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El corazón sin fronteras. Integración sentimental en la música peruana y chilena. Dr. Mariano Muñoz-Hidalgo, Chile. Déjame que te cuente, limeña… Déjame que te agradezca el recuerdo que tantas canciones y tanto sentimiento han instalado para siempre en la memoria de mis sentidos. Más que jazmines en el pelo: verdaderas huellas en el alma de quien por años ha sentido que el vals peruano tiene ritmo de sístole y diástole instalado en el corazón y el imaginario de un Chile que se me escurre entre los dedos. Cuando pienso en la historia cultural de nuestros dos países, advierto una unidad sentimental que me resulta indisoluble. Tal vez porque seamos dos vástagos históricos de una pretendida “madre patria”, la dominación española, que tuvo más de padre violador y violento que de maternidad acogedora. Y que a fuerza de permanencia y presencia nos instiló una estructura cultural con referentes europeizantes ante la que hemos reaccionado con diferentes actitudes y distinto vigor. Y para esa reacción, Perú me ha parecido siempre dotado de mayor fuerza identitaria. Se me ocurren algunos factores básicos, entro otros más sutiles, para ese mayor espesor cultural. Por ejemplo, que la cultura indígena ha conservado en Perú mayor integridad y se ha incorporado cotidianamente en numerosas prácticas de lo popular: gastronómicas, religiosas, idiomáticas, estéticas. Y sobre todo, la presencia sensible del componente de negritud en el criollismo. Chile ha carecido de esa mezcla vigorizante de razas y sangres, que en el fondo es un crisol cultural más variado y con mayores combinaciones, y nuestro desarrollo cultural ha resultado más anémico y monocorde. De tal modo, el folklore tiene prestigio diferente en ambos países, y la cultura musical peruana nos ha llegado con gran sensibilidad y sin mayor contrapeso chileno. Agradezco, entonces, esa cálida corriente de sensibilidad que ha enriquecido nuestro imaginario sentimental de modo tan asimétrico y duradero. Es cierto que la Marinera Peruana y la Cueca Chilena tienen un origen común en la Zamacueca Colonial, aunque no es menos cierto que la marinera sigue en Perú instalada en numerosas audiciones radiales, músicas ambientales de restaurantes, hoteles de diversa categoría, altavoces de paseos dominicales, radios de vehículos, avisos comerciales, serenatas románticas, industria cultural y preferencias privadas de un alto porcentaje de la población, mientras que en Chile la cueca no suena en espacio público alguno, relegada a objeto de diversión en escasísimos lugares de folklore tradicional y sin posibilidad cierta de constituir elemento de identificación de la masa popular, en una cultura que rechaza la raíz campesina y aparece mayoritariamente volcada hacia las prácticas transculturales urbanas de la globalización. Sin embargo, aquello que hasta aquí he señalado con tono casi quejicoso o plañidero, a saber, la mayor fuerza identitaria de lo popular peruano, es precisamente el factor favorable para una expansión fecunda de algunas producciones de esa misma cultura, y que el tiempo ha contribuido a instalar como elementos unificadores transfronterizos de una sensibilidad que en numerosos puntos se hace unitaria. El imaginario sentimental de la música popular es una corriente continental que no se somete a límite alguno. Y la cultura popular chilena se ha visto, principalmente durante todo el siglo XX, notoriamente imbuída por los géneros latinoamericanos, que han contribuido a expresar en miles de temas la peripecia del sentimiento y el avatar de amor. Los colosos mayores del fenómeno son el bolero y el tango, y sus canciones son expresión verdaderamente continental de una cultura musical que Europa no ha podido igualar. Pero la música latinoamericana tiene también otros dignísimos representantes, como el corrido y la ranchera mexicana y el sempiterno vals peruano. Todos ellos son una verdadera épica del sentimiento popular, y en Chile ha recibido la denominación genérica de “música huachaca”. El vocablo “huachaca” deriva del quechua “huajcha kay”= “ser pobre”, idea que se vincula también con el sustantivo “huachacay”, nombre que se aplica a un aguardiente de muy mala calidad que se obtiene por