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LA REHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA ARGENTINA
Una crónica del tema a través de la historia hasta la actualidad
Prof. Dr. Lucio Enrique Bellomo
Profesor Adjunto de Clínica Psiquiátrica, de la Facultad de Medicina de la
Universidad de Buenos Aires (UBA).
Ex Jefe de Servicio Psiquiátrico del Hospital Moyano.
Médico Forense de la Justicia Nacional [R].
LA REHABILITACIÓN
PSIQUIÁTRICA
EN LA ARGENTINA
Una crónica del tema a través de la historia hasta la actualidad
Librería AKADIA Editorial
Lucio Enrique Bellomo
IV
Lucio Enrique Bellomo
La Rehabilitación psiquiátrica en la Argentina - 1ra. ed. Buenos Aires:
Librería Akadia Editorial, 2011.
216 p.; 15,5 x 22,5 cm.
ISBN: xxxxxxxxxxxxxxxxxxxx
1. Psiquiatría. I. Título
CDD
ISBN: xxxxxxxxxxxxxxxxxxx
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida,
archivada o transmitida en forma total ni parcial, sea por medios electrónicos,
mecánicos, fotocopiado o grabado, sin el permiso previo de los editores que
deberá solicitarse por escrito.
© by Librería AKADIA Editorial, 2011
Paraguay 2078 (1121) Buenos Aires, Argentina
Paraguay 2065 (1121) Buenos Aires, Argentina
E-mail: [email protected]
http://www.editorialakadia.com.ar
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
Impreso en Argentina. Printed in Argentina
Dedicatoria
A mi esposa, hijos y nietos
Agradecimientos
Este libro, en primer lugar, es un homenaje a todas las enfermas que traté durante mi estadía en el Pabellón San Juan
del Hospital Moyano, pacientes que estuvieron bajo mi atención
psiquiátrica, que prodigué durante años principalmente crónicas
indigentes, que fueron quedando con los años en la Sala. Muchas
pervivieron durante un largo lapso hasta su muerte, trance en
que las asistí; otras tenían su alta desde hacía mucho, pero irremediablemente se hallaban ‘estables’ en el plantel de enfermas
de la Sala, sin vestigio alguno de familiares o de reinserción posible a causa de su edad, patología y cronificación. Ellas, más las
que las sucedieron, motivaron mi mente y mi corazón para hallar, alguna solución viable para las mismas como el retorno a la
reinserción social por medio de la rehabilitación, especialmente
por la enseñanza de un oficio o de algún trabajo creativo.
Es mi deseo agradecer profundamente a todos los me instaron
a escribir el presente libro. Ello fue producto de largas conversaciones con amigos, colegas psiquiatras y no psiquiatras, cuando
comencé en septiembre de 2006 a confeccionar las primeras
páginas. A todos quienes me alentaron, a todas las personas
que entrevisté para recabar una información de confianza, que
me dieron fuerzas y la ayuda necesaria para la tarea de investigación histórica en la difícil búsqueda de datos y recopilación
bibliográfica en el difícil tema que trato, la Rehabilitación Psiquiátrica en la Argentina.
En primer lugar quiero agradecer a quienes fueron mis Maestros en esta compleja especialidad, citando al Prof. Dr. Antonio
Duarte, al Prof. Dr. Omar Ipar, al Dr. Enrique Mo Gatti, al Prof.
Dr. Vicente Cabello, al Prof. Horacio San Martín, al Prof. Dr. Diego Outes, al Prof. Dr.Emilio Bonnet, al Dr.Jorge García Badaracco -quien fuera Director de la Residencia Psiquiátrica y Jefe
de Servicio de la Sala Nº. 3 en el Hospital Neuropsiquiátrico de
Hombres- hoy Hospital Borda, donde fui Médico Residente en
Psiquiatría, al Dr.Juan José Morgan (Jefe de Servicio Nº 8, del
mismo Hospital), y tantos otros, de los cuales obtuve información y la formación necesaria para considerar al enfermo mental
como persona, en el sentido más amplio del término.
