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Psicoanálisis sin interpretación
R. Armengol Millans
Resumen
ninguna ventaja. Resulta muy inquietante para
algunos analizados que el terapeuta hable de
cuestiones relativas a una ideología que no es la
del paciente o que interprete supuestos
sentimientos de transferencia cuando éstos no han
sido expresados.
El psicoanálisis tradicional siempre se ha
dejado persuadir por la hipótesis que establece que
la sexualidad y la destructividad gobiernan la
fisiología y la patología mental. Se estableció que
la fisiología y la patología provenían de un
conflicto devenido inconsciente entre pulsiones o
deseos y una instancia represora. La interpretación
psicoanalítica nace de esta doctrina. Quizás
hubiera podido ser distinto, pero así lo estableció
Freud y muy pocos psicoanalistas se han opuesto
claramente a esta concepción. Lamentablemente,
de dicha propuesta deriva la idea de que el
psicoanalista sería un experto en el conocimiento
del inconsciente. El psicoanalista sabría aquello
que está en el inconsciente del paciente y que él no
quiere saber o se resiste a saber. El medio para
conseguir dicho conocimiento sería la
interpretación.
¿Es cierto, entonces, que el tratamiento
psicoanalítico se basa en la interpretación? Suele
decirse que así es, como si fuera algo muy evidente
de por sí. Pero es mejor reflexionar y poder
desprenderse de esta noción, porque si fuera de
este modo el propio método psicoanalítico
quedaría muy seriamente dañado y desacreditado,
puesto que toda interpretación se basa en una teoría
errónea.
Al razonar sobre este tema debe tenerse presente
y de forma muy clara que hablar o dialogar no es
interpretar. No hay que confundirse, ni confundir:
interpretar es algo específico y aceptado desde que
Freud lo propusiera. Así, pues, no se puede decir:
«lo que se llamaba interpretación ahora se entiende
como un diálogo» o, aún peor si se dice,
«interpretación es un decir, también se podría hablar
de diálogo». Diálogo denota una cosa;
interpretación, otra.
La tesis de este trabajo expone que el
psicoanálisis en el futuro podrá prescindir de la
interpretación porque ésta procede de una teoría
que no está verificada y que no es plausible. Esta
afirmación procede de la reflexión crítica iniciada
en mi libro El pensamiento de Sócrates y el
psicoanálisis de Freud. Pienso que la mayor de las
teorías psicoanalíticas, la que propone que el
síntoma y el trastorno provienen de un conflicto en
el que intervienen la sexualidad y la
destructividad, es falsa. En la actualidad el
psicoanálisis tradicional no puede prescindir de
la interpretación. Sólo el psicoanálisis
independiente, aquel que no está adscrito a
ninguna escuela puede eludir este precepto y
liberarse de una obligación innecesaria.
Las añejas afirmaciones de que la interpretación
es lo que da sentido a lo manifiesto y la de que el
psicoanálisis se caracteriza por la interpretación
no se pueden mantener y apuntan a la formación
de un tipo de psicoanalista que se comporta como
un oráculo muy sofisticado y raro.
Intentaré mostrar que el carácter
intelectualizado de las interpretaciones procede de
una visión ideológica de la patología y del carácter
que acaba entrando en contradicción con la
primitiva concepción de Freud sobre la via di levare.
En este sentido la interpretación se convierte
siempre en una actuación. Y, según mi parecer,
actuación y psicoanálisis son mutuamente
excluyentes como expuse extensamente en
El pensamiento de Sócrates y el psicoanálisis de
Freud.
La tesis del actual trabajo propone que la
interpretación psicoanalítica podría abandonarse
porque está ligada a una idea sobre el trastorno y el
síntoma mental que no puede mantenerse.
