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Revista de Pastoral Juvenil 477 enero 2012
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Tema 1
La Escritura es Tradición
Diego M. Molina Molina1
1.
Presentación del tema
Que el cristianismo tiene que ver con Cristo es algo que se encuentra en la misma
palabra que designa este movimiento religioso que se configuró hace unos dos mil años.
Todavía más, que Jesús de Nazaret, el Cristo, es el centro del evangelio parece evidente,
aunque las consecuencias que ello tiene no sean tan evidentes.
Por lo pronto, el cristianismo, como hemos visto en el tema introductorio, no se
fundamenta en una serie de libros que, con el paso del tiempo, dieron lugar a lo que hoy
llamamos la Biblia, como si ser cristiano fuera el vivir de acuerdo con lo que esos libros
contienen; tampoco el cristianismo da un valor absoluto a los testimonios que la
comunidad cristiana ha ido transmitiendo de generación en generación sino que su centro
es Cristo y sólo en la medida en que ponemos nuestra vida en sus manos; sólo cuando nos
abandonamos confiadamente en Dios que se ha hecho presente en Jesús de Nazaret,
podemos decir que somos cristianos.
La pregunta que surge, y sobre la que versa este tema, es cómo podemos llegar a
encontrarnos con esa persona que vivió en nuestro mundo durante unos años muy
concretos; cómo podemos acceder a unos hechos que ocurrieron en nuestra historia, y que,
como tales, tuvieron un comienzo y un final. La respuesta a esta pregunta ha dado lugar a
algunas de las discusiones más acaloradas de la historia del cristianismo. Veamos las dos
más significativas porque pueden todavía iluminarnos:
a) El movimiento gnóstico, nacido durante el siglo I d. C. y cuyo florecimiento tuvo
lugar en el siglo II, defendió el acceso directo a la revelación de Dios (y a Dios) a través de
comunicaciones secretas que recibían aquellas personas que se encontraban en un estado
espiritual superior. Para este movimiento lo importante era Cristo, pero el Cristo glorioso
que no tenía mucho que ver con Jesús de Nazaret, y al que única y absolutamente se llegaba
por la vía de una revelación especial interior. Con esta postura la importancia de la persona
Jesús desaparece y acceder a ella es algo sin relevancia. Nótese que también hoy surgen
posturas de este tipo en ciertos ambientes cristianos, que separan totalmente el Cristo
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Profesor de Eclesiología de la Facultad de Teología de Granada
Revista de Pastoral Juvenil 477 enero 2012
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glorioso de Jesús de Nazaret (muchas veces para posibilitar el diálogo interreligioso
negando una especie de superioridad al cristianismo que estribaría en que Dios se ha hecho
presente de forma histórica en Jesús, por lo que este ser humano se convierte en camino
absoluto para el acceso pleno a Dios).
Desde el principio se rebatió esta idea subrayando que nuestro acceso a Dios, como
el de aquellos primeros hombres y mujeres que estuvieron en contacto con Jesús, se realiza
a través de la persona de Jesús de Nazaret y, en nuestro caso, dicho acceso se produce a
través de aquellos que compartieron su vida y que experimentaron que Jesús era el que les
ponía en relación con Dios de una manera más perfecta a otros medios para llegar a él.
Éstos fueron los testigos que predicaron que en Cristo se había producido la revelación
total y definitiva de Dios y este fue el contenido primordial que los apóstoles nos han
transmitido (algo, por tanto, mucho más importante y primario que una serie de
formulaciones concretas). Esta predicación apostólica está en el origen de lo que llamamos
Tradición y que es el proceso por el que se nos transmite de generación en generación la
posibilidad de llegar a encontrarnos con Jesucristo. Esta predicación junto con la liturgia
incipiente que se gestó en las primeras comunidades cuando se reunían para compartir el
pan son los medios originarios de la transmisión de la fe.
