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MUSEOS DE CIENCIA Y SOCIEDAD
Elaine Reynoso Haynes
Publicado en: Museología de la Ciencia: 15 años de experiencia. Dirección General de
Divulgación de la Ciencia, UNAM, 2007, pp. 13-37.
Introducción:
El museo se define como una institución al servicio de la sociedad y de su
desarrollo, cuyas funciones sustantivas consisten en: adquirir, conservar,
investigar, comunicar y exhibir, para fines de estudio, educación o deleite,
testimonios y materiales del hombre y su entorno (Artículo 3, Estatutos del
ICOM, 1947) (Beyer, M. E., 2003).
Muestran lo que la sociedad considera
valioso en diferentes momentos de su historia (Hooper-Greenhill, E. 1995), por
lo cual dependen del contexto social, cultural, económico en que surgen.
Muestran la evolución del conocimiento, no sólo en su contenido, sino también
en los criterios utilizados para validarlo, así como la forma en que se espera
que el visitante se apropie del mismo.
Desde su aparición en el siglo XV, cuando fueron gabinetes de
curiosidades, han sufrido muchos cambios que van desde los grandes museos
nacionales, hasta los modernos museos interactivos del presente.
Estos
cambios se manifiestan en la filosofía, la misión, los objetivos, los contenidos,
la forma en que se presentan estos contenidos, los recursos empleados, los
públicos a los que se dirigen, la relación que se establece con esos públicos y
la composición del equipo de trabajo y la forma de operación ( Reynoso, H. E.
2000).
Hoy, en la era de la sociedad de la información y del conocimiento,
vemos que el contexto social, cultural y económico de nuestros museos y
centros de ciencia ha cambiado. La incorporación de la ciencia y la tecnología
a la cultura general de todos los sectores de la población es una necesidad
urgente, y no sólo de los países, sino de los individuos. La información carece
de valor, si no se tienen los conocimientos para interpretarla y aplicarla. Su
aplicación siempre tiene un fin que puede resultar beneficioso o perjudicial, en
mayor o menor medida, para determinados sectores de sociedad.
Por
consiguiente, es esencial, que quienes tengan los conocimientos y habilidades
para interpretarla, aplicarla y tomar las decisiones sobre qué hacer con ella,
posean también valores y actitudes éticas.
1
La cultura científica que requiere la población incluye conocimientos
básicos, las habilidades necesarias para adquirirlos y aplicarlos, además de
valores y actitudes que formen ciudadanos responsables y comprometidos con
su entorno natural, social y cultural. Los equipos que trabajan en los museos de
ciencia actuales, como parte de la sociedad educativa que propone Jacques
Delors (1996), se enfrentan a un nuevo reto intelectual y creativo con una
responsabilidad social sin precedentes.
Los museos de ciencia y su contexto.
Los primeros museos aparecieron en Europa en el siglo XV; su función fue
albergar colecciones importantes de obras de arte u otros objetos considerados
de valor. Posteriormente, en los siglos XVII y XVIII, los nobles e intelectuales
de la época comenzaron a interesarse por coleccionar objetos del “mundo
natural”, muchos de los cuales recogieron en sus expediciones a tierras
lejanas. Estos objetos fueron estudiados y clasificados por las recién creadas
sociedades científicas, dando lugar a los primeros jardines botánicos y
zoológicos.
En un inicio, estas colecciones, pertenecientes a los monarcas y
nobles europeos, se instalaron en galerías privadas dentro de los palacios con
acceso limitado a un sector selecto de la sociedad.
Con los años, fueron
aumentando en número y extensión, pero sin perder su carácter de
exclusividad.
Sin embargo, al término de la Revolución Francesa, ocurrió un hecho sin
precedentes: la colección del Palacio del Louvre en París fue abierta al público,
como un logro más de la revolución y el nuevo concepto de sociedad, acción
que fue el punto de partida para un cambio radical en los objetivos de los
museos, que impulsó una nueva práctica museológica. Así, los museos
comenzaron a verse como instituciones educativas y de recreación para el gran
público y fue necesario contar con personal para el cuidado y vigilancia del
contenido del museo. El coleccionismo se profesionalizó, convirtiéndose en una
actividad organizada, la cual incluía la investigación y la conservación de
objetos (Hooper-Greenhill, 1995).
Este nuevo giro también incluyó a los museos de ciencia. En 1793 se
inauguró, en París el Museo de Historia Natural en el antiguo Jardín Real de las
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Plantas, fundado en 1635 por iniciativa del Rey Luis XIII. Su propósito inicial fue
el cultivo de plantas medicinales para la familia real, pero con el tiempo se
fueron incorporando otras especies vegetales, provenientes de diferentes
partes del mundo, consideradas exóticas en Francia. En un edificio dentro de
este jardín, había también una de las colecciones más grandes de la Europa
del siglo XVIII con especies animales y minerales recolectadas en expediciones
científicas (De Lumley, H. 1995).
