Download Septiembre-Diciembre 2011 Vol. XXVIII N.o 85

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Transcript
Septiembre-Diciembre 2011
Vol. XXVIII
N.o 85
Centro Ecuménico «Misioneras de la Unidad»
MADRID
(Revista cuatrimestral)
Director: José Luis Díez Moreno
Secretaría: Rafael Vera Puig
Administración: Agueda García de Antonio
Consejo de redacción y colaboradores:
Alexander Bran Franco
Eloy Bueno de la Fuente
Héctor Vall Vilardell
José Demetrio Jiménez
Juan Fernando Usma Gómez
Juan Pablo García Maestro
Manuel González Muñana
María José Delgado
Mariano Perrón
Pedro Langa Aguilar
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Dirección y administración:
Centro Ecuménico «Misioneras de la Unidad»
José Arcones Gil, 37, 2.º
28017 Madrid - Teléfono: [34] 91 367 58 40
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Bienhechores ............................................................................
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Número suelto ..........................................................................
30 i
40 i
50 i
12 i
ÍNDICE
Págs.
PRESENTACIÓN
Medio siglo de servicio al ecumenismo .....................................
5
ESTUDIOS
La Instrucción Ecclesia Catholica de 1949, Juan Cruz Arranz .
Instrucción Ecclesia Catholica. Sobre el movimiento ecumenico. Santo Oficio, 20 de diciembre de 1949 ..........................
Juan XXIII, del discurso al diálogo, de la espera al encuentro,
Ángel Hernández Ayllón .......................................................
Los observadores no católicos en el Vaticano II, Eloy Bueno de
la Fuente ...............................................................................
La III Asamblea del Consejo Mundial de las Iglesias en Nueva
Delhi 1961, significativo pórtico para el ecumenismo del
Concilio Vaticano II, José Luis Díez .....................................
Las Religiones y su compromiso por la paz, Juan Pablo García
Maestro ..................................................................................
11
23
29
61
79
95
MISCELÁNEA
Crónica del Encuentro Ecuménico de El Espinar en «Los Molinos», Andrés Valencia ...........................................................
XLI Congreso Ecuménico Internacional de la IEF en Brighton
(Inglaterra), Inmaculada González Villa ..............................
El Sínodo de Oriente Medio, Manuel Portillo ..........................
Ecumenistas que se van:
Antonio Andrés Puchades, presbítero de la IERE en Valencia,
un ecumenista de nota, José Luis Díez .................................
116
130
RECENSIONES .............................................................................
145
ÍNDICE DEL VOL. XXVIII ........................................................
151
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
111
142
[299] 3
PRESENTACIÓN
MEDIO SIGLO DE
AL ECUMENISMO
ELSERVICIO
ECUMENISMO
EMPRENDE
SU MARCHA
Es cierto que nunca la dejó, pero también es verdad que la aminoró como
Aunquedeelladiálogo
no es el objetivo
principal
Pastoral Ecuresultado
fuerte interreligioso
impresión y desconcierto
que en
muchosdeambientes
ecuménica,
no
podemos
por
menos
de
destacar
en
estas
primeras
líneas
de sulan.ºuni85
ménicos produjo la publicación de la Declaración Dominus Iesus sobre
la
reciente
reunión
de
representantes
oficiales
de
gran
cantidad
de
Religiones
en
cidad y universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, firmada en la sede
Asís
y
presididos
por
Benedicto
XVI,
el
día
27
de
octubre
pasado,
con
motivo
de
de la Congregación para la Doctrina de la Fe el 6 de agosto del año 2000 por
la
de los 25y presentada
años en quepor
porelprimera
vez tuvo en
lugar,
presidida
por
el celebración
Cardenal Ratzinger,
mismo Cardenal
la Sala
de Prensa
Juan
Pablo
II
allí
mismo,
la
Jornada
para
orar
por
la
Paz.
Los
discursos
prode la Santa Sede el 5 de sephorizontes: el pasado y el futuro. Es un álbum de
nunciados
porrecuerdos
miembrosy de
Iglesias
cristianas,
de distintas Religiomaravillosos
unadiferentes
sugerencia
de valiosas
promesas.
nes yEsdel
propio
Benedicto
XVI
han
expuesto
y
resumido
lo
quelos
lasque
Religiones
un balance de los actos ecuménicos del año pasado, en
el Papa
están
llamadas
hacer
en nuestros
con respecto
la verdad,dirigido
la libertad,
la
ha tenido
parteamuy
relevante,
y undías
programa
de vidaacristiana,
a toda
justicia
y
la
paz.
El
profesor
P.
Juan
Pablo
García
Maestro
en
su
trabajo:
Las
la Iglesia, subrayando de un modo muy particular la faceta ecuménica, la cual
Religiones
y su compromiso
por la paz
aborda
acontecimiento
repasando
debe impregnar
todos los horizontes
de la
laboreste
eclesial.
Podría decirse
que el
yPapa
comparando
desde
la
primera
Jornada
por
la
Paz
de
1986,
deteniéndose
en
en este nuevo documento sigue la forma tripartita, que empleó en la enlas
distintas
Jornadas
celebradas
sobre
este
mismo
tema,
hasta
la
actual
reunión.
cíclica Ut unum sint [1995]: exposición de la temática ecuménica; miradaEspecial recuerdo
merece
la visita del Papa
Benedicto XVI a Alemania en los
contemplación
del pasado
y prospectiva
de futuro.
días El
22 documento
al 25 de septiembre
pasado
por
todo
su
mensaje,
nosotros
por su
consta de una Introducción, que espero
unapara
acción
de gracias
doctrina
ecuménica.
Tendremos
que
leer
detenidamente
y
reflexionar
sobre
el dispor las misericordias concedidas por Dios a su Iglesia a través del Año Jubilar
curso
a
la
comunidad
judía
en
el
encuentro
en
una
sala
del
Reichstag
de
Berlín,
así
y una Conclusiónmientos religiosos y colaborador como tal en nuestro Centro
como
en
el
encuentro
con
los
musulmanes
en
el
salón
de
recepciones
de
la
NunciaEcuménico dentro del Servicio de Ayuda y Estudio del Sectarios (SAES), ha
tura
apostólica.
Mayor yimportancia
cobra cierra
en el campo
ecuménico
el encuentro
del
realizado
con detalle
crítica objetiva,
la Sección
principal
de nuestra
23
de
septiembre
con
los
representantes
del
Consejo
de
la
«Iglesia
Evangélica
en
Revista.
Alemania» en la sala capitular del antiguo convento de los agustinos y la celebración ecuménica en la iglesia del antiguo conventoJulián
de los mismos.
Igualmente
debeGARCÍA
HERNANDO
mos detenernos y reflexionar sobre el encuentro con representantes de las Iglesias
ortodoxas en la Horsaal del seminario de Friburgo en Brisgovia el día 24. Todos
estos discursos son exponentes de la más clara temperatura ecuménica entre las Iglesias cristianas no católicas y la Iglesia católica.
En la reunión de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española de primeros de julio pasado fue nombrado Director del Secretariado de
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[301] 5
Relaciones Interconfesionales el sacerdote de Madrid D. Manuel Enrique Barrios Prieto quien, además de otros cargos diocesanos, es párroco de Santa
Catalina de Alejandría. Por su preparación humanista, teológica y pastoral
estamos seguros que será el motor que el ecumenismo necesita en estos momentos en España. Desde estas páginas le felicitamos y nos disponemos a colaborar
con las actividades ecuménicas que comience a programar.
CINCUENTA AÑOS DE ECUMENISMO
También en el próximo 2012, el 6 de enero concretamente, se celebrarán los
50 años de la fundación en Segovia de las Misioneras de la Unidad. Ha sido
medio siglo de servicio al ecumenismo. En todo este tiempo las Misioneras de
la Unidad y su Centro Ecuménico en Madrid han actuado como vértice de la
actividad ecuménica especialmente en España. Comenzaron en Segovia en 1962
configuradas por el comienzo del Concilio Vaticano II el 11 de octubre de aquel
año e iniciaron su actividad ecuménica sencilla en aquella ciudad castellana.
Al poco pasaron a Madrid y pronto participaron en la labor ecuménica del Centro Oriental del P Santiago Morillo S. J. donde, encargadas de la Biblioteca y
Hemeroteca, palparon la universalidad del ecumenismo. Desde el Centro Ecuménico Juan XXIII de Salamanca y con el profesor D. José Sánchez Vaquero observaron la profundidad teológica del ecumenismo con su estancia en aquel Centro.
Por aquellos años se instalaron en Ginebra y allí, cerca del Consejo Ecuménico
de las Iglesias, fueron presenciando el avance ecuménico tan fructífero en aquellos años del postconcilio entre este organismo y la Iglesia católica.
Como entonces fue nombrado Director del Secretariado Nacional de Ecumenismo de la Conferencia Episcopal Española su fundador D. Julián García
Hernando ocuparon puestos de importancia en la Comisión de Relaciones Interconfesionales. Participando desde estos puestos con D. Julián, a quien siempre acompañaban algunas de ellas en sus innumerables reuniones interconfesionales e internacionales, fueron adquiriendo su formación ecuménica y se
abrieron a una actividad continua tanto en España como en el extranjero.
En 1972 inauguraron el Centro Ecuménico «Misioneras de la Unidad» en
Madrid, en la Plaza del Conde de Barajas 1, su actividad más importante a lo
largo de estos últimos 40 años. Este Centro Ecuménico ha albergado durante
todo este tiempo los conocidos Cursos Bíblico - Ecuménicos en los que han intervenido decenas de profesores de diversas tradiciones cristianas y a los que
han acudido centenares de alumnos. Esta enseñanza ecuménica también la impartió el Centro en algunos años en cursos por correspondencia, editó un Bole6 [302]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
tín ciclostilado con noticias ecuménicas y pequeños artículos, en 1984 el Centro
inició la publicación de la revista Pastoral Ecuménica alcanzando ya sus 85
números en este momento, algunos libros de tema ecuménico publicados en distintas editoriales fueron escritos por iniciativa de este Centro Ecuménico y en el
año 2000 apareció un influyente boletín de noticias sobre ecumenismo con el
título de Infoekumene.
Participaron tanto desde la Conferencia Episcopal como desde el Centro
Ecuménico en la programación de las Semanas de la Unidad. En el transcurso
del año algunas Misioneras de la Unidad pronunciaron sobre todo en parroquias
conferencias sobre diversos temas ecuménicos. Durante unos 40 años han organizado Encuentros Internacionales e Interconfesionales de Religiosas celebrados en varios Monasterios católicos, ortodoxos y protestantes, en Europa. En
varios países hispanoamericanos, principalmente en Colombia, han animado
importantes grupos ecuménicos y han participado en cursos, encuentros y jornadas de tema ecuménico.
La Biblioteca, Hemeroteca y Archivo del Centro Ecuménico son de considerable importancia, ya que en casi 50 años han podido coleccionar libros, revistas e innumerables documentos. A la vez una de sus actuaciones ecuménicas más
importantes ha consistido en el trato fraternal con Iglesias ortodoxas y protestantes de toda España, participando frecuentemente de sus liturgias y sínodos y
especialmente con su asistencia a multitud de acontecimientos familiares: bautizos, bodas, o entierros con lo que han logrado un estrecho acercamiento a las
familias. Particular subrayado merecen las convocatorias mensuales en las que
participan distintas Iglesias para orar por la unidad.
Naturalmente, con tantos años de existencia surgen multitud de preguntas
acerca de acontecimientos, actitudes, vida interna de la institución, proyección
de su vocación ecuménica, relaciones con otros grupos ecuménicos, etc, etc, que
las Misioneras de la Unidad tendrán que contestarse en este momento para
adecuarse a las urgencias ecuménicas actuales. Mientras, desde estas líneas
damos gracias al Señor por este carisma, le pedimos que lo sostenga y felicitamos a las Misioneras de la Unidad recordándoles que deben seguir, con todo lo
que esto implica, como referentes de la vocación ecuménica.
EL CONCILIO VATICANO II COMO FONDO
En este n.º 85 incluimos algunos Estudios acerca del Concilio Vaticano II
ante la celebración de su 50 aniversario en este año que viene. Algunos son
conferencias y clases del magnífico programa sobre los Testigos del EcumenisRev. Pastoral Ecuménica, 85
[303] 7
mo del curso pasado pronunciados en el Centro Ecuménico «Misioneras de la
Unidad». Sus autores han tenido la amabilidad de permitirnos su publicación
en este número de Pastoral Ecuménica. Así, por ejemplo, en el de Juan Cruz
Arranz, sacerdote de Segovia, titulado La Instrucción Ecclesia Catholica de 1949
en el cual habla de aquel importante documento que tanto contribuyó a la apertura ecuménica de la Iglesia católica. Al ser un documento bastante desconocido lo insertamos inmediatamente después del trabajo.
Juan XXIII fue el gran iniciador del ecumenismo oficial entre los católicos,
especialmente antes y en la primera etapa del Concilio Vaticano II. Otro conferenciante, Ángel Hernández Ayllón, delegado de ecumenismo de Osma – Soria,
nos presenta su intervención en el curso Bíblico – Ecuménico titulado Del discurso al diálogo, de la espera al encuentro. Por su parte, el profesor de la Facultad de Teología de Burgos, D. Eloy Bueno de la Fuente, contribuye con su
conferencia sobre Los observadores no católicos en el Vaticano II, un grupo de
extraordinarios teólogos y muchos de ellos famosos que intervinieron en algunos casos de manera decisiva en el desarrollo de la doctrina conciliar.
Existe una Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias, la tercera, celebrada
en Nueva Delhi en el otoño de 1961, cuya influencia en el inmediatamente posterior Concilio Vaticano II e incluso en los últimos retoques de su preparación,
fue de considerable influencia y que debe ser conocida por estos motivos entre
los católicos. Se comenta en un estudio de José Luis Díez titulado La III Asamblea del Consejo Mundial de las Iglesias en Nueva Delhi 1961, significativo
pórtico para el ecumenismo del Concilio Vaticano II.
En Miscelánea se encuentran las dos crónicas de los principales acontecimientos ecuménicos del pasado verano. En primer lugar el Encuentro Ecuménico de El Espinar, celebrado este año en la localidad madrileña de Los Molinos
del 5 al 9 de julio, del que nos informa Andrés Valencia Pérez, del Centro P.
Congar de Valencia. Sigue después la información sobre el XLI Congreso de la
Asociación Ecuménica Internacional (IEF) celebrado en Brighton (Inglaterra)
del 22 al 29 de Agosto de 2011 escrito por Inmaculada González Villa, miembro
de la IEF y participante en este evento ecuménico internacional. El Sínodo de
Oriente Medio es una información de D. Manuel Portillo, Delegado de Ecumenismo de Sevilla, asunto importante debido a los diálogos actuales entre la Iglesia
católica y la ortodoxa, todo acontecimiento de los ortodoxos conviene ser tenido en cuenta en el campo ecuménico.
El último punto de esta sección es la reseña Antonio Andrés Puchades, presbítero de la IERE en Valencia, un ecumenista de nota. Este insigne buscador
de la unidad cristiana falleció en Valencia el pasado Agosto. Su trayectoria ecu8 [304]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
ménica debe recordarse como testimonio de un acendrado compromiso con el
ecumenismo en España desde su Iglesia, la IERE. Durante más de 15 años en
Salamanca y casi 30 en Valencia su actividad ecuménica fue reflejo del ansia
interna de unidad entre los cristianos que ocupaba su vida. Llena, sin duda,
páginas enteras en la Historia del Ecumenismo en España.
En este comienzo del curso 2011-2012 Centros Ecuménicos y los diversos
Grupos de Ecumenismo han iniciado con firmeza sus actividades. Todos esperamos que sea este un curso repleto de bendiciones de Dios a la tarea ecuménica, de apoyo de la jerarquía eclesiástica católica a toda iniciativa ecuménica,
de diálogo entre las diversas Iglesias en España, de fraternidad entre todos los
grupos ecuménicos, de esfuerzo por la formación ecuménica de tantos cristianos como la urgen, de empeño pastoral en ecumenizar nuestras parroquias, de
fidelidad a la vocación ecuménica, de profundización en la Espiritualidad del
Ecumenismo y de serio compromiso con las realidades ecuménicas de nuestra
nación.
Desde Pastoral Ecuménica deseamos a nuestros lectores y a todos los ecumenistas una feliz Navidad y las bendiciones del Señor para el año 2012.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[305] 9
ESTUDIOS
LA INSTRUCCIÓN ECCLESIA CATHOLICA DE 1949
I. INTRODUCCIÓN
Dentro del inmenso océano del movimiento ecuménico este trabajo tiene como
fin acercarnos a un tema muy concreto y puntual. Se trata de un breve documento de la Sagrada Congregación para el Santo Oficio que pretende regular la
participación de los católicos en reuniones interconfesionales a mediados del siglo XX y que lleva por nombre Ecclesia Catholica. Por tanto, el punto de vista
que estará presente en esta reflexión será la relación de la Iglesia católica con el
movimiento ecuménico en cuanto tal, es decir, no abordaremos cuestiones de
relaciones bilaterales con ortodoxos, anglicanos o protestantes, aunque en alguna ocasión se pueda hacer referencia.
Un documento que sin ser demasiado conocido siempre ha aparecido en las
historias del ecumenismo católico aunque muy de pasada y al que últimamente
se le da más relevancia. Sin ir más lejos a él se hace referencia, aunque sin citarle
por su nombre, en la última alocución del cardo Kurt Kock en la plenaria del
PCPUC: «Un posterior impulso al empeño ecuménico ha salido del papa Pío XII
quien en su instrucción de 1950 elogiaba expresamente el movimiento ecuménico, atribuyendo su inspiración al Espíritu Santo»1.
Antes de analizar en detalle la Instrucción parece interesante detenernos en
otras intervenciones que sobre el mismo se hicieron con anterioridad desde la
Sagrada Congregación para el Santo Oficio. Así mismo, consideramos interesante
e iluminador decir alguna palabra sobre la postura del papa Pío XII frente al movimiento ecuménico. Este será el camino que recorreremos en esta exposición.
II. INTERVENCIONES PREVIAS DE LA S. C. DEL SANTO OFICIO
La Instrucción Ecclesia Catholica no fue el primer pronunciamiento del Santo
Oficio sobre la cuestión ecuménica. Thils en su clásica obra Historia doctrinal
1. Card. Kurt KOCH, «A che punto è il camino», Il regno – Documenti 1 (2011) 24.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[307] 11
del movimiento ecuménico enumera otras intervenciones de la Sagrada Congregación en materia de unionismo2, concepto que en aquella época se solía utilizar
para referirse a la cuestión de la unidad de los cristianos.
Así, el 16 de septiembre de 18643 el Santo Oficio, a través de una carta, prohibió a los católicos formar parte de la Asociación constituida en Inglaterra por el
anglicano Lee, con el fin de buscar la unidad de católicos, anglicanos y ortodoxos
por medio de la oración4. Esta intervención supone una respuesta a la consulta
cursada a la curia romana por el episcopado inglés bajo la dirección, por entonces, del cardenal Wiseman. El profesor Gómez-Heras resume esa carta del siguiente modo:
«A los católicos no les estaba permitido pertenecer a una asociación que
ponía en juego la integridad de la fe. La carta justificaba tal decisión con
varias razones: 1) la falsa eclesiología en la que se basaba la asociación [Teoría de las tres ramas]; 2) el hecho de que fueran herejes los directores de la
misma; 3) el indiferentismo eclesiológico al que se daba lugar; 4) el escándalo que se podía causar en el pueblo fiel. No obstante, se aprobaban las oraciones y esfuerzos en pro de la unidad y se invitaba a los puseystas a encontrar el verdadero camino de la reunión en la conversión y el retorno a la
Iglesia católica»5.
El segundo pronunciamiento de la Congregación tuvo la forma de un breve
Decreto publicado el 4 de julio de 19196 a raíz de la celebración de la Conferencia
misionera de Edimburgo (1910) y la iniciativa de la Iglesia episcopal americana
de convocar una reunión universal para examinar las cuestiones relacionadas con
la unidad de los cristianos. En este decreto se volvía a recordar las instrucciones
dadas en el texto de 1864 referentes a la participación de católicos en reuniones
organizadas por no-católicos para realizar la unión de todos los cristianos.
La tercera intervención del Santo Oficio se produjo el 6 de julio de 19277 a
consecuencia del dubium que le fue presentado relativo a la posibilidad de la participación de católicos en la Asamblea de Fe y Constitución que iba a tener lugar
2. G. THILS, Historia doctrinal del movimiento ecuménico (Madrid 1965) 290-291. También
son citadas en José María Gómez-Heras, «Notas para una ‘Historia del ecumenismo católico desde
sus orígenes al Vaticano II’», Diálogo Ecuménico 3 (1968) 403-430.
3. Ad omnes episcopos Angliae, AAS 2 (1866) 657-660, reimpresa en AAS 11 (1919) 310-312.
4. Inspirado por el Movimiento de Oxford, iniciado por John Klebe, Hurrell Froude y J. H.
Newman, que promovió la recuperación de muchos elementos católicos que se habían perdido en el
anglicanismo a causa de las ideas protestantes.
5. GÓMEZ-HERAS, Id., 408.
6. AAS 11 (1919) 309.
7. AAS 19 (1927) 278.
12 [308]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
en Lausana en agosto de ese mismo año. La respuesta de la Congregación negaba la dicha posibilidad y remitía al decreto de 1919. Recordemos como por estas
fechas Pío XI puso fin a las conversaciones de Malinas (1921-1926) y que el
mismo Pontífice en 1928 publicaba la encíclica Mortalium animos, donde se
denuncian con seriedad y energía los peligros y errores que, desde la fe católica,
se observaban en el movimiento ecuménico al que el Papa califica como «pancristiano».
La voz del santo Oficio volvió a oírse por cuarta vez en vísperas de la celebración de la importante asamblea de Ámsterdam que supondría la constitución
definitiva del Consejo Ecuménico de las Iglesias. El 5 de junio de 1948 se publico un Monitum respecto de las reuniones interconfesionales8. No contenía nada
nuevo en la materia pero expresaba claramente el deseo de las autoridades católicas de evitar cualquier sorpresa. La nota estipulaba que ningún católico podía
asistir a la Asamblea de Ámsterdam sin previa autorización de la Santa Sede, y
que ésta no concedería ningún permiso.
Yves Congar en su obra Diario de un teólogo (1946-1956) describe este
monitum del siguiente modo:
«El decreto del Santo Oficio, o sobre todo su «advertencia», no aporta, rigurosamente hablando, ningún elemento nuevo a la cuestión. Lo único que
hace es recordar la disciplina establecida desde siempre. El único elemento
nuevo, si es que hay alguno, sería, sobre todo positivo: la advertencia, en
efecto, reconoce la existencia de conferencias ecuménicas y contempla de
manera positiva la hipótesis del envío de observadores católicos. Sólo se
reserva al propio Santo Oficio la autorización de tales observadores.
De suerte que creo poder interpretar la Advertencia como dirigida contra toda
iniciativa de los ordinarios, del episcopado local o nacional. Los ordinarios
son declarados incompetentes y, en suma, en este caso, su recomendación
es formalmente contradicha, ya que, tanto en Utrecht como en París, ésta era
favorable»9.
Como el mismo Congar relata en la cita anterior, en Ginebra había un gran
interés por la participación de algún católico en la Asamblea y de hecho algunos
estuvieron presentes aunque en calidad de periodistas. Estas afirmaciones de
Congar son importantes porque nos van a permitir ver el giro que toma el Santo
Oficio con la Instrucción objeto de nuestro estudio que es publicada apenas un
año y medio después.
8. AAS 40 (1948) 257.
9. Y. CONGAR, Diario de un teólogo (1946-1956) (Madrid 2004) 167.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[309] 13
III. PÍO XII Y EL ECUMENISMO
Durante el pontificado de Pío XII el ecumenismo católico sigue haciendo
progresos. Dos circunstancias sitúan bajo perspectivas nuevas las posturas del
magisterio romano: a) la creación del Consejo Ecuménico de la Iglesias, y b) la
grave crisis por la que atravesaban las relaciones políticas internacionales, consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. El nacimiento del CEI, fruto maduro
del movimiento ecuménico, ofreció a Roma la posibilidad de un diálogo con un
interlocutor autorizado. La nueva situación socio-política justificaba el continuo
llamamiento del Papa a todos los cristianos en la búsqueda de una pacificación
entre los pueblos. A este respecto merece la pena recordar como hace Auert un
editorial de la revista Irénikon de 1945:
«Al finalizar la guerra de 1914-1918, se comprobó que una nueva fuerza se
desarrollaba en el seno de los cristianos separados, en lo que respecta al
acercamiento. No sólo las Iglesias habían tomado mayor conciencia de ellas
mismas, sino que la prueba las había purificado. La guerra era como una blasfemia contra la unidad y la solidaridad transmitidas por Cristo. Por una parte,
la amenaza de un ateísmo general estimulaba a las diferentes confesiones
para formar un frente común frente al enemigo. Se trataba de disminuir la
distancia y se buscaba la aproximación. Si esto ocurrió en 1918 ¿cuál será la
consecuencia de la tragedia cósmica que estamos ahora viviendo?»10.
Durante su pontificado, Pío XII intensificó las audiencias con personalidades anglicanas, luteranas y reformadas, que constituyeron un indicio del deshielo
progresivo de las relaciones entre Romas y el mundo cristiano no católico. El
afecto del Papa por el oriente cristiano cristalizó especialmente en la encíclica
Orientalis ecclesiae decus, del 9 de abril de 1944. A este respecto se ha escrito:
«El punto de vista adoptado fue el de la colaboración de las sedes orientales
con la romana en defensa de la fe, siguiendo el ejemplo de colaboración de
san Cirilo de Alejandría, en cuyo honor se escribía la carta. En el texto se
observa un cierto cambio terminológico respecto de las Iglesias orientales
ortodoxas, ya que se denomina al conjunto de sus fieles “hermanos orientales disidentes”. Se puede decir que el empleo de esta expresión indica el momento de transición de una relación marcada por la simple y llana vuelta de
los que han abandonado la Iglesia verdadera (y por tanto pueden ser calificados como disidentes, pues no comparten la verdadera fe) a otra donde se
reconoce que hay una relación profunda con los orientales ortodoxos (por
lo que pueden ser calificados como hermanos)»11.
10. Irénikon 18 (1945) 3.
11. Mariano SANZ y Juan-Cruz ARNANZ, «El “afecto oriental” de los Papas, de León XIII a
Juan Pablo II. Roma y las Iglesias del oriente cristiano», en Adolfo GONZÁLEZ MONTES, Las Iglesias
Orientales (Madrid 2000) 45.
14 [310]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
No obstante, a pesar de las audiencias y de las buenas palabras hacia los ortodoxos, la eclesiología de fondo presente en el magisterio de Pío XII era la ya
conocida de la vuelta de los disidentes a la única y verdadera Iglesia. Esto se pone
de manifiesto en el texto más relevante de su pontificado relacionado con la unidad de todos los cristianos, esto es, la encíclica Mystici Corporis (1943), la cual
culminaba todo un esfuerzo por recuperar esta imagen del cuerpo místico y situarla al centro de la reflexión sobre la Iglesia. Esfuerzo especialmente desarrollado en el periodo entreguerras pero que se remonta al romanticismo alemán del
siglo XIX, concretamente a la obra del alemán Möhler.
Analicemos brevemente algunos pasajes de este texto magisterial. En la introducción de la encíclica encontramos una mano tendida al resto de cristianos
no católicos para que vuelvan sus ojos a la Iglesia:
«si contemplan su unidad recibida del Cielo —en virtud de la cual todos los
hombres de cualquier estirpe que sean se unen con lazo fraternal a Cristo—,
sin duda se verán obligados a admirar una sociedad donde reina caridad semejante, y con la inspiración y ayuda de la gracia divina se verán atraídos a participar de la misma unidad y caridad» (n. 3).
Otros pasajes de la encíclica expresan más claramente la idea de unidad como
retorno, a pesar de las buenas palabras y deseos hacia los no católicos:
«Y ardientemente deseamos que, con encendida caridad, estas comunes plegarias comprendan también a aquellos que o todavía no han sido iluminados con la verdad del Evangelio ni han entrado en el seguro aprisco de la
Iglesia, o, por una lamentable escisión de fe y de unidad, están separados de
Nos, que, aunque inmerecidamente, representamos en este mundo la persona de Jesucristo. […]
También a aquellos que no pertenecen al organismo visible de la Iglesia
Católica, ya desde el comienzo de Nuestro Pontificado, como bien sabéis,
Venerables Hermanos, Nos los hemos confiado a la celestial tutela y providencia, afirmando solemnemente, a ejemplo del Buen Pastor, que nada Nos
preocupa más sino que tengan vida y la tengan con mayor abundancia. Esta
Nuestra solemne afirmación deseamos repetirla por medio de esta Carta Encíclica, en la cual hemos cantado las alabanzas del grande y glorioso Cuerpo de Cristo, implorando oraciones de toda la Iglesia para invitar, de lo más
íntimo del corazón, a todos y a cada uno de ellos a que, rindiéndose libre y
espontáneamente a los internos impulsos de la gracia divina, se esfuercen
por salir de ese estado, en el que no pueden estar seguros de su propia salvación eterna; pues, aunque por cierto inconsciente deseo y aspiración están ordenados al Cuerpo místico del Redentor, carecen, sin embargo, de tantos y tan grandes dones y socorros celestiales, como sólo en la Iglesia Católica
es posible gozar. Entren, pues, en la unidad católica, y, unidos todos con
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[311] 15
Nos en el único organismo del Cuerpo de Jesucristo, se acerquen con Nos a
la única cabeza en comunión de un amor gloriosísimo. Sin interrumpir jamás
las plegarias al Espíritu de amor y de verdad, Nos les esperamos con los brazos
elevados y abiertos, no como a quienes vienen a casa ajena, sino como a
hijos que llegan a su propia casa paterna.
Pero si deseamos que la incesante plegaria común de todo este Cuerpo místico se eleve hasta Dios, para que todos los descarriados entren cuanto antes
en el único redil de Jesucristo, declaramos con todo que es absolutamente
necesario que esto se haga libre y espontáneamente, porque nadie cree sino
queriendo12» (DH 3821-3822).
Según el texto, sólo los católicos son miembros de la Iglesia (reapse=verdaderamente) y por ello del Cuerpo místico. Los demás están ordenados al Cuerpo místico de Cristo por algún voto inconsciente. Se plantea, pues, el tema de la
pertenencia eclesial. La encíclica, en una visión rigorista, limitada y canónica,
describe las cuatro condiciones para ser considerado miembro de la Iglesia:
«Entre los miembros de la Iglesia sólo se han de contar de hecho los que
recibieron las aguas regeneradoras del Bautismo, y, profesando la verdadera fe, no se hayan separado, miserablemente, ellos mismos, de la contextura
del Cuerpo, ni hayan sido apartados de él por la legítima autoridad a causa
de gravísimas culpas» (DH 3802).
Es decir, estar bautizado, haber hecho profesión de la verdadera fe; y en negativo, no estar separado de la estructura del Cuerpo, ni estar excomulgado por
la autoridad reconocida.
La encíclica admite la posibilidad que los no católicos puedan tener un «inconsciente y vivo deseo» de la Iglesia y, por tanto, tener sin saberlo conscientemente una relación especial con la Iglesia. La encíclica Mystici corporis se convierte en la fuente principal mediante la cual establecer a quien considerar miembro
de la Iglesia. En los años 1940-1950 la rigidez de la visión de la encíclica ralentizo
inevitablemente algunas excepcionales iniciativas católicas tendentes a un mayor
acercamiento a las otras Iglesias y comunidades eclesiales por medio del ecumenismo13.
Posteriormente algunos estudiosos como el cardenal Bea encontraron en ese
deseo inconsciente, el elemento determinante para dar una interpretación diferente:
12. Otras traducciones emplean la expresión: «vuelvan a él lo antes posible, declaramos no
obstante que este retorno debe llevarse a cabo de manera espontánea y libre, porque nadie debe creer
por imposición», cf. R. AUERT, La Santa Sede y la unión de las Iglesias (Barcelona 1959) 125.
13. Michael Andrew FAHEY, «Modelli storico-teologici dell’appartenenza: una valutazione
critica», Rosario LA DELFA (Ed.), Comunione ecclesiale e appartenenza. Il senso di una questione
ecclesiologica oggi (Roma 2002) 45.
16 [312]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
«La encíclica Mystici Corporis niega que los herejes y cismáticos pertenezcan al Cuerpo místico, que es la Iglesia, sólo en el sentido pleno en el que los
católicos dicen de pertenecer. La encíclica sin duda no excluye todas las
formas de pertenencia a la Iglesia y ni siquiera niega toda la influencia de la
gracia de Cristo»14.
El cardenal Bea constató que tanto antes como después del Vaticano II, en la
Iglesia católica existe una convicción sólida y profunda, basada en el Nuevo
Testamento, de que existe un fundamento común de pertenencia a la Iglesia entre todos los cristianos que han recibido el bautismo válidamente, incluso si el
bautismo ha sido recibido fuera de la Iglesia católica. Esto significa que una persona bautizada está orgánicamente unida a Cristo y a su Cuerpo místico, y que
una persona llega a ser por la gracia hijo adoptivo de Dios. Todos los hombres y
mujeres válidamente bautizados, por tanto, son hermanos espiritualmente. Esta
línea interpretativa es recogida por el decreto sobre ecumenismo del Vaticano II
Unitatis Redintegratio:
«En efecto, los que creen en Cristo y han recibido ritualmente el bautismo
están en una cierta comunión, aunque no perfecta, con la Iglesia católica
[…] justificados por la fe en el bautismo, se han incorporado a Cristo; por
tanto, con todo derecho se honran con el nombre de cristianos y son reconocidos con razón por los hijos de la Iglesia católica como hermanos en el
Señor» (n. 3).
IV. LA INSTRUCCIÓN ECCLESIA CATHOLICA
La Instrucción fue elaborada por la S. C. para el Santo Oficio y firmada por
su secretario el cardenal Marchetti-Selvaggiani, y su asesor, por entonces, mons.
Alfredo Ottaviani. Lleva fecha del 20 de diciembre de 1949, y está dirigida al
episcopado de todo el mundo. Se publicó en L’Osservatore Romano el 1 de marzo de 1950 y en Acta Apostólica Sedis (AAS) el 31 de enero de 1950. También es
conocida como Instructio de motione oecumenica. El documento consta de una
introducción y siete números que son las diferentes prescripciones o normas que
se establecen15.
La introducción establece cual es el posicionamiento de la Iglesia católica en
el momento en el que se escribe la Instrucción: no toma parte en reuniones ecu14. Ibid., 47.
15. Una traducción en español la encontramos en: R. AUBERT, Problemas de la unidad cristiana (Barcelona 1969) 153-164. También en internet: http://es.scribd.com/doc/25671153/Instruccion-Ecclesia-Catholica-sobre-el-movimiento-ecumenico.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[313] 17
ménicas, pero esto no impide que se sigan esos congresos con interés y se apoye
con la oración todo esfuerzo encaminado a lograr la unidad de los cristianos.
Cita el pasaje de san Juan 17,23. Es sugerente el hecho de que esta referencia al
presente vaya acompañada de una declaración de intenciones de cara a seguir en
esa línea en el futuro, lo que manifiesta una apuesta seria por esta cuestión. Se
deja, por tanto, entrever un larvado apoyo desde la distancia, acompañado de
mucha cautela y prudencia.
El documento continúa con una toma de postura eclesiológica que ya hemos
visto en la encíclica Mystici Corporis. La Iglesia católica como «la única y verdadera Iglesia de Cristo». Se invita al retorno y si antes se seguían y apoyaban
con oraciones los esfuerzos que fuera de la Iglesia católica se realizaban, ahora el
texto habla de «animar y promover» los proyectos encaminados a instruir a los
que están en camino de convertirse o lo han hecho ya.
En el tercer párrafo encontramos una afirmación totalmente nueva y relevante. Por primera vez el magisterio católico sitúa el movimiento ecuménico «bajo la
inspiración de la gracia del Espíritu Santo». Ciertamente tendremos que esperar
al Vaticano II para encontrarlo perfectamente definido este aspecto16, pero estas
palabras distan mucho de aquellas otras de rechazo de la encíclica de Pío XI
Mortalium animos (1928).
Al mismo tiempo reitera la ayuda «a todos aquellos que sinceramente buscan
la verdad», puesto que la búsqueda de la verdad está presente en muchos de los
procesos de acercamiento a la Iglesia católica. Y nuevamente se menciona la
oración como fundamento de todas estas iniciativas. En este momento se introduce la justificación de este documento y las prescripciones en él contenidas,
motivadas por los peligros a los que se ven sometidos los que toman parte en
este tipo de encuentros, aunque las intenciones sean excelentes. Las primeras
palabras del párrafo dejan constancia de que la Santa Sede conoce la existencia
de las reuniones interconfesionales llevadas a cabo.
«Algunas tentativas realizadas hasta el día de hoy, ya sea por personas aisladas o por grupos, para reconciliar con la Iglesia católica a los cristianos
separados, aunque inspiradas por una excelente intención, no siempre se
han fundamentado sobre principios justos, e incluso cuando lo han estado,
no siempre se hallan protegidas de determinados peligros, como la experiencia ya ha demostrado. Así, pues, esta Sagrada Congregación, a la que in16. «Hoy, en muchas partes del mundo, por inspiración del Espíritu Santo, se hacen muchos
intentos con la oración, la palabra y la acción para llegar a aquella plenitud de unidad que quiere
Jesucristo. Este Sacrosanto Concilio exhorta a todos los fieles católicos a que, reconociendo los
signos de los tiempos, cooperen diligentemente en la empresa ecuménica» (UR 4).
18 [314]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
cumbe la responsabilidad de conservar en su integridad y de proteger el
depósito de la fe, ha estimado oportuno recordar e imponer las siguientes
prescripciones».
Las prescripciones parecen dirigidas especialmente a los Ordinarios, esto es,
a los obispos. Se les pide que presten una especial atención a este movimiento.
No se deben limitar a vigilar sino que se insta a promover y dirigir esta iniciativa,
con una doble finalidad: a) ayudar a los que buscan la verdad y la verdadera Iglesia, y b) preservar de los peligros que se derivan del movimiento ecuménico. No
enumera los peligros en este momento pero por lo que después dirá en el punto
segundo se puede referir a: Indiferentismo, oculto bajo el pretexto de que considerar más lo que nos une que lo que nos separa. Falso irenismo, que lleve a ensombrecer el sentido cierto y verdadero de las doctrinas católicas. Ambigüedad
en las expresiones. Manipulación y deformación de los datos históricos referidos a la etapa de la Reforma. En definitiva deben velar para que la doctrina católica sea expuesta total e íntegramente.
Los obispos deben ejercer una función de vigilancia, conocer lo que el movimiento ecuménico desarrolle en su diócesis, para ello debe elegir sacerdotes,
convenientemente preparados, que hagan un seguimiento de todo lo referente a
esta iniciativa y les mantengan informados periódicamente. Esta norma se aplica
también a todo lo relacionado con la edición o venta de publicaciones sobre la
materia.
El primer número finaliza alentando a los ordinarios a prestar especial atención a los no católicos deseosos de conocer la fe católica o aquellos que ya han
entrado en la plena comunión con la Iglesia católica. A unos y otros se les debe
facilitar información e instrucción pertinente.
La segunda de las prescripciones se refiere al método que se debe emplear en
este tipo de trabajos. El texto no es excesivamente preciso a la hora de determinar el método que parece ser el diálogo, basado en la presentación y comparación
de doctrinas. No obstante, el texto no utiliza expresamente este concepto de diálogo. Se enumeran en este momento los peligros que deben ser evitados en este ámbito (a los que ya hemos hecho referencia anteriormente), todos ellos de plena
vigencia en el actual diálogo ecuménico. Así mismo es tremendamente actual la
consigna referida al final de esta segunda prescripción: «fuera de la verdad nunca
podrá haber una unión verdadera».
El punto tercero aborda la cuestión de las reuniones y conferencias mixtas,
que como el mismo texto afirma se vienen celebrando desde hace tiempo. A los
obispos les encarga nuevamente que vigilen y dirijan esas reuniones. Les advierte
nuevamente de los peligros que se pueden derivar de ellas; pero ciertamente, si
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[315] 19
se espera un buen resultado el documento parece alentar dichas reuniones tomando las medidas precisas. Dos puntualizaciones. En primer lugar, el Santo
Oficio es partidario de que los fieles laicos no frecuenten este tipo de reuniones,
sólo los debidamente formados y firmes en la fe parecen idóneos pero, aun así,
deben contar con la autorización de la jerarquía. En general el texto parece emitir
un juicio peyorativo sobre las grandes reuniones, afirma: «La experiencia nos
enseña que las grandes reuniones de este tipo dan pocos resultados y son generalmente peligrosas, por ello sólo serán autorizadas después de un serio examen».
En segundo lugar, precisa que en el caso de coloquios entre teólogos deben ser
enviados los que estén debidamente preparados para este ministerio. No deja de
ser significativo que se refiera a esta tarea como «ministerio».
La cuarta de las prescripciones especifica a qué tipo de reuniones mixtas se
debe aplicar este monitum. Quedan fuera de esta normativa todas aquellas reuniones entre católicos y no católicos que abordan cuestiones de derecho natural, cuestiones sociales o incluso aquellas de carácter catequético dirigidas a no
católicos que desean convertirse. Se permite por tanto una amplia colaboración
en iniciativas y proyectos que no aborden temas relacionados con la fe y las
costumbres.
«El Monitum tampoco concierne a las reuniones mixtas entre católicos y no
católicos, en las que no se tratan cuestiones de fe ni de moral, pero en las
que se intenta unir los esfuerzos para defender los principios del derecho
natural o de la religión cristiana frente a los enemigos de Dios, hoy unidos
entre sí, ni las reuniones en las que se trate del restablecimiento social y de
otros temas parecidos. No es necesario precisar que, incluso en estas reuniones, los católicos no deben aprobar ni conceder aquello que no estaría
de acuerdo con la Revelación divina y la doctrina de la Iglesia, aunque se
trate de temas sociales» (n. 4).
Es decir, las reuniones en donde se traten temas relacionados con la fe y la
moral son las que caen bajo la disciplina de la Instrucción. Y este tipo de reuniones asevera con rotundidad el texto: «no están, pues, prohibidas, pero sólo pueden tener lugar bajo la autorización previa de la jerarquía eclesiástica competente».
Seguidamente el documento diferencia entre reuniones que tienen lugar en el
plano local y aquellas que son de carácter interdiocesano, nacional o internacional. En el caso de las primeras son los ordinarios los que reciben de la Santa Sede,
durante tres años, el poder para autorizar la celebración de este tipo de reuniones, siempre bajo las siguientes condiciones: 1) evitar totalmente cualquier participación mutua en los oficios litúrgicos; 2) que las conversaciones sean debidamente vigiladas y dirigidas; y 3) que al final de cada año se haga saber a la Sagrada
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
Congregación en qué lugares se han llevado a cabo dichas reuniones y cuáles
han sido las experiencias obtenidas.
Las mismas normas sirven para los coloquios entre teólogos, aunque en este
caso se requiere una información más minuciosa. Deben comunicar a las Sagrada Congregación una «relación de los temas tratados, las personas que han tomado parte en dichos coloquios y el nombre de aquellos que han presentado
ponencias».
Por lo que respecta a las reuniones y conferencias que superan el plano local
es preciso el permiso previo, especial para cada caso, de la Santa Sede. Antes de
contar con esa autorización no hay que iniciar ningún tipo de preparativo.
El resto de las normas hacen referencia a varios asuntos. En primer lugar, a
pesar de que la instrucción prohíbe expresamente la participación mutua en los
oficios litúrgicos sí que permite recitar en común la oración dominical u otra
oración aprobada por la Iglesia Católica en el momento de la clausura o inicio del
acto. Además, se pide a los obispos un ejercicio de coordinación y colaboración
entre ellos con el fin de obtener una uniformidad de acción y un entendimiento
ordenado.
«Si bien cada Ordinario tiene el derecho y el deber de vigilar, de ayudar y de
dirigir esta obra dentro de su diócesis, una colaboración entre varios obispos será no sólo oportuna sino también necesaria para establecer los organismos y las instituciones encargadas de supervisar el conjunto de esta actividad, de examinarla y dirigirla» (n. 6).
La última prescripción va dirigida a los superiores religioso quienes tienen la
obligación de velar para que las personas que están bajo su autoridad se adapten
a esta normativa.
La Instrucción Ecclesia Catholica concluye animando a que todo este movimiento se ponga en conocimiento de los fieles de modo que la obra de la «reunión» de todos los cristianos ocupe un puesto importante en la misión pastoral
y todo el pueblo implore a Dios con mayor insistencia por la «vuelta a la unión».
V. CONCLUSIÓN
El ecumenismo católico presenta desde sus comienzos un carácter menos
universalista y aparece circunscrito a un medio geográfico particular dentro del
catolicismo. Surge en Centroeuropa y se irradia a otros países. Es un movimiento que parte de la base popular del catolicismo (pensemos en todo los pioneros
del ecumenismo) y desde abajo presiona sobre los estratos superiores de la jerarRev. Pastoral Ecuménica, 85
[317] 21
quía hasta que logra verse consagrado a nivel conciliar con el decreto Unitatis
Redintegratio.
Dada la estructura eclesiológica del catolicismo, Roma toma desde el primer
momento la dirección y control del movimiento y el magisterio juega un papel
determinante. Los Papas han centrado su atención sobre los problemas doctrinales, especialmente eclesiológicos, que plantea el diálogo con otras confesiones y
desde el punto de vista práctico prefieren los contactos en pequeños grupos a las
asambleas masivas.
Un peso decisivo en el giro ecuménico del Vaticano II lo han tenido todos los
movimientos de renovación teológica, patrística, litúrgica y bíblica de la primera
mitad del siglo XX que buscaban una reforma de la Iglesia católica en fidelidad al
Evangelio y mediante el retorno a las fuentes.
En conjunto la Instrucción, aun manteniendo la idea de unidad por medio del
«retorno», manifiesta una postura constructiva y positiva respecto de la actividad unionística. De hecho, abría un amplio marco de posibilidades a la colaboración y al diálogo. La instrucción pretende acompañar y orientar las múltiples iniciativas ecuménicas que iban surgiendo en diferentes lugares de Europa.
«Se prevé para el futuro una entrada cada vez mayor de la Iglesia católica en
el diálogo ecuménico, un trabajo eficaz de debilitamiento de los prejuicios,
de las querellas históricas, la creación de un clima de confianza e incluso de
fraternidad, así como, de manera muy prudente, una colaboración positiva
entre cristianos»17.