Muy pronto, sin embargo, las primeras comunidades también van a recurrir a una
serie de escritos en los que ellas veían reflejados la fe que profesaban, especialmente
cuando los primeros testigos fueron muriendo y surgió la preocupación por mantener su
predicación de manera pura. Empieza a formarse entonces una colección de pequeños
libros que, a la postre, dieron lugar a lo que conocemos como el Nuevo Testamento, que
junto con el Antiguo, formaron el canon de las Escrituras. Estas son posteriores
cronológicamente al hecho de la predicación de los apóstoles de tal manera que con San
Ireneo podemos decir que “no hemos conocido la economía de nuestra salvación, sino por
aquellos a través de los cuales el Evangelio ha llegado hasta nosotros: ellos primero lo
proclamaron, después por voluntad de Dios nos lo transmitieron por escrito para que fuese
“columna y fundamento” (Adversus Haereses III, 1). La Escritura surge dentro de una
Tradición, la de la primera comunidad cristiana que les da los medios para discernir cuáles
escritos reflejan su fe y cuáles no, y una vez aceptada por la comunidad, la Escritura se
convierte, a su vez, en el criterio para discernir cuál es la auténtica Tradición de la
comunidad cristiana. Al existir ya la Escritura y la Tradición surge la pregunta por la
relación entre ambas, pregunta importante a partir, sobre todo, de la Reforma protestante
del siglo XVI.
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b) La segunda discusión fue la iniciada por Martín Lutero y trata sobre la relación
entre Escritura y Tradición, y en el fondo, en la pregunta de cuál es la fuente a través de la
cual podemos llegar a Jesús. Lutero defiende el principio de la “sola Escritura”, por el que
rechazaba el valor de la “tradición eclesiástica” que se había colocado en el lugar de la
Escritura, y negaba la capacidad de la Iglesia para interpretar con autoridad los textos
bíblicos, porque esto colocaba a la Iglesia por encima de la propia Escritura. La crítica de
los reformados nos hace caer en la cuenta del cuidado que hay que tener para no hacer
“palabra de Dios” de lo que es “palabra de los hombres”. Si es verdad que la Escritura nace
dentro de la Tradición y es un vehículo más de la misma, también lo es que tenemos la
tentación de confundir dicha Tradición con multitud de tradiciones que han de ser
constantemente revisadas para que no obstaculicen la transmisión de la revelación de Dios.
Se crea así un círculo en el que Escritura y Tradición han de estar constantemente
relacionadas de manera que los diversos acentos evitan el deslizamiento a posiciones
absolutas que en nada ayudan a la transmisión del mensaje de Jesucristo. La importancia de
la Escritura como la única norma, recuerda que la Iglesia no se pertenece a sí misma y que
ella no es su cabeza. Jesucristo aparece así claramente como el que salva y ante cuya Palabra
–el Evangelio–, todo ha de estar subordinado. La función crítica de la Escritura evita que se
mezcle la verdad humana y la verdad divina en la comprensión de la Iglesia y que cualquier
iglesia pueda absolutizar determinadas “tradiciones” e identificarlas con la Tradición de la
Iglesia. El Concilio Vaticano II señala claramente que la Escritura es la “suprema norma de
la fe” (Dei Verbum 21) y que todas las demás instancias de la Iglesia están subordinadas a
dicho criterio, incluyendo el Magisterio, que tiene una función servicial con respecto a
aquélla (Dei Verbum 10).
La importancia de la Tradición subraya que la comunicación de Dios se sigue
produciendo hoy en medio de una comunidad concreta y que el Espíritu sigue actuando en
la Iglesia, conduciéndola a la plenitud de la verdad, aun cuando ésta se entienda como una
profundización en lo que, al menos en germen, ya se encuentra en la Escritura. La
interpretación de la Escritura dentro de la “gran Tradición” de la Iglesia evita la
absolutización de cualquier interpretación a la hora de leer el Evangelio, y proporciona la
posibilidad de usar los métodos hermenéuticos de forma flexible y dinámica.
A través del mantenimiento de ambas magnitudes además se posibilita el que se
pueda avanzar de forma más segura en el conocimiento de la verdad total de Jesucristo, ya
que, a partir de la Escritura, es la Tradición de la Iglesia la llamada a ir profundizando en
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ella y a ir actualizando el mensaje del evangelio de manera que sea todavía significativo para
los creyentes.
2.
Textos para profundizar
En las Escrituras hay textos que remiten a la importancia de la predicación para el
acceso a la persona de Jesús. Véase el siguiente tomado de la carta a los Romanos de San
Pablo.
“Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero ¿cómo invocarán a
aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído?
¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados?
Como dice la Escritura: ¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien! Pero
no todos obedecieron a la Buena Nueva. Porque Isaías dice: ¡Señor!, ¿quién ha
creído a nuestra predicación? Por tanto, la fe viene de la predicación, y la
predicación, por la Palabra de Cristo. (Romanos 10, 13-17).
La distinción entre Tradición y tradiciones es, como hemos visto, fundamental, sin
embargo se torna, en ocasiones difícil de discernir.
