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Vivir en tiempos de crisis
ALICIA ZANOTTI DE SAVANTI
Que el corralito no nos acorrale la vida...
Una vez más vivimos en la Argentina una
situación de gran preocupación - insólita y
paradojal- que se manifiesta en contradicciones tales como: "un país tan rico, con tantas
posibilidades, y una situación tan miserable",
"con todo para salir, y tan estancados","tan
inteligentes, y no podemos organizar algo
viable".
Esta vez el escenario presenta características inéditas por su configuración. Una pobreza que alcanza al 40% de la ciudadanía y
que no ve tope en su avance - aún hacia las
tradicionalmente consideradas zonas más ricas del país-; un corralito bancario que paraliza operativamente a una ya destrozada clase
media que siempre fue garantía de estabilidad; un cuestionamiento sobre la legitimidad de la clase política desoída por los responsables en su expresión democrática -que
volcó el pueblo a las calles y llevó al vertiginoso cambio de tres presidentes y dos "encargados del Poder Ejecutivo Nacional" en
una semana-; la ausencia de liderazgos creíbles, por dar algunas pinceladas gruesas de
la situación detalladamente descripta por la
prensa nacional y extranjera y dolorosamente sufrida por nosotros.
La gente siente que está en medio de una
locura o de una situación que genera locura y
me pidieron alguna reflexión acerca de cómo
conservar la salud mental en medio de este
caos. Me pregunté si es posible hablar de la
salud mental personal prescindiendo de la salud mental de la sociedad en que vivimos. La
analogía entre los desórdenes sociales, la desintegración familiar y el desequilibrio emocional de las personas, me llevó a focalizar la
atención sobre la importancia de comprender de qué manera lo personal y lo social son
aspectos de una misma realidad que no puede escindirse. También me hizo pensar cómo
lo que podamos aportar desde una perspectiva afecta a la otra -en un vaivén que forma y
retroalimenta a su vez circuitos viciosos o virtuosos- y que nuestro desafio es transformar
el vicio en virtud.
Qué nos pasa
La vida social organizada, con su ritmo de
hábitos y rutinas cotidianamente repetidos,
constituye el hilo a través del cual se van tejiendo nuestros proyectos e ilusiones y es
una de las buenas defensas contra la angustia. Cuando esa organización es muy rígida,
los días transcurren de forma muy parecida y
el devenir se torna excesivamente previsible suele decirse que vivir en Suiza es aburridolos sobresaltos permiten sacudir los fundamentos de nuestra seguridad social y personal y replantearnos "sobre qué terreno hemos tendido nuestra tienda"...
Pero cuando estos temblores se suceden cíclicamente, los hábitos de la convivencia organizada no llegan a instalarse sólidamente,
23
la desconfianza mina toda transacción y las
personas no logran construir defensas mínimas ante la angustia porque sus vidas transcurren en medio de una expectativa amenazante, donde en cada minuto puede ocurrir algo
inesperado, y en ningún momento se puede
estar seguro de si permanecerá aquello con
lo que se cuenta.
Hoy ese ritmo de lo cotidiano se ha roto –
intensamente caracterizado por factores
económicos – y la confianza básica en la estabilidad y confiabilidad de los vínculos con las
personas, el trabajo y la vida, a partir de los
cuales construimos nuestro destino, se ha
desmoronado.
Estos contextos tienen consecuencias profundas en la estructuración del psiquismo y
en la percepción de la realidad de sus miembros. El teorema fundamental de la psicología social dice que los individuos y la sociedad se determinan recíprocamente. Una sociedad funcional permite que sus miembros
vayan desarrollando sus etapas vitales y, por
tanto, creciendo en sus interacciones con sistemas más amplios (Erickson). Cuando esto
ocurre, los niños juegan y aprenden, los jóvenes proyectan, los adultos trabajan y fundan
familias y los ancianos disfrutan de lo vivido y
se preparan para bien morir. Cuando los niños no tienen clases o desertan del ciclo escolar, los jóvenes proyectan irse, los adultos están desempleados, y los ancianos no pueden
cubrir sus necesidades básicas de atención,
se han comprometido aspectos esenciales del
desarrollo de las personas.
Por otro lado, cualquier actividad cotidiana se ve entorpecida y bloqueada por conflictos socioeconómicos que no encuentran
resolución y el país se ha convertido en una
verdadera "máquina de impedir " . O, por lo
menos, ha alcanzado un récord histórico de
esa tendencia. Esta vez ha llegado a imposibilitar los proyectos más íntimos y personales.
Todos los ingredientes justifican sentir y vivir
una situación de caos, que suele traducirse
con el término genérico de "crisis. "
Ante el desconcierto, la impotencia y la imposibilidad de encontrar algún esquema para
pensar con más claridad sobre los caminos a
tomar, todo el país se ha convertido en una
tertulia monotemática que discute y repite
24
los mismos hechos en busca de un consenso
que nos permita encontrar alguna postura
desde la cual contribuir a cambiar la dirección del proceso.
Este estado anímico colectivo, en su necesidad de salir de la angustia, lleva a posturas
diversas, nacidas de un deseo mágico de cortar con ese estado de conflicto, y pasar rápidamente a otra cosa. Así:
• Suele escucharse aquello de "bueno,
ya en unos días viene la reactivación y
salimos de la recesión " o " tal día, el organismo internacional tal, nos prestará
tanto, y la economía arranca" o "ciertas personas o países nos donan tales
ayudas, y aliviamos la situación". Son
los intentos de superar la inactividad
económica y el estupor en que se encuentra el país, a partir de un principio fundamental de la psicología social, que dice que "si algo no es real,
pero la gente lo cree real, es real en
sus consecuencias " (Teorema de Thomas). Por alguna razón, entre nosotros
la segunda premisa no se cumple.
