera, y sin que el orden
establezcan prelación de ninguna clase, ambas son iguales de importantes, la primera
repito: por encontrar fuerzas para atender a nuestros amigos en necesidad. Para poder
seguir creciendo en la atención a todas las necesidades que surgen a nuestro alrededor. En
segundo lugar, por exigencia apostólica. Por el bien que cada uno de los nuevos consocios,
encontrarán en nuestra fraternidad vicentina. El mismo que un día encontramos cada uno de
nosotros al llegar a la Conferencia de la que tanto bien hemos recibido. Creo poder afirmar
sin ningún genero de duda, que la Conferencia que no crece cada año, ha perdido la
capacidad de enamorar, de convencer. Ha dejado de ser atractiva y, esta pérdida, supone
que se aleja del ideal de nuestros grupos que por su tolerancia, frescura, libertad, amistad,
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capacidad de entrega, etc., deben ser siempre atractivos para los que nos observan desde
fuera.
Por todo lo anterior, parece esta buena ocasión, para repasar en la intimidad de nuestros
grupos, con cada uno de ustedes y con la modesta ayuda que pretenden dar las líneas
que seguirán, reflexionar sobre lo que debe ser la reunión de una Conferencia, cuales
los modos peculiares vicentinos que, en nuestras reuniones, la experiencia de tantos años
de vida ha demostrado contribuyen al fin último de nuestra asociación fraterna que, no
debemos olvidar, es ante todo recorrer unidos el camino de perfeccionamiento que ha
de Ilevarnos a la Casa del Padre. Porque en primer lugar, recordemos que las Conferencias
se crean: para contribuir a la profundización en la fe de sus miembros.
La ayuda a los necesitados, alimentará la espiritualidad vivida en el seno de la Conferencia,
a cuyo calor, a su vez, el impulso caritativo, el amor al prójimo, es capaz de existir y alentar. De
alcanzar las más altas cotas de entrega a los que sufren, si somos capaces de permanecer
unidos y en comunión con el Divino Maestro. Es pues, la reunión de Conferencia, lugar
al que vamos a profundizar en nuestra fe, potenciar nuestra esperanza y entregarnos
en caridad, en amor.
Recordados estos principios fundamentales de nuestra filosofía vicentina, llega el momento
de repasar y comentar los distintos momentos de una reunión de Conferencia, lo que
intentaré hacer al mismo ritmo al que habitualmente se suceden. Estas generalidades, en
la mayoría de las ocasiones no valoradas en su justa importancia, contribuyen en no poca
medida, a crear el clima adecuado que debe presidir la reunión de la Conferencia.
La periodicidad es fundamental para conservar y desarrollar una amistad cada vez mas
profunda e íntima entre los consocios. Pero también lo es para que nuestra ayuda a los que
sufren, sea todo lo eficiente que la necesidad exija. Debemos siempre tener muy presente
que, nuestro esfuerzo es urgente, pues se dirige a favor de personas y a personas que
sufren.
Desde la fundación de nuestras Conferencias, se estima que el período óptimo de nuestros
encuentros, es el semanal. Acortar la frecuencia de los mismos es muchas veces imposible
y fijarlos quincenalmente, parece demasiado tiempo para prestar el servicio adecuado. El
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local de la reunión, que evidentemente no debe ser sitio lujoso, será lugar decoroso, a
poder ser ubicado en la misma zona en la que se actúe, que sea conocido por los amigos
en necesidad y por los distintos agentes religiosos y sociales que actúen en ella, con los
que se deberá estar en permanente contacto de disponibilidad y plena colaboración en el
servicio a los que lo necesitan. Será un sitio, si nuestros modestos medios nos lo permiten,
en el que sea agradable permanecer. Ni helador en invierno, ni agobiante en verano. Un
espacio físico, en el que procuremos sentirnos a gusto y lo incorporemos a nuestro universo
espacial.