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Al Dr. Humberto Mesones Arroyo, quien colaboró para confeccionar el prólogo del presente libro, de manera espontánea como
técnico, experto en dicha materia y como un cabal amigo. Mesones fue Primer Presidente de la Asociación Argentina de Psiquiatras, y ex Director de Salud Mental durante los años 1972-1973, y
1982-1983, quien tuvo la amabilidad y la paciencia de leer el texto
exhaustivamente, y hacerme críticas valiosas, así como avisarme
sobre detalles institucionales, que no sabía o los tenía olvidado.
Al Alcaide Mayor Benegas, Director del Museo Argentino de
la Penitenciaría ‘Antonio Ballvé’, sito en la histórica y famosa
manzana donde estuvo La Residencia que contenía los insanos,
a cargo entonces de los padrres betlemitas, y donde hoy se halla
ubicado el Museo de la Penitenciaría (Humberto Primo 358, Capital). Dicho Alcaide me dio datos inestimables del lugar, la historia
donde fueron alojados los primeros enfermos mentales trasladados desde el Cabildo, y desde allí a La Convalecencia, hoy predio
de los grandes hospitales psiquiátricos.
Al Dr. Dante Bornancini, Director Asociado de la Colonia Cabred, hoy Hospital Interzonal Psiquiátrico ‘Colonia Domingo Cabred’ Open Door- Luján, por sus valiosas entrevistas, así como
el obsequio del Libro Anuario gestado por la Colonia en 1999,
que participó de muchas gestiones y conoce muy bien el delicado problema tema institucional por el que pasa la misma en
la actualidad; al Lic. José Manuel Belloli a través de quien pude
contactar con el citado Bornancini y a través de él con el Lic.
Carlos Wertheimer.
Al Lic. Carlos Wertheimer, con quien mantuve largas conversaciones interiorizándome de su exitosa gestión como Director
en el Hospital Interzonal-Colonia Cabred (1995-1999).
A la Sociedad de Matrimonio y Familia, de cuyo Presidente el
Dr. Domagoj Seitz y demás integrantes obtuve el beneplácito
para destacar este libro desde la citada Sociedad, en la Asociación Médica Argentina (AMA).
Al Sr. Juan Carlos Iroz en su calidad de ex Director de los Talleres
Protegidos, cargo que desempeñó desde 1969 hasta 2005, cuya
tarea traté de plasmar en el presente trabajo, y que seguramente
servirá para imitar como ejemplo para las futuras generaciones.
A la Lic. María Luisa Camera, compañera de trabajo de Juan
Carlos Iroz, que puso a mi disposición la obra de los Talleres
Protegidos, así como la Ley Italiana original sancionada en 1978,
por ella traducida.
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Asimismo, agradezco la colaboración de la actual Directora de los
Talleres Protegidos Dra. Gabriela Russo por su amable recepción.
A la Directora de la Biblioteca de la Facultad de Medicina Lic.
María Teresa Di Vietro, que me facilitó muchas Tesis de los Grandes Maestros Argentinos, y libros incunables que fueron famosas
en la Psiquiatría Argentina.
A los Bibliotecarios del Patrimonio Histórico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, facilitándome libros y planos indispensables para rastrear los orígenes y formación de los hospitales para
enfermos mentales en la época colonial.
Al Personal de la Biblioteca Nacional de Maestros, que me ayudó
en la búsqueda bibliográfica de temas que creía imposible de hallar.
A los integrantes, directivos y ejecutores de la Casa de Mitad
de Camino Judicial, Dr. Juan Carfi, Lic. Miriam Aragonés y Lic.
Cristina Oestlin, personas que se ofrecieron a darme durante la
entrevista todos los detalles de la cronología histórica de la fundación y actual funcionamiento de la Institución citada.
