Download Planificación previa del cuidado
Document related concepts
no text concepts found
Transcript
10 Planificación previa del cuidado James A. Tulsky, Linda L. Emanuel, Douglas K. Martin y Peter A. Singer La Sra. G tiene 63 años y no ha tenido una historia significativa de enfermedades. Se presenta a una cita de rutina con su médico familiar. Ha leído en artículos de prensa sobre los testamentos en vida y cree que eso es algo a lo que debería dar atención, pero no ha pasado de ahí. En la sala de espera del médico ve un volante sobre directivas previas y decide que hoy sería un buen día para aprender algo más acerca del asunto. situaciones, y a quién desearían nombrar como sustitutos para la toma de decisiones en su nombre. El Sr. H es un hombre de 40 años quien fue diagnosticado hace seis meses con glioblastoma multiforme avanzado, un tumor incurable en el cerebro. Se presenta donde su oncólogo con síntomas de disfunción cognitiva precoz. El médico considera que el Sr. H debería ser informado acerca de las directivas previas. La planificación previa del cuidado ayuda a asegurar que la norma de consentimiento es respetada cuando las personas enfermas ya no son capaces de discutir sus opciones de tratamiento con los médicos y así por lo tanto ejercen control sobre el curso de su atención. Esta norma está basada en el principio de la autodeterminación y del respeto por la autonomía, cuya expresión clásica es la afirmación del Juez Benjamin Cardozo en 1914 de que "todo ser humano de edad adulta y de mente cuerda tiene el derecho a determinar qué se deberá hacer con su propio cuerpo” (Faden et al., 1986). ¿Qué es la planificación previa del cuidado? La planificación previa del cuidado es un proceso por el cual un paciente, en consultas con los proveedores de cuidados de salud, sus familiares y otras personas importantes para él, toma decisiones acerca del cuidado futuro de su salud (Teno et al., 1994). Esta planificación puede incluir la preparación de una directriz previa (Emanuel et al., 1991). Si son completadas por los pacientes cuando son capaces, las directrices previas son invocadas en el evento de que el paciente pierda su capacidad de decidir. Las directrices previas pueden indicar qué intervenciones desean o no en varias ¿Por qué es la planificación previa del cuidado importante? Ética, legislación y políticas La planificación previa del cuidado también se basa en el principio del respeto por las personas, y este respeto debe extenderse a aquellos cuyos valores culturales enfatizan la interdependencia de los seres humanos y el bienestar familiar o comunal como un todo. La planificación previa del cuidado reconoce que las personas enfermas sufren una pérdida de dignidad cuando por sus intenciones consideradas y apreciadas no son respetadas, y que valores culturales pueden dar forma a tales intenciones (Kagawa-Singer y Blackhall, 2001). 1 En U.S.A., las leyes estatales permiten que los individuos completen documentos de las directrices previas y nombren sustitutos para la toma de decisiones relacionadas con el cuidado de la salud, y la ley federal exige que todos los pacientes admitidos a hospitales sean notificados de este derecho (US Congress, 1990). La mayor parte de los países europeos han seguido el ejemplo con provisiones para la planificación previa del cuidado (Fassier et al., 2005). Estudios empíricos A pesar del considerable interés acerca de las directrices previas, y de la legislación ampliamente extendida a favor de ellas, la planificación previa del cuidado no ha sido tan exitosa como sus proponentes desearían. En múltiples encuestas, los pacientes y los proveedores expresan actitudes positivas hacia las directrices previas (Lo et al., 1986; Shmerling et al., 1988; Frankl et al., 1989; Stolman et al., 1990; Emanuel et al., 1991; Gamble et al., 1991; Joos et al., 1993), y aun así, aquellos rara vez completan los formularios (Emanuel et al., 1991). Con un esfuerzo considerable, diversas intervenciones pueden incrementar el usos de las directrices previas (Cohen-Mansfield et al., 1991; Hare y Nelson, 1991; Sachs et al., 1992; High, 1993; Markson et al., 1994; Rubin et al., 1994) pero