Tradicionalmente, las Conferencias han permanecido muy unidas y trabajando en locales
parroquiales de las zonas en las que ejercían su actividad, Es muy aconsejable que sea
así, pues será más fácil integrarnos y colaborar en la pastoral parroquial y diocesana. Sin
embargo, cuando ello no es posible por las diferentes circunstancias adversas que pueden
concurrir, nuestros grupos deben habilitar para sus reuniones otros sitios y sacarles el
máximo partido posible. No solo deben estar nuestros fondos al servicio de los pobres,
también todo aquello con lo que contemos y que pueda ser destinado a servicios de estos
últimos por pequeños que estos sean.
También es muy conveniente y la experiencia de muchos lugares lo aconseja, procurar
una relación frecuente entre los consocios al margen de la reunión estrictamente vicentina.
Las diversiones comunes, la vida social, etc. ayudan en la mayoría de los casos a sentirse
miembro de una comunidad que informa plenamente nuestra vida y no solo el rato de la
reunión semanal.
La puntualidad es regla básica en toda comunidad social. Es muy importante que cada
consocio, acuda con algunos minutos de antelación a la hora de la reunión, para poder
comenzarla puntualmente. Se evitaran distracciones para los ya reunidos, ante la entrada
de los rezagados. Es quizás, el primer acto de amor, de entrega, que nos solicitan el resto
de nuestros consocios.
Pasemos ahora a contemplar la reunión propiamente dicha. La reunión comienza con la
oración de apertura que realiza el Presidente. Deberemos ponernos todos en actitud de
diálogo. En definitiva, eso es la oración. Solicitemos con seriedad, pensando en lo que
hacemos, la ayuda del Espíritu.
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La comunidad está reunida. Abramos el corazón al Padre y a nuestros hermanos. Creo que
es el momento de mayor importancia de la reunión, pues prepara para lo que ha de venir
después. Nos prepara para aceptar ser instrumentos. No la realicemos mecánicamente.
Debemos entender con la mayor seriedad, que nos estamos sintiendo como grupo,
comunitariamente, en presencia de Dios y para actuar en Su nombre y en Su presencia. El
espíritu con el que realicemos esta primera oración, repito, ha de influir en la percepción con
la que recibamos los diferentes asuntos a lo largo de toda la reunión.
La lectura y meditación que sigue, debe de hacerse sobre un texto que potencie nuestra vida
cristiana y eclesial, el carisma seglar y vicenciano y la profundización en el amor. También de
textos que interpelen nuestra actuación. Que nos recuerden la obligación de mantenernos
alerta ante la aparición de nuevas formas de sufrimiento a las que tenemos la obligación
de reaccionar y combatir. De recordarnos que nuestro esfuerzo, debe ir encaminado a
ayudar a superar la situación en la que se encuentran nuestros amigos en necesidad. No
simplemente a atender a los efectos: también a buscar las causas. No es el momento
para que el Secretario vaya redactando el acta o el Tesorero las cuentas. Es el momento
central de la reunión. Hay que unir el alma directamente al oído. Como recomendación,
es conveniente que distintos consocios se ocupen cada semana de buscar material para
la lectura-meditación y no solo el asesor espiritual y que esta, no supere los diez minutos.
Después, unos instantes de silencio, ayudaran a interiorizar lo escuchado.
Ya hemos asimilado lo oído. Alguna cosa nos ha dicho el texto en lo mas profundo de cada
uno de nosotros. Ahora se trata de poner en común, de enriquecemos, con los comentarios
de los consocios. Deben ser diez o quince minutos plenos de intercambios de puntos de
vista y de enriquecimiento espiritual y también intelectual.
En esta puesta en común, es fundamental el asesor o asesora religiosa. Con su saber
estar, con su caridad, nos enseñará no buscando ningún tipo de protagonismo. Centrará
las discusiónes, corregirá allí donde hubiera necesidad de hacerlo y mantendrá con ayuda
de todos, el cuidado de la fe y la doctrina. De no existir asesor religioso, deberá ser misión
del Presidente de la Conferencia o de algún consocio especialmente preparado para ello.
Posteriormente, llegamos a la lectura del acta de la sesión anterior y a la de las cuentas de
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tesorería que, previamente realizadas, han traído el Secretario y Tesorero respectivamente.