Al Dr. Galmarini, Juez Camarista Civil, que tuvo la gentileza de
recibirme en su despacho, y darme detalles de la creación de la
Casa de Mitad de Camino Judicial. Ambos, los directivos y el Dr.
Galmarini, me transmitieron los éxitos y dificultades en la gestión para que se hiciera fáctica la gestión.
Al Dr. Roberto Saubidet, ‘in memoriam’, que durante los años
en que me desempeñé como Jefe del Pabellón San Juan – y él,
como vecino Jefe del Pabellón Santa María en el Hospital- conversamos extensamente sobre los orígenes del Hospital Moyano,
y que me diera datos históricos inestimables sobre el ex Hospital
Neuropsiquiátrico de Mujeres.
Al Dr. Néstor Marchant, Director del Hospital Moyano de 1983
a 2006, y quien fuera sucesor de Humberto Mesones Arroyo en
la conducción de la AAP.
A mis compañeros del Cuerpo Médico Forense durante mi estadía en ese prestigioso Cuerpo Colegiado, durante casi 20 años.
A los familiares de UDAFEM [Unión de Amigos y Familiares de
los Enfermos Mentales] que protocolicé el día 20 de diciembre de
1986, gracias a los Sres. Jorge y Rodolfo Antelo, así como a la
esposa del último (Escribana), que me ayudaron a fundar ese pequeño dispositivo que funcionó durante tres años en mi Pabellón
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San Juan, y a encontrar muchos familiares de pacientes dados
como perdidos, pues nunca más, luego de la internación, volvieron a visitarlos; lastimosamente, la experiencia tuvo que cortarse
por razones ajenas a mi voluntad, como explico en el libro.
A las enfermas que, ancianas pero aún lúcidas y sin familia,
líderes del Servicio San Juan desde antaño -como Teresita V. y
Angelita P. - que me dieron datos fiables sobre el funcionamiento del Pabellón y la zona adyacente al mismo, como el Complejo
Riglos y el Pabellón Santa María, desde 1950 en adelante.
A los médicos y enfermeras, y muchos otros que se acercaron
al San Juan para colaborar y ayudarme en la difícil tarea de rehabilitar pacientes, en avanzado estado de cronificación. Las mismas son citadas, en el presente texto, durante diferentes lapsos
de la prevención secundaria y terciaria de la enfermedad.
A mi esposa e hijos, que me estimularon en la tarea así como
también a todos aquellos que, con su silencio pero laboriosa acción, pudieron hacer factible esta obra, y que la misma pueda
divulgarse y servir como testimonio de futuros modelos para la
Rehabilitación de los enfermos mentales, en un momento crucial
de la especialidad.
Vaya de un modo muy especial mi eterno agradecimiento a mi
Didacta el Dr. Celes Ernesto Cárcamo y al Dr. Andrés Cafferata,
ambos ejemplos de sabiduría, honestidad y virtud
A la Sra- Rosa Dotta Ruiz, correctora y lingüista que tuvo la
paciencia y amabilidad para el tratamiento del texto.
Al Lic. Guillermo Baistrocchi, amigo que confeccionó la tapa de
libro.
Sólo pido que este libro cale hondamente dentro del afecto,
intelecto y voluntad de cada lector, sea psiquiatra o no, pues me
alimenta la esperanza de que en una transformación pacífica
por el tratamiento de la rehabilitación psiquiátrica, la psiquiatría
pueda arrancar de su pasado, otorgando altas dignas donde se
respeten los derechos y obligaciones de todos, las de los enfermos mentales y de la sociedad en su conjunto.
Espero, pensando que sea útil para todos los que tenemos,
tuvimos y tendremos que ver en el tratamiento de los enfermos
mentales, para la realización de una útil resocialización, inclusión
social y rehabilitación de los mismos.