• Una intención similar apela a recursos espirituales y a una audacia mayor
-"tenemos que tener fe"- en una aplicación simplista y casi perversa de una
Virtud Teologal que es don de la Gracia. Otros apelan a la Esperanza, en
una huida hacia lo alto, como una fuga del mundo y proyección en el cielo, más que como el motor de una
praxis enraizada en la Caridad -declarada por Pablo, "la más grande de las
tres " ( Corintios 13,13). Si la hubiésemos practicado en profundidad y no
en la limitada versión de la caridad beneficencia - asistencialista- hoy no
estaríamos discutiendo sobre la fe y la
esperanza en minúscula.
• Otros dan una versión distinta del tema de la "esperanza" y buscan ánimo
y energía en la ilusión: "rompamos todo, después va a venir algo inédito".
Nadie sabe bien cómo ni de qué modo, ni a través de quiénes, pero los
adalides de la ilusión dicen: ya va a
aparecer. Los argentinos estamos enfermos de ilusión. Esta versión es es-
•
•
•
pecialmente preocupante porque se
escucha con mucha frecuencia, pero
desde supuestos básicos muy distintos
acerca de qué es lo que debe cambiar,
y cuál será la medicina que traerá una
mayor salud. Mientras tanto, se sigue
rompiendo. La última vez que en el
transcurso de mi vida me vi involucrada en esa discusión, fue en los años
70, cuando el tema de la ilusión era
"
profundizar la revolución". El resultado fue una de las páginas más dolorosas y trágicas de nuestra historia
que nos dejó una herida sin cicatrizar
que aún hoy nos impide encontrarnos
como hermanos.
Otros deciden emigrar, en busca de
contextos con más posibilidades, como parte de un proyecto más general
de crecimiento, o en un " quemar las
naves" buscando nacer de nuevo en
otro lado.
Otros se van de otra manera. Sin tanta
energía como para preparar una emigración, prefieren " irse " virtualmente
y se alienan en alguna de las tantas alternativas a su alcance.
Los más positivos, se sacuden de su indiferencia y se unen a otros en distintos emprendimientos.
Mientras tanto, entre los que se desesperan, los que se deprimen, los que se van o se
lamentan porque no pueden irse, los que se
alienan en adicciones o se reúnen para cambiar, muchos se enferman y otros sencillamente mueren: por pobreza, por falta de asistencia médica, porque los matan criminalmente o porque se suicidan. La crisis tiene
sus costos. Altísimos costos. En vidas.
La salida no mágica, dependerá de lo que
hoy hagamos, y lo que hoy hagamos dependerá de la claridad con que comprendamos
cuáles son algunos de los factores básicos que
nos mantienen atados a esta situación de negación de la vida.
Para ello trataré de desarrollar los siguientes
puntos: 1. qué es una crisis; 2. cuáles son sus
posibles salidas; 3. qué tipo de crisis es la nuestra y cuál es su disfunción básica, con el fin de
orientarnos hacia soluciones más constructivas.
Cómo ocurre una crisis
Como ya hemos dicho, los sistemas sociales
(sociedad, familia, individuo) funcionan manteniendo un equilibrio que permite el cumplimiento de sus metas. Pero a veces, el individuo o el sistema enfrentan una situación que
modifica su funcionamiento previo y le impide continuar con los mismos hábitos. Esto
constituye lo que llamamos un problema; entonces, en forma automática, se ponen en
marcha los mecanismos habituales de resolución que fueron exitosos en el pasado.
El tiempo que transcurre entre el comienzo del problema y la aparición de los primeros resultados consecutivos a la puesta en
marcha de las soluciones suele ser razonablemente tolerado por las personas porque, basadas en la experiencia anterior, confían en
que la solución vendrá después de un tiempo
conveniente (por eso en algún momento tuvieron cierto éxito aquellos aforismos como
"hay que pasar el invierno"). Lo acotado del
tiempo de la espera y la confianza en que se
solucionará, permiten soportar la tensión y
poner en marcha los mecanismos de defensa
que no dejan que nos enfermemos.
En una crisis, este proceso se amplifica
porque el problema es mayor y las fuerzas
que ordinariamente se pusieron en juego para su resolución fallan. Lo que caracteriza a la
crisis es el desequilibrio entre la dificultad y la gravedad de un problema que amenaza alguna necesidad vital o fundamental de las personas y los recursos habituales de los que se dispone para enfrentarlo con cierta expectativa de éxito, dentro de un
lapso de tiempo acotado (Gerald Caplan).
En esta situación, al tiempo que se prolonga, al problema que se agrava, a la falta de
acierto en lo que se propone, se agrega, como factor fundamental, la amenaza a necesidades vitales (alimento, atención médica, disponibilidad de recursos materiales, posibilidad de planificar algo, justicia, educación para los hijos, etc).
En este punto, los mecanismos de defensa
habituales (la negación instrumental al servicio de poder seguir trabajando, cierta capacidad de disociación, la compensación con algunas actividades recreativas, el refugio en algún hobby, etc.) fallan, y la angustia se hace
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ingobernable. Es un tema cuantitativo. Todos
podemos manejar cierto grado de tensión,
pero cuando ésta sobrepasa un umbral que es
personal y no se ve el final, "no hay físico que
aguante" -dice el refranero popular.