Fundamentar el habla del psicoanalista en una idea
no demostrada, seguramente falsa, constituye una
actuación que muchas veces aporta desasosiego y
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Interpretación, teorías o ideología
sencillo concebido exclusivamente como un
procedimiento o método, esto es, como un oficio
semejante al de la medicina. ¿Por qué debe
admitirse que la sexualidad, perversa o no, debe
reprimirse? En mi libro sobre Sócrates y Freud
(Armengol, 1994) me planteaba: ¿quién y por qué
dicta esta represión? Freud utilizó de manera
incorrecta la biología. ¿Por qué los estudiantes de
psicoanálisis tienen que admitir que de la resolución
de un supuesto complejo de Edipo se origina la
psicopatología y la conciencia moral? Esta conjetura
nadie la ha probado, es una cuestión de opinión.
A mi juicio es una especulación inadmisible.
Cada cual sabrá lo que admite.
La teoría psicoanalítica confunde los conceptos
de agresividad y destructividad. Fue un error muy
serio de Freud pretender que la agresión y una
supuesta pulsión de destrucción o de muerte son
formas de decir lo mismo. La psicología no es
biología. No se puede afirmar que destructividad o
violencia y agresividad son la misma cosa. Tampoco
es admisible la doctrina kleiniana cuando establece
que la angustia procede de la acción de la pulsión de
muerte sin que medie nada desde el exterior o la de
que la psicosis tiene relación con la acción de la
identificación proyectiva. ¿Por qué tienen que
admitir los estudiantes estas especulaciones?
La suposición kleiniana de que la envidia es la
expresión primaria de la pulsión de muerte es otra
especulación. Lo es también la propuesta de Bion
acerca de que el odio, el sadismo y los impulsos
destructivos son predominantes en la psicosis.
¿Por qué hay que admitir y enseñar estas conjeturas?
Este es un asunto muy grave porque cuando un
terapeuta usa estas especulaciones para construir su
interpretación actúa. La libre atención flotante
queda entonces destruida por la actuación
ideológica.
De modo general cuando se dice que el
psicoanálisis se fundamenta en una teoría o que una
teoría es ineludible para poder trabajar se tienen en
cuenta y se aceptan las anteriores explicaciones
tradicionales que conducen a la conocida
formulación: hay que hacer consciente para el
paciente lo que está reprimido o disociado.
Esta sería la propuesta canónica del psicoanálisis
tradicional. Una variante propuesta por los
seguidores de Klein sugiere y enseña, como algo
probado, que existen fantasías inconscientes previas
a la experiencia. En ambos casos, conflicto o
fantasía, lo inconsciente produciría los síntomas
neuróticos. Para resolverlos sería necesario
interpretar, se dice, para hacer consciente o integrar
lo reprimido o disociado.
Es más prudente y más acorde con la
racionalidad y con los saberes actuales de las
ciencias aceptar que el síntoma y el trastorno mental
tienen causas pero no tienen un significado oculto
en el inconsciente. Es preciso desandar el camino
que inició Freud separándose de Charcot y de
Breuer, y admitir que el trastorno mental y el
trastorno corporal no pueden tener explicaciones
diferentes. En otras épocas también se pensó que las
enfermedades del cuerpo significaban algo o tenían
un sentido al suponerse que eran la expresión de
fuerzas, a veces, ignotas e, incluso, extrañas.
Cuando se pueden reconocer y establecer causas
racionales es peligroso concebir fuerzas, energías o
pulsiones porque a menudo los conceptos quedan
hipostasiados y adquieren la entidad de daímones.
Montar o edificar una teoría psicopatológica
sobre la sexualidad perversa o sobre la envidia como
expresión de una pulsión de muerte no es admisible
para la mayoría porque es una ideología. La mayoría
sólo puede admitir lo que es un conocimiento
probado y coherente. La especulación psicoanalítica
sobre la sexualidad y la destructividad es
inadmisible para la mayoría de los expertos en
psicopatología. Se trata de una ideología que sólo es
mantenida por los psicoanalistas y, hoy en día, no
por todos ellos.