Unos años más tarde, otra colección perteneciente al depuesto rey Luis
XVI se abriría al público. Con ella se inició el Conservatorio de Artes y Oficios
(Conservatoire des Arts et Métiers) inaugurado en 1798. La colección inicial se
fue incrementando para incluir aparatos como máquinas de vapor, dispositivos
para fabricar telas, cronómetros e instrumentos empleados por destacados
científicos como Lavoisier y Pascal. El propósito de exhibir estas máquinas,
instrumentos y herramientas era que sirvieran de inspiración a artistas y
artesanos como apoyo al perfeccionamiento de la industria nacional. Con el
tiempo, el conservatorio adquirió cada vez más un rol educativo y recreativo
(Ferriot, D., 1999).
Esta nueva práctica museológica se extendió a otros países de Europa y
América.
Ejemplos de otros museos pioneros son el Science Museum de
Londres y el Deutcshes Museum de Munich con grandes colecciones de
artefactos industriales, modelos y máquinas científicas. Dichos museos se
caracterizaron por presentar los primeros aparatos que podían ser manipulados
por el público, ofreciendo también demostraciones en vivo de principios físicos,
generalmente de electricidad y algunas experiencias simuladas como una mina
de carbón. La intención fue presentar los aspectos positivos de la ciencia. No
se invitaba a la reflexión sobre posibles efectos negativos, como el impacto de
la mina en la salud humana o en el medio ambiente.
Unos años más tarde, se abrirían en el continente americano, los
primeros museos de ciencia, como el Franklin Institute de Philadelphia, en
Estados Unidos. El cual fue inaugurado en 1824 (Koster, E. 2000, p. 55).
En México, se inauguró en 1790, el Primer Gabinete de Historia Natural,
con ejemplares de animales, plantas y minerales, que eran el resultado de los
trabajos de recopilación de un grupo de expertos encabezados por José
Longinos Martínez. Muchos ejemplares se perdieron durante la guerra de la
3
Independencia. Los objetos que pudieron salvarse, fueron resguardados en
diferentes recintos, hasta que la Universidad acogió la colección en el Colegio
de San Ildefonso en 1802.
Al consumarse la Independencia se creó el
Conservatorio de Antigüedades y posteriormente el Museo Nacional Mexicano
en 1825, inaugurado por el presidente Guadalupe Victoria.
Durante el imperio de Maximiliano de Hamburgo, se creó el Museo
Público de Historia Natural, Arqueología e Historia, el cual fue inaugurado en
1866, pero su historia fue todavía más breve que el imperio mismo, duró
apenas un año abierto al público. Posteriormente, el presidente Juárez apoyó
la educación científica, creando varias instituciones como la Sociedad
Mexicana de Historia Natural.
La colección iniciada en 1790, pasó por
diferentes manos y se fue incrementando hasta incorporarse al actual Museo
de Historia Natural del Bosque de Chapultepec, inaugurado en 1964
(http://www.sma.df.gob.mx).
Para el siglo XIX surgieron los grandes museos nacionales de historia,
arte y ciencias naturales, cuyo propósito era mostrar a la sociedad el patrimonio
cultural y tecnológico de cada país con el fin de crear un sentimiento de orgullo
nacional y de ilustrar al público. Sin embargo, pese a los esfuerzos por atraer
al gran público, pocos museos lograron cumplir sus objetivos. En la práctica
fueron visitados por muy pocos, dado el carácter erudito con que se
presentaban los objetos. (Hooper-Greenhill, 1995).
Hacia finales del siglo XIX, la doble función de los museos de historia
natural estaba claramente establecida. En 1889 en su discurso de toma de
posesión de la presidencia de la British Association for the Advancement of
Science, William H. Flower afirmó que los museos de historia natural tenían
dos objetivos: investigación y la docencia. Señaló la necesidad de colecciones
separadas para cada propósito y presentó lineamientos para estos fines.
Consideró que la misión de estos museos era la preservación de colecciones
de interés para la ciencia, que a su vez contribuirían a la construcción de
identidades nacionales, por tratarse de patrimonios naturales y culturales. Al
mismo tiempo, servirían de vitrina para el público que no tiene la oportunidad
de conocer estos objetos en sus condiciones naturales, pero que tiene interés
por conocer los caminos de la ciencia y aprender sobre ellos. Estos principios
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fueron adoptados por varios museos de la época, como el Museo de La Plata
(Argentina) y el Museo Paulista y el Museo Nacional de Río de Janeiro, estos
dos últimos en Brasil.
Las recomendaciones de Flower para atraer al público incluían
lineamientos que iban desde puntualizaciones sobre su administración, criterios
de instalación, del manejo y separación de sus colecciones y el discurso con
que éstas se exhibían.
Las colecciones para la investigación deberían ser
excesivamente numerosas para permitir la comparación entre especimenes.
Asimismo, recomendaba que en las exhibiciones para el público no se
sobrecargaran las vitrinas, se seleccionaran cuidadosamente los objetos
expuestos, se renovaran permanentemente las colecciones y que hubiera
objetos de repuesto. También hablaba sobre cómo la organización de las
exhibiciones juega un papel crucial, en la instrucción y recreación de las
masas.