El efecto de la tensión sobre los sistemas
adaptativos bio-psico-sociales explota en la
aparición de todo tipo de disfunciones (enfermedades) biológicas, psicológicas y sociales que, como veremos luego, se van a constituir en los índices que nos marcarán la gravedad de la enfermedad social, tanto como la
fiebre, la tos o el peso pueden ser índices de
una enfermedad personal
Lo distintivo es que se pierde la serenidad
que da la experiencia de una salida anterior
exitosa. Esta situación se agrava aún más si lo
que se propone es algo que ya demostró su
ineficiencia, o si el que lo propone no tiene
credibilidad, sea por su performance anterior, por el modo en que lo expone, o por lo
que representa socialmente.
La confianza y su otra expresión, la credibilidad, son actitudes que nacen de mecanismos
vinculares complejos, de raíz inconsciente,
que se relacionan con las experiencias previas,
pero también con las condiciones actuales y lo
que éstas transmiten. Incluyen aspectos cognitivos y afectivos no fáciles de manipular ni de
provocar voluntariamente. Por eso los gobernantes suelen preguntarse: por qué la gente
no confía?, por qué las inversiones no vienen?
Alguno incluso puede aventurar: ¿cómo hago
para crear confianza?, como si se tratara de un
producto susceptible de ser construido técnicamente con algunos asesores de imágenes y
ciertas técnicas publicitarias.
Ante esta situación, que se vive como insoportable y sin salida a la vista, la reacción más
frecuente es la agresividad, ya sea en su manifestación hacia fuera o hacia adentro. En un
caso me enojo, salgo a la calle, grito, golpeo
cacerolas, pego carteles, etc., en el otro me
vuelvo sobre mí mismo/a, me deprimo, me
aíslo, me encierro en mis adicciones (cigarrillo, droga, TV, juego) o exploto a través de alguno de los sistemas psicosomáticos.
La manifestación agresiva hacia el mundo
externo es sana cuando permite la descarga y
la expresión activa de las medidas y cambios
que se reclaman. Ayuda a salir del letargo,
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del estado de victimización y permite un protagonismo activo. Es la superación de la angustia paralizante. Pero la agresividad tiene
también intensidad, modalidades y fines. La
teoría del aprendizaje social de las emociones
( Bandura) nos aporta la distinción entre la
agresividad instrumental -"energía disponible
como medio para llegar a otro fin"- y la agresividad hostil: "agresividad dirigida por la cólera y llevado a cabo como fin en si misma"(Myers). La primera es tan necesaria que
su ausencia muchas veces nos hizo sentir que
vivíamos en un país de indiferentes encerrados en su burbuja. Pero puede perder su objetivo al separarse de la finalidad que persigue y ser instrumentada por líderes destructivos transformándose en agresividad hostil.
Puede ser que un líder negativo la use instrumentalmente para su propio interés, pero el
que es usado o pagado para realizarla, termina estimulando su propio sadismo, altamente
desintegrador para sí mismo y para los demás. Las imágenes de los últimos días abundan en documentos sobre estas conductas.
Cualquiera sea el comienzo de la manifestación agresiva, si no hay control interno o
externo que regule su expresión, necesariamente se convierte en hostil, porque va produciendo un efecto de aceleración y contagio
mutuo que, por un mecanismo de retroalimentación positivo, se autoperpetúa hasta
que explota en actos de destrucción irreparables (muertes). Entonces aparecerán las figuras capaces de controlar la situación, a través
de mecanismos más nefastos aún. Lo sabemos. Lo hemos vivido. Hoy la hostilidad toma
la forma de justos reclamos y por eso no permite ver la situación de anarquía que se está
gestando (mensaje de Juan Pablo II al Episcopado Argentino, 12 de febrero de 2002).
Otra cosa sería sin televisión
Y acá intervienen otros protagonistas de la
sociedad actual. Son los medios masivos de
comunicación social, fundamentalmente la
radio y, por sobre todos los demás, indiscutiblemente, la omnipresente televisión. El poder de impregnación de la imagen es tan
fuerte, que se constituye, junto a la familia,
en uno de los mediadores básicos de nuestra
representación del mundo y de procesos de
aprendizaje acerca de cómo expresar emociones. Cuando en Santiago del Estero los televidentes ven cómo rompen bancos en Capital,
incorporan un modelo de protesta tal vez originariamente ajeno a su modo de ser. Así, el
país entero en tiempo real, tiene acceso a mecanismos de protesta que se van repitiendo y
fomentando.
Pero los medios masivos de comunicación
social son parte y consecuencia del mismo
conflicto. Al tratar de captar la audiencia con
noticias cada vez más estimulantes sobre los
sentidos, amplifican la internalización de imágenes de destrucción masiva porque no se
concentran fundamentalmente en los reclamos organizados sino en las imágenes de alto
impacto. Eso agrava el círculo de un ser retraído que, tal vez desempleado y por tanto
alejado de sus sistemas de inclusión natural,
con dificultades en la familia, se aliena durante horas en el mismo circuito aumentando su
pesimismo, depresión e inoperancia. Nunca
se dirá suficiente sobre el alto poder patógeno
de la emisión indiscriminada de actos de destrucción masiva sin sentido claro. Este es un
capítulo que merece la atención de la sociedad. Afortunadamente esto se está haciendo
últimamente desde nuestras universidades.