Creo que el éxito de la Conferencia de Amsterdam donde se ponen los cimientos del CEI hizo posible que la Iglesia católica no siguiera por más tiempo
dando la espalda al movimiento ecuménico y volviera, aunque prudentemente su
rostro a esta iniciativa del Espíritu Santo.
Juan-Cruz ARNAZ
Sacerdote de la diócesis de Segovia
17. Y. CONGAR, Chrétiens en dialogue. Contributions catholiques à l’œcuménisme (Paris 1964)
33.
22 [318]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
INSTRUCCIÓN ECCLESIA CATHOLICA
SOBRE EL MOVIMIENTO ECUMÉNICO
Santo Oficio, 20 de diciembre de 1949*
Aunque la Iglesia católica no tome parte en los congresos y en las demás
reuniones «ecuménicas», nunca ha dejado, como se desprende de varios documentos pontificios, y nunca dejará en el futuro, de seguir con el mayor interés y
de ayudar por medio de insistentes oraciones todo esfuerzo realizado con vistas
a obtener lo que tanto deseaba Cristo Nuestro Señor: que todos los que creen en
Él «estén consumados en la unidad».
Acoge con afecto verdaderamente materno a todos los que vuelven a ella como
a la única y verdadera Iglesia de Cristo: animamos, pues, y promovemos todos
los proyectos y empresas que, con el consentimiento de la autoridad eclesiástica
han sido realizados o se están realizando actualmente, ya sea para instruir en la fe
a aquellos que están en camino de convertirse, ya sea para darla a conocer de
una manera más perfecta a los convertidos.
En varios lugares del mundo debido a los acontecimientos exteriores y a los
cambios de las disposiciones interiores, debido también y sobre todo a las oraciones comunes de los fieles, bajo la inspiración de la gracia del Espíritu Santo,
el deseo de que todos aquellos que creen en Cristo Nuestro Señor vuelvan a la
unidad, se ha ido haciendo cada vez más fuerte en el corazón de muchos hombres separados de la Iglesia católica. Para los hijos de la verdadera Iglesia este
hecho es una fuente de santa alegría en el Señor y una invitación para ayudar a
todos aquellos que sinceramente buscan la verdad, pidiendo por ellos a Dios la
luz y la fuerza necesarias, por medio de insistentes oraciones.
* Escrita por la SUPREMA CONGREGACIÓN DEL SANTO OFICIO, con fecha 20 de diciembre de 1949,
y dirigida al episcopado de todo el mundo, esta instrucción fue publicada en L’Osservatore Romano
el 1 de marzo de 1950 y en Acta Apostólica Sedis (AAS) el 31 de enero de 1950. También es conocida como Instructio de motione oecumenica. Este documento es muy importante a la hora de
determinar la visión que tenía la Santa Sede a la hora de llevar a cabo el verdadero ecumenismo.
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Algunas tentativas realizadas hasta el día de hoy, ya sea por personas aisladas
o por grupos, para reconciliar con la Iglesia católica a los cristianos separados,
aunque inspiradas por una excelente intención, no siempre se han fundamentado
sobre principios justos, e incluso cuando lo han estado, no siempre se hallan
protegidas de determinados peligros, como la experiencia ya ha demostrado. Así,
pues, esta Sagrada Congregación, a la que incumbe la responsabilidad de conservar en su integridad y de proteger el depósito de la fe, ha estimado oportuno
recordar e imponer las siguientes prescripciones:
I. Puesto que esta «reunión» pertenece ante todo a la función y al deber de
la Iglesia, los obispos «que el Espíritu Santo ha establecido para gobernar a la
Iglesia de Dios» deben dedicarle su especial atención con una gran solicitud. No
sólo deben velar diligente y eficazmente sobre este movimiento, sino que, además, deben promoverlo y dirigirlo con prudencia, para ayudar primeramente a
aquellos que buscan la verdad y la verdadera Iglesia, y también para apartar a los fieles de los peligros que fácilmente se derivarán de la actividad de
este «movimiento».
Razones por las que deben ante todo conocer perfectamente lo que este
«movimiento» ha establecido y realiza en sus diócesis. Con este propósito, nombrarán sacerdotes capaces que, fieles a la doctrina y a las directivas de la Santa
Sede, contenidas, por ejemplo, en las encíclicas Satis cognitum, Mortalium ánimos y Mystici Corporis Chrísti, seguirán de cerca todo lo que hace referencia al
«movimiento» y les mantendrán al corriente de una manera periódica.
Ejercerán una especial vigilancia sobre las publicaciones que los católicos
editan en esta materia, sea cual fuere su forma, y exigirán que se observen los
cánones de «praevia censura librorum eorumque prohibitione» (can. 1384 y sig.)
no dejarán de hacer lo mismo en lo que se refiere a publicaciones no católicas, en
lo que concierne a la edición, lectura o la venta realizadas por católicos.
Procurarán también a los no católicos deseosos de conocer la fe católica todos
los medios útiles a este fin, nombrarán personas y abrirán oficinas a las que los
no católicos puedan dirigirse y pedir consejo; velarán con un cuidado especial
para que los ya convertidos encuentren fácilmente la posibilidad de instruirse
exactamente y de una manera más profunda sobre la fe católica y de ser formados activamente para la práctica de una vida religiosa ferviente por medio de reuniones y de asociaciones adecuadas, de retiros y de otras prácticas de piedad.
II. En cuanto al método a seguir para este trabajo, los mismos obispos establecerán lo que sea preciso hacer y lo que sea preciso evitar, y exigirán que
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todos se acojan a sus prescripciones. Velarán también para que bajo el falso pretexto de que hay que considerar mucho más lo que nos une que lo que nos separa, no se caiga en un peligroso indiferentismo, sobre todo por parte de aquellos que están menos instruidos en las cuestiones teológicas, y cuya práctica
religiosa es menos profunda. Se debe evitar, en efecto, que dentro de un espíritu
que hoy día se llama irénico, la doctrina católica, ya sea en sus dogmas o en sus
verdades, se vea, por medio de un estudio comparado o por un vano deseo de
asimilación progresiva de las diferentes profesiones de fe, englobada o adaptada
en algún aspecto a las doctrinas disidentes, de modo que la pureza de la doctrina católica se halle afectada o bien que su sentido cierto y verdadero se
encuentre oscurecido.
Desterrarán también la peligrosa ambigüedad en la expresión que daría lugar
a opiniones erróneas y a esperanzas falaces que nunca podrán realizarse, diciendo, por ejemplo, que la enseñanza de los Soberanos Pontífices, en las encíclicas
sobre la vuelta de los disidentes a la Iglesia y sobre el Cuerpo místico de Cristo,
no debe ser tomada en gran consideración, puesto que no todo es dogma de fe,
o bien, y lo que es aún peor, que en las materias dogmáticas, la iglesia católica no
posee la plenitud de Cristo, y que puede hallar una mayor perfección en las demás Iglesias.
Impedirán cuidadosamente y con real insistencia que al exponer la historia de la
Reforma y de los reformadores, se exageren desmesuradamente los defectos
católicos y apenas se hagan notar las faltas de los reformados, o bien que se dé
importancia a elementos accidentales de tal modo que lo que es esencial, la defección de la fe católica no se perciba con claridad. Velarán, finalmente, para que a causa
de un celo exagerado y falso o por imprudencia y exceso de ardor en la acción, no
se perjudique en vez de favorecer el objetivo fijado. La doctrina católica debe
ser expuesta y propuesta total e íntegramente, no hay que silenciar o usar términos
ambiguos al referirse a lo que la verdad católica enseña sobre la verdadera naturaleza
y las etapas de la justificación, sobre la constitución de la Iglesia, sobre la primacía
de jurisdicción del Romano Pontífice, sobre la única unión verdadera mediante la
vuelta de los cristianos separados a la única y verdadera Iglesia de Cristo. Sin duda,
se les podrá decir que volviendo a la Iglesia no perderán ese bien que, por la gracia
de Dios, se realizó en ellos hasta el momento presente, pero que con su vuelta, este
bien se hallará completado y llevado a su perfección. Sin embargo, se evitará hablar
sobre este aspecto de tal manera que se imaginen que al volver a la iglesia le aportan
un elemento esencial que le faltaba. Hay que decir estas cosas con claridad y sin
ambages, ante todo porque buscan la verdad, y también porque fuera de la verdad
nunca podrá haber una unión verdadera.
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[321] 25
III. Por lo que respecta a las reuniones y conferencias mixtas entre católicos y no católicos, que en estos últimos tiempos han sido organizados en muchos lugares para promover la «reunión» en la fe, la vigilancia y las directivas de
los Ordinarios son especialmente necesarias. Puesto que si bien ofrecen la deseada ocasión de propagar entre los no católicos el conocimiento de la doctrina
católica, demasiado a menudo desconocida por ellos, llevan consigo, para los
católicos, el grave peligro de la indiferencia. Allí donde aparece la esperanza
de un buen resultado, el Ordinario dispondrá todo para que estando bien dirigido, designando a sacerdotes especialmente preparados para esta clase de reuniones, sepan exponer y defender de manera conveniente la doctrina católica.
Los fieles no deberán frecuentar estas reuniones sin la especial autorización de la
jerarquía eclesiástica, que solamente la acordará a aquellos que son conocidos
como instruidos y firmes en la fe. Pero si no aparece la esperanza de buenos
resultados o bien si se presentan determinados peligros, con prudencia se alejará
a los fieles de estas reuniones, las cuales serán disueltas o bien llevadas a desaparecer progresivamente. La experiencia nos enseña que las grandes reuniones de
este tipo dan pocos resultados y son generalmente peligrosas, por ello sólo serán
autorizadas después de un serio examen. A los coloquios entre teólogos y no
católicos sólo se enviarán a aquellos sacerdotes que por su ciencia teológica y
por su firme adhesión a las normas y principios establecidos en esta materia por
la Iglesia, se habrán mostrado verdaderamente aptos para este ministerio.
IV. Todas las conferencias o reuniones, públicas o no, de gran o limitado
acceso, organizadas de común acuerdo para que cada una de las dos partes, católica y no católica, trate sobre cuestiones de fe y de moral y exponga como propia
la doctrina de su confesión, estarán sometidas a las prescripciones de la Iglesia,
recordadas en la Advertencia Cum compertum, dada por la Sagrada Congregación el 5 de junio de 1948. Las reuniones mixtas no están, pues, prohibidas,
pero sólo pueden tener lugar bajo la autorización previa de la jerarquía
eclesiástica competente. Las instrucciones catequísticas, incluso cuando son
dadas en grupo, ni las conferencias en las que la doctrina católica es expuesta a
los no católicos que desean convertirse, aunque éstos expongan la doctrina de su
Iglesia para ver con claridad cuáles son los aspectos en los que su doctrina está
de acuerdo con la doctrina católica, y cuáles son en los que difieren, no están
sometidas al Monitum. El Monitum tampoco concierne a las reuniones mixtas
entre católicos y no católicos, en las que no se tratan cuestiones de fe ni de moral,
pero en las que se intenta unir los esfuerzos para defender los principios del derecho natural o de la religión cristiana frente a los enemigos de Dios, hoy unidos
26 [322]
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entre sí, ni las reuniones en las que se trate del restablecimiento social y de otros
temas parecidos. No es necesario precisar que, incluso en estas reuniones, los
católicos no deben aprobar ni conceder aquello que no estaría de acuerdo con la
Revelación divina y la doctrina de la Iglesia, aunque se trate de temas sociales.
Por lo que se refiere a las reuniones o conferencias locales, que según lo que
acaba de decirse se ven afectadas por el Monitum, los Ordinarios reciben, durante tres años desde la promulgación de esta instrucción, el poder de conceder el permiso de la Santa Sede, previamente solicitado, bajo las siguientes condiciones:
1.ª evitar totalmente cualquier participación mutua en los oficios litúrgicos;
2.ª que las conversaciones sean debidamente vigiladas y dirigidas;
3.ª que al final de cada año se haga saber a la Sagrada Congregación en qué
lugares se han llevado a cabo dichas reuniones y cuáles han sido las
experiencias obtenidas.
A propósito de los coloquios entre teólogos de los que hemos hablado anteriormente, se concede la misma facultad y por el mismo tiempo al Ordinario del
territorio en el que estos coloquios tengan lugar, o bien al Ordinario común, delegado por los demás Ordinarios, para dirigir esta obra, según las condiciones
más arriba indicadas, a condición de que cada año se mande a la Sagrada Congregación una relación de los temas tratados, las personas que han tomado parte
en dichos coloquios y el nombre de aquellos que han presentado ponencias.
En cuanto a las conferencias y reuniones interdiocesanas o nacionales o internacionales es preciso el permiso previo, especial para cada caso, de la Santa
Sede; en la demanda hay que añadir los temas y las materias que se tratarán y el
nombre de los ponentes. Antes de la obtención de este permiso no hay que iniciar
los preparativos externos ni colaborar en los preparativos hechos por los no católicos.
V. Aunque en estas reuniones y conferencias se deba evitar la participación
en cualquier oficio litúrgico, no está prohibida la recitación en común de la Oración dominical o de una oración aprobada por la Iglesia católica, pronunciada en
el momento de apertura o de clausura de dichas reuniones.
VI. Si bien cada Ordinario tiene el derecho y el deber de vigilar, de ayudar
y de dirigir esta obra dentro de su diócesis, una colaboración entre varios obispos será no sólo oportuna sino también necesaria para establecer los organismos
y las instituciones encargadas de supervisar el conjunto de esta actividad, de exaRev. Pastoral Ecuménica, 85
[323] 27
minarla y dirigirla. Los Ordinarios, pues, deberán ponerse de acuerdo entre sí
para establecer los medios apropiados con el fin de obtener una uniformidad de
acción y un entendimiento ordenado.
VII. Los superiores religiosos tienen la obligación de velar para que sus subordinados se adapten fiel y estrictamente a las normas de la Santa Sede o a los
Ordinarios, en esta materia.
Para que esta magnífica obra de la «reunión» de todos los cristianos en la
única fe verdadera y en la única Iglesia verdadera se convierta cada vez más en
el objetivo preferido de la misión pastoral, y para que todo el pueblo católico
implore a Dios con mayor insistencia por la «vuelta a la unión», será útil que se
den a conocer a los fieles, de una manera oportuna —por medio de cartas pastorales, por ejemplo—, estos problemas y los esfuerzos y prescripciones de la Iglesia
a este especto, junto con las razones que los inspiran.
Todos, pero sobre todo los sacerdotes y los religiosos, deben estar inflamados de celo, para que con sus oraciones y sus sacrificios colaboren en hacer
fructificar y progresar esta obra; es preciso recordar a todos que nada convencerá tanto a los que todavía están en el error como la fe de los católicos demostrada a través de la pureza de sus costumbres.
Dado en Roma, en el Palacio del Santo Oficio, el 20 de diciembre de 1949.
FRANCISCO, CARDENAL MARCHETTI-SELVAGGIANI
Secretario
ALFREDO OTTAVIANI
Asesor
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JUAN XXIII DEL DISCURSO AL DIÁLOGO,
DE LA ESPERA AL ENCUENTRO
Cuentan que cuando Angelo Roncalli llegó a París como Nuncio Apostólico
en 1944, en la Francia del general De Gaulle y en una Europa que acababa de
padecer los terrores de la Segunda Guerra Mundial, se presentó con unas palabras que definen muy bien su persona, de gran inteligencia y peculiar sentido del
humor: ‘Represento a una potencia celeste’1, dijo con naturalidad.
Juan XXIII llegó en el corazón del siglo XX, tras dos guerras mundiales, a un
mundo agotado y convulsionado ideológicamente, a un mundo en el que el hombre había llegado a sufrir la deshumanización última y la muerte de los campos
de concentración y los hornos crematorios, a un mundo sumido en la desconfianza y embarcado en las turbulencias y tramas políticas de los bloques de la
llamada Guerra Fría, en un mundo desorientado... como representante de la más
alta potencia celeste.
A lo largo de la historia hay momentos especiales, que pueden llegar a cambiar su curso para bien o para mal, momentos que muchas veces están vinculados o responden de alguna manera al genio de una figura en particular. Pasando
por alto a Napoleón o a Hitler, pensemos en Sócrates o Kant, en Miguel Ángel,
Bach, Alejandro Magno, Juana de Arco, Copérnico, Cristóbal Colón, Galileo,
Newton o Einstein, Gandhi o Martin Luther King...
Angelo Roncalli, inteligente, optimista, sencillo, humilde, generoso y bueno,
hombre de una diplomacia evangélica, fue también un hombre de paz que el Espíritu Santo empleó para marcar un antes y un después en la historia de la humanidad en general y de la Iglesia en particular, la cual vivió a partir de su pontificado un nuevo caminar. Sus planteamientos y su toma de postura por la paz a todos
los niveles en el complicado mundo de la posguerra —reflejada en su encíclica
Pacem in terris— y su mirada fija hacia la unidad de la Iglesia, como muestra su
1. Cf. José María JAVIERRE, Juan XXIII. Reto para hoy, Ediciones Sígueme, Salamanca 2002,
p. 21.
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convocatoria del Concilio ecuménico Vaticano II y las propuestas que en él se
hicieron, fueron tan significativos que podemos hablar de una era eclesial nueva.
No se puede entender la historia reciente de la Iglesia sin recurrir a su persona y
a su gran aportación: la paz y el diálogo. Cuando el Espíritu Santo actúa pone un
elemento de unión que actúa por encima de lo demás.
Juan XXIII hubo de suceder y dar continuidad a la Sede de Pedro tras Pío XII,
una de las personalidades más relevantes del siglo XX, que tuvo que vivir tiempos
de extrema dificultad cuando el nazismo invadía Europa y el mundo hasta entonces conocido se derrumbaba en todos los sentidos. Con Pío XII se cerraba de
alguna manera un ciclo. Comenzaba una nueva etapa en el orden mundial, y
empezaba también una nueva era en la Iglesia, que cambiaba de rumbo y orientación respecto a la dirección en la que venía caminando. Para entender mejor
esta idea vamos a adentrarnos en la figura de Angelo Roncalli, este pobre cura de
pueblo, tal y como le gustaba autodefinirse: ‘La cosa está clara’, decía: ‘el amor
de Dios, no el mío; la voluntad de Dios, no la mía; la comodidad de los demás,
no la mía. Y todo esto, siempre, en todas partes, con gran alegría...’2.
Al cumplir ochenta años, Juan XXIII escribía: ‘Reflexionando sobre mí y sobre
las múltiples vicisitudes de mi humilde vida, debo reconocer que el Señor me ha
dispensado, hasta ahora, de esas tribulaciones que a muchas almas hacen difícil
e ingrato el servicio de la verdad, de la justicia, de la caridad. Pasé la edad de
la infancia y de la juventud sin sentir la pobreza, sin inquietudes de familia, de
estudios, de contingencias peligrosas, como fue, por ejemplo, el servicio militar
a los veinte años y durante la gran guerra. Pequeño y modesto como me reconozco, sólo tuve buenas acogidas en el ambiente que me acogió, desde los seminarios de Bérgamo y Romano, a mi vida sacerdotal de diez años junto a mi obispo y en mi ciudad natal; desde 1921 hasta hoy (1961), es decir, desde Roma hasta
Roma, hasta el Vaticano. ¿Cómo os agradeceré, Dios mío, el buen trato que recibí
siempre dondequiera que me llegué en nombre vuestro, y siempre en pura obediencia, no por mi voluntad, sino por la vuestra?’3
Juan XXIII, ‘el Papa bueno’, puso en la bondad el objetivo de su vida: ‘No
me importa lo que escriban o piensen de mí —aseguraba—, ni me importa prosperar o no prosperar, debo permanecer fiel a mis propósitos, cueste lo que cueste: Quiero ser bueno, siempre y con todos’4. Este programa de vida estaba fomentado por su humildad y sencillez. ‘Cuando se ha pisoteado el orgullo
2. Juan Antonio CARRERA PÁRAMO (edición e introducción), ‘Diario del alma’ Juan XXIII, San
Pablo Madrid 2008, p. 271
3. Cf. Juan Antonio CARRERA PÁRAMO (edición e introducción), ‘Diario del alma’ Juan XXIII,
San Pablo Madrid 2008, p. 400.
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
—escribía siendo cardenal— y el amor propio está bajo el talón, aceptamos lo
que el Señor pida de nosotros; y el espíritu permanece en la paz’5. D. Angelo
Roncalli, dejó de pensar en sí mismo y se ocupó de la felicidad ajena. Veamos
varios ejemplos que ilustran esa voluntad constante de buscar hacer felices a los
demás:
Mostraba su presencia. El cardenal africano Rugambwa contó su emoción
de la mañana de Pascua del sesenta: estaba con fiebres maltas en una clínica de
Roma y vio aparecer al secretario privado del Papa, el P. Loris F. Capovilla, que
se presentó en su nombre a celebrarle la misa y a regalarle una casulla.
Manifestaba cercanía de corazón y complicidad. La reina Isabel de Inglaterra explicó el golpe de ternura que sintió en su corazón cuando Juan XXIII le
preguntó los nombres de sus niños; después de pronunciarlos, el Papa comentó
sonriente: ‘me los sabía... pero quise oírselos, porque los nombres dichos por una
mamá suenan de otra manera’6.
Entregaba su amor a todos por igual. Visitaba los suburbios de Roma, se bajaba
del coche y se detenía a hablar con los vecinos, les preguntaba por el trabajo y
por los hijos. Un día amaneció con la idea de que quería visitar también a los
presos de la cárcel. Era Navidad, y los presos no acababan de creer que de veras
el Papa venía: cuando le vieron entrar explotaron en un alarido de saludo como
jamás se oyó en la basílica de San Pedro; el Papa se dirigió a ellos como ‘queridos míos, queridos hermanos’ y se quitó el solideo blanco para agitarlo saludando a los detenidos de las galerías altas. Les prometió que pensaría mucho en ellos,
en sus hijos, en sus mujeres y en sus madres, y les pidió que escribieran a su
casa contando la visita. Una de las frases que pronunció Juan XXIII en la cárcel
quedó grabada en la memoria de los presos: ‘Aquí me tenéis con vosotros, he
venido a poner mi corazón junto al vuestro’7.
SUS ORÍGENES
Angelo Roncalli nació el día 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis y provincia de Bérgamo (Italia). Ese mismo día fue bautizado, con el nom4. Cf. José María JAVIERRE, Juan XXIII. Reto para hoy, Ediciones Sígueme, Salamanca 2002,
pp. 77-78.
5. Cf. José María JAVIERRE, Juan XXIII. Reto para hoy, Ediciones Sígueme, Salamanca 2002,
p. 78.
6. Cf. José María JAVIERRE, Juan XXIII. Reto para hoy, Ediciones Sígueme, Salamanca 2002,
p. 78.
7. Cf. José María JAVIERRE, Juan XXIII. Reto para hoy, Ediciones Sígueme, Salamanca 2002,
p. 58.
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[327] 31
bre de Angelo Giuseppe. Fue el cuarto de trece hermanos. Su familia vivía del
trabajo del campo. A su tío Zaverio, padrino de bautismo, atribuirá él mismo su
primera y fundamental formación religiosa. El clima religioso de la familia y la
fervorosa vida parroquial, fueron la primera y fundamental escuela de vida cristiana, que marcó la fisonomía espiritual de Angelo Roncalli. Recibió la confirmación y la primera comunión en 1889 y, en 1892, ingresó en el seminario de Bérgamo, donde estudió hasta el segundo año de teología. Allí empezó a redactar
sus apuntes espirituales, que escribiría hasta el fin de sus días y que han sido
recogidos en el «Diario del alma».
De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio seminario romano, gracias a una
beca de la diócesis de Bérgamo. En este tiempo hizo, además, un año de servicio
militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904, en Roma.
‘No tengas miedo a entrar en lo desconocido, porque donde hay riesgo, también hay recompensa’, estas palabras expresan maravillosamente la clave vital en
la que Angelo Roncalli se fue moviendo en su vida. Señalamos los hitos en los
que reconocemos cómo Dios fue tejiéndole en su personalidad, visión espiritual,
ministerio..., hasta ponerle al frente de su pueblo con el corazón semejante al de
Dios8.
JUNTO A RADINI TEDESCHI (1905-1914)
Estos años fueron decisivos por la impronta que el obispo Tedeschi grabó en
el joven sacerdote Roncalli. El estilo social y valiente de Radini Tedeschi, obispo
de Bérgamo, discutido por sus actitudes ante las clases trabajadoras y desfavorecidas, levantó ciertas suspicacias en algún inquisidor romano. Radini con su
equipo tomaba posición a favor de los obreros, apoyaba huelgas, defendía ideas
democráticas. A su lado, el joven sacerdote Roncalli descubrió que la fe cristiana
hemos de vivirla no como un somnífero tranquilizante sino ajustada a las urgencias de cada tiempo. En 1909 se puso de parte de los obreros huelguistas y encabezó la suscripción para dar de comer a las familias. Pío X aprobó su conducta.
Roncalli admiró y amó a su obispo, tal y como le llamaba. La democracia, la
libertad, la persona humana, las urgencias sociales, eran palabras santas en los
labios del obispo Radini. De su obispo recibió su herencia espiritual y social,
aprendió a traducir su fe en el trato y cercanía humana, y a no temer el encuentro
personal con cualquiera, a pesar de su diferente ideología, credo o visión del
mundo y del hombre. A lo largo de su vida manifestó que la herencia que había
8. Cf. Jr 3, 15.
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
recibido de su obispo fue la de luchar con gozo y alegría, pese a tener que ir
contracorriente, en causas justas que humanizan, dignifican a la persona, estrechan los lazos humanos y favorecen el encuentro de los unos con los otros.
Muerto el obispo Radini y ante la guerra de 1914, fue incorporado como sargento de Sanidad y destinado a los hospitales de Bérgamo. Más tarde le nombraron teniente capellán militar. Así pasó cuatro años, consolando a los heridos y
aprendiendo los más hondos secretos de la vida, padeció esa impotencia desconsoladora de ver sufrir y morir a miles de muchachos. Desde entonces la paz significó para él una atmósfera insustituible.
PASO POR LOS BALCANES
Roncalli permaneció 20 años en los Balcanes, primero en Bulgaria y después
en Grecia y Turquía, como Visitador Apostólico, representante Pontificio. Llegó
a Sofía en momentos de crisis. Tras su consagración como obispo el día de san
José de 1925, el 25 de abril del mismo año, monseñor Roncalli después de visitar
a su familia en Sotto il Monte, partió hacia Sofía. La tarde del 27 de abril, el obispo católico búlgaro Peev, fraile capuchino, y un sacerdote eslavo bizantino, Stefen Kurteff, lo recibieron en la estación. Durante la cena, le pusieron al corriente
de las últimas novedades políticas y religiosas. La situación no era favorable,
católicos y ortodoxos se miraban con recelo, a veces con odio.
A lo largo de estos 20 años podemos destacar numerosos momentos en los
que favoreció el diálogo, el encuentro, el conocimiento mutuo... semillas de lo
que años más tarde sería la apertura de la Iglesia al movimiento ecuménico. He
aquí algunas muestras —actitudes, sucesos, y anécdotas— en un rápido recorrido de esta etapa de la vida de Angelo Roncalli:
— Su cercanía a la gente era tal que los aldeanos comenzaron a llamarle Diado, que significa el buen padre.
— A finales de 1926 llevó a Roma a su ayudante el padre Stefen Kurteff para
consagrarlo primer obispo de Bulgaria.
— En 1927 acudió a Atenas a la consagración del arzobispo y se encontró
con el patriarca ortodoxo de Constantinopla Basilio III, que se mostró muy
contento de ver a un obispo católico y no ocultó su deseo de ir a Roma
para concertar con el Papa esta gran obra de la unión de nuestras iglesias.
— En diciembre de 1927 se le presentó la oportunidad de saludar a todos los
obispos de la Iglesia búlgara que se reunieron en Sofía para un Concilio
Plenario. Les envió una palabra humilde de religioso respeto y fraterniRev. Pastoral Ecuménica, 85
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dad, augurando de todo corazón a sus trabajos la gracia del Espíritu Santo que los hiciera provechosos para la implantación cada día más profunda del reino de Nuestro Señor Jesucristo, para la santificación de las almas y para el bien de este país. Como contestación recibió una calurosa
felicitación navideña de toda la Asamblea.
En la primavera de 1928 un terremoto asoló Bulgaria. Roncalli acudió a la
zona. Regresó a Sofía y se dedicó a solicitar dinero. A los tres días estaba
llevando personalmente ropa y alimento a los damnificados. Pasó con ellos
noches al aire libre. Jamás preguntó si eran católicos u ortodoxos. Pocos
meses después consiguió el dinero de la Santa Sede y lo destinó a reconstruir los templos ortodoxos devastados.
Desde los ámbitos de la curia pontificia lo tachaban de ‘ingenuo, demasiado simple, amigo de nuestros enemigos, tolerante; más perjudicial que
provechoso, habría que traerlo a casa nombrándolo párroco en sus montes...’9. Le salvó de la condena ‘por ecumenista’ el afecto de Pío XI, a
quien satisfacía la sencillez de su ‘diplomático labriego’, en cuyas maneras el papa adivinó astucia muy despierta y honradez a la hora de evaluar
los problemas.
Vivió un complicado conflicto diplomático con la boda de Boris III, ortodoxo, que tras casarse con Juana de Saboya, católica, y firmar con el
Vaticano por mediación de Roncalli una serie de condiciones de muy difícil cumplimiento para la celebración del matrimonio mixto, faltó a su palabra, incumplió lo firmado y dejó al visitador engañado y víctima de la
situación. El efecto de este episodio es narrado de la siguiente manera por
José María Javierre10: ‘En el Vaticano arreciaron las críticas curiales contra Roncalli. Alguien sugirió a Pío XI la supresión del visitador, eliminando toda presencia pontificia en Bulgaria. El papa, sin embargo, contraatacó, elevando la categoría diplomática del visitador Roncalli a
delegado apostólico en Sofía. No pudo nombrarle Nuncio porque Bulgaria carecía de relaciones diplomáticas con el Vaticano; pero este nombramiento aprobaba la actividad realizada’11.
Visitó los hogares de sacerdotes ortodoxos, saludando a sus esposas y
acariciando a sus hijos. Desde Roma le ahogaron iniciativas tan hermosas
9. Cf. Mario BENIGNI y Goffredo ZANCHI, Juan XXIII, Editorial San Pablo 2000, p. 169.
10. Cf. José María JAVIERRE, Juan XXIII. Reto para hoy, Ediciones Sígueme, Salamanca 2002,
p. 115.
11. Cf. José María JAVIERRE, Juan XXIII. Reto para hoy, Ediciones Sígueme, Salamanca 2002,
p. 115.
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como un monasterio que proyectó fundar trayendo benedictinos a Sofía,
y un noviciado para monjas dedicadas a cultivar el diálogo con los hermanos ‘separados’ orientales.
Al abandonar Sofía en 1934 Roncalli declaró: ‘Me halle donde me halle,
aunque sea en el fin del mundo, si un búlgaro pasa por delante de mi
casa encontrará encendida la luz de mi ventana. Que llame a mi puerta;
se le abrirá, lo mismo si es católico que si es ortodoxo. Hermano búlgaro: este título basta. Yo tendré para él la más afectuosa acogida’12.
Su presencia en Turquía y Grecia, entre 1935 y 1944, estuvo marcada
por la preocupación ante las relaciones con las autoridades ortodoxas,
tanto en Grecia como en el Fanar. Llevaba un año en Estambul cuando
murió el patriarca Focio II.
Estudió la lengua turca; mandó publicar su primera carta pastoral en turco y ordenó la lectura del evangelio en esa lengua.
Tuvo algún encuentro con el patriarca de la Iglesia ortodoxa griega, Su
Beatitud Juan Crisóstomo Papadopulos, arzobispo de Atenas.
A la muerte de Pío XI, Roncalli organizó una serie de ceremonias con el
estudiado propósito de favorecer un contacto con el Patriarca. En los funerales, en la Iglesia del Espíritu Santo en Estambul, reunió a una gran
multitud de autoridades civiles y religiosas: representantes del Fanar, el
obispo armenio-gregoriano y el vicario del rabino de Estambul.
A la elección de Pío XII, los obispos Máximos y Constantinidis expresaron a monseñor Roncalli los auspicios de un largo y feliz pontificado para
el nuevo papa de parte del patriarca Benjamín I. Era la primera vez que,
después del cisma de Oriente, la Iglesia ortodoxa había sido informada de
la elección del nuevo pontífice.
Cuatro años después de la llegada de Roncalli a Estambul se celebró finalmente la visita oficial del delegado apostólico al Fanar.
En 1940 Italia comenzó una frustada invasión de Grecia que sí llegaría a
su culminación cuando las tropas alemanas acudieron en su auxilio. Empezó así una larga agonía para el pueblo griego, ya que el país se vio sometido a un feroz bloqueo por parte de los aliados con el fin de herir a los
ocupantes alemanes. Ante esta situación Roncalli consiguió desplazarse
desde Estambul a Grecia, se ganó la confianza de sus gentes facilitándoles medicinas y alimentos e incluso viajó a Roma a petición de las autori-
12. Cf. José María JAVIERRE, Juan XXIII. Reto para hoy, Ediciones Sígueme, Salamanca 2002,
p. 116.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
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dades civiles y ortodoxas para lograr que Pío XII interviniera para abrir
de alguna manera el bloqueo al que los aliados tenían sometida a Grecia.
Esta gestión dio fruto y en el puerto del Pireo comenzaron a aparecer los
primeros barcos cargados con grano.
— En Atenas logró salvar a algunos condenados a muerte, llevó y escondió
a centenares de judíos en monasterios cristianos, convirtió colegios y conventos en centros de asistencia sanitaria y de reparto de alimentos, acciones que fueron posibles en parte a que mantenía una cierta relación de
amistad con el embajador alemán en Estambul, Franz von Pappen, que
tras la guerra, en los juicios de Nürenberg salvó su vida gracias a la declaración de Roncalli a su favor, recordando la colaboración que había recibido por parte de von Pappen en los tiempos de la ocupación para salvar
la vida de centenares de judíos.
En estos veinte años en los Balcanes Angelo Roncalli había seguido una vez
más al pie de la letra aquella ley de amor que su amado obispo y maestro Radini
Tedeschi formulara y que dice así: ‘el bien ha de hacerse bien’13.
NUNCIO EN PARÍS (1945-1952)
‘Aquí hay peliagudas cuestiones que tratar de las cuales depende el bien de
la Iglesia en Francia’14 decía el nuevo Nuncio Roncalli en la primera carta que
escribía a sus familiares desde París.
El paso de Roncalli por Francia tuvo un carácter ciertamente diplomático,
pero fue vivido a su vez con una gran sensibilidad pastoral.
Roncalli llega a Francia en 1945, con una misión difícil, mediar con el gobierno del General De Gaulle, que acusaba a veinticinco obispos de colaboracionistas en la época del régimen de Vichy. Las negociaciones no fueron fáciles, pero
a finales de julio del mismo año la cuestión concluyó con la destitución de siete
obispos que dimitieron o alegaron motivos de salud. Por un lado, fueron clave las
conversaciones entre Roncalli y el gobierno francés, y por otra las que tuvieron
lugar en Roma entre el embajador francés, Jacques Maritain y la Santa Sede lograron una salida discreta y digna, dadas las difíciles circunstancias.
En un país tan herido como era la Francia de la posguerra había mucho por
hacer. El nuevo Nuncio se preocupó por los prisioneros alemanes, buscó la manera de solicitar para ellos un mejor tratamiento, e incluso la liberación de algu13. Cf. Mario BENIGNI y Goffredo ZANCHI, Juan XXIII, Editorial San Pablo 2000, p. 202.
14. Cf. Mario BENIGNI y Goffredo ZANCHI, Juan XXIII, Editorial San Pablo 2000, p. 210.
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
nos de ellos. Entre ellos había sacerdotes y seminaristas, y organizó para ellos
cursos de teología en los campos en los que estaban internados. Este es el caso
del seminario que creó en el campo de prisioneros de Chartres, adonde acudían
500 jóvenes seminaristas y en donde él mismo ordenó sacerdotes a algunos de
ellos, que fueron liberados y enviados a sus países de origen. También trabajó
por la repatriación de soldados franceses e italianos15.
Tomó parte e intervino durante toda su nunciatura en el largo debate sobre
‘les écoles libres’, la escuela católica francesa, y las subvenciones que ésta recibía por parte del Estado. En este campo mantuvo siempre una posición discreta
para mantener unas ‘relaciones pacíficas entre la Iglesia y el Estado’, que él
consideraba el ‘fin principal de la Nunciatura’16.
Una cuestión de notable trascendencia en este período fue su posición ante
los ‘sacerdotes obreros’. Este grupo surgió en la ‘Misión de París’ a finales de
1943; eran sacerdotes que querían compartir el trabajo en las fábricas. El pensamiento del nuncio Roncalli ante esta novedad pastoral fue distinta con el paso del
tiempo. Al principio su postura fue entusiasta, reconociendo su trabajo y presencia en el mundo laboral, escribiendo en su Diario: ‘Son 12 sacerdotes que se han
hecho verdaderos obreros para acercarse al ambiente obrero; admiro, aliento y
bendigo’17. Años después, en 1953, Roma definió su postura y decretó el fin del
experimento. En los años previos a la resolución, Roncalli expresó la postura de
Roma, que poco a poco, fue la de percibir un real peligro en el influjo comunista,
muy extendido en esos momentos. En el año 1947 expresó en su Diario que ‘entre Carlos Marx y Jesucristo el acuerdo es imposible’18. También tuvo que adecuarse, como nuncio apostólico, a los dictados procedentes del Santo Oficio que
declaraba que ‘el comunismo es intrínsecamente malo y no se puede permitir
ninguna colaboración con el mismo’. Pero, sin duda, también influyó que Roncalli era hijo de su cultura, se debía a su cargo de representante de Roma y manifestaba su lema episcopal de ‘Obediencia y Paz’.
Además de estas cuestiones de índole eclesia, a nivel diplomático la situación
era complicada, pero no consumió el tiempo en trámites burocráticos, hizo uso
de su gran capacidad de encuentro y diálogo, como lo demuestra alguna de sus
anécdotas. Una vez le preguntaron cuál era el secreto de su comunicación humana, con todos, sin hacer distinción. Sonrió y dijo: ‘No sufro del hígado, no sufro
15. Cf. Mario BENIGNI y Goffredo ZANCHI, Juan XXIII, Editorial San Pablo 2000, pp. 216218.
16. Cf. Mario BENIGNI y Goffredo ZANCHI, Juan XXIII, Editorial San Pablo 2000, p. 219.
17. ‘Diario del alma’, 11 de abril de 1946.
18. ‘Diario del alma’, 28 de octubre de 1947.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
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de los nervios. Por eso me agrada tratar con la gente’19. Por ejemplo, Herriot fue
el político más anticlerical de la historia contemporánea francesa. Un día le preguntaron: ‘¿Qué piensa de Herriot, monseñor? Él contestó: Sólo disentimos en
política, lo cual es bien poca cosa, ¿no le parece?’20.
Mantuvo una gran amistad con el socialista Auriol, presidente de la República
Francesa. Posteriormente, en un viaje a Venecia, Roncalli no tuvo inconveniente
en dar testimonio público de amistad para con el expresidente socialista; acudió
a saludarle en el hall del hotel, le abrazó en presencia de todos, y se lo llevó a su
palacio como muestra de amistad.
A la hora de partir de Francia hacia Venecia organizó un banquete de despedida y se permitió el lujo de sentar a la misma mesa a todos los presidentes de
Consejo de los varios gobiernos que se habían sucedido en el cargo durante su
nunciatura. Al terminar el banquete, Eduardo Herriot, se dejó vencer por la bondad de Roncalli y habló en nombre de sus colegas: ‘El pueblo francés no puede
olvidar la bondad, la finura de trato, las pruebas de amistad, después de haberos conocido, no solamente como diplomático, sino como amigo que ha visitado
Francia avanzando hasta las costas africanas, ávido de páginas antiguas y profundo conocedor de los hombres. El pueblo francés, a pesar de sus defectos, se
deja fácilmente seducir por la bondad del corazón, y ha encontrado tanta en el
Nuncio, este italiano afrancesado, que se ha abierto a vos cordialmente’21.
PATRIARCA DE VENECIA (1953-1958)
Roncalli llegó a Venecia el 15 de marzo de 1953. Era el nuevo Patriarca, cardenal arzobispo de Venecia. Al poco tiempo de llegar, dijo a los venecianos: ‘No
busquéis en mí un diplomático ni un gran personaje; yo soy, y quiero serlo siempre, un buen párroco, vuestro padre’22. Fueron años tranquilos en los que sirvió
como padre, abrió su corazón a todos, atendió a los más necesitados, a los enfermos, luchó contra las injusticias sociales con las armas de la bondad y el amor.
Salía a pasear por las calles de la vieja Venecia y sobre todo por las de la nueva,
la ciudad industrial que era ya el centro de la población, donde se concentraban
19.
p. 137.
20.
p. 135.
21.
p. 136.
22.
p. 145.
Cf. José María JAVIERRE, Juan XXIII. Reto para hoy, Ediciones Sígueme, Salamanca 2002,
Cf. José María JAVIERRE, Juan XXIII. Reto para hoy, Ediciones Sígueme, Salamanca 2002,
Cf. José María JAVIERRE, Juan XXIII. Reto para hoy, Ediciones Sígueme, Salamanca 2002,
Cf. José María JAVIERRE, Juan XXIII. Reto para hoy, Ediciones Sígueme, Salamanca 2002,
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
los barrios de los trabajadores y gente sencilla y con él los problemas sociales,
morales y económicos.
Con motivo de su visita pastoral, que inició en San Marcos el 28 de febrero
de 1954, y que sería el punto de partida para la visita de 24 parroquias más, Roncalli
manifestaba de la siguiente manera cómo pretendía llevar a cabo su tarea pastoral: ‘Vuestro patriarca no irá a vosotros ni con la fusta ni con el azote, sino con
el afecto, con respeto, de forma paterna —paterna forma procederé— para descubrir lo que puede haber de mal o de deficiente, pero sobre todo para amonestar y confortar’23.
La actitud de Roncalli de apertura hacia otras realidades y de interacción con
las mismas en el discurrir de la vida y en el seno de la sociedad, derribó algunas
barreras y superó ciertos prejuicios arraigados en la sociedad veneciana. Un ejemplo es lo acontecido con la Bienal de arte contemporáneo durante la presencia de
Roncalli como Patriarca veneciano. Sus predecesores siempre habían condenado la Bienal debido a la calidad moral de las obras de la misma, y el primer año de
su patriarcado, Roncalli continuó en la misma línea. Pero en las ediciones subsiguientes, las de 1956 y 1958 todo ocurrió de manera diferente. En 1956, un día
antes de inauguración de la Bienal, Roncalli celebró una recepción en el Palacio
Patriarcal y a ella invitó a todas las delegaciones que habían acudido a Venecia.
Demostró interés por sus obras, entabló un diálogo con los artistas y representantes de los diferentes países, consiguiendo así que, en la inauguración de la Bienal,
hubiera un representante oficial de la Diócesis. Él mismo visitó la exposición días
después. Si bien con precauciones y diplomacia, se había producido un acercamiento o muestra de interés de la Iglesia hacia el arte contemporáneo.
En otra ocasión, cuando los socialistas italianos celebraban un congreso en
Venecia, Roncalli pidió a los venecianos a que acogieran con bondad a los miles
de obreros y representantes socialistas que acudían al congreso, ya que los temas que iban a tratar afectaban a la vida de muchas familias: ‘Es doloroso ver
que se piensa poder lograr la reconstrucción del orden económico, civil, social
sobre las bases de otra ideología que no se inspire en el Evangelio de Cristo.
Pero, dicho esto con la franqueza que me permite mi posición espiritual, como
es costumbre entre almas honradas, queda el deseo de mi corazón de que los hijos de Venecia, tradicionalmente hospitalarios y amables, contribuyen a hacer
provechosa la reunión de tantos hermanos de Italia para una común elevación
de los ideales de la verdad, del bien, de la justicia y de la paz’24.
23. Cf. Mario BENIGNI y Goffredo ZANCHI, Juan XXIII, Editorial San Pablo 2000, p. 239.
24. Cf. José María JAVIERRE, Juan XXIII. Reto para hoy, Ediciones Sígueme, Salamanca 2002,
pp. 151-152.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[335] 39
En Venecia, Roncalli recibió visitas importantes, aparte de la citada anteriormente del socialista Auriol, como la del cardenal Wyszynski, a quien Roncalli
esperó en la estación y lo llevó a pasear en góndola por los canales, o la del cardenal Feltin, arzobispo de París, a quien sorprendió a la salida del rezo de vísperas en San Marcos con una banda de música tocando La Marsellesa...
Realizó en este tiempo también viajes al extranjero para ejercer tareas oficiales, como a Beirut, en el Líbano y a Fátima, y también visitó Lourdes. Cada año
se escapaba a Sotto il Monte a ver sus hermanos, a su familia y a disfrutar de la
paz del lugar que tanto amaba.
Cuando partió de Venecia hacia Roma para la celebración del cónclave, su
secretario personal le preguntó si debía aplazar las ordenaciones previstas para
unas semanas más tarde. Le contestó que no hacía falta, que él estaría de regreso en unos pocos días. También a sus hermanos de Sotto il Monte les dijo que
primero tenía que ir a Roma, a la elección del Papa, pero que estaría con ellos en
Sotto il Monte para Todos los Santos... El Señor tenía otros planes para él.
PONTIFICADO INESPERADO
El 28 de octubre de 1958 fue elegido el Papa Juan XXIII. Tenía 77 años de
edad y todo hacía preveer una línea de continuidad a lo vivido. Pero, traía a la
Sede Apostólica una vocación singularísima: la vocación de la unidad cristiana,
tras veinte años de experiencia y relación con las iglesias orientales. En el cónclave de su elección lo anticipaba: ‘Abrazamos con ardiente y paternal amor tanto a
la Iglesia occidental como oriental; incluso a los que están separados de esta
Sede Apostólica. A éstos... extendemos nuestros brazos abiertos’25.
Esta visión que tuvo Juan XXIII de una Iglesia unida, estaba sólidamente
fundada por las relaciones personales que había forjado a lo largo de su vida,
primero en Bulgaria, luego en Grecia y Turquía y más tarde en París. Vio la necesidad urgente de estrechar lazos con los que de hecho ya eran sus hermanos,
y lo hizo desde la realidad, desde la convivencia, desde el respeto, desde la amistad, desde el amor. Juan XXIII creyó en la unidad y en el diálogo entre hermanos
que nunca se debiera haber perdido.
