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Ejemplar gratuito
Año 10, número 15, Heroica Puebla de Zaragoza, octubre de 2007
Deuda universitaria
con Méndez Arceo
E
Nicolás Dávila Peralta *
l 28 de octubre se cumplen cien años
del nacimiento de uno de los clérigos
más revolucionarios de América Latina,
vinculados con la hoy Benemérita Universidad Autónoma de Puebla: el obispo Sergio
Méndez Arceo, hombre marginado por su propia
Iglesia y reconocido en el mundo como “El Apóstol de la Solidaridad”.
Sus vínculos con la Universidad se afirmaron
en la conferencia que dictó a las puertas del
edificio Carolino el 17 de julio de 1970, invitado
por la Preparatoria Popular “Emiliano Zapata”
y el colectivo estudiantil, donde destacó las
coincidencias entre el Evangelio y los ideales de
liberación de los pueblos de América Latina y
convocó a los jóvenes universitarios a no buscar
una vida de privilegios, sino de compromiso con
la transformación de la sociedad.
También Sergio Méndez Arceo desempeñó un
papel relevante en la defensa de la Universidad
frente a la amenaza de la derecha poblana,
decidida a tomar “a sangre y fuego” el edificio
central. Fue este obispo quien intervino ante el
arzobispo Octaviano Márquez y Toriz para frenar
este ataque e iniciar una etapa de diálogo entre la
Iglesia y la Universidad.
Para entender y valorar la figura de este obispo
y su papel en la BUAP, es necesario recordar el
contexto histórico en el que se dio su relación con
la Universidad.
Desde 1955, cuando se creó el Frente Universitario Anticomunista, la Universidad vivió la
Méndez Arceo en la rectoría que presidía la junta adminis–
trativa.
confrontación ideológica que generó un conflicto
social en 1961, cuando se acusó a los grupos liberales
de la Institución como “avanzada del comunismo
internacional” y el anticomunismo fue bandera de
varios sectores sociales, principalmente religiosos
y empresariales, contra la Universidad.
El conflicto se mantuvo dentro y fuera de la
Institución durante toda la década de los años 60,
incluyendo el trágico 1968, cuando cinco trabajadores
fueron asesinados por una turba enardecida en el
pueblo de San Miguel Canoa por una lógica perversa:
son de la Universidad, por tanto, son comunistas.
Así llegó 1970 con una sociedad dividida en
todos sus aspectos, incluyendo el religioso. El
anticomunismo de la década anterior cedió ante
*Nicolás Dávila Peralta es editor de Gaceta Universidad, órgano oficial de la BUAP. Es autor de Las Santas Batallas, él anticomunismo en
Puebla y La III CELAM, y la UAP, una sola causa la justicia, editados por el Archivo Histórico Universitario.
1
el deseo de justicia que se extendió por todo el
continente e influyó en el pensamiento y acción de
las iglesias, principalmente la católica y algunas
denominaciones protestantes.
Líder en esta renovación del catolicismo fue
el obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo
quien se ubicó “a la izquierda” del quehacer de los
clérigos latinoamericanos. Su solidaridad con los
movimientos populares del continente influyó en
los universitarios de la BUAP que ya buscaban las
coincidencias entre el pensamiento marxista y el
cristianismo.
Fue en este contexto que docentes y alumnos
de la recién creada Preparatoria Popular “Emi–
liano Zapata” invitaron a don Sergio, como ya
se le conocía dentro y fuera de la iglesia, a dictar
una conferencia en el Salón Barroco.
La cita fue el 17 de julio de 1970. La prensa
anunció el hecho desde días antes como una
actividad inusual en una Universidad, que por
más de diez años había sido tachada de comunista
y atea, sobre todo por el tema que el prelado
abordaría frente a los universitarios: "Presente y
futuro de la iglesia en América Latina".
