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mayo-agosto, 2015
Cuba-Estados Unidos después del 17D
Elier Ramírez Cañedo
Luego del anuncio del 17 de diciembre han ocurrido numerosos y relevantes acontecimientos que
han contribuido al mejoramiento de las relaciones entre ambos países, en especial las visitas a
Cuba de congresistas, gobernadores, delegaciones comerciales norteamericanas, así como las
rondas de conversaciones sostenidas en la Habana y Washington para discutir sobre temas
migratorios, la reanudación de las relaciones diplomáticas, derechos humanos, entre otros asuntos.
Pero el principal hecho histórico, único desde el triunfo de la Revolución Cubana el 1ro. de enero
de 1959, fue el encuentro cordial y las conversaciones respetuosas sostenidas por nuestro General
de Ejército, Raúl Castro, y el presidente Obama, durante la celebración de la Cumbre de las
Américas en Panamá. Si en el año 2016 ocurriese una visita a Cuba del presidente
estadounidense,[1] sería marcado otro hito histórico en las relaciones entre ambos países.
Sin embargo, a pesar de los notables avances y del ambiente de optimismo que se respira, lo
esencial aún no se ha resuelto, como señaló el General de Ejército, Raúl Castro, en su alocución
del 17 de diciembre. El bloqueo continúa y el camino hacia la “normalización” parece ser un
proceso largo y complejo. “Nuestro pueblo debe comprender que [añadió Raúl en su discurso ante
la Asamblea Nacional el 20 de diciembre], en las condiciones anunciadas, esta será una lucha
larga y difícil que requerirá que la movilización internacional y de la sociedad norteamericana
continúe reclamando el levantamiento del bloqueo”.[2]
Asimismo, es oportuno recordar que el 14 de julio de 2009 Cuba presentó oficialmente al gobierno
de los Estados Unidos una propuesta de agenda, con los temas que serían claves para la Isla en un
proceso de diálogo con los Estados Unidos, demostrando algo que ha sido una constante: la
voluntad del gobierno cubano a buscar algún tipo de entendimiento con los Estados Unidos, sobre
la base del respeto a los principios y la soberanía.[3] La agenda comprendía los siguientes puntos:
•
Liberación de los antiterroristas cubanos presos en cárceles estadounidenses.
•
Levantamiento del bloqueo económico, comercial y financiero.
•
Exclusión de Cuba de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo.
•
Abrogación de la Ley de Ajuste Cubano y la política de “pies secos-pies mojados”.
•
Devolución del territorio ocupado por la Base Naval de Guantánamo.
•
Fin de la agresión radial y televisiva contra Cuba.
•
Cese del financiamiento a la contrarrevolución y a la subversión interna.
•
Compensación a Cuba por los daños del bloqueo y las agresiones.
•
Restitución de los fondos congelados robados.
Como puede observarse, de esta agenda solo se ha hallado solución al primer y tercer tema. Todo
lo demás aun está pendiente de solucionarse junto a otros asuntos que estarán en la agenda de
Washington como las reclamaciones por las propiedades estadounidenses nacionalizadas a inicios
51 de la Revolución.
De todos ellos, el bloqueo, representa el principal impedimento para una mejor relación entre
ambos países. Cuba sigue negociando con los Estados Unidos, en condiciones desventajosas, con
un puñal colocado en su garganta.
Pero lo cierto es que, hasta ahora, las medidas anunciadas e implementadas por la administración
Obama se limitan a determinadas áreas; cuando el presidente norteamericano, de hacer uso de sus
amplias facultades ejecutivas, podría convertir el bloqueo en una especie de cascarón vacío. ¿Por
qué no lo hace? ¿Por qué, por ejemplo, no emplea esas facultades ejecutivas para permitir que
Cuba utilice el dólar en sus transacciones financieras con otros países? Si esos aspectos del
bloqueo, que aún hoy permanecen inamovibles, pretenden ser utilizados como carta de
negociación, sería un error lamentable, pues Cuba nunca ha dado paso alguno, ni ha negociado
jamás, sobre la base de la imposición, la fuerza o el chantaje.
Además de la aberrante Ley Helms Burton, otras regulaciones posteriores impiden que Obama
pueda levantar las restricciones a los viajes de turismo de los ciudadanos estadounidenses a Cuba.
Este obstáculo no lo tuvo Carter durante su mandato y ello le permitió, en marzo de 1977, eliminar
de una sola vez todas las restricciones que existían para viajar a Cuba. Sin embargo, a diferencia
de Obama, Carter sí tenía la facultad ejecutiva que le permitía eliminar el bloqueo, pero no lo hizo.