sólo hasta niveles modestos, y con efecto mínimo sobre el cuidado (Hanson et al., 1997a; Landry et al., 1997). Un estudio grande para evaluar la efectividad de la planificación previa del cuidado en la atención de pacientes moribundos (SUPPORT) halló que esta no tenía impacto sobre la comunicación médico-paciente, ni sobre la incidencia, o la sincronización de órdenes escritas de no resucitación (do-not-resuscitate, DNR), el conocimiento de los médicos acerca de las preferencias de los pacientes, el número de días trascurridos en la unidad de cuidados intensivos con respiradores mecánicos, el nivel de dolor reportado, ni la utilización de recursos hospitalarios (SUPPORT Principal Investigators, 1995). Esta falta de efecto puede ser el resultado de varios factores: la comunicación entre clínicos y pacientes que guía la creación de directrices previas puede tener imperfecciones (Tulsky et al., 1998); algunos pacientes cambian sus puntos de vista con el transcurso del tiempo (Emanuel et al., 1994; Danis et al., 1994), y otros solicitan intervenciones para prolongar su vida que subsiguientemente demuestran ser irreales. Los sustitutos para la toma de decisiones no siempre están seguros de que la situación de un paciente sea equivalente a la descrita en la directriz previa (Tulsky, 2005). Además, los valores culturales desempeñan un importante papel en la planificación previa del cuidado, y las directrices previas pueden no ser aceptables para algunos grupos de personas, o pueden ser interpretados de manera variable (Caralis et al., 1993; Blackhall et al., 1995; Carrese y Rhodes, 1995). En una revisión de más de 100 artículos de investigación, planificación previa del cuidado y directrices previas, Miles y sus colegas (1996) concluyeron que las “preferencias previas de tratamiento han demostrado ser difíciles de formar, comunicar e implementar”. La pregunta clave es ¿por qué? Una respuesta puede ser que el marco conceptual tradicional subyacente a la planificación previa del cuidado y al uso de los formularios de directrices previas no están arraigados en las necesidades y las experiencias de los pacientes. Tradicionalmente, la planificación previa del cuidado era pensada para ayudar a las personas a prepararse para decisiones acerca del tratamiento en momentos de incapacidad, para estar basada en el principio ético de la autonomía, y para enfocarse en completar los formularios escritos de directrices previas dentro del contexto de la relación médico-paciente. Sin embargo, desde la perspectiva de los pacientes, la planificación previa del cuidado ayuda también a los pacientes a prepararse para la muerte, es influenciada por las relaciones personales, es un proceso social, y ocurre en el contexto de la familia y los seres queridos (Singer et al., 1998). Así, el proceso de la planificación previa de la atención y las medidas de resul2 tados usadas en la investigación previa pueden no haberse enfocado en los asuntos de la mayor importancia para los pacientes y sus seres queridos. ¿Cómo debiera yo aproximarme a la planificación previa del cuidado en la práctica? La meta final del movimiento que promueve la planificación previa del cuidado —desde la perspectiva de los estudiosos de la ética y las leyes— era ayudar a los pacientes a decidir entre opciones de tratamiento en el evento de una incapacidad. Sin embargo, desde la perspectiva del paciente, la principal meta de la planificación previa del cuidado es más comúnmente prepararse para la muerte y morir (Martin et al., 1999). Las personas forcejea por hallar la manera de lidiar con la muerte (Field y Cassel, 1997). De ser un ritual central de la vida social y religiosa, la muerte ha pasado a ser privatizada, desacralizada, oculta tras paredes institucionales, y convertida implícitamente en un tabú. La planificación previa del cuidado puede ayudar a las personas a prepararse para la muerte, lo que, desde la perspectiva del paciente, tiende a significar ayudarlos a tener una sensación de control, a quitarles una carga a los seres queridos, y a fortalecer o lograr mayor cercanía en las relaciones con ellos (Martin et al., 1999). Dada esta reconceptualización, los