Para entender la importancia de la presencia de
don Sergio en la Universidad hay que recordar que
en Puebla se vivía un ambiente de confrontación
de los grupos de derecha religiosa y empresarial
contra la Universidad. La derecha acusaba a los
universitarios de fomentar la drogadicción y
prostituir a las alumnas en los salones de clase.
En 1969, un grupo de profesores creó la Preparatoria Popular Emiliano Zapata que despertó la
animadversión de la derecha, que consideraron a esta
nueva escuela como un centro de adoctrinamiento
marxista. Y fue precisamente esta preparatoria y
el Grupo Cultural 2 de Octubre quienes invitaron
al obispo. La prensa destacó, la víspera de la
conferencia, que Méndez Arceo hablaría sobre las
guerrillas y los curas guerrilleros.
El 17 de julio de 1970, todo estaba preparado
para recibir al obispo de Cuernavaca en el Salón
Barroco. Pero la capacidad de convocatoria del
ponente fue mayor que las previsiones de los
organizadores y la antigua capilla de San José del
Colegio del Espíritu Santo fue insuficiente para
los poblanos que acudieron a escuchar al “obispo
rojo”. Entonces se puso un escritorio a un lado de
las puertas del Edificio Carolino, y sobre él, en la
calle 4 Sur, frente a la Plaza de la Democracia, el
obispo empezó su conferencia.
El ambiente, a pesar de lo improvisado del
templete, era solemne. El maestro de ceremonias
hizo la presentación que se quedó a la mitad. Está
con nosotros, empezó el estudiante, el excelentísimo
señor doctor don...
¡Quita eso!, ¡quita eso!
Fue el reclamo de don Sergio, y se echó a la
bolsa al auditorio, en su mayoría universitarios
liberales o socialistas.
Méndez Arceo habló de los retos que le espe–
raban a la Iglesia Católica en un continente inmerso
en profundas injusticias sociales y con una enorme
sed de justicia. Reconocía el atraso en que ésta se
encontraba para responder a esos retos. Me duele mi
Iglesia, que no haya visto los signos de los tiempos, dijo
en una sincera autocrítica que sería tomada por la
derecha como una muestra de voluntad de destruir
la Iglesia Católica desde adentro.
Hizo hincapié en que la verdadera razón del
cambio en la Iglesia es la Palabra de Dios, es el pobre,
el hambriento, el que clama justicia, el preso condenado
sin culpa o aquél que convicto y confeso no recibe el
trato humano.
Luego vendría su postura frente al capitalismo
y el socialismo:
Únicamente el socialismo podrá dar a Latinoamérica
la posibilidad de un desarrollo; en la línea del socialismo
democrático es donde podemos encontrar el desarrollo.1
El socialismo —diría en otra parte de su inter–
vención— es más conforme con el cristianismo, con la
paz, con la justicia, con el bienestar. En el capitalismo
no se da el cristianismo.
Méndez Arceo ante la multitud congregada afuera del edifico Carolino.
1
2
Esta misma postura asumirían los obispos de Nicaragua al triunfo de la Revolución Sandinista, lo que les valdría una seria
reprimenda del Vaticano y el cambio de actitud del cardenal arzobispo de Managua, Miguel Ovando y Bravo, que apoyaría después
a la contrarrevolución financiada por el gobierno de Ronald Reagan.
Los archivos son el fundamento mismo de la memoria consciente
que tiene el hombre de sí mismo. Bruno Delmas
A los universitarios les dijo que no buscaran
terminar una carrera para formar parte de la élite,
para buscar el poder económico y luego el poder
político y, para mantenerse en él, convertirse en
opresores. Vayan a politizar al campo, si no quieren
sumarse a los privilegiados opresores, les pidió.
Pero también les advirtió:
Si son capaces de conocer a Marx y a Mao Tse Tung,
sean capaces de conocer a Cristo. Conozcan el Evangelio
y la palabra de Dios, que es lo más explosivo y lo más
revolucionario que existe, y transmítanla cada quien a las
personas que se encuentren dentro de su radio de acción.
