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Limitaciones del tiempo-fuera (time out)
Domingo 23 de Agosto de 2015 00:00
El Tiempo, Piura 22 08 2015 y Diarios Regionales 23 08 2015
Muchos libros sobre crianza positiva postulan la efectividad de la disciplina sin castigos
(incluyendo el conocido time-out); sin embargo, en la 123 convención de la Asociación
Psicológica Americana algunos investigadores pidieron reconsiderar y no descartar el uso del
castigo “tiempo fuera” de reforzamiento positivo, conocido como “time out”. Ese castigo busca la modificación del comportamiento del niño separándolo del ambiente en el
que tiene una conducta inaceptable procurando extinguir esa conducta censurable. Es útil
como alternativa al castigo físico y regaños. (“Children Need Positive Parenting and Timeout”,
Aug. 6, 2015, Canada). En el evento, varios psicólogos sostuvieron que el castigo del time out
sí es pertinente particularmente para niños desafiantes o golpeadores que no responden a la
disciplina positiva. El investigador Larzelere entrevistó a 102 madres que describieron cinco estrategias de
disciplina aplicadas a sus niños por golpear, gemir, desafiar, negociar o no escuchar. Encontró
que el compromiso era la mejor táctica para lograr mejoras en la conducta, seguido de razonar
con el niño. Castigos como el tiempo fuera o quitarle algo al niño eran más efectivos que el
razonamiento cuando el niño se mostraba desafiante o golpeador. Sin embargo, era menos
efectivo en los otros casos de mala conducta. Los efectos en el largo plazo eran diferentes. Entrevistadas dos meses después esas madres,
encontraron que entre las que proponían compromisos con demasiada frecuencia ante golpes
o actitudes desafiantes, sus hijos empeoraban su conducta. Razonar con ellos era más efectivo
que “tiempo fuera” solo en el corto plazo.
Un moderado uso del “time out” y otros castigos (abarcando un 16% del tiempo) llevaron a una
mejora de la conducta, pero solo en los niños desafiantes.
En otra presentación Ennio Cipani sostuvo que la razón por la que el time out no funciona en
los casos que no es efectivo es por su uso inadecuado
. Observaron los errores de padres al aplicar este castigo. Por ejemplo,
no se debe aplicar repentinamente el time out sin que previamente los padres les hayan
anticipado a sus hijos qué conductas traen esa consecuencia
(por ejemplo, golpear o gritarle a otros niños) y luego
deben mantenerse consistentes en este patró
n. Si se hace, se reducen los problemas de conducta. También es beneficioso dar una segunda
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oportunidad para cumplir las consignas si son precedidas de advertencias (sin negociación
adicional). Esto tiene un efecto benéfico en el largo plazo.
En FB https://www.facebook.com/leon.trahtemberg/posts/687853931315145 Artículos afines: Punishing a Child Is Effective If Done Correctly August 6, 2015; Some
children need consequences to succeed, psychologists say
TIME OUT y PAUSA PARA PENSAR Los efectos en tus hijos del ‘rincón de pensar’ y otros castigos
OLGA CARMONA 9 NOV 2016 elpais.com (España) Aislar e ignorar física y afectivamente al niño sólo logran que obedezca por miedo
Una madre encadena a una farola a su hija de ocho años por faltar a clase, era el titular de la
noticia publicada en este medio hace unos días. Estoy convencida de que la mayoría de los
padres y madres que la leyeron pensaron que era una barbaridad. Sin embargo, y conviniendo
con todos en que efectivamente lo es, yo quiero hoy hablar de otras formas de maltrato infantil
cotidianas, normalizadas, asumidas por la mayoría de los que educan y que llamamos
eufemísticamente castigo.
La forma en que castigamos a nuestros niños ha evolucionado en los últimos años, en los que
el castigo físico es cada vez menor y peor visto, porque además es ilegal. Sin embargo, han
aparecido formas aparentemente más benignas, como la famosa y generalizada “silla o rincón
de pensar”. Este engendro gestado y parido por el conductismo más mohoso y maquillado no
es otra cosa que el famoso tiempo fuera (time out) disfrazado de moraleja reflexiva. De todos
los que somos padres o educadores es sabida la capacidad de reflexión que tiene un niño de
tres o cuatro años sobre un suceso o una conducta inadecuada. Hagan el experimento y
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pregunten a un niño qué ha estado pensando después de estar un rato sentado en la silla de
“pensar” y sin riesgo a equivocarme la mayoría le dirá que solo a que pasara el tiempo y le
dejaran continuar su vida.
Eso, en el mejor de los casos, porque la silla de pensar es la silla del resentimiento y la
confusión. Es una técnica punitiva, se trata de una expulsión o aislamiento del niño sin dotarle
de ningún tipo de herramienta para que aprenda a gestionar el conflicto. Un niño no sabe
pensar si no es guiado y acompañado con un adulto y desde luego, nadie puede pensar
inundado de ira o de frustración. Aislar e ignorar física y afectivamente a un niño no educa. Por
el contrario, contenerle, ayudarle a calmarse (respiración, frasco de la calma, un cojín preferido,
un abrazo si se deja, unas cuantas carreras…), para después guiarle hacia una reflexión sobre
lo ocurrido y tratar conjuntamente de encontrar una mejor manera de hacer las cosas, sí educa.