Una crisis no
necesariamente es buena
Se ha repetido frecuentemente que la crisis es peligro y oportunidad y, en la línea que
venimos analizando, muchos se abrazan a la
oportunidad minusvalorando el hecho de
que es una "oportunidad peligrosa". Cuando
se enfoca este aspecto, uno corre el riesgo de
ser calificado como "no positivo" o "no dando una visión esperanzada". Son los defensores de la teoría del "tocar fondo " . Sin embargo, el fondo es resbaladizo y, como dice un
amigo nuestro, "desde que se inventó la pala
el fondo siempre puede estar más abajo."
Porque así como hay personas que ante la vista de un signo de alarma, ponen en funcionamiento los mecanismos de corrección, otros
necesitan estar a un paso de la muerte para
reaccionar... si es que reaccionan. Pueden
morirse o quedar en estado vegetativo por
tiempo indeterminado. Que alguien tome el
análisis de cuál es nuestro comportamiento
como país en este punto.
Cuando como consecuencia de una situación de necesidad extrema aparecen recursos
nuevos, cuya posibilidad tal vez se ignoraba
hasta entonces, y se diseñan estrategias diferentes de resolución que ofrecen una lucecita
en medio de la oscuridad, las energías se redoblan, se integran y, si se alcanza éxito en algún aspecto, tanto las personas como el cuerpo social se sienten fortalecidos y quedan
más preparados para enfrentar en el futuro
situaciones similares.
Pero esto no siempre ocurre. Entonces, en
principio, ante una crisis tenemos por lo menos tres posibilidades:
•
que se resuelva adecuadamente el
desequilibrio que la ocasionó, y se
restablezca un nuevo equilibrio que
nos deje en una situación mejor de
la que estábamos.
•
que, como deseo de hacer algo que
cese con la angustia, se instrumenten soluciones impulsivas, irracionales, se malogren personas o posibilidades, se cometan actos irreparables,
y finalmente se restablezca un modo
de vivir diferente pero de calidad o
posibilidades claramente inferiores a
las que se tenían antes de la crisis.
•
que nada se resuelva y que el caos se
transforme en una forma de vida,
que se cronifique y ya ni siquiera se
angustie. De hecho, las personas se
acostumbran a vivir en medio de conflictos que, por la incapacidad de
plasmarse en un cambio positivo, son
sustancialmente estériles. En estos casos el ruido y la acción pueden aparentar dinamismo, pero un análisis
longitudinal de la situación demuestra que en realidad es la permanencia
de lo mismo. En este caso podríamos
decir que la sociedad está enferma o
en disfuncionalidad crónica.
Estas tres grandes tendencias pueden matizarse en una combinación que admite tantas
variaciones como situaciones hay. Cada crisis
es única y a veces se solucionan cosas parcialmente, mientras otras perduran insolubles y
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en algunos aspectos empeoran. En los problemas humanos las crisis pueden hacer crecer, pero también aplastar. Para que una crisis sea buena requiere de ciertas condiciones.
Características de nuestra crisis
En esa interrelación que mencionamos entre lo social, lo familiar y lo personal, utilizamos un esquema que Pittman aplica a las crisis familiares, distinguiendo cuatro grandes
grupos fundamentales, según la naturaleza
del factor -o de los factores- productores de
tensión.
Cada una obedece a procesos distintos y
nos da un registro de posibilidades de salidas
diferentes. Así:
• a veces la crisis es la consecuencia de
la irrupción súbita e inesperada de
un hecho interno o externo que rompe una situación de estabilidad. Por
ejemplo, una inundación inesperada,
que deja a muchas personas sin vivienda. Es algo concreto, único, obliga a una gran movilización que produce el nucleamiento de la población
en la lucha contra un enemigo común. Cuando esto ocurrió en nuestras provincias del noreste, la intervención desde Cáritas a través de la
construcción de nuevas viviendas, dejó una enseñanza, permitió ensayar
tecnologías que quedaron como riqueza para otras circunstancias y los
habitantes de la comunidad fortalecieron su capacidad de trabajar juntos.
• otras veces, las crisis son productos de
cambios dinámicos necesarios para la
evolución del sistema. Son las que se
producen en las transiciones que suponen el cumplimiento de los ciclos
vitales. Exigen reacomodamientos de
sus miembros y de las normas por las
que se manejaba el sistema. El advenimiento de la pubertad, el casamiento
de los hijos, el acceso al gobierno democrático, pueden ser tres ejemplos
relativos a tres sistemas diferentes que
ilustran esta situación. La resolución
adecuada, a través de la aceptación de
la nueva situación y de la reestructura28
ción pertinente, enriquece a todos y
permite elaborar nuevas metas.
• un tercer tipo de crisis deviene cuando
un sistema está organizado a partir de
condiciones de dependencia hacia terceros y ocurre un cambio que no parece negociable en las condiciones de dicha asistencia. Así, por ejemplo, muchas instituciones educativas o de salud dependen de la asistencia financiera del estado. Cuando éste cambia las
condiciones de ayuda o decide no continuar con la prestación, las instituciones entran en crisis. Los cambios en
las condiciones de asistencia financiera de parte de los organismos internacionales, tienen el mismo efecto sobre
el funcionamiento del país.