No faltaron las respuestas que manifestaban el
buen humor del obispo. Alguien le preguntó su
opinión acerca de los sacerdotes que abandonaban
el ministerio y se casaban. Él respondió: si lo hacen,
que no tengan malos gustos.
La conferencia despertó reacciones diversas.
La izquierda comprendió que entre marxismo
y cristianismo no había oposición y que las
coincidencias giraban en torno a la justicia.
Sin embargo, para la derecha las palabras del
obispo Méndez Arceo confirmaban que en la
Iglesia había penetrado el comunismo y el obispo
de Cuernavaca era un agente del comunismo
internacional.
Así, la Unión de Católicos Anticomunistas
Mexicanos, un membrete ligado a la ideología
cristera afirmó que con su discurso Méndez Arceo se
descubrió como un líder de la Revolución Mundial y
otros clérigos poblanos lo tacharon de hereje, aunque
hubo otros que reconocieron en don Sergio a un
impulsor del diálogo, que es inherente al cristianismo
y que al realizarse con los comunistas no quiere decir
que la Iglesia abandone sus posturas.
Pero fueron los grupos de ultraderecha,
empecinados en controlar a la Universidad,
quienes obligaron al arzobispo Octaviano
Márquez a publicar su XXII Carta Pastoral sobre
la firmeza de la fe católica, donde se contradecía
las tesis de don Sergio, publicada el 27 de agosto,
donde se rechazaba como contraria a la fe católica
la afirmación de que el socialismo es más cercano
al Evangelio que el capitalismo.
La vinculación de don Sergio a la Universidad,
sin embargo, no se limitó a esta conferencia. El 20 de
julio de 1972, en el contexto de la confrontación de la
derecha y la Universidad, fue asesinado el arquitecto
Joel Arriaga Navarro, director de la Preparatoria
Benito Juárez. Todos los indicios marcaron como
culpables a gente de derecha. Esta situación llevó
a un universitario a afirmar públicamente que del
asesinato le preguntaran al arzobispo.
Esta aseveración imprudente sirvió a la derecha
para convocar a la gente a tomar “a sangre y fuego”
el edificio Carolino.
La situación fue preocupante para los universitarios porque le daba a la derecha el pretexto
para tomar la universidad y contar con el apoyo
popular, porque lo hacían para defender a la
Iglesia de los ataques de los “comunistas”.
Fue entonces que se acudió al obispo Sergio
Méndez Arceo, cuya amistad con el arzobispo
Octaviano Márquez, más allá de sus diferencias
ideológicas, sirvió para que éste fungiera como
intermediario entre la iglesia y la Universidad .
La Universidad, a través del periodista Froylán
López Narváez, contactó al obispo Méndez
Arceo quien, con base en su antigua amistad
con el arzobispo Márquez y Toriz, logró que el
arzobispo accediera a recibir a los universitarios
y aclarar el asunto.
De este modo Méndez Arceo intervino para que,
tras una entrevista del contador Alfonso Yáñez
Delgado, en representación de la Universidad, con
el arzobispo Octaviano Márquez, la presión disminu–
yera y la Universidad pudiera avanzar en paz.
Al finalizar los años setenta, las palabras que
Sergio Méndez Arceo pronunció en el Carolino
derivaron en el diálogo entre marxistas y los
cristianos simpatizantes de la Teología de
la Liberación y el apoyo que la Universidad
Autónoma de Puebla dio a estos teólogos y a
los movimientos populares ligados con ellos,
durante la III Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano, realizada en esta ciudad de
Puebla en enero y febrero de 1979.
Así pues, esta universidad está en deuda
con el obispo Sergio Méndez Arceo, un hombre
sabio, abierto a su tiempo; hombre de diálogo y
patriarca de la solidaridad con los pueblos pobres
del continente.