Francisco Pascasio Moreno, el director y responsable de la concepción
del Museo de Historia Natural de La Plata, en Argentina, hacía énfasis en la
importancia de la forma en que se presentan los objetos. Trabajó con el
paleontólogo, Florentino Armeghino, en el desarrollo de un guión museológico,
basado en los principios darwinistas de la evolución (Lopes, María Margaret y
Sandra Elena Murriello , 2005).
En la primera mitad del siglo XX, se inauguran varios museos notables:
el Museo de Geología del Instituto de Geología en la Ciudad de México (1906),
el Royal Ontario Museum en Toronto, Canadá (1912), el Museum of Science
and Industry en Chicago, en 1926 y el Palais de la Découverte en París en
1936, sólo por mencionar algunos.
A principios de la década de los sesentas, con el inicio de la era
espacial, la enseñanza de la ciencia recibió un gran impulso desde las altas
instituciones educativas en varios países (Segarra, 1989). Este fervor por la
enseñanza de la ciencia no se limitó al sistema escolar y unos años más tarde
se vería reflejado en los museos de ciencia (Reynoso, H. E., 2000). Así pues,
se desató una búsqueda por nuevas formas para comunicar los contenidos,
incorporando no sólo elementos cognitivos, sino también afectivos. Se dio un
giro radical en varios aspectos como: el contenido, el público, la finalidad, la
misión y los objetivos. En estos nuevos museos, los objetivos educativos se
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volvieron prioritarios sobre la conservación y, por consiguiente, las ideas, se
hicieron más importantes que los objetos. Los pioneros de esta nueva
generación de museos son: El Exploratorium de San Francisco (Estados
Unidos) inaugurado en 1969, y el Ontario Science Centre en Toronto, Canadá
(Hooper-Greenhill, E., 1995).
En las décadas subsecuentes, aparecieron museos interactivos de
ciencia, en todas las regiones del mundo.
Prueba de ello son las diversas
asociaciones y sociedades nacionales e internacionales de museos de ciencia
como el AMMCCyT (Asociación Mexicana de Museos y Centros de Ciencia y
Tecnología), el ASTC (Association of Science and Technology Centres), así
como las reuniones y congresos nacionales, regionales e internacionales de
museos de ciencia. Existen otras redes y asociaciones que no son
exclusivamente de museos de ciencia, pero que los incluyen como instituciones
que divulgan o popularizan la ciencia y la técnica.
Ejemplos de estas
asociaciones son: la SOMEDICYT (Sociedad Mexicana para la Divulgación de
la Ciencia y la Técnica) y la Red Pop (Red de Popularización de la Ciencia de
Latinoamérica y el Caribe).
Por otro lado, Koster (2000) hace distinción entre museos y centros de
ciencia caracterizando a estos últimos, su mayor preocupación social, su
flexibilidad y su respuesta a las necesidades de la comunidad a la que sirven.
Su misión es abrir la mente del público a la ciencia y la tecnología y ser un
complemento de la educación formal.
Cuentan con asistentes (guías,
anfitriones) ya sean voluntarios o pagados, que están en contacto con el
público. Ofrecen actividades y materiales, visitas escolares y colaboraran en
el desarrollo profesional de los maestros. Tienen actividades de extensión para
llegar al público que no visita el museo (Koster, E. 2000).
Desde que se iniciaron los nuevos museos o centros de ciencia, que
privilegian las ideas sobre los objetos valiosos, la relación entre los museos y
su contexto social se ha hecho cada vez más evidente. Para ejemplificarlo,
Koster presenta el siguiente comentario de un periodista canadiense: “Los
museos del mundo no sólo son archivos de lo que han logrado las
civilizaciones del pasado, sino los cimientos sobre los cuales se erigirá el futuro
de los logros culturales de la especie humana (2000, p. 53).
6
Como los museos son vistos como depositarios de la cultura de una
nación, ha sido difícil considerar a los museos de ciencia como instituciones
culturales. Sin embargo, si se considera que el término “cultura” se refiere a las
experiencias y la identidad que comparte una sociedad dada, el legado
científico y tecnológico, así como su impacto y relevancia en los individuos y la
sociedad actual, estos museos también merecen el título de instituciones
culturales al igual que los de arte e historia (Koster, E., 2000).
Los museos en la sociedad de la información y conocimiento
“Hoy nos enfrentamos a una nueva realidad a nivel mundial. Vivimos en un
mundo en el que la ciencia y la tecnología han producido enormes cambios no
sólo a nivel social, sino personal, que se han extendido por todo los rincones
del planeta a través de la economía global” (Reynoso, H, E., C. Sánchez Mora
y J. Tagüeña P, 2005).
En esta era de la información y el conocimiento, la primera es al mismo
tiempo materia prima y agente de transformación (Casas y Dettemer, 2006).