Para quien quiere oír, cada vez es más claro que
los estudiantes de psicoanálisis se resisten a las
enseñanzas que no se ajustan a los criterios de la
ciencia. Si protestan se les dice, en ocasiones, que el
psicoanálisis es de este modo. Pero esto es un abuso
porque se puede enseñar psicoanálisis sin recurrir a
las teorías tradicionales siempre pendientes de
demostración. Cabe un psicoanálisis independiente
de escuelas y doctrinas, un psicoanálisis modesto y
El error de la interpretación
La enfermedad o el trastorno son algo natural y
a la naturaleza no se la debe interpretar. Los
humanos interpretaron la naturaleza y la enfermedad
en otras épocas. No se interpreta a los relojes
cuando dan la hora o cuando no la dan. Tampoco se
interpreta la acción de un tigre hambriento aunque
se coma a una persona. El reloj y la fiera no pueden
dejar de hacer lo que hacen mientras tengan
«cuerda». No tienen opción, no pueden deliberar y,
llegado el caso, decidir entre deseos eventualmente
contradictorios. No se puede interpretar una acción.
Sólo se puede interpretar una actuación. Esto es así
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me pregunto: ¿se trata de una broma del pintor?,
¿quiso burlarse Miró de aquellos que gustan de
interpretaciones sofisticadas?, ¿fue realmente una
broma o decía la verdad? De cualquier manera que
se enfoque este asunto, resulta evidente que no hay
forma humana de saber la verdad si no se conocen
detalles de la vida de Miró. Si fue cierto que el
motor diesel estaba en el trasfondo me parece que
es imposible tal interpretación mirando sólo el
cuadro sin más.
La experiencia, la cultura o la crianza no
pueden modelar el síntoma y el trastorno mental.
Sólo el contenido del síntoma puede estar
coloreado por la experiencia. Pero el ambiente o la
experiencia no pueden dictar: éste será depresivo,
aquél fóbico, el de más allá histérico. Quien
gobierna estas cosas es la constitución. Una vez
establecido el síntoma o el trastorno, pongamos
por caso la visión o alucinación histérica, el
ambiente, la cultura dirá lo que ha de verse: un
occidental contemporáneo, un OVNI; una bruja del
XVII, el demonio; una pastorcilla cristiana del XX,
la Virgen. Se puede hablar con el paciente de lo
que ve, pero hablar con él del porqué ve no es
posible. Lo primero es psicológico, individual o
social, lo segundo es biológico, animal. Lo
primero es circunstancial o cultural, interpretable;
lo segundo es necesario, ininterpretable.
Los partidarios de la interpretación
psicoanalítica toman la parte por el todo cuando
suponen que al hablar de este modo se dirigen al
corazón de la patología. Confunden el soñar con lo
soñado, el delirar con lo delirado. El carácter o
personalidad fóbica con el contenido diverso de la
fobia. Al interpretar el contenido de un delirio, de
una visión o de una fobia creen que actúan sobre la
causa del trastorno y así lo enseñan. Establecen que
se interpreta aquello que no es consciente para el
enfermo y que el psicoanalista supuestamente sabe;
un deseo edípico para explicar una fobia a los
caballos o una fantasía desiderativa inconsciente
previa a la experiencia para explicar un tic o el
autismo. Se van transmitiendo estos supuestos a los
estudiantes y el psicoanálisis se desprestigia.
El trabajo psicoanalítico debe basarse en la
explicación nunca en la interpretación para tratar el
síntoma y el trastorno. Sólo se puede interpretar lo
que es o fue el producto de una intención o
voluntad, esto es la cultura. Pero el síntoma, el
trastorno y el temperamento son constitucionales
no se originan por la acción variable de la cultura.
La voluntad siempre es consciente mientras que la
enfermedad o sus causas no pueden ser o haber
sido inconscientes. El trastorno o enfermedad
en la medida que ésta tiene varios o muchos
móviles o motivos, a veces, opuestos entre sí.
En consecuencia, sólo cabría interpretar el
pensamiento y la conducta, lo muy complejo.
Pero, incluso en este supuesto, hay que andarse con
mucho cuidado para no aplicar una doctrina falsa.