destilación casera en alambiques (Morales Pettorino, F.: Diccionario ejemplificado de chilenismos). De este modo, el surgimiento del vocablo posee una fuerte connotación valórica y peyorativa. Alude a formas de inferioridad, social la una y material la otra. En los ambientes populares de la cultura chilena, el término “huachaca” alude al bebedor inmoderado tanto como a sus circunstancias ambientales, y es la denominación genérica para los productos discursivos de esta subcultura. Existen cantores huachacas, canciones huachaca y hasta se han organizado encuentros artísticos nacionales denominados “cumbres huachacas” con un fuerte acento reivindicativo y alguna circulación comercial, que suelen clasificarse en la categoría de “folklore urbano”, en el cual confluyen de modo inseparable las raíces campesinas chilenas, la vertiente latinoamericana en ritmos folklóricos y la ciudad como escenario ubicuo. Puede señalarse, como características del estilo huachaca en la canción, varias dimensiones que enumero someramente: en lo musical, internacionalidad americana, con preferencia por valsecitos limeños, corridos y rancheras, boleros y tangos, junto a algo de folklore chileno, especialmente si es de carácter picaresco. Suele ser coreado por todo el público, constituyendo un canto colectivo, y usa frecuentemente, en las presentaciones en vivo, guitarra y acordeón, lo que le otorga una sonoridad distintiva. En lo interpretativo, voces ásperas, sin refinamientos educados, cercanas al referente del público. Matiz constante de llanto en las canciones tristes, alegría chillona para el caso del baile. Es un modo estandarizado de canto, que se hace vehículo de identificación para el público: las emociones son denotadas abiertamente, lo que da a las canciones una alta tasa de legibilidad. En el aspecto letrístico, textos básicos, sin pulimiento lírico, con estereotipos propios del machismo latinoamericano, acompañados de tópicos emotivos fuertes. La temática amorosa, picaresca y social son la tónica, en un todo acorde con el imaginario social infraurbano de su origen. Es en los textos de las canciones donde principalmente aparece, de modo implícito o explícito, el contenido del imaginario que lo sostiene. A guisa de ejemplo, considérese el fragmento siguiente: Yo la quería, patita era la chola más buena moza del callejón y usted compadre que me conoce yo soy derecho y ella no supo corresponder a mi corazón hoy me pasaron el dato que el blanquiñoso que la tenía la abandonó y dicen que está la negra sufrida para el castigo que ella está de cualquier cosa y su hijito de mendigo... (Yo la quería, patita /vals limeño/Mario Cavagnaro.) Llama poderosamente la atención la inversión de la valoración habitual acerca del color de la piel. Es una canción de zambos o de mulatos, para los cuales el color más claro de la piel es una forma despreciable (“el blanquiñoso que la tenía...”). El racismo habitual de los blancos es invertido para configurar un orden donde sigue habiendo diferencias raciales pero con los protagonistas intercambiados. En este sentido, la canción huachaca es hipertradicional y nada innovadora, aunque resulta al mismo tiempo irreverente con la norma habitual, poniéndola en merecida tela de juicio. Las actitudes del hablante en el imaginario huachaca son una declaración ética y lírica a la vez, que muestra una concepción del mundo y una toma de posición emocional. a) tremendismo y desmesura: toma este puñal, ábreme las venas: quiero desangrarme hasta que me muera... (Amor Gitano/ H. Flores). Ódiame por piedad yo te lo ruego / ódiame sin medida ni clemencia / odio quiero más que indiferencia / porque el rencor hiere menos que el olvido. (Ódiame. R. Otero) b)lírica rudimentaria: Eres un arcoiris de múltiples colores/ tú mi Valparaíso puerto principal / [...]y ahora que retorno de nuevo /te vuelvo a contemplar. (La joya del pacífico/ V.Acosta) c)argumento trágico-escabroso: Para darle las gracias el bandido /un puñal a la anciana iba a clavar/ Manuel mío Manuel mío gritó ella/ no me mates, soy tu madre, ten piedad/ el bandido horrorizado al ver su madre/ volvió el arma y en su pecho lo (sic) clavó/ y la pobre viejecita a un crucifijo/ le decía perdónalo señor (Corazón de bandido/ Críspulo