Gracias a las nuevas tecnologías y las redes de comunicación, esta nueva
materia prima, la información, se ha convertido aparentemente en un bien
universal que fluye a gran velocidad y está al alcance de la mayor parte de la
población mundial. Dicha posibilidad del rápido y libre acceso a la información
es un ingrediente esencial de la globalización. Por ello, José Luis Fiori (2005)
comentó que la globalización puede ser considerada como “la última utopía del
siglo XX”. Se pensó que al rebasar las fronteras, con el uso de las redes de
comunicación, se acabaría con las pobrezas locales, pero estamos lejos de
alcanzar esa situación utópica, pues eso sólo es posible si se descentraliza la
riqueza y la información. Aun cuando se tiene el acceso a la información, ésta
no tiene ningún valor por sí sola, si no existe la capacidad para interpretarla y
utilizarla.
Por lo tanto, las fronteras entre ricos y pobres: países, sectores
sociales e individuos, siguen muy marcadas. Ante la imposibilidad de borrar
estas fronteras, Fiori propone fortalecer las ciudadanías locales, para lo cual es
necesario contar con suficiente personal capacitado que pueda procesar la
información y aplicarla en el contexto local. La riqueza proviene del potencial
7
para generar conocimiento nuevo con un margen de ventaja sobre los demás
(Casas, Dettemer, 2006 p. 13), pero sobre bases locales apunta Fayard (2004).
Así, vemos que el conocimiento es un arma de dos filos. Por un lado es
un factor de empoderamiento y un pilar de bienestar y estabilidad económica y
por el otro es un factor que incrementa la brecha entre ricos y pobres, ya sea
que se trate de países, regiones, sectores de la sociedad o individuos. Dada la
imposibilidad de borrar estas fronteras, se requiere una inversión sin
precedentes en la formación y capacitación de los ciudadanos, por lo que en
muchas regiones del mundo esta labor se ve como titánica, por la vertiginosa
velocidad con que se va construyendo el conocimiento, así como las
habilidades y las competencias requeridas para “estar al día”.
Para combatir los problemas que se enfrenta la sociedad actual Jacques
Delors, en su obra La Educación encierra un tesoro (1996) propone una
educación para toda la vida, flexible, diversa y accesible en el tiempo y el
espacio para adaptarse a los veloces cambios en los campos profesionales,
una estructuración continua del ser humano, de sus habilidades y aptitudes,
pero también de su facultad de juicio y acción. Una educación en la cual se
permita a los individuos tomar conciencia de sí mismos y de su entorno y
estimulándolos a que desempeñen su función social en el trabajo y en su
comunidad. Propone la construcción de una sociedad educativa, en la cual los
medios y las actividades culturales y de esparcimiento tengan un gran
potencial.
Los museos pueden desempeñar un papel protagónico en este
sentido, mostrando la cultura global y local; el vínculo con el pasado y los
cimientos para el futuro al ofrecer a sus usuarios, experiencias únicas y
actuales.
En esta educación para toda la vida, la ciencia y la tecnología son
fundamentales debido al papel crucial que han desempeñado en el proceso de
la globalización y en el desarrollo de la sociedad de la información y el
conocimiento. Delors comenta como desde la década de los años 70 se ha
visto un impresionante desarrollo en estos campos con lo cual muchos países
han salido del subdesarrollo. Sin embargo, también señala como este mismo
periodo está marcado por desilusiones del progreso en el plano económico y
social.
El aumento del desempleo y de los fenómenos de exclusión son
prueba de ello, así como la conservación de las desigualdades en el mundo.
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La humanidad es más consciente de las amenazas que pesan sobre su medio
natural pero todavía no ha empleado las soluciones que se conocen para
remediar esta situación. El crecimiento económico a ultranza, como el camino
más fácil hacia la conciliación del progreso material, tiene que ser frenado. Es
urgente regular este crecimiento económico para atender las necesidades de
equidad, de respeto a la condición humana y de protección del capital natural
que heredaremos a las futuras generaciones.
La ciencia y la tecnología no son la excepción en lo que se refiere a esta
doble cara del conocimiento. Es indudable que han contribuido al incremento
de la brecha entre ricos y pobres, pero también es innegable su impacto
beneficioso a nivel individual, colectivo, nacional y mundial. Así se deduce la
imperiosa necesidad de incorporar el conocimiento de la ciencia y la tecnología
a la cultura general de los pueblos y de que se realicen e impulsen iniciativas y
actividades en esa dirección.
En 1998, el ICOM (Internacional Council of Museums) identificó como
dos de sus objetivos estratégicos la necesidad de que la profesión museológica
se adaptara a situaciones globales en transformación, así como apoyar a los
museos en tanto instituciones de desarrollo social y cultural (ICOM, 1998: 26:
27).
(Koster, E. 2000). Dicho panorama global, con claras repercusiones
locales, constituye el contexto actual de los museos y centros de ciencia y para
hacer frente a las presiones que impone este nuevo contexto, propongo que los
museos y centros de ciencia se asuman como un actor más dentro de la
sociedad educativa que propone Jacques Delors.