¿Se pueden interpretar una conducta o un
pensamiento basándolos en la acción de la pulsión
de muerte? Si existe tal pulsión sí, si no existe, no.
Es necesario proceder a una codificación de la
técnica psicoanalítica para poder mejorar el oficio y
saber lo que no hay que hacer.
No se interpreta a quien tiene una herida para
curarla, sólo se le puede interpretar, llegado el caso,
si el paciente no hace el reposo prescrito para que la
herida pueda curar. No todo es interpretable. Si se
confunden los niveles de la naturaleza, si se
confunden los ámbitos de lo biológico y de lo
psicológico, nos alejamos de la realidad. En tales
casos los más imprudentes pueden interpretar todo
al modo de los pueblos primitivos o de algunos
psicóticos.
El pensamiento y la conducta son explicables,
determinables como todo en la naturaleza. Pero lo
que sucede es que la complejidad es tan grande que
la mayoría de las veces el comportamiento y el
pensamiento siendo determinados pueden ser
indeterminables. En tales casos es más sensato
abstenerse de interpretar. Hay un cuadro de
Velázquez que lleva por título Marte, el dios de la
guerra y del odio. Uno de los dioses mayores del
Olimpo aparece como enajenado, el gran dios está
representado como un mendigo algo loco, medio
desvestido con aires de grandeza imposible y con
sus armas desordenadas. Se dice que el pintor
quiso representar su crítica frente al armamento y
la guerra. Está bien, es plausible, pero también
podría interpretarse que el pintor quiso hacer una
crítica del paganismo o, incluso, de la religión.
Si el asunto se presenta como un dilema: espíritu
guerrero o espíritu religioso, ¿cuál sería la
interpretación cierta? Para discernirlo habría que
conocer lo suficiente a Velázquez. Me referiré a
otro ejemplo pictórico que gira en torno de la
interpretación. Miró tiene un cuadro titulado
La reina Luisa de Prusia. Al contemplar esta
magnífica pintura muchas personas coincidirían en
que están representadas la música y la danza.
Se percibe una figura de mujer danzando o
flotando cuya cabeza aparece pintada como una
nota musical. Pero surge una dificultad. El pintor
manifestó que en aquella obra quería representar o
tenía en su cabeza un motor diesel. ¡Menuda
ocurrencia! Puesto que desconozco todo de Miró
9
los anteriores Manifestación independiente
(Armengol, 1999) y Psicoanálisis, biología y
psicología (Armengol, 2000).
responde a causas no a voluntades y las causas de
las enfermedades no pueden hacerse conscientes
porque corresponden a un nivel de la realidad en
el que no cabe la consciencia. La causación de la
enfermedad puede descubrirse o estudiarse pero no
se puede tener consciencia de ella, es imposible.
Si estamos predispuestos a sufrir un cáncer de
colon o de mama alrededor de los cincuenta años
nunca seremos conscientes del programa o reloj
biológico que pondrá en marcha la enfermedad
cancerosa. Los programas y las inclinaciones
pueden ser objeto de estudio pero no pueden
hacerse conscientes. Con las enfermedades
mentales no puede dejar de suceder de la misma
forma. ¿Por qué tendría que ser diferente? Según
mi juicio, resulta inquietante que Freud,
separándose de Breuer, Charcot y de los médicos
de su época empezara a concebir que la
enfermedad nerviosa pudiera tener una explicación
distinta. Dichos supuestos sólo son evidentes para
los círculos psicoanalíticos altamente cargados de
ideología. Cien años deberían ser suficientes pero
no es así. Recientemente se ha publicado de nuevo
un trabajo de Money-Kyrle en el que se puede leer:
«Por ejemplo, un paciente soñó que un amigo le
ayudaba a subir a una plataforma para encontrarse
con una dama muy importante, una duquesa o una
reina, pero la dama no tenía rostro, su cara era
una especie de bulto de carne que le resultaba
absolutamente desagradable. Evidentemente era el
pezón, lo que él había visto en el sueño, y no era
capaz de evocar». Evidentemente puede ser
saludable y, tal vez, terapéutico que alguien diga
que esto es un gran disparate.