El restablecimiento de las relaciones diplomáticas y la apertura de embajadas parece ser una
cuestión fácil, no así el proceso hacia la “normalización” de las relaciones. De hecho, considero
que al tratarse de un conflicto de naturaleza sistémica, nos dirigimos hacia un modus vivendi entre
adversarios ideológicos o una relación más civilizada entre contrarios. Cuba y los Estados Unidos
jamás han tenido una relación normal, no la tuvieron en el siglo XIX, tampoco en el xx, y mientras
la esencia del conflicto siga siendo hegemonía versus soberanía, mucho menos será posible hablar
de una normalidad en las relaciones. Utilizar hoy ese concepto en su acepción clásica puede
resultar engañoso y confuso. Cuba ha defendido siempre una normalización que en nada se ajusta
a la visión estadounidense del término. Los Estados Unidos históricamente han entendido la
normalización de las relaciones con Cuba sobre la base de la dominación o la injerencia.
Si bien existen como nunca antes posibilidades para que el proceso hacia la “normalización” de
las relaciones avance, no son pocos los obstáculos —además de las legislaciones y los puntos de la
agenda aún no resueltos— que también funcionan a la hora de adormecer, torpedear o poner en
riesgo cualquier mejoría de las relaciones, aunque ninguno de ellos constituye una barrera
infranqueable. Todos estos temas, complejos, pueden ser superados con el paso del tiempo, si la
voluntad política y el contexto lo favorecen.
Podemos aventurarnos y presentar algunos de ellos, aunque quizás no sean todos:
-La cultura política enraizada en buena parte de los círculos de poder de los Estados Unidos de
que Cuba debe pertenecerles o, de lo contrario, ajustarse a los intereses hegemónicos de los
Estados Unidos. Lo que el Dr. Carlos Alzugaray denomina el Síndrome de la Fruta Madura.[4]
-El condicionamiento de la política o la política del condicionamiento. La vetusta idea de que para
que exista una normalización plena de las relaciones entre ambos países, Cuba debe estar
dispuesta a ceder espacio soberano, tanto en el escenario doméstico, como en su política exterior.
Ahora el foco de esas exigencias está más dirigido a la primero que a lo segundo.
-La diplomacia del quid pro quo. Pretender que ante cada paso tomado por el gobierno de los
52 Estados Unidos que signifique el desmontaje de una política agresiva —considera fallida por el
propio gobierno estadounidense—, Cuba debe responder con algún paso que sea funcional a los
intereses de Washington. Esto es un enfoque totalmente contraproducente, pues Cuba no tiene
ninguna política agresiva que desmontar contra los Estados Unidos. Si se repasa la historia de lo
ocurrido durante las administraciones de Gerald Ford y Jimmy Carter en cuanto a las relaciones
Estados Unidos-Cuba, se podrá comprender fácilmente que la diplomacia del quid pro quo nunca
ha funcionado con nuestro país. Como expresara Josefina Vidal, Directora General de Estados
Unidos, del Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREX) de Cuba, en una entrevista trasmitida
por la televisión cubana:
Las relaciones entre Cuba y Estados Unidos han sido históricamente asimétricas. Por lo tanto, no
se puede aplicar un enfoque de lo que se llama en diplomacia de quid pro quo, yo te doy algo y tú
me das algo, no se puede aplicar con automatismo, teniendo en cuenta que hay muchas más cosas
que desmontar del lado de Estados Unidos que del lado de Cuba, porque en Cuba no tenemos
sanciones contra empresas o ciudadanos norteamericanos, tampoco tenemos un territorio ocupado
en Estados Unidos que podamos cambiar por el territorio ocupado en la base naval en
Guantánamo, no tenemos programas financiados desde Cuba con vistas a influir dentro de la
situación de Estados Unidos o a promover cambios en el orden interno de Estados Unidos, no
tenemos transmisiones radiales y televisivas ilegales, especialmente concebidas desde Cuba hacia
Estados Unidos, sino que es lo contrario. En fin, hay un grupo mayor de políticas y de medidas
que hay que cambiar del lado de Estados Unidos que del lado de Cuba”.[5]
-La política de los Estados Unidos hacia Venezuela. Una mayor injerencia y política de agresión
del primero contra el segundo, pudiera afectar el acercamiento entre Estados Unidos y Cuba. Los
estrechos y sensibles vínculos históricos, económicos y políticos entre Venezuela y Cuba hacen
que cualquier tipo de agresión de los Estados Unidos contra Venezuela sea visto, desde Cuba,
como una agresión también contra la Isla. Para Cuba, la mayor prioridad en su política exterior va
a ser siempre la integración y unidad de los pueblos latinoamericanos y caribeños, proceso en el
cual Venezuela constituye uno de sus ejes fundamentales. El lanzamiento de la administración
Obama de un decreto en el que se calificaba a Venezuela como una amenaza a la “seguridad
nacional” de los Estados Unidos, indudablemente tuvo —junto a otros factores— algún efecto en
el retraso de la apertura de las embajadas en ambos países.
