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Tratado de Monstruos
-ontología teratológicaLibro del Dr. Héctor Santiesteban Oliva
Presentación
-Dr. Humberto González GalvánUn buen libro, sin duda. No sólo por haber sido el resultado de una
investigación doctoral que mereció cum laude (que eso ya cuenta mucho), sino
también por los propósitos que se impone y, sobre todo, por la vocación que
sigue. Me explico con una sola frase: Héctor pregunta por el ser del monstruo
para conocerse a sí mismo. Me explico ahora ¡ay! con más frases.
A Héctor le escuché anteayer, en Martes de Humanidades, el siguiente
enunciado: “todo texto que se lee con conciencia transforma a las personas”.
No sé si se dio cuenta de que lo dijo, pero lo dijo. Me atrevo a decir aquí y
ahora que su Tratado de Monstruos es un texto que invita a ser leído de esa
manera y, hay que decirlo, no todo texto hace esta invitación. ¿Por qué este sí?
Él lo dice en la página 21 de su libro: “Ésta es la esperanza última de este
trabajo: la mejor comprensión de nosotros mismos a través del monstruo”.
¿Qué significa esta esperanza? Yo creo que significa que estamos ante un texto
que quiso ser hecho con conciencia (lo noto en el estilo) y, hay que decirlo, no
todo texto se hace con esa vocación de conciencia (también ello se nota en el
estilo). Un texto hecho con vocación de conciencia es, lo digo de nuevo, un
texto que invita a ser leído también con vocación de conciencia… ¿para qué? No
para meramente informar al lector, sino también para transformarlo.
Transformar al lector de la misma manera que transformó a quien lo escribió.
Es evidente que escribiéndolo Héctor se transformó de lo que era a lo que
vemos que sigue siendo. De esto de las transformaciones monstruosas está
hecha la dialéctica: llega a ser el que eres, ya lo decía Píndaro (Píticas, 11, 72).
Héctor se sigue ocupando de los monstruos y vaticino que de ellos se ocupará
toda su vida. Aún cuando se esfuerce en hablarnos de Florencia lo hará como si
de un monstruo se tratase. Anteayer nos describió la cúpula de la catedral de
Florencia (Santa María de las Flores) hecha por Filippo Brunelleschi (sin Alberti,
nos quedó claro), como si cúpula y arquitecto fuesen monstruos. Héctor ya
encontró, pues, una clave para seguir descifrando el mundo y, cifrado en esa
clave, ir descifrándose a su vez él mismo en ella.
A su manera Héctor llegó (no sé cómo) a la misma conclusión que Heidegger;
sólo que el ser-para-la-muerte, Dasein de Heidegger, se transforma en Héctor
en ser-para-el-monstruo: ambos son sin embargo y en última instancia, en
tanto otro (la muerte o el monstruo), “vía de conocimiento del hombre mismo”
(p.309). Hasta el lenguaje se le traba a Héctor (como a Heidegger) a la hora de
decir, por ejemplo: “nosotros somos una suerte de estar siendo mientras
buscando el ser” (p.310). En fin, un buen libro. Vale la pena leerlo concientes
de que estamos leyendo el proyecto de conciencia en marcha de un profesor de
retórica. Termino leyendo a Machado para explicarme en esto último:
“A muchos asombra, señores, que en una clase de Retórica, como es la
nuestra, hablemos de tantas cosas ajenas al arte de bien decir; porque muchos
–los más– piensan que este arte puede ejercitarse en el vacío del pensamiento.
Si esto fuera así, tendríamos que definir la Retórica como el arte de hablar bien
sin decir nada, o de hablar bien de algo, pensando en otra cosa… Esto no
puede ser. Para decir bien hay que pensar bien, y para opensar bien conviene
elegir temas muy esenciales, que logren por sí mismos captar nuestra atención,
estimular nuestros esfuerzos, conmovernos, apasionarnos y hasta
sorprendernos. Conviene, además, no distinguir demasiado entre la Retórica y
la Sofística, entre la Sofística y la Filosofía, entre la Filosofía y el pensar
reflexivo, a propósito de lo humano y lo divino”1 (I, 123).
Va un ejemplo:
“-Hoy traemos, señores, la lección 28, que es la primera que dedicamos a la
oratoria sagrada. Hoy vamos a hablar de Dios. ¿Os agrada el tema?
Muestras de asentimiento en clase.
-Que se pongan de pie todos los que crean en Él.
Toda la clase se levanta, aunque no toda con el mismo ímpetu.
-¡Bravo! Muy bien. Hasta mañana, señores.
-¿…?
-Que pueden ustedes retirarse.
-¿Y qué traemos mañana?
-La lección 29: «De la posible inexistencia de Dios»”2
1
2
Machado, A. Juan de Mairena I. Madrid. Cátedra, 1986, p.123.
Ibidem.
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