La cultura científica, la sociedad educativa y los museos de ciencia
En la sociedad educativa que propone Jacques Delors, la comunidad científica
y la docente desempeñan un papel central. La primera como generadora del
conocimiento nuevo y, por consiguiente como asesora de la interpretación y la
aplicación que se haga de éste, y la segunda como la que aporta a la población
las bases y las habilidades requeridas para acceder a la cultura científica y
tecnológica, tarea que rebasa a estos dos sectores.
Se ha visto una tendencia creciente de emplear medios, productos y
espacios para la divulgación de la ciencia para satisfacer estas necesidades de
9
conocimiento de la población en materia de ciencia y tecnología. Con ellos, se
intenta responder a las interrogantes de la población sobre asuntos
relacionados con estos campos; fomentar el gusto e interés por los mismos;
crear conciencia sobre los temas relevantes; promover determinadas actitudes
y valores y ofrecer criterios para la toma de decisiones tanto a nivel colectivo
como individual.
Por
supuesto,
esta
incorporación
del
conocimiento
científico
y
tecnológico a la cultura general de la población tiene que basarse en una
discusión profunda sobre
los objetivos y los contenidos de esta cultura
científica y técnica, con base en el perfil de ciudadano que el país necesita.
¿Qué papel desempeñan los museos y centros de ciencia en esta labor? ¿Qué
ciencia queremos presentar? ¿Qué tipo de ciencia requerimos para contribuir a
que se vaya estrechando la brecha entre ricos y pobres? ¿Cómo contribuir a la
formación de ciudadanos responsables y comprometidos con su entorno? La
discusión de estas cuestiones es fundamental en nuestra propuesta
museológica.
En la constitución de la sociedad educativa, Delors menciona varias
tensiones que han de superarse: a) La tensión entre lo mundial y lo local;
convertirse en ciudadano del mundo pero sin perder las raíces locales,
participando activamente en su comunidad, b) La tensión entre lo universal y lo
singular; ante la mundialización de la cultura y el derecho del individuo a elegir
su destino, a desarrollar todo su potencial, a conservar sus tradiciones y su
cultura amenazada, c) la tensión entre la tradición y la modernidad; d) la
tensión entre el largo plazo y el corto plazo; muchas veces se proponen
soluciones inmediatas a los problemas, pero las propuestas requieren tiempo y
paciencia para que resulten; e) la tensión entre la competencia indispensable y
la igualdad de oportunidades, f) la tensión entre el desarrollo individual y la
necesidad de asimilarse, y g) la tensión entre lo material y lo espiritual; la
necesidad de ideales y valores morales.
La relación entre el conocimiento global y local ha sido ampliamente
discutida por Wendy Harcourt y Arturo Escobar (2002), quienes comentan que
la globalización neoliberal ha sido presentada en diversos foros como un
fenómeno económico y cultural omnímodo que no admite alternativa y debido a
ello, se considera que se está produciendo una homogeneización cultural del
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mundo en la que lo local tiende a desaparecer. Esta cultura hegemónica es la
cultura norteamericana del consumismo, facilitada por las nuevas tecnologías
de la información y las comunicaciones.
Todo parece indicar que no hay
escapatoria en un mundo que está cada vez más interconectado.
Ante esta amenaza, se podría pensar que la mejor estrategia que puede
adoptar un país es intentar la mejor inserción posible en la economía y en la
sociedad global, lo que implicaría un aumento en la producción y contribuir a la
expansión del libre mercado. Se considera que la incompetencia sólo
perpetuará la exclusión.
Lo local, en este contexto, señalan Hartcourt y
Escobar, tiende a verse como lo estático, lo contrario al progreso y por lo tanto
es minimizado por lo cual tiende a desaparecer; sin embargo, lo local nunca
desaparece del todo y, aunque ya no existe en forma pura, siempre se da una
adaptación local a lo global. Esta adaptación de lo global al contexto local, es
lo que definen como “glocal”. Mi propuesta es que se piense en el contexto
glocal, para construir una cultura científica en la población que ayude a
fortalecer las ciudadanías locales. Por lo tanto, un museo glocal es aquel donde
se presentan los paradigmas de la ciencia contemporánea, los conocimientos
que se consideren básicos para entenderlos (incluyendo los temas actuales de
interés mundial), los problemas locales y los proyectos que se desarrollen para
resolverlos; todo esto con el fin de crear un sentimiento de pertenencia, de
compromiso, así como un ambiente propicio para el apoyo a las iniciativas
locales.
Asimismo, el museo glocal debe contener aspectos culturales del lugar;
presentar diferentes enfoques de un tema con el fin de fomentar un espíritu
crítico ante el conocimiento científico; propiciar un impacto a nivel afectivo,
empleando obras de arte de artistas locales, espectáculos u obras de teatro,
buscando la conexión entre la ciencia y el arte; y fomentar actitudes y valores
que permitan una vida armónica con el entorno social y natural, con miras a un
futuro promisorio para todos (Reynoso, H.E., C. Sánchez, J. Tagüeña, 2006).
