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1
Conciliarismo, o poder supremo del Concilio
1 Qué es el conciliarismo
De Wikipedia, la enciclopedia libre
Conciliarismo o teoría conciliar es la doctrina que considera al Concilio
Ecuménico o Universal como la suprema autoridad de la Iglesia, elevándolo
(condicionalmente o por principio) por encima del papado.
Esta doctrina argumenta que un concilio ecuménico representa a toda la
Iglesia y obtiene su potestad directamente de Cristo; a esa potestad están
sometidos y tienen que obedecer todos los fieles, también los miembros de
la jerarquía, incluso el mismo Papa.
Historia
La teoría conciliarista tiene sus premisas en aquellos múltiples factores de
índole histórica, política, canonística y sobre todo eclesiológica que,
presentes en la época medieval, confluirían finalmente en la gran crisis que
afectó la vida de la Iglesia en los siglos XIV-XV y que toma el nombre de
cisma de occidente (1378-1417).
La vía conciliar pareció ser la única posible para obtener la vuelta a la
unidad. El concilio de Constanza (1414-1418) se convocó precisamente con
esta finalidad. Donde en pleno Cisma con tres papas de por medio se
declaró:
"Y [la asamblea] declara, en primer lugar, que congregada legítimamente
en el Espíritu Santo, formando concilio general y representando a la Iglesia
católica, recibe la potestad inmediatamente de Cristo. Todos, de cualquier
estado o dignidad que sean, incluso papal, están obligados a obedecerla en
aquellas cosas que pertenecen a la fe y a la extirpación de dicho cisma y a
la reforma de dicha Iglesia, tanto en la cabeza como en los miembros.
Declara, además, que todo aquel, de cualquier condición, estado o dignidad
que sea, incluso la papal, que tercamente rehusara obedecer a los
mandatos, determinaciones, ordenaciones o preceptos de este santo sínodo
o de cualquier otro concilio general congregado legítimamente, en relación
con lo que se ha hecho o debe hacerse en el futuro, si no entra en razón: se
le someta a una penitencia conveniente y se le castigue con la pena debida;
y se recurra (si fuera necesario) a otros medios que presta el derecho." 1
Concilio de Constanza, 6 de abril de 1415.
2
El mismo Papa electo por el Concilio de Constanza, Martín V rechazó, al
terminar el concilio, estos cánones, manteniendo así intacta la perpetua fe
católica sobre el primado de Pedro y sus sucesores. Fue un momento muy
excepcional de la historia de la Iglesia cuando se aprueban estos ya que el
papado era disputado por tres candidatos.
Sin embargo, las formas más radicales del conciliarismo se manifestaron a
lo largo del concilio de Basilea, cuando se declaró que era una «verdad de
fe católica» la superioridad del concilio sobre el papa (sesión XXXIII, 1439).
Para ratificar la decisión del anterior concilio, el papa Julio II convoca un
Concilio Ecuménico en Letrán donde se define que la teoría conciliarista no
se ajusta a la ortodoxia católica:
Ni debe tampoco movernos el hecho de que la sanción [pragmática] misma
y lo en ella contenido fue promulgado en el Concilio de Basilea, como quiera
que todo ello fue hecho, después de la traslación del mismo Concilio de
Basilea, por obra del conciliábulo del mismo nombre y, por ende, ninguna
fuerza pueden tener; pues consta también manifiestamente no sólo por el
testimonio de la Sagrada Escritura, por los dichos de los santos Padres y
hasta de otros Romanos Pontífices predecesores nuestros y por decretos de
los sagrados cánones; sino también por propia confesión de los mismos
Concilios, que aquel solo que a la sazón sea el Romano Pontífice, como
tiene autoridad sobre todos los Concilios, posee pleno derecho y potestad
de convocarlos, trasladarlos y disolverlos.2
De la Bula Pastor aeternus (SESION XI), de 19 de diciembre de 1516
Concilio de Letrán V
Tesis análogas a las conciliaristas sobrevivieron luego en el episcopalismo,
en el galicanismo y en el febronianismo. Dentro del catolicismo, parece que
quedó superado con la definición del Vaticano I sobre la naturaleza y el
valor del primado del romano pontífice (1870).
Tras el Concilio Vaticano II
Una nueva iniciativa conciliarista surge tras el condenado Concilio de
Pistoya3 en 1794. Ahora el origen no son las antiguas doctrinas condenadas
sino la revitalización de estas a través de la introducción de ideas liberales e
ilustradas en las enseñanzas de la Iglesia católica. A pesar que muchos
Papas combatieron esta doctrina, como el Beato Pío IX con el Concilio
Vaticano I,4 el peso que ganó las tesis de los católicos liberales, fue
creciendo entre parte de la jerarquía católica. Tal y como relata Ralph
Wiltgen S.D.V5 la influencia de ciertos teólogos de mucho prestigio influyó
para que el concilio aprobase una declaración que fue denunciada por
ambigua6 y que fue acondicionada, por orden de Pablo VI, gracias a Fray
3
Santiago Ramírez O.P. para intentar hacerla coherente con el magisterio
anterior.
http://www.ciberiglesia.net/discipulos/06/06eclesiologia-nuevoconcilio.htm
2 Hacia un nuevo concilio: Recuperando la
tradición conciliarista del cristianismo
Juan José Tamayo-Acosta
Conferencia pronunciada en el encuentro de Leganés (Madrid) Septiembre
2002
“... los males que hoy le causan (a la Iglesia) desolación, las herejías y las
perversiones de la vida religiosa de la entera Cristiandad, proceden del
hecho de haber abandonado la celebración de concilios”. Esto escribía el
monje Udalrico con motivo de la celebración del concilio de Basilea (14311449). Un siglo después, era el téologo y jurista español Francisco de
Vitoria, ‘padre’ del derecho de gentes, quien se expresaba en términos
similares: “Desde que los papas comenzaron a temer a los concilios, la
Iglesia está sin concilio, y así seguirá para desgracia y ruina de la religión”.