Gándara) d)tosquedad de las imágenes: Tantas veces me has mentido /tantas veces sin piedad/ que hasta callos en el alma/ me sacaste con maldad /(Ya no puedo quererte/ L. Armando-E. García) tengo que hacer un rosario/ con tus dientes de marfil/ para que pueda besarlo/ cuando ya no esté aquí/ (El emigrante/ M. López-R. León Arias) e)vindicación de la pobreza: Hoy se casa la novia que era mía/ la mujer que siempre había querido/ por mi color moreno/ sus padres se opusieron / a que ella me diera su cariño... (Hoy se casa/ L. A. Martínez) amor de pobre solamente puedo darte/ amor de pobre con orgullo y humildad/ amor de pobre no es mentira ni pecado...(Amor de pobre/ P. Ávila). f) aspaviento dionisíaco: por eso quiero en la cantina/ matar mi pena/ matarme yo (Cruel condena/ D.R.) Humo y licor/ fumo y tomo para olvidar/ un imposible amor/ que a la perdición me ha de llevar (Humo y licor/ M. Rodríguez). g) machismo misógino: Traicionera, mentirosa, cómo gozas cuando me haces padecer/ engañosa retrechera...Traicionera/ Jaime Echavarría) En el cancionero continental puede advertirse una constante de discriminación de la mujer tanto en el corrido y la ranchera mejicanos como, sobre todo, en el tango, posiblemente la más misógina de las canciones latinoamericanas. Hay una cierta inmadurez evolutiva, algo de infantilismo varonil, que sitúa a la mujer como causante de todos los males de los maltratados varones. A este respecto, cabe reflexionar nuevamente acerca de la influencia de la tradición religiosa ulterior a la conquista de América: en la religión que traen los conquistadores, el mito de Eva sitúa a la mujer bajo una acusación imborrable. No obstante, el vals peruano instaura una polaridad especial que se diferencia de la corriente huachaca general. Se trata de la polaridad aristocratizante/plebeyo. ¡No hablan del mismo mundo Felipe Pinglo y Chabuca Granda! Pero son dos realidades sociales que coexisten. Y ambas perspectivas del vals peruano consiguieron en Chile una audiencia multitudinaria. Los valses más “señoriales” de Chabuca son expresión de su propio entorno familiar y socioeconómico, de su formación académica y su cultura ilustrada. De hecho, su obra máxima, “La Flor de la Canela” cita una expresión del historiador peruano Raúl Porras, que en cierta alocución pública pide, retóricamente, “piedad para el río, el puente y la alameda”. Luego, la figura de una admirada conocida suya, la hermosa barranquina Victoria Angulo Castillo de Loyola, le da el motivo central para la descripción. Y la frase central, “déjame que te cuente, limeño” surge en 1950 mirando Lima de noche desde la ventana de la casa de su amigo José Moreno. La canción llegó a constituirse casi en un segundo himno nacional peruano. Y su aceptación también se produjo en Chile. En 1964, el Presidente de la República don Jorge Alessandri preside la ceremonia donde el Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile le concedió la Medalla de la Gratitud. Aunque lo que resulta más significativo es la adopción en Chile del imaginario poético y musical de Chabuca a través del éxito de numerosas de sus piezas. En ellas continúa la referencia al modelo aristocratizante de un modo asaz estético, como en el siguiente vals: Fina estampa, caballero, caballero de fina estampa, Un lucero, que sonriera bajo un sombrero, No sonriera más hermoso, ni más luciera Caballero, y en tu andar andar reluce la acera Al andar, andar. (Fina Estampa / Chabuca Granda) La temática de la nostalgia colonial podía resultar cara y bienvenida para la sensibilidad arribista chilena: no era invasora, sino ratificadora de una cosmovisión que además era musicalmente narrada con talento. Como ejemplo de ello mismo, otro vals que en la década del 60 fue muy popular en Chile, interpretado por el conjunto Los Cuatro Cuartos y por Palmenia Pizarro, entre otros chilenos: Vamos amarraditos los dos, espumas y terciopelos, Tú con tu recrujir de almidón y yo serio y altanero, La gente nos mira, con envidia por la calle, Murmuran las vecinas, los amigos y el alcalde. (…)No se estila, yo sé que no se estila Que me ponga para cenar jazmines en el ojal Desde luego parece un juego pero no hay nada mejor Que ser un señor de aquéllos que vieron mis abuelos. (Amarraditos / Margarita Durand y P. Belisario Pérez). Adviértase cómo en estos temas se desarrolla plenamente, y de un modo que en lo musical resulta muy atractivo, una visión aristocratizante e idealista del orden social. Ello favoreció la recepción en el seno de una parte de la sociedad chilena, que durante los dos primeros tercios del siglo XX mantenía una artificiosa ligazón valórica con el modelo de oligarquía terrateniente campesina que había constituido soporte de la economía nacional y era, por consiguiente, un discurso hegemónico. La Lima colonial resultaba un referente estético, urbano y arquitectónico para el más modesto Santiago. Y aunque en cultura popular no resultan pertinentes los juicios valóricos, puede al menos afirmarse que hay una cosmovisión compartida que resulta lírica y al mismo tiempo superficial en su belleza. En el otro extremo del imaginario sentimental se sitúan los valses del polo plebeyo. Hay aquí mayor cercanía con la sensibilidad cotidiana de la realidad social, con las contradicciones de clase, con la penuria del ciudadano de menos recursos económicos, y la peripecia amorosa es narrada con versos más violentos y encarnados, con mayor hondura emocional, manteniendo el mismo atractivo musical: Hoy, después de nuestro adiós Hoy volví a verte, cariño malo Y se ve por tu reír Que aún no sabes cuánto he llorado (Cariño Malo / Augusto Polo Campos) Este tema, principalmente interpretado por la chilena Palmenia Pizarro, lleva más de cincuenta años de plena vigencia entre los oyentes. Y ya entrados de lleno en el ámbito del desgarramiento hiperbólico, no puede dejarse de mencionar la dureza del despecho bellamente narrado en la siguiente letra: Aunque no creas tú Como que me oye Dios Ésta será la última cita de los dos. Comprenderás que es por demás Que te empeñes en fingir Porque el dolor de un mal amor no es como para morir (…) Devuélveme el rosario de mi madre Y quédate con todo lo demás Lo tuyo te lo envío cualquier tarde No quiero que me veas nunca más (El rosario de mi madre / Mario Cavagnaro) La poética huachaca alcanza en temas como éste una dimensión tremebunda, coincidente con la actitud del hablante. En ese tremendismo literario es posible reconocer un desgarramiento que, sin duda, favorece la identificación entusiasta de cualquier cuitado o cuitada de amor que coree la canción: “devuélveme mi amor, para matarlo, devuélveme el cariño que te di, tú no eres quien merece conservarlo, tú ya no vales nada para mí”. Numerosas versiones en Chile atestiguan la popularidad del tema, y en los años 60, por ejemplo, Lorenzo Valderrama, argentino avecindado en Chile, tuvo con él su mayor éxito radial. Asimismo, es un vals la canción más popular de uno de los folkloristas chilenos más importantes de nuestra historia musical: Tito Fernández, con su vals “La Casa Nueva”. Los valses de la polaridad “plebeya” constituyen vehículo de identificación transhistórica, puesto que la experiencia del amor y de su pérdida o fracaso es una frecuentísima situación humana. Además, poseen una orientación de crítica social que surge de la consideración de la pobreza, y por ello su dimensión es en parte sentimental y en parte política. Un ejemplo verdaderamente emblemático y del que citamos la letra in extenso es el siguiente vals: La noche cubre ya con su negro crespón de la ciudad las calles que cruza la gente con pausada acción. La luz artificial con débil proyección propicia la penumbra que esconde en su sombra venganza y traición. Después de laborar, vuelve a su humilde hogar Luis Enrique, el plebeyo, el hijo del pueblo, el hombre que supo amar. Y que sufriendo está esta infamante ley de amar a una aristócrata siendo plebeyo él. Y que sufriendo está esta infamante ley de amar a una aristócrata siendo plebeyo él. Trémulo de emoción, dice así en su canción: El amor, siendo humano tiene algo de divino, amar no es un delito porque hasta Dios amó Y si el cariño es puro y el deseo es sincero ¿Por qué robarnos quieren la fe del corazón? Mi sangre aunque plebeya, también tiñe de rojo el alma en que se anida mi incomparable amor. ella de noble cuna y yo humilde plebeyo, no es distinta la sangre ni es otro el corazón. ¡Señor por qué los seres no son de igual valor!... Así en duelo mortal abolengo