Interpretación y curación
Freud pudo equivocarse al proponer su teoría
sobre la cura. El célebre «hacer consciente lo
inconsciente» mediante la interpretación del
conflicto o de la fantasía inconsciente no se sostiene
en lo relativo al síntoma y el trastorno. Si él no
hubiera estado tan interesado en probar que sus
hipótesis eran acertadas, no hubiera propuesto la
interpretación como vehículo del procedimiento
psicoanalítico. Estuvo fascinado por su teorización
sobre la sexualidad y después acerca de la pulsión
de muerte. No es extraño que creyese que la
interpretación era el vehículo de la mejoría o
curación.
Acerca del método, Freud propuso que sus dos
pilares fundamentales son: libre atención flotante
del terapeuta y libre asociación del paciente.
En mi libro sobre Sócrates y Freud argumenté que
la explicación de Freud sobre la libre asociación
equivalía a la libre expresión. El psicoanálisis
debería ser un diálogo tranquilo en el que se permite
la expresión de todo, es decir, una permanente
abreacción de los contenidos mentales actuales y
pasados. También propuse que para conseguir el
acceso a la libre atención flotante se requerían tres
principios: neutralidad, abstinencia y empatía,
los tres siempre mezclados operando con
simultaneidad. No voy a repetir lo allí dicho.
Pero me parece muy importante insistir sobre la
neutralidad porque sobre este concepto primordial
hay bastante confusión. No se entiende
suficientemente bien que neutralidad significa la
prohibición de adoctrinar, de no sugestionar con
nuestros propios valores o ideología. Algunos y
algunas ejercen y enseñan a ejercer como si ser
neutral tuviera que conllevar ser altivo, no saludar a
los pacientes, no contestar preguntas, manifestar
omnisciencia y cosas peores. Pero en estos casos se
confunde la neutralidad con el falso self o hipocresía
y el teatro de marionetas.
Como expuse en mi libro lo fundamental del
método es la actitud del profesional. Lo definí como
la capacidad o facultad de ejercer sin que el superyó
con sus valores y suposiciones gobernase nuestra
actuación ideológica. El método, que incluye al
propio psicoanálisis y otras formas de psicoterapia
psicoanalítica, es lo más valioso de la herencia de
Freud. Algo nuevo y específico. Un logro histórico
Cambio de nombre.
De interpretación a diálogo reflexivo
y vinculativo
En mi libro sobre Sócrates y Freud propuse
expresamente que se separase teoría y método. Mi
intención, en aquel momento como ahora, se basaba
en la observación de que éste podía ser el único
procedimiento para mantener a salvo el
psicoanálisis. Si se persiste en la innecesaria
unificación de teoría y método, al entrar en crisis la
primera queda seriamente dañado el psicoanálisis.
Por igual motivo en aquella ocasión ya proponía que
se entendiera la interpretación como una
vinculación para evitar los excesos ideológicos de
interpretaciones del estilo de Money-Kyrle. Hoy
creo que debe abandonarse la misma palabra debido
a la argumentación mantenida en este trabajo y en
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entonces me siento más libre y más contento
conmigo mismo. Pero a la vez puedo decir para la
ocasión que en todas las oportunidades en que mi
analista interpretó de acuerdo con la doctrina se
equivocó.
La afirmación freudiana sobre la interpretación
es muy arriesgada y no resiste la crítica. Si fuera así
no se podrían observar mejorías que no fueran
producto de un tratamiento analítico. Y es evidente
que esto no sucede. Antes del psicoanálisis, y ahora
con él, se tratan y curan muchos neuróticos de modo
diferente. También se observa que cuando el
terapeuta analítico es empático y prudente
el paciente mejora aunque se le administren
interpretaciones manifiestamente disparatadas o
falsas. Por consiguiente, proponer y aceptar que el
psicoanálisis cura a través de la interpretación no es
correcto.