Ambas, serán aprobadas con los matices que correspondan, por los miembros de la
Conferencia. Llega el momento de comentar la situación de nuestros hermanos necesitados
a los que prestamos ayuda. Las parejas encargadas, irán exponiendo la situación que
atraviesa cada uno, la carencia más urgente y el modo de solucionarla. Oigamos la opinión
del resto de nuestros consocios en unos comentarios presididos siempre por la caridad.
Ellos, ayudaran con su consejo a encontrar la mejor respuesta. Es muy conveniente que
esta parte de la reunión, se siga con gran interés por parte de todos los consocios. La
experiencia de cada uno, sin duda puede servir a los otros.
Cada semana, encarguemos especialmente a una pareja que exponga con todo detalle, las
circunstancias por las que atraviesa una determinada familia o la obra a ellos encomendada.
Su historia, sus carencias, defectos y virtudes, etc, para saber como potenciar los unos y
aminorar los otros. Para servir mejor en definitiva. De esta forma, toda la Conferencia, estará
al corriente de las situaciones a las que ampara y será fácil continuar la labor emprendida
cuando algún consocio falte por cualquier circunstancia. Muchas Conferencias, cambian
frecuentemente los componentes de las parejas de visitadores y de las familias u obras
que de algún modo tutelan. Suele dar muy buen resultado, pues así se consiguen distintos
criterios que ayudan a lograr un mejor servicio.
No olvidemos a los que están lejos y no los vemos con los ojos pero a los que tenemos
la obligación de percibir con el alma. Los pobres existen en todas partes y en todas las
sociedades por muy ricas que parezcan. Cuando no vemos pobres económicamente
hablando a nuestro alrededor, cuando estemos atendiendo a pobrezas de otro tipo:
morales, de enfermedad, etc., recordemos que en otras ciudades, en otras naciones, otros
consocios como nosotros, pasan por la angustia de no poder atender a tantas necesidad es
que, con una pequeña parte de los recursos de Conferencias de otras latitudes, quedarían
plenamente cubiertas. Hagámoslas llegar. Sin cicaterias.
Sabiendo que serán bien administradas por otros vicentinos iguales a nosotros. Abramos
nuestra alma al mundo. Globalicemos nuestra mirada. Superemos la pequeñez de
nuestro mundo inmediato, siendo conscientes de que Cristo nos ha querido universales.
Incorporemos poco a poco, nuestro sentido de pertenencia a una Sociedad de San Vicente
de Paul, que es universal.
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Tampoco olvidemos a los consocios que dejan de asistir a la reunión de la Conferencia:
¿estarán enfermos?, ¿les habremos defraudado de alguna manera?, ¿estarán pasando
alguna dificultad?. ¿Cómo si pretendemos ocuparnos de los demás, de los ajenos a
la comunidad de la Conferencia, vamos a olvidar a los más próximos?. Una magnifica
costumbre, desgraciadamente un tanto perdida, es la de presentación previa de los
candidatos, futuros consocios, a trabajar a nuestro lado. Es conveniente que el consocio
que trae un nuevo miembro, exponga en una reunión su deseo de invitar a aquel a formar
parte de la Conferencia. Informará a sus hermanos, sobre las circunstancias personales
del mismo, de los motivos que impulsan su deseo de incorporarse a la Conferencia y
fundamentalmente, de como puede la Conferencia ayudarle en su proceso de vida.
Es importante que calibremos nuestras fuerzas. Que nos examinemos si somos capaces
de recibir al nuevo consocio al que deberemos prestar una atención preferente y singular
siempre, pero especialmente hasta que logre su acomodo entre nosotros. Que nos atrevamos
a crecer y asumir el riesgo que siempre conlleva. Pediremos ayuda al Espíritu y tomaremos
el correspondiente acuerdo que figurará en acta. Daremos la bienvenida al nuevo hermano,
en la siguiente reunión, conscientes del reto que asumimos: el de crecer, que es siempre
subir un peldaño en el camino de perfección al que nuestro Padre nos tiene llamados.