Este planteamiento no hubiera sido posible sin la categoría humana de Juan
XXIII, un hombre que se consideraba el más pequeño entre los pequeños, que
vivía en el más elevado contacto con Dios pero que pisaba firmemente la tierra
25. Cf. José SÁNCHEZ VAQUERO, Ecumenismo. Manual de formación ecuménica, Centro Ecuménico Juan XXIII, Salamanca, 1971, 116.
40 [336]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
con sencillos gestos que le hacían grande. Rompía moldes de protocolo, miraba
de cerca a las personas, se preocupaba por ellas, ‘amaba’ en el sentido más cristiano del término. A su muerte quedaron en el Vaticano infinidad de cartas, invitaciones, documentos, informes de anglicanos, judíos, luteranos, coptos, ortodoxos, todos ellos hermanos y amigos que él mismo había reencontrado gracias
a su apertura y a su amor: ‘Cada uno tiene derecho a honrar a Dios según la justa
norma de su conciencia y de profesar su religión en la vida privada y pública’.
IGLESIA CATÓLICA Y ECUMENISMO ¿UNIDAD EN QUÉ? ¿RETORNO
A DÓNDE?
Los enfrentamientos y divisiones en la Iglesia han existido siempre, pero
¿cómo se puede entender que la Trinidad sea el modelo perfecto de comunidad y
la propuesta de convivencia para cualquier tipo de relación y, sin embargo en la
Iglesia nos habíamos acostumbrado a vivir de espaldas a esas otras realidades
cristianas que también invocan a Cristo, pero ‘no son de los nuestros’?
La unidad en la diversidad es expresión de lo que es Dios mismo, pero la diversidad, la distinta formulación o identidad... nos ha enfrentado, nos ha separado, nos ha llevado a una indiferencia de los unos con los otros. Fue a comienzos
del siglo XX cuando la urgencia de la labor por la unidad de los cristianos se expresó de forma real. La Conferencia Misionera Mundial de Edimburgo (1910)
representa el punto de referencia capital en la historia del ecumenismo; ‘la unidad
(visible) de la Iglesia se ha perdido, hay que recuperarla’ será el deseo sobre el
que cristalicen los esfuerzos por la unidad fracturada a lo largo de la historia. El
deseo de unidad se plasmará en dos grandes movimientos ecuménicos. En primer lugar y frente a las distintas teologías y formulaciones de las verdades de fe,
surgirá el movimiento ‘Vida y Acción’ (1925), centrado más en la acción pastoral conjunta, evitando cuestiones doctrinales. Dos años después surge el movimiento ‘Fe y Constitución’ (1927), basado en la convicción de que la acción
conjunta no basta para superar divisiones, por tanto, es necesario abordar los
problemas de fe, tomando como base el método del diálogo teológico.
En 1948 en Amsterdam se unen ambos movimientos para crear el Consejo
Ecuménico de Iglesias (hoy Consejo Mundial de Iglesias) y la celebración de su
primera Asamblea General. El ecumenismo ya no sólo es un deseo o preocupación individual o particular de ciertas agrupaciones, sino que adquiere carta de
ciudadanía en el ámbito eclesial y se presenta de forma oficial.
La incorporación a este movimiento por parte de las distintas confesiones es
gradual y en algunos casos tímida, tampoco escasean las resistencias e incluso la
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[337] 41
indiferencia y el rechazo. Antes del Concilio Vaticano II, la Iglesia católica había
manifestado muchas reservas y su actitud era de sospecha, temerosa por miedo
a un ‘relativismo eclesiológico’. Desde Roma se rechazó la participación en la
Conferencia Misionera Mundial (1910) en Edimburgo. La identificación exclusiva de la Iglesia católico-romana con la única y verdadera Iglesia de Cristo llevaba
consigo la condena al naciente movimiento ecuménico, que quedó formulada de
forma oficial en la encíclica ‘Mortalium animos’ (1928) del Papa Pío XI. En ella
se prohibía a los católicos la participación en dicho movimiento, pues sólo se
aceptaba como camino hacia la unidad la vuelta o retorno de ‘los disidentes’ a la
única y verdadera Iglesia de Cristo.
Más tarde, Pío XII, con motivo de la creación del CEI, publicó la instrucción
‘Ecclesia Catholica’ (20/12/1949), reconocía en el ecumenismo un movimiento
nacido ‘bajo la inspiración de la gracia del Espíritu Santo’. Aunque, a nivel eclesiológico, confirma la posición tradicional de que ‘la exclusiva verdadera unión
se realiza plenamente con el retorno de los disidentes a la única verdadera Iglesia de Cristo’.
JUAN XXIII ¿PAPA DE TRANSICIÓN?
Es en este ambiente y en esta concepción de Iglesia donde irrumpe la figura
de Juan XXIII como pastor y guía de la barca de Pedro. Después de un pontificado como el de Pío XII todo hacía presagiar, y es seguro que esos serían los
planes humanos del colegio cardenalicio, que el sucesor fuera alguien conservador y de edad avanzada con el fin de dar respiro y tiempo suficiente para preparar un sucesor seguro y carismático.
Para sorpresa y nerviosismo de algunos ‘se encuentran con un hombre espontáneo y sencillo, capaz de simplificar la actitud hierática del papado para regalar al mundo una sonrisa de bondad, de esperanza, de paz. Es el hombre que
piensa que la Iglesia es conducida por el Espíritu Santo y que a él le toca solo
dejarle actuar’. A juicio del Padre Lombardi, Juan XXIII ‘ha sido quien ha lanzado la Iglesia a una reforma general, ha convocado e iniciado el Concilio Vaticano
II, ha abierto la Iglesia al ecumenismo y ha comenzado el diálogo con el mundo
contemporáneo’.
Casi sin lugar a protocolos y calentamientos Juan XXIII mostró para sorpresa de los que se imaginaban un pontificado tranquilo de transición que nada más
lejos de la realidad; el Papa Juan ni era tradicional, ni de transición, sino un papa
con gran personalidad y con una visión de la Iglesia muy profunda y clara, sintiéndose instrumento del Espíritu Santo para llevar a cabo, sin esperar tiempos
mejores, la renovación que la Iglesia requería.
42 [338]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
Hablando, a los pocos días de haber sido consagrado Papa, con el cardenal
Tardini se le ocurrió decirle que había pensado reunir y hablar a los cardenales de
la unidad, de la unidad de los hijos de Dios y también de la unidad con los no
católicos; y que, para eso, era necesario hacer en la Iglesia algo especial. Por
ejemplo, ‘un Concilio’. Estaba claro que Juan XXIII no se sentía como un simple barniz que cubriera superficialmente los desperfectos más visibles, además
convocó el Sínodo diocesano en Roma y se propuso la revisión del Código de
Derecho Canónico. Somos, diría ‘como un vaso ante el Señor: cuando estamos
abiertos y receptivos, Él habla a través de la persona que quiere...’
DESEO DE CONVOCAR EL CONCILIO Y COMO OBJETIVO LA UNIDAD
Sorprende la celeridad con la que el Papa Juan propuso la celebración del
Concilio. Es claro que Pío XII había pensado en él, pero la providencia quiso que
fuera Juan XXIII quien lo iniciara. Tan sólo tres meses de su elección, de octubre a enero, bastaron para poner en marcha el gran acontecimiento que sería
decisivo y fecundo para la misión de la Iglesia.
— 28 de octubre de 1958: elección del cardenal Roncalli como sucesor de
Pedro
— Coronación el 4 noviembre de 1958
— 23 de noviembre de 1958: notificó a los cardenales su histórica decisión:
‘Pronuncio delante de vosotros, ciertamente temblando un poco de emoción, pero al mismo tiempo con humilde resolución de propósito, el nombre y la propuesta de la doble celebración de un Sínodo diocesano para
la Urbe y de un universal concilio ecuménico para la Iglesia’
— 25 de enero de 1959. Conversión de San Pablo, anunció la convocatoria
del Concilio
— Muere el 3 de junio de 1963
El Concilio significó para el ecumenismo moderno algo trascendental, pues
por medio de él se llevó a cabo la incorporación de la Iglesia católica al movimiento ecuménico con plena conciencia y con un impulso nuevo. Juan XXIII
fue la llave que abrió la puerta del ecumenismo para la Iglesia católica, todo ello
en medio de arduos esfuerzos, inquietudes, recelos, vacilaciones y retrocesos.
El Concilio supuso para la Iglesia católica un cambio sustancial, le abrió a una
nueva teológica y eclesiología.
El Papa Juan XXIII, que tuvo la intuición luminosa y la grandeza de espíritu
de convocar un concilio universal para los católicos, era muy sensible al moviRev. Pastoral Ecuménica, 85
[339] 43
miento ecuménico que se venía formando desde principios del siglo XX, y tenía
en su corazón muy grabada la herida de la desunión. Por eso, se expresaba así el
25 de diciembre de 1961 en la Constitución apostólica y mensaje inaugural que
convocaba el nuevo concilio: ‘En un tiempo, además, en que vemos como en
diferentes partes del mundo se hacen más frecuentes los esfuerzos de muchos que
con generosidad pretenden conseguir que se instaure entre todos los cristianos la
unidad visible que responda dignamente a los deseos del divino Redentor, es muy
natural que el próximo Concilio aclare los principios doctrinales y dé los ejemplos de amor fraterno que harán aún más vivo para los cristianos separados de
esta Sede Apostólica el deseo de la misma unidad y proporcionarán el camino a
seguir’26.
En el anuncio-convocatoria del Concilio, 25 de enero de 1959, en San Pablo
Extramuros, ya se aludió a que una de las finalidades sería buscar la unidad con
los cristianos separados de la comunión con Roma27. Es un signo profético el
hecho que el anuncio del nuevo Concilio Ecuménico fuera el 25 de enero, fiesta
de la conversión de San Pablo, día que culmina ‘la semana de oración por la unidad
de los cristianos’, en la cual todas la iglesias oran para que Dios nos conceda
sanar el pecado de la división.
LA CONFERENCIA CATÓLICA PARA LAS CUESTIONES ECUMÉNICAS
(CCCE)28
Nos separamos momentáneamente de la figura del cardenal Roncalli, en aquel
momento pues para entender los pasos que la Iglesia dio en orden al ecumenismo
y lo que supuso el Secretariado para la Unidad de los Cristianos en el concilio,
nos tenemos que dirigir a Friburgo (Suiza) los días 11-13 de agosto de 1952. El
obispo François Charriere de Lausana, Ginebra y Friburgo reunió en su residencia a 24 teólogos. En esa reunión se constituyó la Conferencia Católica para
las cuestiones ecuménicas (CCCE). El objetivo era suscitar el conocimiento y
acercamiento entre la Iglesia católica y las otras comunidades cristianas. No se
26. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II. Constituciones. Decretos. Declaraciones, BAC, Madrid
1993, p. 1070.
27. J. BLAJOT, ‘Crónica conciliar’, Razón y Fe 166 (1962) 349: ‘El 19 de enero de 1959,
segundo día de la Semana de la Unidad, consagrada especialmente a orar por el Oriente, el Papa
adquirió la certeza de que el camino de la unidad pasaba por el Concilio Ecuménico’.
28. En este apartado remito a un artículo del Prof. Dr. Pedro LANGA, OSA, ‘Participación de
los teólogos en la elaboración de la Unitatis Redintegratio’; Diálogo Ecuménico. Tomo XXXIX.
Año 2004. Número 124-125, pp. 315-356.
44 [340]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
podía continuar con el régimen de prohibiciones como cuando la formación del
CEI en Amsterdam.
De la CCCE formaron parte muchos teólogos y obispos ecumenistas de primera hora en la Iglesia católica, que luego darían mucho juego en el ecumenismo
del Vaticano II: Franz Thijssen, Hermann Volk, Boyer, Congar, Dumont Höfer,
Küng, Rahner o Rousseau, liderando a todos ellos el teólogo holandés Willebrands.
A ningún buen ecumenista —declara el Padre Langa— le puede pasar inadvertida la recelosa actitud inicial de la Iglesia católica con el moderno ecumenismo nacido en Edimburgo 1910: sus reiteradas negativas a asistir a las grandes
asambleas, y cómo Roma cerró la puerta a cal y canto a cuantos especialistas o
teólogos católicos pretendieran asistir a la formación del CEI en Amsterdam el
año 1948. Congar, que había sufrido y áun sufriría lo suyo por Les chrètiens
désunis, editado en 1937, y Vraie et fausse réforme dans l’Église?, en 1950, fue
uno de los que participaron el año 1952 en la creación de la CCCE, lanzada y
animada por J. Willebrands, otro de los que debieron aguantarse en Amsterdam
1948. La actividad de Congar, sin embargo, va a ser desde entonces más discreta, pues lo apenas reseñado le había puesto ya en el punto de mira del Santo Oficio.
El P. Congar se resistía a contemplar ya entonces la reunión de las Iglesias
como un simple retorno de los cristianos no católicos (que es lo que afirma la
encíclica de Pío XI Mortalium animos (1928)). El P. Congar, que en 1937 escribió ‘Los cristianos divididos’ veía en el ecumenismo un desarrollo cualitativo de
la catolicidad, siendo consciente de que las otras iglesias han sabido, a veces mejor
que la católica, preservar o desarrollar ciertos valores y dones cristianos.
Los teólogos de la Conferencia Católica para las cuestiones ecuménicas supieron tejer una red internacional de teólogos con sensibilidad ecuménica. En
entrevistas personales en Roma empiezan a convencer a los influyentes jesuitas
Bea, Tromp y Lieber, e incluso al cardenal Alfredo Ottaviani, cuyo Santo Oficio,
de acuerdo con la instrucción antiecuménica ‘Ecclesia Catholica’ (1950), tiene
sometidas a estricta vigilancia todas las operaciones ecuménicas que se producen en la Iglesia católica. Estos teólogos sí tuvieron a llamarse como originalmente había deseado Willebrands: ‘Consejo Ecuménico Católico’
Esa CCCE era una plataforma de contactos entre unos y otros e intercambio
de información, no era peligrosa doctrinalmente y con el paso del tiempo fue de
gran utilidad para el desarrollo del Concilio. En el análisis de esta plataforma se
puede concluir en palabras de Hans Küng diciendo que ‘sin el trabajo previo sobre todo del animoso ecumenista católico Willebrands, amigo del gran ecumenista protestante holandés doctor Willem Visser’t Hooft, secretario general del CMI
fundado en 1948, hubiera sido imposible llegar tan rápidamente a un SecretariaRev. Pastoral Ecuménica, 85
[341] 45
do para la Unidad de los Cristianos, cuyo espíritu rector, con el cardenal Bea al
frente, no será otro que el de Jan Willebrands.
COMISIÓN TEOLÓGICA PREPARATORIA Y EL SECRETARIADO29
Otro elemento de estudio es la Comisión Teológica preparatoria (CTP) del
Concilio y su relación con el Secretariado. Esta comisión fue instituida por
Juan XXIII el 5 de junio de 1960, con el Motu Proprio ‘Superno Dei Nutu’,
dominada por teólogos de las universidades romanas, más cuidadosos de defender las doctrinas pontificias de los últimos papas que de tomar en cuenta la renovación teológica en curso.
Por otro lado, la teología en que podía el SUC inspirarse no era pequeña, sino
impresionante: Congar, De Lubac, Danielou, Teihard de Chardin en Francia; Karl
Adam, Karl Rahner, Romano Guardini en Alemania, por nombrar a alguno. Pero
estas fuentes de pensamiento ecuménico en el catolicismo no habían sido favorecidas ni por el Magisterio, ni por la curia, que, al contrario, sentían una afinidad
natural con la teología de la contra-reforma, neo-escolástica, todavía ocupando
cátedra en las universidades romanas.
Las demás comisiones debían abordar cuestiones o asuntos completamente
tradicionales, pero la responsabilidad del SUC, respecto al tema de la unidad, era
enteramente nueva en la Iglesia. En el momento de la apertura de la I Sesión,
1962, el Secretariado estaba preparado y pronto a la actuación y a la reacción.
Era natural que la CTP ligada de lleno al Santo Oficio, quisiera controlar cuanto
pudiese derivar, por el Concilio en formulaciones doctrinales. En resumen, había
dos comisiones conciliares con horizonte potencialmente universal.
— Una guiada por el cardenal Ottaviani, que trataba de asegurar el dominio
del pasado reciente de la Iglesia sobre su presente y futuro
— Otra, con el cardenal Bea, debía anticipar y preparar el futuro sobre la
base de un pasado bíblico y patrístico mejor conocido, a la luz de una
preocupación ecuménica para todas las Iglesias.
Ante las visibles diferencias de planteamiento de ambas comisiones el obispo
de Brujas Monseñor De Smedt, el 19-XI-1962, apoyó el nuevo método del diálogo ecuménico y remató con este lapidario texto: «La hora es providencial, pero
es, también grave. Si los esquemas de la Comisión Teológica no se redactan de
otro modo, seremos responsables de que el Concilio Vaticano II destruya una
29. Remito al mismo artículo del P. Langa, citado en la nota 28.
46 [342]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
grande e inmensa esperanza. Me refiero a la esperanza de todos aquellos que,
con Juan XXIII, esperan, en el ayuno y la oración, que se dé, por fin, un paso
ahora hacia la unión fraterna de todos aquellos por los que Cristo Nuestro Señor
rogó ‘para que todos sean uno’30.
JUAN XXIII, EL SECRETARIADO Y LOS OBSERVADORES31
Para Juan XXIII, el concilio debía abrirse a toda la realidad cristiana, por eso,
la presencia de representantes de otras Iglesias y de católicos orientales era, a su
entender, capital. Ante la convocatoria del concilio y ante la invitación del Papa a
la participación de las demás confesiones cristianas como observadores y la creación del Secretariado para la Unidad de los Cristianos (SUC), las demás confesiones tuvieron reacciones diversas, pensando sobre todo en la forma como se
trataría la cuestión de la unidad. ¿Sería un concilio unionista como el de Florencia? ¿Sería sin más una estrategia de la Iglesia católica para absorber a las demás
confesiones?. En círculos ecuménicos activos se temía que la Iglesia católica
capitalizase una nueva fase del ecumenismo, operando algo así como una invasión y conquista de los ámbitos ecuménicos. El director general del CEI, Visser’t
Hooft, se mantuvo con cautela, pues para él lo importante de momento no era
saber si se podía llegar a la unión, sino, si con la Iglesia católica se podría de
verdad entrar en diálogo. A pesar de los recelos, un teólogo reformado como K.
Barth valoró muy positivamente todos los avances que en el plano eclesiológico
y ecuménico se fueron produciendo en el concilio desde sus primeros pasos32.
No era raro pensar eso, pues en palabras de J. Willebrands: ‘No hemos de
olvidar que antes del Concilio, una gran mayoría de los Padres conciliares no
había tenido contacto alguno ni experiencia de tipo ecuménico, por no hablar
de las experiencias negativas, prevalecientes en muchos países’.
Con el anuncio del Concilio, muchas cosas se pusieron en marcha. De im30. [Sin el espíritu de Newman y el Movimiento de Oxford; sin el profesor de Tubinga, J. A.
Möhler, que inició la investigación ecuménica con su temprana obra ‘La unidad de la Iglesia’(1825),
muy del gusto de Congar; sin las conversaciones de Malinas; sin la obra del P. Congar ‘los cristianos
divididos’; sin las sesiones de la CCCE; sin las relaciones del cardenal Bea con el movimiento ecuménico del arzobispo de Paderborn, Lorenz Jaeger, fundador del Instituto de Estudios Ecuménicos
en Alemania J.A. Möhler… sin todos estos precedentes el Secretariado para la Unidad de los Cristianos hubiera sido impensable.]
31. Remito al artículo del Prof. Dr. Fernando RODRÍGUEZ GARRAPUCHO. En ‘Diálogo Ecuménico’ Tomo XXXVIII, n.º 120 (2003) pp. 93-129.
32. Cf. G. ALBERIGO (dir.), Historia del Concilio Vaticano II, Vol. I, Sígueme, Salamanca 1999,
pp. 38-41.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[343] 47
portancia capital fue la creación de Juan XXIII en 1960 del Secretariado para la
unidad de los cristianos, dirigido por el cardenal Agustinus Bea, teniendo al teólogo holandés Willebrands como hombre fuerte a su lado. Dos asistentes, el francés Jean François Arrighi, durante algunos decenios subsecretario y el americano P. Thomas Stransky. Pronto se les sumarían el dominico Hamer, el padre blanco
Duprey, el arzobispo de Paderborn, monseñor Lorenz Jaeger, Congar, Bevenot,
Dumont, Boyer, De Smedt...
El Secretariado jugaría un papel relevante para el desarrollo del concilio:
— preparar los textos de tema ecuménico y eclesiológico así como los textos de diálogo con otras religiones.
— ocuparse también de cuestiones diplomáticas necesarias para invitar y explicar el modo de participación a los observadores no católicos del concilio.
La tarea del Secretariado no resultó sencilla y ciertamente fue muy delicada.
Desde el principio se creó una Comisión para las Iglesias orientales, pero ésta fue
bastante cerrada en su mentalidad y no logró tener buenos contactos con los
ortodoxos, por lo que, a petición de ellos mismos, el papa confió esta actividad
también al Secretariado para la unidad. Por las muchas cosas que sucedieron al
entrar en contacto con los otros cristianos, es verdad que «al final, resultó que
la decisión de invitar a los no católicos como observadores fue una de las decisiones más importantes tomadas durante la fase preparatoria, con consecuencias, por el carácter que el concilio iba adquiriendo y el trabajo que llevaría a
cabo, que sobrepasaron las expectativas, incluso las más optimistas. Bajo muchos aspectos, la presencia de los no católicos en el concilio señaló ‘el fin de la
contrarreforma’»33.
Como expresó Andreas Heinz, el hecho de que junto a los obispos y peritos
católicos hubiera reservado un puesto fijo a los hermanos separados en el aula
conciliar, en un lugar de honor, provocó en el concilio un recuerdo permanente
de que ortodoxos, anglicanos, y protestantes existen no como cismáticos y herejes, sino que ante todo son hermanos unidos por la misma fe, junto a la Iglesia
universal de Cristo. Ella no podía hablar de sí misma y de su misión en el mundo
sin tener en cuenta a los otros cristianos: ‘su callada presencia tuvo como efecto
sumamente saludable el que en la exposición de la verdad católica y de las diferentes opiniones doctrinales desapareciera toda polémica agresiva y toda arro33. Cf. J. KOMONCHAK, ‘La lucha por el concilio durante la preparación’, en G. ALBERIGO (dir),
Historia del Concilio Vaticano II, Vol. I, Sígueme, Salamanca 1999, pp. 186-191.
48 [344]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
gancia triunfalista. Los padres conciliares se esforzaron en decir la verdad sin
herir el amor’34.
El P. Congar en su ‘Diario del Concilio’ declaró acerca de los observadores
no católicos que: ‘no se trata ya solamente de la presencia en el concilio de observadores de las comuniones cristianas no católicas; hay, además, la apertura
de un diálogo, ya no solamente a nivel de relaciones privadas y personales, sino
a nivel de las actividades más oficiales de la misma Iglesia. Por primera vez, se
han tenido en cuenta los deseos y puntos de vista de los otros cristianos, incluso
en la elaboración de los textos... En su conjunto, la Iglesia católica, sin dramas
ni esplendores, ha operado su conversión ecuménica al más alto nivel. La Iglesia católica y todo el pueblo de los cristianos ha vivido, efectivamente un momento histórico, solamente comparable a los más grandes’35.
La labor de Secretariado también fue la de recibir a hermanos de otras confesiones. Fue una sorpresa, que pilló a todos casi de improviso, el anuncio de la
visita al Vaticano del Arzobispo de Canterbury, el doctor Geoffey Fisher, a la que
siguieron la del doctor E. Schlink, enviado por la Iglesia Evangélica de Alemania,
una federación de 28 iglesias Evangélicas de Alemania Federal; la del doctor Craig,
moderador de la Iglesia presbiteriana en Escocia, o la del doctor Pierce Corson,
presidente del Consejo Mundial Metodista... El trabajo del SUC no se quedó tan
sólo en ceremonias de recepción.
En ese período preparatorio, en 1961, en Nueva Delhi se celebró la asamblea
mundial del CEI, en ella, por primera vez participaban ‘observadores católicos’,
condición de reciprocidad ecuménica que había pedido el Consejo para poder
enviar al año siguiente ‘observadores’ al concilio. Hasta ese momento los papas
anteriores a Juan XXIII se habían opuesto a toda participación oficial católica.
Ante este evento hubo intensas discusiones entre los cardenales Ottaviani y Bea,
y al final, por oposición del primero, no pudieron ir los miembros del recién creado Secretariado para la unidad, como quería Bea. Dos años más tarde se reunió
la Comisión ‘Fe y Constitución’ en Montreal (1963). Allí tomarán ya parte teólogos católicos y delegados de la Iglesia católica comisionados por el Secretariado
para la unidad.
Cuando llegó el momento de la inauguración del concilio hay unas palabras
de Juan XXIII que no se pueden silenciar. Se trata de la primera alocución en
audiencia privada a los observadores no católicos (13/10/1962). Por primera vez
se reunían en Roma representantes de tantas iglesias, y por primera vez desde
34. A. HEINZ, ‘La confirmación en el diálogo ecuménico’, en: ‘La Santísima Trinidad y la
Confirmación’, Secretariado Trinitario, Salamanca 1993, p. 201.
35. Y. CONGAR, Diario del Concilio. Segunda sesión, Estela, Barcelona 1964, p. 44.
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[345] 49
hacía siglos, los cristianos separados se ponían a dialogar como hermanos entre
ellos con los católicos. El cardenal Bea estaba sorprendido y exclamaba: ¡es un
milagro! En este encuentro el papa Juan no hizo teología de la unidad de la Iglesia
sino que situó las cosas en un plano personal, lo cual iba creando un clima de
fraternidad que iba a acompañar ya todo el concilio. Sus palabras fueron las siguientes:
«Leed en mi corazón y encontraréis más de lo que reflejan mis palabras.
¿Cómo olvidar los diez años que pasé en Sofía? ¿Y los diez en Estambul y
Atenas? Fueron veinte años felices y bien empleados durante los cuales
conocí a muchos y venerables personajes y a jóvenes llenos de generosidad... A continuación en París, mantuve muchos contactos con cristianos
pertenecientes a las distintas denominaciones. Que yo recuerde, jamás hubo
entre nosotros confusión en los principios, o contestación en el plano de
la caridad, en el trabajo común que nos imponían las circunstancias para
asistir a los que sufrían. No hemos parlamentado, pero sí hemos hablado;
no hemos discutido, pero sí hemos amado»36.
Son palabras que revelan con mucha claridad lo que había en el corazón del
Papa Juan y cómo el ecumenismo iba a ser una de las líneas prioritarias del concilio. Se habían dado pasos fundamentales en ese sentido, pero la descripción
que el Motu Propio fundacional hacía del Secretariado para la Unidad de los Cristianos era tan general, que causó más de un conflicto en su relación con la Comisión Teológica, por ello, a petición del cardenal Bea, el 19 de octubre de 1962,
Juan XXIII equiparó el Secretariado al rango de las Comisiones. Tal decisión del
Papa no fue del agrado de todos los cardenales, lo cual pone de manifiesto la
importancia que el Papa dio al ecumenismo, superando rechazos y críticas.
El trabajo que desarrolló la Comisión para la Unidad de los Cristianos y la presencia de los observadores no católicos, teólogos y obispos de Iglesias ortodoxas y
fue más importante de lo que a primera vista pudiera parecer. Los observadores no
fueron espectadores pasivos de lo que sucedía en el aula, sino que influyeron en la
redacción definitiva de diversos textos doctrinales. Es curiosa la información que el
embajador español daba a su ministerio en 1963: ‘El ecumenismo es desde luego la
nota característica de este concilio y de la actitud del papa’37.
En el conjunto de todo el concilio se acercaron a 200 los observadores no
católicos que tomaron parte en él. Lukas Vicher, de la Iglesia Reformada Suiza,
36. Texto en Andrea RICCARDI, ‘El tumultuoso comienzo de los trabajos’, en G. Alberigo (dir.),
Historia del Concilio Vaticano II, Vol. II, Sígueme, Salamanca 2002, p. 38.
37. Cf. Hilari RAGUER, ‘Primera fisonomía de la asamblea’, en: G. ALBERIGO (dir.), Historia del
Concilio Vaticano II, Vol. II, Sígueme, Salamanca 2002, p. 177.
50 [346]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
representante del CEI (y posteriormente su Secretario General), decía: ‘Nos sorprendió ver hasta qué punto se esforzaban los obispos por comprender las posturas que representábamos. Para nosotros fue una gran experiencia en el plano
religioso’.
Ciertamente estos pasos fueron gigantescos. El estilo de confianza y la amistad que quiso imprimir al concilio desde sus comienzos ‘el papa bueno’ había
triunfado, aunque él, como Moisés, inició el camino capitaneando al pueblo de
Dios en marcha hacia nuevas tierras, pero no pudo ver la realización de la meta:
murió en 1963, apenas iniciado el Concilio. Iba a ser otro el llamado a introducir
a los discípulos de Cristo en la ‘tierra prometida’ de un nuevo rumbo ecuménico
en la historia de la Iglesia.
Ese hombre providencial fue el cardenal Giovanni Batista Montini, que llevaría el nombre de Pablo VI. Elegido Papa, quiso continuar las huellas de su predecesor. Así, en el discurso de inauguración de la segunda parte del concilio, haciendo referencia a su predecesor, afirmaba: ‘No dejaremos a un lado el problema
de la unificación en un solo redil de cuantos creen en Cristo y ansían ser miembros de su Iglesia’. Al término del Concilio, en una ceremonia en san Pablo extramuros, lugar de su convocación por Juan XXIII, Pablo VI se dirigía a los observadores no católicos con mucho realismo, y les decía:
‘Para llegar al final de una plena y auténtica comunión queda todavía
mucho camino por hacer... Pero, al menos podemos, al final del Concilio,
anotar una conquista: hemos vuelto a comenzar a amarnos, y quiera el
Señor que, al menos por esto, el mundo reconozca que somos verdaderamente sus discípulos, porque hemos restablecido entre nosotros el amor
mutuo (Jn 13, 35)’38.
El P. Congar había vivido con los años donde las iniciativas y gestos ecuménicos podían ser manifiestos pero no públicos, ni oficiales; había vivido también
el momento de preparación inmediata del concilio bajo el auspicio e inspiración
de Juan XXIII con sus gestos proféticos, había soñado y luchado por un momento como el que vivió la Iglesia en el concilio, por ello comentó: ‘Me vinieron
las lágrimas a los ojos cuando me encontré aquí por primera vez a los observadores’, por eso, ante la muerte de Juan XXIII que había sido instrumento para un
giro tan decisivo en la Iglesia, escribirá sobre la misión de su sucesor Pablo VI:
‘También le incumbe otra tarea: precisamente aquella que representa la porción
más delicada de la herencia de Juan XXIII, la que ha proclamado que quiere
continuar: la de ser verdaderamente un padre ecuménico. Puesto que, a su manera,
38. Pablo VI, 4 de diciembre de 1965.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[347] 51
Pablo VI quiere ser el continuador de Juan XXIII, será el padre ecuménico del
mundo entero, será la personificación de una Roma ecuménica, quedando bien
entendido que Roma no puede, en este sentido, ser ecuménica si no es continuando y siendo cada día más ecumenista...’. El P. Congar iniciada la segunda parte
del concilio y a la luz de los discursos de Pablo VI exclamaba: ‘Nadie puede dudar
ya de que la evolución empezada por Juan XXIII y por el concilio, no esté actualmente consagrada y sea ya irreversible’.
Juan XXIII mantuvo encuentros con personalidades del mundo de la política, del arte, de la cultura..., pero fue decisivo el que tuvo con el Hno. Roger de
Taizé (7/11/1958 –once días después de la elección como Papa-), prior de una
comunidad prácticamente desconocida en esos momentos; fue un encuentro y
diálogo de amor, pues ambos compartieron el proyecto de vida y ministerio: la
unidad reconciliada en el amor. Considero este encuentro como fundamental para
la vida de ambos y como decisivo para la apertura de la Iglesia católica en su
cabeza visible al sentir ecuménico y las relaciones fraternas con las diversas
confesiones39:
«En 1949, después del compromiso para toda la vida de los siete primeros
hermanos, el cardenal Gerlier, arzobispo de Lyon, sugiere al hermano
Roger que vaya a Roma a reunirse con el papa Pío XII, para hablarle sobre la búsqueda de la reconciliación. En 1958, el mismo cardenal presenta al hermano Roger a Juan XXIII. El encuentro con ‘Juan, el papa bueno’,
marca un antes y un después en la historia de Taizé.
La excepcional acogida realizada por el papa Juan XXIII en 1958, su apertura a la vocación ecuménica, su invitación a participar en el Concilio
Vaticano II, suponen para nosotros un antes y un después. Se despierta en
muchas personas un interés por la búsqueda que llevaba adelante nuestra
pequeña comunidad. Empezaron a llegar a nuestra colina jóvenes de distintos países para pasar unos días.
Desde nuestro primer encuentro estuvimos seguros de ser amados, comprendidos. Juan XXIII dejó en nosotros una huella indeleble. Nos permitió
salir de la soledad en la que estábamos. Gracias a él, entra la primavera
en nuestra comunidad. Fue como si empezáramos de nuevo.
Juan XXIII sigue siendo el hombre al que quizá más haya venerado sobre
la tierra. Le amé como a un padre. Sin darse cuenta, levantó para nosotros
el velo de una parte del misterio de la Iglesia. Sentía la pasión de la comunión. A través de su vida aprendimos qué significa el misterio de un pastor
universal.
Por lo que respecta a nuestro lugar en la Iglesia, Juan XXIII quería que se
encuadrara en la serenidad, sin agobiarnos. En nuestro último encuentro,
39. Viene recogido en el libro ‘Elige amar’, del Hno. Roger de Taizé (1915-2005) Sígueme,
Salamanca 2007, pp. 72-74.
52 [348]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
poco antes de su muerte, afirmó, haciendo gestos circulares con sus manos: ‘La Iglesia católica está hecha a base de círculos concéntricos cada vez
más amplios, cada vez más amplios’. No precisó en qué círculo nos veía. Sin
embargo, entendimos que, para él, estábamos en el interior de los círculos
y que lo esencial ya se había logrado. Fue como si sus palabras nos integraran en la realidad de la Iglesia. Vista la situación en que se encontraba nuestra comunidad, el Papa quería decirnos: seguid por el camino en
que estáis».
TESTAMENTO DE JUAN XXIII. CUMPLIÓ SU MISIÓN
La imagen que Juan XXIII, se ganó a lo largo de su vida fue la de bonachón,
un abuelo que derrama ternura sin medida. En el plano humano no desperdició
las oportunidades que tuvo para acercarse a las personas, e hizo uso de su condición para estrechar y acortar distancias humanas del tipo que fueran. Buscó y
defendió la verdad pero nunca buscó imponerla, ni someter a nadie en razón de
una ideología o credo. En las relaciones con los demás se mostraba siempre amable
y optimista, disimulando los defectos, de no existir un grave problema de conciencia que le obligara a mostrarlos con una gran caridad.
Un dato que no podemos silenciar es que el Jueves Santo, 11 de abril de 1963,
Juan XXIII firmó la encíclica ‘Pacem in terris’, que es como su testamento ideológico: va dirigido no a los católicos, sino a todos los hombres de buena voluntad. Esta encíclica servirá de ‘carta fundamental’ para establecer las condiciones
que han de imperar para que haya una verdadera paz, fundada en la verdad, la
justicia, el amor y la libertad. Los pueblos la recibieron con asombro y gratitud
en medio de grandes convulsiones entre los mutuos desafíos de Norteamérica y
Rusia... Con esta encíclica no hacía sino expresar el dolor por la división y enfrentamiento de los pueblos y trasladar al ámbito político social el deseo de diálogo, reconciliación y unidad que tenía para la Iglesia.
El verdadero testamento que Juan XXIII ofreció a la Iglesia y al mundo fue
el acercamiento y sencillez en el trato a toda persona, fuera cual fuera su condición, credo o confesión. «Por primera vez en la historia, dijeron los pastores
Charles Westphal y Georges Casalis, los protestantes lloran a un Papa’. Su aggiornamento no pretendió únicamente mejorar la organización institucional sino
efectuar ante todo una verdadera renovación a fin de poner la Iglesia en estado
de misión y de diálogo con el mundo moderno»40.
40. P. LANGA, ‘Juan XXIII, el Secretariado y los Observadores’. Diálogo Ecuménico Tomo
XXXIX, Año 2004. N.º 124-125, p. 338.
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‘Juan XXIII edificó mucho más a la Iglesia por sus actos y gestos que por
sus palabras’(P.Congar). Las últimas palabras de Juan XXIII, pronunciadas en
su lecho de muerte, impresionan todavía a cristianos de todas las confesiones:
‘Ofrezco mi vida por la Iglesia, por la continuación del Concilio Ecuménico,
por la paz en el mundo y por la unión de los cristianos... Mis días en este mundo
han llegado a su fin, pero Cristo vive y la Iglesia debe continuar su tarea. Ut
unum sint, ut unum sint’41. Juan Pablo II en su encíclica sobre el Ecumenismo
declara que la unidad de los cristianos es una de sus prioridades y que la unidad
no es una cuestión tangencial ni opcional para los fieles católicos, sino que pertenece a la misma y propia esencia de su vida cristiana (UUS 99, 17)
A la muerte del Papa Juan (3/6/63), el Padre Lombardi comentó en su Diario:
‘Era sencillo como Dios; sin duda un santo’. También en sus ‘Recuerdos’ declara
‘Agradezco a Dios haber vivido los años el pontificado de Juan XXIII. Han sido de
los más significativos de la historia de la Iglesia: el paso de una edad a otra del
mundo y ciertamente de la Iglesia. Cosas que hace 10 años parecían imposibles, se
han hecho realidad en tan breve tiempo. Y todos sabemos que el cambio no ha terminado; apenas ha comenzado. Pocos hombres como el Papa Juan, se han ganado
el corazón del mundo de manera tan rápida y profunda’42.
No había sido esperado y ahora, después de tan solo cuatro años, el papa se
muere. Después del día de la Ascensión no le permitieron ni asomarse a la ventana. En medio de las hemorragias y el dolor, Juan XXIII le dijo al doctor Gasbarrini: ‘Que se cumpla la voluntad del Señor; no se preocupe, querido doctor, tengo
mis maletas preparadas’. El mundo estaba pegado a este viejito agonizante. Todo
el mundo le ama. ¿Por qué le aman? Es bueno... era bueno. Por eso le lloró la
gente que tuvo el privilegio de conocerle, porque se les moría un hombre bueno.
EPÍLOGO
Por la categoría humana del personaje me tomo la licencia de terminar este
artículo recordando alguna de las múltiples anécdotas, algunas pedagógicas, todas vividas con un gran humor, que salpicaron la vida y el genio de Juan XXIII.
En el proceso educativo es muy cierto que el ejemplo tiene mayor fuerza de enseñanza que los propios argumentos y así lo manifestó el P. Congar cuando señalando su originalidad decía que ‘Juan XXIII edificó mucho más a la Iglesia
por sus actos y gestos que por sus palabras’. Son muchos los gestos con los que
41. Juan Pablo II citó las últimas palabras de Juan XXIII el 8 de octubre de 1983. Cf. Juan Pablo
II, Prayers and Devotions, Ed. por P.C. J. Van Lierde, New York 1994, p. 213.
42. Recuerdos n.º 32 ‘Juan XXIII y el Concilio’ 28/7/74.
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
a lo largo de su vida manifestó el ingenio de su persona y que han conseguido
mantenerlo vivo en la memoria de la Iglesia. Roncalli ha pasado a la historia como
‘ese Papa bueno’ que conquistó los corazones con gestos humanos llenos de amor
y cercanía a la gente.
Siendo Nuncio Pontificio en París, frecuentó los salones aristocráticos, con
la única meta de alcanzar también a aquellos que se movían en ambientes poco
evangélicos. Al distribuir puestos en un banquete, sentaron a su derecha a una
dama regiamente escotada. Roncalli sostuvo la conversación como si tal cosa.
Pero, al traerles la fruta, tomó una manzana y se la ofreció: —Para usted, señora.
—Gracias, muy amable, excelencia. —Verá confío que al morder esta manzana
le ocurra como a Eva en el paraíso terrenal. —¿Qué le ocurrió? —Se le abrieron
los ojos: descubrió que iba desnuda43.
Otro elementos a destacar que alimenta su deseo de unidad fue el valor que
daba a la riqueza y a la pobreza. Antes de ser papa, Juan XXIII atravesó
períodos de angustia económica en Turquía y en Venecia, aceptados por él
con sentido común: ‘Estos apuros humillantes me asemejan a Cristo y a
Francisco de Asís; aunque sé de antemano que no moriré de hambre’. Es
decir, él se reconocía privilegiado. Los días del Concilio, Yves Congar advirtió que las reformas fracasarían ‘si la Iglesia escapa de la pobreza’. Según
Juan XXIII el ‘proyecto Jesús’ incluye pobreza de dinero y pobreza de poder: lo traicionan quienes buscan prestigio y grandeza para la Iglesia ‘haciéndola poderosa frente a los poderosos’.
Nada más ser elegido Papa, al recién llegado ni siquiera la sotana blanca de
talla grande preparada en previsión alcanzaba a cubrirle su generosa humanidad.
Por eso, al día siguiente tuvo que vestir de nuevo el hábito cardenalicio, en tanto
el sastre pontificio, Annibale Gammarelli, no confeccionó, a toda prisa, una sotana blanca a su medida44. También se cuenta que al no caber en ninguna de las tras
sotanas preparadas para cada nuevo papa (una grande, una mediana y una pequeña), Juan XXIII dijo a los sastres: ‘Ustedes tampoco creían que iba a salir
elegido yo, ¿verdad?’
Circuló también muy pronto la aventura del empleado de los jardines vaticanos que no sabía dónde meterse para evitar cruzarse con el nuevo Papa. Un
nuevo Papa a quien, en contra de la costumbre de sus predecesores de hacerlo a una hora fija, con orden estricta de que el panorama estuviese total43. Cf. José María JAVIERRE, Juan XXIII. Reto para hoy, Ediciones Sígueme, Salamanca 2002,
p. 19.
44. Cf. José Luis GONZÁLEZ BALADO, El bendito Juan XXIII, Biblioteca de Autores Cristianos,
Madrid 2003, p. 304.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[351] 55
mente despejado, se le había ocurrido salir a relajarse con un breve paseo,
fuera del horario45.
Sentía un desagrado inicial a dejarse transportar en la silla gestatoria, por
humildad y hasta porque ir encaramado a hombros de cuatro portadores más bien
altos le producía, daba un pequeño vértigo. Para superarlo recurrió a la estratagema de imaginar que, entre los fieles que le querían ver, se encontrasen sus
padres, Battista y Marianna. E incluso evocando un episodio de su infancia, cuando su padre lo había llevado a horcajadas a una reunión festiva de trabajadores,
para evitar que se agotase y facilitar que disfrutase de las atracciones. Algo que
produjo impresión favorable a la opinión pública, aunque quizá no tanto a los
encargados de las finanzas del Vaticano, fue saber que, en consideración de la
diferencia de peso entre él y su predecesor, rogó a la administración del minúsculo Estado que se doblase el sueldo a los sediari46.
Como le daba un poco de risa; ordenó que reservaran la silla gestatoria para
sólo las grandes ocasiones, porque ‘el balanceo me trae vértigo’47.
CONCLUSIÓN. PENSAMIENTOS NOTABLES:
Aunque en Angelo Roncalli primero y después en Juan XXIII sus gestos han
sido fundamentales para entender su proyección y la huella dejada, también es
cierto que sus escritos y pensamientos expresan nítidamente el por qué y el para
qué de muchas decisiones que tomó. Su magisterio, rico y claro, está sujeto al
tiempo limitado que dirigió la ‘barca de Pedro’. Sobresalen algunas de sus encíclicas: ‘Mater et Magistra’ (1961), ‘Pacem in terris’ (1963), además de sus notas espirituales, ‘Diario del alma’, que comenzó a redactar en el Seminario de
Bérgamo (1895) y concluyó unos días antes de su muerte. Entresacamos alguno
de sus pensamientos para que sirvan como conclusión de este artículo y como
muestra de la belleza y grandeza de un alma que conquistó al mundo con amor y
diálogo.
— ¿Quién soy yo? ¿Cuál es mi nombre? ¿Cuáles son mis títulos de nobleza?
Nada, nada. Soy un siervo y nada más. Nada me pertenece, ni siquiera
45. Cf. José Luis GONZÁLEZ BALADO, El bendito Juan XXIII, Biblioteca de Autores Cristianos,
Madrid 2003, p. 304.
46. Cf. José Luis GONZÁLEZ BALADO, El bendito Juan XXIII, Biblioteca de Autores Cristianos,
Madrid 2003, p. 304.
47. Cf. José María JAVIERRE, Juan XXIII. Reto para hoy, Ediciones Sígueme, Salamanca 2002,
p. 58.
56 [352]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
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la vida. Dios es mi dueño, dueño absoluto para la vida y para la muerte.
Padres, parientes, señores del mundo: mi único y verdadero dueño es
Dios. Por tanto, sólo vivo para obedecer las órdenes de Dios. No puedo
mover una mano, un dedo, un ojo, no debo mirar hacia delante o hacia
atrás si Dios no lo quiere. Ante él permanezco derecho, inmóvil, como el
más pequeño soldado que se cuadra ante su superior, dispuesto a todo,
incluso a arrojarme en el fuego. Este debe ser mi oficio durante toda mi
vida, porque he nacido así; soy un siervo48.
¿De qué sirve el color de los hábitos? Lo que importa es el esplendor de
las almas ganadas para Cristo y su Iglesia (Al nombrarlo presidente del
Consejo Central de la Pía Obra de la Propagación de la Fe para Italia, con
residencia en Roma y el título de Prelado doméstico de Su Santidad)
Me obligo especialmente a buscar la perfecta pobreza de espíritu en la
renuncia absoluta a mí mismo, no preocupándome en absoluto por puestos, carrera, distinciones, etc. ¿No se me ha honrado ya con exceso, en
la excelsa sencillez de mi sacerdocio y de un ministerio que no he buscado yo, sino que me ha confiado la Providencia por la voz de mis superiores?49
‘Es necesario que todas las cosas sean indiferentes’; ‘Piense cada uno
que tanto se aprovechará en cosas espirituales cuando saliere de su propio amor, querer e interés’ y concluía ‘La cosa está clara: el amor de Dios,
no el mío; la voluntad de Dios, no la mía; la comodidad de los demás, no
la mía. Y todo esto, siempre, en todas partes, con gran alegría’ (Ejercicios espirituales. Enero 1924).