A menudo la homeopatía mejora o cura
determinados desarreglos nerviosos pero sería una
temeridad aceptar que el agente curativo está en el
producto medicinal administrado en dosis
infinitesimales. Aunque el médico homeópata esté
convencido de que las cosas suceden de este modo,
es imposible que el resto de la comunidad médica
acepte sus principios. No puede aceptarlos porque
entran en contradicción con los principios del
conocimiento racional y científico. Sucede lo
mismo con la acupuntura. No es posible que los
éxitos de este procedimiento haya que imputarlos a
la acción de no se sabe qué tipo de circulación de
energías. No hay más energía que la de la física.
en la medida que bien aplicado contribuye mucho a
la disminución del sufrimiento de la humanidad.
El método es perenne a diferencia de la teoría sobre
el método que puede ser efímera. Según mostré en
aquel libro lo fundamental del procedimiento no se
basa en ninguna teoría sino en algo práctico
descubierto al margen de toda especulación.
De acuerdo con aquella reflexión lo que define es la
actitud de no actuación, la neutralidad. Reitero que
la neutralidad define y garantiza un ejercicio sin la
transmisión de valores y doctrinas personales.
La práctica entonces deviene en la actitud de la libre
atención y, tal como entiendo y propongo, de ella no
puede derivarse un habla de acuerdo a doctrina
porque tal proceder sería una actuación. La libre
atención exige un habla no interpretativa de acuerdo
a doctrinas sino un diálogo reflexivo y vinculativo.
Discrepo de algunas formulaciones del
intersubjetivismo moderno porque «ser como la luna
del espejo, mostrar sólo lo que es mostrado» es un
precepto fundamental que ordena no poner nada
propio en la cabeza del paciente y le ayuda a expresar
y revisar su vida. Con esta actitud se le invita a que
pueda, quizás por primera y única vez, hablar con
alguien que no hace valoraciones ideológicas, en el
sentido de que no repudia a la persona; alguien que,
mientras trabaja, sabe diferenciar la actuación y la
persona que la comete. Alguien especialmente
instruido para poder escuchar sobre miedos,
vergüenzas, secretos y miserias sin interpretar.
¡Cuántas veces nos dicen los pacientes «es la primera
vez que puedo explicar esto a alguien»! Esto sería lo
fundamental y único del psicoanálisis. La paz, la
tranquilidad alcanzada en este ambiente analítico no
puede conseguirse en ninguna otra parte. Se trata de
la relativa consecución de la difícil ataraxía y
autárkeia (serenidad e independencia) de los sabios
de la época helenística. La curación o mejoría
proviene de este clima privilegiado y exclusivo.
Y quien no ha pasado por un buen análisis no sabe lo
que es. En Psicoanálisis, psicología y biología,
escribí: «Uno de los mejores tesoros con los que
contamos los psicoanalistas es nuestro propio
análisis. ¡Si fuéramos independientes podríamos
extraer de él casi todo! Si reflexionamos con libertad,
sabemos dónde acertó, dónde se equivocó el que fue
nuestro analista. Sabemos perfectamente, o
podríamos saber, lo que nos ayudó o lo que nos
perjudicó; sabemos por qué nos ayudó y por qué nos
perjudicó. Sabemos lo que nos dijo y cómo lo dijo.
Hay que reflexionar con independencia para no
repetir los errores y aprovechar los aciertos.»
Siempre he considerado que gracias a mi
análisis la vida me cambió mucho. Estoy bien, desde
Tratamiento sin interpretación
En general las heridas graves van curando si,
guiados por el saber, procedemos a tratarlas con
asepsia, antisepsia y cuidando que el buen vendaje
permita el reposo de la herida. No obstante, si ésta es
muy grave hay que intervenir de modo quirúrgico.
Por otra parte, cuando la herida es muy extensa y hay
anemia, hipoproteinemia y mala circulación de
retorno hay que proceder de forma múltiple.