Los archivos llegan a ser la memoria viva de todo lo que
un día se construyó, se defendió, se amó y se soñó. Hermes Tovar
3
El apóstol de la solidaridad
S
4
ergio Méndez Arceo nació en
Tlalpan, Distrito Federal, el 28 de
octubre de 1907. Su padre, michoacano,
fue primo del general Lázaro Cárdenas
del Río y fue en Michoacán donde pasó sus
primeros años. A los 14 años decidió cursar
la carrera sacerdotal en el Seminario Conciliar
de la ciudad de México. Al comunicarle a su
padre —liberal por convicción— su deseo de ser
sacerdote, éste le contestó: “sólo recuerda que no
hay peor política que la negra”. En 1978, cuando
los ataques en su contra se intensificaron, incluso
por parte del episcopado mexicano y el entonces
delegado apostólico Girolamo Prigione, Méndez
Arceo recordó estas palabras de su padre en una
conferencia en la Universidad Iberoamericana de
la ciudad de México.
Del Seminario Conciliar de México pasó al
Colegio Pío Latinoamericano como estudiante de
la Pontífica Universidad Gregoriana, en Roma,
donde obtuvo el doctorado en Historia con la
tesis: “La política de la Corona y la Santa Sede en
la creación de los obispados en América Latina”.
Ordenado sacerdote en 1934 regresó a México, donde desempeñó al mismo tiempo su labor
sacerdotal como director espiritual en el seminario
de la ciudad de México y su labor académica con
investigaciones históricas, entre las que destacó
su trabajo sobre la educación superior en la
Nueva España, donde profundizó en las tareas
educativas de los colegios de Tlatelolco, San
Nicolás de Pátzcuaro y San Juan de Letrán.
En 1952 fue nombrado obispo de Cuernavaca,
cargo para el que fue ordenado por el arzobispo
primado de México, Luis María Martínez. En
la ceremonia de ordenación, el entonces joven
arzobispo de Puebla, Octaviano Márquez y Toriz,
tuvo a su cargo la homilía, a petición expresa del
nuevo obispo con el cual tendría, veinte años
después, profundas divergencias doctrinales.
Su trabajo pastoral en Cuernavaca, diócesis
que abarca todo el estado de Morelos, pasó del
conservadurismo al compromiso con las causas
populares de América Latina.
En los primeros años de su trabajo en Cuernavaca, Méndez Arceo exigió que los sacerdotes
usaran sotana el mayor tiempo posible y si
prescindían de ella, lo hicieran usando alzacuello.
No deberían tener en sus casas u oficinas mujeres
menores de 50 años y deberían observar fielmente
cada una de las normas litúrgicas. Uno de los
sacerdotes que acompañó a don Sergio hasta el
final de su vida, Rogelio Orozco, resume con una
expresión lo que el clero pensaba del prelado en
sus primeros años como obispo: “¡Era odioso!”.
Sin embargo, el contacto con el pueblo llevó
al obispo a una transformación gradual de su
pensamiento y acción hasta llegar a ser el pionero
de la renovación litúrgica y pastoral de la diócesis
de Cuernavaca.
De 1961 a 1964 participó junto con los demás
obispos del mundo en el Concilio Vaticano II,
acontecimiento eclesial donde participó del lado
del clero más avanzado, cuando en 1962 se renovó
la liturgia católica en Cuernavaca ya se había
avanzado en este sentido con la transformación
arquitectónica de la catedral, la aceptación del
español en las ceremonias litúrgicas que hasta
entonces se realizaban en latín, y la participación
del pueblo en el canto religioso acompañado de
mariachi.
Pero más allá de estos cambios rituales, la obra
de Méndez Arceo partió de su vinculación con la
religiosidad popular y el compromiso cristiano
con la transformación de las estructuras injustas
de la sociedad. En el mismo sentido avanzaron en
América Latina un grupo de obispos, sacerdotes,
religiosos e intelectuales que estructuraron la
Teología de la Liberación.