‘Yo no he buscado ni deseado este nuevo ministerio. Pero el Señor me
ha elegido con señales tan evidentes de su voluntad que me ha hecho
considerar culpa grave el oponerme. Él, pues, está obligado a cubrir mis
miserias y a colmar mis deficiencias. Esto me conforta, me da tranquilidad y firmeza’ (Nombramiento de Obispo)
‘Para mí no hay nada mejor en la vida que llevar la cruz, según el Señor
me la pone sobre los hombros y en el corazón. Debo considerarme como
el hombre de la cruz, y amar la que Dios me da, sin pensar en otras cosas. Todo lo que no es honra a Dios, servicio de la Iglesia y bien de las
almas debe ser accesorio y sin importancia para mí’ (1926. Su primera
experiencia como obispo).
48. ‘Diario del alma’, EE.EE. con el P. Francisco Pitocchi (10-20 de diciembre de 1902)
49. ‘Diario del alma’, EE.EE. después de la guerra, con los sacerdotes del Sagrado Corazón (28
de abril-3 de mayo de 1919).
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[353] 57
— ‘Me parece que la gracia del nuevo estado (de obispo) que debería ser
objeto de perfección, ha reforzado mis inclinaciones naturales a la condescendencia, a saber comprender y compadecer a las almas, que se
ganan más fácilmente con la amabilidad y paciencia que con otras tretas... Conversando con los hombres veo que nada es más hábil y diplomático, como suele repetirse, que el saber decir siempre la verdad a la
pata llana, sin subterfugios, y nada vale más para confundir a los astutos
según los principios del mundo que la naturalidad y la honradez cortés y
humilde del trato y del comportamiento’
— En 1927 realizó un viaje de Roma a Sofía, pero atravesó Grecia y Turquía, viaje que —afirmó— ‘le ayudó mucho más que la lectura de muchos libros, porque la cuestión de la Unión de las Iglesias es tan compleja
que necesita estos estudios sobre el lugar; abren la mente más que las
profundas meditaciones hechas sobre un solo punto’.
— Todas las mañanas después de la Misa recitaba el acto de protesta de san
Ignacio, y como el santo se declaraba ‘dispuesto, si Él me da su gracia,
a sufrir injurias y vituperios, y toda clase de pobreza por amor del Crucificado, muerto por mí’... Por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno de ellos que honores, y desear más de ser
estimado por vano y loco por Cristo, que primero fue tenido por tal, que
por sabio ni prudente de este mundo’.
— ‘¡Ay que triste se vuelve la vida de un sacerdote cuando se preocupa más
de su propia comodidad que del honor de Dios y del advenimiento de su
reino!’
— ‘Soy humilde de nacimiento, me educaron en pobreza... La Providencia
me sacó de mi pueblo natal y me hizo recorrer caminos largos por el
mundo, entre Oriente y Occidente; conocí gentes de religión e ideologías diversas; me puso en contacto con los más arduos y decisivos problemas sociales; pero siempre he conservado la paz y el equilibrio y he
procurado apreciar las cosas en su justo valor: me preocupa más lo que
une que lo que separa; no quiero rivalidades...’ (Fragmento de su discurso a su llegada a Venecia, como Patriarca)
— ‘Cuanto más avanzo, mejor advierto la dignidad y hermosura conquistadora de la sencillez, en el pensamiento, en el trato, en las palabras. Una
tendencia que se aplica a simplificar todo lo que es complejo, a reducir
todo al máximo de espontaneidad y claridad, sin preocuparse por primo58 [354]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
res ni embrollos de pensamiento o palabras. Ser sencillo con prudencia.
El lema de san Juan Crisóstomo. Cuánta doctrina en dos frases’50.
— ‘Cada uno de nosotros juzga los acontecimientos desde el retazo de tierra donde apoya sus pies, la nación propia. Qué gran error. Debemos
levantar la mirada y abrazar valientemente el conjunto, eliminando las
barreras que separan a los combatientes entre sí.’ (Breve discurso en
Estambul, ante griegos y turcos, en la época de la Grecia ocupada, en
1943).
— ‘El amor a la verdad es una infancia perenne, fresca, deliciosa. Y el Señor revela los misterios más profundos a los niños, mientras que los
mantiene ocultos a los inteligentes y a los llamados sabios del siglo.’ (Diario
del alma, miércoles 27 de noviembre de 1940).
BIBLIOGRAFÍA:
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Diálogo Ecuménico. Tomo XXXIX. Año 2004. N.º 124-125.
Diálogo Ecuménico. Tomo XXXVIII. Año 2003. N.º 120.
Hno. Roger de Taizé, ‘Elige amar’ (1915-2005) Ediciones Sígueme, Salamanca 2007.
G. Alberigo (dir.) Historia del Concilio Vaticano II, Vol. I y II, Ediciones Sígueme,
Salamanca 1999 y Salamanca 2002.
José Luis González-Balado, ‘El bendito Juan XXIII’, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 2003.
José María Javierre, Juan XXIII. Reto para hoy, Ediciones Sígueme, Salamanca 2002.
Juan Antonio Carrera Páramo (edición e introducción), ‘Diario del alma’ Juan
XXIII, San Pablo Madrid 2008.
Juan Pablo II, Prayers and Devotions, Ed. por P.C. J. Van Lierde, New York 1994.
Mario Benigni y Goffredo Zanchi, Juan XXIII, Editorial San Pablo 2000.
Artículos:
— ‘Actualidad del Ecumenismo en España a la luz del Concilio Vaticano II’, por el
Prof. Dr. Fernando Rodríguez Garrapucho, en Diálogo Ecuménico Tomo XXXVIII.
Año 2003. N.º 120.
— ‘Juan XXIII, el Secretariado y los Observadores’, por Pedro Langa, en Diálogo
Ecuménico Tomo XXXIX. 2004. N.º 124-125.
Ángel HERNÁNDEZ AYLLÓN
50. ‘Diario del alma’, Retiro espiritual, Jueves, Viernes y Sábado Santo. RR. Del Carmelo, Montmartre (10-12 de abril de 1952).
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[355] 59
LOS OBSERVADORES NO CATOLICOS
EN EL VATICANO II
La presencia de observadores no católicos es un signo visible del estilo y de
los objetivos del Vaticano II. La dimensión ecuménica estuvo desde su convocatoria en labios de Juan XXIII. Esa preocupación inicial acabó concretándose
especialmente en la presencia de observadores no católicos en las sesiones y en
el proceso conciliar. Representaba una auténtica novedad en el escenario de las
difíciles relaciones de la Iglesia católica con las otras Iglesias y confesiones cristianas así como con el movimiento ecuménico moderno iniciado a principios del
siglo XX.
La apertura ecuménica de Juan XXIII encontró una de sus más claras expresiones en la presencia de observadores no católicos. La eficacia y repercusiones
de este hecho se puede medir por las palabras que les dirigió Pablo VI en la clausura del Concilio: «Permitidme llamaros con el nombre que se ha ido abriendo
camino en estos cuatro años: hermanos, hermanos y amigos en Cristo». Se había podido recuperar una experiencia olvidada: estar juntos (y en un evento eclesial del mayor rango) cristianos que durante siglos se habían acostumbrado a vivir
de espaldas. La experiencia había producido beneficios también para la Iglesia
católica: «Hemos aprendido a conoceros un poco mejor, no sólo en cuanto personas que representais a vuestras respectivas confesiones cristianas, sino como
comunidades cristianas que viven, rezan y actúan en nombre de Cristo»; al descubrir de este modo «tesoros cristianos de alto valor» la Iglesia católica por medio
de su máximo representante reconoce haber adoptado una actitud nueva: «todo
ello aumentó en nosotros el sentido de la fraternidad y el deseo de restablecer
entre nosotros la perfecta comunión querida por Cristo».
El papa menciona a continuación los pasos concretos que el mismo Concilio
había realizado hacia los cristianos no católicos: el agrado con el que los Padres
conciliares han saludado su presencia, el cuidado para evitar expresiones que
pudieran suscitar malestar o desagrado, el gozo espiritual por su asistencia a
ceremonias litúrgicas, el recurso a formulaciones doctrinales y disciplinares que
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[357] 61
no fueran obstáculo para el entendimiento, la valoración positiva del patrimonio
doctrinal y espiritual que representan, el esfuerzo por comprender a los otros y
por hacerse comprender por ellos, el deseo de evitar anatemas o condenas... De
ese itinerario ha brotado un fruto enormemente positivo: «hemos comenzado de
nuevo a querernos bien». Por ello es lógica la confidencia de sus sentimientos:
«Vuestra partida deja en nosotros una sensación de soledad, que antes del concilio no conocíamos y que ahora nos entristece; querríamos teneros siempre
con nosotros». Estas palabras son aún más significativas si tenemos en cuenta
—como señalaremos después— que en algunos momentos dramáticos fue cuestionado el carácter positivo de la presencia de los observadores.
Quedan estudios por hacer acerca del influjo exacto de los observadores en
los textos. Estos aportarán sin duda resultados sorprendentes. Pero poco sustancial añadirán a lo expresado por Pablo VI. Lo decisivo se había producido: los
«otros» han entrado en la conciencia de la Iglesia católica. Esta ya no podrá vivir
sin esa presencia, sin esa referencia, sin ese enriquecimiento, sin esa perspectiva. Fue el punto de partida de una actividad insospechada hasta entonces por
parte de las autoridades católicas. Gracias al Vaticano II la Iglesia católica asumió su responsabilidad en el movimiento ecuménico y multiplicó sus relaciones
ecuménicas. Ese dinamismo es expresión de una conciencia más profunda: no
podrá vivir sin el deseo de profundizar la unidad con los otros y sin experimentar
como un dolor su ausencia.
Sin la presencia física de observadores no católicos en el Vaticano II hubiera
sido mucho más difícil (por no decir imposible) esta evolución teológica y espiritual. Porque la presencia física era el signo visible de una experiencia espiritual
y de un protagonismo teológico en el acontecimiento conciliar. Los observadores en buena medida pueden ser considerados como miembros del Concilio: asistieron a las sesiones plenarias, los oradores se dirigían con frecuencia a ellos,
estaban en contacto con los esquemas y los textos, mantuvieron múltiples contactos y diálogos... Gracias a ellos, podríamos decir, el Vaticano II puede ser
considerado como elemento fundamental de la historia del ecumenismo contemporáneo y en el compromiso ecuménico de la Iglesia católica.
Hebert Roux, observador de la Alianza Reformada Mundial, había presentado a los observadores como «testigos de una ausencia». Esta dialéctica de ausencia y presencia es precisamente el aliento y el motor del esfuerzo ecuménico:
que la comunión o unidad ya existente no puede quedar anulada por las diferencias o los distanciamientos, sino que ha de convertirse en el presupuesto para la
plena comunión y para la unidad visible.
La presencia de los observadores no puede ser por tanto minusvalorada sino
62 [358]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
destacada en toda su relevancia. Esta queda aún más realzada si tenemos en cuenta
el punto de partida, los obstáculos e incertidumbres que hubo que superar, su
protagonismo en el itinerario conciliar.
1. UNOS PRESUPUESTOS POCO PROMETEDORES
A mediados del siglo XX parecía impensable la posibilidad de un concilio ecuménico y, más aún, con la presencia de observadores no católicos: el Vaticano I
parecía hacer innecesario otro concilio ecuménico, dado que se había definido la
infalibilidad personal y el primado universal del Romano Pontífice; la Iglesia católico-romana se identificaba directamente con la Iglesia de Jesucristo, y por ello
su responsabilidad era esperar el retorno de quienes se habían alejado de ella; la
Iglesia católica en consecuencia había contemplado con reticencia y desconfianza el movimiento ecuménico surgido en el ámbito protestante a principios de siglo (con el cual sin embargo los ortodoxos se sentían vinculados).
Tras la consolidación del cisma entre la Iglesia latina y la oriental se habían
celebrado dos concilios unionistas (el primero de Lyon y el de Ferrara-Florencia)
que habían desembocado en el fracaso, a pesar de los acuerdos firmados por los
obispos, lo cual había acentuado la desconfianza, la separación y la incomunicación. La ruptura de la Iglesia occidental en el siglo XVI había quedado establecida
tras el concilio de Trento, con la constitución de dos mundos teológicos y espirituales, cada uno de los cuales se afirmaba de modo polémico frente al otro. La
Iglesia católica sólo pensaba en la restauración de la unidad en torno a la sede
romana. La identificación estricta entre la Iglesia de Jesucristo y la «Iglesia romana» no dejaba espacio para un pensamiento ecuménico o para la necesidad de
escuchar y de comprender a los otros.
La Conferencia misionera de Edimburgo, protagonizada por las instituciones
misioneras protestantes, desplegó un dinamismo ecuménico que se concretará
en la constitución del Consejo Mundial de las Iglesias en 1948. La Iglesia católica
no sólo rechazará expresamente su participación en el proceso sino que prohibió
a los teólogos católicos tomar parte activa en las diversas asambleas que se iban
celebrando para avanzar en la colaboración y en la búsqueda de la unidad visible.
Sus reservas procedían del relativismo doctrinal que percibía en tales iniciativas;
consideraba «falso irenismo» un diálogo sobre cuestiones dogmáticas pues parecía una negociación que sólo podía avanzar al precio de concesiones en el
contenido de la verdad. En 1948 (en la antesala de la asamblea de Ámsterdam
que fundará el Consejo Mundial de Iglesias) el Santo Oficio publicó el monitum
Cum compertum, que ratificaba la prohibición de participar en reuniones mixtas
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[359] 63
de carácter ecuménico. Con ello quedó abortada la presencia de una delegación
católica. En la asamblea de Lund (1952, de Fe y Constitución) y de Evanston
(1954, del Consejo Mundial) no hubo presencia católica más que bajo la figura
de «periodistas», a pesar de que se habían cursado invitaciones. Se estaba creando un obstáculo que parecía insuperable: ¿cómo podrán los otros aceptar invitaciones a participar en una asamblea católica oficial cuando han visto rechazadas
las suyas? En muy pocos años cambiarán las circunstancias para que las invitaciones sean cursadas y aceptadas.
Resulta imprescindible que se despejen las nubes de reticencias y de sospechas para que se pueda desplegar un escenario distinto. Las dificultades no desaparecerán automáticamente, pero se irán perfilando unos criterios distintos gestionados por personas que marcarán el camino del futuro.
2. HACIA UN ESCENARIO NUEVO CON NUEVOS PROTAGONISTAS
En aquellos años se fue constituyendo una Asociación o Consejo de teólogos
católicos interesados en cuestiones ecuménicas. Procedían fundamentalmente de
Francia, Alemania, Bélgica, Holanda. Se trataba de una iniciativa particular y privada, sin reconocimiento oficial, pero aspiraba a entablar un diálogo estable con
diversas confesiones cristianas y con el Consejo Mundial de Iglesias radicado en
Ginebra. Como secretario figuraba Willebrands, que tan importante papel iba a
jugar en el futuro. Willebrands mantuvo contactos oficiosos con Visser’t Hooft,
secretario general del Consejo Mundial, para organizar la presencia de expertos
católicos en la Asamblea de Evanston. Como indicamos, el proyecto fracasó al
no lograr el permiso del Santo Oficio y al oponerse el obispo de Chicago (como
exponente de la sensibilidad de los obispos norteamericanos). El fracaso no frenó los contactos personales por parte de teólogos particulares, que iban a ser
fundamentales en el momento de organizar la invitación de observadores al Vaticano II.
Por parte del Santo Oficio se habían ido matizando los juicios negativos. En
1950 publicó la Instrucción De motione oecumenica, que no sólo tomaba nota de
la nueva situación creada por la constitución del Consejo Mundial de Iglesias sino
que reconocía el movimiento ecuménico como un fenómeno de carácter espiritual; sin dejar de advertir del peligro del indiferentismo, descarga sobre los obispos
locales la responsabilidad acerca de las decisiones que afectaran a las actividades
ecuménicas. Algunos signos permitían vaticinar un cambio en la situación: continuaban los contactos entre el Comité de teólogos católicos y el Consejo Mundial; en los cursos impartidos en Bossey, el Instituto teológico del Consejo
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
Mundial, se incluía la presentación del catolicismo del mismo modo como se presentaban otras tradiciones cristianas; por fin (tras algunas tensiones finalmente
superadas) se permitió la presencia de observadores católicos en la asamblea de
Nueva Delhi (1961) del Consejo Mundial; quedaba así despejado un camino que
conduciría a la reciprocidad.
El paso decisivo lo constituyó la creación en Roma del Secretariado para la
Unidad de los Cristianos. Tiene lugar en junio de 1960, cuando está iniciándose el
itinerario hacia el Vaticano II. Era una decisión que pretendía responder a algunas
peticiones de los obispos de cara a la celebración del próximo concilio. Aunque
dominaban las propuestas en sintonía con la teología de la época, un grupo de
obispos centroeuropeos y melkitas sugirieron la creación de un organismo católico que pudiera tomar la palabra públicamente sobre cuestiones que habían pasado al escenario cristiano, dado que el movimiento ecuménico había adquirido
tanta importancia. Resultaba irreal, y de hecho imposible, aislarse de lo que interesaba al conjunto de los cristianos. Para la inflexión que se requería se contaba
con personas preparadas y comprometidas. Contribuyeron activamente Jaeger y
Bea, que había sido confesor de Pío XII y que había hecho posible la presencia
de un representante oficial del Consejo Mundial en el Congreso Intencional de
Apostolado Seglar celebrado en Roma en 1957.
La creación del Secretariado romano provocó satisfacción en Ginebra. Los
lazos pudieron afianzarse porque A. Bea fue nombrado responsable y Willebrands
secretario. Ya en septiembre de 1960 se produjo un encuentro oficioso entre Bea
y Visser’t Hooft. Se abrió camino la idea de un encuentro conjunto entre representantes de Roma y de Ginebra. La Conferencia de teólogos católicos pudo poner
a disposición sus relaciones y sus contactos. Había en aquel momento un problema especialmente agudo: desde el Consejo Mundial se reclamaba una revisión
por parte católica de su actitud ante la libertad religiosa y el proselitismo; en algunos países, especialmente latinoamericanos, se habían creado fuertes tensiones
entre la Iglesia católica y las actividades de algunos grupos protestantes. Al no
ser posible un encuentro oficial entre ambas partes, la disposición de los teólogos de la Conferencia facilitó la realización del encuentro. Se trataba ciertamente
de un encuentro privado (ninguno de los católicos representaba en cuanto tal al
Secretariado), pero no por ello pierde su significado histórico: por primera vez se
reunían teólogos católicos y representantes del Consejo Mundial de Iglesias con
acuerdo de las autoridades respectivas. El catolicismo quedaba de este modo
implicado en las cuestiones que interesaban en el movimiento ecuménico.
Resultaba ya viable la posibilidad de contar con observadores no católicos en
el Concilio ecuménico católico. Había vínculos y canales de comunicación. DesRev. Pastoral Ecuménica, 85
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de los pasos iniciales de la preparación del Vaticano II se contó con ello. Eran sin
embargo muchas las dificultades que aún había que superar. Y no simplemente
por mala voluntad sino por la complejidad del escenario ecuménico. Los prejuicios y las tensiones latentes podían aflorar en cualquier momento. El proceso
mismo que condujo a la presencia de tales observadores deja ver las implicaciones (de carácter teológico, aunque enormemente condicionadas por cuestiones
de carácter históricos o sociológico, incluso de prestigio o protagonismo) de cada
gesto o de cada decisión.
3. OBSERVADORES NO CATÓLICOS EN UN CONCILIO ECUMÉNICO
CATÓLICO
Desde un principio Juan XXIII vinculó la convocatoria del concilio con la
unidad de los cristianos. Estas intenciones despertaron inmediatamente una enorme expectación. Por eso debieron ser matizadas porque estaban expuestas a
malentendidos o desformaciones. Lo que estaba en juego era el planteamiento
mismo del concilio: ¿pretendía ser un concilio unionista como en Lyon y Florencia o (simplemente) un concilio con dimensión ecuménica? Enseguida se vió que
la primera hipótesis era inviable y podía suscitar reacciones negativas. La experiencia del anterior concilio ecuménico abligaba a la prudencia y la cautela. De
cara al Vaticano I por parte de Roma se pretendió ofrecer una invitación a representantes de las Iglesias ortodoxas. Las iniciativas, reservadas, realizadas a tal
efecto encontraron una frialdad notable. Se levantaron sospechas sobre los intentos de absorción por parte de Roma. En la actualidad no se podía recorrer la
misma vía. Había que ser más prudentes en las expectativas. Sería ya un logro
satisfactorio conseguir que el Vaticano II facilitara el acercamiento y la comprensión entre los cristianos.
Juan XIII planteó por tanto no un concilio unionista sino un concilio que
pudiera ser entendido como una invitación a la unidad. Por eso se deseaba la
participación de no católicos. La gestión del proyecto correspondía al Secretariado recientemente creado, pues tenía como tarea el establecimiento de relaciones con confesiones no cristianas y hacer presente la dimensión ecuménica en
los trabajos conciliares. Cada uno de estos objetivos estaba cargado de imprecisiones y de incertidumbres. El segundo de los objetivos iba a crear tensiones con
el Santo Oficio. Pero, aún antes de acceder a ese nivel, resultaba arriesgado el
modo de realizar la invitación. Y en esta dirección cada paso o cada gesto podía
suscitar reacciones negativas imprevistas.
En primer lugar había que delimitar los destinatarios de las invitaciones, lo
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
cual no resultaba fácil dada la fragmentación de las confesiones cristianas y la
falta de relaciones consolidadas. En diálogo con el Consejo Mundial se decidió
dirigir la invitación a las grandes federaciones protestantes. Respecto a los ortodoxos las dificultades eran de otro tipo: muchas de las Iglesias ortodoxas se encontraban en países comunistas, las cuales veían con reticencia el inminente
concilio porque preveían una condena del comunismo ateo; por otro lado, la invitación a través del patriarcado ecuménico de Constantinopla podía herir la
sensibilidad especialmente de Moscú, pero también de otras Iglesias autocéfalas,
celosas de su autonomía. Esta imbricación de factores hizo que en la primera
sesión del Vaticano II no hubiera representación ortodoxa más que por parte de
Moscú, de donde vinieron dos representantes la víspera de la apertura del concilio.
La importancia dada a la presencia de los observadores se muestra en el hecho de que Juan XXIII lo mencionó expresamente en la bula de indicción del
Vaticano II a finales de 1961. A lo largo de 1962 se fue preparando el reglamento,
en el que había que fijar el estatuto de los observadores. Se les consideró como
observadores delegados, para poner de relieve que no se trata de una iniciativa
privada o particular, sino que de algun modo en ellos las Iglesias mismas se hacían presentes en un acontecimiento que era rigurosamente católico (si bien ya
no podía ser considerado exclusivamente «intra-católico»). Junto a los «observadores delegados» se reconoció también la presencia de «huéspedes», invitados del Secretariado; entre ellos merecen ser recordados O.Cullmann, profesor
de teología que ya había mantenido contactos con ambientes católicos y que
durante algun tiempo actuó como portavoz de los observadores, así como R.
Schutz y M. Thurian, del monasterio de Taizé, tan profundamente implicado en
el movimiento ecuménico y que se instalaron en una vivienda en Roma en la que
se produjeron numerosos encuentros y reuniones.
No se admitía su presencia en los trabajos de las comisiones conciliares, tampoco se les reconoció el derecho a voto o a tomar la palabra en reuniones oficiales,
y se les solicitó secreto, pero asistían a las asambleas generales y los actos litúrgicos solemnes. Se establecieron reuniones periódicas entre los observadores y
representantes del Secretariado, gracias a lo cual estuvieron siempre informados
de la evolución de los trabajos conciliares. Por esta vía y por contactos personales encontraron canales para hacer conocer las posturas de los no católicos.
Los observadores reflejaban diversos estados eclesiales: teólogos, pastores,
laicos, incluso obispos. Su número global asciende a 168, entre los cuales hubo
un núcleo fuerte de 24 personas que asisten de modo continuo a las cuatro sesiones conciliares. El número de Iglesias o federaciones representadas en Roma llega a una treintena, especialmente del ámbito de la Reforma protestante; la preRev. Pastoral Ecuménica, 85
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sencia oriental sólo alcanza dimensiones significativas a partir del tercer período.
También estuvo representado el Consejo Mundial de las Iglesias (que no puede
ser considerado como una Iglesia), especialmente por el secretario de Fe y Constitución Lukas Vischer, que jugó un importante papel entre los observadores, si
bien su presencia tenía como condición no intervenir en nombre o representación oficial del Consejo Mundial.
4. EL ENCUENTRO CON EL MUNDO CATÓLICO Y CONCILIAR
La inserción de los observadores no católicos en el mundo católico, y en un
momento tan intenso, fue para ellos una honda experiencia: por un lado, el gozo
de comprobar la cordialidad de la acogida y, por otro, el esfuerzo que debieron
realizar para captar el sentido de la lógica del catolicismo y de la evolución que
estaba experimentando aquellos años.
La cordialidad de la acogida fue evidente, como reconocieron los mismos
observadores. Al finalizar el primer período conciliar, expresaba este reconocimiento L. Vischer en un encuentro con el secretario de Estado: «A lo largo de las
semanas transcurridas hemos quedado continuamente sorprendidos por los testimonios renovados de atenciones particulares. La acogida de hoy (es decir, la
recepción ofrecida por el cardenal Cicognani a los observadores) demuestra una
vez más el interés y la amistad que hemos encontrado aquí... Los dos meses transcurridos han constituído para nosotros un período sumamente rico, y si nos
detenemos por un instante para recordar los primeros días que siguieron a nuestra llegada, somos conscientes de todo lo que ha sucedido en un espacio de tiempo tan breve. Hemos vivido verdaderamente los trabajos del Concilio, participando desde dentro. Hemos disfrutado de una ocasión extraordinaria para conocer a
representantes de vuestra Iglesia. Hemos tenido acceso libre a todas las manifestaciones y siempre, en un modo nuevo, hemos podido constatar el gran esfuerzo
que se ha realizado para comprendernos recíprocamente en nuestras convicciones, en el carácter que nos distingue y en nuestras esperanzas y dificultades».
Expresión del reconocimiento otorgado a los observadores era el comentario
de un monje español: para introducir un tema en la agenda conciliar hay que ser
cardenal u observador. Aparte de lo que pueda haber de elemento irónico crítico
en tal observación, refleja la impresión generalizada de que las opiniones de los
observadores merecían una alta consideración, precisamente por la impostación
ecuménica que se pretendía dar a la reflexión conciliar.
Algunos observadores no ocultan su extrañeza ante determinados usos y
costumbres de la Iglesia católica y ante determinadas reacciones y actitudes en
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
las que, aunque aparentemente no estaban en juego cuestiones dogmáticas, se
reflejaba una lógica que dificultaba la comprensión y la unidad.
Ya en el modo de celebrar la ceremonia de apertura del Concilio se hizo patente (a los ojos de los procedentes de la tradición reformada) la «Roma barroca», con su sobrecarga ritual y el modo de venerar al papa. Tanto los protestantes como los ortodoxos encontraban actitudes muy diferentes de su propia
sensibilidad (formada precisamente por su diferenciación respecto a Roma y a la
figura del papado). El «papalismo» se manifestaba de modos diversos en la dificultad que encontraban para dirigirse al papa o para responder a sus alocuciones;
la introducción de San José en la plegaria eucarística resultaba sorprendente a
los protestantes, sobre todo porque se realizó por iniciativa del papa, lo cual resultaba especialmente llamativo dado que se encontraban en un contexto conciliar. Esta capacidad de iniciativa personal del papa hacía patente y visible la dimensión práctica y concreta de las divergencias eclesiológicas.
La historia, con su pesada carga de controversias y enfrentamientos, se hacía sentir cuando se convertía en motivo para el aniversario o la conmemoración. Estas experiencias harán sentir la necesidad de «purificar la memoria» a fin
de que el pasado no siga provocando heridas o despertando los fantasmas de
épocas anteriores. La beatificación de Domingo de la Madre de Dios parecía a
los anglicanos la legitimación de actitudes poco ecuménicas del siglo XIX. La
celebración de los acuerdos que dieron origen a las Iglesias uniatas resultaba incómoda para los orientales ortodoxos. La conmemoración del centenario del
concilio de Trento provocó la negativa a asistir por parte de observadores protestantes (aunque también suscitó reacciones como la de Barth, que calificó de
«protestantes octavianos» a quienes adoptaron posiciones tan tajantes, en alusión a la intransigencia católica simbolizada en el cardenal Ottaviani).
También requirió tiempo de aprendizaje la complejidad que reinaba en el mundo
teológico católico, sobre todo en momentos de tanta efervescencia. Había propuestas y polémicas que sólo adquirían toda su relevancia e implicaciones en el
marco «intracatólico». Los miembros del Secretariado les ayudaron a percibir
los matices y a valorar adecuadamente signos y propuestas cuyo alcance difícilmente se podía apreciar desde fuera. Los observadores se mostrarán más próximos a la tendencia que se iba abriendo camino hasta convertirse en la mayoría
conciliar, defensora de la dimensión ecuménica.
La acogida de las opiniones de los observadores encontró un espacio privilegiado en las reuniones de los martes con los miembros del Secretariado. Lo expresa con claridad el subsecretario P. Duprey: «Puedo decir que estas reuniones
son muy fecundas. Para nosotros católicos es un verdadero enriquecimiento
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escuchar el punto de vista de los otros. Nosotros tenemos un modo propio de
acercarnos al misterio cristiano; los observadores nos recuerdan otros modos,
que frecuentemente son complementarios de los nuestros y no opuestos. Se da
así una posibilidad innegable de equilibrio en la expresión de la doctrina y en su
profundización. Esta posibilidad es aprovechada al máximo. No es raro que intervenciones de obispos o cardenales en la asamblea general estén inspiradas en
las sugerencias de los observadores delegados. Es una ayuda fraterna ofrecida a
los trabajos del Concilio y estamos agradecidos por ello. Olvidaba recordar que
los observadores nos envían también notas con sus observaciones que son utilizadas del mismo modo». Nissiotis, teólogo ortodoxo enviado por el Consejo
mundial, cuenta la anécdota que protagonizó Schmemann: invitado a un encuentro con los obispos en el Colegio francés de Roma, realizó algunos comentarios
que posteriormente fueron presentadas a título personal por el obispo de Montecarlo. Este intercambio de opiniones condujo a Visser’t Hooft a decir: si se señalaran en rojo los pasajes del Vaticano II modificados por las indicaciones de los
observadores se obtendría un texto bastante coloreado.
Las opiniones en la misma línea se pueden multiplicar. M. Tadros, observador de la Iglesia copta, se expresó «conmovido por el amor y la apertura de espíritu» con que había sido acogido en Roma y por el hecho de que los observadores «eran tratados casi como Padres conciliares» dado que no hubo ningun
tipo de secreto o de exclusión de las sesiones conciliares; ensalza especialmente
el trabajo del Secretariado por haberse esforzado para hacer llegar al Concilio sus
opiniones y por suavizar las fricciones entre concepciones opuestas, sin por ello
ocultar la verdad. El P. V. Sarkissian, de la Iglesia armena ortodoxa, confesó que
la realidad había superado todas sus expectativas; la atmósfera de los trabajos
había sido muy diversa de lo que había imaginado; agradecía especialmente la
consideración demostrada por los Padres conciliares hacia las Iglesias no católicas y veía claro que la presencia de los observadores constituía un componente
importante del Concilio, cosa que al inicio no hubiera sospechado. El archimandrita V. Kotliarov del patriarcado de Moscú opinaba que el primer gran éxito del
Concilio había sido la mejoría de las relaciones entre los cristianos; los observadores rusos, desde su punto de vista, no habían encontrado dificultades en sus
relaciones con el Secretariado.
Es cierto que en algun momento los observadores mostraron su inquietud o
malestar por el peligro de que se extrapolaran sus juicios y valoraciones. La cordialidad y el diálogo ni excluía ni eliminaba las diferencias. El encuentro positivo
no debía ser visto como la antesala de la unidad o como la aceptación del catolicismo. Pero no obstante son el testimonio de un cambio de época en la historia
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de la Iglesia católica y del movimiento ecuménico. W. A. Vissert’t Hooft, en un
informe al Consejo Mundial de las Iglesias, dijo que el Concilio había revelado en
la Iglesia católica «una capacidad de renovación superior a la que hubieran considerado posible la mayor parte de los cristianos no romanos e incluso la mayor
parte de los mismos católicos; hasta ahora «la Iglesia católica romana había dejado la iniciativa ecuménica al Consejo Mundial de las Iglesias y a las otras organizaciones unionísticas», pero ahora se ha convertido ella misma en «un centro
de iniciativa ecuménica»; también mencionó el peligro de que tales resultados
positivos empujasen a Roma a una actitud de propaganda o a un ecumenismo de
conquista, «en el que Roma aparecería como el único centro válido para la búsqueda de la unidad».
En este proceso fue unánimemente alabada la actuación del Secretariado para
la Unidad de los Cristianos. El obispo anglicano J. Moorman lo formuló expresó
con claridad: «Los miembros del Secretariado no podían expresar mejor hospitalidad. Me ha impresionado mucho el calor que expresaron en todo momento, la
cortesía, el deseo de ayudarnos a comprender y a saborear las ceremonias...». Y
en la misma línea hablaba el canónigo B. Pawley, representante personal de los
arzobispos anglicanos de Canterbury y York: «He encontrado en el Secretariado
un espíritu abierto, ningun tipo de reserva, una sinceridad sin diplomacia que
permite decir amistosamente lo que no se puede aceptar. Me parece que en estos
años se ha hecho por ambas partes un cambio a mejor, cambio que es un paso
irreversible hacia adelante».
5. EL MÉTODO ECUMÉNICO SE HACE PRESENTE EN EL AULA
CONCILIAR
Las iniciativas del Secretariado canalizaron la sensibilidad ecuménica y las
aportaciones de los observadores. Este dinamismo fue dando contenido a su
misma existencia e imprimiendo una impronta en el itinerario conciliar. Su estatuto era impreciso e indeterminado. Su erección coincidió con la creación del
conjunto de las comisiones preparatorias. Estas eran en realidad las que tenían el
encargo de elaborar los esquemas para el debate de los obispos. La finalidad del
Secretariado era ayudar a los otros cristianos a seguir el trabajo del concilio y
facilitar de este modo el camino hacia la unidad. Debía además garantizar que las
preocupaciones ecuménicas fueran tenidas en cuenta por las diversas comisiones conciliares, inicialmente por la Comisión Teológica. El cardenal Bea reconocía que con la creación del Secretariado el papa pensaba en un organismo independiente, con personal nuevo, libre para buscar sus métodos y establecer
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
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contactos; así podía con más flexibilidad hacer participar a los hermanos separados
del trabajo conciliar, recoger y estudiar sus expectativas, despejar sus temores...
El ejercicio concreto de sus funciones no podía dejar de generar tensiones
y conflictos, sobre todo con la Comisión Teológica, que se consideraba árbitro y
juez de los temas y las doctrinas. El P. Tromp, secretario de la Comisión Teológica, consideraba al Secretariado «una oficina de información», con la cual no se
podía entablar un diálogo en plano de igualdad. La presencia de los observadores, y la necesidad de estar a la altura de lo que su presencia significaba, fue un
factor de estímulo para que el Secretariado asumiera un mayor protagonismo: no
sólo preparando textos propios sino presentando en el aula conciliar el sentido
auténtico y genuino del método ecuménico. Esto se realizó en un momento temprano, lo cual hizo que repercutiera en el desarrollo conciliar, facilitando el «segundo comienzo» una vez que el Concilio se hizo consciente de su identidad y
rechazó el planteamiento de muchos esquemas elaborados antes de la apertura
del Vaticano II.
Mons. De Smedt, en nombre del secretariado, interviene el 19 de noviembre
de 1962 con la intención de mostrar en qué consiste la impostación ecuménica,
para ser fieles a los deseos de Juan XXIII y para prolongar la preocupación ecuménica que habían mostrado muchos Padres en el debate sobre el esquema de la
revelación. Pretende mostrar los requisitos para que la doctrina y el estilo de un
esquema pueda servir de verdad para el diálogo entre católicos y no católicos.
Hay que superar la convicción católica de siglos que consideraba suficiente la
exposición clara de nuestra doctrina. Si cada parte hacía lo mismo, y en consecuencia se exponía la doctrina en la propia terminología, acentuando la separación mutua. Las comprensión resultaba imposible y no se podían dar pasos hacia
la reconciliación. Los prejuicios y sospechas encontraban campo abierto si no se
lograba otro modo de pensar y de formular la propia doctrina.
Es fundamental arrancar de lo que se posee en común. Todos los que se honran
del nombre cristiano tienen en común el reconocimiento de Jesucristo. Es la
auténtica fuente de revelación que une a todos. Las discordias comienzan en el
modo como cada uno presenta a Jesucristo. Durante los últimos años se ha ido
introduciendo un nuevo método llamado «diálogo ecuménico», que tiene en cuenta
no sólo la verdad sino también el modo en que una doctrina debe ser explicada a
fin de que los otros puedan comprenderla correctamente. El diálogo que se pretende, subraya, no debe ser confundido con un concilio de unión ni con una
deliberación para restaurar la unión, sino que debe ser vivido como testimonio de
la propia fe, de modo lúcido y adecuado, presentando la doctrina completa e íntegra, pero teniendo en cuenta los siguientes aspectos: a) tener una idea clara de
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
la enseñanza actual de las Iglesias ortodoxas y protestantes; b) conocer las opiniones que los otros cristianos tienen de nuestra propia doctrina para identificar
en qué punto la comprenden correctamente y en cuáles no; c) saber las carencias o insuficiencias que los no católicos echan en falta en nuestras explicaciones; d) darse cuenta de que el lenguaje y el método escolástico constituyen una
seria dificultad para los no católicos; e) debe cuidarse mucho la terminología para
evitar reacciones negativas; f) debe evitarse toda polémica estéril; g) deben rechazarse los errores, pero evitando el tono ofensivo; h) los juicios y valoraciones deben ser ponderados, teniendo en cuenta el contexto en el que será escuchados.
A algunos observadores les parecerá insuficiente este planteamiento. Pero
consideraban que se encontraba en la línea positiva abierta por Juan XXIII al
distinguir entre el depositum fidei y el modus enuntiandi. La autosuficiencia del
catolicismo romano parecía superada. El monólogo se había abierto al diálogo.
Los observadores se convirtieron de hecho en partenaires de un diálogo que estaba
ya en ejercicio y que se hacía presente de modos diversos en el aula conciliar.
6. LOS OBSERVADORES Y SU PROTAGONISMO EN EL CONCILIO
Entre los primeros textos presentados al Concilio la constitución sobre la liturgia despertó notables simpatías por parte de los observadores. Recogía los
frutos de una renovación que se había ido abriendo camino en el ámbito católico
gracias al movimiento litúrgico, aunque aún existían resistencias en algunos
ámbitos curiales. Fue la primera ocasión para que pudieran proponer algunas
mejoras en la reunión de los martes con el Secretariado.
El debate decisivo del primer período versó sobre el esquema De fontibus
revelationis. Por parte de los protestantes había objeciones de fondo, especialmente por el riesgo de colocar la tradición al mismo nivel que la Escritura. El
desarrollo de la discusión les llevó a valorar positivamente las ideas debatidas pues
se hacía presente el ala más renovadora —y más ecuménica— de la teología católica. Veían un signo claro del pluralismo naciente en el ámbito teológico católico.
Valoran positivamente el hecho de que elaborara un esquema alternativo K. Rahner,
que aún debía someter sus publicaciones al juicio previo del Santo Oficio.
Una vez iniciado el segundo período en 1963 pudo celebrarse una audiencia
con el papa, en la que el pastor danés K. Skydsgaard pudo tomar la palabra ante
Pablo VI. Su breve intervención fue preparada de modo colectivo, evitando reducirse a generalidades de cortesía. En referencia a lo que va a ser el tema central del período señala que la eclesiología constituye el núcleo de las divisiones, y
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expresa el deseo de que el trabajo conciliar pueda desarrollar una teología bíblica,
concreta e histórica, es decir, alimentada de la Biblia y de la enseñanza de los
Padres. De hecho el texto sobre la Iglesia provocará en los observadores un notable
esfuerzo para realizar sus aportaciones. Con ello respondían a las solicitudes
provenientes del cardenal Bea. Señalarán su preocupación por la carencia de base
bíblica incluso en planteamientos novedosos como el de la colegialidad. Valoran
positivamente la decisión de anteponer el capítulo sobre el Pueblo de Dios al tratamiento de la jerarquía. Pero consideran que la doctrina del Vaticano I queda
acentuada a pesar de la importancia dada a la colegialidad. Sobre el capítulo cuarto, acerca de la santidad de la Iglesia, el cardenal Meyer recogió la opinión de
Skidsgaard acerca de la ausencia de una sólida fundación bíblica y sobre el carácter moralístico del texto.
Será el tema directo del ecumenismo el que focalizará con mayor fuerza la
atención de los observadores. Fue también el momento en el que el mismo Secretariado ejerció un protagonismo más decidido. Al comenzar el segundo período llegó a haber tres textos dedicados al tema ecuménico: un capítulo del esquema sobre la Iglesia, un esquema preparado por la Congregación para las Iglesias
Orientales sobre la unidad de los cristianos, finalmente un texto elaborado por el
Secretariado. La decisión del Secretariado de elaborar su propia texto estaba
acompañada por las intervenciones de los observadores (frente a la oposición o
resistencia de otros organismo curiales o conciliares).
Los observadores, ante los textos anteriormente elaborados, cuestionaban
sobre todo la falta de una reflexión bíblica sobre la unidad así como la concepción de unidad que se encontraba en la base del texto preparado por la Comisión
Teológica en la antesala del Concilio: seguía presente la idea de un retorno a la
Iglesia católica, con lo cual se bloquea la posibilidad de todo diálogo; la re-unificación implica una idea de obediencia que se debe prestar a la Iglesia de Roma,
dado que ésta posee la plenitud de la verdad; más que de una búsqueda común de
la unidad parece que interesa mostrar a los católicos los medios tácticos más
apropiados para poner fin al cisma. Max Thurian centró sus propuestas en las
insuficiencias del lenguaje, que dejaban ver las insuficiencias mismas de la Iglesia católica sobre el ecumenismo: ¿se aspira a la unión de las Iglesias o a la unificación de los cristianos en un universalismo cristiano? Las mismas ambigüedades percibía en el modo de designar a «los otros»: ¿se les puede considerar como
«no sometidos a Roma»?, ¿es adecuado hablar de heréticos, cismáticos, disidentes?, ¿es preciso hablar de «hermanos separados», atribuyéndoles sólo a ellos el
distanciamiento respecto a la verdadera Iglesia? También produce malestar la
reserva del término «Iglesias» exclusivamente a los ortodoxos, dado que ese tér74 [370]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
mino se lo aplican también a sí mismas las comunidades protestantes. Estas imprecisiones puede ser comprensibles en una Iglesia católica que está dando sus
primeros pasos en el movimiento ecuménico, pero ello no es óbice para que se
requiera mayor profundización y precisión.
Por parte protestante se veía necesario que la Iglesia católica cambiara sus
presupuestos eclesiológicos y conociera la autoconciencia de las otras Iglesias,
pues sólo así se podrían descubrir las raíces apostólicas de las otras Iglesias.
Desde el Secretariado se respondía que la misma Declaración de Toronto, en la
que el Consejo Mundial expresa su autoconciencia y las exigencias planteadas a
las Iglesias miembros, no se exige el reconocimiento de los otros miembros como
Iglesias, y que además los documentos conciliares no pretendían más que expresar la conciencia que la Iglesia católica tenía de sí misma.
En estos debates de gran calado y repercusión se diversifican las posiciones
de los observadores. Algunos, desde posturas prudentes, consideraban que no
podían aspirar más que a acompañar a la Iglesia en el paso que estaba emprendiendo hacia una verdadera actitud de diálogo. Otros pretendían impulsar al catolicismo hacia una adhesión a las líneas fundamentales del Consejo Mundial de
las Iglesias, por lo cual plantean cuestiones de fondo a la concepción eclesiológica de la Iglesia católica. Otros, desde el punto de vista ortodoxo (por ejemplo
Nissiotis), veían el riesgo de que el Concilio asumiera presupuestos protestantes
con el fin de ser reconocida como verdaderamente ecuménica. Otros, como Lindbeck, reconocían que los protestantes debían abandonar una actitud que pudiera ser considerada como paternalista, pero dejar de hablar de un «egoísmo católico» que pretende utilizar a los otros de cara a los objetivos de la Iglesia católica,
que se considera la única depositaria de la verdad.
El tema de la libertad religiosa y de la valoración del judaísmo fueron vividos
también con interés. La cuestión de la libertad religiosa, del pluralismo y del proselitismo, como indicamos, había formado parte de la agenda de los primeros
encuentros entre el Consejo Mundial y el Secretariado para la Unidad de los Cristianos. La Iglesia católica pretendió situarse en un contexto nuevo sin renunciar
a su pasado. Esta lógica típicamente católica no resultaba evidente a los protestantes. Desde el punto de vista protestante se reprocha a los textos conciliares
una lectura artificiosamente continuista del pasado, lo cual no está en coherencia
con los pasos novedosos que estaba inaugurando el Vaticano II. El tratamiento
del judaísmo, propone L. Vischer, debería estar enmarcado en el marco más amplio
de las religiones no cristianas, y asimismo dentro de un planteamiento más directamente eclesiológico (incorporándolo, como sugería también Maximos IV, en el
documento De Ecclesia). La revisión del esquema recibe algunas de las propuesRev. Pastoral Ecuménica, 85
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tas de Vischer: la permanencia de la alianza entre Dios e Israel, la reintegración
del pueblo hebreo en la Iglesia (en el sentido de su participación en la esperanza
escatológica de la Iglesia).
El tercer período conciliar consiguió la aprobación definitiva de LG y UR.
Este éxito sin embargo no eliminó la irrupción de momentos borrascosos, condensados en la «semana negra» (15-21 de noviembre de 1964), cuando se acumularon cuatro obstáculos de honda repercusión ecuménica: el aplazamiento de
la declaración de libertad religiosa de cara a una ulterior profundización; la inserción de la Nota praevia al capítulo tercero de LG por indicación de Pablo VI; la
aplicación del título «Madre de la Iglesia» a la Virgen María; la petición del papa
de introducir una serie de enmiendas al texto de UR ya aprobado por el Concilio.