Dichos espacios son propicios para debatir temas relacionados con
ciencia y tecnología con el fin de ofrecerle a la población elementos para la
toma de decisiones a nivel colectivo y personal. El propósito es derribar las
fronteras de la exclusión, ofreciendo algo para todos, incluyendo a los que no
pueden ir al museo, a través de programas de extensión.
11
Como el museo se ubica en un lugar específico, su contexto local, es un
ingrediente claramente identificable. Pero cabe la pregunta: ¿qué tan local tiene
que ser el museo para causar impacto? La respuesta: tan local como se pueda,
lo que implica ir de lo nacional, a lo regional y a lo municipal, hasta llegar al
entorno inmediato del museo.
Cuando se comienza a explorar el contexto
local, lo más probable es que nos encontremos con ingredientes culturales,
históricos, sociales y económicos muy definidos. La inclusión es una
característica fundamental en un museo glocal; por ello, se deben tomar en
cuenta en su planeación y operación las características y necesidades
particulares del sector de la población que se encuentra en la vecindad del
museo. Muchas veces, se descubre a quiénes hemos excluido después de
que el museo ha estado operando por cierto tiempo. (Reynoso, H. E. 2005).
Todo acto de inclusión conlleva una exclusión. No es posible abarcar todos los
contenidos, ni todos los puntos de vista, ni satisfacer todos los intereses y
necesidades del público potencial o real. Puede ocurrir que existan ciertos
factores del contexto local que no se quieran promover, muchos menos
perpetuar, como ciertas concepciones o prácticas con respecto a las mujeres.
La decisión sobre qué decir, qué no decir y cómo decirlo, no debe ser tomada
de manera unilateral por lo cual es necesario trabajar esta parte del contexto
local, con expertos y representantes del público que vivan, conozcan y
entiendan.
En la sociedad educativa, los museos y centros de ciencia tienen un
lugar especial y objetivos particulares, que no deben ser confundidos con los
de la escuela. Aunque el público escolar represente una parte considerable del
público, no se debe intentar llevar el aula al museo. Este tipo de acciones
demeritan su potencial como institución de aprendizaje para toda la vida. El
aprendizaje no es exclusivo de la edad, de una forma de enseñar o de una
institución. El aprendizaje es un diálogo entre el individuo y su medio ambiente
a través del tiempo; es un esfuerzo intencionado y contextualizado para darle
significado con el fin de sobrevivir y prosperar en el mundo (Falk, John y Martin
Storksdieck 2005, p.120).
La educación es mucho más que la mera acumulación de datos e
información. Una visión más amplia enfatiza el proceso del aprendizaje y no
tanto los resultados e incluye tanto aspectos cognitivos como afectivos. Las
12
emociones, que dan lugar a valores, actitudes y nuestras percepciones, son
muchas veces el soporte para la adquisición de conocimiento.
Están
vinculados con la motivación y la necesidad para aprender, ingredientes
esenciales para el éxito en el aprendizaje. Es en este aspecto del aprendizaje
en el cual los museos tienen su función principal. La información que se obtiene
en un museo, también se puede adquirir en otras partes. La enorme ventaja de
los museos es la posibilidad de mostrar u ofrecer la experiencia real, vivencias
que difícilmente se pueden tener en otro ámbito. El éxito de los museos se
encuentra justamente en el rubro emotivo, motivando a las personas a
aprender, a descubrir nuevos intereses y a darle significado a un conjunto de
hechos.
Es un espacio dedicado a proporcionar estímulos para el
conocimiento científico, el método científico y opiniones sobre asuntos
relacionados con ciencia (Wagensberg, J. 2005).
El papel de un museo en la sociedad educativa también se puede ver
mermado si no se emplea adecuadamente su potencial como medio. Para
Wagensberg, la realidad, ya sea que se trate de objetos o fenómenos, es un
aspecto insustituible del museo, es decir, algo obligado. Realidad es la palabra
museológica. La realidad es lo que distingue un museo de cualquier otra forma
de comunicación de la ciencia. El maestro y el conferencista tienen la palabra
hablada como el elemento fundamental de su comunicación, porque aunque
utilice también la palabra escrita, imágenes, modelos o simulaciones en
computadora, todos son elementos auxiliares ya que la conferencia puede
existir sin esos elementos, pero no sin la palabra hablada.
Por otro lado, los libros, revistas y periódicos se basan en la palabra
escrita como elemento fundamental, y lo demás elementos se vuelven
accesorios.
Las imágenes son el elemento fundamental en los videos y
películas, así como el sonido para la radio. Por lo tanto, en los museos, el
elemento fundamental es la realidad y todo los demás (simulaciones, modelos,
imágenes, nuevas tecnologías) son accesorios, pero éstos no deben sustituir a
la realidad. La enseñanza, la información, la instrucción y hasta el
entretenimiento se pueden dar en un museo, no están prohibidos, pero existen
otros medios y lugares en los cuales se pueden realizar con mejores
resultados: la enseñanza en la escuela, con maestros, o con un colega; la
información en libros o el Internet; y para el entretenimiento, existen muchas
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opciones, incluyendo los museos.