En 1998 los Obispos de las Diócesis de Pamplona y Tudela, Vitoria, San Sebastián
y Bizkaia escribieron:
Quienes se resisten a una renovación de la Iglesia concebida y realizada
de estas coordenadas incurren, por su parte, en una doble
confusión.
dentro
Por
un
lado, consideran como absoluto e intangible lo que es variable y mejorable e incluso
a veces pecaminoso. Es una tentación de idolatría. Por otro lado, confunden las
tradiciones con la tradición. Se aferran a modos de concebir, expresar y vivir la fe
católica que, en muchos casos, pertenecen a usos todavía recientes. La renovación
que promueve la Iglesia es, en buena parte, retorno a un fondo genuinamente
tradicional, apoyado en el Nuevo Testamento y anterior a los revestimientos de los
últimos siglos a los que se adhieren con excesivo entusiasmo los grupos reacios a la
renovación. Carta pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, San Sebastián,
Bizkaia y Vitoria, Seguir a Jesucristo en esta Iglesia 1998)
El Sínodo de la Palabra celebrado en 2008, en su mensaje final, proclama:
“La Palabra de Dios precede y excede la Biblia, si bien está «inspirada por Dios» y
contiene la Palabra divina eficaz (cf. 2 Tm 3, 16). Por este motivo nuestra fe no
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tiene en el centro sólo un libro, sino una historia de salvación y, como veremos, una
persona, Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne, hombre, historia. Precisamente
porque el horizonte de la Palabra divina abraza y se extiende más allá de la
Escritura, es necesaria la constante presencia del Espíritu Santo que «guía hasta la
verdad completa» (Jn 16, 13) a quien lee la Biblia. Es ésta la gran Tradición,
presencia eficaz del “Espíritu de verdad” en la Iglesia, guardián de las Sagradas
Escrituras, auténticamente interpretadas por el Magisterio eclesial. Con la Tradición
se llega a la comprensión, la interpretación, la comunicación y el testimonio de la
Palabra de Dios”
3. Para trabajar
1.
Explica brevemente qué es lo que más ha llamado tu atención de lo
presentado.
2.
La tradición es algo que tiene que ver con la vida humana en todos los
aspectos. ¿Qué has recibido en tu vida a través de la tradición?
3.
La fe también es recibida. ¿Podrías indicar qué aspectos recibidos
pertenecen a la Tradición y cuáles a las tradiciones?
4.
La absolutización de la Escritura lleva al fundamentalismo bíblico y la
absolutización de la tradición (con minúscula) de la Iglesia lleva al integrismo.
¿Conoces algunos grupos que hagan esto? ¿Podrías describir sus rasgos más
importantes?
5.
La Escritura necesita ser actualizada (interpretada) ¿De qué te ayudas para
dicha actualización (interpretación)?
6.
¿Qué es lo que más te ayuda para encontrarte con Jesucristo? ¿Dónde
enmarcarías dichas ayudas (en lo que podríamos llamar Escritura o Tradición)?
4. Materiales suplementarios
La publicación de El código da Vinci de D. Brown ha generado toda una literatura que,
algún autor, ha llamado “novelas de revelación” (Jesús Ferrero). Los gnósticos son
protagonistas habituales de estas novelas. Anota las características con las que aparecen
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en estos fragmentos y cotéjalas con estas citas bíblicas: Mc 1, 35-39; Lc 6, 17-19; Mt 9,
35-38.
“Para los cristianos gnósticos de los siglos II y III Jesús fue un personaje relevante.
Creían que Jesús era un ser divino, lleno de la chispa del conocimiento divino, que le
había permitido cumplir la función de instruir a los demás que buscaban el camino
gnóstico y realizar así una comunión con el Ser supremo, con el Dios del Cosmos” (R.
ANDREWS, – P. SCHELLENBERGER, La tumba de Dios, Círculo de Lectores (licencia
editorial por cortesía de Ediciones Martínez Roca, S. A.), Barcelona 1996, 405.
“Por la sencilla respuesta de Jesús, podemos entender que había dos niveles de
expresión: los secretos que compartía con sus compañeros más próximos y las
enseñazas que daba al público. Aquellos secretos estaban relacionados con «los
misterios del Reino de los Cielos»” (M. BAIGENT, Las cartas privadas de Jesús. Últimas
investigaciones y documentos reveladores sobre la muerte de Cristo, Martínez Roca,
Madrid 2007, 274).