clínicos que se acercan a los pacientes para discutir la planificación previa del cuidado deben tener en mente los siguientes objetivos del proceso (Martin et al., 2000). Mantener una sensación de control La autonomía es central en la planificación previa del cuidado, pero no en el sentido de controlar cada decisión de tratamiento, como se supones generalmente. Los familiares compungidos sienten que la comunicación mejorada hará que el cuidado al final de la vida sea mejor, pero que concentrarse en decisiones específicas de tratamiento evita las consideraciones de la muerte y “pueden no satisfacer las necesidades reales de los pacientes moribundos y de sus familias” (Hanson et al., 1997b). El logro de una sensación general de control en la experiencia de la muerte es un resultado sicológico importante. La planificación previa del cuidado puede ayudar a las personas a lograr una sensación de control, al pensar en una lista de objetivos concretos para una situación, trazando el mapa de una aproximación personal a la muerte a través de considerar los valores y metas que debieran guiar los procesos de sus muertes (Singer et al., 1998; Martin et al., 1999). Alivio de la carga Los moribundos desean atender a las necesidades de sus seres queridos, y los pacientes temen que estos puedan tener que soportar la carga de una enfermedad terminal prolongada. La planificación previa del cuidado permite a las personas determinar el entorno de los cuidados y los límites para tratamientos de mantenimiento de la vida que pueden prolongar inapropiadamente el proceso de la muerte, y facilita las discusiones reflexivas de valores, metas y preferencias con los allegados en un ambiente que no es de crisis. Esto puede ayudar a los seres amados que soportan las cargas de la ansiedad y del cuidado físico a través de un proceso prolongado de muerte. La planificación previa del cuidado puede también ayudar a preparar a quienes van a servir como sustitutos en la toma de decisiones en una crisis, y mitiga el sentimiento de culpa de los allegados que deben tomar decisiones sustitutivas difíciles con respecto al tratamiento de mantenimiento de la vida. La planificación previa del cuidado puede también ayudar al equipo encargado del cuidado a estar preparado para la muerte del paciente. Fortalecimiento de las relaciones La gente vive dentro de una red de lazos sociales y generalmente teme a la muerte y al aislamiento. La planificación previa del cuidado facilita la comunicación acerca de la muerte, y proporciona así una oportunidad para fortalecer las relaciones con los seres queridos. La planificación previa del cui3 dado puede ayudar a las personas a zanjar sus diferencias con los allegados, incluyendo dar o buscar perdón por diferencias pasadas. La reflexión sobre la vida y el sentido de la muerte, el compartir esas reflexiones con los seres queridos puede también ayudar a fortalecer las relaciones personales. Respeto por la cultura La toma de decisiones acerca del final de la vida es influenciada por valores conformados culturalmente. El principio de la autonomía es la ética predominante del cuidado de la salud en Norteamérica y Europa occidental. Pero para mucha otra gente, la autonomía puede no ser el valor dominante. Por ejemplo, un estudio de las actitudes hacia el fin de la vida entre personas de origen chino, hallo que la planificación previa del cuidado les era indiferente, o que estaban predispuestos negativamente hacia ella. Estas personas reflejan una visión del mundo que valora la interdependencia, la compasión y la protección, en contraste con la independencia y la autonomía. Por consiguiente, para ser consistentes con el enfoque centrado en el paciente, los profesionales de la salud deberían discutir las metas de los pacientes acerca de la toma de decisiones al final de la vida. Un enfoque práctico Las discusiones acerca de la planificación previa del cuidado varían dependiendo del estado de salud del paciente. Los pacientes que gozan de buena salud pueden obtener beneficio de seleccionar un apoderado para los cuidados de salud y de pensar si existen situaciones tan intolerables que, si llegaran a estar en