Por lo tanto, ¿cuál será la labor
fundamental de un museo?: la estimulación para crear una diferencia entre el
antes y el después. Una buena exposición es la que suscita en el visitante más
preguntas de las que tenía al entrar. Un museo es una herramienta de cambio
individual y social (Wagensberg, J. 2005).
La evaluación en un museo de ciencias
Para verificar si verdaderamente se cumple con la misión social del museo es
fundamental mantener un diálogo permanente con nuestro público al que se
dirige, como parte esencial de su proceso de la planeación, desarrollo y
operación. Chan Screven (1990) llama evaluación al proceso mediante el cual
se obtiene información diversa sobre los visitantes en relación al tema a tratar y
el mensaje que será transmitid, pero desde mi punto de vista, la información
recabada a través del diálogo con los visitantes, no es suficiente. Es necesario
considerar también la opinión del equipo de trabajo involucrado en el desarrollo
del museo y de expertos externos al proyecto. Se deben consultar a expertos
que
representen
los
diferentes
ingredientes
del
proyecto:
contenido,
divulgación de este contenido, empleo de cada uno de los medios, promoción,
relación con el público, así como otros aspectos operativos y administrativos.
Screven, C. (1990) desarrolló un modelo para desarrollar exposiciones o
museos. Propuso que se consideren cinco etapas: la planeación, el diseño, la
construcción y montaje y la etapa remedial. A cada una de estas etapas le
corresponde un tipo de evaluación que permite corregir errores en versiones
prelimares del producto antes de continuar a la siguiente etapa1.
Para cumplir con la misión de los museos como parte de la sociedad
educativa en esta era de la información y del conocimiento, propongo adoptar
el enfoque glocal para el desarrollo del proyecto.
1
Este modelo se describe en el capítulo “Actividades de comunicación directa en un museo de
ciencia” de este libro.
14
Como se mencionó, el contexto glocal significa la fusión de los contextos
global y el local, con un enfoque incluyente. Para construir este contexto glocal,
propongo tomar en cuenta los siguientes ingredientes (Reynoso, H. E., 2007):
1. Propuestas internacionales en relación con la cultura científica para la
población.
2. Propuestas de la comunidad local (científicos, docentes, divulgadores,
usuarios, artistas, tomadores de decisiones y otros).
3. Incorporación de integrantes de la comunidad local en el desarrollo del
proyecto para garantizar que el ingrediente local esté claramente representado.
4. Una metodología, en la que la evaluación sea considerada como parte
inherente de todo el proceso, a partir de la comunicación permanente con
nuestros interlocutores.
Esta metodología debe incluir los siguientes elementos:
•
Un coordinador (se recomienda que sea un divulgador) del proyecto que
pueda fungir como intermediario entre los asesores (científicos o
expertos) y los realizadores, entre los científicos y el público y entre los
realizadores y el público.
•
El desarrollo de propuestas colectivas con base en un análisis del
público meta.
•
El establecimiento de una metodología que incluya las reglas de
interacción entre los participantes del equipo de trabajo; en ellas se
establecen los compromisos, las obligaciones y los límites de autoridad
de cada uno.
•
El desarrollo del proyecto, por etapas, con resultados y productos
parciales evaluables que darán las pautas para la continuación del
mismo.
•
Una forma de registrar aciertos y fallas que permita la retroalimentación,
las mejoras y el aprendizaje para futuros proyectos.
•
Una evaluación interna por parte del equipo de trabajo que realizó el
proyecto y otra externa en cual participan expertos de las diferentes
especialidades. Toda modificación que se haga, debe ser con base en
los resultados de estas dos evaluaciones.
15
•
Una comunicación permanente con los usuarios.
El museo de ciencias y sus usuarios
Así como han evolucionado los museos, también han cambiado los públicos y
la relación con los mismos. Cuando los museos tradicionales, de colecciones,
abrieron sus puertas al público, existía una frontera muy definida entre el
espacio privado del museo y el de los visitantes: en el primero se encontraba el
curador, el científico y los expertos, que eran los responsables de los
contenidos de lo que se exhibía; del otro lado estaba el visitante, que sólo
podía observar pasivamente los objetos. Esta separación llevó a un
desconocimiento total entre los que creaban las exhibiciones y los visitantes.
Los expertos (los curadores y científicos) consideraban al público ignorante y
decidían por él lo que deberían saber.
Por supuesto, estas decisiones no
tomaban en cuenta los intereses del público, ni el impacto que tendrían en él,
de manera que aquél, al no conocer a los expertos, ni cómo trabajaban, se
sentía ignorantes o simplemente no se interesaban por el material expuesto.