• por último, hay situaciones de crisis
endémicas, que ocurren en sistemas
que nunca llegan a un grado de salud, estabilidad o funcionalidad suficiente, como para que las crisis sean
novedades que lleven a un cambio.
Son estados donde el factor de conflicto queda siempre latente y se deciden
soluciones de paso, que más bien son
modalidades de supervivencia sobre
problemas irresueltos, que de tanto en
tanto se hacen presentes porque la
tensión se hace excesiva. En este caso,
no hay creación de recursos nuevos, ni
cambios que permitan la reacomodación en algo distinto. Son descargas de
la presión del sistema que permiten
seguir un tiempo más hasta el próximo cataclismo, porque las cuestiones
productoras del stress no se modificaron. En otras palabras, se cambia lo
necesario para que nada cambie. Muchos estudios que se han publicado en
nuestro país en este último tiempo,
tienden a explicitar esta última situación, al describir situaciones crónicas
que, repetimos, no resuelven problemas básicos.
Por eso, es necesario entender la verdadera
disfuncionalidad sobre la que pretendemos
actuar porque, de lo contrario, no aparecerán
las soluciones adecuadas. Hoy, muchos tienden a describir nuestro sistema dentro de las
dos últimas características. Por lo tanto, más
que de crisis, deberíamos hablar de enfermedad del sistema y no entusiasmarnos con situaciones coyunturales frente a problemas de
estructura, agravados por el círculo de anomia y violencia en que estamos inmersos.
Una sociedad enferma (disfuncional)
A mediados del siglo XX James Halliday
afirmaba. La sociedad "es un grupo capaz de producir y reproducir (es decir, mantener o incrementar
sus bienes sociales), atrayente e integrado (o sea, socialmente sano) en el que sus miembros proyectan su
salud social al ser emocionalmente integrados (es decir, psicológicamente sanos). Empero, si los lazos psicológicos de un pueblo se debilitan (sea por `causas'
interiores o exteriores), el grupo pierde su coherencia, se vuelve rechazante, se dispersa y pierde la capacidad de cumplir su función social específica; es
decir, ya no produce `bienes' sociales, sino `males'.
Tal grupo puede describirse como desintegrado (o
sea socialmente enfermo) o como comunidad o sociedad enferma, y sus miembros proyectan su falta de
salud social al ser emocionalmente desintegrados (es
decir, psicológicamente enfermos). "
Vemos la íntima correspondencia entre
desintegración social y desorden personal, al
bloquearse y frustrarse los proyectos vitales
que surgían en aquel fluir de los ritmos y rutinas de una sociedad integrada, cuyos encuentros permiten conversaciones sobre proyectos y futuros, en lugar de temáticas de expulsión y ruptura
Las "causas" complejas, históricas, multideterminadas, han de buscarse en el debilitamiento de los vínculos entre los distintos grupos que la forman y en la interrelación entre
éstos y el macrosistema en que nos insertamos, profundamente enraizados en las creencias básicas y el sistema de valores que las justifica y organiza.
"Mi experiencia y los libros me enseñaron
que ningún grupo humano, ya sea una familia o una sociedad, puede existir sin el común
acuerdo de sus integrantes. Se trate de la familia de Hamlet o del reino de Francia, en el
siglo XVIII, el final es previsible la primera
vez que alguien infringe ese acuerdo y nadie
protesta" -dice en La Nación el escritor Alberto Manguel. (enero 2002).
En el esclarecimiento de este punto se inscriben los debates nacionales acerca de nuestra idiosincracia: nuestros conflictos de identidad, nuestra falta de coherencia, el individualismo caracterológico, son algunos de los
temas que aportan cada vez más claridad a la
comprensión de cuál es la línea en que debe
darse el cambio: "restaurar el equilibrio en
una sociedad que en realidad no existe porque no cree en su propia integridad, es un
truco que ningún mago puede realizar" -continúa el mismo autor en el mismo artículo.
El desequilibrio social es el primer paso hacia la desintegración social que es nuestro
punto de encrucijada. Nuestros desencuentros históricos y actuales, el énfasis en las divisiones y las diferencias, Ios ricos y los pobres,
los barrios cerrados y los barrios populares, el
interior y Buenos Aires, la Argentina profunda y la Argentina del Atlántico, la regulación
estatal o el libre mercado, los políticos versus
los ciudadanos, los pobres contra los pobres,
Caín y Abel. No es la existencia de grupos diferentes en un mundo que encuentra su riqueza en el pluralismo y la diversidad, sino la
falta de puentes, los prejuicios y la resolución
de problemas a través de chivos emisarios lo
que no permite resolver el problema.
Nuestros obispos definen que la pérdida
de la visión del bien común, (es decir, la función social específica de todo el que asume
funciones públicas) (Carta al Pueblo de
Dios) -que corrompe metas y encierra en los
círculos de los propios intereses y conveniencias- es el infierno de Dante donde todos dan
vueltas sobre sí mismos. Nadie toma a su cargo los protectores del bien social: la justicia,
el respeto por la ley y los derechos de las personas.
La pérdida de estos valores que permiten
la formación del ciudadano, constituye el
bien simbólico cultural ausente que, de no
corregirse, nos lleva apresuradamente al próximo estadio de disgregación y colapso: la
guerra civil que vaticinan los defensores del
"tocar fondo " . Estos agoreros de la destrucción están provocando una guerra de "todos
contra todos" (Thomas Hobbes), ya que no
hay hoy en Argentina un acuerdo acerca de
cuáles son los enemigos que se enfrentan.