Desde los años 60, apenas concluido el Concilio
Vaticano II, Don Sergio y su clero morelense
fueron la avanzada de la transformación de
la Iglesia con base en un compromiso con los
Los archivos cosntituyen la posibilidad de conservar la memoria de nuestra sociedad,
de conservar en los documentos las acciones de los hombres y la vida de las instituciones. Gustavo Villanueva.
movimientos populares del continente. Cuando
en 1968 los demás obispos del país guardaron
silencio ante los hechos sangrientos de Tlatelolco,
el obispo de Cuernavaca ya había lamentado el
autoritarismo del gobierno y la insensibilidad de
los medios frente a las demandas estudiantiles.
Así, el domingo 22 de septiembre, durante una
homilía en su catedral, el obispo expresó:
““Me hace hervir la sangre la mentira, la deformación
de la verdad, la ocultación de los hechos, la autocensura
cobarde, la venalidad, la miopía de casi todos los medios
de comunicación. Me indigna el aferramiento a sus
riquezas, el ansia de poder, la ceguera afectada, el
olvido de la historia, los pretextos de la salvaguardia
del orden, la pantalla del progreso y del auge económico,
la ostentación de sus fiestas religiosas y profanas, el
abuso de la religión que hacen los privilegiados”.
Después de la matanza de Tlatelolco, el obispo,
que siempre fue solidario con los dirigentes presos
en el “ Palacio Negro” de Lecumberri, afirmó
tajante desde el púlpito de Cuernavaca:
““Ante los acontecimientos que nos llenan de
vergüenza y de tristeza hay que considerar positivo y
consolador el hecho de que los jóvenes hayan despertado
así a una conciencia política y social y que aporten a
México una esperanza que es nuestro deber alentar”.
Dos años después de estos acontecimientos,
Salvador Allende ganaría las elecciones en
Chile e implantaría el primer gobierno socialista
elegido por el pueblo. Don Sergio manifestó su
solidaridad con el nuevo régimen chileno.
En 1972, Méndez Arceo participó en la organización del movimiento Cristianos por el
Socialismo, en Santiago de Chile. Ahí, el único
obispo presente en la reunión afirmó:
““Para nuestro mundo subdesarrollado, no hay otra
salida que el socialismo, como apropiación social de
los medios de producción, con una representación
auténtica de la comunidad, para impedir que sean
utilizados como instrumentos de dominación en manos
de una oligarquía o de un gobierno totalitario.
Méndez Arceo llamaba a los cristia-nos a optar
por un compromiso claro con la justicia, como parte
esencial de sus convicciones de fe:
Es tiempo de que los cristianos no aparezcamos
siempre como contrarrevolucionarios y no demos
posteriormente la apariencia de oportunistas, cuando
urgidos por la palabra de Dios, nos sumamos,
tardíamente, a procesos cuyo dinamismo nos vuelve a
dejar atrás de la realidad y a plantearnos la disyuntiva
de la fidelidad a Dios o al hombre, que no debiera existir,
pues sólo se plantea entre Dios y el pecado, estructurado
de mil formas en las instituciones opresoras de los
mismos hombres.
Tras el golpe de estado que derrocó al gobierno
legítimo de Allende e instauró la dictadura de
Augusto Pinochet, la diócesis de Cuernavaca
se convirtió en un espacio de solidaridad con
los perseguidos por los regímenes militares de
Centro y Sudamérica. Sergio Méndez Arceo fue
considerado desde entonces hasta ahora como el
Apóstol de la Solidaridad.