Porque no se trata solo de decirle lo que no es correcto, sino de mostrarle caminos alternativos
al mal comportamiento. Incluso pueden utilizarse recursos como teatralizar la situación con las
nuevas estrategias para que “ensaye” su puesta en marcha, o darle al botón imaginario del
retroceso para tener la oportunidad de esta vez, hacerlo bien. Ellos necesitan saber cómo y es
nuestra responsabilidad ayudarles. No expulsarles.
Nos han entrenado durante generaciones para pensar que el castigo, adecuadamente
suministrado, es educativo. Y no lo hemos cuestionado. Desde la ciencia conductista que
experimenta con perros y ratas de laboratorio, nos dijeron que el castigo modifica la conducta.
Y es verdad. Al menos, en el caso de las ratas y los perros. La cuestión es que modificar la
conducta no es educar, es adiestrar. Es hacer que el otro haga lo que es presuntamente
correcto por miedo y por sumisión porque estoy ejerciendo una acción punitiva sobre él.
Hemos normalizado grandes dosis de violencia contra los niños en nombre de su educación,
en el peligroso “por su bien”. Forma parte de la cotidianidad de los hogares la amenaza, la
violencia verbal, el silencio, el chantaje, la sumisión. Hablo de una sociedad que entiende la
educación y la crianza de forma vertical donde yo adulto, tengo la prerrogativa de administrar la
dosis de respeto y dignidad hacia ti que por ser menor y/o saber menos que yo, estás por
debajo. Hablo de una sociedad profundamente adultocentrista y violenta en su forma de
vincularse y ejercer el poder. Hablo de miles de generaciones que han transmitido todo esto
como la sangre que nos corre por las venas sin cuestionamiento alguno, porque cuestionar eso
era cuestionar a quien lo ejerció sobre nosotros.
Las consecuencias del castigo
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Pero además de que el castigo, en cualquiera de sus variantes, atenta contra la dignidad de
quien lo recibe, intoxica el vínculo padre-hijo, produce resentimiento, anula el criterio, genera
indefensión, conductas evitativas, y violencia, fragiliza una autoestima en construcción, genera
ansiedad y miedo, y perpetúa el modelo anacrónico, simplista e ineficaz de educación, que ya
no defenderían ni los conductistas más radicales. Se trata de un modelo aprendizaje que
corresponde al siglo pasado y experimentado inicialmente con animales, para generalizarlo
después al comportamiento humano. El castigo modifica la conducta, es efectista y nos
encanta porque crea el espejismo de que hemos sido capaces de corregir aquello que el niño
ha hecho mal, víctimas de la inmediatez de todo lo que hoy nos ocupa. Educar es una carrera
de fondo, que consiste básicamente en sembrar la motivación intrínseca en el propio niño para
hacer lo que ha de hacerse. Con los castigos no se interioriza el aprendizaje a largo plazo, los
niños solo obedecen por miedo y se dejan fuera las variables emocionales y cognitivas, que
son básicamente el barro del que estamos hechos.
Se trata de construir cimientos sólidos desde dentro, no convertir a nuestros hijos en
marionetas manejadas por la aprobación o desaprobación del entorno, siendo capaces de
estimular el criterio propio y el sentido de la dignidad. Se trata de romper un círculo vicioso
transmitido por generaciones donde hemos creído que para educar es necesario violentar,
coartar, rescindir, amenazar, mientras que simultáneamente les ahorramos por sobreprotección
la posibilidad de experimentar las consecuencias del error, construyendo sin querer una
sociedad individualista, poco empática que nunca se pregunta el porqué de una mala conducta
y solo tiende a eliminarla. Si educamos en el resentimiento obtendremos adultos con deseos de
venganza que la ejercerán en cuanto se les brinde el poder para ello: como padres, como jefes,
como vecinos, como individuos en definitiva que se relacionan con ese oscuro lugar.
La pregunta obvia entonces es que si no disponemos de esta herramienta tan socorrida para
combatir el mal comportamiento, ¿cómo lo hacemos? Yo abogo por un modelo educativo
basado en la prevención y en la comunicación emocional. Un modelo donde, por supuesto, hay
límites razonados y donde no evito que el niño sienta las consecuencias naturales de un mal
comportamiento. Son estas las que nos servirán de vehículo para la reflexión, acompañada y el
aprendizaje a través de la experiencia, único aprendizaje verdadero que conduce al crecimiento
sano y a la madurez. Un modelo que pone más luz en lo que se hace bien que en el error, un
modelo donde dicho error es un recurso genuino y valioso para el aprendizaje, no algo a
combatir.
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