-La búsqueda del cambio de régimen en Cuba, como lo han expresado públicamente varios
funcionarios del gobierno estadounidense; en especial, la subsecretaria de Estado para asuntos del
Hemisferio Occidental, Roberta Jacobson. Estas intenciones se materializan a través de los
llamados programas para la promoción de la democracia y los derechos humanos, cada vez más
cuestionados. Sin embargo, para mi sorpresa, en una conferencia de prensa realizada durante la
Cumbre de las Américas en Panamá, el presidente estadounidense expresó: “En Cuba, no somos
parte del negocio del cambio de régimen. Somos parte del negocio de asegurarnos que los cubanos
tengan libertad y la capacidad de participar y formar su propio destino y propias vidas, y de apoyar
a la sociedad civil”. Más adelante agregó: “Lo que le dije al Presidente Castro es lo mismo que le
he dicho a otros líderes de toda la región. Nosotros tenemos un punto de vista y no tememos
expresarlo. Pero confío en que la manera de alzar los valores que apreciamos es mediante la
persuasión. Y ese será el primer enfoque que tomaremos para encarar una variedad de asuntos,
principalmente porque no tienen una implicación sobre nuestra seguridad nacional de manera
directa (…). Y a menudo, cuando nos insertamos de una manera que va más allá de la persuasión,
nuestras acciones resultan contraproducentes”.[6]
Mi sorpresa radica en que las palabras de Obama se contradicen con otras pronunciadas por él
anteriormente y no coinciden en nada con las de otros representantes de su gobierno, y mucho
53 menos con la realidad. Si el enfoque fuera solo el de la persuasión, no creo que hubiera problemas,
pero de lo que se trata es de una injerencia desencarnada en los asuntos internos de Cuba. Va más
allá del discurso y de la expresión de una opinión diferente y se materializa en acciones concretas
como la creación, incitación, orientación y respaldo material y financiero a grupúsculos internos
para que trabajen por el cambio de régimen en Cuba. El caso de Alan Gross fue un ejemplo
dramático de estas acciones injerencistas.
Surge siempre la pregunta de cómo interpretaría el gobierno de los Estados Unidos que Cuba
promoviera y respaldara financieramente a grupos internos en territorio estadounidense para que
estos se opusieran al gobierno. ¿Sería visto este apoyo tan solo como parte de una acción
persuasiva o como una injerencia en los asuntos internos de los Estados Unidos? Si estos no
desisten de estos programas injerencistas, estarán poniendo en riesgo todo el tiempo el éxito del
proceso de “normalización” de las relaciones con Cuba. Si la apertura de las embajadas, y luego
consulados, responde simplemente a un interés por parte de Estados Unidos de aumentar las
capacidades de sus “diplomáticos” en la realización de acciones que se apartan del espíritu y la
letra de lo que establece la Convención de Viena sobre las relaciones diplomáticas y consulares, se
estará condenando también el proceso de acercamiento al fracaso.
-Extrema derecha. La presencia en el congreso de elementos de la extrema derecha
cubanoamericana, enemigos jurados de cualquier política que signifique una mejoría de las
relaciones con Cuba, así como los opositores del nuevo enfoque de política hacia la Isla que tiene
Obama dentro de la propia clase dominante de los Estados Unidos y dentro del Partido
Republicano.
-La contradicción Nación/Imperio o de los auténticos intereses de seguridad nacional, con los
intereses de seguridad imperial de la clase dominante norteamericana que marca todo el proceso
de conformación e implementación de la política de los Estados Unidos hacia Cuba. En la
conferencia citada en la Cumbre de las Américas de Panamá, el presidente estadounidense expresó
que Cuba no era un peligro para la “seguridad nacional” de los Estados Unidos. Lo cierto es que
nunca lo ha sido, al menos para la auténtica seguridad nacional de los Estados Unidos. Todo lo
contrario. Lo que siempre ha sido es un desafío para la seguridad imperial de la clase dominante
estadounidense, que es otra cosa. Si los Estados Unidos, a la hora de diseñar e implementar la
política hacia Cuba, privilegiaran sus legítimos “intereses nacionales” y de “seguridad nacional”,
el proceso de normalización de las relaciones con la Isla avanzaría muy rápido, pues,
paradójicamente, Cuba es una garantía para la seguridad nacional de los Estados Unidos en
asuntos como la lucha contra el terrorismo, el tráfico de personas, la inmigración ilegal, el tráfico
de drogas, el enfrentamiento a catástrofes naturales y el combate a grandes pandemias, por solo
mencionar algunas áreas. Pero en el caso de la política hacia Cuba, aunque también hacia el resto
de la región, ha primado más la lógica de las estrategias de seguridad imperial que las de una
legítima seguridad nacional.