Dr. Lucio Enrique Bellomo
Buenos Aires, septiembre, 2010
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Prólogo
“Tomó pues el Señor Dios al hombre, y púsole en el paraíso de
delicias, para que le cultivase y guardase”. (Gen. II, 15)
El trabajo no es un castigo sino una función esencial que el
hombre recibe junto con su ser. Hasta es necesaria la creatividad y el hacer para que el ser humano se sienta completando su
destino.
Sólo la pérdida de la libertad aliena al hombre de la carrera
hacia sus objetivos. La enfermedad es la causa más frecuente de
pérdida de la libertad y el camino a la salud pasa por recuperar
la capacidad de trabajar.
En uno de los primeros hospitales psiquiátricos de Occidente,
en Zaragoza, se observó que los enfermos del “estado llano” se
recuperaban más rápidamente que los nobles, para quienes el
trabajo era humillación.
Comentando las ideas de Santa Teresa sobre “la melancolía”,
López Ibor también subraya el hecho de que durante la Edad
Media hubo más melancolía entre los monjes que en la vida monástica más antigua, y señala que el monacato primitivo fundado
por San Benito había unido la oración y el trabajo “El trabajo ya
no es una carga, sino descarga, alivio. Es acción en el sentido
del amor, que en la acción crece constantemente”.1 La santa de
Ávila en el capítulo VII de Las Fundaciones, además del diagnóstico diferencial entre la melancolía y la acedía o tibieza, se ocupa
del tratamiento que “las preladas han de dar”: “…que el mayor
remedio que tienen es ocuparlas mucho en oficios, para que no
tengan lugar de estar imaginando, que aquí está todo su mal”.
Este consejo es el antecedente de la terapia ocupacional actual. Pero ya debemos hacer la distinción con la laborterapia, que
significa trabajo, con sentido, con exigencia y con remuneración.
1
López Ibor, J.J. De la noche oscura a la angustia. Editorial Garsi, Madrid,
1982.
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Lucio Enrique Bellomo
Es comparable con la distinción entre ejercicios y deportes, en
el primer caso se trata de una rehabilitación física individual, en
el segundo se busca la resocialización, la competencia y el trato
con los demás en busca de un logro.
Los psicoterapeutas han delegado, tal vez apresuradamente, en los terapistas ocupacionales la tarea de rehabilitar sin
reflexionar bastante sobre las profundas implicancias antropológicas y sociológicas del trabajo. Es inhallable en los tratados
de psiquiatría algún capítulo que se ocupe de esta dimensión
de la terapéutica. Tampoco se suele enseñar en los cursos de
la especialidad y, con un poco de suerte, puede visitarse algún
taller protegido o mirar las actividades de un hospital de día más
cercano.
El libro de Lucio Bellomo es el primero y único en nuestro país
que recorre la historia de este importante aspecto de la asistencia psiquiátrica. Con un evidente esfuerzo docente, recupera
los antecedentes históricos de los que la psiquiatría argentina
podría enorgullecerse si no fuera casi constante la decadencia y
el olvido después de la desaparición, por biología o política, de
los pioneros.
Los vaivenes que periódicamente sacuden las instituciones
asistenciales psiquiátricas suelen originarse en románticas ideologías que pretenden negar la realidad de la patología. Estas
utopías encandilan y entusiasman a los aficionados que carecen
de la formación y la experiencia que sólo se consiguen al lado
de los enfermos. La clínica y la investigación van profundizando
el conocimiento de los trastornos y sus causas. Mucho más queda por descubrir pero hay enfermedades que discapacitan permanentemente, deteriorando funciones cognitivas u operativas
fundamentales. Cuando se puede detener el proceso patológico,
o cuando éste deja de actuar naturalmente, la rehabilitación y
resocialización deben ocupar la atención y los cuidados. Y lo laboral tiene que ser primordial.
Hay defectos que corregir. El Prof. Bellomo menciona el peculio, que es la remuneración oficial, igualitaria, que se otorga a los
operarios pacientes en las instituciones donde hay laborterapia.