Sin embargo, este trabajo pastoral, sustentado
en el Evangelio y en el que participaban otros
obispos, como los de San Cristóbal de Las Casas,
Oaxaca, Tehuantepec, Colima, Tarahumara,
y muchos sacerdotes y religiosas del país,
no fue bien visto ni por los demás obispos y
mucho menos por el Vaticano que envió como
Delegado Apostólico a uno de los primados más
conservadores de la diplomacia romana: Girolamo
Prigione, cuya misión era terminar con todos
los movimientos liberacionistas de la Iglesia en
México, principalmente con el construido por el
obispo de Cuernavaca.
En vísperas de la III Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano, celebrada en esta
ciudad de Puebla, Méndez Arceo signó junto
con Ernesto Cardenal y Alfonso Comín, una
declaración en La Habana, Cuba, donde afirmaba
su opción por un socialismo democrático y
Los archivos constituyen la expresión más completa de la actuación humana en todos
los aspectos de las relaciones de los hombre y las instituciones. José Manuel Mata Castillón
5
llamaba al diálogo entre cristianos y marxistas:
““Las revoluciones socialistas que se están llevando a cabo
en todo el mundo, constituyen el gran reto que se le plantea
a la Iglesia contemporánea. En América Latina este reto es
decisivo; según sea la respuesta de los cristianos, el proceso
revolucionario seguirá un curso u otro y, al mismo tiempo,
el significado de la palabra en la historia cumplirá o no el
llamado que le asignara Jesús…”.
En otra parte respondía al argumento de los
detractores de la Teología de la Liberación que
consideraban la incompatibilidad entre marxismo
y cristianismo:
““Recordamos la firme y lúcida palabra del arzobispo
de la Ciudad Ho Chi Minh a los obispos reunidos en
el último Sínodo: si la Iglesia asumió en su tiempo el
aristotelismo como vehículo del mensaje evangélico,
nosotros debemos asumir hoy el discurso marxista para
la evangelización y la catequesis”
La reacción del Delegado Apostólico y el
episcopado mexicano fue una reprobación pública
de las afirmaciones de don Sergio. La Iglesia, su
Iglesia, lo condenaba.
A pesar de ser considerado por los obispos
como “una voz fuera del coro”, don Sergio y un
pequeño grupo de obispos mantuvo su postura
de solidaridad con los perseguidos de América
6
Latina, su opción socialista y su lucha por una
sociedad más justa.
El 24 de marzo de 1980 fue asesinado en San
Salvador el arzobispo Óscar Arnulfo Romero
Galdámez, un hombre comprometido con el
pueblo salvadoreño y crítico de la dictadura
militar. Don Sergio asistió a sus funerales en
la capital de El Salvador, funerales que fueron
bañados de sangre por las tropas de la dictadura.
Ernesto Corripio Ahumada, enviado del Papa
al funeral fue escoltado fuera de la catedral,
mientras el obispo de Cuernavaca se quedaba en
el recinto religioso donde vio caer bajo las balas
de la dictadura a mucha gente pobre que acudía
a despedir a su padre obispo.
El 17 de abril de 1981 decretó la excomunión
en contra de quienes en su diócesis practicaran
u ordenaran la tortura, no sólo como respuesta a
una violación sistemática de los derechos humanos
en México, sino también como un mensaje a las
dictaduras militares que, en nombre de Dios,
torturaban y mataban a sus opositores. El obispo,
Arturo Lona Reyes, siguió el ejemplo de don Sergio
y emitió un decreto semejante en contra de quienes
practicaran la tortura en el Istmo de Tehuantepec.
Tras el asesinato del arzobispo de San Salvador
—a quien don Sergio le llamó desde entonces “San
Óscar Arnulfo Romero”— y la masacre en que
terminó su funeral, el obispo de Cuernavaca orga–
nizó el Comité de Solidaridad con El Salvador.
En 1982, al cumplir 75 años de edad presentó
su renuncia al obispado de Cuernavaca, renuncia
que le fue aceptada por el Vaticano el mismo día, al
nombrar como sucesor al entonces obispo de Tijuana,
Juan Jesús Posadas Ocampo, quien fuera asesinado
en el aeropuerto de Guadalajara el 24 de mayo de
1993. A partir de entonces, desde su retiro, en el
pueblo náhuatl de Ocotepec, Morelos, mantuvo su
actividad solidaria con los movimientos populares
de América Latina y su apoyo a los sectores de la
Iglesia comprometidos con la justicia.