En una sociedad tan disfuncional, los sub29
grupos fragmentados, con finalidades en
abierto conflicto entre sí, eligen naturalmente como líderes a aquellos que les prometen
la realización de sus intereses específicos. No
tienen más opción que elegir a agitadores,
profetas de doctrinas personalistas, demagogos, ya que "enfermó" la percepción del bien.
Los índices de la enfermedad social están
dados por los indicadores de la misma:
Indicadores biológicos.
• Disminución de la fecundidad
• Dificultades sexuales
• Aumento de enfermedades psicosomáticas
• Aumento de consumo de psicofármacos
• Aumento de enfermedades por stress
y ansiedad, ataques de pánico y depresión
• Aumento de problemas de identificación sexual
• Aumento de pedido de auxilio por suicidios
• Mayor riesgo de los profesionales de la
salud que atienden problemas toxicológicos y psiquiátricos
Indices familiares.
• Perturbación de los vínculos
• Aumento de la violencia
• Disminución o degradación de las relaciones de pareja
• Adicción creciente a la televisión y
materiales informativos generales con
correlativa disminución de la comunicación
Indices sociales (extraídos de los índices publicados por Siempro e Indec)
• Aumento del índice de pobreza
• Aumento de la tasa de desempleo
• Frecuencia de manifestaciones sociales
• Bolsones de pobreza crecientes
• Dificultades con la continuidad de la
escolaridad
Indices criminales:
• Aumento de la delincuencia y la criminalidad
• Construcción de barrios cerrados
• Aumento de barrios vigilados
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Indices políticos
• Fragmentación social
• Agitación en las calles
• Cortes de rutas, paros, manifestaciones
• Rechazo a la representatividad política
• Cambio permanente de autoridades
• Emigración en masa
Indices culturales.
• Aumento de actividades de fuga de la
realidad (juegos de azar, videos, TV)
• Creciente intrusión de lo primitivo, de
lo visceral y lo pornográfico como contenido de las comunicaciones y artísticas
• Simplificación y degradación del lenguaje, reducido a palabras grotescas y
agresivas
• Declinación de la Fe religiosa y proliferación de sectas
En un cuerpo social enfermo, la inmunidad colectiva disminuye y la aparición de
cualquier fenómeno tiene un efecto contagioso similar al que ocurre en una epidemia,
mientras que en un cuerpo social sano, la
aparición de un foco de problemas es inmediatamente neutralizado por los mecanismos
inmunológicos comunes de la sociedad sana.
Trabajando por la vida.
En esta "peligrosa oportunidad" corremos
el riesgo de formular como crisis evolutiva, lo
que es una crisis estructural con ropaje de
evolutiva. Aún la modalidad de la dependencia es consecuencia de los problemas estructurales. El error no es menor. Como cuando
un hijo adolescente presenta conductas que
atribuimos a la etapa que vive sin captar que
bajo la forma de la conducta juvenil se enmascara un problema crónico de su organización personal.
El trabajo sobre las consecuencias - imprescindible en momentos de emergencia es necesariamente insuficiente cuando no se
corrige el problema estructural. Si un plan
"trabajar", no va acompañado de las medidas
adecuadas para que en un cierto tiempo se
proporcionen nuevas oportunidades de trabajo, el problema se agrava. Entonces, lo mismo que se hizo con finalidad "social " frecuen-
temente se torna antisocial en la práctica.
Entonces, ¿qué hacemos?...
A veces vienen a verme personas desoladas,
deprimidas, desgastadas en su vitalidad, como consecuencia de sufrir años de violencia
hogareña en cualquiera de sus variantes (falta de respeto, descalificación, agresión verbal,
psicológica o física, indiferencia, etc). Y suelen plantear esto "mire, yo vivo una situación
x con mi cónyuge, pero hace tantos años que
estoy con él que no quiero separarme. Lo
que quiero es que no me afecte. Cómo puedo
"
"
hacer . Yo suelo contestarles, yo no se cómo
se hace eso, a menos que Ud. se convierta en
un esquizofrénico, haga control mental, se
anestesie con algún fármaco, o ponga todo su
interés en algún otro aspecto de la vida, de
tal modo que este ser le sea indiferente, y esto equivale a una separación emocional aunque Ud. guarde las formas." Suelo agregar
"sería más productivo comprender cómo es
que Ud no ha podido hacerle sentir cuánto
más felices serían ambos si él cambiara esa
modalidad, lo cual indudablemente implica
un cambio de actitud de parte suya ante el
problema". ¡Cómo podríamos pretender que
nuestro cónyuge no nos afecte!. Sería deshumanizarnos y transformar el matrimonio en
algo no conyugal.
Del mismo modo, si la situación del país
nos está enfermando, algo tendremos que hacer antes de que nos mate. Pero casi inmediatamente deberíamos volvernos a nuestro interior y preguntarnos cómo pueden cambiar
los gobernantes sin que nosotros cambiemos
nada. Cómo podernos salir de esto sin nuestro pequeño o gran aporte.
La suerte de cada uno de nosotros está indisolublemente atada a la suerte del conjunto. Si la medicina de alta complejidad ya no
puede practicarse en el país, la persona más
protegida económica y socialmente no podrá
ser asistida si tiene un infarto en la calle. Ni
los pasaportes, ni los dólares, ni los barrios
cerrados pueden sustituir un cuerpo social
activo, eficiente, pronto a defender los derechos de sus ciudadanos al servicio del bien
común.