Es posible que parecidas reflexiones estén haciéndose las numerosas voces
procedentes de todos los sectores de la Iglesia católica: cardenales,
obispos, teólogos, teólogas, movimientos cristianos de base, que reclaman
la celebración de un nuevo concilio para responder con creatividad e
imaginación a los grandes problemas planteados al catolicismo en el nuevo
siglo. Primero fue el cardenal Martini, arzobispo de Milán, quien, en un
Sínodo de obispos de 1999, propuso delante del papa la necesidad de una
asamblea de la Iglesia universal para tratar cuestiones de especial
trascendencia, cuya respuesta desborda la capacidad de un sínodo. La
propuesta cayó en saco roto, y sus colegas –incluidos los obispos
españoles- le dieron la espalda. Pero Martini no se dio por vencido y volvió a
reiterar su propuesta el 17 de enero de 2001 en una entrevista del
“Corriere” donde expresaba su deseo de un concilio ecuménico que
abordara con vigor y rigor los “temas cálidos” de la vida de la Iglesia
católica. A dicha petición se sumó Karl Lehmann, presidente de la
Conferencia Episcopal Alemana, nombrado cardenal por Juan Pablo II, quien
mantiene profundas divergencias teológicas con el cardenal Ratzinger y se
enfrentó al Vaticano cuando se negó a cerrar los centros de asesoramiento
sobre el aborto que tiene la Iglesia católica en Alemania. Él cree necesario
no limitar los ámbitos de decisión al papa, la Curia y los sínodos episcopales
y sugiere como camino un concilio Vaticano III.
4
Actualmente es la corriente “Somos Iglesia” la que, con el apoyo de
centenares de colectivos católicos críticos, de treinta y cinco obispos
latinoamericanos, en su mayoría brasileños, miles de laicos, religiosos y
religiosas, sacerdotes, teólogos y teólogas, ha pedido la celebración de un
nuevo Concilio y ha puesto en marcha un proceso conciliar con la
participación activa de todo el pueblo de Dios para abordar los grandes
desafíos que se le plantean al catolicismo en el siglo XXI.
Es verdad que no ha pasado tanto tiempo desde la celebración del
concilio Vaticano II (Roma, 1962-1965). Pero de entonces acá se han
producido cambios tan profundos en el mundo que han mutado el panorama
político, social, económico, cultural religioso y cultural tanto a nivel
internacional como nacional y regional. Estamos ante un cambio de época
más que ante una época de cambio. Y ello obliga a la Iglesia católica a reubicarse en el nuevo escenario mundial, si no quiere perder de nuevo el
tren de la historia, como lo ha perdido tantas veces. Muchos tenemos la
impresión de que la Iglesia católica o bien sigue respondiendo a preguntas
de otras épocas que ya nadie se plantea, o bien responde a interrogantes
de hoy con respuestas del pasado. Esto ha sucedido de manera especial en
las cuestiones morales, doctrinales y disciplinares durante el pontificado de
Juan-Pablo II.
Un concilio sería una gran oportunidad para retomar el tren de la
historia e invertir la actual tendencia hacia la restauración eclesiástica por la
de la renovación. Para ello lo primero que hay que cambiar es el escenario
de celebración. Los dos últimos concilios tuvieron lugar en Roma en
correspondencia con la centralidad del catolicismo romano en el mundo.
Hoy, sin embargo, el catolicismo tiene un rostro multicultural, multiétnico,
multirracial y multirreligioso. De ahí que el Vaticano no me parezca el lugar
más adecuado para el nuevo concilio. Me inclino, más bien, por un país del
Tercer Mundo, América Latina, por ejemplo, que cuenta con un vigoroso
cristianismo profético expresado a través del compromiso de los cristianos y
cristianas comprometidos con las mayorías populares, el dinamismo de las
comunidades de base y la pujanza de la teología de la liberación.
La Asamblea conciliar no puede convertirse en una reunión de
notables o de títulos nobiliarios que sólo se representan a sí mismos. Ha de
ser una asamblea en el pleno sentido de la palabra, con la máxima
representación de todos los católicos y católicas, y no sólo de los jerarcas,
elegidos por el papa, y con capacidad de decisión.
Entre los temas de la agenda conciliar, hay uno que me parece
prioritario: la Reforma de la Iglesia católica, que se quedó a medio camino
en el Vaticano II; Reforma que ha de traducirse en una democratización en
todos los niveles, desde la base hasta la cúpula. Ello exige un análisis crítico
tanto de los fundamentos del papado, el episcopado y el sacerdocio, como
5
de su ejercicio. Ahora bien, la democratización de la Iglesia se convertirá en
una caricatura mientras se sigan manteniendo una concepción
androcéntrica del ser humano, que no reconoce a los mujeres como sujetos
morales y religiosos, y unas estructuras jerárquico-patriarcales, que
excluyen a aquéllas de los ministerios eclesiales y de las funciones
directivas en la comunidad cristiana. Procede, en consecuencia, poner las
bases para la creación de una “comunidad de iguales” (no clónicos), en
sintonía con el movimiento de Jesús y con los movimientos de emancipación
de la mujer.
El segundo gran tema a debatir es la incorporación de la cultura de
los derechos humanos en el interior de la Iglesia, para superar la
“incoherencia vaticana”, es decir, la contradicción en que incurre la
jerarquía católica al defender los derechos humanos en la sociedad y
negarlos en su propio casa. Ello exige reconocer el derecho de los cristianos
y cristianas a elegir a sus representantes y facilitar cauces para el ejercicio
pleno de las libertades de reunión, asociación y expresión, a las que hay
que sumar, en el caso de los teólogos y las teólogas, las de investigación y
cátedra, recortadas selectivamente hoy en función de la ideología. Este
reconocimiento debe ir acompañado de un clima de diálogo que permita
llegar a consensos básicos dentro del respeto al disenso, que tiene los
mismos derechos que el consenso.
No debe descuidarse la reflexión sobre la inculturación del catolicismo en las
diferentes y plurales culturas con el objetivo de activar un cristianismo
culturamente policéntrico, donde las Iglesias del Primer Mundo no dominen
sobre las del Tercer Mundo ni éstas sean sucursales de aquéllas. ¡Cuánto
menos, ahora que se ha invertido la tendencia numérica de los cristianos: a
principios del siglo XX sólo el 30% de ellos estaba en el Tercer Mundo; a
principio del siglo XXI llegan al 70%.
Pasó el tiempo en que se creía que la religión católica era la única
verdadera. Ahora vivimos en tiempos de pluralismo religioso. Razón por la
que el diálogo entre las religiones debe convertirse en un tema de obligado
tratamiento, pero no tanto para llegar a acuerdos doctrinales, cuanto para
establecer unos mínimos éticos en torno a la apuesta por la cultura de la
vida, la protección de la naturaleza, el trabajo por la paz, el compromiso por
la justicia y la defensa de la igualdad hombres-mujeres.