Pues bien, la mayoría de nuestros pacientes son
como los del primer grupo. La neurosis si es leve o
siendo grave en momentos de remisión puede ser
tratada analíticamente al igual que el trastorno de
carácter. En algunos casos, cuando hay angustia o
depresión serias, hay que recomendar medicación
que deberá prescribir un colega. Si la neurosis es
muy grave o se trata de una agudización crítica será
recomendable recurrir a la medicación y a otras
medidas y diferir el tratamiento analítico.
11
indicación y el tratamiento psicoanalítico es
apacible, sin crispación apoyado en un diálogo con
propuestas reflexivas y vinculativas sin
interpretación.
Lo que contribuye a la curación en un setting
psicoanalítico es un conjunto de factores que sólo se
dan en esta modalidad de psicoterapia. Neutralidad:
no influir con los propios valores. Empatía:
el paciente se siente comprendido. Abstinencia: el
paciente no se siente manipulado, observa que el
analista es un profesional que no se satisface de la
relación, es adulto y no necesita obtener de forma
pueril una satisfacción del paciente. Cuando estos
principios están en marcha el paciente se siente
acogido, no se siente reprobado y se va
tranquilizando. El paciente va comprendiendo que
puede hablar de sus miedos, vergüenzas, ilusiones
raras, despropósitos, secretos, rencores, venganzas,
miserias… Poder explicar o expresar todo esto tiene
un altísimo valor, un valor terapéutico cuando uno
puede compartir sin ser repudiado.
Conozco muy buenos terapeutas que no
interpretan nunca y ayudan mucho a los pacientes.
Algunos dicen que no saben ni quieren interpretar,
otros que no lo hacen porque así entienden la
psicoterapia. De entre éstos, los hay que cuando
hacen análisis interpretan y, entonces, fracasan.
Puede ser oportuna ahora la pregunta, ¿si no se
puede interpretar de qué se habla y cómo se habla?
¿no se puede hablar de la envidia? Claro que hay
que hablar de la envidia pero cuando la haya.
No hay que hablar de ella o buscarla obligados o
guiados por una doctrina. Observo a terapeutas que
tienen tan presente la envidia que no ven otros
defectos. Hay que estar atento para percibir y hablar
de los otros pecados capitales. Pero hay que estar
capacitado para hablar de los pecados sin moralizar.
En una ocasión trataba a un colega, un psicoanalista
kleiniano muy dominado por la ideología sobre la
envidia. Él estaba preparado, resignado se diría, a
que en cualquier momento le soltara una
interpretación dura alrededor de la envidia. Pero le
defraudé, en lugar de ello le hablé de otro problema,
me referí a la avaricia porque era avaro y no le
gustaba conversar sobre este tema.
La ansiedad, la preocupación, los miedos, en
suma, el desequilibrio es la puerta de entrada y el
alimento de los síntomas. Los síntomas a los que
uno está predispuesto por naturaleza. Pero,
¿qué contribuye a su resolución? La tranquilidad y
la comprensión, la serenidad y la independencia
contribuyen a que los síntomas se apaguen.
El acceso al equilibrio y a la armonía se consiguen
cuando uno puede quererse a sí mismo y está
contento por ello. Todo ello es fundamental para
sentirse bien y poder combatir los síntomas de la
neurosis si no son muy acusados. Este benéfico
conjunto suele alcanzarse cuando se hace una buena
R. Armengol Millans
Muntaner 259, 3r 1a
08021 Barcelona
Bibliografía
ARMENGOL, R. (1994). El pensamiento de Sócrates y el
psicoanálisis de Freud. Barcelona: Ediciones Paidós y
Fundación Vidal i Barraquer.
— (1999). «Manifestación independiente. Discusión
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— (2000). «Psicoanálisis, biología y psicología.
Manifestación independiente: segunda parte. Diálogo con
R. Riera». En: Intercambios. Papeles de psicoanálisis
[Barcelona], nº 5, p. 61-78.
MONEY-KYRLE, R. (1999). «L’objectiu de la psicoanàlisi». En:
Revista Catalana de Psicoanàlisi [Barcelona], vol. XVI nº 1,
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