Congar dijo en aquel momento que «el ecumenismo se encuentra en cuestión».
Los observadores expresaron su malestar, del cual se hizo portavoz O. Cullmann
criticando sobre todo una corrección sobre la lectura de la Biblia que realizan los
protestantes. La mayoría consideraba que de hecho las enmiendas de última hora
no eran sustanciales, pero por eso mismo les parecían aún más inadecuada una
intervención papal, como si éste se encontrara por encima del Concilio.
Hubo voces en la minoría conciliar que achacaban la generación de problemas y tensiones a la presencia y actividad de los observadores. Esta sensibilidad
se refleja en las palabras que el mismo Pablo VI dirigió al cardenal Bea a principios de 1965: «Hay quien piensa que el concilio ha estado excesivamente dominado por la presencia de los ‘hermanos separados’ y por el contagio de su mentalidad. El concilio habría padecido una disminución de su ‘libertad’. Parece a
algunos que sería más importante complacer a los ‘hermanos separados» que
tutelar la coherencia de la enseñanza de la Iglesia católica». Tales palabras expresaban el reproche de la minoría conciliar reticente a la impostación conciliar del
Vaticano II.
No es improbable que se barajara la posibilidad de no repetir la invitación a
los observadores para el último período conciliar. Hubiera sido un golpe mortal
para el ecumenismo. Aquellas tentaciones fueron superadas. Pero el hecho de
que se hicieran presentes confirma la importancia de la presencia de los observadores y su influencia, simbólica y teológica, en el desarrollo del Vaticano II.
7. EL INICIO DE UN CAMINO HACIA EL FUTURO
A pesar de que en algunos momentos o en algunos sectores aletearan reticencias hacia la presencia y la participación de los observadores no católicos, la
evolución final y global es altamente positiva. Ya mencionábamos al principio las
76 [372]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
sentidas palabras de despedida de Pablo VI. El cuatro de diciembre de 1965 L.
Vischer leyó en el aula conciliar un mensaje de los observadores que sintetizaba
los sentimientos y las esperanzas comunes al concluir los trabajos conciliares.
Más que un balance de los logros se trataba de poner de relieve la profundidad de
la participación de los observadores en la vida del Concilio: las relaciones personales acompañaron una participación espiritual en la que se descubría la hondura
de la unidad ya presente.
Desde el punto de vista teológico, los textos conciliares no eliminaban las
diferencias y los obstáculos doctrinales. Pero los mismos observadores llegaron
a valorar como un milagro la redacción final del Decreto Unitatis Redintegratio.
Su presencia física había logrado que la Iglesia católica perfilara su sensibilidad
ecuménica y su responsabilidad en ese campo. La Iglesia católica no podrá ya
actuar de modo aislado, sin tener en cuenta a los otros.
A partir del Vaticano II la Iglesia católica desplegará un amplio abanico de
diálogos y de relaciones con diversas Iglesias. Es especialmente significativo que
a lo largo del Concilio se consolidó el proyecto de constituir un Grupo Mixto de
trabajo entre el Consejo Mundial de las Iglesias y la Iglesia católica. Ya en el verano de 1963 una delegación católica participó en la asamblea de Fe y Constitución de Montreal. En abril de 1964 se celebró en Milán un encuentro entre el Secretariado para la Unidad de los Cristianos y el Consejo Mundial de Iglesias en el
que se concluyó que la doctrina católica no era incompatible con el diálogo ecuménico. Aunque la Iglesia católica no ingresaría como miembro en el Consejo
Mundial, y aunque éste no era una Iglesia, parecía conveniente la institucionalización de una relación estable entre ambos organismos. Era el modo de evitar
que se crearan dinamismo paralelos en las iniciativas ecuménicas, como si ambas entidades fueran concurrentes en una competición polémica.
El Comité Central del Consejo Mundial de Iglesias aprobó en enero de 1965 la
constitución de un Grupo Mixto de trabajo (GMT) con la Iglesia católica. El
compromiso equivalente de Roma fue expresado por el cardenal Bea en su visita
a Ginebra en febrero de 1965. Por primera vez quedó establecido un vínculo
orgánico de modo estable. Era la conclusión lógica de los contactos que se habían iniciado una década antes y que habían conducido a la significativa presencia de observadores no católicos en el Vaticano II. Sin su presencia en Roma, y
sin su protagonismo efectivo, el Vaticano II se hubiera desarrollado de otro modo,
lo cual seguramente hubiera empobrecido el proceso de su recepción en el conjunto de la Iglesia católica.
Eloy BUENO DE LA FUENTE
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[373] 77
LA III ASAMBLEA DEL CONSEJO MUNDIAL
DE LAS IGLESIAS EN NUEVA DELHI 1961
SIGNIFICATIVO PÓRTICO PARA EL ECUMENISMO
DEL CONCILIO VATICANO II
En el próximo año 2012, el 11 de octubre concretamente, celebramos los 50
años del inicio del Concilio Ecuménico Vaticano II. Diez lustros suponen tiempo
más que suficiente para un análisis de sus logros y una evaluación de las consecuencias positivas y negativas en la reforma de la Iglesia, que este fue el primer
objetivo de esa Asamblea conciliar. Se le ha denominado como el más ecuménico
de los Concilios. Lo afirmó así acertadamente Mons. Casiano, Obispo Ortodoxo
Ruso, buen teólogo, rector del Instituto Teológico de San Sergio de París y observador cualificado en las dos primeras etapas conciliares. Como lo especifico
de esta publicación nuestra es el ecumenismo vamos a referirnos a este aspecto
singular del Vaticano II, dado que la búsqueda de la unión de los cristianos se
constituyó en la segunda intención de este Concilio.
DE GRANO DE MOSTAZA A ÁRBOL FECUNDO
Desde 1960 comenzamos los periodistas de tema religioso a escribir abundantemente acerca de los Concilios Ecuménicos, de casi todos ellos, de su anecdotario, resaltando algo de sus doctrinas. Hacíamos un subrayado especial en el
Vaticano I utilizando particularmente los escritos del famoso taquígrafo de aquella Asamblea, el P. León Dehón, que nos transmitió tantos datos. Las continuas
noticias de prensa sobre distintos aspectos externos que iban a configurar lugares, organización, asistentes, disposición del Aula en la Basílica de S. Pedro nos
prestaban la ocasión de reportajes, crónicas y hasta entrevistas, leído todo ello
con avidez por miles y miles de lectores en los periódicos de entonces.
Fuimos así calentando el ambiente hasta que desde mediados de 1961 dispusimos de más concreta información de la etapa preparatoria del Concilio. Ya en
junio de 1959 se publicó el primer documento preconciliar, la Encíclica «Ad Petri
Cathedram» donde aparecían los objetivos del Concilio. Un año después, el 5 de
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[375] 79
junio de 1960, con el Motu Proprio «Dei Notu» por el que se constituían 15
Comisiones Preparatorias, entre las que se encontraba el Secretariado para la
Unidad de los Cristianos, podía considerarse que daban comienzo las labores
conciliares.
Algunos seguíamos con sorpresa e interés aquel Secretariado para la Unidad.
Entre los rotundos títulos latinos de las otras catorce Comisiones parecía algo
muy poco importante, insignificante diríamos. Y así era en realidad. Aquella singular Comisión interesaba únicamente a tres personas: a Juan XXIII que la creaba, al cardenal Bea que la presidía y a un entonces jóven sacerdote holandés,
Mons. Willebrans, que había dedicado ya años al tema de la unión de los cristianos y que continuó viajando sin cesar para entrevistarse con Patriarcas ortodoxos
y cabezas de las distintas Iglesias de medio mundo. El tesón de estas tres personas convirtió en pocos meses toda aquella máquina conciliar en una enorme efervescencia ecuménica.
En efecto, en una de las últimas Congregaciones Generales de aquella primera etapa conciliar, uno de los más eficientes colaboradores del Secretariado Romano para la Unidad, el obispo de Brujas Mons. De Smeth, tras haber comprobado en aquellos dos meses primeros de Concilio la deficiente preparación
ecuménica de gran parte de los Padres Conciliares, con gran repercusión negativa en el tratamiento principalmente de los temas dogmáticos y bíblicos, ofreció
a la Asamblea una verdadera clase sobre el ecumenismo tan imprescindible para
continuar con éxito las labores conciliares1. Puede decirse que desde aquel momento cambió el signo del Vaticano II y una trayectoria de teología ecuménica
recorrió todos los esquemas conciliares desde el mismo instante en que comenzó la preparación de la segunda etapa, al siguiente día de finalizar la primera y
después con Pablo VI.
Aparecía entonces el ecumenismo como algo transversal en todos los documentos conciliares que se iban rehaciendo y daba la impresión de que el compacto grupo de teólogos y obispos del Secretarido para la Unidad campeaban a lo
largo y ancho de grupos de trabajo, reuniones de Comisiones, diálogos entre Padres
Conciliares y Congregaciones Generales. Por su parte, los observadores de las
otras Iglesias, más numerosos desde esta segunda etapa, empezaron a gozar de
1. Revista Ecuménica, Re – Unión, n.º 32, p. 7. En esta revista del Centro del P. Morillo se
encuentran muchas noticias y documentos del Concilio Vaticano II. Destaca en la página citada una
información en la que se lee la intervención del obispo de Brujas Mons. De Smet en una de las
últimas Congregaciones Generales de la primera etapa conciliar. Se trata de un extracto pero recoge
la importancia y profundidad de aquella intervención que supuso un nuevo rumbo en el Concilio,
pues dejó clara la absoluta necesidad de una teología ecuménica para poder abordar seriamente las
necesidades conciliares.
80 [376]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
mayor peso en el Concilio y eran consultados y participaban asiduamente en toda
clase de trabajos y reuniones. No sólo perecía, sino fue la realidad ya durante
todo el Vaticano II.
EL PLAN DE DIOS PARA LA UNIÓN
Todos estábamos persuadidos de que la Iglesia católica había arribado definitivamente a las costas del ecumenismo y era cierto. Por eso, en estos 50 años de
postconclio la acción ecuménica en el catolicismo se ha convertido en irreversible. Creíamos entonces y hemos pensado mucho tiempo que se trataba de un
cambio espectacular de la Iglesia católica y en cierto modo era así. No olvidábamos tampoco la enorme influencia de los observadores no católicos en tantos y
tantos puntos concretos de varios documentos conciliares. Pero hemos carecido durante bastante tiempo de una visión más global del movimiento ecuménico.
En tal globalidad la espectacular conversión de los católicos a la actividad ecuménica constituía una pieza más, si bien imprescindible, del movimiento ecuménico de la Iglesia universal suscitado y dirigido por el mismo Espíritu Santo.
Con esta amplia perspectiva advertimos ahora que este cambio no fue una
genialidad católica, ni siquiera un proyecto propio, sino el del Espíritu de Dios
que conduce sin pausa a la Iglesia hacia su unión visible. Oteando en nuestros
días descubrimos, sumergidos en la humildad que comporta siempre el compromiso ecuménico, cómo el Espíritu había comenzado a proyectarlo en comunidades cristianas que, azotadas por la inseguridad de sus divisiones, se humillaron
ante Dios al comprobar la falta de éxito en su actividad misional. Esta situación
dio lugar a la oración por la unidad cristiana especialmente en las iglesias pietistas, influyendo entre todos los cristianos, incluidos los católicos desde el Papa
León XIII. A la vez surgían reflexiones, movimientos y asambleas para unificar
criterios y recabar nuevos postulados para la evangelización.
Se celebró así la Asamblea Internacional Misionera de Edimburgo en 1910,
de la que tanto hemos publicado en esta revista en su centenario. No asistieron ni
la Iglesia católica ni la ortodoxa y se las echó de menos. Las misiones católicas
en aquel entonces eran florecientes, pero su ecumenismo prácticamente inexistente. Se barajaba sólo la teoría del retorno. Esa posición hacía que los Papas en
aquella época de grandes Asambleas ecuménicas declinaran la invitación que recibían para que asistiera la Iglesia católica a esos encuentros cristianos de tiempos de Benedicto XV y Pío XI.
Al analizar en este momento, cuando a pesar de las calculadas actitudes ecuménicas nos encontramos en el mejor tiempo que ha vivido la búsqueda de la
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[377] 81
unión entre los cristianos, hallamos que entre cada una de las acciones encaminadas al encuentro entre éstos, surgía el recuerdo y la añoranza por quienes no
acudían a la cita y por parte de los no asistentes siempre se contestaba con fraternal amabilidad, sincero deseo de éxito para aquella Asamblea y compromiso
de oraciones. Descubrimos con claridad que todas estas actitudes entraban en el
plan de Dios de unir visiblemente a su Iglesia. De algún modo todas las Iglesias
venían a participar en aquel evento, en aquel paso hacia la unión. Tan presentes
se encontraban que a cada una de las Asambleas, de forma extraoficial, clandestinamente, asistían personas interesadas en aquel acontecimiento que luego transmitían a las jerarquías de su Iglesia.
Por ejemplo, en Edimburgo 1910 asistían, por iniciativa personal, dos o tres
sacerdotes católicos. Conocida es la presencia del jesuíta Charles Bouyer, Director de la revista « Unitas Internacional», en la ciudad de Amsterdam mientras la
celebración fundacional del Consejo Ecuménico de las Iglesias en 1948, donde
diáriamente recibía en su Hotel información exaustiva de lo tratado en la Asamblea, aunque los obispos holandeses habían prohibido la asistencia de cualquier
católico. Bouyer lo transmitía y meses después el jesuíta pronunció interesantes
conferencias en la Ciudad Eterna y en 1949, con la aquiescencia de Pío XII, se
promulgó la Instrucción «Ecclesia Cathólica» , inicio de cierto ecumenismo católico. En la reunión de Evaston de 1954 el cardenal de Boston prohibió la asistencia a cualquier católico, con la extrañeza del Secretario General del CMI que
recordaba la Instrucción citada, aunque asistieron también de forma casi desconocida dos católicos que supieron informar debidamente de lo allí tratado: que la
unión cristiana era imprescindible para la causa de la evangelización. Una vez más
se deseaba la presencia de la Iglesia católica y ésta quedaba muy interesada por
los trabajos de esta segunda Asamblea del CMI.
Desde Edimburgo 1910 las Iglesias de Asia y especialmente las del Sur de la
India habían quedado muy impactadas y comprometidas con la evangelización.
Trabajaron incansablemente, se sintieron animadas y reforzadas por los trabajos
de Evaston 1954 y floreció lo que no podía menos de florecer en aquella primavera misionera: la predicación de Cristo hacía que las distintas Iglesias se vislumbraran cercanas, se encontraran menos distintas y comenzaran a sentir urgente
no sólo su acercamiento sino su unión. Con renovada fuerza la misión conducía
a la unidad de las Iglesias.
Misión y unidad se apoyaban mutuamente. Es más, dependían la una de la
otra. Fueron observando que una fuerte evangelización desenbocaba indefectiblemente en un acercamiento, pues unas y otras Iglesias predicaban al mismo y
único Señor Jesuscristo, provocando una profunda comunión entre ellas. Por
82 [378]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
eso las Iglesias del Sur de la India se unieron, reconociéndose como una sola
Iglesia de Jesucristo a la vez que extendieron su miradada a la Iglesia católica tan
evangelizadora también en aquellas latitudes. En Asia habían comprobado que no
podían seguir el modelo de Iglesias divididas del Occidente. El punto neurálgico
se situó en la Conferencia Cristiana de Asia Oriental, en Marzo de 1957, al Noroeste de Sumatra, en Prapat. Entonces se superaron regionalismos, nacionalismos, enfrentamiento de Iglesias y tal actitud tuvo repercusión en Europa y muy
especialmente en Inglaterra. Había nacido de la profunda experiencia de que la
unión de la Iglesia sólo se consigue por el empeño de la evangelización.
Es consolador recordar estas realidades históricas cuando ahora la Iglesia
católica ha establecido en Consejo Pontificio para la Nueva Evangelización. Será,
sin duda, un organismo vaticano de gran trascendencia y actualidad, pues enfocará la proclamación del Evangelio desde las realidades positivas y negativas de
esta sociedad. Todo dependerá de que las personas de este nuevo organismo
católico sean verdaderamente ecuménicas. Destaca ya la vitalidad ecuménica
vivida en estos últimos decenios por todas las Iglesias, si bien en el momento
actual aparece cierto cansancio en la marcha del movimiento ecuménico. Desde
este dicasterio romano fluirá esa potente corriente de ecumenismo imprescindible para la misión evangelizadora. De nuevo aparecen juntas misión y unidad. Los
católicos fuimos incluídos por el Espíritu Santo en el movimiento ecuménico desde
sus balbuceos, a un frente a la resistencia de las jerarquias. Todas las Iglesias
habían sido tomadas por el soplo dinamizador del Espíritu y conducidas de mil
maneras a la búsqueda de su unión en una sola Iglesia visible.
Algunas de ellas son ahora empujadas por el Espíritu de Dios y conducidas
incluso en contra de su deseo de aislamiento y permanencia, en su falta de
compromiso ecuménico, hacia las otras Iglesias que las esperan con los brazos
abiertos.
LA III ASAMBLEA DEL CMI EN NUEVA DELHI
Las Jóvenes Iglesias asiáticas habían pasado a ser Adultas, se habían unificado, imperaba en ellas la necesidad de un ecumenismo firme y un misionar imparable. El ambiente de toda la Iglesia se había hecho efervescente y esperanzador.
Fe y Constitución lograba situarse como fuerza integradora de primera línea de
tal manera que fue incluída como parte integrante del Consejo Mundial de Iglesias, con lo cual se abrió especialmente a los teólogos católicos, era posible el
diálogo doctrinal. La convocatoria y preparación del Concilio Vaticano II constituía una desconocida esperanza ecuménica y de reforma, sobre todo con las
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[379] 83
palabras del cardenal Bea abriendo las puertas del Concilio a los observadores de
todas las Iglesias que quisieran acudir. En septiembre de 1961 se celebraba una
reunión panortodoxa llena de buenos augurios para la consecución de la ansiada
Asamblea de todos los ortodoxos, empujada por el gran Patriarca Atenágoras I.
Esta reunión, a pesar de los 50 años transcurridos, aún no ha tenido lugar si bien
desde agosto o septiembre de este 2011 el actual Patriarca Ecuménico Bartolomé
I parece buscar otra vez la posibilidad de que se realice esa magna Asamblea
ortodoxa. Todos estos éxitos sonrreían a la III Asamblea del CMI, celebrada en
Nueva Delhi del 19 de Noviembre al 6 de diciembre de ese mismo 1961.
Por primera vez asistió una delegación católica oficial de 5 miembros. La
presidía el P. M. J. Leguillou y estaba incluído en ella un español, el padre salesiano Antonio María Javierre, años después cardenal. Asistió también otro español
del que hablaremos por la nota de sinceridad que puso en esa Asamblea.
Ya en la primera sesión se hizo por unanimidad la integración del Consejo
Internacional de las Misiones en el Consejo Mundial de las Iglesias. La intensa
cercanía de ambos organismos lo requería. Fue verdaderamente apoteósico. El
entonces Secretario General del CMI, obispo Lesslie Nennbigen, estaba emocionado. «No se da ecumenismo sin la acción misionera», dijo. Había pronunciado
una vibrante conferencia sobre los trabajos misionales de los dos organismos, en
la que resaltó claramente una profunda espiritualidad misionera y ecuménica.
Tan allá fueron las cosas que con el mismo entusiasmo tomó la palabra el que
había sido primer Secretario General del CMI, Dr. Visser’t Hoot, y animado por
las palabras del obispo, que había pedido no sólo una oración sino una alabanza
a Dios, dijo que la hora era decisiva respecto al ecumenismo y una verdadera
movilización ecuménica. Aquí este gran ecumenista citó como un verdadero triunfo de Jesucristo y de su Iglesia todos los acontecimientos ecuménicos que en el
diseño de Dios se habían producido desde la fundación del Consejo Ecuménico
hasta aquel momento. Recordando los primeros promotores del ecumenismo,
terminó diciendo como ellos: «Dios lo quiere». Sonaba a una llamada hacia la
conquista ecuménica de toda la Iglesia.
Sabemos ahora por comentarios del P. Leguiou, que en conversación posterior Viserrr’t Hoot le dijo como en aquellos momentos su mente le trajo estampas
queridísimas, cuando en los días de la fundación del Consejo Ecuménico en 1948,
en Amterdam, visitaba casi a diario en su hotel al P. Charles Bouyer S. J., para
informarle acerca del desarrollo de la Asamblea Ecuménica y cómo veía ahora
premiados tales desvelos con la asistencia por primera vez de una delegación
oficial católica a la III Asamblea del CMI.
Nueva Delhi transcurría como una Asamblea verdaderamente ecuménica. El
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
anhelo y la práctica del ecumenismo se hallaban a la vuelta de cualquier momento. El segundo día, 20 de noviembre, entraron a formar parte del Consejo Ecuménico 23 Iglesias con lo que ascendían a 197 las adheridas a este organismo
ecuménico. ¡Toda una fiesta de unión cristiana!. Entre ellas se encontraban cuatro grandes Iglesias ortodoxas: el Patriarcado de Moscú, el de Bulgaria, el de
Rumanía y los ortodoxos de Polonia. A los 16 representantes de Moscú los presidía el jovencísimo Metropolita Nicodin, de 32 años, figura clave enseguida del
Patriarcado ruso en materia de ecumenismo y de relaciones externas, fallecido
17 años después, en 1978, en los brazos de Juan Pablo I en la primera visita que
le hizo como Papa.
El gran Patriarca Atenágoras I dio su bendición a la llegada de todos estos
ortodoxos, gesto que sirvió para que Alexis I de Moscú se sintiera molesto una
vez más frente a la autoridad del Patriarca Ecuménico de Constantinopla. Tal
animadversión de Alexis I se hizo patente en el engaño a Atenágoras en la cuestión del envío de observadores al Concilio2 apenas un año después.
La Asamblea de Nueva Delhi dispuso de resortes importantes en su propósito
de un ecumenismo para todas las Iglesias del Consejo. El Dr. Michael Ramsey,
luego arzobispo de Canterbury y buen colaborador en la marcha del ecumenismo
especialmente entre el anglicanismo y el catolicismo, pronunció una hermosa
conferencia sobre la Oración Sacerdotal del Evangelio de San Juan, en la que
vertió una profunda teología y una riquísima espiritualidad ecuménica, recordada por mucho tiempo. A lo largo de las Jornadas de la Asamblea el famoso teólogo griego Nikos Nisiotis habló extensamente del concepto de misión y unidad en
la ortodoxia y la colaboración que suponía por parte de las Iglesias ortodoxas y
la riqueza doctrinal y espiritual que ponían al servicio de todos los miembros del
Consejo Ecuménico en este campo. No faltó tampoco la ponencia vibrante de un
joven ecumenista y pastor americano, Philip Potter, años después Secretario
General del CMI quien, enamorado de la intercomunión, hubiera querido hacer
entonces tabla rasa de todo. Sus vehementes e ingenuas palabras espolearon vivamente hacia el compromiso y la consecución de una amplia acción ecuménica. Se sonrió siempre luego cuando en años posteriores le recordaban esta intervención. Se pronunciaron otras dos o tres conferencias más acerca del tema de
la unión cristiana, que no voy a citar para no alargar demasiado este artículo.
Todas tuvieron una extraordinaria calidad y contribuyeron a la búsqueda de la
unidad entre los cristianos.
2. DÍEZ MORENO, José Luis, Vaticani II: «Ningún Concilio ha hecho tanto por la unidad»,
Pastoral Ecuménica, n.º 67, pp. 17-20. En este largo artículo se extractan los datos más importantes del Concilio Vaticano II con respecto al tema ecuménico.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
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Ocuparon toda la semana siguiente las diversas sesiones de discusión y diálogo. No gozaron de la misma altura que las ponencias. Se encontraron, sin
embargo, momentos muy interesantes uno de los que destaca con admiración el
P. Leguiou: «Este clima de fraternidad alcanzaba también a la Iglesia católica.
No recordaremos más que un hecho significativo, a manera de indicio: con la
franqueza que le caracterizaba, el pastor H, de Espine había desarrollado en
una comisión el tema de la necesidad de relaciones más estrechas del mundo
protestante con la Iglesia católica. Sin embargo, y por escrúpulo de honestidad,
no pudo pasar por alto las dificultades que resultaban de los atentados contra la
libertad religiosa de los protestantes llevados a cabo por ciertos países católicos,
como España. Un joven pastor español se levantó entonces para declarar en
substancia: «Tengo con la jerarquía y los teólogos católicos las relaciones más
cordiales, y desaría, por mi parte, que las Iglesias protestantes tuvieran frente a
sí una Iglesia católica suficientemente viva para obligarlas, por su misma vitalidad, a ser auténticamante protestantes»3.
Este es el español a quien me referí anteriormente. Asistía en la delegación de
la Iglesia Evangélica Española como Presidente de la juventud de la misma y aún
no había sido ordenado pastor. Lo fue años después y resultó uno de los más
grandes ecumenistas españoles y fundador del Centro Ecuménico «Los Rubios»
de la IEE en Málaga4. También el P. Maurice Villaín cita este testimonio y subraya
que se refirió expresamente a los actos conjuntos que en Barcelona calebraban
católicos y protestantes con motivo de la Semana de la Unidad y en diversas
conferencias y publicaciones conjuntas5. Era la época en que los protestantes
españoles sufrían una fuerte persecución por el régimen político de entonces y
años en los que comenzó un fuerte ecumenismo entre católicos y protestantes
en España, como se narra detalladamente en el libro citado6.
Visser’t Hoot, desde el principio de la Asamblea, había hecho un encendido
canto de la unión entre los cristianos. Esta de Nueva Delhi iba a ser una Asamblea
también en persecución de la unidad como las dos anteriores. Él lo apoyaba con
3. J. L. LEGUOU, Misión y Unidad, Barcelona, 1963, p. 246. Este libro es válido todavía por la
cantidad de datos e interpretaciones que ofrece sobre la marcha ecuménica en los años anteriores al
Concilio Vaticano II.
4. DÍEZ MORENO, José Luis, Historia del Ecumenismo en España, San Pablo, Madrid 2008,
pp. 61, 101, 110, 157, 316, 317, 461, 493, 495, 497, 498, 499, 546. En este libro se expone casi
toda la trayectoria del ecumenismo en España desde los años 1950 hasta el 2008.
5. VILLAÍN, Maurice, Introducción al ecumenismo, Ediciones Desclee de Brouwer, Bilbao 1962,
p. 96. También este libro contiene importante información del ecumenismo anteriór al Concilio
Vaticano II.
6. DÍEZ MORENO, José Luis, Historia del ecumenismo en España. San Pablo, Madrid 2008,
pp. 69-145.
86 [382]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
entusiasmo. Este hombre se hallaba en esos días de 1961 ilusionado por los últimos meses de la preparación del inmediato Concilio Vaticano II. Había estado al
tanto de las noticias ecuménicas de Roma desde los primeros momentos de la
llegada de Juan XXIII y se hallaba seguro de que se trataba de la culminación de
los intentos de 1948 y 1949 en el pontificado de Pío XII. Su posición resultaba
contagiosa, participando todos los asistentes en esta ansia de unidad.
Por eso conviene subrayar aquí algunas de las conclusiones de esta III Asamblea del Consejo Mundial de Iglesias. En primer término se pidió una mayor consistencia para Fe y Constitución. Esto suponía un importante avance pues se daba
una considerable trascendencia a la doctrina y al diálogo doctrinal con lo que se
inauguraban grandes posibilidades para los teólogos católicos en ese diálogo y
quedaba patente la influencia de las Iglesias ortodoxas.
El mayor número de éstas en el Consejo Ecuménico por la adhesión de Rusia, Bulgaria, Rumanía y los ortodoxos de Polonia fomentó en el Consejo Ecuménico la tendencia católica por la cercanía en la doctrina de la ortodoxia y el
catolicismo. Los ortodoxos estuvieron siempre empeñados en que el aspecto
doctrinal debía ocupar el primer quehacer de este organismo.
A la vez se requería a Fe y Constitución la mayor claridad posible en los conceptos sobre el Bautismo, la Eucaristía y el Ministerio, por tratarse de tres puntos sustanciales en el camino de la unidad. Ya se había pedido en la Asamblea de
Evaston aunque, como se sabe, esta cuestión no quedó dilucidada hasta 1982
con la publicación del Documento de Lima o BEM, en el que tanto intervinieron
ya los teólogos católicos. De cualquier forma se advierte con nitidez una trayectoria ecuménica común a lo largo de estos años.
Se pronunciaron después conferencias sobre el testimonio, el servicio y la
unidad, que no cito para no alargarme demasiado. Diré únicamente que el profesor Joseph Sittler (Chicago) pronunció la referente a la unidad cimentándose en
la frase «Cristo reconcilió todas las cosas consigo mismo» (Col, 1, 5-20). Fue
una exposición de la unidad ciertamente profunda, que venía a conectar con las
formas teológicas y prácticas sobre la unidad de los cristianos en aquellos años.
LA SANTÍSIMA TRINIDAD Y LA UNIÓN DE LOS CRISTIANOS
Voy a conceder algún espacio mayor a exponer el texto de la Asamblea sobre
la Unidad. Pero antes quiero resaltar un punto específico de la Asamblea de Nueva Delhi del CMI acerca del reconocimiento expreso de la Santísima Trinidad en
la confesión del Consejo Ecuménico, que no se había querido explicitar en las
dos Asambleas anteriores y que ahora, por especial influencia ortodoxa, era
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[383] 87
momento oportuno para subrayar. La votación en pro o en contra de la explicitación de la Santísima Trinidad arrojó las siguientes cifras: 383 a favor de su inclusión, 36 en contra, más 7 abstenciones. No se esperaba tan buen resultado. El
nuevo texto decía: «El Consejo Ecuménico de las Iglesias es una asociación fraterna de Iglesias que confiesan al Señor Jesucristo como Dios y Salvador según
las Escrituras y se esfuerzan por responder unidas a su común vocación por la
gloria del solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo».
No haré un comentario teológico a esta nueva fórmula dada la trayectoria
más bien histórica de este artículo, pero esta comunión en la Santísima Trinidad
marcó uno de los momentos espirituales más destacados de la Asamblea y sirvió
para enriquecer el sentido de unidad entre todos los asistentes. Este acto finalizó
con un minuto de recogimiento y una oración de acción de gracias del Presidente
Dr. Fry.
Dicho todo esto nos encontramos en inmejorables condiciones para remarcar lo referente a la unión cristiana , tan buscada en esta Asamblea. Este de la
unidad supuso, a juicio del P. Maurice Villaín, miembro del Centro «Unité Chretienne» de Lyón y después perito del Concilio Vaticano II, el documento más
importante de esta Asamblea. Está basado en un texto elaborado en St. Andrews,
en el mismo 1961 y que aceptado para la discusión de la Asamblea fue adoptado
casi sin enmiendas. Se le añadió solamente un comentario dirigido a las Iglesias
para destacar las divergencias posibles de interpretación, al pie de cada palabra
de valor.
Presentamos el texto:
«Creemos que la unidad, que a la vez es un don de Dios y su voluntad para
su Iglesia, se hace manifiesta cuando todos los que en un mismo lugar son
bautizados en Jesucristo y le confiesan como Señor y Salvador son conducidos por el Espíritu Santo hacia una comunidad total, confiesan la misma fe apostólica, predican el mismo Evangelio, parten el mismo pan, se
unen en una plegaria común, con vistas a una vida comunitaria que irradiaen el testimonio y el servicio de todos y, al mismo tiempo, se hallan en
comunión con el conjunto, según las circunstancias, a fin de que las tareas
a las que Dios llama a su pueblo sean cumplidas. Creemos que debemos
orar y trabajar por una tal unidad»7.
Este texto no es una definición, sino una explicación flexible de lo que entendían por unidad. Fue aceptada por los ortodoxos que no querían acentuar dogmas, pero que dada su influencia en el Consejo Ecuménico desde esta adhesión
7. VILLAÍN, Maurice, Introducción al ecumenismo, Ediciones Desclee de Brouwer, Bilbao 1962,
p. 96.
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
de Rusia, Rumanía, Bulgaria y los ortodoxos polacos, confiaban en imponer poco
a poco sus principios dogmáticos. Hemos visto después que no ha sido así y que
en la década de los 90, e incluso entrado ya el siglo XXI, la ortodoxia ha estado a
punto de dejar este Consejo Mundial de Iglesias al advertir que abandonaba en
demasía conceptos teológicos y se escoraba de manera decidida hacia posiciones meramente sociológicas. Con la celebración de la IX Asamblea de Porto Alegre de 2006 pareció conjurado este problema.
Pero volvamos a Nueva Delhi. Allí se dibujó una interesante interrogación:
¿Es posible entre cristianos divididos en su fe y su tradición religiosa comulgar
unidos, siquiera en el clima de algunos encuentros ecuménicos? Saltaba el tema
de la intercomunión, tan defendido como hemos visto por Fiphilp Poter, conocido después entre los católicos como «la hospitalidad eucarística». La invitación
a la Sagrada Comunión en actos confesionales era practicada desde hacía tiempo
por casi todas las Iglesias protestantes, pero no por los anglocatólicos. De todas
formas el asunto no estaba completamente claro. Menos con la llegada de tan
importantes Iglesias Ortodoxas que nunca lo han aceptado.
Conviene señalar a este respecto un hecho curioso sucedido un año antes,
1960, en la Asamblea de la Juventud Europea en Lausana, la mayoría de los jóvenes pidieron vehementemente la celebración de una Santa Cena en común y ante
tal carga de espiritualidad ecuménica se les concedió por una vez, pero explicándoles profundamente un obispo ortodoxo las razones por las cuales los jóvenes
ortodoxos no participaban en la Santa Comunión. No vamos a comentar ahora el
proceso por el que a lo largo de algunos años la participación eucarística se ha
hecho habitual entre casi todos los protestantes, no con los ortodoxos ni los católicos, aunque estos últimos redactaron un artículo en el Documento sobre
Ecumenismo del Vaticano II, el art. 8. Por el que en especiales ocasiones de reuniones ecuménicas, con los debidos permisos del obispo diocesano, se permite
la participación en la Sagrada Comunión de la Eucaristía católica a miembros
asistentes de otras Iglesias a esa Asamblea. He tenido la ocasión de participar en
algunas de estas Eucaristías y me ha parecido que son un signo verdaderamente
positivo en el camino de la unión de los cristianos. Del incidente de Lausana se
hizo un informe para esta Asamblea de Nueva Delhi. Se discutió apasionadamente pero no se concluyó nada concreto sino indicar a las Iglesias que fueran consecuentes con sus tradiciones. No parecía a ortodoxos y católicos posible una
participación eucarística con Iglesias que no tenían el orden ministerial. Sí parecía posible para las Iglesias que no lo tenían. Debo en honor a la verdad señalar
que, incluso en nuestra nación, surgen ocasiones en que la estrecha compenetración pastoral, espiritual y de labor ecuménica entre pastores y sacerdotes desRev. Pastoral Ecuménica, 85
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emboca en alguna ocasión en concelebraciones de la eucaristía entre ellos. Es
verdad que rompe la línea de la tradición católica, pero significa el ansia de llegar
a una comunión eucarística después de comulgar tan estrechamente en otros
aspectos de la vida eclesial. Seguramente que este pasarse la línea podría abrir
posibilidades a que llegue normalmente esa común eucaristía.
RELACIONES CONSEJO MUNDIAL DE IGLESIAS - IGLESIA CATÓLICA
Resultó verdaderamente interesante lo referente a las relaciones con la Iglesia
católica. Ocupó toda la mañana todo este diálogo, dirigido por el Dr. Lilje. Se
dieron críticas y opiniones favorables. Incluso se oyeron testimonios muy estimulantes. Se observó entre todos los participantes una sincera lealtad a sus Iglesias y al concepto que tenían de Iglesia. Los más severos en sus conceptos teológicos fueron los más abiertos hacia la Iglesia católica.
Para quienes reflejaron sus críticas, estas fueron sobre todo que las relaciones con la Iglesia Romana no eran fáciles, no se sabía hasta donde podía contarse con ella. Opinaban que la preparación del Concilio Vaticano II se llevaba con
mucho secreto, mientras todos los trabajos del Consejo Ecuménico se realizaban
a plena luz. Decían también que la Iglesia católica se presentaba con diversas
caras, casi según cada nación: tenía sus diferencias en Italia, en Francia, en España... De España todos estos pensaban muy negativamente con respecto a su
ecumenismo, como dije en párrafos anteriores. Por ejemplo en la semana de la
unidad, sobre todo en España, observaban que se celebraba en un sentido de
retorno, mientras que en Francia se hacía en plano de igualdad. Creían que se
respiraba en algunas naciones un ambiente un tanto inquisitorial y tenían una
opinión muy negativa del Santo Oficio de la Curia Vaticana desconfiando mucho
también sobre los poderes absolutos del Papa.
Frente a estas posiciones negativas se hallaron muchos juicios positivos en
relación con la apertura doctrinal y consistente de los teólogos católicos. Muchos de los allí presentes hicieron constar que los diálogos con los teólogos de la
Iglesia católica eran los más interesantes. Hacían notar la profundidad de la exégesis bíblica católica y la coherencia de su teología. No creían estos en tal secretismo en la preparación conciliar, puesto que por casi todas las Iglesias se habían
distribuido amplios informes acerca de lo que pretendía el Concilio y se iba invitando sin tapujos a cuantos no católicos quisieran asistir como observadores de
las Iglesias. Especialmente resaltaron todos su magnífica impresión sobre la apertura de Juan XXIII y los grandes esfuerzos del Cardenal Bea para llevar a la Iglesia católica hacia una verdaderas posiciones ecuménicas.
90 [386]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
En este tiempo de diálogo fueron muy apreciables los testimonios ofrecidos
por algunos. Destacaron, por ejemplo, el del obispo anglicano de Gibraltar (España) con jurisdicción muy amplia sobre Europa y países de misión, quien destacó la buena acogida y trato con los católicos en los países en que tenía jurisdicción. El reverendo Chandran de Bangalore dio testimonio positivo del maravilloso
trabajo conjunto con la Iglesia católica en la India durante las Semanas de la Unidad
y el obispo anglicano de Melbourne apoyó este testimonio. Fueron muchos más y
quiero subrayar especialmente la mención que se hizo constantemente del P. Paul
Couturier como verdadero profeta del ecumenismo.
No quiero olvidar las felicitaciones que de todos los asistentes recibió la Delegación Oficial de la Iglesia Católica por su buen hacer en toda la Asamblea, presidida por el P. Leguillou. Esta feliz presencia logró que estos considerables avances
ecuménicos, tan cercanos a la celebración del Concilio Vaticano II fueran bien
conocidos y tenidos en cuenta por Juan XXIII y el cardenal Agustín Bea.
LA SEGURIDAD ECUMÉNICA VINO TAMBIÉN DE ESTA III ASAMBLEA
DEL CMI
En efecto, pocas fechas después de finalizar esta III Asamblea del CMI, recibía un detallado informe el Cardenal Bea. Como puede suponerse Juan XXIII
conoció con detalle todo lo manifestado en aquel informe de la delegación católica en Nueva Delhi 1961. Una considerable seguridad ecuménica invadió al entonces pequeño grupo vaticano encargado de introducir y llevar a buen puerto el
ecumenismo en el Concilio Vaticano II. Esta seguridad se advertía en la Constitución apostólica «Humanae Salutis», del 25 de diciembre de ese mismo 1961,
por la que se convocaba el Concilio para 1962, en el Motu Proprio «Concilium»,
del 2 de febrero de 1962 por el que se fechaba la inauguración para el 11 de octubre de ese mismo año, también en la Encíclica «Poenitentian agere» del 1 de
julio de 1962 por la que se pedían oraciones por el éxito del Concilio, en el Motu
Proprio «Apropinquante Concilio Oecumenico» de primeros de septiembre recordando la imnminente apertura conciliar y, sobre todo, en la promulgación del
Reglamento del Concilio, 11 de septiembre de 1962, donde se aplicaban prácticamente las formas de desarrollarse cada acto de la Asamblea. Todos los avances
ecuménicos logrados en los diversos contactos con las Iglesias no católicas y
especialmente en la Asamblea de Nueva Delhi quedaban reflejados exquisitamente en el desarrollo de este Reglamento. El grupo encargado de promover el ecumenismo en el Concilio contaba ciertamente con el apoyo más decidido de todas
esas Iglesias.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[387] 91
Especial subrayado merece el radio-mensaje del 11 de septiembre en el que
Juan XXIII decía entre otras cosas:
«El proyecto del Concilio despierta por acá y por allá con la ansiosa aspiración de unirse como hermanos en los brazos de la común y antigua
madre, sancta et universalis mater ecclesia. Esto es motivo de serena complacencia y supera con mucho a aquella primera esperanza que brillaba
cuando la preparación de este encuentro mundial...¡Qué belleza la de la
petición litúrgica: Ut cuncto populo cristiano pacem et unitatem largiri
digneris¡ ¡Qué alegría inunda los corazones cuando se lee en el capítulo
17 de San Juan: “Ut omnesunum sint. Unum¡ En pensamiento, palabras y
obras... Con palabras de mayor mansedumbre el humilde sucesor de Pedro y Pablo en el gobierno y apostolado de la Iglesia católica, en estas
vísperas de la reunión conciliar quiere dirigirse a todos sus hijos, de toda
nación, desde Oriente hasta Occidente, de todo rito, de toda lengua, con
la oración del Domingo XII de Pentecostés. No se podrán buscar expresiones más felices y que respondan de modo más espléndido a la preparación
individual y colectiva del Concilio”»8.
El cardenal Bea había declarado al diario «Tempo», transcrito después en la
revista de los Jesuítas «Civilitá Cathólica» el día 2 de junio de 1962: «Serán invitados todos cuantos lo deseen». La invitación podía ser hecha a las cabezas
de las Iglesias o a personalidades representativas. Podrían, además, asistir a las
Congregaciones Generales, a reuniones plenarias de obispos, alguna vez a comisiones conciliares en las que se iban a tratar asuntos de interés para las otras
Iglesias, recibir materiales, ser informados de todo a través del Secretariado para
la Unidad y podrían mantener contactos directos con los padres conciliares.
Nunca se había esperado tanto y luego resultó todavía mayor la participación e
influencia de los observadores no católicos en las decisiones del Vaticano II. Estas
cosas se conocían de alguna manera en la reunión de Nueva Delhi casi un año
antes del Concilio, por lo que esta Asamblea del Consejo Ecuménico de las Iglesias veía con tanta esperanza el proyecto ecuménico del Vaticano II. Tanto que,
tal como hemos visto, dio luz verde a una colaboración sincera en este campo
con la Iglesia católica.
Por eso las decisiones de los documentos de Juan XXIII y el continuo esfuerzo del cardenal Bea procedían de forma considerable del ambiente ecuménico respirado en la Asamblea de Nueva Delhi. Al conocerse la posición del Consejo Ecuménico de las Iglesias sembraron la esperanza en muchos protestantes
8. Pastoral Ecuménica, 67, p. 16. La oración colecta del domingo XII de Pentecostés decía:
«Señor de poder y de misericordia, cuyo favor hace digno y agradable el servicio de tus fieles;
concédenos caminar sin tropiezos hacia los bienes que nos prometes».
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
dispuestos a asistir, enterados también de las buenas disposiciones ecuménicas
del propio CEI en la reciente Asamblea de la que estamos tratando. Se dieron una
serie de circunstancias que sumaron hechos positivos en favor de la búsqueda
conjunta de la unidad cristiana.
A pesar de la falta de asistencia de las Iglesias ortodoxas, las más deseosas
por otra parte de encontrase presentes, los observadores en la primera etapa
conciliar fueron 39, que en la cuarta, una vez solucionados todos los problemas
a este respecto entre las Iglesias ortodoxas, llegaron a más de ciento. Entre los
primeros llegados al principio del Concilio encontramos una larga lista: ocho como
huéspedes del Secretariado para la Unidad: Mons. Casiano, del Instituto Teológico Ortodoxo ruso de San Sergio de París, los dos monjes de Taizé: Roger Schutz
y Max Thurian, el profesor Oscar Cullman, etc; los representantes del Patriarcado Ruso, los de la Iglesia Copta de Egipto, Iglesia Ortodoxa de Etiopia, Síria,
India, Iglesia Apostólica Armenia, Ortodoxa Rusa fuera de las fronteras, Viejo –
Católicos, Comunión Anglicana, Federación Luterana Mundiál, Mar Thoma Malabar, Alianza Reformada Mundial, Iglesia Evangélica Alemana, Consejo Mundial
Metodista, Consejo Mundial Congregacionalista, Cuáqueros, Convento Mundial
de las Iglesias de Cristo, Asociación Internacional para un Cristianismo Liberal y
muy especialmente los representantes del Consejo Mundial de Iglesias, tan activos en el acercamiento de este organismo y sus Iglesias miembros a la Iglesia
católica.
Si repasamos esta lista de observadores comprobamos que se trata de un
importante elenco de Iglesias, especialmente protestantes. Los meses entre el final
de la III Asamblea del CMI en Nueva Delhi 1961 y el mes de septiembre de 1962
fueron riquísimos en contactos entre el Secretariado Romano del Cardenal Bea y
todas estas Iglesias, decididas a participar desde el primer momento con observadores en el Concilio. Conocemos bien ahora cómo esa gran corriente de interés y acercamiento surgió en la citada Asamblea de Nueva Delhi. ¿Se la podría
calificar cómo un cierto pórtico para el ecumenismo de la Iglesia católica en el
Vaticano II ?. Posiblemente. El creciente número de observadores no católicos
en las siguientes etapas, además de deberse a la asistencia sobre todo desde la
tercera etapa de las Iglesias ortodoxas, tuvo que ver también con Nueva Delhi
1961 y con la magnífica acogida que tuvieron los observadores desde el primer
momento.
Todo ello prueba cómo el Concilio Vaticano II no se realizaba solamente como
un hecho eclesial de la Iglesia católica, sino como un acontecimiento de todas las
Iglesias en añoranza de su unidad visible. Por eso el Concilio Vaticano II se pudo
presentar al mundo como un claro testimonio de los cristianos. Después de 50
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
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años de su celebración, larga etapa en la que se han sucedido tantos eventos
ecuménicos entre las Iglesias, es momento de grandes interrogantes para comprobar si en nuestros días la actividad ecuménica mantiene esa ansia de caminar
hacia la unión o si nos hemos dejado ganar por una especie de triunfalismo adormecedor, de imposición de unas Iglesias sobre otras, de indiferentismo ecuménico o de relativismo en nuestro empeño de unión, relativismo proveniente de la
sociedad en que vivimos. El testimonio ecuménico de la III Asamblea del CMI en
Nueva Delhi no sólo favoreció las labores ecuménicas del Vaticano II, sino que
enriqueció los posteriores contactos de la Iglesia católica con casi todas las Iglesias no católicas, especialmente las encuadradas en el CMI.