Si hemos elegido seguir viviendo en la Ar-
gentina, es primordial reconocer que esta si-
tuación nos involucra, cualquiera sea la situación coyuntural en que nos encontremos personalmente. Para algunos es vital hoy, por indigencia y, para otros, puede ser vital dentro
de unas pocas horas, porque hoy la muerte
está en la calle, en las manos de cualquier niño que aún no pudo ni siquiera entender de
qué se trata su propia vida.
Los muros sólo sirven para despertar el deseo de escalarlos. Es hora de destruir muros
y construir puentes, pero ésta labor tenemos
que iniciarla en nuestro interior. Si no cambian las actitudes, no puede haber más que
apropiación de lenguajes, pero nunca conversión de conductas. Entre estas actitudes habría que incluir, a mi juicio, las siguientes:
• La aceptación de la situación que vivimos incluye el llorar por lo que creíamos que era o lo que hubiésemos podido gestar.
• Pasar por el duelo de la ilusión nos
permitirá recuperar la capacidad de
pensar y salir del corralito de la inoperancia y de la muerte. Porque la relación entre las causas y los efectos del
stress no es lineal, sino que está mediada por la actividad cognitiva de la
persona, por su búsqueda de sentido y
causalidad de los acontecimientos y
por el sentimiento de control sobre la
situación frustrante y sus reacciones.
La reflexión nos permite no caer en la
desesperación. Porque lo irracional y
lo injusto rebela, llena de ira, daña.
• Esta mediación del pensamiento tiene
su correlato en el sistema inmunológico por la secreción de endorfina de
efectos sedantes (experiencias de Widenfeld, Bandura, et al). Del mismo
modo, la eficacia personal percibida y
adquirida como consecuencia del control y dominio de una situación conflictiva para la autoestima, provee de
una protección inmunológica duradera que permite luchar con más fuerza
contra otros acontecimientos malos.
• Esta comprensión se facilita si nos unimos a las personas con quienes cornpartimos un sentido de vida, un lenguaje, un universo simbólico de signi31
ficados. Por eso no cualquier contacto
ayuda y protege. Hay vínculos protectores, como los hay intoxicantes. Y hay
contactos circunstanciales, operativos
para un fin inmediato, que aún no representan un acuerdo acerca de cómo
organizarse en función de un proyecto
más amplio. El grupo de autoayuda no
es meramente reunirse con aquellos
que sufren el mismo problema; debe
tener la posibilidad de una elaboración constructiva del mismo
• Comprender exige también ver a los
otros diferentes, escucharlos desde su
propia perspectiva, verlos en sus fortalezas, pero también en sus irrecuperabilidades. Y así vernos desde nuestra
mayor o menor contribución por algunas acciones, o desde nuestra mayor o
menor omisión, por ceguera, por
equivocación, por inseguridad, por
prejuicio, y tantas otras cosas...Vernos
desde el otro. No para justificar desde
un permisivismo sentimental lastimoso
más destructivo aún, ("pobrecitos los
pobres") sino para un encuentro que
nos incite a modificar nuestra actitud.
• Por este camino necesitamos menos
chivos emisarios en los cuales proyectar las culpas para disculparnos a nosotros mismos. Vernos que nuestros adversarios no dejan de ser nuestros.
Nuestros familiares corruptos no dejan de ser nuestros, aunque desaprobemos y condenemos su conducta. No
puedo elegir la Argentina del 1-1 y rechazar la del 1-x. Esto se basa en la
fantasía infantil de que puedo tomar
de la realidad lo que me gusta y rechazar el resto.
• Aceptar no es resignarse -los argentinos solemos decir: "este país no tiene
"
solución . Es darse cuenta, en cambio,
de cómo son las cosas, de qué manera
fuimos transitando el camino hacia
donde estamos y cuáles son los senderos que tenemos que encarar si queremos ir a un lugar diferente.
• Podremos entonces distinguir lo urgente, de lo importante y de lo posible.
Existen todavía muchas personas para
quienes es muy dificil aceptar este estado de
cosas y que están en grave riesgo. Son las que
están atrapadas en una situación de injusticia
para la que no hay solución concreta inmediata. Los que creyeron, confiaron y fueron estafados en su buena fe. Atrapados en la cultura
del doble discurso, sienten que se ha destruido en ellos la posibilidad de confiar nuevamente. Esto es especialmente grave porque como ocurre a los niños que sufrieron maltrato familiar- fueron traicionados justo por
aquellos que naturalmente estaban a cargo de
su bienestar. Esto ocasiona un trauma de resolución lenta, que necesita la dolorosa elaboración de lo que le pasó, el apoyo familiar y comunitario y la necesaria reparación posible de
parte de la sociedad que lo dañó. Aún así,
quedan cicatrices que pueden ser orientadas a
alcanzar una mayor sabiduría.
Y sin embargo, "hay que resistir"- como sostiene María Esther de Miguel (La Nación, 24
de enero de 2002). La angustia ingobernable
se sosegará en la medida en que podamos
adoptar un compromiso activo con la realidad cotidiana: Pero cada una de estas palabras tiene su peso específico. En efecto, compromiso activo no se resume en salir a golpear cacerolas o asistir a una asamblea vecinal puntualmente. , Este es un inicio hacia la
participación en diálogos cada vez más inclusivos, que recreen la confianza en la relación
yo-mi-tú- -base de la constitución de la sociedad- (teoría social clásica, teoría de la psicología social y teoría psicoanalítica) (Mead,
Cooley, Erixkson, Winnicott, etc).
