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Domingo 6 de Pascua
9 de mayo de 2010
Hch 15,1-2.22-29. Hemos decidido no imponeros más cargas que las indispensables.
Sal 66. Oh Dios, que te alaben todos los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
Ap 21,10-14.22-23. La gloria de Dios ilumina la ciudad y su lámpara es el Cordero.
Jn 14,23-29. La paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy yo como la da el mundo.
La paz, don y fruto
El saludo de la paz de parte de Cristo resucitado es constante y da un tono
pascual a nuestra vida. Y junto a este saludo, una también reiterada invitación a no tener
miedo, ningún miedo. También hoy, acogemos con inmenso gozo sus palabras: «La paz
os dejo, mi paz os doy. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde» (Evangelio).
Fijémonos que, en primer lugar, no significa una llamada a esforzarnos por conseguir la
paz, sino a aceptarla como don: « ¡os dejo mi paz, os la doy! ». Se trata, por tanto, de
dejarnos llenar de este don que, en palabras de San Pablo, será uno de los dones del
Espíritu (cf. Ga 5,22). Ya de entrada, profundicemos en nuestra actitud de acogida del
Espíritu en nuestra vida y en la misión que el Señor nos ha confiado.
Desde el inicio de la predicación del Evangelio, la Iglesia se ha entregado a esta
misión recibida. «Con su doctrina social, la Iglesia se hace cargo del anuncio que el
Señor le ha confiado. Actualiza en los acontecimientos históricos el mensaje de
liberación y redención de Cristo, el Evangelio del Reino. Como afirma el Catecismo de
la Iglesia Católica, la Iglesia, anunciando el Evangelio, enseña al hombre, en nombre de
Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de personas; y le descubre las
exigencias de la justicia y de la paz, conformes a la sabiduría divina (n. 2419; cf. CDSI,
63)». Estas exigencias de justicia y de paz son la correspondencia al don recibido.
Nos da noticia de mucho más. Nos revela la actualidad de la acción del Espíritu
Santo en la Iglesia y en el interior de cada uno: «En cuanto Evangelio que resuena
mediante la Iglesia en el hoy del hombre, la doctrina social es palabra que libera. Esto
significa que posee la eficacia de verdad y de gracia del Espíritu de Dios, que penetra
los corazones, disponiéndolos a cultivar pensamientos y proyectos de amor, de justicia,
de libertad y de paz. Evangelizar el ámbito social significa infundir en el corazón de los
hombres la carga de significado y de liberación del Evangelio, para promover así una
sociedad a medida del hombre en cuanto que es a medida de Cristo: es construir una
ciudad del hombre más humana porque es más conforme al Reino de Dios» (íbid.)
La paz que regala Jesús abarca, pues, todas las dimensiones de la vida humana y
de la sociedad. La misma doctrina social, refiriéndose a ello, dirá que todo lo que atañe
a la comunidad de los hombres no es ajeno a la evangelización. Se refiere a situaciones
y problemas relacionados con la justicia, la liberación, el desarrollo, las relaciones entre
los pueblos y la paz. Por ello, afirma que la evangelización «no sería completa si no
tuviese en cuenta al mutua conexión que se presenta constantemente entre el Evangelio
y la vida concreta, personal y social del hombre» (CDSI, 66; cf. Pablo VI, Evangelii nuntiandi,
29). Las oportunidades para hacerlo realidad son muchas y, desde los inicios del
cristianismo, se nos presentan cada día. Con frecuencia, dificultades de entendimiento
por apreciaciones contrapuestas ocasionan con frecuencia situaciones de
enfrentamiento. También la paz en el interior de la comunidad cristiana es importante y
el esfuerzo por merecerla y conseguirla siempre será necesario.
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta hoy una situación que se
origina por un conflicto interno entre mentalidades diferentes. El medio escogido no es
el enfrentamiento ni la descalificación, sino el diálogo y la voluntad de entendimiento,
buscando en todo momento la voluntad de Dios y el bien de la comunidad de creyentes.
La descripción no necesita interpretación, ya que fue la diferencia de opinión en torno a
la salvación la que «provocó un altercado y una violenta discusión» (1ª lectura). Sin
embargo, a pesar de ello, llega la paz porque juntos descubren lo que Dios quiere de
ellos y no dudan de la ayuda e inspiración del Espíritu Santo: «Hemos decidido, el
Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables». Se
deciden a favor de una visión abierta frente a otra que impedía la expansión de la Iglesia
a todos los pueblos y naciones, a nuevas mentalidades y culturas. Optemos también
nosotros por este espíritu conciliador y saquemos consecuencias.
Toda una lección para nosotros, sobretodo por la confianza puesta en el Espíritu
Santo que actúa entre ellos y los abre a las dimensiones que exige una auténtica
evangelización, tal como Jesús se lo había indicado. Lo vemos a lo largo de este tiempo
pascual en la forma de actuar de los Apóstoles y sus colaboradores: dejando a un lado
muchos aspectos accidentales o secundarios, se fijan sobretodo en lo esencial, que es el
anuncio de Jesucristo y la fuerza liberadora del Evangelio. Para leerlo desde nuestra
realidad de hoy y creer en la fuerza del Evangelio, hacemos nuestras las preguntas de
Pablo VI al inicio de su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi:
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¿Qué eficacia tiene en nuestros días la energía escondida de la Buena Nueva,
capaz de sacudir profundamente la conciencia del hombre?
¿Hasta dónde y cómo ésta fuerza evangélica puede transformar verdaderamente
al hombre de hoy?
¿Con qué métodos hay que proclamar el Evangelio para que su poder sea eficaz?
En definitiva, se pregunta: La Iglesia ¿es más o menos apta para anunciar el
Evangelio y para inserirlo en el corazón del hombre con convicción, libertad de
espíritu y eficacia?
El camino a recorrer va de la importancia primordial del testimonio a la
necesidad de un anuncio explícito (íbid. nº 21-22) y la atención hay que ponerla en Jesús
que nos acompaña siempre, aunque no percibamos su presencia física. Es su otra
presencia la que hoy nos promete mediante la acción de su Espíritu: «Os he hablado de
esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará
el Padre en mi nombre, será quién os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que
os he dicho» (Evangelio). Hemos de acostumbrarnos a ello mediante la lectura de la
Palabra de Dios, la meditación, la oración y la observación de la realidad, y dejar que el
Espíritu Santo nos hable e ilumine nuestros pasos y las decisiones que hemos de tomar.
Nuestra vida proviene de Dios y está orientada hacia Él. Lo sabemos por la fe. El
texto del Apocalipsis que hemos proclamado hoy nos invita a contemplarlo desde la
esperanza. Pero, sólo desde el amor y el cumplimiento de la Palabra de Dios,
conseguiremos entender y gozar de su cercanía e intimidad: «vendremos a él y haremos
morada en él» (Evangelio). Jesús nos hace ver que la Trinidad nos habita. Hagamos de
ello una sincera acción de gracias especialmente ahora, en la celebración de la
Eucaristía, y en todos los momentos de nuestra vida.