Entre los grandes fenómenos mundiales no puede soslayarse el de la
globalización. El cristianismo en cuanto religión mundial debe preguntarse
qué puede aportar para corregir los desajustes provocados por el proceso
globalizador en su versión neoliberal, que excluye a grupos sociales y
étnicos y a continentes enteros-y para construir un mundo donde quepamos
todos y todas. Un nuevo concilio sería un momento oportuno para
reformular la doctrina tradicional sobre la sexualidad desde una
6
antropología unitaria y las cuestiones de la bioética, como eutanasia,
reproducción
asistida,
manipulación
genética,
investigación
y
experimentación con embriones, clonación, etc., en diálogo con las ciencias
de la vida y bajo el asesoramiento de los expertos.
Los concilios son grandes hitos en el ya bimilenario caminar del
cristianismo, “encrucijadas en la historia de la Iglesia” (K. Schatz). En ellos
se tomaron decisiones de todo orden, y no sólo de carácter eclesiástico o
teológico, que condicionaron positiva o negativamente el futuro del
cristianismo y de la sociedad. Se definieron muchos de los dogmas de la
doctrina cristiana, que recogen la síntesis de los contenidos de la fe,
reformulables y reinterpretables en cada época conforme a los nuevos
contextos culturales y las nuevas formas de vida. Los concilios han sido
espacios importantes para el debate de ideas y la confrontación de
pareceres; hoy diríamos lugares de acción comunicativa y dialógica. En el
debate las distintas tendencias hicieron siempre concesiones mutuas para
llegar a un consenso. Esto pudimos verlo en el concilio Vaticano II, donde
los conservadores y los renovadores acordaron las grandes líneas
teológicas, si bien, en su aplicación, los primeros se impusieron a los
segundos y limitaron sobremanera la renovación.
De la historia de los concilios hay dos que me parecen especialmente
significativos como punto de referencia: el de Constanza (1414-1418) y el
de Basilea, llamados conciliaristas, porque defendieron que el concilio
constituye la centralidad del Concilio en la vida y la organización de la
Iglesia católica y que la autoridad del concilio está por encima de la del
papa, quien está obligado a poner en práctica las decisiones conciliares. Así
consta en la declaración del primero aprobada el 6 de abril de 1415: “Este
Sínodo, legítimamente reunido en el Espíritu Santo, constituye un concilio
general que representa a la Iglesia católica militante y recibe su poder
directamente de Cristo (añadido mío: no del papa); todo cristiano,
independientemente de su estado y dignidad, incluso papal, está obligado a
obedecerle en cosas que afectan a la fe, a la extirpación del cisma actual,
así como a la reforma universal de la Iglesia de Dios en la cabeza y en los
miembros”. Hans Küng califica a Constanza como “el gran concilio
ecuménico de la reforma”. Resulta llamativo, sin embargo, que esta
declaración no aparezca en el Enchiridium Symbolorum, donde se recogen
los principales documentos de los concilios y de los papas de toda la historia
del cristianismo, cuando si se recogen los decretos de condena de los
errores de Wyccleff y Hus.
El conciliarismo es una tendencia fundamental a recuperar en
la teología, la organización y la vida de la Iglesia católica. Amén de
frenar el autoritarismo papal, constituye una de las principales
claves para la democratización de la Iglesia.
7
Termino con una pregunta a quienes se oponen al inicio de un proceso
conciliar y demonizan la celebración de un nuevo Concilio para el siglo XXI:
¿por qué tienen ustedes tanto miedo a un concilio?
© LOS CONCILIOS ECUMÉNICOS - Glosas al margen
2001 - Arcadio Sierra Díaz
LOS CONCILIOS ECUMÉNICOS
Derechos reservados por el autor.
GLOSAS AL MARGEN
Publicaciones Cristianas
E-mail: [email protected]
Teléfono 2040403
Bogotá, D. C.
Colombia, América del Sur.
ARCADIO SIERRA DÍAZ
L OS CON CI L I OS
ECUM ÉN I COS
GLOSAS AL MARGEN
2001
CONTENIDO
Capítulos
Páginas
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . vii
1 - Nicea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1
2 - Constantinopla I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
3 - Efeso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
4 - Calcedonia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
5 - Constantinopla II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41
6 - Constantinopla III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
7 - Nicea II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
8 - Constantinopla IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
9 - Lateranense I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
10 - Lateranense II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
11 - Lateranense III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
12 - Lateranense IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
13 - Lyón I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
14 - Lyón II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
15 - Vienne . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
16 - Constanza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117
17 - Basilea-Ferrara y Florencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 120
18 - Lateranense V . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
19 - Trento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
20 - Vaticano I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157
21 - Vaticano II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177
Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197
Apéndice: Discurso del obispo Strossmayer . . . . . . . . . . . . . . . . 201
Índice onomástico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220
INTRODUCCIÓN
v
vi
En materia religiosa, se suele dar el nombre de concilio a una reunión
formal de obispos o supervisores y otros altos dignatarios de diversas
iglesias cristianas con el fin de tratar, decidir y legislar sobre cuestiones
relacionadas con la disciplina eclesiástica y dirimir controversias
doctrinales; aunque han sido muchos en los que se han debatido temas
políticos y de intereses seculares. Es ecuménico cuando participan los
obispos de todo el mundo habitado (oikumene), constituyendo así una
asamblea con extensión y autoridad mayor que las de cualquier dirigente
eclesiástico particular; de manera que la máxima autoridad de la Iglesia
residía en los concilios ecuménicos, parlamento de todos los obispos de
la cristiandad. De acuerdo con la opinión de muchos teólogos, de las
organizaciones eclesiásticas históricas de la cristiandad después del Cisma
de Oriente, no se han dado más concilios auténticamente ecuménicos, y
que el último es el Concilio de Nicea II, en el año 787, pues los subsiguientes han sido convocados por el sistema católico romano, y solamente
Roma los tiene por ecuménicos, sin la asistencia de otras ramas de la
cristiandad; y además porque los concilios terminaron por convertirse en
dóciles instrumentos de la política papal romana. De manera que a partir
del primer concilio de Letrán, los concilios perdieron su ecumenicidad
debido a que se convirtieron en meros sínodos de obispos del sistema
papal romano, en los cuales la norma absoluta es la suprema autoridad del
papa y su curia romana. Después de protocolizados los cismas, no se
puede hablar de concilios ecuménicos de toda la cristiandad, sino de una
de las instituciones, la cual se limita a defender sus propios intereses y
puntos de vista.