José Luis DÍEZ MORENO
Director de «Pastoral Ecuménica».
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
LAS RELIGIONES Y SU COMPROMISO POR LA PAZ
En el XXV Aniversario del encuentro de Asís (1986-2011)
1. LA CULTURA DE LA PAZ EN JUAN PABLO II
Este año estamos celebrando el Veinticinco Aniversario de la Jornada de Oración por la Paz que se celebró en Asís, el lunes 27 de octubre de 19861. Fue una
iniciativa que el papa Juan Pablo II hizo pública por vez primera el 25 de enero de
1986, durante la clausura del Octavario por la Unidad de los Cristianos, en la Basílica de san Pablo Extramuros. Ese mismo año había sido declarado por las
Naciones Unidas «Año Internacional de la Paz». La invitación iba dirigida no
sólo a los cristianos, sino también a todos los que creen en Dios.
También el 13 de abril de 1986, por primera vez un papa visitaba la sinagoga
judía de Roma, donde se acercó para orar. Allí fue acogido Juan Pablo II por el
jefe Rabino Elio Toaff. En ese histórico encuentro el Papa llamó a los judíos «nuestros hermanos mayores en la fe»2. Y es así, porque creo que quien encuentra a
Cristo, encuentra también el judaísmo.
El papa Juan Pablo II el 14 de septiembre de 1986, en la meditación del Angelus, recordó lo que le ocurrió a san Francisco de Asís, hijo de Pietro de Bernardone, quien intuyó esta sencilla verdad en un momento fundamental de su vida,
tras haber participado en un enfrentamiento armado, con ocasión de una guerra
entre diversos municipios. Francisco, derrotado y hecho prisionero, permaneció
en la cárcel un año entero. Aquella experiencia le dio una concepción diversa de
la vida; lo impulsó a convertirse en auténtico artífice de paz. Un servidor extraordinario de la paz interior social.
1. El Papa Juan Pablo II optó que el encuentro fuese en lunes por respeto hacia las demás
religiones. No quería que se celebrara en domingo, por ser el día de los cristianos, ni tampoco en
sábado, día de los judíos, ni el viernes, por ser el día de los musulmanes.
2. «Discurso de SS. Juan Pablo II en la Sinagoga de Roma (abril de 1986)», en COMISIÓN EPISCOPAL DE RELACIONES INTERNACIONALES, Cristianos y judíos por los caminos del diálogo, Madrid
1993, pp. 45-56, aquí 52.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
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El Pontífice citando algunos textos del libro de la Sabiduría, nos decía que
creemos en un Dios que ama la vida y no quiere la pérdida de los vivientes (cfr.
Sab 1, 13; 12, 26).
La oración es el medio más inofensivo al que se puede recurrir y es, sin
embargo, un arma potentísima; es una llave capaz de forzar incluso las situaciones de odio más inveterado.
Desde la perspectiva cristiana —recordó Juan Pablo II— sabemos que es
Jesús quien nos da la paz verdadera (cfr. Jn 14, 27).
Una semana después, el 21 de septiembre informó durante la Meditación del
Angelus que las Iglesias cristianas y las otras religiones del mundo habían aceptado la invitación a ir a Asís el 27 de octubre para orar en favor de la paz, en esos
momentos tan frágil y amenazada. A sus vez añadía que «nadie debería maravillarse si los miembros de las diversas Iglesias y de las varias religiones se encuentran juntos para orar. Los hombres y mujeres que tienen un «animus religiosus» pueden ser, en efecto, la levadura de una nueva toma de conciencia de la
humanidad entera por lo que respecta a su responsabilidad común en relación a
la paz. Toda religión enseña la superación del mal, el empeño por la justicia y la
acogida del otro.
Somos bien conscientes del hecho que «la guerra puede ser decidida por
pocos, la paz supone el empeño solidario de todos3». Más allá de nuestras verdades y divergencias, está el hombre, está la mujer, están los niños de este mundo,
a los que todos queremos dar lo mejor que tenemos, nuestra fe que puede transformar el mundo. La fe común en Dios tiene un valor fundamental. Ella, al hacernos reconocer que todas las personas son criaturas de Dios, nos hace descubrir la hermandad universal.
El 4 de octubre de 1986, el Papa Juan Pablo II pronunciaba un mensaje a los
jóvenes de la Acción Católica Italiana reunidos en Asís, procedentes de todas las
diócesis y reunidos para orar por la paz. Todo ello como preparación a la gran
Jornada del 27 de octubre. El Papa les dijo en su mensaje: «Esta concentración
vuestra, tan numerosa, trae a la memoria aquella reunión que la historia franciscana recuerda como el «capítulo» más famoso de los inicios del la Orden —el
capítulo llamado de las «esteras»— cuando, en el año 1221, en torno a san Francisco, se reunieron casi cinco mil amigos y seguidores para rezar y renovar la
tarea de ser anunciadores del mensaje evangélico sintetizado en la expresión «Pax
et Bonum», Paz y Bien: anunciadores de paz, no sólo de aquella fundada en las
relaciones externas, sino también, y ante todo, de aquella interior. La paz que sig3. Homilía de Juan Pablo II el 25 de enero de 1986 en la Basílica de San Pablo Extramuros.
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
nifica misericordia de Dios como nosotros, perdón de los demás, concordia que
regenera la estructura de la vida social».
Ese mismo día 4 de octubre de 1986, Juan Pablo II participó en un encuentro
ecuménico celebrado en el Anfiteatro de las Tres Galias, en la ciudad francesa de
Lyon. En el mismo tomaron también parte representantes de las Iglesias ortodoxas, armenia y protestantes. Al final del encuentro, el Papa pidió en su discurso a todas las Partes en conflicto en el mundo una llamada ardiente y apremiante
para que observaran al menos durante toda la jornada del 27 de octubre una tregua completa de combates. Se dirigió a todos aquellos que tratan de alcanzar
metas con métodos terroristas u otras formas de violencia. ¡Qué recobren rápidamente sentimientos de humanidad!
Para que todos seamos verdaderos artífices de paz (cfr Mt 5, 9), es necesaria una auténtica conversión del corazón.
El 22 de octubre de 1986, Juan Pablo II en la catequesis de la audiencia del
miércoles, recordó que desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia es cada vez más
consciente de su misión y de su deber, incluso de su esencial vocación de anunciar al mundo la verdadera salvación que se encuentra solamente en Jesucristo,
Dios y hombre (cfr. Ad Gentes, 11-3).
Sí, sólo en Cristo los hombres pueden ser salvados. Ningún otro puede salvarnos (cfr Hech 4, 12). Pero, ya que desde el principio de la historia, todos están
ordenados a Cristo (cfr Lumen Gentium 16), quien es de verdad fiel a la llamada
de Dios, en la medida en que le es conocida, participa ya en la salvación realizada por Cristo.
La Iglesia, consciente de la común vocación de la humanidad y del único
designio de salvación, se siente unida a todos y cada uno, como Cristo «se unió
en cierto modo a cada hombre» (Gaudium et Spes, 22; Redemptoris Hominis, 22).
Cristo es el centro de la historia, y porque nadie va al Padre sino por Él
(Jn 14, 6). Pero nos acercamos al mismo tiempo con sincero respeto, pues en
las otras religiones están los «semina Verbi» (Nostra Aetate (NE), 2; Ad Gentes
nn. 11, 18). Conocemos cuáles son los límites de esas religiones, pero eso
no quita en absoluto que haya valores y cualidades religiosas, incluso insignes
(cfr NE, 2).
Juan Pablo II aclaró que lo que acontecería en Asís no iba ser sincretismo
religioso, sino sincera actitud de oración a Dios en el respeto mutuo. Por eso se
escogió para el encuentro de Asís la siguiente fórmula: «estar juntos para rezar». Ciertamente no se puede rezar juntos, es decir, hacer una oración en
común, pero se puede estar presentes cuando los otras rezan; de este modo
manifestamos nuestro respeto por la oración de los otros y por la actitud de los
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
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demás ante la Divinidad; y al mismo tiempo les ofrecemos el testimonio humilde
y sincero de nuestra fe en Cristo, Señor del Universo.
Llegó la jornada del 27 de octubre, en la que se programó con tres momentos
cumbre: el Papa acogía en la Basílica de Santa María de los Ángeles a los líderes
religiosos llegados a Asís; cada religión se retiraba después a las sedes asignadas
para rezar por la paz; por la tarde, todos se encontrarían en la plaza adyacente a
la Basílica para unirse en una oración coral por la paz. Hubo representantes de 63
religiones, a las que Juan Pablo II en el saludo inicial se dirigió a ellos con estas
palabras: «El hecho de que nos encontremos aquí no implica ninguna intención
de buscar un consenso religioso entre nosotros o de negociar nuestras convicciones de fe (...). Veo el encuentro de hoy como un signo muy elocuente del
compromiso de todos vosotros con la causa de la paz (...). La paz, donde existe,
es muy frágil. Está amenazada de tantas formas y con tales imprevisibles consecuencias que nos obliga a darle unas bases sólidas».
Pasadas las dos de la tarde, en sendas procesiones, todos confluyeron en la
plaza para unirse en la plegaria común por la paz. Especialmente expresiva fue la
oración de John Pretty, jefe de la nación Crow en Montana (Estados Unidos),
con su penacho de plumas y su pipa de la paz: «¡Oh Gran Espíritu, símbolo de
paz, concordia y fraternidad, te pedimos que estés entre nosotros y que nos bendigas hoy».
Al final Juan Pablo II pronunció un extenso discurso en el que, entre muchas
otras cosas, dijo: «Repito humildemente mi convicción: la paz lleva el nombre de
Jesucristo. Pero, al mismo tiempo y con el mismo espíritu, reconozco que los
católicos no siempre hemos sido fieles a esta afirmación de fe. No hemos sido
siempre constructores de paz. Para nosotros mismos, y quizás también en cierto
sentido para todos, este encuentro de Asís es un acto de Penitencia».
«No hay paz —añadió— sin un amor apasionado por la paz. No hay paz sin
una voluntad indómita para alcanzar la paz. La paz espera sus profetas (...), la
paz está no solo en las manos de los individuos, sino también de las naciones.
A las naciones les toca el honor de basar su autoridad a favor de la paz sobre
la convicción de la sacralidad de la vida humana y sobre el reconocimiento de la
indeleble igualdad de todos los pueblos entre sí (...). Movidos por el ejemplo de
san Francisco y santa Clara, nos comprometemos a examinar nuestras conciencias, a escuchar más fielmente su voz y a purificar nuestros espíritus de los prejuicios, del odio, de la enemistad, de los celos, de la envidia. Intentaremos ser
operadores de paz en el pensamiento y en la acción, en el corazón y la mente
orientados a la unidad de la familia humana».
Tres años más tarde, el 9 de noviembre de 1989 caía el Muro de Berlín y se
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
desmoronaba el imperio soviético. Quizás este fenómeno, unido a ancestrales
causas étnicas y de otra naturaleza, provocaron en los Balcanes escenarios de
una violencia exasperada, ante los que la comunidad internacional parecía incapaz de reaccionar. La antigua Yugoslavia saltó hecha pedazos y, en Bosnia-Herzegovina, los enfrentamientos adquirieron una crueldad inaudita, provocando la
muerte de miles de víctimas inocentes, mientras se incendiaban y saqueaban iglesias cristianas y mezquitas. En el Cáucaso, el escenario era parecido.
El 1 de diciembre de 1992, Juan Pablo II anunció que se celebraría en Asís,
«bajo la protección de san Francisco, un encuentro especial presidido por el Papa,
en el que participaron representantes de todos los episcopados de Europa. Consistió en una vigilia de oración el 9 y en una celebración eucarística la mañana del 10.
En su alocución, dirigía una cordial y calurosa invitación a las otras Iglesias
y comunidades cristianas de Europa para que se hagan representar. Esa misma
invitación se la hizo llegar a los judíos y a los musulmanes, con la esperanza de
que también ellos estuvieran presentes en dicha circunstancia, renovando de alguna manera el memorable encuentro del 27 de octubre de 1986.
Tuvieron que pasar algunos años para que las armas callasen en los Balcanes, pero el panorama internacional se entenebreció de nuevo el 11 de septiembre
de 2001, con los atentados en los Estados Unidos, desencadenando en todo el
planeta una oleada de miedos, violencias, discriminaciones, represalias, mutuas
desconfianzas entre las diversas religiones. En, fin todo lo contrario a lo que se
conocía ya como «espíritu de Asís».
Estos acontecimientos llevaron a Juan Pablo II a que el 18 de noviembre de
2001 invitara a los representantes de las religiones del mundo a venir a Asís el
24 de enero de 2002 a rezar para que se superaran las contraposiciones y para
promocionar la verdadera paz. Dijo estas palabras: «Debemos encontrarnos juntos cristianos y musulmanes para proclamar ante el mundo que la religión no debe
convertirse en motivo de conflicto, de odio y de violencia».
Un mes después, el 24 de febrero, el Papa dirigió una carta a los jefes de
Estado y de Gobierno del mundo en la que les presentaba el «Decálogo de Asís»
y les manifestaba su convencimiento íntimo de que «la humanidad tiene que escoger entre el amor y el odio».
2. ¿CUÁLES HAN SIDO LOS FRUTOS DE LOS VEINTICINCO AÑOS
DEL ESPÍRITU DE ASÍS?
En los últimos veinticinco años, la Iglesia católica ha recorrido el camino nada
fácil pero necesario de la paz, todo ello bajo el espíritu de Asís. Creo que Juan
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Pablo II realizó un gesto profético de gran hondura al reunir por primera vez en
Asís a todos los líderes religiosos del mundo para orar por la paz. En aquel momento, la palabra globalización o mundialización era desconocida, y en Europa,
las religiones no cristianas tenían una presencia menor. Al convocar ese encuentro
en Asís, Juan Pablo II ha marcado un antes y un después en la Iglesia católica.
Pero Asís fue un fruto maduro del Concilio Vaticano II, que un Papa del Concilio,
Juan Pablo II, se encargó de recoger. Y otro Papa del Concilio, Benedicto XVI,
se ha encargado de hacer de nuevo el jueves 27 de octubre de 2011 en la ciudad
de Asís. En el próximo apartado analizaré la originalidad de ese encuentro.
Sin embargo, Asís hubiera podido ser un acontecimiento aislado si alguien no
se hubiera preocupado de darle continuidad año tras año mediante lo que se ha
venido en llamar la «Oración por la Paz». Este alguien ha sido la Comunidad de
Sant’Egidio, quien con el apoyo explicito de ambos Papas, ha tomado la antorcha de la paz y ha ido convocando cada año a múltiples operadores de paz. Los
hombres y mujeres de Sant’Egidio han sembrado las semillas de Asís y han promovido un espíritu de diálogo que han encontrado una respuesta extraordinaria
por parte de los líderes religiosos más clarividentes del mundo. El espíritu de Asís
ha traspasado fronteras, etnias, lenguas, credos y ha llegado más allá de las religiones, implicando a personas no creyentes, también convencidas del tesoro que
es la paz. De esta forma, la Iglesia católica ha tendido puentes entre un sinfín de
personas, muchas de las cuales pertenecientes a otras confesiones y religiones.
El secreto del diálogo ha sido la amistad. Así define Andrea Riccardi, fundador de la Comunidad de Sant’Egidio el espíritu de Asís: «Se trata de un pacto de
respeto y de paz, cuyas raíces se encuentran en la fe. No hay religión universal
para todos ni existe la esencia universal de las religiones. El espíritu de Asís se
una forma de convivencia inspirada religiosamente»4. Estar juntos uno al lado
del otro, buscando lo que une y evitando lo que separa, intentando comprender
las razones de los dos que dialogan, encontrando aquel espacio de densidad espiritual que cualquier hombre de religión identifica cuando se encuentra con otro
hombre de religión.
La convicción común obtenida en estos años es que el nombre de Dios es
paz y que es posible construir una paz basada sobre la justicia y el amor entre
todos. La Oración por la Paz ha desactivado fundamentalismos, que de hecho
son traiciones a las respectivas tradiciones religiosas, y ha demostrado que la paz
pertenece a la identidad de todas ellas. Ha emergido una fuerza de paz que dice
4. Citado por A. PUIG I TÁRRECH, «Los frutos de veinticinco años», en Vida Nueva n. 2.773,
del 22 al 28 de octubre de 2011, p. 13.
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no a la violencia y a la confrontación, y que reúne a muchas personas. El diálogo
como método, la amistad como medio y la paz como fin: he ahí el fruto espléndido que nos ha dejado un Papa carismático como Juan Pablo II y que la Comunidad de Sant’Egidio ha continuado cosechando en estos últimos veinticinco años5.
3. BENEDICTO XVI Y EL ENCUENTRO DE ASÍS DEL 27 DE OCTUBRE
DE 2011
Los encuentros de líderes religiosos en Asís, que como ya hemos recordado
más arriba, arrancaron en 1986, gracias a la visión profética de Juan Pablo II,
han ampliado su horizonte a todo el mundo este 27 de octubre de 2011, al incorporar por primera vez, a un grupo de intelectuales no creyentes, unidos todos
por un común afán a la búsqueda de la verdad y de la paz, y ello gracias a una
decisión personal del actual Papa Benedicto XVI. «Es la desembocadura natural
de un pontífice, que ha hecho del diálogo fe-cultura, creyentes-no creyentes, uno
de los pivotes fundamentales, y que con ello recupera el diálogo con los no creyentes emprendido por el Concilio Vaticano II, que creó, para ello, un secretariado especial»6.
3.1. No debemos ceder a la tentación de convertirnos en lobos entre los
lobos
Antes de analizar el discurso que Benedicto leyó el 27 de octubre al final de la
Jornada de oración por la Paz en la ciudad de Asís, quiero detenerme en la homilía que pronunció en la audiencia general del miércoles 26 de octubre en el aula
Pablo VI. En ella destacó algunos aspectos que nos ayudan el sentido de la paz a
luz de la Sagrada Escritura.
Para Benedicto XVI «quien está en camino hacia Dios no puede menos de
transmitir paz; quien construye paz no puede menos de acercarse a Dios»7.
Para los cristianos la contribución más valiosa que podemos dar a la causa de
la paz es la oración.
Comentando el texto del profeta Zacarías, donde se habla de la llegada de un
rey justo y triunfador (Za 9, 10), el Papa afirma que lo que se anuncia no es
5. Ibidem.
6. M. A. AGEA, «Peregrinar a la paz a través de la verdad», en Ecclesia 3.595, 5 de noviembre
de 2011, pp. 34-36, aquí 34.
7. BENEDICTO XVI, «Homilía en la celebración de la Palabra como preparación para la Jornada
de Asís», en L’Osservatore Romano, domingo 30 de octubre de 2011, p. 2.
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un rey que se presenta con el poder humano, con la fuerza de las armas; no es un
rey que domina con el poder político y militar; es un rey manso, que reina con la
humildad y la mansedumbre ante Dios y ante los hombres, un rey distinto respecto a los grandes soberanos del mundo: «montado en un borrico, en pollino de
asna». Él se manifiesta montando el animal de la gente común, del pobre, en
contraste con los carros de guerra de los ejércitos de los poderosos de la tierra.
Es más, es un rey que hará desaparecer estos carros, romperá los arcos guerreros, proclamará la paz a los pueblos (cf v. 10).
¿Quién es ese rey del que habla el profeta Zacarías? Para ello es necesario
poner nuestra mirada en Belén donde el ángel anuncia a los pastores una gran
alegría que será de todo el pueblo, vinculada a un signo pobre: un niño envuelto
en pañales, acostado en un pesebre (cf. Lc 2, 8-12). El ejército celestial canta:
«Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que él ama» (cf Lc 2,
14). El nacimiento de aquel niño, que es Jesús, trae un anuncio de paz para todo
el mundo. Pero también es necesario poner la mirada en los momentos finales de
la vida de Cristo, cuando entre en Jerusalén acogido por una multitud e fiesta.
Las comunidades cristianas, pero en primer lugar los apóstoles han comprendido el actuar de Jesús en la línea de lo que profetizó el profeta Zacarías. Jesús no
entra en Jerusalén acompañado por un poderoso ejército de carros y caballeros.
Él es un rey pobre, el rey de los que son pobres de Dios. En el texto griego aparece el término praeîs, que significa los mansos, los apacibles; Jesús es el rey de
los anawin, de aquellos que tienen el corazón libre del afán de poder y de riqueza
material, de la voluntad y de la búsqueda de dominio sobre los demás. De este
modo, él es rey de paz, gracias al poder de Dios, que es el poder del bien, el poder
del amor. Un rey que realizará la paz en la cruz, uniendo la tierra y el cielo y construyendo un puente fraterno entre todos los hombres.
¿Dónde vemos hoy la realización de este anuncio? La profecía de Zacarías
reaparece luminosa en la gran red de las comunidades eucarísticas que se extienden en toda la tierra. El Señor viene en la Eucaristía para sacarnos de nuestro
individualismo, de nuestros particularismos que excluyen a los demás, para hacer de nosotros un solo cuerpo, un solo reino de paz en un mundo dividido8.
¿Cómo podemos construir este reino de paz del que Cristo es el rey?
A partir del pasaje en el que Jesús envía a los suyos para hacer discípulos a
todos los pueblos (cf Mt 28, 19-21), Ratzinger afirma que al igual que Jesús, los
mensajeros de paz de su reino deben ir, pero no con el poder de la guerra o con
la fuerza del poder. Los envía «como corderos en medio de lobos (cf Lc 10, 3),
8. Ibid., p. 5.
102 [398]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
sin bolsa, ni alforja, ni sandalias (cf. V. 4). El Papa cita a san Juan Crisóstomo,
que en una de sus homilías, comenta: «Mientras seamos corderos, venceremos e,
incluso si estamos rodeados por numerosos lobos, lograremos vencerlos. Pero si
nos convertimos en lobos, seremos vencidos, porque estaremos privados de la
ayuda del pastor»9. Los cristianos no deben nunca ceder a la tentación de convertirse en lobos entre los lobos. Jesús no vence al mundo con la fuerza de las
armas, sino con la fuerza de la cruz, que es la verdadera garantía de la victoria.
3.2. Somos peregrinos de la verdad y de la paz «con los no creyentes»
Después de veinticinco años del encuentro en Asís del 1986, Benedicto XVI
en su discurso en la basílica de Santa María de los Ángeles, se cuestionaba:
¿A qué punto está hoy la causa de la paz?10. Recuerda que aquel entonces, la gran
amenaza para la paz en el mundo provenía de la división del planeta en dos bloques contrastantes entre sí. El símbolo llamativo de esta división era el muro de
Berlín, que trazaba la frontera entre dos mundos. El 9 de noviembre de 1989,
tres años después de Asís, el muro cayó sin derramamiento de sangre. Aquí se
demostró cómo el deseo de los pueblos de ser libres era más fuerte que los armamentos de la violencia.
Pero, ¿qué ha sucedido después? Desgraciadamente —afirma Ratzinger— no
podemos decir que desde entonces la situación se haya caracterizado por la libertad y la paz. Aunque no haya a la vista amenazas de una gran guerra, el mundo
está desafortunadamente lleno de discordia. La violencia en cuanto tal siempre
está potencialmente presente, y caracteriza la condición de nuestro mundo. La
libertad es un gran bien pero muchos tergiversan la libertad entendiéndola como
libertad también para la violencia. La discordia asume formas nuevas y espantosas, y la lucha por la paz nos debe estimular a todos de modo nuevo.
Benedicto XVI señala en su discurso los nuevos rostros de la violencia y la
discordia. Son dos tipologías diferentes de nuevas formas de violencia: tenemos
ante todo el terrorismo, en el cual, en lugar de una gran guerra, se emplean ataques muy precisos, que deben golpear destructivamente al adversario, sin ningún respeto por las vidas humanas inocentes que de este modo resultan cruelmente heridas o asesinadas. Sabemos que el terrorismo a menudo es motivado
religiosamente y que precisamente el carácter religioso de los ataques sirve como
justificación para una crueldad despiadada, que cree poder relegar las normas del
9. Juan CRISÓSTOMO, Homilía 33; I: PG 57, 389.
10. BENEDICTO XVI, «El verdadero Dios es accesible a todos», en L’Osservatore Romano,
n.º 44, domingo 30 de octubre de 2011, p. 3.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[399] 103
derecho en razón del bien pretendido. Aquí, la religión no está al servicio de la
paz, sino de la justificación de la violencia.
A su vez el Papa recuerda que ha sido a partir de la Ilustración cuando se ha
sostenido que la religión era causa de violencia, y cómo eso ha fomentado la
hostilidad contra las religiones. Que la religión motive la violencia es un hecho
que nos debe preocupar. Pero desde el encuentro en Asís en 1986 quisieron decir
—y nosotros lo repetimos con vigor y firmeza— que esta no es la verdadera naturaleza de la religión. Es más bien su deformación y contribuye a su destrucción.
Contra eso, se objeta: Pero, ¿cómo sabemos cuál es la verdadera naturaleza
de la religión? ¿Acaso existe realmente una naturaleza común de la religión, que
se manifiesta en todas las religiones y que es válida para todas? Las respuestas a
estas cuestiones, es a juicio de Ratzinger una tarea fundamental del diálogo interreligioso y también del encuentro celebrado en Asís en el 2011. Y añade: «como
cristiano reconocemos también que en nombre de la fe hemos recurrido a la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de vergüenza. Pero es absolutamente claro que este ha sido un uso abusivo de la fe cristiana, en claro contraste con
su verdadera naturaleza. El Dios en que nosotros creemos los cristianos es el
Creador y Padre de todos los hombres, por el cual todos entre sí hermanos y
hermanas y forman una sola familia. La cruz de Cristo es para nosotros el signo
del Dios que en el puesto de la violencia pone el sufrir con el otro y el amar con
el otro. Su nombre es «Dios del amor y de la paz» (2 Cor 13, 11). Es tarea de
todos los que tienen alguna responsabilidad de la fe cristiana el purificar constantemente la religión de los cristianos partiendo de su centro interior, para que –no
obstante la debilidad del hombre- sea realmente instrumento de la paz de Dios en
el mundo11.
Una segunda tipología de violencia que señala el Papa es la consecuencia de
la ausencia de Dios, de su negación, que va a la par con la pérdida de humanidad. El no a Dios ha producido una crueldad y una violencia sin medida, que ha
sido posible sólo porque el hombre ya no reconocía norma alguna ni juez alguno
por encima de sí, sino que solamente se tomaba como norma a sí mismo. Los
horrores de los campos de concentración muestran con toda claridad las consecuencias de la ausencia de Dios.
Quizá la tesis más llamativa y lúcida que el Papa destaca en su discurso es la
«decadencia» del hombre, como consecuencia de la cual se produce de manera silenciosa, y por tanto más peligrosa, un cambio del clima espiritual. La adoración de Mamón, del tener y del poder, se revela una anti-religión, en la cual ya
no cuenta el hombre, sino únicamente el beneficio personal.
11. Ibid., p. 4.
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
La ausencia de Dios lleva al decaimiento del hombre y del humanismo. Pero,
¿dónde está Dios? ¿Lo podemos mostrar para fundar una verdadera paz? Aquí
Benedicto XVI señala una tercera vía que me parece una novedad con respecto
a otros encuentros de oración a favor de la paz. Si vemos como negativo que la
religión sea origen de la violencia, como también la ausencia de Dios ha producido también crueldad, ahora es necesario recordar que existe en el mundo en expansión del agnosticismo otra orientación de fondo: personas a las que no les ha
sido dado el don de poder creer y que, sin embargo, buscan la verdad, están en
búsqueda de Dios. Personas como estas no afirman simplemente: «No existe
ningún Dios». Sufren a causa de su ausencia y, buscando lo auténtico y lo bueno
están interiormente en camino hacia él. Son peregrinos de la paz y de la verdad.
Plantean preguntas tanto a una como a la otra parte. Despojan a los ateos combativos de su falsa certeza, con la cual pretenden saber que no hay Dios, y los
invitan a que, en vez de polémicos, se conviertan en personas en búsqueda que
no pierden la esperanza de que la verdad existe y que nosotros podemos y debemos vivir en función de ella. Pero también comprometen a los seguidores de las
religiones para que no consideren a Dios como propiedad que les pertenece a
ellos hasta el punto de sentirse autorizados a la violencia respecto a los
demás. Esta personas buscan la verdad, buscan al verdadero Dios, cuya imagen
en las religiones, por el modo en que muchas veces se practican, queda frecuentemente oculta. Que ellos no logren encontrar a Dios depende también de los
creyentes, con su imagen reducida y deformada de Dios. Así, su lucha interior y
su interrogarse es también una llamada a todos los creyentes a purificar su propia fe, para que Dios —el verdadero Dios— se haga accesible12. Este es motivo
del porqué Benedicto XVI ha invitado a representantes de este tercer grupo al
encuentro de Asís, que no sólo reunió a representantes de instituciones religiosas. Se trata más bien de estar juntos en camino a la verdad, del compromiso
decidido por la dignidad del hombre y de hacerse cargo en común de la causa de
la paz, contra todo tipo de violencia destructora del derecho.
4. BALANCE CRÍTICO Y PERSPECTIVAS DE FUTURO
Si analizamos los discursos y encuentros de la Iglesia postconciliar en el
diálogo con las otras religiones y recientemente también con los no creyentes, se
intuye un respeto y reconocimiento de que también ellos (y no sólo los cristianos) buscan la verdad y al verdadero Dios. Pero también del convencimiento
12. Ibid., p. 4.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[401] 105
que tenemos por crear juntos la cultura de la paz y la lucha contra todo tipo de
violencia.
Sin embargo, en el diálogo a nivel doctrinal nos cuesta superar los paradigmas exclusivita e inclusivista. Y esto hace que juguemos ante los demás con una
doble moral. Cabe precisar que actualmente, salvo en algunos grupos sectarios,
no se sostiene el viejo exclusivismo teológico. Pero estamos todavía en un benevolente inclusivismo. Todavía existe la mentalidad que solamente en el cristianismo está la verdad (cfr Eclessiam suam 111; Evangelii Nuntiandi 53; Dominus
Iesus 7). Pero, ¿no sucede que esta misma comprensión y sentimiento lo tiene el
judío, el islámico, el hinduista y el budista? ¿Existe algún criterio o criterios para
establecer la verdad objetiva de la revelación y manifestación salvadora de Dios?
El pontificado de Juan Pablo II se ha caracterizado por un interés prioritario
en el diálogo interreligioso. Dicho diálogo se ha convertido desde el Concilio Vaticano II en uno de los signos de los tiempos o quizás el más importante que
tiene hoy la Iglesia13. Pero si recorremos de una forma cronológica todos los
escritos (incluidos sus encuentros y viajes de Juan Pablo II, desde la Redemptor
hominis (1979) hasta la Novo Millenio Ineunte (2001) podemos constatar que él
se mueve a caballo entre el método inductivo y deductivo. El inductivo que parte
de abajo, es decir a partir de la experiencia con el encuentro con otras religiones
y el conocimiento teórico de ellas. El método deductivo que parte del dato revelado de la fe, y la identidad y principios cristianos para enjuiciar así las demás
creencias. Evidentemente no se puede absolutizar ninguno de los dos. El primero
corre el peligro de no llegar a la verdad de la revelación, y el segundo podría estar
bien lejos de la realidad concreta de las religiones. Por eso hay quienes proponen
tener en cuenta los dos métodos conjuntivos.
Como perspectivas de futuro y desafíos que tenemos hoy quiero destacar
algunos que son teóricos y otros que son prácticos.
4.1. Desafíos teóricos
Comparto la idea de L. Gilkey cuando afirma que la problemática desatada
por el diálogo interreligioso afecta a todas las doctrinas teológicas. No sólo quedan profundamente tocados los conceptos de revelación y la cristología, sino que,
como fácilmente se advierte, la concepción de Dios, su carácter de creador,
donador de normas morales, salvador etc..., han de ser repensados. Especial13. Envío al excelente análisis de Bernard UGEUX, «Reflexions sur le dialogue interreligieux 40
ans après Nostra aetate», en Boletin de Littérature Ecclesistique 1 (2006), pp. 51-74.
106 [402]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
mente estas categorías, deudoras de la tradición semita y griega, al confrontarse
con el mundo cultural y el sistema religioso hindú, budista, confucionista, etc..,
deberán sufrir algún tipo de reformulaciones14.
Es decir, se avecina un momento, si se quiere entrar a fondo en el diálogo, en
que el trabajo teológico será arduo e importante. Equivale a repensar y expresar
los conceptos fundamentales del cristianismo para hacerlos aptos para dicho diálogo y comprensión recíproca.
La petición o desafío, de una forma global, está lanzada. De una forma más
concreta, y centrándonos en lo que ya comienza a ser debate abierto, no hay duda
que la cristología tiene que ser expresada de forma que, guardando la sustancia
de lo que confesamos, pueda entrar en diálogo con las demás religiones. ¿Será
una cristología más pneumatológica? ¿Irá por las vías de una desabsolutización
de la cristología? ¿Cómo se formulará tal desabsolutización? O, ¿nos contentaremos con una inclusive Geistchristologie?
Tiene razón J. Werbick15 cuando lanza un desafío a las propuestas pluralistas: ¿cómo se puede conjugar el rechazo del absolutismo y el exclusivismo con la
no caída en el relativismo? ¿dónde está esa tercera vía todavía no conocida, aunque insinuada profusamente? ¿cómo se puede hacer compatible la voluntad salvífica de Dios, por una parte, con la mediación necesaria de Jesucristo en todo el
misterio de la salvación, por otra? ¿cómo está Cristo presente y actuante en las
demás religiones? ¿no habría que transitar por una concepción cósmica de Cristo, donde el misterio de Cristo converge con el misterio de Dios y lo que ha realizado en la creación y la humanidad?16.
4.2. Desafíos prácticos
Actualmente existe una preocupación por el problema del relativismo. Es un
tema por el que Benedicto XVI insiste mucho en sus escritos. Incluso habla de
de que vivimos en una dictadura del relativismo17. Nadie tiene la verdad, todo son
14. L. GILKEY, «Plurality and its Theological Implications», en J. Hick y P. Knitter (Eds), The
Myth of Christian Uniqueness, Orbis, Maryknoll, Nueva York, 1987, pp. 37-50, p. 41.
15. J. WERBICK, «Heil durch Jesus Christus Allein? Die Pluralistiche Theologie und ihr Plädoyer für einen Pluralismus der Heissweg», en J. HICK y P. KNITTER (eds), The Myth of Christian Uniqueness, o.c., p. 51.
16. Cfr. R. PANIKKAR, La experiencia de Dios, PPC, Madrid 1994, p. 61.
17. BENEDICTO XVI, Luz del mundo. El papa, la Iglesia y los signos de los tiempos. Una conversación con Peter Seewald, Ed. Herder, Barcelona 2010, especialmente capítulo V del libro. «Es
cierto que se ha abusado mucho del concepto de verdad. Pues en nombre de la verdad se ha llegado
a la intolerancia y la crueldad. Nunca la poseemos, ya que en el mejor de los casos, ella nos posee a
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
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meras opiniones. ¿Es esto lo que viven las demás religiones y el cristianismo por
el contrario tiene la verdad absoluta?
A juicio de J. Ratzinger el hombre contemporáneo se ve reflejado en la parábola popular budista del elefante y los ciegos:
«Un rey en las montañas del norte de la India había reunido un día, en un
lugar, a todos los habitantes ciegos de una ciudad. Después hizo pasar
ante los asistentes un elefante. Unos tocaron la oreja o el colmillo, la trompa, la pata, el costado, la parte posterior, los pelos de la cola. Poco después, el rey preguntó a cada uno: ¿Cómo era el elefante? Y según la parte
que hubiera tocado, respondía: Es como un cesto trenzado, es como un
carro..es como un contenedor...es como una columna: Entonces se pusieron a discutir a gritos: el elefante es así, o es así, de esta forma, se lanzaron
uno sobre otro y se dieron puñetazos, mientras el rey los contemplaba divertido» 18.
Quiero entresacar algunas lecciones prácticas de esta parábola:
a) Ante todo más que obsesionarse que el cristianismo pueda perder su propia identidad, creo que humildemente estamos llamados en estos momentos de la historia y en el futuro a compartir nuestra experiencia con las
demás religiones. En vez de ser causa de enfrentamientos y discordias,
debemos apuntar por una cultura no sólo del diálogo sino del encuentro
con el otro que pertenece a otra religión19.Y en este encuentro hay que
apostar por compromisos a favor de la paz, del problema ecológico y los
derechos humanos, por la igualdad de las mujeres en la sociedad y en las
religiones.
b) En el mensaje de la Jornada Mundial por la Paz, del 1 de enero de 2006,
Benedicto XVI destacaba que el verdadero camino para la paz es el camino de la verdad. «En la verdad, paz. Donde y cuando el hombre se
deja iluminar por el resplandor de la verdad, emprende de modo casi
natural el camino de la paz».
Pero, ¿qué es la verdad? Así respondía Pilatos, frente a la afirmación de Jesús de que había venido al mundo para dar testimonio de la verdad (cfr Jn 18,
nosotros. Nadie discutirá que es preciso ser cuidadoso y cauteloso al reivindicar la verdad. Pero
descartarla sin más como inaccesible ejerce directamente una acción destructiva», Ibid., p. 63.
18. Citado por J. MELLONI, «Los ciegos y el elefante. El diálogo interreligioso», en Cuadernos
Cristianisme i Justicia, n.º 97, abril 2000.
19. Este planteamiento ha sido la tesis central de mi libro, El futuro del diálogo interreligioso.
Del diálogo al encuentro entre las religiones, Ed. Acción Cultura Cristiana, Salamanca 2005.
108 [404]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
37-38). Jesús calla, como tampoco necesitaba dar una respuesta teórica, sino
que la había dado con su coherencia de vida. La verdad Pilatos, es esta: «Ponerse
del lado de los pobres y las víctimas». Este fue el proyecto de Jesús. Porque a
Dios sobre todo se le practica y no sólo se teoriza sobre él20.
¿Es esta la verdad que estamos dispuestos a practicar todas las religiones en
este milenio? O ¿queremos por el contrario seguir viviendo a partir de una verdad
excluyente e incluyente?
También en el cristianismo, para gloria suya a la vez que para la nuestra, existirá siempre una separación entre Dios y nosotros. En esto consiste la trascendencia más misteriosa. Cristo mismo nos lo ha advertido: «El Padre es más grande que yo» (Jn 14, 28). Así pues, incluso en la religión de la Encarnación de Dios,
Jesús en el Evangelio no cesa de recordarnos que hay que volverse hacia el Padre más que hacia él. Puede haber en nuestra teología, y es Yves Congar quien
nos lo recuerda, un cristocentrismo que no es cristiano. Podría ser este también, uno de los sentidos del secreto mesiánico. Toda forma de cristianismo que
absolutiza lo cristiano (comprendido incluso el mismo Cristo) y su revelación
podría incurrir en idolatría21.
Juan Pablo GARCÍA MAESTRO, OSST
Instituto Superior de Pastoral (UPSA-Madrid)
20. El teólogo español Olegario González de Cardedal en su obra sobre la vida y pensamiento
de Juan Pablo II y de J. Ratzinger hace esta observación: «¿Por qué santos y para qué héroes? El
hombre necesita que la verdad y la perfección sean vividas y no sólo enunciadas?: Ratzinger y Juan
Pablo II, Ed. Sígueme, Salamanca 2005, p. 145.
21. Citado por A. GESCHÉ, La paradoja del cristianismo. Dios entre paréntesis, Sígueme, Salamanca 2011, p. 132.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
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MISCELÁNEA
CRÓNICA DEL ENCUENTRO ECUMÉNICO
DEL ESPINAR EN «LOS MOLINOS»
Los pasados días 5 al 9 de julio, ha tenido lugar el XXI Encuentro de Ecumenismo del «Espinar», que ha tenido como lema en esta ocasión: «Ecumenismo y Vida cristiana». Esta vez nos hemos encontrado en la casa de oración «La
Cerca» de los Molinos (Madrid). Junto a la sierra madrileña; hemos vivido unos
días intensos, interesantes y enriquecedores.
Representantes y miembros de diferente iglesias y confesiones cristianas,
entre los asistente; Iglesia católica romana (ICR), Iglesia Española Reformada
Episcopal (IERE, de la Comunión Anglicana), Iglesia Evangélica española (IEE),
Iglesia Luterana de Finlandia e Iglesia Ortodoxa Rumana. Con cerca de un centenar de participantes venidos de todos los rincones de nuestra geografía y también de Escandinavia.
Todo ha sido realizado en torno a la oración, apertura, diálogo y convivencia. Cada día comenzamos y acabamos con una oración, preparada por alguna
iglesia presente o por zonas de la geografía española. Siempre con mucha profundidad y dedicación. La oración nos hacía entrar en un ambiente de sintonía y
unidad entre todos los presentes, y también con nuestras iglesias. Quisiera destacar la oración de apertura, dedicada especialmente a la reflexión del Bautismo,
signo de unidad en que profesamos un solo Señor, una sola fe, una sola Iglesia,
un Dios y Padre. Tomar conciencia de éste sello cristiano, nos hizo adentrarnos
en lo que serían estos días en «Los Molinos».
PONENCIAS
Tanto el miércoles 6, como el jueves 7 y viernes 8, por las mañanas tuvimos
las ponencias que nos ayudaron a la reflexión de este encuentro. «Ecumenismo
y Vida Cristiana» era el telón de fondo. En ese marco reflexivo hemos tenido
ponentes de gran nivel, que nos han transmitido contenidos necesarios para la
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[407] 111
formación ecuménica. Esta formación es la que nos conducirá a la realidad de
base como buenos pastores ecuménicos.
El miércoles 6. Partíamos con la primera ponencia del profesor de Burgos,
Eloy Bueno, con el título: El Bautismo. Implicaciones eclesiales y ecuménicas.
Hemos de decir que el profesor con la claridad e ímpetu que le caracteriza, nos
ha presentado su reflexión destacando: 1. El Bautismo presupuesto y tema del
esfuerzo ecuménico. 2. El Bautismo, acontecimiento sacramental. 3. Las divergencias que va generando la historia. 4. El camino (difícil) de la convergencia.
5. Repercusiones para la hospitalidad eucarística 6. Desarrollando la convergencia. Todo esto introducido de una forma clarificadora: ¿de qué hablamos cuando
decimos Bautismo? Esta ponencia nos ha iluminado y nos ha ayudado a situarnos: cuando hablamos del Bautismo como punto de arranque y unidad, nos damos cuenta que hay cuestiones que nos hace estancarnos en el camino de esa
anhelada unidad cristiana.
La segunda parte de esa mañana hemos tenido la ponencia del profesor de
Granada Pepe Hernández, con el título: Entre la identidad cristiana y la pertenencia confesional: la vocación ecuménica. También con claridad el profesor nos
ha llevado a identificarnos con nuestra identidad como persona, situarnos en el
contexto histórico y real, sentirnos muy cerca del otro. «Mi pertenencia incluye
al otro», para avanzar en nuestra identidad confesional, en una confesión común, una vida sacramental común, una misión común. La confesionalidad es
necesaria porque con ella me identifico; el peligro está en el confesionalismo.
El jueves 7. Iniciábamos la mañana con el profesor de Madrid Pedro Langa
con la ponencia: El diálogo ecuménico y el inter-religioso: objetivos específicos.
Nos ha llevado a esclarecer y considerar en nuestro camino ecuménico, que el
diálogo es fundamental, pero que el diálogo ecuménico es diferente al diálogo
inter-religioso; no podemos mezclar, son puntos de arranque diferentes aunque
nos lleven a la unidad y respeto como creyentes. Si entre los cristianos partimos
de y la meta es Cristo, en el inter-religioso el punto es la Salvación.
La segunda parte fue animada por la ponencia del Pastor evangélico y profesor Gerson Amat, con el título: La educación-formación para el diálogo ecuménico (pedagogía-metodología). Sin duda una rica e interesante ponencia; que nos
ha llevado al camino del diálogo, que muchas veces, consideramos un paso sencillo. Tiene su metodología: el diálogo se construye desde la realidad, que la
hacemos entre todos. El diálogo no solo es escuchar y pensar, que ya es bastante, sino que también implica las emociones, es decir, entrar en nuestras sensibilidades, en nuestras emociones, conocernos a nosotros y desde ahí conocer al
otro. Abrirnos al otro, que ese otro nos descubra, nos conozca. En este sentido
el diálogo nos conduce al sentido de la responsabilidad, a la emoción del amor,
112 [408]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
que el otro sea otro. Nos conduce a una actitud ética. Se trata pues, de una fusión de horizontes y no de renuncias al propio horizonte: se trata de renovar mi
horizonte. Dejarnos cambiar por la acción del Espíritu.
El viernes 8. Abrimos la mañana con el profesor Héctor Vall sj con la ponencia: Crisis de Fe y ecumenismo. Con su también claridad nos ha conducido también a reflexionar sobre la crisis social y eclesial. Iniciada desde un proceso de
secularización vivido en la sociedad que nos ha llevado a un abandono del concepto de verdad trascendente; cambio de valores, revalorización intramundana,
liberta individual, muchas veces sin leyes que rijan o conduzcan. En la iglesia
también existe esta realidad: respecto al doctrina, poca claridad teológica, sobre
todo en lo tocante presencia del Reino de Dios, un reino de justicia, amor y paz.
Existe también un déficit en el conocimiento bíblico y litúrgico, un déficit en la
cultura religiosa popular. Como consecuencia de esto, hay un gran desconcierto
en el pueblo de Dios. El profesor nos planteaba desafíos: renovar el lenguaje,
una conversión personal y confesional, es decir, ir a lo fundamental, a la valoración y crítica desde el diálogo de la caridad, robustecer relaciones y grupos,
como el del Espinar; y en algo que insistía, en la formación ecuménica.