El visitante era claramente eso, un individuo que estaba presente en un
espacio con permiso, en un lugar que le era ajeno y en el cual debía observar
ciertas reglas de comportamiento. Poco a poco esta frontera entre expertos y
público se hizo cada vez más difusa, así como la división entre el espacio
público y el privado. Hoy en día, en la mayoría de los museos de ciencia, el
experto ya no es el único que opina sobre el contenido del museo, pues los
demás integrantes del equipo de
realizadores también participan en las
decisiones. Se llevan a cabo estudios sobre el público para desarrollar y
evaluar las exposiciones. En algunos museos se cuenta con un espacio en el
donde se presentan equipamientos que están a prueba para que el público real
pueda opinar sobre los ellos, estableciéndose una comunicación mucho más
fluida entre el museo y sus visitantes. En otros museos se da un paso más,
incorporando visitantes al proceso mismo de creación de las exposiciones.
Con estos cambios no sólo ha ido modificando la relación entre el museo
y su público, sino también ha evolucionado la composición del público y la
actitud que adopta dentro de estos recintos. Anteriormente los museos eran
16
visitados por sectores muy reducidos de la población que se caracterizaba por
tener un nivel económico y cultural cercano al del científico o curador. Hoy en
día, los museos son visitados por un amplio espectro de la sociedad: escolares,
familias, personas de la tercera edad y discapacitados, cada uno con
necesidades que tiene que ser atendidas (Hooper-Greenhill, 1995). Para
facilitar la comunicación con los visitantes y optimizar la información que
aportan al proceso creativo, se ha acuñado el término público meta, es decir el
público para el que se planea y diseña la exposición.
Existe una gran diferencia en la actitud del público en un museo
tradicional y en uno interactivo: el primero es pasivo y el segundo es activo. El
nivel y la calidad de la interacción dependerán de sus contenidos, de cómo se
presenten y del trato con el público. Cuando el museo funciona como centro de
información, de apoyo al sistema escolarizado o un sitio de educación continua,
el visitante adopta una actitud más bien de usuario.
Los museos que se asumen como centros de diversiones han propiciado
otro cambio más, el de visitante-cliente. Dado el carácter comercial de estas
instituciones, el visitante se convierte en un cliente que ha comprado un
servicio y se siente con derecho a exigir.
Una proporción considerable del público que visita los museos es
escolar, por lo cual es recomendable colaborar estrechamente con el sector
educativo y desarrollar programas y actividades específicos orientados a
satisfacer sus intereses y necesidades, pero sin perder de vista la naturaleza
del museo en los términos descritos.
Lo deseable es que los maestros preparen su visita previamente. El
personal del museo puede apoyar al maestro con esta tarea, despertando su
interés, ayudándole a disminuir su ansiedad por encontrarse en un sitio tan
diferente y mostrándole cómo sacar el máximo provecho de este recurso. El
primer paso de esta colaboración, consiste en sensibilizar a los maestros en
torno a las ventajas y características particulares de este medio, invitándolo a
que abandone las estrategias propias del contexto de la educación formal.
Posteriormente, se pueden trabajar sobre aspectos de interés específico, de
acuerdo a los requerimientos escolares y el nivel de los alumnos. Esta función
se puede potenciar creando vínculos oficiales con el sector escolar para llevar
17
a cabo cursos para que los maestros aprendan más de ciencia, que aprendan
cómo usar el museo como un apoyo a su clases.
Otro aspecto interesante de los museos es que son excelentes
laboratorios para aprender sobre cómo se aprende (Reynoso, H. E., 2000, p.
171). Los museos y centros de ciencia pueden influir en la manera en que se
enseña ciencia en el aula. Estas instituciones, son en su mayoría, interactivas
y las exhibiciones están basadas en la experimentación. Una relación cercana
entre las escuelas y los museos, pueden estimular a las escuelas a usar este
tipo de recursos en el aula. Lo anterior puede influir en que los maestros
renueven su forma de dar clases, con un abordaje más experimental. (Cardoso
Arouca, Mauricio, 2002).
La línea divisoria entre las categorías de público-visitante, público-cliente
y público usuario no es precisa. En la mayoría de nuestros museos
encontramos que la relación que se establece con el público tiene, en mayor o
menor proporción, una combinación de los tres. Sin embargo, ante la urgente
necesidad de incorporar la ciencia y la técnica a la cultura general de la
población para que los ciudadanos estén mejor informados y tomen decisiones
más acertadas, y adquieran las actitudes y valores requeridos para fomentar un
espíritu comunitario con un elevado nivel de compromiso con su entorno
natural y social, es esencial que los museos diseñen estrategias para que sus
visitantes se conviertan más bien en usuarios.
Nuestros museos deben convertirse en espacios de encuentro con la
ciencia, en los cuales los usuarios encuentren información actualizada y
pertinente, así como lugares de convivencia entre expertos y otros sectores de
la sociedad donde se puedan analizar problemas de interés común, así como
sus posibles soluciones. Unos y otros (científicos, personal del museo y
públicos) deben tratarse como interlocutores, relación en la cual se da un
intercambio respetuoso de saberes en la construcción compartida de
conocimiento nuevo para el contexto local. De esta manera, los museos de
ciencia podrán cumplir con su nueva función social, apoyando la construcción y
fortalecimiento de ciudadanías locales, con un enfoque glocal.
18
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