Paradójicamente, los primeros ocho concilios, los tenidos por
legítimos ecuménicos, todos fueron convocados por el emperador, y una
vez aprobados los temas deliberados y convertidos en cánones, pasaban
a ser decretos de ley imperial, de obligado cumplimiento en todo el
Imperio. En el curso del desarrollo de estas glosas, es sumamente
importante tener en cuenta a qué nos referimos cuando usamos la palabra
iglesia. Durante la convocatoria y desarrollo de los primeros concilios Nicea, Constantinopla, Éfeso, Calcedonia-, aún había una clara distinción
entre la Iglesia Universal de Cristo y las iglesias locales; y las iglesias se
reunían en un plano de plena igualdad. En ese tiempo lo católico tenía la
connotación de “universal”, y para nada se relacionaba con lo romano,
pues el obispo de Roma no se había arrogado la supremacía posterior.
Con el tiempo la Iglesia del Señor fue sufriendo un proceso de instituciovii
nalización al margen de la Biblia, y ya a partir del quinto concilio Constantinopla II- empieza a dar sus primeros pasos la diferenciación o
distanciamiento entre lo que pudiéramos llamar la Iglesia como institución
y la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Una cosa es la Iglesia de Cristo, Su
Cuerpo, y otra muy diferente son las caparazones o instituciones de
factura humana.
Es indudable que en los concilios se han definido controversias
relacionadas con Dios mismo, con la Trinidad, con Cristo, con el Espíritu
Santo, con la salvación, pero también han agravado las divisiones, y han
contribuido a producir nuevas grietas. Con claras excepciones, por lo
general los concilios "ecuménicos" han sido escenario de amarguras,
recriminaciones y enemistades, por la práctica de enfrentamientos entre
contrincantes irreconciliables, que no han servido sino para profundizar
las disensiones, las cuales fueron motivadas muchas veces por los
concilios mismos. Nicolás Berdiaev dijo que «pocas cosas expresan más
elocuentemente la mezquindad humana, la deslealtad y el fraude como la
historia de los concilios ecuménicos»1.
La historia se ha encargado de confirmar que muchos de los concilios
ecuménicos, han errado en puntos cruciales referentes a la Iglesia, pues se
debe tener presente que la normatividad emana de las Escrituras, que es
a la que nos debemos remitir a fin de examinar y probar todo lo que los
concilios han deliberado. Ningún canon conciliar puede anular lo que dice
Dios en Su Palabra. Se dieran los hombres cuenta de ello o no, lo cierto
es que la constante a través de los siglos fue que los concilios iban
demostrando su incapacidad para purificar un corrupto sistema religioso
y efectuar drásticas reformas, volviendo para ello a las fuentes bíblicas,
pues casi siempre sus miembros se hallaban demasiado comprometidos en
los abusos contra lo que las mismas naciones seculares se quejaban. No
es fácil remover las estructuras y adelantar cambios fundamentales,
cuando se compromete una institución secularizada y la comodidad de
personas puestas en eminencia, ambiciosas del lujo ostentoso, poder y
prestigio, contrarios al espíritu del evangelio cristiano, en un marco
institucional que llegó a su nadir prácticamente descristianizando a la
cristiandad.
1
viii
Citado por E. Caillet en Christianity Today, 5-7-63. P. 9
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1
CONCILIO DE CONSTANZA
De Los concilios ecuménicos de Arcadio sierra
http://cristiania.net/LECTURAS_2.html
Convocado por el emperador Segismundo de Alemania mientras se discutía
el nombramiento y sucesión papal; hay quienes afirman que fue inaugurado
por el considerado antipapa Juan XXIII en noviembre del año 1414 y
clausurado por Martín V en abril de 1418. Es el concilio más representativo
de los hasta entonces reunidos en Europa Occidental.
Trasfondo histórico: el cisma de Occidente, los papas en Avignon
Como trasfondo histórico comentamos que el papado atravesaba una crisis.
Cuando Europa salía del ocaso de la Edad Media, la bestia se sacudió un
poco de sus lomos a la ramera y en ese remesón la lealtad de los gobiernos
nacionales empezó a enfrentarse con el poder eclesiástico, y se dice que la
decadencia del poder papal tuvo sus comienzos con Bonifacio VIII en 1303.
Tuvo problemas con el rey Eduardo I de Inglaterra cuando éste decretó
grabar con impuestos las propiedades eclesiásticas. Felipe el Hermoso de
Francia lo encarceló. Libertado que fue, murió poco después de tristeza; y
en esa época, de 1309 a 1378, período conocido como la “cautividad
babilónica” del papado, por mandato del rey francés fue trasladado la sede
del papado a Aviñón, y no obstante esta ciudad no corresponder
técnicamente a Francia, sí estaba bajo la potestad del reino francés y los
romanos pontífices fueron franceses y escogidos bajo el control de los reyes
de Francia, de cuya voluntad eran subalternos; durante ese tiempo el
pontificado romano pierde autoridad debido a la corrupción y el nepotismo.
La mudanza de la sede papal a Aviñón constituyó un serio indicio de que
había comenzado la decadencia del papado. En Aviñón los papas mantenían
una corte y administración fastuosas, llegando a ser los papas aviñonenses
las personas más potentadas de la Europa occidental en su época.
Surgían papas y antipapas (en total unos siete), pero en 1378, cuando
Gregorio XI volvió a Roma, y a su muerte surge el gran cisma de occidente,
pues para sucederle, los cardenales aunque en su mayoría eran franceses,
debido a la presión del populacho romano, eligieron a un arzobispo
napolitano, quien tomó el nombre de Urbano VI, pero éste pronto fue
considerado ilegítimo y tachado de apóstata y anticristo por los mismos que
lo habían elegido, por el hecho de que les reprendió públicamente por su
mundanalidad, pluralismo en cargos y beneficios eclesiásticos, simonía, y
les ordenó residir en sus respectivas sedes.
Ellos eligieron a otro papa extractado de su propio aristocrático grupo,
quien se fue a establecer con sus adeptos cardenales en Aviñón, tomando
el nombre de Clemente VII. Por su parte, Urbano VI continuó en Roma y
nombro un grupo de unos ocho cardenales. Como consecuencia del cisma,
los países europeos también se dividieron tomando partido, unos por Roma
y otros por Aviñón. Muchos, apenados a causa de esta ruptura, trabajaron
2
varios años para que se convocara un concilio que pusiera término a aquel
vergonzoso cisma.
En la línea romana, Urbano VI fue sucedido ininterrumpidamente hasta
Gregorio XII, y en la línea de Aviñón, Clemente VII fue sucedido por el
español Pedro de Luna (Benedicto XIII), quien se mantuvo en el puesto por
más de un cuarto de siglo. La universidad de París, entre otros, sugirió que
se indujera a los pontífices de ambas líneas a renunciar y permitir la
elección de uno nuevo, con el fin de protocolizar la unidad del catolicismo.