La segunda parte fue presentada por el pastor evangélico Alfredo Abad con
la ponencia: «Imperativos ecuménicos en la Carta Ecuménica Europea». En su
reflexión nos presentaba los compromisos adquiridos en este documento, firmado hace diez años por la Conferencia de Iglesias Europeas (protestantes y
ortodoxas) y las Conferencias Episcopales Europeas de la ICR. Partiendo de que
hemos hecho bastante por el camino de la unidad, no podemos quedarnos ahí
donde estamos. Es necesario y deber, avanzar. La comunión, la cohesión, que
consiste en anunciar juntos el evangelio, la reconciliación, fomentar el diálogo,
la justicia, son los compromisos que nos encaminarán a ser presencia viva de
Cristo. Así nos ponemos desafíos como construir una Europa en diálogo con la
sociedad civil, haciendo respetar los derechos de las personas, la forma normalizada de la inmigración, fomentado leyes migratorias que tengan presente a la
persona y sus derechos; en la ecología etc. Las iglesias cristianas tenemos y
debemos que involucrarnos en todos estos procesos reales. Ser nuevos profetas en diálogo y comunión.
LAS TARDES DEL «ESPINAR»
La primera tarde, es decir, el miércoles tuvimos tres comunicaciones con el
tema: «Testigos de la Iglesias en el movimiento ecuménico». Estuvieron coordinadas por María José Delgado:
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[409] 113
• Instituciones: El consejo Mundial de la Iglesias (Amsterdam 1948). Animado por Manuela Fuentes (IEE), que nos ha presentado la realidad de
este consejo y sus trabajos, destacando la participación de un número
importante de iglesias miembros.
• Testigos mundiales: P. Ives M.ª J. Congar (1904-1995) por Andrés Valencia (ICR), director del Centro de Documentación Ecuménica P. Congar de
Valencia, presentándonos la vida y acción ecuménica de éste pionero del
ecumenismo en la Iglesia Católica Romana. Vida llena de experiencias negativas y positivas con la jerarquía, desde su marginación de profesor a
consultor y hombre importante en el Concilio Vaticano II.
• Testigos españoles: Carlos Morales, Pastor de la IEE. Presentado por su
viuda Pilar Agraz. Hombre de gran espíritu ecuménico y un trabajador por
la unidad y la justicia. También con momentos difíciles y recompensados
en su vida. Su labor inagotable como ecumenista hace de su recuerdo un
desafío para el presente y el futuro.
Un segundo momento fue animado por Benito González Raposo, experto
ecumenista y Delegado de Ecumenismo de la diócesis de Santiago, con un cuestionario que nos hacia reflexionar sobre la realidad de las bases y desafíos que
ello nos presenta. Esta actividad muy positiva, se ha realizado por zonas.
La segunda tarde, hemos escuchado con gran atención las experiencias y
tareas ecuménicas en nuestras bases. Coordinado de una forma amena por Felipe Carmona (pastor de la IEE). Así pasaron representaciones de todos los puntos del territorio nacional incluyendo Finlandia por el Pastor Luterano Martti, que
nos presentaba la realidad en su país con un 80 % de Luteranos y el 20 % restante entre iglesias libres, católicos-romanos y el Ejército de Salvación. Este momento ha sido de mutuo enriquecimiento y muy valorado.
La última tarde, viernes 8; hemos trabajado por zonas nuevamente con sugerencias para un proyecto o tarea común de trabajo en la bases. Benito ha querido insistir en ello, y toda la asamblea ha estado de acuerdo. Las bases son y
serán el cambio y el avance en un ecumenismo real. Se ha de destacar la creación de grupos por zonas.
Como análisis y conclusión de estos trabajos en grupo presentados en asamblea se considera:
1. La Formación Ecuménica, necesaria y urgente
2. Cohesión durante el año entre las bases
3. Formular un proyecto en conjunto y revisable en el próximo encuentro
114 [410]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
También se nos ha informado de la realidad de la formación en las Facultades de Teologías, Seminarios e Institutos de formación teológica y religiosa.
Informe un tanto desolador, por la falta de ésta imperativa formación ecuménica, mandada por las autoridades eclesiales católico-romanas, entre ellas la más
destacable de Benedicto XVI, y que se recoge en el Directorio de Ecumenismo
dado por el Pontificio Consejo para la promoción de la unidad de los cristianos,
n.os 88, 89 y 90.
No puedo dejarme en el tintero las noches del encuentro animadas por nuestro querido P. Domiciano, que con sus obras de humor y una pizca de sarcasmo
nos ha hecho disfrutar. Para él, hemos tenido un reconocimiento particular por
sus años al servicio de la iglesia y del ecumenismo, haciéndole entrega de una
Placa recordatoria de los encuentros. Por último, hay que agradecer a todos
quienes que con amor, dedicación y entrega han hecho posible este encuentro.
Volveremos a la casa de «Los Molinos» el próximo año. Esperamos venir
con los deberes hechos, pero también cada vez más convencidos del mandato
de Jesús de Nazaret: «que todos sean uno y vivan unidos como tu y yo somos
uno… para que el mundo crea».
Andrés VALENCIA PÉREZ
Centro P. Congar, Valencia
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XLI CONGRESO ECUMÉNICO INTERNACIONAL
DE LA IEF
Brighton, 22-29 de agosto de 2011
«Llamados a ser amigos»
Del 22 al 29 de agosto, ha tenido lugar en Brighton (Inglaterra) el XLI Congreso Ecuménico Internacional de la IEF (Internacional Ecumenical Fellowship), en el que 200 personas venidas de las diferentes regiones de la IEF: Alemania, Bélgica, Eslovaquia, España, Francia, Gran Bretaña, Hungría, Polonia,
República Checa y Rumania, y de otros países: EEUU, Irlanda, Portugal, Holanda y Uganda, se reunieron en la universidad de Sussex, convocados por el lema:
«Llamados a ser Amigos» (Jn 15, 9-17).
El tema de la Amistad Ecuménica está en la raíz misma del ser de la IEF y,
hasta este momento, no se había propuesto como tema de reflexión para un
congreso internacional.
La profundización en el tema del Congreso se hizo esta vez a través de una
conferencia de la Doctora Mary Tanner: «Llamados a ser amigos: La IEF en
el contexto del único Movimiento Ecuménico»; de tres estudios bíblicos, ofrecidos por tres miembros de la Comisión Teológica de la IEF, y de una gran diversidad de talleres impartidos por personas de diferentes tradiciones cristianas
y no cristianas, y de diversas realidades culturales y lingüísticas. También la
celebración de los distintos cultos: anglicano, metodista, ortodoxo y católico
romano, enriqueció la experiencia de Amistad Ecuménica.
En la tarde del 22 de agosto, la Presidenta Internacional de la IEF, Kate
Davson, y el Presidente de la Región Británica, Rvdo. David C. Hardiman, acogían a los congresistas con unas palabras de bienvenida.
«Nos produce siempre una gran alegría el encuentro de los miembros de
la IEF en un Congreso Internaciona.Venimos de diferentes países y de diversas tradiciones eclesiales, para, juntos, orar, adorar, estudiar e intercambiar ideas, y compartir la mesa. Es una gran oportunidad para poder
relacionarnos» (Kate Davson).
David Hardiman, después de agradecer todas las colaboraciones que habían hecho posible el Congreso, destacó la importancia del tema elegido. «La
palabra ‘Fellowship’ forma parte del nombre de la IEF. Como se vio en el último Congreso, celebrado en Lyon, uno de los dones que la IEF nos regala es,
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precisamente, el don de la Amistad, tema que hasta ahora no había sido objeto
de reflexión en ningún Congreso Internacional», Hardiman expresó el deseo de
que, durante los días del Congreso, los congresistas pudieran compartir y profundizar en la larga y rica experiencia de hermandad que la IEF ha ido cuidando
y ofreciendo a lo largo de estos más de cuarenta años.
CONFERENCIA DE MARY TANNER
La Doctora Mary Tanner, elegida, en la Asamblea del CMI de Porto Alegre,
como una de las ocho Presidentas de dicho Consejo, fue Secretaria General del
Consejo para la Unidad de los Cristianos de la Iglesia de Inglaterra. También fue
Moderadora del V Congreso Mundial de Fe y Constitución, del Consejo Mundial de las Iglesias, celebrado en Santiago de Compostela, en 1993. El Arzobispo
de Canterbury, Dr. Rowan Williams, la definió como «el don más grande para el
ecumenismo en el siglo XX, por haber proporcionado una inmensa contribución
al saber, al ecumenismo y a un estado general de bienestar en nuestra Iglesia».
La Dra. Tanner habló sobre los compromisos y retos que el futuro depara al
Movimiento Ecuménico; del papel del Consejo Mundial de las Iglesias en este
movimiento, y del rol de la Amistad Ecuménica como algo esencial en el camino
del Movimiento Ecuménico hacia la unidad plena.
Recogemos a continuación algunas de las ideas principales de su conferencia.
Comenzó recordando que el conocimiento que ella tenía de la IEF databa del
tiempo en el que fue nombrada Secretaria del Consejo para la Unidad de los
Cristianos de la Iglesia de Inglaterra, e hizo memoria de algunos datos importantes del camino recorrido por la IEF.
«Me fascinó descubrir que vuestras raíces está en la Liga Internacional
de Fe Apostólica y Orden» (ILAFO en Inglés), en el tiempo de la tercera
Conferencia Mundial de Fe y Orden, celebrada en Lund a principios de
los años cincuenta, y que la IEF nació en los años siguientes al Concilio
Vaticano II, cuando la Iglesia Católica Romana entró decididamente en
el Movimiento Ecuménico.
Al leer vuestra historia y conocer vuestra pasión por la unidad, continuó, veo que coincide mucho con mi propia historia. Pero una de las cosas
que más me impresiona es constatar que el tema de la Koinonía y de la
comunión fraterna, fue también el tema de la Conferencia Mundial de Fe
y Orden, celebrada en Santiago de Compostela: «Hacia una Koinonía
en fe, vida y testimonio».
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La conferencia tuvo cuatro partes:
En la primera parte habló de: El don de la Koinonía y de la Amistad: una
intuición de la IEF.
En esta parte, destacó cómo la experiencia de Koinonía y de Amistad vivida
en la IEF a lo largo de estos cuarenta años, ha puesto de manifiesto lo que se ha
descubierto también a través de los diálogos teológicos y ecuménicos: que la
unión visible de la Iglesia tiene que ver con la Koinonía. Esto deja traslucir la
calidad de nuestra experiencia contemplativa, y de nuestras relaciones humanas
de Amistad. Por ello, dijo:
«Poner todo nuestro interés en la fraternidad, la comunión y la experiencia fraterna conjunta nos aparta del pecado de nuestras divisiones eclesiales, y nos dirige a dar y recibir vida, fruto del amor mutuo, como en el
seno de la Trinidad. Esta es la vida que vislumbramos en los discursos de
despedida del Evangelio de Juan, y, con más claridad, en la oración de
Jesús en Jn 17.»
Haciendo referencia a la relación trinitaria, decía:
«Descubrimos que la unidad que anhelamos no es otra cosa que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del
Espíritu Santo. Es la vida para todos, cualquiera que sea la tradición a
la que pertenecemos, y en la que estamos comprometidos por nuestro
bautismo, pues morimos con Cristo al entrar en las aguas bautismales, y
fuimos incorporados a una vida nueva en Él, con y de los unos para con
los otros. Esta es la vida de amor de Dios que estamos llamados a hacer
visible, audible y creíble en la Iglesia y en el mundo».
Nos dijo que percibía esta vida en la IEF, pero que, por muy bonita que fuera
la experiencia, no podíamos contentarnos con estar satisfechos de ella, y, por
eso, nos hacía una llamada:
«No debemos apartarnos de la meta de la unidad visible, de una fe expresada en la unidad de una vida sacramental, servida por un solo ministerio, y una estructura de gracia que nos permita vivir, celebrar y dar testimonio juntos. Esta ha de ser nuestra oración y nuestra guía de ruta».
Haciendo alusión a los Estudios Bíblicos con los que íbamos a trabajar en
esos días, dijo:
«Conocéis por experiencia propia que la relación personal es anterior a
lo estructural y a lo organizativo. Sabéis lo que significa que Jesús nos
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llama a ser Amigos y nos manda también ser Amigos los unos de los otros.
El poder dar testimonio de esto es una contribución importante al Movimiento Ecuménico, que cada vez se hace más complejo».
Junto a esta bonita experiencia, Mary Tanner nos recordó que, en el camino
de Amistad recorrido en la IEF, hemos encontrado también momentos de dolor,
al no poder compartir la misma Mesa Eucarística. Tener en cuenta esta experiencia dolorosa tiene que llevarnos, dijo, a trabajar hasta poder hacer realidad la
voluntad de Dios, que es la de poder celebrar la plena intercomunión.
En la segunda parte de la conferencia, Tanner situó la IEF en el complejo
ámbito del Movimiento Ecuménico.
¿Dónde se sitúa hoy el testimonio de la IEF en el complejo Movimiento Ecuménico actual?
En este apartado, hizo referencia a los logros alcanzados por el Movimiento
Ecuménico.
«Hemos aprendido, dijo, a actuar juntos localmente, regionalmente y globalmente», destacando que las relaciones ecuménicas, hoy, se llevan a cabo a
través de diferentes ámbitos de relación, como los matrimonios mixtos, asociaciones ecuménicas, grupos interconfesionales, tanto en el ámbito local como
regional o internacional. También a nivel mundial, como las que establece el
Consejo Mundial de las Iglesias, en el cual se pueden encontrar las Iglesias del
Este y del Oeste. El CMI se está transformado cada vez más en un ámbito de
relaciones fraternas entre las Iglesias, aunque estas relaciones no están exentas
de conflictos y dificultades, al entrar en juego, muchas veces, los prejuicios entre
el Norte y el Sur, fruto de los antiguos colonialismos De las 349 Iglesias que son
miembros del CMI en la actualidad, un gran porcentaje procede del Sur. La Iglesia Católica Romana, aunque no es miembro, mantiene con el CMI una buena
colaboración.
La ponente hizo también alusión a los logros alcanzados a través de las conversaciones bilaterales y multilaterales con los representantes de las diferentes
Iglesias, que han favorecido importantes convergencias y acuerdos, algunos de
ellos, impensables en otro tiempo. Recordó el último libro del cardenal Kasper
«Cosechando los frutos», que hace una síntesis de los frutos recogidos en el
camino de diálogo recorrido por las Iglesias, y del camino que aún queda por
recorrer entre la Iglesia Católica Romana, la Iglesia Metodista, los Reformados,
Luteranos y Anglicanos.
Algunos de los acuerdos alcanzados, señaló, se han convertido en la base
para establecer nuevas relaciones y una comunión más profunda, compartiendo
servicio y misión.
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Ante este nuevo horizonte, Tanner situó a la IEF en contexto actual, contexto diferente al que encontró en su origen. Ante la nueva complejidad del panorama ecuménico, llamó a la IEF a permanecer en la Amistad y en el compromiso
ecuménico aunque a veces tenga que atravesar momentos difíciles. Los pasos
que cada Iglesia da dentro de su tradición, dijo, afectan a todo el resto y, en
definitiva, afectan también a todo el Movimiento Ecuménico.
De aquí que surjan nuevas iniciativas, ya que, a pesar de las dificultades, el
Movimiento Ecuménico sigue su marcha. Así ha nacido el Foro Cristiano
Mundial, que reúne en Pentecostés a Iglesias independientes y grupos evangélicos junto a las Iglesias tradicionales y a la Iglesia Católica Romana. Muchos de
estas nuevas Iglesias cristianas no sienten la necesidad de tener la Unidad Visible
de la Iglesia como un objetivo para establecer relaciones entre los cristianos,
como lo tienen el CMI y el Consejo de la Iglesia Católica Romana para la Unidad
de las Iglesias; para estos otros grupos, la cooperación en la Misión es un ámbito suficiente para crear relaciones de cordialidad y amistad, y no pretenden más.
A través del Foro Cristiano Mundial, dijo, muchos cristianos están saliendo
de su aislamiento, conociendo a otros cristianos y descubriendo juntos la fe
común que tienen en el Evangelio de Jesucristo. También buscan, juntos, caminos para servir a la Misión recibida, favoreciendo así nuevas relaciones de amistad, y, sobre todo, la conciencia de que es mejor estar juntos que separados.
Otra nueva iniciativa del Movimiento Ecuménico de estos últimos años es la
del «Ecumenismo Receptivo» que pone su énfasis en el ofrecimiento y recepción mutua de dones entre las diversas confesiones. En ese intercambio, nos
ayudamos a enriquecernos y a transformarnos mutuamente.
Junto a estos avances del Movimiento Ecuménico, señaló también algunas
dificultades como la «autosatisfacción» de algunos grupos, que les hace permanecer en la separación; la falta de confrontación con los acuerdos y logros alcanzados a través de los documentos emanados de las diferentes Iglesias como
fruto del diálogo ecuménico; el no saber definir con claridad el espacio entre la
moderación y la acción profética ante muchas de las cuestiones que plantean la
ética, la ecología, la justicia, la paz., las relaciones interreligiosas, etc.
Ante todo este panorama de dificultades, Mary Tanner dijo con firmeza y
claridad:
«Lo que más falta nos hace en nuestras Iglesias hoy es un compromiso
apasionado por la Unidad; no basta sólo mantener buenas relaciones de
Amistad, sino que es necesario hacer posible la visibilidad de la unidad
de la Iglesia».
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Quizás, continuó diciendo, lo primero que tenemos que clarificar es el concepto que tenemos de Unidad. A veces tenemos un concepto muy pobre de lo
que entendemos por Unidad y por Comunión Visible, a la que Dios nos llama
para vivir juntos, por Él y por el mundo, al que debemos servir. Hace falta, nos
decía, una visión motivadora capaz de aglutinar en una agenda y en una única
guía de ruta, en favor de la Unidad de la Iglesia, los aspectos sociales y políticos
que se desprenden de la fe en Jesucristo, recibida de Él para servir a la unidad
del mundo y de toda la humanidad.
Esta visión motivadora, recordó, supieron tenerla los delegados del la Conferencia de Edimburgo 1910, en 1948, crearon el Consejo Mundial de las Iglesias, que recibió el mandato de llamar a las Iglesias a la meta de la Unidad Visible, en una fe y fraternidad eucarística eucarísticas, expresadas en la adoración
y en la fe común en Cristo. Sin una nueva visión motivadora para el hoy, el
Movimiento Ecuménico se estancará.
La tercera parte de la conferencia giró entorno al tema de ¿Qué tipo de unidad
es la que Dios nos llama a vivir en y para el mundo?
Mary Tanner no duda en afirmar que, si supiéramos reivindicar una visión
de la Unidad Cristiana, visible, audible y creíble para el mundo de hoy, el
Movimiento Ecuménico tendría la fuerza y el arranque que necesita para generar mayor actividad en sí mismo; para reformarse y renovarse, y para que, juntos, podamos dar pasos más creativos y eficaces. El CMI acaba de lanzar un
reto a todas las Iglesias a través de la frase: «llamados a ser una Iglesia», animando a las Iglesias a que se planteen qué es lo que piensan de la Unidad, de la
Koinonía visible a la que Dios nos llama, capaz de regalarnos un nuevo impulso
en el camino hacia la Unidad.
Tanner concluyó su exposición retando a la IEF a adentrarse en este camino
en el inicio del siglo XXI.
«Si la Unidad en la que estáis comprometidos en la IEF es la de vivir visiblemente el don del Dios Trinitario, sabéis que las relaciones personales son antes que lo institucional y lo estructural. No creceremos en unidad si esto no va precedido de un crecimiento en nuestras relaciones
personales a nivel local, regional, nacional y mundial. Esto lo sabéis bien
en la IEF; conocéis que lo personal y lo comunitario son asuntos vitales
para la Unidad, y signo de la presencia de Dios que fluye entre nosotros.
Necesitamos estar en paz entre nosotros, hemos de conocer lo que significa perdonarnos los unos a los otros, confiar, esperar lo mejor del otro, y,
sobre todo, amarnos mutuamente, y amar al mundo. Dios amó tanto al
mundo que le entregó a su propio Hijo».
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Nuestra Unidad, continuó diciendo, necesita que estemos siempre en diálogo, buscando juntos la Verdad de Dios, la correcta relación entre nosotros, y el
verdadero servicio a nuestro mundo. Cosas profundas que hoy nos dividen, dijo,
pueden convertirse en un don para todos.
Antes de concluir, ofreció algunos retos importantes para la IEF en este
nuevo siglo ecuménico.
— Nos invitó, lo primero, a seguir adelante, a no dejar el trabajo de la búsqueda de la Unidad Visible como signo, ante el mundo, de que esta Unidad es posible.
— IEF, decía, da cuenta de la esperanza de Unidad que hay en ti.
— IEF, continúa la experiencia de amistad, extiende la red de amistad, a
pesar de las divisiones eclesiales, y las dificultades, siendo semilla de
Unidad Visible.
— A la luz de la experiencia de Amistad que guarda la IEF en su haber, nos
invitó a explorar juntos el tipo de Unidad Visible que Dios nos llama a
vivir en y para un mundo roto y dividido como es el nuestro.
— Al recordar que nuestro origen fue contemporáneo del acuerdo de Lund
en los años cincuenta, nos invitó a «hacer siempre juntos todo aquello
que la diferencia de nuestras convicciones profundas, que nos obligan a
actuar por separado, no nos impida hacer. ¡Podemos hacer tantas cosas
juntos, para servir y sanar las heridas de nuestro mundo roto y dividido!
— Nos invitó también a animar a nuestras Iglesias a renovar el compromiso en el trabajo por la Unidad Visible por el bien de nuestro
mundo. Por último, dijo: «sobre todo, permaneced vigilantes en la
oración, uniendo vuestra oración a la oración de Jesús: «Que seamos
uno, como Él y el Padre son uno, en ellos y con ellos».
LOS GRUPOS DE ESTUDIO BÍBLICO Y DIÁLOGO
Como estaba previsto, tuvimos tres momentos dedicados a los grupos de
reflexión y diálogo sobre los Estudios Bíblicos. Para ello, los asistentes al Congreso llevábamos trabajado un pequeño folleto que contenía los tres Estudios
Bíblicos, ofrecidos por los miembros de la Comisión Teológica de la IEF, y una
selección de textos sobre la Amistad, escogidos desde diferentes perspectivas
humanas y religiosas.
Los momentos de diálogo fueron de una gran libertad y profundidad; a través de ellos, descubrimos, con mayor hondura, el gran regalo que la IEF nos ha
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ofrecido a través de la Amistad Ecuménica, y nos ratificamos en reconocer que
Cristo es el gran Amigo que camina con nosotros, y nos hermana en su llamada
a la Amistad con Él.
Uno de los grupos, sintetizando la experiencia vivida, expresaba que, ante el
don recibido, era necesario intensificar el trabajo para ampliar las redes de amistad y solidaridad en la realidad cercana de cada uno, estando atentos a las necesidades que nos rodean, ofreciendo nuestra mano de ayuda y amistad, y uniendo nuestros esfuerzos con otros, facilitando acciones conjuntas al servicio de
nuestro mundo.
LOS MOMENTOS DE ORACIÓN Y DE CULTO
Kate Davson, en sus palabras de apertura del Congreso recordaba que la IEF
tiene su propia manera de promover la Unidad. La centralidad de la oración y la
Eucaristía, celebrada en los cultos de las diferentes tradiciones cristianas presentes en el Congreso, ofrece siempre al grupo una experiencia espiritual rica que da
profundidad a las raíces de la Amistad que nos une como miembros de la IEF.
El jueves 25 fuimos de excursión a Chichester, donde celebramos la liturgia
Anglicana en la magnífica catedral.
La Catedral de Chichester es la iglesia-madre de la diócesis de Chichester a
la cual pertenecen los condados del este y oeste de Sussex.
La catedral, además de ser conocida por su belleza arquitectónica, es conocida también por las obras de arte con las que está adornada, entre ellas: una
tapicería y una vidriera de Marc Chagal, y el espléndido tapiz de la Trinidad, del
altar mayor, diseñado por John Piper, y tejido en Francia en 1966.
La liturgia fue de una solemnidad y belleza singular. El Obispo de Chischester, Rvdo. John Hind, y el deán de la catedral, Rvdo. Nicholas Frayling. La predicación corrió a cargo del Obispo de la Iglesia Copta, su Gracia el Obispo
Angaelos quien habló sobre el significado de «Llamados a ser amigos». Recogemos a continuación algunas de sus palabras:
«La Amistad con Dios es un privilegio, una bendición y un honor.
Nosotros estábamos alejados de Él antes de que comprendiéramos su Amor.
Cuando Él se hizo uno de nosotros, pudimos ver la plenitud de su Amor,
pudimos entenderlo y permanecer en Él y con Él.
¡Es magnífico conocer que nuestro Señor Jesucristo nos llama sus amigos! ¿Cómo puede uno entender tal desconcertante concepto? ¿Cómo
puede ser Dios nuestro Padre y también nuestro Amigo? Cuando nosotros le seguimos, cumplimos su palabra, le conocemos íntimamente. Esta
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intimidad en nuestra relación con Él hace que nos mantengamos cerca
de Él de una manera única, porque no le tememos como si fuera un Dios
iracundo y un Padre enemistado, sino como un amigo, como un compañero, como un ayudante. Esto nos hace comprender el texto de Proverbios
17,17, “El amigo ama en todo momento”, y Él, como Padre nuestro y amigo, nunca cesa de amarnos.
Que siempre sintamos su Amor, que le conozcamos íntimamente como
nuestro Padre y Amigo, y que comprendamos y respondamos a su llamada de ser sus amigos».
SANTA COMUNIÓN, SERVICIO METODISTA
El Metodismo se originó en Gran Bretaña en el siglo XVIII, cuando John
Wesley, clérigo anglicano, se dio cuenta de la necesidad de predicar el Evangelio, tanto dentro como fuera de los muros de la Iglesia. Gracias a la vigorosa
expansión misionera que desplegó, se extendió rápidamente por el Imperio Británico, y más allá de los Estados Unidos de América. En sus comienzos, convocó especialmente a trabajadores, granjeros pobres y esclavos. Su teología se
centra en el hecho de que la salvación es para todo aquel que la acepta. Hoy son
más de setenta millones.
Su liturgia es muy sencilla. Actualmente, el culto Metodista incluye elementos del Anglicanismo y de la Iglesia Libre. Con frecuencia se dice que el Metodismo «nació cantando». Su liturgia contiene himnos antiguos y modernos.
Para los metodistas, «por medio de la Santa Comunión, recibimos la gracia
de Dios, el gozo de celebrar la presencia de Cristo en medio de la comunidad por
el recuerdo de su sacrificio, y por el poder del Espíritu Santo, podemos llegar a
la unidad con Él, como Cuerpo de Cristo.
Los discípulos de Cristo comparten el pan y el vino en memoria de su Amor
hasta la muerte, y como alimento para la peregrinación en la tierra, vivido como
anticipo del banquete celestial preparado para todo su pueblo. Los que se reúnen
alrededor de la Mesa del Señor son fortalecidos para la Misión». (Libro del Culto
Metodista, pág. 14).
Ofició el culto la Reverenda Cyntia Parke y predicó Irmgard Weth, de la
Iglesia Evangélica de Alemania.
Irmgard comenzó diciendo: «¿Qué nos une en estos días? ¿Qué nos mantiene unidos más allá de fronteras y de confesiones? ¿Cuál es la base que nos
sostiene?
Para responder a estas preguntas, relató una anécdota personal que le ocurrió en 1990, cuando, al terminar la Guerra Fría, iba con una delegación alemana
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camino de Rusia con el único propósito de abrir caminos a la reconciliación. En
todos los lugares a los que se acercaban, pesaban demasiado las sombras del
pasado, y percibían odio y enemistades irreconciliables entre los pueblos, hasta
que, al llegar a Minsk, encontraron una comunidad Bautista, que les invitó a
participar en el culto. Nos recibieron, dijo Irmgard, cantando ‘Dios es Amor’.
Inmediatamente sentimos que se había roto una barrera oculta, y que toda
lejanía había desaparecido. Sabíamos que habíamos sido acogidos en la gran
fraternidad de los que aman y alaban a Dios. Jamás lo olvidaremos. Lo que nos
une por encima de todas las fronteras estaba escrito en la pared en letras cirílicas: DIOS ES AMOR. Este es el secreto que nos une hasta hoy con cristianos
de todo el mundo; haciendo amigos de extraños y enemigos, Amados todos en
Dios.
Cada Eucaristía que celebramos juntos nos recuerda el mensaje de reconciliación que debemos mostrar al mundo, que tienen hambre y sed de reconciliación.
El Señor Resucitado también viene hoy a nosotros como a sus amigos, para
que demos testimonio de su Amor. Para ello, hemos sido llamados a la IEF, para
para poner de nuevo nuestras vidas al servicio de la Reconciliación. Con nuestras propias fuerzas, dijo, no podemos destruir los muros del odio; sin embargo,
de vez en cuando, vemos el milagro que es capaz de hacer Cristo allí donde no
lo podíamos ni imaginar.
CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA CATÓLICA ROMANA
El domingo 28, tuvimos la celebración de la Eucaristía Católica Romana. Los
textos eran los correspondientes al domingo 22 del tiempo ordinario.
Presidió la celebración el Obispo Católico de la diócesis de Arundel y Brighton, Rvdo. Kieran Conry. Concelebraron con él los sacerdotes católicos presentes en el Congreso.
Fue invitada a predicar la Rvda. Jana Geruma-Grinberga, Obispo de la
Iglesia Luterana del Reino Unido.
La reverenda Jana comentó el texto de Jn 15. «La línea de reflexión de este
sermón», dijo, «se basa en el texto del Evangelio de Juan que os está acompañando durante este Congreso de la IEF. «Os mando ir y dar fruto, y fruto que
perdure». Este mandato de Jesús es asombrosamente desafiante: ¿Cómo juzgamos nosotros nuestro trabajo, nuestras oraciones, nuestra misión, para que den
fruto y, además, perdure? ¿Podemos estar seguros de que nuestro legado lleva
fruto y permanece?, preguntaba a la Asamblea.
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Comentando el texto de Pablo a los Romanos (12, 1-2) sobre el significado
de lo que es vivir como cristianos, y el del Evangelio de Mateo 16, 21, decía:
¿Qué implica esto para nosotros cristianos, o quizás, más específicamente,
para nosotros hoy, hermanos y hermanas ecuménicos?
Jesús nos llama a dejarnos configurar según la voluntad de Dios, y no según
las normas y forma de vida del mundo. Nos llama a transformar el mundo con
la verdad del Evangelio, y la belleza de la gracia de Dios.
En el camino que hacemos juntos como amigos y compañeros ecuménicos,
los principios que nos guían no son realmente muy diferentes: esto nos ha de
animar a ser algo más valientes en lo que hacemos; a correr más riesgos, sabiendo que estamos firmes y seguros en la roca de salvación.
Somos sal y luz para el mundo: no dejemos que esa sal pierda el sabor ni que
esa luz se oscurezca por las expectativas que el mundo nos presenta.
Nuestra misión, continuó, es la de ser discípulos de Cristo, compañeros
amables y cariñosos unos con otros al hacer camino; y, a la vez, a ser voces
amables en el mundo, proclamando el Evangelio de salvación a los pobres y ricos, oprimidos y opresores, viudas y huérfanos, a todos.
Concluyó sus palabras diciendo:
«Dar fruto es mucho más de lo que somos o hacemos, es continuar alimentando a generaciones de cristianos, aun después de que se hayan olvidado nuestros nombres. El Señor es quien mejor puede juzgar el fruto que
podamos dar cada uno».
EUCARISTÍA DE LA LUZ
En las celebraciones, tampoco faltó esta vez la dimensión ecológica, subrayada especialmente en la Eucaristía de la Luz, celebrada en la madrugada del
miércoles 24. Fue una bella experiencia en la que pudimos experimentar, física
y espiritualmente, el paso de la oscuridad a la luz.
A través de las nuevas tecnologías, se nos fueron presentando pasajes bíblicos sobre la Luz de Dios, y vídeos que presentaban distintas perspectivas del
regalo de la luz, desde su origen, al principio de la creación, hasta su proceso y
explicación desde la física. El universo nació de una explosión de luz, y sin la luz
no existiría nada. Desde el origen de la creación, Dios y la Luz estuvieron asociados, porque Dios es Luz y en Él no hay tiniebla alguna.
Llegábamos al final de la Eucaristía en el momento en que los primeros rayos
del sol iluminaban con su resplandor el templo. «Antes, estábamos en la oscuridad, ahora, Dios nos ha dado la Luz. Vivamos como hijos de la Luz, porque si
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andamos en la Luz, como Él está en la Luz, en su Luz vivimos en comunión los
unos con los otros. La noche ha cesado, ya no necesitamos la luz de las lámparas porque Dios es nuestra Luz».
Además de estos tiempos de celebración Eucarística, cada mañana iniciábamos el día con unos breves momentos de oración en los que éramos llamados a
ponernos cerca del corazón de Dios, como amigos de Dios y amigos los unos
de los otros. «La Amistad está arraigada en el Amor» (Elredo de Rieval).
Destacamos también, como otra experiencia de amistad, el oficio ortodoxo
de difuntos. En él, recordamos a los miembros de la IEF recientemente fallecidos, entre ellos, al Pastor Antonio Andrés Puchades, fallecido en Valencia unos
días antes de la celebración del Congreso.
Queremos subrayar también el Servicio de sanación y reconciliación. En
él, al ofrecer nuestras vidas para ser sanadas, nos comprometimos a utilizar
nuestros dones para sanar nuestro mundo roto, por el que Jesús murió y resucitó, convirtiéndonos en embajadores de reconciliación y sanación en nuestros
ambientes cotidianos.
Al atardecer del día 28, celebrábamos el acto de clausura. No es nada fácil
expresar la densidad de todo lo vivido y experimentado en estos días, ni es posible poderlo imaginar en aquellos lugares donde no existe una experiencia ecuménica tan rica, hecha vida desde la cordialidad de una profunda Amistad, cuya
raíz brota del corazón mismo de Dios. Esta experiencia la recogen muy bien las
palabras, que en ese momento, dirigió a la Asamblea el Presidente de la Región
Británica, Rvdo. David Hardiman:
La Amistad sobre la que hemos profundizado en estos días es un don para
la Iglesia que tenemos que compartir, no solo entre nosotros sino con
todos los demás.
Para muchos cristianos, la posibilidad de compartir la Amistad con cristianos de
diferentes tradiciones y países, es un don poco frecuente. El mundo no tiene conciencia de este maravilloso hecho: que la Amistad de Dios es asequible a todos los
que le buscan. Una vez que hemos conocido este don, nuestra vida cambia radicalmente. Es Cristo el que nos dice: «Vosotros sois mis amigos». Vivir sin conocer
esta Amistad es vivir en la oscuridad.
Como en cada Congreso, al finalizar el acto de clausura, el Presidente de la
Región anfitriona entregó el cirio Pascual de la IEF a la Región en la que se
celebrará el próximo Congreso. Esta vez, le ha correspondido recogerlo a la
Región Española, ya que el próximo Congreso tendrá lugar en España, en Ávila,
en 2013.
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«Hermanos y hermanas», dijo el Rvdo. David Hardiman al entregar el cirio,
«regocijémonos esta noche por la luz de la Amistad que ilumina nuestros corazones: que esta Luz viaje con nosotros a nuestras regiones hasta que juntos volvamos a encender de nuevo este cirio en Ávila».
PEREGRINACIÓN A CANTERBURY
Como en ocasiones anteriores, el grupo español, antes de incorporarse al
Congreso de Brighton, organizó una ruta ecuménica a Canterbury para unirse a
la peregrinación organizada por la Región Británica en dicha ciudad. Canterbury
significa el hogar espiritual de la Iglesia Anglicana.
La catedral de Canterbury es uno de los edificios cristianos más antiguos y
famosos de Inglaterra. Es la sede del Arzobispo de Canterbury, Primado de toda
Inglaterra y cabeza de la Comunión Anglicana.
El primer arzobispo de la catedral fue San Agustín de Canterbury, quien llevó a cabo la evangelización de Inglaterra. Era abad de la Abadía benedictina de
San Andrés en Roma, y fue enviado a Inglaterra por el Papa Gregorio Magno,
llegando a la isla en el año 597.
También fue arzobispo de Canterbury Tomás Becket, (de 1162 a 1170). Poco
después de su martirio, en la misma catedral, esta se convirtió en uno de los
lugares de peregrinación más importantes del país y de Europa. En 1173, apenas
tres años después de su muerte, fue canonizado por el Papa Alejandro III.
El grupo tuvo la suerte de conocer la historia de Tomás Becket in situ, visitando y acogiendo en directo el testimonio de la vida de este mártir, fiel «defensor del honor de Dios».
Pero la experiencia de la peregrinación no terminó en la visita de los lugares
testigos de la fe de los primeros cristianos sajones, sino que nos ofreció la oportunidad de ampliar y estrechar las redes de amistad con miembros destacados
de la catedral y de la Iglesia Anglicana. El domingo 21 fuimos invitados a asistir
a la Eucaristía cantada en la catedral. Predicó el Rvdo. Derek Watson, conocido
predicador y decano de la catedral de Salisbur. Al terminar la Eucaristía, fuimos
invitados, junto al grupo de peregrinos de la Región Británica, a comer a casa
del canónigo Reg Humphriss,. Él y su hija Clara nos ofrecieron una generosa
acogida y un trato exquisito y fraterno
Después de comer, la venerable Sheila Watson, esposa de Derek Watson, y
Arcediana de la catedral, nos recibió en la casa-catedral, y nos llevó a visitar los
jardines. Tuvimos ocasión de hablar despacio con ella, y conocer el alcance de
la responsabilidad que tiene encomendada.
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
Al día siguiente, salimos rumbo a Brighton con el grupo de peregrinos, para
la inauguración del Congreso. En el camino hicimos una parada en Ightam Mote
para visitar una de las casas rurales medievales más importantes de la región.
Al regresar a España, todo el grupo venía feliz por la experiencia vivida, y
con el buen sabor que deja por dentro los encuentros fraternos y fecundos que
nos regalan cada año los Congresos Ecuménicos Internacionales de la IEF.
El próximo se celebrará en España, en Ávila, del 22 al 29 de julio de 2013.
Desde estas páginas, todos los que hayan tenido ocasión de leer este artículo
quedan cordialmente invitados.
Inmaculada GONZÁLEZ VILLA
Asociación Ecuménica Internacional
18 de septiembre de 2011
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[425] 129
EL SÍNODO DE ORIENTE MEDIO
ORIENTE MEDIO: CRISTIANOS EN MEDIO DEL CONFLICTO Y LA
ESPERANZA
La región de Oriente Medio está continuamente en los telediarios, en la radio, en la prensa y casi siempre por una mala noticia. Esto hace que tengamos
una imagen de Oriente Medio como una región de conflictos enquistados, cuya
consecuencia parece ser el crecimiento de fanatismos, odios y violencias que
mantienen a estos pueblos en callejón sin salida.
A los problemas políticos que están en la raíz de los conflictos viene a sumarse la compleja mezcla religiosa que se da en estas sociedades y que, con
frecuencia, parecen complicar aún más la difícil situación de convivencia. La
religión musulmana mayoritaria no es un bloque homogéneo, son conocidas las
corrientes más importantes, la sunita y chiita, pero no son las únicas y, además,
en ellas se dan también interpretaciones más o menos importantes.
Menos conocida, incluso para los cristianos, es la existencia de minorías
cristianas que, en algunos países superan el 10 % de la población. Su existencia
es anterior al Islam, pues había un buen número de Iglesias florecientes, con
numerosos fieles, cuando los ejércitos árabes ocuparon todo el Oriente Medio.
Muchos cristianos, siendo árabes, permanecieron en sus tierras de origen a pesar de las dificultades y las persecuciones.
El cristianismo, por tanto, no es un fenómeno extranjero, una religión importada, sino la religión más antigua de esas tierras y completamente autóctona.
Es, incluso, un cristianismo genuinamente árabe allí donde las sociedades son
árabes. Además, es un cristianismo con una gran riqueza y variedad eclesial, que
se manifiesta en diversos Ritos, liturgias, arte lenguas y expresiones culturales.
LA LLAMADA DE CRISTO A LAS IGLESIAS ORIENTALES
Como toda Iglesia, las Iglesias Orientales se ven confrontadas con los signos de los tiempos, que en una situación como la que se vive en Oriente Medio,
tienen resonancias especiales. La propia supervivencia de las Iglesias en situaciones tan difíciles, los retos de la evangelización que cuestionan la vida de
las Iglesias, su vocación en un medio mayoritariamente musulmán, el diálogo
interreligioso, su aportación como minoría religiosa a la solución de los conflictos de la zona, el diálogo ecuménico entre las diversas confesiones cristianas,
130 [426]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
etc., son algunos de los problemas que inquietan a los cristianos de Oriente
Medio.
En los últimos años el episcopado de la región ha presentado a Roma todos
estos y otros problemas de una Iglesias que son minorías entre los musulmanes
y, también, una minoría, diríamos que un pequeño resto, en comparación con la
catolicidad. Quizás por esta doble condición de minoría nunca se había realizado un Sínodo para toda la región.
Sin embargo, en los últimos años, después de los caminos abiertos por Juan
Pablo II, Benedicto XVI ha centrado la atención de la Iglesia en esta pequeña
minoría cristiana. Los tres viajes del Papa actual a la región han servido para
conocer los problemas de estas Iglesias y para que se expresen abiertamente
sus problemas, sus necesidades, sus esperanzas… En Turquía, Jordania, Israel,
Palestina y Chipre los encuentros con Benedicto XVI abrieron las puertas de Roma
al primer Sínodo de Oriente Medio, tras el acuerdo de la jerarquía de las Iglesias
del Medio Oriente y el Papa en la audiencia del 13 de junio de 2009, en Castelgandolfo, siendo anunciado desde el Vaticano el 8 de julio de 2009.
Para su preparación el Papa entregó en Nicosia, durante la visita apostólica
a Chipre, el documento de el Instrumentum laboris sobre el tema «La Iglesia
Católica en Oriente Medio: comunión y testimonio. ‘La multitud de los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma’ (Hch 4, 32)»1.
EL SÍNODO SE PONE EN MARCHA
El día 10 de octubre de 2010, en la Basílica de San Pedro, presidido por
Benedicto XVI se pone en marcha un Sínodo que culminó, 14 días más tarde, el
24 de octubre, con la celebración de la Eucaristía con los padres sinodales, presidida por el Papa.
Por primera vez todos los representantes máximos del catolicismo de Oriente Próximo se han reunido en Roma con el Papa, queriendo poner, así, a las
Iglesias Orientales en el corazón mismo de la Iglesia universal. En total, han tomado parte en el Sínodo 185 padres sinodales. Una novedad es que, por primera
vez en una asamblea sinodal en el Vaticano, el árabe ha sido una de las lenguas
oficiales de los foros, ya que esta lengua es la más hablada por los cristianos de
Oriente Medio. También han sido lenguas oficiales el inglés, francés e italiano.
Además de los padres sinodales se contó con la presencia Iglesias cristianas, con 13 representantes de la Iglesia Cristiana Ortodoxa. Estuvieron invita1. Boletín Synodus Episcoporum, 8-10-2010, n. 02, p. 1.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
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dos representantes de otras religiones de la región: por los judíos fue el rabino
David Rosen, director del departamento de asuntos religiosos del Comité Judío
Americano del Congreso judío mundial, por los musulmanes estuvieron un chií,
el ayatolá iraní Seyyed Mostafa Mohaghegh Damad, y por la rama sunita Mohammad Sammak, consejero político del gran Muftí del Líbano.
PARTICIPACIÓN DE 185 PADRES SINODALES LLEGADOS DE LOS
CINCO CONTINENTES
En el Sínodo participaron 185 padres sinodales, de los cuales 101 provenientes de Medio Oriente y 23 de las comunidades de la diáspora. Contando con
los Patriarcas de las Iglesias Orientales Católicas: Armenia, Caldea, Copta, Maronita, Melquita y Siria.
Además, 19 obispos procedían de países vecinos de África del Norte y del
Este, así como de los países con importantes comunidades cristianas de Oriente
Medio, especialmente de Europa y América.
También participaron los 14 prefectos de los Dicasterios de la Curia romana
más relacionados con la vida de la iglesia en Oriente Medio. Asistieron también
17 representantes del Papa y 10 representantes de la Unión de Superiores generales de Órdenes y Congregaciones religiosas. Por último, 36 expertos y 34
auditores, hombres y mujeres. En total pasaron por el Aula Sinodal 330 personas.
Procedían de 15 países de Oriente Medio: Chipre, Emiratos Árabes Unidos,
Bahrein, Omán, Qatar, Arabia Saudita, Jordania, Irán, Iraq, Israel, Kuwait, Líbano, Egipto, Siria y Turquía.
De la diáspora, de 9 circunscripciones eclesiásticas: Argentina, Armenia, Australia, Brasil, Canadá, Estados Unidos de América, Francia, México, Venezuela.
Otros participantes de 14 países ex oficio: Alemania, Argelia, Eritrea, Etiopía, Filipinas, Gran Bretaña, Hungría, Islandia, Libia, Marruecos, Nueva Zelanda, Tanzania, Túnez, Yibuti.
LA REALIDAD DE ORIENTE MEDIO Y DE LOS CRISTIANOS
S. B. Antonios Nagib, Patriarca Copto Católico de Alejandría de Egipto, en la
relación, a los padres sinodales describió las estadísticas de la Iglesia en Oriente
Medio2. La región de Oriente Medio comprende 16 Estados, que ocupan, en
conjunto, una superficie de más de siete millones de kilómetros cuadrados, una
2. Boletín Synodus Episcoporum, 11-10-2010, n. 04, p. 23.
132 [428]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
extensión equivalente a 14 veces la de España, con una población total de 356
millones de personas, de las cuales los católicos son 5.707.000, es decir, el
1,60 % de la población total, entre la que se encuentra muy desigualmente repartida, habiendo países como Turquía, Irán y Yemen, donde son una minoría casi
invisible, puesto que no llegan al 0,05 %, hasta el caso excepcional que es el Líbano, donde el 52 % de sus habitantes son católicos, haciendo de este país algo
único en medio de la región.
Está minoría está en cambio constante, disminuyendo en algunos países,
como Iraq, donde a causa de la persecución, la guerra y el terrorismo han pasado de ser 378.000 (2.9 %), en 1980, a 301.000 (0.94 %) en 2008. En cambio,
en otros países, la prosperidad ha dado lugar a una fuerte inmigración, constituida, en gran parte, por católicos, como ocurre en varios Estados de la península Arábiga. En Arabia, por ejemplo, en 1980, los católicos eran 135.000 (1.6 %),
mientras en 2008 ya son 1.250.000 (5 %). Incluso en algunos países como los
Emiratos Árabes Unidos y Kuwait han sobrepasado el 11% de la población total,
formando una minoría muy visible.