ellas, no desearían prolongar su vida. Cuando los pacientes son más viejos o tienen enfermedades crónicas graves, los médicos pueden desear una discusión de mayor alcance. Aunque muchos ven la planificación previa del cuidado como una oportunidad para que los pacientes hagan saber sus “preferencias” de trata- miento, muchos pacientes no tienen preferencias de tratamiento bien formadas. Explorando cuidadosamente los valores de los pacientes, los proveedores de cuidados de salud pueden ayudar a aquellos a descubrir esas preferencias. Puede pedirse a los pacientes que hablen sobre sus metas en la vida, sobre sus temores acerca de la invalidez, sobre sus esperanzas acerca de cómo será el final de su vida, y sobre sus ideas acerca de estados peores que la muerte (Pearlman et al., 1993). Esta visión ampliada de la planificación previa del cuidado permite a las personas pensar sobre su mortalidad y su legado. A partir de tales discusiones, los proveedores de cuidados de salud pueden ayudar a los pacientes a considerar específicamente si hay ciertos tratamientos de los que desean ser privados, y a pensar en las circunstancias en las cuales desean ser privados de los mismos. Cuando la enfermedad del paciente ha avanzado hasta sus etapas finales, los proveedores de cuidados de salud pueden usar las bases establecidas en esas discusiones previas para hacer planes específicos sobre lo que se va a hacer cuando ocurra el inevitable empeoramiento. Entre otras cosas, el paciente y los proveedores de cuidados de salud pueden decidir lo siguiente: ¿debería ser llamada una ambulancia? ¿Deberá venir el paciente al hospital? ¿Cuáles tratamientos de prolongación de la vida deberían empleados, y cuáles evitados? ¿Hay tratamientos particulares para al alivio de síntomas que deberían ser empleados? Aun con este énfasis sobre la discusión y el proceso, los formularios de la directriz previa siguen siendo útiles, ya que proporcionan un registro escrito, legal de los valores y las preferencias del paciente, los cuales pueden ser útiles en algunos escenarios de fin de la vida. Numerosos formularios de directrices previas han sido desarrollados por organizaciones, gobiernos, y académicos. Las directrices de instrucción (llamadas también testamentos en vida) describen el tipo de cuidado que una persona desearía o no en diferentes situaciones. Las directrices de apoderado 4 (llamadas a veces poderes notariales para cuidados de salud) indican a quién desea elegir una persona para que tome decisiones en su nombre. Estos dos tipos de directrices son diseñados para cumplir objetivos diferentes, importantes y complementarios. Para la mayor parte de las situaciones, recomendamos que los formularios de directrices previas contengan tanto instrucciones como directrices de apoderado. Más aún, recomendamos directrices con instrucciones detalladas, que conduzcan sistemáticamente a las personas a través de un proceso que les ayude a pensar acerca del formulario y a articular valores, metas y preferencias relevantes a las decisiones sobre el cuidado de la salud. La mayoría funcionan como hoja de trabajo y como formulario para documentación. Las directrices con instrucciones no detalladas, en cambio, proporcionan espacio limitado, usualmente a unas pocas líneas, en el cual las personas pueden escribir instrucciones. Las instrucciones generales anotadas en una directriz no detallada generalmente inconsistentes con preferencias específicas de tratamiento (Schneiderman et al., 1992). Además, comparada con una directriz previa detallada, una directriz previa no detallada tiene como resultado una interpretación menos uniforme por los médicos (Mower y Baraff, 1993). Cuando son usadas directrices de instrucciones detalladas, basadas en escenarios, con elecciones de intervención, es posible deducir los umbrales personales para intervención de un paciente (Emanuel, 2007). Estos pueden ser particularmente útiles para infierir de escenarios en una instrucción anterior a situaciones reales. Por ejemplo, en algunos documentos, los escenarios son ordenados en una secuencia que se aproxima a un gradiente de severidad de la prognosis (Emanuel et al., 1991). Para