Los cardenales de ambos bandos aunaron criterios y resolvieron convocar
un concilio general, que se reunió en Pisa en 1409. Este concilio no es
reconocido por el papado romano por no haber sido convocado por papa
alguno. A este concilio, el de Pisa, asistieron 500 representantes de todos
los países de Europa: cardenales, patriarcas, arzobispos, obispos, abades,
superiores de órdenes religiosas, eruditos y representantes de
universidades, de reyes y príncipes. En sus deliberaciones la asamblea
depuso a los papas Benedicto XIII, que pretendía regir al catolicismo desde
Peñíscola, y a Gregorio XII de Roma, y sin esperar que éstos se sometieran,
nombraron a Pedro Filólogo bajo el nombre de Alejandro V, pero ninguno de
los papas obedeció, y debido a la inmediata muerte del elegido, el concilio
hizo papa a Baltasar Cossa con el nombre de Juan XXIII, haciendo más
grave el cisma debido a que aumentó el número de papas. Baltasar Cossa,
un napolitano que estudió leyes en Bolonia, después de haber sido un
militar, en 1402 había sido nombrado cardenal diácono por Bonifacio IX.
Participó en su oportunidad en la convocatoria del concilio de Pisa.
Tenemos entonces que después del concilio de Pisa, contaba el catolicismo
con tres papas disputándose el puesto: Gregorio XII de la línea de Roma,
Benedicto XIII de la de Aviñón y Juan XXIII de la de católico.
Pisa, por lo cual se había agravado la cuestión cismática, y fue tan fuerte la
pertinacia del papa aviñonense, que se estableció en un castillo o fortaleza
en la península de Peñíscola, en la costa rocosa del litoral valenciano,
castillo que había pertenecido a los Templarios, y el papado llegó a tal
pérdida de prestigio, que se pensó incluso en abolir tal institución. Una de
las primeras acciones de Juan XXIII fue aliarse con Luis de Anjou y su
ejército, con el cual se tomó la ciudad de Roma derrotando a Ladislao de
Durazzo, aliado de Gregorio XII. Entonces Juan XXIII envió un delegado a
Praga a vender indulgencias y a difamar a su enemigo político, pero
Ladislao con su poder militar obligó a Juan XXIII a trasladar su sede a
Florencia.
Tanto Alejandro V, el papa elegido en el concilio de Pisa, como su sucesor
Juan XXIII, no son considerados legítimos papas en los círculos modernos
del catolicismo romano, no obstante que sus efigies figuran en la serie de
pontífices representados en los mosaicos de la basílica de San Pablo en
Roma. Baltasar Cossa, como papa Juan XXIII, había sido pirata y conductor
de salteadores en su juventud; pero lo grave no es que lo hubiese sido, sino
que al llegar a ocupar la silla papal, continuaba con ese mismo espíritu de
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hombre mundano y vicioso, sospechoso incluso de haber envenenado a su
antecesor; de manera que una de las tres sillas papales la ocupaba un
hombre experto en intrigas y ambiciones, ajeno a las cosas del espíritu;
más ducho en el manejo de la espada del mercenario conquistador de
tierras, que del báculo del pastor de almas; más preocupado por extender
el reino terrenal de los estados temporales del papado, que de hacer
conocer el reino de los cielos entre los hombres, del cual ni él mismo tenía
ni la más remota idea. Una persona de tal talante acabó por desprestigiar al
papado, y llegó el momento en que toda Europa estaba hastiada hasta la
coronilla de los males que acarreaba el Cisma del podrido sistema.
Todo ello revestía tal gravedad, que hasta los más importantes nobles y
prelados europeos, como Juan Gerson y Pedro d’Ailly, decidieron trabajar
para que se convocara un nuevo concilio ecuménico. Pedro d’Ailly (13501420), teólogo y filósofo, canciller de la universidad de París, confesor del
rey de Francia y eventualmente arzobispo de Cambrai, cardenal y legado
papal; Juan Gerson (1363-1429), discípulo de d’Ailly, canciller de la
universidad de París.
Surge, pues, la figura de Segismundo (1410-1437) como nuevo emperador
de Alemania, quien, haciendo eco del clamor de ilustres teólogos como los
anteriores, prelados, canonistas y eminentes profesores y alumnos de las
universidades, y siguiendo los pasos de Constantino y sus sucesores, época
en que los concilios ecuménicos eran convocados por los emperadores
romanos, el 30 de octubre de 1413 convocó un concilio ecuménico que
habría de reunirse en Constanza al año siguiente. Aunque la convocatoria
inicial había sido la del Emperador, en la cual citaba la comparecencia de los
tres papas, no obstante Juan XXIII, a fin de granjearse la simpatía de
Segismundo y el reconocimiento del próximo concilio, se apresuró a publicar
una encíclica convocando una asamblea ecuménica.
El Concilio
El 16 de noviembre de 1414 fueron inauguradas las sesiones del concilio de
Constanza con una asistencia jamás experimentada en concilio alguno hasta
la fecha. Más de 1.800 clérigos se dieron cita, además de príncipes, nobles,
profesores universitarios y hasta el mismo Emperador Segismundo. Las
figuras más importantes del concilio fueron Pedro d’Ailly y Juan Gerson,
indiscutibles creadores y defensores de las doctrinas conciliaristas.
Propósitos. El concilio de Constanza se declara competente para:
1. Causa unionis. Dar fin al Cisma de Occidente que engendró la doble
sede papal de Roma y Aviñón, y decretar la unidad del cristianismo.
2. Causa fidei. Purificar la doctrina. Impugnar las doctrinas tenidas por el
sistema católico romano por heréticas propugnadas por Juan Huss, Juan
Wicleff y Jerónimo de Praga.
3. Causa reformationis. La reforma (eclesiástica) del sistema católico
romano.
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Desarrollo:
1. Causa unionis. Iniciadas las reuniones de la asamblea, se logró imponer
como principio general la supremacía del concilio sobre el papado, y que era
competente para destituir, en caso necesario, a los tres papas;
constituyéndose así al concilio como la suprema autoridad eclesiástica. La
asamblea decidió permanecer reunida y decretó la superioridad de la
autoridad conciliar sobre la pontificia. El concilio de Constanza tenía la firme
intención de acabar con el despotismo eclesiástico y poder absoluto de
Roma, y esa vasta maquinaria financiera de hacer dinero. En sus sesiones
cuarta y quinta decretó que:
“Los concilios ecuménicos, representando a toda la Iglesia, derivan su
autoridad directamente de Cristo y todo cristiano está obligado a
obedecerlos, incluso el papa, en todo lo tocante a la fe, la extirpación del
cisma y la reforma de la Iglesia... El concilio de Constanza tiene
inmediatamente de Cristo la potestad, al que todos, de cualquier estado o
dignidad, aunque sea papal, están obligados a obedecer en lo que atañe a
la fe... Del mismo modo, cualquiera de cualquier condición, estado dignidad
incluida la papal, que no obedeciere los decretos de ese sagrado concilio
general en la susodichas materias, será castigado...”