El siguiente cuadro nos ofrece una panorámica bastante ilustrativa (téngase
en cuenta que los datos referidos al número de cristianos —cuarta columna—
es aproximado, pues no hay estadísticas tan fiables como las de los católicos,
que provienen de la Oficina Estadística de la Santa Sede).
Esta presencia minoritaria no ha sido obstáculo para que las Iglesias Católicas de diversos Ritos se hayan destacado por su contribución a las sociedades
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
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mayoritariamente musulmanas en las que están inmersas. Esta presencia es bien
visible a través de las obras de caridad, educativas, sanitarias… su enumeración
en breve síntesis habla por sí sola:
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686 escuelas maternas con 92.661 alumnos,
869 escuelas primarias con 343.707 alumnos,
548 escuelas secundarias con 183.995 alumnos,
13 Institutos Superiores, de ellos 4 son universidades, con 36.949 alumnos,
544 centros sanitarios,
76 hospitales y sanatorios,
331 consultorios y dispensarios,
24 centros de rehabilitación y de discapacitados,
113 centros para ancianos3.
El Sínodo, reconociendo esta contribución, ha apelado a una mayor unidad
de las Iglesias para contribuir con un esfuerzo mayor y, sobre todo, más eficaz,
destacando que una mayor unidad entre los cristianos del Líbano ayudaría a
asegurar más la estabilidad del país, en Egipto facilitaría realizar obras comunes
por el bien de todo el país, en Israel podría ser valiosa para el entendimiento y la
solución del conflicto.
Así, en general, el Sínodo se ha mostrado esperanzado en que los cristianos
siendo un pequeño resto están llamados a tener un gran papel. No obstante, ha
reconocido que los cristianos se enfrentan a enormes desafíos en la región, destacando4:
1. Los conflictos políticos a escala nacional e internacional, que suponen
una amenaza constante de guerra generalizada, con una violencia frecuente en buena parte ejercida contra los cristianos. Todo lo que ocurre
en la región adquiere trascendencia mundial porque siempre afecta a los
intereses de las grandes potencias. Y lo inverso también es cierto, los
intereses hegemónicos se dirimen en Oriente y afectan dramáticamente
a los pueblos y mucho más a la minoría cristiana.
2. En general, el pleno reconocimiento de los derechos humanos está lejos
de conseguirse y, en particular, la libertad de conciencia y de religión
presenta un profundo déficit. Aun cuando la libertad de culto sea reconocida, no faltan ejemplos de intolerancia, represión y persecución.
3. Annuarium Statisticum Ecclesiae 2008, Città del Vaticano 2010, pp. 281, 285-287.
4. Ibid., pp. 27-29.
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3. La expansión del Islam político desde los años 70 lleva consigo una alteración del orden civil, que tiende a ser integrado bajo directrices religiosas islámicas, amenazando con marginar a los cristianos como ciudadanos de segunda categoría o directamente a aislarlos o expulsarlos como
extraños a una sociedad islamizada hasta los últimos detalles.
4. La emigración y la inmigración constituyen dos fenómenos contrapuestos que tienden a crecer. Por un lado, son muchos los cristianos que se
ven empujados a emigrar a causa de la violencia, de las amenazas políticas o de la marginación a la que se ven sometidos. Como consecuencia,
la presencia cristiana en varios países se ve reducida y en peligro de desaparición. El Sínodo ha alentado a los cristianos a resistir y ha solicitado
a las autoridades protección para ellos. Por otro lado, una ola de inmigración masiva está desembarcando desde hace unos años en países de
la península Arábiga atraídos por la enorme demanda de trabajo que ha
creado su prosperidad. Estos cristianos, que vienen principalmente de
Filipinas y de la India, necesitan estructuras nuevas de evangelización en
lugares donde no existe ni se facilita la instauración del Iglesia.
LOS GRANDES TEMAS DEL SÍNODO ANTE LOS DOS ICONOS DE
MARÍA
El Papa Benedicto XVI, el día 11 de octubre, tuvo una meditación en el Aula
Sinodal, recordó que el 11 de octubre de 1962, Juan XXIII inauguraba el Concilio Vaticano II, con la festividad de la Maternidad divina de María, y también
ahora comenzaba este Sínodo confiándole a ella los problemas y los trabajos ante
el icono de la Theotokos. Recordó que Pablo VI clausuraba el Concilio en la fiesta
de María Madre de la Iglesia5. El Papa insistió en que había que «mirar esta parte
del mundo desde la perspectiva de Dios».
Los grandes objetivos del Sínodo eran:
a) Reforzar la identidad de los cristianos con la Palabra de Dios y los sacramentos.
b) Fortalecer la comunión eclesial entre las comunidades cristianas de diversos Ritos del Oriente Medio, lo cual ha de llevar a renovar el impulso
misionero evitando todo proselitismo. El Sínodo ha querido promover la
comunión y el testimonio conjuntamente con las Iglesias Ortodoxas y
Evangélicas.
5. Ecclesia, 23 de octubre de 2010, p. 35.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
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c) Intensificar el ecumenismo tan unido a la dimensión misionera y el desarrollo de la misión, así como el diálogo interreligioso, sobre todo con los
judíos y los musulmanes, para trabajar por el bien común.
LOS GRANDES CAMINOS DEL CRISTIANISMO EN EL MEDIO
ORIENTE: PROPUESTAS PARA EVANGELIZAR
Al final del Sínodo le fueron presentadas al Papa 44 proposiciones6 elaboradas por los padres sinodales y redactadas en árabe, que se pueden agrupar en
varios bloques que corresponden a las principales respuestas que la Iglesia quiere ofrecer el Oriente Próximo.
A) Propuestas introductorias (1-3)
Presenta al Papa la documentación de los trabajos del Sínodo, que comprende: los Lineamenta, el Instrumentum laboris, las Relaciones ante y post disceptationem, los textos de las intervenciones, tanto los pronunciados en el aula como
los in scriptis, y sobre todo propuestas concretas, que los Padres han considerado de fundamental importancia.
Destacan la importancia de la Palabra de Dios y la pastoral bíblica. Animan
también a las eparquías (diócesis) y a las parroquias a promover encuentros
bíblicos en los que se medite y explique la Palabra de Dios para responder a las
preguntas de los fieles, con el objetivo de crear en ellos una familiaridad con las
Escrituras, una profundización de la espiritualidad y un compromiso en el apostolado y en la misión. Recomiendan poner la Sagrada Escritura en el centro de la
vida cristiana, invitando a leerla, meditarla, interpretarla de modo cristocéntrico
y celebrarla en la liturgia, según el ejemplo de la primera comunidad cristiana.
B) La presencia cristiana en Oriente Medio (proposiciones 4-15)
En un mundo marcado por divisiones los cristianos están llamados a vivir
como Iglesia de comunión, abiertos a todos, sin caer en el confesionalismo. Para
han de permanecer fieles a su rico patrimonio histórico, litúrgico, patrístico y
espiritual, a las enseñanzas del Concilio Vaticano II y a los Cánones de las Iglesias Orientales.
6. Boletín Synodus Episcoporum, 23-10-2010, n. 25.
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
La violencia y la cruz. Aún denunciando como cualquier hombre la persecución y la violencia, el cristiano recuerda que ha de compartir la Cruz de Cristo
y que la bienaventuranza de los perseguidos a causa de la justicia les lleva a recibir en herencia el Reino (cf. Mt 5,10).
La persecución con todo debe despertar la conciencia de los cristianos en el
mundo a una más grande solidaridad. Debe suscitar al mismo tiempo el compromiso de reclamar y sostener el derecho internacional y el respeto de todas las
personas y de todos los pueblos.
Será necesario atraer la atención del mundo entero sobre la situación dramática de ciertas comunidades cristianas en Oriente Medio, las cuales sufren todo
tipo de dificultades, llegando a veces hasta el martirio.
Es necesario también pedir a las instancias nacionales e internacionales un
esfuerzo especial para poner fin a esta situación de tensión restableciendo la justicia y la paz.
El valor de la tierra. Destaca también la importancia del apego a la tierra
natal como elemento esencial de la identidad, exhortando los fieles y a las comunidades eclesiales a no ceder a la tentación de vender sus propiedades inmobiliarias. Requiere ayudas a los cristianos para conservar sus tierras o a adquirir otras
nuevas, a fin de poder quedarse dignamente en sus países. Este esfuerzo debe
acompañarse de una profunda reflexión sobre el sentido de la presencia y de la
vocación cristiana en Oriente Medio. También se ve preservar las propiedades y
los bienes de la Iglesia y de sus instituciones con el fin de asegurar su presencia
en la zona.
Alentar la peregrinación. Oriente fue la tierra de la Revelación bíblica. Bien
pronto esta región se convirtió en meta de peregrinación tras las huellas de Abraham en Iraq, tras las huellas de Moisés en Egipto y en el Sinaí, tras las huellas de
Jesús en Tierra Santa (Egipto, Israel, Palestina, Jordania, Líbano), tras las huellas de san Pablo y de las Iglesias de los Hechos de los Apóstoles y del Apocalipsis (Siria, Chipre, Turquía). Es la ocasión de una catequesis profundizada, a través de una vuelta a las fuentes. Permiten descubrir la riqueza de las Iglesias de
Oriente, encontrarse con las comunidades cristianas locales, piedras vivas de la
Iglesia.
La paz. Las Iglesias deben rezar y trabajar por la justicia y la paz en Oriente
Medio, y a dedicarse a purificar la memoria y a la promover el lenguaje de la paz
y de la esperanza, en lugar del miedo y la violencia. Deberá apelar a las autoridaRev. Pastoral Ecuménica, 85
[433] 137
des civiles responsables para que apliquen las resoluciones de las Naciones Unidas relativas a la religión, en particular a la vuelta de los refugiados, el estatuto
de Jerusalén y a los lugares santos.
Consolidar la presencia de los cristianos. Es necesario crear una oficina
o una comisión que se ocupe del estudio del fenómeno migratorio y de sus
motivaciones, para encontrar los medios de afrontarlo. Estas harán todo lo posible y con todos los medios para consolidar la presencia de los cristianos en sus
patrias y esto a través de proyectos de desarrollo para limitar el fenómeno migratorio.
La pastoral de la emigración. La gran diáspora de los cristianos de Oriente por todos los continentes interpela a las Iglesias sobre la necesidad de una
pastoral de la emigración y de despertar vocaciones para ella. Entre sus objetivos estaría despertar y reforzar entre los emigrados la solidaridad con sus países de origen, así como educar en la fidelidad a sus tradiciones originales y estrechar los lazos de comunión con ellas.
La inmigración. El Sínodo se muestra sensible a la situación de los trabajadores inmigrantes, cristianos o no, sobre todo a las mujeres, pues entre ellos
hay situaciones difíciles que llegan a atentar a su propia dignidad. Por eso, hace
un llamamiento a las autoridades, a las organizaciones caritativas y a los hombres de buena voluntad para que sus derechos sean respetados. Las Iglesias se
comprometen a atender sus necesidades espirituales y a ofrecer su hospitalidad.
Para colaborar al acompañamiento de los inmigrantes se hace un llamamiento a
las Iglesias de las que provienen.
C) La comunión en el seno de la Iglesia Católica (ad intra, 16-27)
Unidos en el Espíritu Santo, el Sínodo propone crear una comisión de cooperación entre las jerarquías católicas de Oriente Medio, organizando encuentros periódicos, así como practicar la solidaridad material entre las diócesis más
ricas y las menos ricas.
Para atender a la situación de los fieles católicos en los países del Golfo se
propone formar una comisión que reúna a los Dicasterios afectados, a los vicariatos de la región y a las Iglesias interesadas para estudiar las soluciones que
favorezcan una acción pastoral.
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
La lengua árabe. El Sínodo ha demostrado la importancia de la lengua árabe, sobre todo su aportación al desarrollo del pensamiento teológico y la espiritualidad de la Iglesia universal, por ello se propone intensificar su uso en el marco
de la Santa Sede para que los cristianos de cultura árabe accedan en su propia
lengua materna a la información que emana de ella.
Los diversos agentes. El Sínodo se preocupa por la subsistencia de los
sacerdotes y por los sacerdotes casados. Asimismo, manifiesta su gratitud por
los religiosos/as consagrados a la vida contemplativa y apostólica, que renuevan
la memoria de los mártires de ayer y de hoy y que renovada de manera adecuada
es una fuerza en la vida de la misión de las Iglesias de Oriente Medio. Igualmente, anima a que los laicos, por medio de sus propios carismas, jueguen un rol
importante en la vida de la Iglesia y en la evangelización. Los seminaristas deben
profundizar en la unidad dentro de la diversidad y ser formados en seminarios
de su propia Iglesia, recibiendo su formación teológica en una facultad católica
común. Aunque en ciertos lugares, y por razones pastorales y administrativas,
es preferible un solo seminario para diferentes Iglesias.
La mujer. Las Iglesias deben tomar medidas apropiadas para fortalecer el
respeto, la dignidad, los roles y los derechos de las mujeres, aprecian altamente
la aportación de las mujeres a la vida, la familia, la educación, etc., y favorecerán su integración y participación en la pastoral.
D) Comunión con las Iglesias y las Comunidades eclesiales (28-29)
Ecumenismo. La unidad entre todos los discípulos de Cristo en Oriente
Medio es, sobre todo, la obra del Espíritu Santo. Hay que buscarla en el espíritu
de plegaria, conversión, respeto, perseverancia en el amor, lejos de toda desconfianza, miedo o prejuicios. Se propone la renovación ecuménica mediante
iniciativas prácticas: unas institucionales, como el apoyo al Consejo de las Iglesias de Oriente Medio, otras litúrgicas, como la adopción de una traducción árabe común del Padre Nuestro y del Símbolo de Nicea y Constantinopla, o la unificación de las fechas de Navidad y Pascua.
Fiesta de los mártires. Se propone una fiesta anual de los mártires común
a todas las Iglesias de Oriente y se pide que cada Iglesia establezca una lista de
sus propios mártires.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
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E) El testimonio cristiano, testimonio de la resurrección y del amor (30-39)
La insistencia del Sínodo en que cada bautizado esté dispuesto a dar razón
de su fe en Jesucristo proponiendo el Evangelio, sin timidez y sin provocación,
obliga a un esfuerzo de formación de una fe viva en los adultos. Para ello, será
necesario fundar y desarrollar centros de formación intereclesiales en cada país,
elaborando materiales para internet y en DVD para su mayor difusión.
Los padres sinodales proponen alentar el testimonio en distintos sectores de
gran importancia como la escuela católica, los medios de comunicación de
masas, especialmente las estructuras audiovisuales, preocupándose por que las
producciones sean subtituladas también en turco y en persa, para que puedan
ser útiles a los cristianos de Turquía y de Irán. También proponen una atención
pastoral a la familia y confían en que, como decía Juan Pablo II, «los jóvenes
son el porvenir de la Iglesia», para ello, optan por asegurarles la formación espiritual y teológica necesaria.
Otro aspecto importante que desean promover es la renovación del espíritu
misionero para reforzar la misión ad intra y ad extra y la nueva evangelización.
También ven muy necesaria la difusión de la doctrina social de la Iglesia,
que, a través de una comisión episcopal, debe preparar el discurso social para
responder a los problemas actuales, incluso abarcando la preocupación por la
protección de la naturaleza y el medio ambiente, llamando a unir esfuerzos por la
salvaguarda de la creación.
La liturgia deberá renovarse en sus textos y adaptarse al lenguaje de hoy,
teniendo en cuenta que la riqueza bíblica y teológica de las liturgias orientales
está al servicio espiritual de la Iglesia universal.
F) Diálogo interreligioso (40-44)
Los cristianos de Oriente Medio están llamados al diálogo con sus conciudadanos de otras religiones, por eso se necesita un plan de formación en el diálogo
que ayude a reforzar el diálogo interreligioso, que, a pesar de las diferencias,
abrirá las vías para edificar una nueva sociedad, en la que el pluralismo religioso
sea respetado y donde el fanatismo y el extremismo sean excluidos.
El diálogo con el judaísmo ha de ocupar un lugar privilegiado para profundizar los valores humanos y religiosos, la libertad, la justicia, la paz y la fraternidad. La lectura del Antiguo Testamento y un mejor conocimiento de las tradiciones judías ayudan a conocer mejor la religión judía. El Sínodo rechaza claramente
el antisemitismo y el antijudaísmo.
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Como ha dicho el papa Benedicto XVI el diálogo entre cristianos y musulmanes es «una necesidad vital, de la cual depende en gran parte nuestro futuro»7. Los cristianos de Oriente Medio comparten con los musulmanes la misma
vida y el mismo destino, edificando juntos la misma sociedad. Es crucial promover la noción de ciudadanía, la dignidad de la persona humana, la igualdad de
derechos y de deberes y la libertad religiosa, entendida como libertad de culto y
como libertad de conciencia. Juntos están invitados a ofrecer al mundo la imagen de un encuentro positivo y de una colaboración fructífera entre creyentes
de estas religiones, oponiéndose juntos a todo género de fundamentalismo y de
violencia en nombre de la religión.
Los Padres sinodales terminan invocando a María, modelo perfecto de escucha de la Palabra de Dios e hija bendita de nuestra tierra, Madre de Dios y
Madre de la Iglesia, y unidos en un acto común todas las Iglesias Orientales
confían a su protección todo el Oriente Medio.
CONCLUSIÓN
El Sínodo ha iniciado un camino y ha sembrado esperanzas en medio de tantas dificultades que atraviesan los pueblos y las Iglesias de Oriente Medio. Ha
sido un Kairós, un tiempo propicio para inaugurar una época en la que habrá que
desarrollar y aplicar las propuestas sugeridas en la reflexión y oración del aula
Sinodal. Los cristianos de Oriente Medio tienen un gran trabajo por hacer, para
el cual necesitan el apoyo de la Iglesia universal. Porque esa tarea es una cuestión vital, porque como dijo el Papa en la conclusión de las sesiones del Sínodo:
«La paz es necesaria, la paz es urgente»8.
Manuel PORTILLO GONZÁLEZ
Delegado de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso
Delegado para las Iglesias Orientales Católicas
7. BENEDICTO XVI, «Encuentro con representantes de comunidades musulmanas», Colonia,
20.08.2005.
8. BENEDICTO XVI, Conclusión, pp. 6-8.
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
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ECUMENISTAS QUE SE VAN
ANTONIO ANDRÉS PUCHADES, PRESBÍTERO DE LA IERE EN VALENCIA, UN ECUMENISTA DE NOTA
El día 18 del pasado agosto falleció en Valencia el Rvdo. D. Antonio Andrés
Puchades, donde había ejercido su ministerio durante casi 30 años. Desde hacía
más de 10 años su estado de salud era muy precario y todos los que le conocíamos hemos sido testigos de su sufrimiento, buen ánimo y constante preocupación por la marcha del ecumenismo entre nosotros.
«Ordenado de presbítero de la IERE por el obipo D. Santos M. Molina el 19
de mayo de 1966, fué enviado a la comunidad de la IERE de Salamanca. Pasados los primeros meses en esta ciudad se percató del considerable movimiento
ecuménico de Salamanca. Tuvo un primer encuentro con un sacerdote francés
con quién comentó la actividad ecuménica. Después tuvo la ocasión de hablarlo
con un padre jesuíta y poco después le presentaron a Sánchez Vaquero. Comenzaba su intensa participación en el ecumenismo.
Enseguida trabó amistad con D. Lamberto de Echeverría y con D. Manuel
Useros, comenzó a dar conferencias en el centro ecuménico, a colaborar habitualmenteen Diálogo Ecuménico y en Renovación Ecuménica, participó en las
Semanas de la Unidad desde 1967 y se responsabilazó de la coordinación de los
no católicos en el movimiento ecuménico salmantino.
Pudo asistir el pastor Andrés Puchades como oyente a la Universidad Pontificia, aún cuando entonces no se permitía la presencia de no católicos, aunque
un profesor llegó casi a prohibir a los alumnos, sin éxito alguno, hablar con el
pastor protestante. El obispo, D. Mauro Rubio Repullés le tuvo siempre en gran
estima hasta el punto de que, como Gran Canciller de la Universidad Pontificia,
le nombró profesor invitado de ecumenismo para los cursos 1968-71. Después
de su marcha a Valencia en 1982 continuó el pastor la amistad con Mons. Rubio
Repullés quién, cuando se jubiló, le invitó a su residencia de Salamanca donde
tuvieron un culto ecuménico.
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A lo largo de su estancia en Salamanca acudió constantemente a impartir
conferencias y realizar coloquios en casi todos los Seminarios y Colegios Mayores Universitarios y en muchas casas religiosas: dominicos, escolapios, maristas, Hermanos de las Escuelas Cristianas, agustinos...Participó muy activamente en la reunión que en 1971 celebró Fe y Constitución en esta ciudad
castellano-leonesa, ocasión en que la IERE de Salamanca fué la Iglesia receptora. A ella acudieron ortodoxos, anglicanos y protestantes y se celebró un culto
comunitario. Ocasión singular para D. Antonio Andrés Puchades fué asimismo
la entrega del doctorado Honoris Causa al Dr. Ramsey por la Universidad Pontificia. Acompañando al obispo de la IERE, D. Ramón Taibo, el pastor Andrés
Puchades pudo conversar fraternalmente con el ex Primado Anglicano.
Con su amabilidad y buen hacer Antonio Andrés logró que tanto los fieles de
su Iglesia, la IERE, como los católicos salmantinos superaran el rencor, todavia
entonces arraigado desde las persecuciones de la posguerra —recordemos que
en Salamanca fué fusilado el pastor de esta congregación, D. Aquilino Coco— y
muy pronto invitó a Sánchez Vaquero a predicar a sus fieles, momento lleno de
reconciliación y lágrimas por parte de aquellos protestantes. Él y su esposa,
D.ª Socorro Coco Mellado, sobrina del pastor fusilado, supieron incorporarlos a
todos al movimiento ecuménico salmantino . Es más, esa parroquia anglicana
del Redentor fue desde entonces el umbral para el movimiento ecuménico de los
demás protestantes de la ciudad.
Desde 1967 la confianza del Centro Ecuménico Juan XXIII con este pastor
fue muy estrecha, hasta el punto de que con fecha 10 de octubre de ese mismo
año se promulgó un documento bien significativo, titulado: Carta Circular sobre
el Departamento de Cristianos no católicos romanos, por el que se creaba dentro del Centro Ecuménico la Vocalía de no Católicos Romanos, pedida por esos
cristianos y de la que fue responsable el Rvdo. D. Antonio Andrés Puchades.
Este Departamento fue autónomo, representativo y comprometido.
Clara muestra de cómo iba abriéndose brecha el ecumenismo en el campo
universitario salmantino lo ofreció el Comunicado de la Asamblea General del
Centro Ecuménico Juan XXIII, celebrada el 14 de abril de 1966. En ese largo
documento se informaba a sus miembros sobre: los hechos y problemas del
ecumenismo, las acciones ecuménicas en marcha: Semana de la Unidad, oración ecuménica y su calendario anual, formación e información ecuménicas,
reforma ecuménica de la vida, obstáculos del ecumenismo... Se abordaba luego
la respuesta pastoral y planificación ecuménica, el ecumenismo espiritual, el
doctrinal y el pastoral y finalizaba así: La Junta Directiva pide encarecidamente
a todos los miembros y dirigentes del Centro Ecuménico Jaun XXIII que reRev. Pastoral Ecuménica, 85
[439] 143
flexionen seriamente sobre este comunicado y traten de realizar al máximo sus
orientaciones». Con la fuerza de este documento pudo ejercer el Rvdo. Antonio
Andrés su ministerio ecuménico en sus primeros tiempos.
Por aquellas fechas se creó un cuerpo de profesores de ecumenismo, dependientes de ese Centro y D. Antonio Andrés fué uno de ellos entre tantos otros
ecumenismtas residentes en Salamanca o que habían pronunciado conferencias
en las distintas Jornadas de Ecumenismo en esta ciudad . Participó activamente
también en el Comité Cristiano Interconfesional en Madrid, a algunas de cuyas
interesantes sesiones acudía en el coche de alguno de los profesores de la Universidad Pontificia, después alto cargo eclesiástico en España. Con frecuencia
se veía en Madrid al pastor Andrés Puchades participando en muchas de las reuniones ecuménicas que entonces tenían lugar o acompañando a dirigentes de
las Iglesias protestantes de la capital de España y a católicos comprometidos
con el ecumensimo que se acercaban por Salamanca a pronunciar conferencias
sobre este tema» (Historia del Ecumenismo en España, San Pablo, Madrid, 2008,
pp. 169-173).
En el trascurso de los años desde que pasó a Valencia hasta la última Semana
Santa de 2011 se ha conservado en la tradición salmantina un acto ecuménico
programado por él. Todos los Viernes Santos se celebraba un culto especial con
predicación para la cual se invitaba también a personas ilustres de la ciudad. El
culto fué preparado por el pastor Antonio Andrés desde el primer año hasta la
fecha indicada y siempre lo han recibido en Salamanca con verdadera veneración y como signo de la comunión que ha permanecido siempre entre esta ciudad y él. Desde su llegada a Valencia, hace casi tres décadas, el Rvdo. D. Antonio Andrés Puchades fue uno de los motores del ecumenismo en la ciudad del
Turia. En su misma Iglesia tuvo durante un tiempo el Centro Ecuménico Interconfesional, se relacionó siempre fraternalmente con el Centro Ecuménico Yves
Congar de los Padres Dominicos y con el inolvidable ecumenista P. Juan Bosch,
fué uno de los organizadores de las Semanas de la Unidad en Valencia, pronunció numerosas conferencias sobre diversos aspectos del ecumenismo y organizó numerosos actos de oraciones por la unidad cristiana.
José Luis DÍEZ
Director de Pastoral Ecuménica
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Rev. Pastoral Ecuménica, 85
RECENSIONES
LIBROS
Enquiridion bíblico. Documentos de la Iglesia sobre la Sagrada Escritura. Edición Española preparada por Carlos Granados y Luis Sánchez Navarro, Biblioteca de
Autores Cristianos (BAC 691), Madrid, 2010 (1806 pp).
Este volumen viene a suplir una laguna importante en los instrumentos de trabajo
bíblico en español. El nombre «Enquiridion» significa «Manual». Este nombre sugiere que es un instrumento al que se puede echar mano en cualquier momento.
Existía una edición latina del mismo y asimismo una edición italiana. A ella tenían que acudir los investigadores de la Biblia. Ahora pueden hacerlo en español y
con la garantía de poder cotejar con los documentos originales que se dan en página
paralela.
La obra consta de 124 documentos de diversa extensión. Los primeros setenta y
cinco números recogen la documentación hasta el Concilio Vaticano I. Algunos de
esos números como el 74 contienen una subdivisión que va desde el 74a hasta el
74m. A partir de este número viene todo el Magisterio de la Iglesia en los concilios, en
las encíclicas, etc. También se recogen los documentos de la Pontificia Comisión Bíblica que son una fuente muy importante. Entre ellos podemos distinguir: La Sagrada
Escritura y la Cristología (1984), La Unidad y diversidad en la Iglesia (1988), La Interpretación de la Biblia en la Iglesia (1993), El pueblo judío y sus Escrituras Sagradas en la Biblia Cristiana (2001). De otros Documentos posteriores de la Pontificia
Comisión Bíblica se hace mención en el Prólogo y las notas. También se recoge la
enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica (1997).
La edición española se queda pues en el 2001 sin duda porque así lo hace la edición italiana.
La obra está enriquecida con tres introducciones que explican el origen y la importancia del Enquiridion. El Prólogo del Cardenal William Levada, Prefecto para la
Congregación de la Doctrina de la Fe (p. XIII-XVIII) es una síntesis muy provechosa
sobre las diversas etapas de la historia de la Iglesia que están reflejadas en los 124
Documentos recogidos en el Enquiridion. En los primeros siglos predomina la preocupación por el canon bíblico. Sigue la etapa desde el Concilio de Trento hasta la
época de León XIII. A continuación se mencionan los momentos difíciles del modernismo y de la exégesis racionalista (entre 1900 y 1940). Seguidamente se recuerda la
intervención de Pío XII con la Divino Afflante Spiritu y sobre todo el Concilio Vaticano II con la Constitución Dogmática «Dei Verbum» (1965) y los posteriores documentos de los Sumos Pontífices y de la Pontificia Comisión Bíblica.
No se da la fecha de este Prólogo del Cardenal William Levada pero se deduce
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
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LIBROS
que está escrito tras la celebración del Sínodo de los Obispos sobre La Palabra de
Dios en la vida y en la misión de la Iglesia (2008) y antes de la publicación de la
Exhortación Apostólica postsinodal «Verbum Domini» (2010).
La segunda introducción (p. XIX-XXI) tiene como título «De la presentación a
la primera edición italiana» y nos informa del origen, finalidad y necesidad de esta
obra y de la importancia de la Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II.
La tercera «Introducción» es la presentación de la obra en español por los Dres.
Carlos Granados (DCJC) y Luis Sánchez Navarro (DCJC). Es muy interesante la distinción que se hace entre los documentos que tienen valor magisterial y aquellos
otros que, a pesar de ser importantes, como los Documentos de la Pontificia Comisión Bíblica, no tienen estricto valor magisterial.
No podemos dejar de mencionar la serie de Índices que acrecientan el valor de
esta obra: Índice Bíblico, Índice de fuentes y nombres, e Índice analítico. Estos índices estaban en la edición italiana, pero su adaptación a la edición española ha debido
llevar mucho trabajo.
Es necesario ponderar el valor y rigor científico de esta obra y su utilidad para los
escrituristas y para los teólogos en general. También los estudiantes de Ciencias
Sagradas tienen a su disposición aquí recogida la documentación que estaría dispersa en distintos volúmenes de una Biblioteca. Una ventaja añadida, y que es común
con todas las formas de Enquiridion, es el hecho de que, citando el número de esta
obra, se remite de una manera científica a un determinado texto sin necesidad de dar
una noticia más amplia de la fuente a que se quiere remitir. Esta es la ventaja de un
Enquiridion sobre otras publicaciones como la de Dr. Salvador Muñoz Iglesias Doctrina Pontificia I, Documentos Bíblicos (BAC 136), Madrid, 1955.
No es este el momento de presentar la variedad de temas, de asuntos y de enseñanzas que se contienen en esta obra que recoge los documentos de veinte siglos
sobre la Sagrada Escritura. Felicitamos a los autores por la pulcritud de su traducción
y a la BAC por la excelente Edición de la obra.
Domingo MUÑOZ LEÓN
RUIZ DE PABLOS, Francisco, ed. lit. Comentario a Eclesiastés de Antonio del Corro. Obras de los Reformadores Españoles del Siglo XVI, vol. IX, Editorial MAD,
Alcalá de Guadaira (Sevilla), 2011, 317 pp.
El traductor es doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación, catedrático de latín, latinista eminente, políglota, traductor intérprete jurado del Ministerio de Asuntos
Exteriores, autor de numerosas publicaciones de investigación y de alta divulgación.
146 [442]
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LIBROS
Antonio del Corro (Sevilla 1527 - Londres 1591) fue un monje de San Gerónimo en
el Monasterio de San Isidoro del Campo, donde también estaba su amigo Casiodoro
de la Reina. Del Corro, uno de los reformadores del siglo XVI, fue un maestro en la
defensa de la libertad, de la concordia y de la tolerancia. Perseguido por la Inquisición, logró no caer en sus manos huyendo de España. Estuvo en Ginebra y en Lausana. La moral económica y la teología de la predestinación calvinista no le convencieron. Marchó a Inglaterra y se pasó a la iglesia anglicana. Allí fue nombrado en el
1572 profesor de la universidad de Oxford. En el tercer auto de fe en Sevilla contra los
protestantes (26-4-1562) ardió la efigie de Antonio del Corro, el cual armonizó siempre la gracia, la salvación por la fe y la acción humana, lo que indica que fue un teólogo católico.
El comentario que del Corro hace al Eclesiastés es el resultado de una prolongada y profunda meditación sobre el texto bíblico; de una lectura hecha con la lucidez
de su mente y la sabiduría de su corazón bajo la acción del Espíritu, siempre en orden
a nuestra salvación. Todas sus reflexiones son de cosecha propia, de tal modo que
no hay ni una sola cita de otros comentaristas.
Estamos ante un tratado, elaborado desde la teología y la moral bíblicas, sobre la
normativa de la conducta humana en su triple dimensión: Dios, el prójimo y uno mismo. Los que cumplan estos tres deberes encontrarán la felicidad perfecta que Dios
les tiene reservadas en la otra vida y que en este mundo de abajo no se consigue, ya
que la felicidad no está en la sabiduría, ni en el placer, ni en los honores, ni en las
riquezas, pues todo eso incurre en vanidad. Todo debe estar orientado hacia el bien
supremo del mundo de arriba. Por estas razones, del Corro concluye que el día de la
muerte es más importante que el día del nacimiento. Bien podemos llamar al hagiógrafo y al mismo del Corro, «El Predicador», como prefería Lutero.
El comentario está precedido de una amplia introducción del traductor que demuestra ser un gran conocedor de la historia de la inquisición española. Y está enriquecido con notas, también del traductor, centradas mayoritariamente en la significación de palabras en su original hebreo y griego. Por ejemplo: la palabra hebrea hebel
(vanidad) que significa soplo, vapor que se disipa, gas flatulante que se esfuma, el
viento impalpable, es decir, la nada, que el Eclesiastés pone en superlativo: hebel
hebalim (vanidad de vanidades), la nada infinita, lo mismo, según la Biblia, que los
ídolos, falsos dioses creados por el hombre.
Evaristo MARTÍN NIETO
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[443] 147
LIBROS
SANTAMARÍA DEL RÍO, Luis, ¿Qué ves en la noche? Religión y sectas en el mundo
actual, Editorial, Vita Brevis, Colección Infocatólica, Maxstadt (Francia), 2011, 169 pp.
Esta obra que ahora recensionamos es el primer libro sobre sectarismo del sacerdote D. Luis Santamaría del Río, y a pesar de ser una obra primeriza, es fruto maduro
de un avezado e ilustre conocedor de la realidad religiosa y sectaria de nuestro mundo actual.
El padre Luis Santamaría, licenciado en Teología por la Universidad Pontificia de
Salamanca, es miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), y
de la Sociedad Española de Ciencias de las Religiones (SECR), al tiempo que delegado de Medios de Comunicación Social de la diócesis de Zamora y párroco de varias
comunidades rurales de dicha diócesis castellano-leonesa.
La obra viene dividida en cinco partes perfectamente diferenciadas: una primera,
titulada «Jesús de Nazaret: entre los Evangelios y las conspiraciones»; una siguiente de «Cuestiones actuales sobre religión y cultura»; un bloque central denominado
«El siempre sorprendente mundo de las sectas»; siguiendo la cuarta sección sobre
«Nueva Era, neopaganismo y ocultismo»; y una final de recordatorio de personas
fallecidas en estos últimos años ligadas al fenómeno del estudio de la religiosidad y
el sectarismo, denominada «Memoria de los que han dejado huella».
En la primera sección encontramos una serie de artículos donde se ventilan temas
sobre evangelios prohibidos, códigos ocultos, gnósticos, cátaros, templarios, masones, Prioratos de Sión, Cuartos Milenios, descendientes de Jesús y María Magdalena,
tumbas de Jesucristo, y un largo sinfín de lo que el autor denomina «bricolaje espiritual», un fabríquese su propia religión a la carta y a su gusto, tan propio del mundo
de finales del siglo XX e inicios del XXI.
En la segunda parte, de temática cultural y religiosa se abordan temas sobre las
nuevas tecnología ligadas a Internet y la religiosidad, se analizan películas de fondo
religioso o al menos trascendente, y se pasa desde el discurso de Benedicto XVI en
Ratisbona, y la relación ciencia y fe, a las oraciones multirreligiosas, las espiritualidades panteístas y «light», el fenómeno de Taizè, el laicismo que golpea Europa o la
presencia del Islam en enclaves antaño cristianos, como Turquía.
El tercer bloque es el central y está dedicado a las sectas, en un total de casi 50
páginas, donde el autor nos recuerda cómo alrededor de entre el 1 % ó 2 % de nuestra
población española son miembros de sectas, y cómo la formación religiosa en las
escuelas es uno de los más idóneos métodos para ayudar a los niños y jóvenes a
discernir y protegerse ante los engaños, las falsedades y el fundamentalismo de las
sectas y de otras patologías religiosas. Entre las sectas sobre las que reflexiona el
autor podemos encontrar la Fundación Urantia, el Movimiento Raeliano, la Iglesia de
la Unificación (secta Moon), la Iglesia de la Cienciología, Nueva Acrópolis, la Iglesia
148 [444]
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
LIBROS
de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (Mormones), Meditación Trascendental, la Teosofía, el esoterismo de los Maestros de Sabiduría, Misión Rama, la
Gnosis de Samael Aun Weor, Creciendo en Gracia, la Iglesia Universal del Reino de
Dios (Pare de Sufrir), o la secta más grande y extendida en nuestro país, los Testigos
de Jehová. Una sección muy recomendable para conocerlas mejor y para sorprendernos de cuán cerca están de nosotros.
En el cuarto bloque se trata sobre la Nueva Era, el neopaganismo y el ocultismo,
muy presentes en nuestras sociedades, desde el Parlamento de las Religiones del
Mundo, celebrado en el marco del Forum de Barcelona en el 2004, o en los habituales
Foros de Ciencias Ocultas y Espirituales. Estas ideologías se mezclan en muchas
personas fundiendo elementos cristianos con hinduistas, budistas, panteístas, animistas o simplemente mágicos.
El último bloque de la obra recuerda algunas de las figuras más sobresalientes,
recientemente fallecidas, dentro del estudio de la religiosidad, como José María
Mardones; la espiritualidad, siendo el caso del hermano Roger de Taizè; o el sectarismo, como Julián García Hernando (Fundador del Instituto Misioneras de la Unidad y
del Centro Ecuménico de Madrid), José María Baamonde, o Pilar Salarrullana. Una
serie de gigantes todos ellos, en sus respectivas facetas, de los que repasando sus
biografías podemos volver a reconocer su permanente actualidad y cuánto es lo que
les debemos.
«¿Qué ves en la noche? Religión y sectas en el mundo actual», es un libro bien
escrito, de lectura ágil y asequible, de capítulos breves y a la par profundos, con una
amplitud de temas como estrellas en la noche el vigía, D. Luis Santamaría, contempla.
En sus propias palabras, la obra trata «de creencia y de creencias, de la Iglesia católica y del lugar del cristianismo en el mundo actual, y sobre todo de la nueva religiosidad [...] Aunque ordenado en la medida de lo posible, no constituye un ensayo,
sino una recopilación de artículos escritos entre los años 2006 y 2010, y publicados
en varios medios digitales». [...]
«Asistimos a una progresiva secularización del mundo que procede de la modernidad y, como ya se ha dicho, de aquellos polvos de la modernidad vienen estos
lodos de la postmodernidad. Pero los augures de la desaparición de lo religioso han
fallado estrepitosamente, y podemos ver cómo lo sagrado resurge de las más diversas formas. No sólo no ha sido erradicado, sino que el hombre anhela lo trascendente, y cuando es reprimido —como todo— al final abre grietas por las que tiene que
salir. Y muchas veces de manera patológica. Ahí está el fenómeno sectario, como
muestra real de manipulación de lo religioso, como perversión de la espiritualidad».
(Prólogo del autor).
Vicente JARA VERA
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
[445] 149
LIBROS RECIBIDOS - 2011
Editorial SAN PABLO, Protasio, 11-15. 28027 MADRID, [email protected]
• CARLO M.ª MARTINI y LUIGI M.ª VERZÉ, Estamos todos en la misma barca,
2009, 120 pp.
• LABOA, Juan María, Por sus frutos los conoceréis. Historia de la caridad en la
Iglesia, 2011, 382 pp.
• LARRA LOMAS, Luis E. Un fraile vestido de cardenal. Conversaciones con Carlos Amigo Amigo Vallejo, 2011, 271 pp.
Editorial de la BAC, c/ Don Ramón de la Cruz, 57, 1º, A, 28001 MADRID,
[email protected]
• CÁRCEL ORTÍ, Vicente, La II República y la Guerra Civil en el Archivo Secreto
Vaticano, 2011, 706 pp.
• CORRAL SALVADOR, Carlos, Confesiones religiosas y Estado Español. Régimen
jurídico, 2007, 480 pp
• PAREJA, Féliz M., La religión musulmana
• ESQUERDA BIFET, Juan, El cristianismo y las religiones, 1997, 134 pp.
• ESQUERDA BIFET, Juan, Hemos visto su estrella. Teología de la experiencia de
Dios en las religiones, 1996, 304 pp.
ÍNDICE VOL. XXVIII
PRESENTACIONES
La Asamblea Misionera Ecuménica de Edimburgo: balance y perspectivas, Juan Pablo García Maestro ...............................................
El 50 Aniversario del Concilio Vaticano II termómetro del ecumenismo actual ............................................................................................
Medio siglo de servicio al ecumenismo ....................................................
IV CONGRESO DE ECUMENISMO
Saludos de M.ª José Delgado, Misionera de la Unidad ..............................
Palabras de Juan Pablo García Maestro, coordinador del Congreso .........
CONFERENCIAS
Análisis histórico de la Asamblea misionera de Edimburgo desde 1910
hasta nuestros días, Jacques Matthey .................................................
Ecumenismo y misión en Europa, Eloy Bueno de la Fuente ..................
Ecumenismo y misión desde Asia, In Sik Hong .......................................
Ecumenismo y misión en África, Carmen Márquez Beunza ...................
Ecumenismo y misión en América Latina y el Caribe, Carlos Ham .......
MESA REDONDA
Ecumenismo y misión en España: El desafío que supone la celebración
del Centenario de la Primera Conferencia Misionera Mundial de Edimburgo, Inmaculada González Villa .....................................................
Ecumenismo en la Comunión Anglicana en España, Juan Larios ..........
La evangelización, eje central de la teología protestante, Máximo
García .................................................................................................
CLAUSURA
Mensaje final del IV Congreso de Ecumenismo. Ecumenismo y misión.
Centenario de Edimburgo (1910-2010) .............................................
ESTUDIOS
El movimiento pentecostal, Manuel Álvarez Díaz ..................................
El ecumenismo en la Exhortación apostólica de Benedicto XVI «Verbum
Domini», Fernando Rodríguez Garrapucho, SCI ............................
Hacia un nuevo estilo en el departamento para las relaciones exteriores
del patriarcado de Moscú, Pedro Langa Aguilar, OSA .....................
La Instrucción Ecclesia Catholica de 1949, Juan Cruz Arranz ...............
Instrucción Ecclesia Catholica. Sobre el movimiento ecumenico. Santo
Oficio, 20 de diciembre de 1949 ........................................................
Juan XXIII, del discurso al diálogo, de la espera al encuentro, Ángel Hernández Ayllón .....................................................................................
Rev. Pastoral Ecuménica, 85
5-8 (n.º 83)
5-10 (n.º 84)
5-10 (n.º 85)
9-10 (n.º 83)
11-12 (n.º 83)
13-34
35-64
65-90
91-112
113-124
(n.º
(n.º
(n.º
(n.º
(n.º
83)
83)
83)
83)
83)
125-136 (n.º 83)
137-142 (n.º 83)
143-152 (n.º 83)
153-157 (n.º 83)
11-24 (n.º 84)
25-48 (n.º 84)
49-84 (n.º 84)
11-22 (n.º 85)
23-28 (n.º 85)
29-60 (n.º 85)
[447] 151
Los observadores no católicos en el Vaticano II, Eloy Bueno de la
Fuente .................................................................................................
La III Asamblea del Consejo Mundial de las Iglesias en Nueva Delhi 1961,
significativo pórtico para el ecumenismo del Concilio Vaticano II,
José Luis Díez .....................................................................................
Las Religiones y su compromiso por la paz, Juan Pablo García Maestro ..
MISCELÁNEA
Asamblea episcopal ortodoxa, Archimandrita Demetrio ........................
Encuentro Internacional por la Paz de San Egidio, Manuel Portillo ......
La comunidad de Grandchamp: La catolicidad del corazón, Hermana
Minke ...................................................................................................
Semana de oración por la unidad, Inmaculada González Villa ................
Ecumenistas que se van:
Fallecimiento del cardenal García-Gasco en Roma, José Luis Díez .........
Ecumenismo teológico y práctico: el pastor Dr. D. Gabriel Cañellas, José
Luis Díez .............................................................................................
Crónica del Encuentro Ecuménico de El Espinar en «Los Molinos», Andrés Valencia .......................................................................................
XLI Congreso Ecuménico Internacional de la IEF en Brighton (Inglaterra), Inmaculada González Villa ........................................................
El Sínodo de Oriente Medio, Manuel Portillo ..........................................
Ecumenistas que se van:
Antonio Andrés Puchades, presbítero de la IERE en Valencia, un ecumenista de nota, José Luis Díez ..............................................................
RECENSIONES
Comentarios de Martin Lutero, Vol. II, Carta del Apóstol Pablo a los Gálatas (Domingo Muñoz León) ............................................................
HAMANT, YVES, Alexandr Men (Maite Eguiazábal Rodríguez) ................
GARCÍA RUIZ, MÁXIMO, Iglesia Bautista. Comunidad de creyentes (Juan
Pantoja Cano) .....................................................................................
BOUZADA, HAYDÉE, La unidad de la Iglesia. Selección de textos patrísticos (Juan Pantoja Cano) ..................................................................
SÁNCHEZ MIELGO, GERARDO, La unidad de los creyentes. La Iglesia que
pensó el discípulo amado (Juan Pantoja Cano) .................................
Enquiridion bíblico. Documentos de la Iglesia sobre la Sagrada Escritura
(Domingo Muñoz León) ....................................................................
RUIZ DE PABLOS, FRANCISCO, Comentario a Eclesiastés de Antonio del
Corro (Evaristo Martín Nieto) ..........................................................
SANTAMARÍA DEL RÍO, LUIS, ¿Qué ves en la noche? Religión y sectas en
el mundo actual (Vicente Jara Vera) ...................................................
152 [448]
61-78 (n.º 85)
79-94 (n.º 85)
95-110 (n.º 85)
85-98 (n.º 84)
99-101 (n.º 84)
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107-116 (n.º 84)
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130-141 (n.º 85)
142-144 (n.º 85)
123-125 (n.º 84)
125-128 (n.º 84)
128-129 (n.º 84)
129-130 (n.º 84)
130-132 (n.º 84)
145-146 (n.º 85)
146-147 (n.º 85)
148-149 (n.º 85)
Rev. Pastoral Ecuménica, 85