Ese compromiso activo tiene que cumplir tres
condiciones (A. Giddens). Debe ser:
• Físico: exige presencia corporal, interacciones cara a cara, comunicación y
lenguaje.
• Cognitivo: exige comprensión, memoria, reflexión, conciencia de la posición
que se ocupa en el tiempo y el espacio.
Apela a la posibilidad de un conocimiento capaz de adaptaciones creativas.
Contrarresta la repetición infinita de
frases hechas y argumentos publicitarios
• Afectivo. Exige ser honesto y confiable
para devolver a otros la posibilidad de
creer en algo.
En la realidad cotidiana, el compromiso activo significa que cada círculo de intervención es útil: la familia, la parroquia, la escuela, el barrio, la peluquería, la empresa, la cola
en el banco, la ONG, el colectivo, el semáforo. Solemos inundar páginas diciendo que
nuestro problema es cultural, pero luego
aplicamos un concepto tan restringido de
cultura que no consideramos que forma parte de nuestro aporte nuestra conducta en el
semáforo, o lo que permitimos hacer al perro
en el lugar donde juegan los niños. La disociación es uno de los mecanismos básicos de
la esquizofrenia. También lo es el doble mensaje, el doble vínculo, la instrucción paradójica, etc. En un artículo publicado en el diario
La Nación, Eva Giberti, analizando este problema, propone la necesidad de aprender a
vivir en una "transgresión legitimada". Como
vemos, hay tanto que esclarecer... La viveza
criolla, la doble moral, el doble vínculo, o
aprender a denunciarlo y aprender a vivir
más integrados.
Restituir nuevas formas de vinculación
permitirán la reintegración social y, por tanto, política, económica, cultural, educativa.
Pero tiene que construirse en el interior de
cada persona una vinculación con el bien común. De lo contrario, se retrasa la aplicación
de decisiones políticas que todos sabemos
que se necesitan porque ningún grupo se
siente con la fuerza necesaria para afrontar la
oposición de los intereses sectoriales.
La Caridad tiene que descubrir un nuevo
"otro": la sociedad que nos incluye, para
transformarse en Caridad social. De lo contrario es limosna, aunque sea generosa. Los
vínculos de confianza básica, si bien tienen
sus raíces en el inconsciente se modifican
con las experiencias actuales. Por eso, en estos intentos múltiples que en todo el país están ensayando nuevas formas de integración
y ayuda solidaria, debemos mantenernos en
actitud de discernimiento, porque aún escuchamos mucho discurso de división de clases,
de guerras, de soluciones mesiánicas y mágicas. Si estamos asistiendo a un nuevo nacimiento, pujemos con fuerza , para que el parto no sea distócico.
Las personas y los grupos reconstructivos
nuclean voluntades y aparecen liderazgos
positivos, productores de bienes sociales. Alrededor de un justo, se nuclea la vida. Así,
los centros de educación informal, los clubes para personas de tercera edad, el club
del trueque, las redes solidarias, los voluntarios y los miles de personas que desde lo penoso de su situación actual siguen todos los
días poniéndose de pie para continuar con
las rutinas cotidianas, nos dan una certeza.
Si a partir de esta movilización, pudiéramos
generar una dirigencia política honesta y lúcida, con la capacidad de corregir los problemas básicos, hay una Argentina indemne. El rescate de nuestro capital humano,
social e intelectual es el punto de partida
para restablecer la salud institucional necesaria para que las medidas económicas puedan dar fruto.
Desde allí, podemos comenzar a reinsertarnos en esta realidad con una Esperanza que
abrace la circunstancia concreta que vivimos,
con la mirada puesta en un bien posible, modesto pero sólido, que pueda empezar a gestarse desde donde estamos: "I1 cristiano —dice
Mauro Cozzoli en su Etica Teologica- é una libertá credente e amante nella speranza: Fede
e Caritá, infatti nos sono date nella sincronicitá dell'eterno ma nella diacronicitá del fluire temporale. Questo significa que portano la
forma della storia...."(Mauro Cozzoli- Etica
teologale).
Estas reflexiones, en fin, surgen del deseo
de invitar a superar la depresión a través del
compromiso conjunto de restaurar los valores
vinculares básicos, de estar presentes, de poner nuestro conocimiento al servicio del diálogo y ser los protagonistas de la posibilidad
de volver a confiar, de modo que cuando un
representante del gobierno pregunte: ¿por
qué nadie invierte?, sepamos la respuesta...y
nos sintamos involucrados.
Referencias
Carta al Pueblo de Dios. Boletín Semanal AICA,N° 2344 ,
21-11-01
Caplan Gerald, Principios de psiquiatría preventiva. – Paidós, 1997- BsAs
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Cozzoli Maruro, Etica Teologale. Ed. San Paolo, 1996,
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Silverstone Roger, Televisión, y vida cotidiana. Amorrortu. 1006. BsAs.
Encyclopedie Medico Chirurgicale. Tomo 5- Psic. Social
.Ed. Scientifiques et Médicales
Elsevier SAS. 2002
Widenfeld, SA, Bandura A., Levine S. OLeary A.
Brown S. Raska K. "Impact of perceived self efficacy in
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system". Journal Pers. Soc.Psychology, 1990;59; 1082-1094
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