cada escenario, las potenciales intervenciones están ordenadas aproximadamente según lo onerosas que sean. Los individuos tienden a tener umbrales relacionados con la molestia y la prognosis, los cuales pueden verse cuando todas las opciones son llenadas. Esta aproximación se apoya en el hallazgo de que la mayor parte de los pacientes se preocupan acerca de la prognosis y la carga del tratamiento, cuando se comprometen con la planificación previa del cuidado (Weeks et al., 1998; Fried et al., 2002; Fried y Bradley, 2003). Sin embargo, no importa que tan cuidadosamente puedan haber sido completados tales documentos, las directrices previas rara vez dictan claramente el cuidado que debería ser dado a un paciente que carece de la capacidad de decidir (Fischer et al., 2004). Generalmente se requiere alguna interpretación del documento, responsabilidad que se deja al sustituto nombrado para la toma de decisiones, o otros familiares, y al equipo a cargo del cuidado. Clínico un paciente que tiene una directriz previa ha perdido la capacidad de decidir y está gravemente enfermo, los clínicos deberían discutir la situación con el apoderado y con otros allegados. Revisando la directriz previa, los involucrados deberían decidir lo que el paciente habría querido en la circunstancias actuales. Esto es más fácil cuando la situación considerada se ajusta bien a los escenarios descritos en la directriz previa. Sin embargo, es frecuente que el formulario de la directriz previa no sea lo suficientemente detallada para guiar el tratamiento, en cuyo caso puede ser necesario proceder casi como si no hubiera directriz previa. En tales situaciones, las discusiones anteriores que hayan involucrado al paciente, a sus allegados, y a los clínicos, acerca de los valores de aquel con respecto a los tratamiento médicos, serán extremadamente útiles. Aún cuando parezca haber una directriz previa aplicable, pueden presentarse desacuerdos entre familiares o entre miembros de la familia y el equipo de cuidados de salud en relación con el cuidado del paciente (Fischer et al., 2004). Los allegados pueden no estar de acuerdo con el contenido de la directriz previa, creer que el paciente cambió de idea, o creer que el paciente cometió un error. pueden darse desacuerdos debidos diferentes interpretaciones del documento, tales como el significado de “probabilidad razonable de 5 recuperación”. En estas situaciones, ayuda enfocar a quienes deciden sobre lo que el paciente hubiera querido, y por qué la directriz previa fue escrita en primer lugar. Aunque lo mejor es ganar el consenso de todas las partes interesadas, especialmente acerca de evitar tratamientos que mantengan la vida, en últimas, la decisión final es del apoderado nombrado. Los proveedores de cuidados de salud que desearan invalidar las decisiones del apoderado con base en una directriz previa escrita del paciente deberían ser cautelosos. No está claro que todos los pacientes querrían que los deseos de sus apoderados o allegados fueran invalidados. Un estudio mostro que más de la mitad de un grupo de pacientes en diálisis pensaba que sus doctores o apoderados debían tener por lo menos alguna libertad de acción para interpretar sus directrices previas (Sehgal et al., 1992). En situaciones tales, los clínicos pueden salir mejor librados si consultan con el comité de ética del hospital. La planificación previa del cuidado permite a los clínicos respetar los deseos de los pacientes con respecto al cuidado de su salud en el evento de incompetencia futura. Las metas de la planificación previa del cuidado serán diferentes para pacientes en diferentes estadios de la vida y la salud, pero el objetivo en todos los casos es ayudar a los pacientes a articular valores relacionados con la salud, de manera tal que pueda ayudar a quienes toman decisiones, permitir a los pacientes mantener el control, aliviar las cargas de otros, y fortalecer relaciones personales importantes. Los casos La Sra. G está solicitando información acerca de la planificación previa del cuidado. Su médico debería referirla a una de las fuentes de información disponibles o proporcionarle un formulario y animarla a que