Juan XXIII pretendió, inútilmente, hacerse reconocer como papa legítimo,
aunque de los tres papas, éste era considerado legítimo por la mayoría de
los conciliares; y cada mañana los tres papas se acusaban entre sí de
anticristos, sodomitas, demonios, adúlteros, enemigos de Dios y de la
humanidad. Habiéndose negado Juan XXIII a abdicar voluntariamente, por
petición de Pedro d’Ailly, la votación fue hecha por naciones, para evitar que
dominase la camarilla que Juan XXIII había podido reunir para apoyar sus
pretensiones, y fue depuesto de su cargo y obligado a firmar el acta de
exención. Asimismo fue acusado como antiguo pirata, perjuro y nombrado
por un concilio ilegítimo.
Temiendo por su vida, huyó de Constanza, pero el emperador Segismundo
lo hizo detener, no sin antes haber tratado de esconderse en el ducado de
Austria y haber huido a diversas ciudades como Friburgo, Borgoña, Breisach
y Nuremberg, en donde fue detenido por el burgomaestre, poniéndolo a
disposición de Segismundo. Este papa fue acusado por 37 testigos, entre los
que abundaban obispos y sacerdotes, de negar la inmortalidad del alma,
"fornicación, adulterio, incesto, sodomía, hurto y homicidio".
De los otros dos papas, Gregorio XII, de la línea de Roma, abdicó
libremente (1415), fue hecho cardenal obispo de Porto, y murió, honrado,
dos años después a la edad de noventa años.
Benedicto XIII, de la línea de Aviñón, se negó a abdicar, y fue depuesto en
1417, declarándolo perjuro y hereje, y huyó a Peñíscola y ejerció su
autoridad pontifical sobre Aragón y otras provincias españolas; fue
seguido por dos sucesores en la línea aviñonesa, pero con un mínimo
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insignificante de seguidores. En estas condiciones, los asambleístas llenaron
la vacante papal eligiendo, el 11 de noviembre de 1417, como romano
pontífice al cardenal Otón Colonna, adoptando el nombre de Martín V,
quien presidió la última fase del concilio. Baltasar Cossa, después de haber
estado recluido y vigilado en varios castillos hasta 1429, se reconcilió con el
nuevo papa y fue nombrado Cardenal obispo de Tusculum (Frascati),
muriendo poco después. Su insignia papal figura sobre su tumba en el
baptisterio de Florencia, pero al ser elegido papa Ángel José Roncalli en
1958 y tomar el nombre de Juan XXIII, Baltasar Cossa perdió su nombre
entre los papas.
2. Causa fidei. Vemos que por un lado los profesores de la Universidad de
París y muchos teólogos se interesaron por llevar a cabo una reforma más
bien externa de la Iglesia, basados más en los cánones y decretos de los
papas; pero en Inglaterra y Bohemia, con Juan Wicleff y Juan Huss, se
había iniciado, en la luz que en su momento tenían sobre las verdades
evangélicas, un verdadero movimiento precursor de la Reforma del siglo
XVI, con miras a volver a las fuentes bíblicas de la Iglesia. Aprobaron, pues,
en este concilio una serie de acuerdos para poner fin a los argumentos y
puntos de vista doctrinales que ellos consideraban como herejías. Pese a
disponer de salvoconducto imperial, este concilio tuvo a Juan Huss como el
más peligroso hereje contemporáneo, y lo procesó y sentenció, lo mismo
que a Jerónimo de Praga, a morir en la hoguera (1415 y 1416,
respectivamente) y condenó, asimismo 45 tesis de Juan Wicleff (bula Inter
Cunctas, 1418), entre las cuales destacamos las siguientes:
“1. La sustancia del pan material e igualmente la sustancia del vino material
permanecen en el sacramento del altar.
5. No está fundado en el Evangelio que Cristo ordenara la misa.
7. Si el hombre estuviese debidamente contrito, toda confesión exterior es
para él superflua e inútil.
8. Si el papa es un precito y malo y, por consiguiente, miembro del diablo,
no tiene potestad sobre los fieles que le haya sido dada por nadie, si no es
acaso por el César.
14. Lícito es a un diácono o presbítero predicar la Palabra de Dios sin
autorización de la Sede Apostólica o de un obispo católico.
17. El pueblo puede a su arbitrio corregir a los señores que delinquen.
24. Los frailes están obligados a procurarse el sustento por medio del
trabajo de sus manos, y no por la mendicidad.
30. La excomunión del papa o de cualquier otro prelado no ha de ser
temida, por ser censura del anticristo”.
Juan Wicleff, como profesor de la Universidad de Oxford, gozó de prestigio
y simpatía de los eruditos y parlamentarios de su patria, Inglaterra, y
encontró amplio apoyo en su enfrentamiento en contra de los abusos y
errores doctrinales de la Curia papal, de las órdenes mendicantes y del
catolicismo romano que se apartaban de las Escrituras.
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Pero se acarreó las iras de las jerarquías eclesiásticas, y en 1337, varias
bulas papales condenaban sus doctrinas, ordenando que el “hereje” fuese
entregado al arzobispo de Canterbury para su ejecución.
Aquello no podía llevarse a la práctica porque el Parlamento inglés estaba
de lado del reformador.
Su enfoque bíblico doctrinal fue tildado de cismático aun por muchos de los
que lo habían apoyado en el movimiento que revestía visos
independentistas de la opresión romana, y se vio forzado a salir de la
Universidad y retirarse en su parroquia de Lutterworth, desde donde
organizó el envío de los llamados “pobres sacerdotes”, que a la postre
algunos de ellos fueron martirizados, y él mismo fue perseguido por orden
de Courtenay, arzobispo de Canterbury y la participación de ocho obispos y
veinticinco doctores en teología, y en la catedral de San Pablo, en Londres,
fueron denunciadas públicamente las doctrinas del reformador, como las
que hemos transcrito arriba.
Las medidas condenatorias no fueron aplicadas debido a sus muchos
amigos y adeptos en la Universidad y en el gobierno, y por la preocupante
gravedad del cisma papal que aquejaba a la cristiandad occidental.