y pasión en silenciosa lucha condenarnos suelen a grande dolor al ver que un querer porque plebeyo es, delinque si pretende la enguantada mano de fina mujer El corazón que ve destruido su ideal reacciona y se refleja en franca rebeldía que cambia su humilde faz. El plebeyo de ayer es el rebelde de hoy que por doquier pregona la igualdad en el amor. El plebeyo de ayer es el rebelde de hoy que por doquier pregona la igualdad en el amor. Trémulo de emoción, dice así en su canción: El amor, siendo humano tiene algo de divino, amar no es un delito porque hasta Dios amó Y si el cariño es puro y el deseo es sincero ¿Por qué robarnos quieren la fe del corazón? Mi sangre aunque plebeya, también tiñe de rojo el alma en que se anida mi incomparable amor. ella de noble cuna y yo humilde plebeyo, no es distinta la sangre ni es otro el corazón. ¡Señor por qué los seres no son de igual valor!... (El Plebeyo / Felipe Pinglo) En este tema, una de las interpretaciones más conocidas del peruano Lucho Barrios, que hizo prácticamente toda su carrera artística en Chile, se imbrican las situaciones universales. Se trata de un tópico literario: el del amor imposibilitado por circunstancias adversas, en este caso de índole clasista. Mas el tema, si bien desarrolla prolijamente la ilustración del conflicto socioeconómico, alcanza también una dimensión romántica muy abarcativa, pues la queja del protagonista es, en definitiva, una queja de amor. Nótese, para corroborar la idea de que se trata de un motivo literario muy frecuente, cómo uno de los valses chilenos más populares y tradicionales, datado en 1941, narra una situación equivalente: Corazón de Escarcha se fue de la estancia, fría la mirada, frío el corazón; toda la peonada siente al ovejero, al que más quería la hija del patrón. Niña tan bonita como las estrellas, sólo en los jardines se puede encontrar; sus antepasados, los viejos loberos, mecieron su cuna, la luna y el mar. Sólo por mirarla, sólo por quererla, lo echó una mañana furioso el patrón; un pobre ovejero, ¿cómo iba a fijarse en su hija tan linda un mísero peón? Por el ventisquero, por Tierra del Fuego, Corazón de Escarcha solo se perdió; fue a buscar el oro y en penosa marcha oro a manos llenas Escarcha encontró. Pero el panteonero y los años malos cambiaron la suerte del viejo patrón, y al rancho de Escarcha llegó una mañana con su hija pidiendo "¡amparo, por Dios!" Y en aquel ranchito del pobre ovejero donde tanto tiempo penaba el dolor, al fuego de un beso se unieron dos almas, y bajo la nieve cantan al amor. (Corazón de Escarcha / Chilote Campos). Y a esta altura del análisis es preciso volver a rendir tributo a la canción popular como universo proyectivo de tantísimas experiencias humanas. En síntesis, observamos que la canción huachaca es un amplísimo y magnífico repertorio vulgar y vulgarizado, saturado de tópicos culturales que fomentan una identificación estrecha entre hablantes y receptores, lo que constituye un fuerte vehículo de identificación colectiva. Es, además, una forma de canción que, al situarse fuera del tiempo histórico contingente, puede perdurar más que un movimiento circunstancial como la canción ilustrada o la canción comercial. Por otra parte, los tópicos que incorpora son de raigambre universal y se hallan enraizados en toda la literatura de occidente, por lo que es de predecir su saludable continuidad. Pero el fenómeno no se agota en la perspectiva sociolingüística tan sólo: se requiere una consideración social e histórica más amplia para reconocer, en este conjunto de narrativas expresionistas, un equivalente contemporáneo -y predominantemente urbano- del romancero popular tradicional. Ésta se nos aparece como la dimensión más heurística del cancionero huachaca, en la medida que constituye un conjunto de relatos, compartidos por la comunidad, acerca de la peripecia y la cotidianeidad de los propios miembros de ella, representados por hablantes emblemáticos y anónimos al mismo tiempo, donde se representan los conflictos tanto individuales como colectivos, desde la penuria sentimental hasta el choque con las fuerzas coercitivas del orden social. Es un repertorio discursivo en el que pueden reconocerse variadísimos aspectos de las relaciones sociales, políticas, económicas