Viene después la colecta. ¿La hora del dinero?. No. La hora de compartir, de renunciar. No
solo de estar dispuestos a dar de lo que sobra.De prescindir de aquello que nos duele en
nuestro deseo de poseer. De compartir lo nuestro con un hermano que sufre, que lo necesita
con urgencia. No se dice si mas o menos que nosotros: sino “con urgencia” . La reunión
nos ha ido <<caldeando>>. Hemos participado de los problemas de los demás. Los hemos
hecho nuestros. Ahora, en secreta colecta, intentemos aportar los medios necesarios para
que algunos de nuestros hermanos en necesidad, sufran menos.
Al finalizar la reunión, demos gracias a Dios con las oraciones finales. La hora y media
o dos horas de nuestra reunión, tocan a su fin. Paremonos a pedir al Señor que nos
ayude a conservar el fuego de amor logrado durante la reunión de manera que informe
toda nuestra vida, no solo el tiempo de la sesión de la Conferencia: todo nuestro tiempo.
Encomendemonos a María, Madre de la Iglesia a través del Beato Federico Ozanam y San
Vicente. Después, vayamos a inundar el mundo con el amor que, entre todos, hemos sido
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capaces de reflejar del Padre.
Llega, por último, la visita a los amigos en necesidad, el contacto personal con el que
sufre. En pocas líneas decir que habrá de hacerse como decía un viejo consocio <<a
reloj parado>>. Es el encuentro como con nuestro pariente más querido. Sin prisas. Sin
imposiciones. Con tolerancia. Respetando escrupulosamente su libertad de opción, aún
cuando se equivoque. Vamos a intentar compartir con él, ayudarle, no a dirigir su vida. De
la bondad con la que presentemos nuestras alternativas, de la atención, comprensión y
cercanía que empleemos para aconsejarle, de la sinceridad que demostremos con nuestra
entrega, dependerá que llegue a sentir con nosotros y a descubrir el fin último de toda la
acción de las Conferencias: la santificación personal de los miembros y de los amigos en
necesidad, cuyas cargas queremos compartir y hacemos nuestras.
Mis queridos amigos: desde el principio de los tiempos, con el Sacramento del Bautismo,
se nos llama a la extensión de la Buena Nueva. A todos. No solamente a aquellos cristianos
que han sido llamados a la consagración eclesial directa. En nuestra época, esta llamada se
hace especialmente urgente. Si es urgente para todo el Pueblo de Dios, lo es particularmente
para los que hemos adquirido un compromiso claro de entrega al servicio de los pobres.
Hemos de predicar con el ejemplo de nuestros actos. Es verdad. Pero también hemos de
acostumbrarnos a predicar a los hombres, de viva voz, que Dios les ama.
La Santa Iglesia, necesita hoy especialmente, agentes de propagación del Evangelio. De
hombres y mujeres, que lleven el mensaje de Cristo a los lugares de trabajo, de diversión,
familiares, etc. Incorporando el mensaje a todos los actos de nuestra vida cotidiana. Nuestros
fundadores, aquel grupo de jóvenes que supo interpretar como nadie la herencia de Vicente
de Paul, nos dejaron al santo de los pobres como ejemplo de vida. En estos momentos, es
especialmente interesante y necesario para los vicentinos en su servicio eclesial, recuperar
la herencia misionera de San Vicente.
Es la hora del compromiso de los seglares según nos recuerdan con frecuencia. Pero lo
es de los seglares en comunidad En grupos de ayuda mutua. No olvidemos potenciar esa
riqueza fundamental de nuestra Institución. Además de riqueza, obliga a la actuación. Que
cada día, cada vicentino, termine su jornada sabiendo que sin estridencia, sabiéndose
indigno del mensaje que porta, en la más absoluta normalidad, con alegría, ha llevado a
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Dios, ha llevado la presencia del Hijo del Hombre, a cada uno de los lugares
en los que ha permanecido.
Vuelvo los ojos a María, Ella que es nuestra Madre, consiga de nuestro Padre
Celestial, que seamos capaces de servir bien y fielmente a los pobres,de
acuerdo al ejemplo de Vicente de Paul y Federico Ozanam.
José Ramón Diaz Torremocha
XIV Presidente General Internacional
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