Wicleff insistía en las Escrituras como la máxima autoridad del cristiano. En
su momento no tuvo la suficiente luz para entender muchos puntos
fundamentales, sobre todo en lo relacionado con la justificación, la iglesia,
el sacerdocio de todos los santos, el apostolado y otros temas, pero para él
la verdadera iglesia era aquella que tenía sólo a Cristo por cabeza, a Su
Palabra como suficiente norma y al Espíritu Santo inspirador y guiador a la
verdad.
Los seguidores de Wicleff, llamados “lolardos”, se encargaron de propagar
sus doctrinas; y fue así como esta semilla llegó hasta las tierras de
Bohemia, donde fueron bien recibidas por Juan Huss, sacerdote y
catedrático de filosofía de la Universidad de Praga.
Nació Huss el año 1369. Estando aún de predicador en la capilla de Belén
de Praga, recibió los escritos de Wicleff de manos del caballero bohemio
Jerónimo de Praga, quien entusiasmado regresaba de Oxford, y empezó a
hallar partidarios en la Universidad y entre los bohemios cansados de la
ocupación alemana y de los abusos eclesiásticos. Pero
Huss fue acusado en Roma por el mismo arzobispo de Praga, por lo que fue
excomulgado por Juan XXIII, quien lanzó un entredicho contra Praga
(1413).
Como se sabe, Segismundo era oriundo de Bohemia, y estaba interesado
que en su país se pusiera fin a toda herejía; de manera que a petición del
Emperador y con un salvoconducto de él, Huss consintió en comparecer
voluntariamente ante el Concilio de Constanza. Sus amigos insistieron en
que no fuera, pero él ingenuamente consideró que debía defender sus
opiniones ante el concilio, convencido como estaba de que no era un hereje,
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de que respetarían el salvoconducto imperial, y dispuesto a que si le
demostraban que estaba en un error, él se enmendaría.
Pero una vez hubo comparecido y expuesta su inocencia, fue hecho
prisionero y confinado siete meses en un oscuro y angosto calabozo, en un
monasterio enclavado en un islote del lago de Constanza. Ante la protesta
del Emperador, los conciliares le respondieron que si se ponía en libertad a
Huss, el concilio sería aplazado indefinidamente. Después de largos y
penosos interrogatorios, instándole a que se retractara incondicionalmente,
fue condenado y llevado a la hoguera el 6 de julio de 1415.
Cuando Huss vio que era inminente su muerte, se arrodilló exclamando:
“¡Señor Jesús, perdono a mis enemigos en nombre de tu infinita
misericordia! Tú sabes que me han acusado sin razón y han levantado
falsos testimonios contra mí. ¡Perdónales, según tu gran bondad!” Sus
cenizas fueron dispersadas en el Rin.
Un año después, corrió la misma suerte su amigo y discípulo Jerónimo de
Praga, quien habiendo sido desaconsejado por el mismo Huss, se presentó
ante el concilio para defender a su amigo y sus planteamientos. Después de
sufrir cárcel y tortura, también murió en la hoguera. Ambos fueron
declarados héroes nacionales por el pueblo bohemio. Si no hubiesen sido
acalladas sus voces, estos varones hubieran sido los realizadores de la
reforma un siglo antes que Lutero y Calvino, de manera que el concilio de
Constanza acabó con el cisma y aplazó un siglo la Reforma.
Huss consideraba a la Iglesia como la totalidad de los escogidos de Dios. Su
muerte y la de todos los mártires de Jesús constituye un desafío para que
sus jueces de todas las épocas comparezcan ante el tribunal de Cristo. He
aquí algunas de las tesis de Juan Huss condenadas en Constanza:
“7. Pedro ni es ni fue cabeza de la Santa Iglesia Católica.
9. La dignidad papal se derivó del César y la perfección e institución del
papado emanó del poder del César.
10. Nadie, sin una revelación, podría afirmar razonablemente de sí o de otro
que es cabeza de una iglesia particular, ni el Romano Pontífice es cabeza de
la iglesia particular de Roma.
12. Nadie hace las veces de Cristo o de Pedro, si no le sigue en las
costumbres; como quiera que ninguna otra obediencia sea más oportuna y
de otro modo no reciba de Dios la potestad de procurador, pues para el
oficio de vicariato se requiere tanto la conformidad de costumbres, como la
autoridad del instituyente.
13. El papa no es verdadero y claro sucesor de Pedro, príncipe de los
apóstoles, si vive con costumbres contrarias a Pedro; y si busca la avaricia,
entonces es vicario de Judas Iscariote. Y con igual evidencia, los cardenales
no son verdaderos y claros sucesores del colegio de los otros apóstoles de
Cristo, si no vivieren al modo de los apóstoles, guardando los
mandamientos y consejos de nuestro Señor Jesucristo.
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17. Los sacerdotes de Cristo que viven según Su ley y tienen conocimiento
de la Escritura y afecto para edificar al pueblo, deben predicar, no obstante
la pretendida excomunión; y si el papa u otro prelado manda a un
sacerdote, así dispuesto, no predicar, el súbdito no debe obedecer.
20. Si el papa es malo y, sobre todo, si es precito, entonces como Judas, es
apóstol del diablo, ladrón e hijo de perdición, y no es cabeza de la Santa
Iglesia militante, como quiera que no es miembro suyo.
25. La condenación de los 45 artículos de Juan Wicleff, hecha por los
doctores es irracional, inicua y mal hecha. La causa por ellos alegada es
falsa, a saber, que «ninguno de aquellos es católico, sino cualquiera de ellos
herético o erróneo o escandaloso».
27. No tiene una chispa de evidencia la necesidad de que haya una sola
cabeza que rija a la Iglesia en lo espiritual, que haya de hallarse y
conservarse siempre en la iglesia militante.
8. Sin tales monstruosas cabezas, Cristo gobernaría mejor a su Iglesia por
medio de sus verdaderos discípulos esparcidos por toda la redondez de la
tierra.
29. Los apóstoles y fieles sacerdotes del Señor gobernaron valerosamente a
la Iglesia en las cosas necesarias para la salvación, antes de que fuera
introducido el oficio de papa: así lo harían si, por caso sumamente posible,
faltara el papa, hasta el día del juicio”.