El producto económico de los trabajos debe, por ley, ingresar
a rentas generales. Es una regla administrativa que no tiene
nada que ver con la justicia distributiva, ni con el estímulo resocializador que deberían regir. En España, el Dr. Javier Morales
Belda impulsó la primera cooperativa de trabajo artesanal inte-
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grada por enfermos mentales internados. En el Sanatorio Conde
de Romanones, en Guadalajara, se prohibía el trabajo alienante
bajo el régimen de peculio. La cooperativa tenía su consejo de
administración y llegó a alquilar un local en Madrid para vender
sus alfombras, muebles y trabajos en hierro forjado. La segunda fue la del Hospital San Francisco de Asís, en Argentina, Corrientes, año 1970.
El presente libro deberá ser leído y meditado. Los frutos de
esa reflexión mejorarán la recuperación de los enfermos y su
reinserción en las familias y la sociedad. Los que, pese a todos
los avances terapéuticos, deban quedar protegidos por las instituciones asistenciales tendrán una calidad de vida más digna y
satisfactoria.
Dr. Humberto Mesones Arroyo
Septiembre 2010
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LA REHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
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Una crónica del tema a través de la historia
hasta la actualidad
Introducción
Nos abocamos al estudio de la rehabilitación psiquiátrica con
el objeto de destacar la trascendental importancia que posee
esta área en el tratamiento del enfermo mental. En efecto, expondremos cuáles son las razones que nos animan al planteo
de dicha problemática. Muchos especialistas, entre quienes me
encuentro, hemos logrado iniciar exitosamente con nuestros pacientes un tratamiento específico. Asimismo, los logros obtenidos
son el resultado de una suma de factores: satisfactoria relación
médico-paciente, correcta aplicación biológica, psicofarmacológica, más el hecho de haber podido establecer una buena relación con la familia del paciente. Pero, después del éxito inicial,
en la mayoría de los casos, nos enfrentamos, inesperadamente,
a un fracaso terapéutico. Si indagamos acerca de cuáles son los
motivos para llegar a esa situación, podemos señalar que, en lo
que hace a nuestra tarea, carecemos de la cobertura suficiente
para continuar tratando al enfermo de manera ambulatoria, y
no existen posibilidades satisfactorias para que logre una verdadera y significativa reinserción social y laboral. Por su parte,
el paciente carece del esfuerzo y de la energía vital (élan) para
iniciar cualquier labor. Y desde la perspectiva social, no existe
en la comunidad tarea que oriente o reinserte al enfermo. Como
consecuencia, nos enfrentaremos a la aparición de una recaída,
con la vuelta de los síntomas que lo trajeron a nuestras manos,
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Lucio Enrique Bellomo
y, junto al malogrado tratamiento, el desánimo que nos afecta desde el punto de vista médico. Tal es el sentido frustrante
que hoy guardamos de la psiquiatría clínica en la cotidianidad de
nuestro trabajo. Desgraciadamente, este panorama se observa
a menudo, tanto en el campo hospitalario como en el privado
de nuestra querida especialidad, y nos sume en un profundo
cansancio y fatiga para encarar nuestra tarea, que es mejorar,
cuidar y en lo posible curar al enfermo. Es importante destacar
que la mayoría de los tratados de psiquiatría carecen del capítulo que trate la reinserción del enfermo a través del trabajo.