El de de 1992, en la ciudad de México, un
infarto termina con su vida. El cuerpo del “Patriarca
de la Solidaridad” es conducido a la catedral de
Cuernavaca, su catedral, la que fue en su misma
estructura símbolo de la transformación que buscó
de la Iglesia para hacerla más fiel al Evangelio. El
pueblo lo recibe con un grito que escucharán
todos los obispos que lo calificaron de “voz fuera
del coro”, nuevamente con música de mariachis
en la catedral y frente a la frialdad de las palabras
de los obispos, el pueblo grita insistentemente:
“¡Queremos obispos del lado de los pobres!”.
La posibilidad de hacer historia está en relación directa con la riqueza documental
Luis González
Decreto de Excomunión
para los torturadores
17 de abril de 1981
E
n este viernes santo de 1981, mientras
meditamos las torturas infligidas a
Jesús durante su pasión por la autoridad
religiosa y la autoridad romana, después
de las distintas consideraciones de los diferentes
aspectos, cumplo con mi deber de pastor, de
servidor de la vida y dignidad del hombre,
al decretar la pena de excomunión a los
torturadores.
Comencé a pensarlo desde que dos amigos míos
muy queridos, el Obispo de Tlaca en Chile, Carlos
González y su Obispo auxiliar, Alejandro Jiménez,
seguidos luego por otros obispos chilenos, dieron
un decreto de excomunión contra los torturadores
el 9 de diciembre de 1980.
También ha influido en mi ánimo el ejemplo
admirable de magnanimidad de la revolución
nicaragüense y el terrible recuento, por otro lado,
de torturas en El Salvador recogido de refugiados
salvadoreños en México y Costa Rica.
Afirmación de la dignidad humana
No es este decreto una denuncia de que en el
estado de Morelos tenga especial vigencia la
tortura como instrumento de represión política,
o de acción policiaca contra el crimen. Pero en
la opinión del pueblo mayoritario sin defensas
sociales, económicas o políticas, las fuerzas
policiacas no son una protección sino una fuente
de temor por los malos tratos y auténticas torturas
empleadas para extorsión, intimidación, método
de información o simplemente como reacción
contra el aprehendido.
Este decreto quiere ser ante todo una enérgica
afirmación de la dignidad del hombre y de los
derechos humanos. Es un llamado a la conciencia
cristiana y una contribución a la paz pública en
un Estado de derecho como lo es México.
La ofensa mayor, la tortura
Entre las formas más graves en que se ofende al
hermano más pequeño, su vida, su integridad y
su dignidad, está la tortura, tanto la física, síquica,
como moral, sobre todo cuando se hace con todos
los agravantes, pues la hace la autoridad puesta
para proteger y promover todo lo que contribuye
a la vida y la dignidad de los ciudadanos; se
hace con la fuerza y los medios que el mismo
pueblo proporciona para su seguridad y respeto;
constituye una violación y traición a la confianza
depositada por el pueblo en sus autoridades;
se hace en la clandestinidad y con visos de
legitimidad, a pesar de que su práctica está
condenada en la ley de los derechos humanos.
El archivo es la memoria de las instituciones, es también la memoria histórica de las
sociedades es el lugar que guarda la obra viva de los hombres muertos. Luis Núñez Contreras
7
En la historia de la Iglesia, desde los tiempos de
San Pablo (I Cor. 5, 1-13) ha sucedido que algunos
pecados tienen especial gravedad. Son los pecados
que afectan al bien común, a la dignidad de las
personas y al sentido de la verdad que significa la
comunión. Así nació la primera “Excomunión” que
indica al cristiano que está fuera de la unidad de la
Iglesia e imposibilitado de recibir los sacramentos
mientras no se arrepiente del pecado cometido.