El cáliz en la Santa Cena. Para rebatir los argumentos de Juan Huss
relacionados con la Santa Cena, el Concilio de Constanza decretó que aun
cuando Cristo instituyó la Cena del Señor o eucaristía después de haber
cenado con sus discípulos, y aunque los primitivos cristianos celebrasen
esta ordenanza o sacramento participando todos del pan y del vino, no
obstante debía participarse sólo en ayunas, y de tal manera que solamente
el sacerdote participara del pan y vino, pero los laicos sólo del pan,
suprimiendo así el cáliz para los legos.
Para tomar semejante determinación los conciliares en Constanza
argumentaban que el Señor en ese momento sólo se dirigió a los apóstoles.
Eso es verdad, pero ¿quiénes más estaban con Él en esa ocasión? También
argüían que el Nuevo Testamento, al referirse a la comunión entre los
primitivos cristianos, usa la expresión: "Rompían el pan", sin que mencione
el vino.
Es bíblico que el Señor Jesús instituyó la Santa Cena, y las Escrituras lo
registran diciendo: "26 Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y
lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo.
27 Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de
ella todos" (Mateo 26:26-27). La intención del Señor es que participen de
ambas especies todos los santos en la iglesia, teniendo en cuenta que la
Iglesia es el pueblo sacerdotal del Nuevo Testamento.
Cuando se llevó a cabo el Concilio de Constanza se había perdido muchos
siglos atrás la expresión de ese bíblico sacerdocio de todos los santos, y se
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había reemplazado por una élite sacerdotal por encima del conglomerado de
laicos. En la época apostólica de la Iglesia era costumbre que todos los
fieles participaran de ambas especies en la celebración de la Santa Cena, y
esto se continuó haciendo durante muchos siglos. El apóstol Pablo al
escribirle a la iglesia de la localidad de Corinto, se dirige "a la iglesia de Dios
que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser
santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro
Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro" (1 Co. 1:2), y a todos ellos sin
excepción les dice: "26 Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y
bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga. 27
De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del
Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. 28
Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la
copa. 29 Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo
del Señor, juicio come y bebe para sí" (1 Co. 11:26-29).
Hay constancia de que Juan Crisóstomo (347-407) escribió: "No es así como
en el antiguo pacto, en el que el sacerdote comía su parte y daba lo
restante al pueblo; aquí un mismo cuerpo es dado a todos y un mismo cáliz
también, y todo lo que hay en la eucaristía es común al ministerio y al
pueblo". ¿Por qué los bohemios, guiados por Juan Huss resistían con osadía
la innovación? Porque en la Edad Medía había empezado a darse solamente
el pan, aunque mojado en el vino. En 1120 definitivamente se estableció
que el discriminado laicado participase solamente del pan.
3. Causa reformationis. Martín V aceptó una lista de reformas favorables
al sistema católico romano, pero no las desarrolló una vez estuvo en el uso
del poder en Roma. En cambio elaboró concordatos con cada nación, que
involucraban la apariencia de medidas reformistas.
Con estas y otras medidas, hábilmente debilitó al concilio y reforzó su
autoridad y la supremacía pontificia. En lo relacionado con las reformas
hubo mucha dificultad, dado que muchos de los conciliares, sobre todo los
cardenales, temían perder algunos privilegios al aprobar la eliminación de
algunos abusos. Una de esas reformas aprobadas por el concilio fue la
condena del nepotismo y la simonía dentro del clero, reduciéndolas
exacciones financieras del papado, poniéndole fin a lo de destinar rentas de
varios beneficios y disposiciones especiales a personas no ordenadas ni
consagradas. También fue limitado el poder papal y se hizo el esfuerzo por
disminuir algunos de los males asociados con las indulgencias. En realidad
no hubo reforma alguna de la Iglesia.
Para mayor comprensión del lector, explicamos algo sobre lo relacionado
con el pluralismo en los beneficios. Pluralistas ausentes eran las personas
inescrupulosas que percibían rentas correspondientes a varios puestos
eclesiásticos a veces de muchas canonjías 1 , y a su vez hacían desempeñar
Canonjía es el cargo o la prebenda del clero, o canónigos, y se relaciona a menudo
con el empleo de poco trabajo y bastante provecho
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esos oficios encargando a mal remunerados sustitutos, en la ausencia de
ellos; pero esto se prolongó por tanto tiempo y llegaron a ser tan
numerosos los interesados, que resultaron inútiles todos los esfuerzos,
conciliares y extraconciliares, para acabar con este escándalo.
Consecuencias
Paradójicamente, el concilio que supo poner fin al cisma, en Constanza
venció el conciliarismo, pero fue el papado el que salió triunfante, pues no
hubo una verdadera renovación de la Iglesia, y la corrupción del sistema
siguió su curso. Y el papado salió ganancioso, a pesar de haber sido un
concilio no convocado ni presidido ni confirmado por papa romano alguno,
conforme las “condiciones” o exigencias canónicas necesarias para la
legitimidad de un concilio ecuménico, pues la “legitimidad” y la pretendida
“sucesión apostólica” del papado se hallaba envolatada en ese momento
histórico.
El concilio de Constanza decretó que el concilio es superior al papa,
pero más tarde el concilio Vaticano I lo contradijo; luego según el
Derecho Canónico romano esto es una “herejía”, y por el resumen que
hemos hecho tendríamos que un concilio ilegítimo eligió un papa, a Martín
V, que por consiguiente debe ser ilegítimo así como todos sus sucesores
hasta el día de hoy.
Sabe Dios si el papa Roncalli tomara el nombre de Juan XXIII buscando
alguna “legitimidad” y “sucesión apostólica” anterior al concilio de
Constanza, y no necesariamente por considerar antipapa a Baltasar Cossa.
Como lo hemos comentado someramente, lejos de extirpar la “herejía” con
la muerte de Juan Huss y Jerónimo de Praga, y la condena de las doctrinas
de Juan Wicleff, el concilio de Constanza sembró la semilla de la verdadera
reforma que ellos, en su ceguera e ignorancia, no pudieron llevar a cabo.
En Bohemia se levantó un gran clamor de indignación cuando los checos se
enteraron del martirio de Juan Huss. Todos los seguidores de las ideas de
Huss tuvieron así sus propios mártires, y se levantaron en masa contra la
autoridad del monarca, que no supo hacer valer su salvoconducto y su
imperial palabra. Tanto los husitas como el pueblo dirigido por el caballero
Juan Ziska, se sublevaron contra la influencia germánica; pues hasta el
mismo papa había recomendado que las tropas germanas iniciaran una
cruzada contra los “herejes” de Bohemia. Un siglo más tarde se vio que
toda esta sangre derramada había abonado la semilla de la reforma que
Dios promovió a través de figuras como Martín Lutero, Juan Calvino y otros.