-La contradicción pragmatismo/idealismo en la política exterior de ambos países. Los Estados
Unidos se equivocan una y otra vez al pensar que Cuba actúa en política exterior bajo el prisma
del pragmatismo. Durante las administraciones Ford y Carter, se pensó que Cuba iba a sacrificar
sus principios de solidaridad con Puerto Rico y las misiones internacionalistas en África, a cambio
de una normalización de las relaciones con los Estados Unidos. Para Cuba esos asuntos jamás
fueron negociables. Es evidente que Washington una vez más se equivocó al pensar que Cuba —
por estar ahora conversando con ellos para restablecer relaciones diplomáticas— iba a tener una
posición más moderada en relación con el decreto de Obama del 9 de marzo, donde catalogaba a
Venezuela una amenaza a la “seguridad nacional” de los Estados Unidos.
54 -El factor tiempo. Obama cuenta con apenas un año y medio para poder hacer avanzar y cosechar
algún éxito en su nuevo enfoque de política hacia Cuba. Las elecciones presidenciales serán en
noviembre de 2016 y está por verse quiénes serán los candidatos de ambos partidos y sus posturas
en relación con Cuba. De ahí la importancia de fortalecer aún más las variables que empujaron la
decisión del 17 de diciembre y que las bases de los puentes de relación que se construyan sean tan
sólidas que hagan bien difícil la reversibilidad del proceso. Aunque realmente no creo existan hoy
las condiciones que propicien que se repita la historia de lo ocurrido en 1981, cuando lo avanzado
durante el gobierno de Carter en el camino hacia una relación más civilizada con Cuba, fue
revertido de forma radical por la administración Reagan.
[1] Al momento de la publicación de este artículo, ya es noticia en el mundo entero la vista a Cuba
del presidente de los Estados Unidos; su llegada está prevista para marzo de 2016. (N. de la E.).
[2] Discurso del General de Ejército Raúl Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de
Ministros, en la clausura del IV Período Ordinario de Sesiones de la VIII Legislatura de la
Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Palacio de Convenciones, el 20 diciembre de 2014,
en: http://www.cuba.cu/gobierno/rauldiscursos/2014/esp/r201214e.html (Internet).
[3] Además de esta agenda de temas generales, el 13 de noviembre de 2012, en su discurso ante la
Asamblea General de las Naciones Unidas, el Ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno
Rodríguez Parilla, ofreció a Washington “negociar acuerdos de cooperación en áreas del mayor
interés mutuo, como el enfrentamiento al narcotráfico, al terrorismo, al tráfico de personas y para
la completa regularización de las relaciones migratorias, así como para la prevención y la
mitigación de desastres naturales y la protección del medioambiente y de los mares comunes, y
“retomar las conversaciones, unilateralmente suspendidas por la contraparte, sobre temas
migratorios y para el restablecimiento del correo postal”. Estas propuestas también se le hicieron
llegar al gobierno estadounidense en varias oportunidades y por diversas vías. Nunca antes los
Estados Unidos habían recibido tantos ofrecimientos concretos de negociación por parte de Cuba,
con vistas a establecer una relación más civilizada, que pondere más los espacios de cooperación
que de diferendo.
[4] Es decir: “la percepción que existe en la clase política de que EE.UU. tiene el derecho —o es
más, el deber— de imponer su hegemonía sobre Cuba y los cubanos debido a razones históricas,
ideológicas, geoeconómicas y geopolíticas”. Carlos Alzugaray: “El síndrome de la fruta madura”,
trabajo impreso, archivo personal del autor.
[5] “El bloqueo no ha terminado”. Entrevista a Josefina Vidal, Directora General de Estados
Unidos, del Ministerio de Relaciones Exteriores, Granma, 3 de febrero de 2015, p. 5.
[6] Comentarios del Presidente Obama en la Conferencia de prensa después de la Cumbre de las
Américas, en: http://spanish.panama.usembassy.gov/ni041115c.html
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