La tortura, instrumento de dominio político
La tortura, todavía existente en el mundo, es
ejercida sistemáticamente por la autoridad como
instrumento de dominio y de atropello político y
practicada impunemente por los subalternos.
Teniendo en cuenta mi labor como Obispo de la
Diócesis de Cuernavaca, coincidente con el estado
de Morelos, aunque contra esta medida extrema
eclesial haya prejuicios, porque no pocas veces ha
sido utilizada sin sentido liberador aún en nuestra
Patria, para que se manifieste el orden querido
por Dios y para tratar de obtener la corrección
de quienes abusan gravemente de su poder,
establezco las siguientes disposiciones después
de haberlas comunicado al Presbiterio:
Los excomulgados
1.- El que comete tortura o el que es responsable
de ella, al ser ésta cometida, incurre en “excomunión
latae sententia”, es decir, queda ipsofacto, automáticamente excomulgado al cometer este delito.
2.- Se entiende por tortura “todo acto por el cual
un funcionario público u otra persona a instigación
suya inflija intencionalmente a una persona penas
y sufrimientos graves, ya físicos o mentales, con el
fin de obtener de ella o de un tercero información o
una confesión, de castigarla por un acto que haya
cometido o se sospeche que ha cometido, o de
intimidar a esa persona o a otras.
No se considerarán torturas las penas o
sufrimientos que sean consecuencia únicamente
de la privación legítima de la libertad, o sea
inherentes o incidentales a ésta, en la medida en
que estén en consonancia con las reglas mínimas
para el tratamiento de los reclusos” (Declaración
de las Naciones Unidas de diciembre de 1975).
3.- Se considera responsable de tortura
a) El que realiza o participa en su realización.
b) El que la ordena, la promueve o la solicita.
c) El que pudiendo y debiendo impedirla, no
la impide.
4.- Incurren también en esta pena las personas
que están de paso en esta Diócesis y que sean
responsables de tortura en ella.
5.- Para que el delincuente sea absuelto es
necesario que cese en su contumacia a tenor del
can.2242 n.3, que dice: “Se ha de entender que
ha cesado la contumacia cuando el reo se ha
arrepentido con sinceridad del delito cometido
y a la vez ha dado, o por lo menos prometido
en serio, dar satisfacción proporcionada por los
daños y el escándalo; aquel a quien se pide que
absuelva de la censura, es a quien le toca juzgar si
el arrepentimiento es o no sincero, si la satisfacción
es proporcionada y si la promesa es seria.”
6.- Para entender lo que significa la excomunión
hay que recordar que una persona excomulgada
está separada de la comunión de la Iglesia y por
lo tanto no podrá acercarse a recibir sacramentos
y no podrá ser padrino en ninguno de los
Sacramentos de la Iglesia (can.2257).
Sergio Méndez Arceo,
VI obispo de Cuernavaca
BENEMÉRITA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE PUEBLA
Rector: Enrique Agüera Ibáñez Secretario general: José Ramón Eguibar Cuenca
Tiempo Universitario
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Director: Alfonso Yáñez Delgado, Diseño gráfico: Armando López Vázquez. Tiempo Universitario es una publicación del Archivo Histórico
Universitario. Aparece quincenalmente. Impreso en: Litografía Magno Graf. El costo por ejemplar de 8 páginas es de noventa y ocho centavos
más IVA. Tiraje: Veinte mil ejemplares. Responsable de distribución: Marcos Medrano Flores. Los autores son responsables por los textos
publicados. Esta publicación se puede adquirir en La Casa de la Memoria Universitaria, Avenida Reforma 531. Puebla, Pue. teléfono: 2 32 74
79. Se aceptan colaboraciones de investigación sobre la vida universitaria. E-mail: [email protected]
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