comience el proceso de planificación previa del cuidado con su apoderado preferido para la toma de decisiones. Después de un tiempo, la Sra. G y su sustituto pueden reunirse con el médico; en esta reunión, él puede revisar las preferencias de tratamiento de la Sra. G, para asegurar que ella ha entendido la información del formulario de la directriz previa y es capaz de completarla. Si su situación de salud cambia, el médico debería recomendar que la Sra. G actualice su directriz previa. Desafortunadamente, el Sr. H puede pronto ser incapaz de tomar decisiones con respecto al cuidado de su salud. El médico debiera mencionarle de manera delicada la planificación previa del cuidado y seguir los mismos pasos ya descritos para la Sra. G. sin embargo, en el caso del Sr. H, el médico tendrá que prestar especial atención al asunto de la capacidad. Esta situación también representa una oportunidad para que el médico ajuste la información considerada por el Sr. H en la planificación previa del cuidado al posible deterioro futuro o progresivo del paciente. Es también una oportunidad para el paciente, para su familia, y para el médico de comenzar a prepararse para su muerte inminente. REFERENCIAS Blackhall, L.J., Murphy, S. T., Frank, G., Michel, V., and Azen, S. (1995). Ethnicity and attitudes toward patient autonomy. lAMA 274: 820-5. Caralis, P. V., Davis, B., Wright, K., and Marcial, E. (1993). The influence of ethnicity and race on attitudes toward advance directives, life-prolonging treatments, and euthanasia. 1 Clin Ethics 4: 155-65. Carrese, I. A. and Rhodes, L.A. (1995). Western bioethics on the Navajo reservation. Benefit or harm? lAMA 274: 826-9. Cohen- Mansfield, J., Rabinovich, B. A., Lipson, S., et al. (1991). The decision to execute a durable power of attorney for healthcare and preferences regarding the utilization of life-sustaining treatments in nursing home residents. Arch Intern Med 151: 289-94. Danis, M., Garrett, I., Harris, R., and Patrick, D. L. (1994). Stability of choices about life-sustaining treatments. Ann Intern Med 120: 567-73. Emanuel, L. L. (2007). Advance directives and assessment of decision-making capacity. In Principles and 6 Practice of Palliative Care and Supportive Oncology, 3rd edn, ed. A. M. Berger, J. L. Shuster, and I. H. Von Roenn. Philadelphia, PA: Lippincott, Williams and Wilkins, pp. 687-95. Emanuel, L.L., Barry, M.J., Stoeckle, J.D., Ettelson, L.M., and Emanuel, E.J. (1991). Advance directives for medical care: a case for greater use. N Engl 1 Med 324: 889-95. Emanuel, L. L., Emanuel, E. J., Stoeckle, I. D., Hummel, L. R., and Barry, M.J. (1994). Advance directives. Stability of patients' treatment choices. Arch Intern Med 154: 209-17. Faden, R., Beauchamp, T. L., and King, N. M. P. (1986). A History and Theory of Informed Consent. New York: Oxford University Press. Hanson, L. C., Danis, M., and Garrett, J. (1997b). What is wrong with end of life care? Opinions of bereaved family members. I Am Geriatr Soc 45: 1339-44. Hare, I. and Nelson, C. (1991). Will outpatients complete living wills? A comparison of two interventions. 1 Gen Intern Med 6: 41-6. High, D. M. (1993). Advance directives and the elderly: a study of intervention strategies to increase use. Gerontologist 33: 342-9. Ioos, S. K., Reuler, I. B., Powell, I. L., and Hickam, D. H. (1993). Outpatients' attitudes and understanding regarding living wills. 1 Gen Intern Med 8: 259-63. Kagawa-Singer, M. and Blackhall, L.I. (2001). Negotiating cross-cultural issues at the end of life: "You got to go where he lives." lAMA 286: 2993-3001. Fassier, T., Lautrette, A., Ciroldi, M., and Azoulay, E. (2005). Care at the end of life in critically ill patients: the European perspective. Curr Opin Crit Care II: 61623. Landry, F.I., Kroenke, K., Lucas, c., and Reeder, J. (1997). Increasing the use of advance directives in medical outpatients. 