y culturales de los miembros de la vasta comunidad receptora, un repertorio tradicional y convencional, sin orientación revolucionaria sino fuertemente conservadora, con carácter de toma de posición fatalista ante las circunstancias, y cuyo ambiente de circulación y divulgación, a despecho de la utilización interesada que la industria cultural suele hacer del fenómeno, ocurre en la periferia de los escenarios sociales hegemónicos. La canción huachaca en general y el vals peruano en particular se escucha en Chile en las quintas de recreo, en los bares nocturnos de Iquique, Valparaíso y Santiago, en las cocinerías del Mercado Central, en la Vega Central, en numerosas chicherías urbanas y rurales, en fiestas familiares y barriales organizadas de modo espontáneo, del mismo modo como floreció en arrabales, prostíbulos y conventillos. Se asocia y a veces hasta se superpone con otras manifestaciones del canto popular, como el folklore tradicional campesino, el canto callejero urbano o la obra de algunos trovadores, pues en la medida en que constituye acervo cultural compartido su distribución es ubicua y su circulación profusa. La música latinoamericana ha sido, durante todo el siglo XX, un marcado vehículo de identidad que ha atravesado el dominio de la industria cultural en el continente. Es de Perogrullo afirmar el valor identitario de las expresiones folklóricas tradicionales de cada país, especialmente las que han obtenido un lugar de reconocimiento más allá de las fronteras regionales (que es, principalmente, el caso del folklore argentino, peruano, brasilero, mexicano y caribeño). No obstante, es preciso reconocer que la música popular alcanza mayor nivel de impacto internacional y mayor desarrollo temático, refinamiento artístico y proliferación expresiva en relación con su inserción dentro de los ambivalentes espacios de la industria cultural y su circuito de difusión comercial, comprendiéndose en este circuito la industria discográfica, radiofónica, el espectáculo musical, la televisión, las revistas y publicaciones comerciales especializadas, la publicidad y sus productos, y la industria cinematográfica, entre otros menores. Es cierto que, para el ingreso y aceptación dentro del ámbito comercial, la música popular debe entrar en un peligroso territorio de pleitesías y desarrollos innocuos que faciliten su circulación, pero no es menos cierto que esta misma condición mercenaria supone un filtro poderoso que permite distinguir las formas más sólidas y vigorosas respecto de las veleidades ocasionales y las modas espurias. Así, profusas expresiones de la música urbana latinoamericana han demostrado, con el paso del tiempo, ser una manifestación indesmentible del imaginario emocional, social, político e histórico de nuestras inestables sociedades. Ningún especialista latinoamericano de la cultura puede ignorar el alcance testimonial del corrido revolucionario mexicano y la ranchera, la imagen de sociedad rescatada en el vals criollo peruano, la ilustración étnica que promueve el samba brasilero, la crítica social implícita y explícita en la salsa y el rap en castellano o el reggae, todos ellos signos de una cultura popular vasta y profunda en sus fuentes creativas y expresivas: temas que han expresado el sentir de cientos de miles de ciudadanos a través de todo el siglo. Por eso, limeña, déjame que te cuente que pasito a paso vamos caminando por una senda empedrada de sufrimiento y goce entreverados que construyen una región sin fronteras políticas ni diplomáticas, que aquí denomino una “internacional del sentimiento”. Pues a nivel de canción popular, lo que el corazón ha unido no lo separarán las políticas ni las economías. El vals peruano tiene en Chile un lugar reconocido que nos recuerda que la inmortalidad se encuentra entre el río, el puente y la alameda… Bibliografía: ACEVEDO, Nano. Los ojos de la memoria. 30 años de música popular y folklórica en Chile. Santiago de Chile, Ediciones Cantoral, 1995. ADVIS, Luis. “Historia y características de la Nueva Canción Chilena”. En: Advis, Luis et.al. (eds). Clásicos de la Música Popular Chilena. Santiago de Chile, SCD, Universidad Católica de Chile, 1997. pp. 29-41. 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