1 Gen Intern Med 12: 412-5. Field, M. J. and Cassel, C. K. (1997). Approaching Death: Improving Care at the End of Life. Washington, DC: Institute of Medicine. Lo, B., Mcleod, G.A., and Saika, G. (1986). Patient attitudes to discussing life-sustaining treatment. Arch Intern Med 146: 1613-5. Fischer, G. S., Tulsky, I. A., and Arnold, R M. (2004). Advance Directives. In Encyclopedia of Bioethics, 3rd edn, ed. S. G. Post. New York: Macmillan Reference USA. Markson, L. J., Fanale, I., Steel, K., Kern, D., and Annas, G. (19!J4). Implementing advance directives in the primary care setting. Arch Intern Med 154: 2321-7. Frankl, D., Oye, R K., and Bellamy, P. E. (1989). Attitudes of hospitalized patients toward life support: a survey of 200 medical inpatients. Am 1 Med 86: 6458. Martin, D. K., Thiel, E. c., and Singer, P.A. (1999). A new model of advance care planning: observations from people with HIV. Arch Intern Med 159: 86-92. Martin, D. K., Emanuel, L. L., and Singer, P.A. (2000). Planning for the end of life. Lancet 356: 1672-6. Fried, T. R and Bradley, E. H. (200J). What matters to seriously ill older persons making end of life treatment decisions? A qualitative study. 1 Palliat Med 6: 237-44. Miles, S. H., Koepp, R., and Weber, E. P. (1996). Advance end of life treatment planning. A research review. Arch Intern Med 156: 1062-8. Fried, T. R, Bradley, E. H., Towle, V. R, and Allore, H. (2002). Understanding the treatment preferences of seriously ill patients. N Engl 1 Med 346: 1061-6. Mower, W.R. and Baraff, L.J. (1993). Advance directives. Effect of type of directive on physicians' therapeutic decisions. Arch Intern Med 153: 375-81. Gamble, E. R, McDonald, P. I., and Lichstein, P. R (1991). Knowledge, attitudes, and behavior of elderly persons regarding living wills. Arch Intern Med 151: 277-80. Pearlman, RA., Cain, K. c., Patrick, D. L., et al. (1993). Insights pertaining to patient assessments of states worse than death. J Clin Ethics 4: 33-41. Hanson, L. c., Tulsky, J.A., and Danis, M. (1997a). Can clinical interventions change care at the end of life? Ann Intern Med 126: 381-8. Rubin, S. M., Strull, W. M., Fialkow, M. F., Weiss, S. J., and Lo, B. (1994). Increasing the completion of the durable power of attorney for healthcare. A randomized, controlled trial. JAMA 271: 209-12. Sachs, G. A, Stocking, C. B., and Miles, S. H. (1992). Empowerment of the older patient? A randomized, 7 controlled trial to increase discussion and use of advance directives. JAm Geriatr Soc 40: 269-73. Schneiderman, L. J., Pearlman, R. A., Kaplan, R M., Anderson, J. P., and Rosenberg, E. M. (1992). Relationship of general advance directive instructions to specific life-sustaining treatment preferences in patients with serious illness. Arch Intern Med 152: 2114-22. Sehgal, A, Galbraith, A., Chesney, M., et al. (1992). How strictly do dialysis patients want their advance directives followed? JAMA 267: 59-63. Shmerling, R H., Bedell, S. E., Lilienfeld, A., and Delbanco, T.L. (1988). Discussing cardiopulmonary resuscitation: a study of elderly outpatients. J Gen Intern Med 3: 317-21. Singer, P.A, Martin, D. K., Lavery, J. V., et al. (1998). Reconceptualizing advance care planning from the patient's perspective. Arch Intern Med 158: 879-84. Stolman, Ci I., Gregory, J.J., Dunn, D., and Levine, J.L. (1990). Evaluation of patient, physician, nurse, and family attitudes toward do not resuscitate orders. Arch Intern Med 150: 653-8. SUPPORT Principal Investigators (1995). A controlled trial to improve care for seriously ill hospitalized patients: the study to understand prognosis and preferences for outcomes and risks of treatments (SUPPORT). JAMA 274: 1591-98. Teno, J. M., Nelson, H. L., and Lynn, J. (1994). Advance care planning. Priorities for ethical and empirical research. Hastings Cent Rep 24: S32-6. Tulsky, J.A. (2005). Beyond advance directives: importance of communication skills at the end of life. JAMA 294: 359-65. Tulsky, J. A., Fischer, G.S., Rose, M. R., and Arnold, R M. (1998). Opening the black box: how do physicians communicate about advance directives? Ann Intern Med 129: 441-9. US Congress (1990). Patient Self-Determination Act, Omnibus Budget Reconciliation Act (OBRA) (PL 101508). Washington, DC: Government Printing Office. Weeks, J. c., Cook, E. F., O'Day, S. J., et al. (1998). Relationship between cancer patients' predictions of prognosis and their treatment preferences. JAMA 279: 1709-14. 8