Por lo tanto, los siguientes temas: cómo debe realizarse la tarea coyuntural del alta con el medio familiar y social, qué cosas
prácticas tendrá que saber la familia del enfermo, y cuál es el
modus operandi que, en conjunto, se deberá llevar adelante para
conseguir la culminación exitosa de un tratamiento bien logrado,
con egreso laboral –del tipo que fuere– pero incluído en la terapéutica, no es considerado, en general, de uso práctico. Como
observará el lector, estamos tratando de insertar, junto con la
etiología, la patogenia, la nosografía y el tratamiento de las enfermedades mentales, un principio que no puede faltar jamás,
desde el inicio mismo de nuestra vinculación con el paciente, es
el tema de la rehabilitación psiquiátrica. Y lo introducimos con el
fin de ocuparnos inmediatamente del futuro del sufriente, para
no tener ulteriores complicaciones en el derrotero que tome la
enfermedad mental de manera prospectiva. Es bien sabido que
la mayoría de las enfermedades mentales endógenas, después
del brote floreciente de síntomas y signos tratados con éxito por
la terapéutica psicofarmacológica, dejan un residuo o trastorno
defectual más o menos importante, que hace particularmente
difícil la continuidad del paciente en el medio laboral y social
en el que se desenvolvía con anterioridad a la caída psicótica.
Lamentablemente, esto representa una técnica casi permanente, y es notable cómo se ha omitido tratar la rehabilitación psiquiátrica, junto con el repertorio terapéutico que se aplica de
una manera similar a las otras formas de tratamiento, como por
ejemplo, la programación de la psicoterapia que se realizará con
el paciente en cuestión, el trabajo con la familia, etc. Tal punto
del tratamiento, escotomizado, de manera deliberada o no, en la
clínica psiquiátrica, representa, evidentemente, una zona negra
en la praxis médica, que deja de lado un aspecto sustancial para
la terapia del enfermo, una situación que se conecta, directamente, con la futura vida de relación del paciente, con su entorno familiar, laboral y social. Tal detalle no es poca cosa, máxime
conociendo los problemas que azotan hoy día a la sociedad en
su conjunto: la falta de trabajo o bien la lucha, a veces infructuo-
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sa, para conseguirlo. Se suman a esta situación las dificultades
psíquicas que se deben enfrentar específicamente en la tarea laboral. Porque no debemos olvidar que el hecho de haber obtenido el trabajo venciendo una serie de obstáculos, trae aparejado
un importante estrés de adaptación a dicha tarea: se trate de
un sujeto sano o neurótico, y con más razón, si la persona que
debe transitar este período es alguien que, cognitivamente, estuvo fuera de la realidad durante un tiempo, como es el caso de
los psicóticos. Al respecto, parece muy significativo lo publicado
por el importante diario francés Le Figaro, acerca del suicidio de
veinticuatro empleados de France Télécom; hechos ocurridos en
un lapso de diez y ocho meses, a raíz de las presiones laborales
existentes en la empresa, que tornaron imposible el trabajo por
el alto grado de agotamiento y desgaste [30-9-09 - http://www.
lefigaro.fr/actualite-france/2009/09/28/01016-20090928ARTFIG00568-nouveau-suicide-d-un-salarie-chez-france-telecom-.
php]. Volviendo al tema que nos ocupa, recordemos que el enfermo mental, en tal sentido, es un discapacitado muy especial
y no puede tolerar tales presiones. A eso podría agregarse que,
muchas veces, la propia familia no soporta la habitualidad de sus
quejas demandantes, plenas de contrariedades, y es frecuente
que se lo expulse o se lo margine del núcleo familiar. Son contados con la mano los casos en que el medio familiar conviviente
se aviene a encargarse de él; es más probable que lo hagan los
hogares sustitutos, que sus parientes directos. Como argumento
de lo que expongo, ofrezco mi experiencia, que la expondré más
adelante en el desarrollo de este trabajo. Y como prueba real,
vale la proliferación de pequeños asilos, hogares, geriátricos o
clínicas psiquiátricas para crónicos; así como la multiplicación
actual de los lugares para discapacitados de toda índole a fin
de alojar al enfermo. Es lamentable señalar que no siempre en
estos lugares se le brinda un buen trato al paciente, y, además,
en muchos casos, tienen precios inasequibles. Si faltara probar
más lo dicho anteriormente, vale también la cantidad enorme de
vagabundos (homeless) que viven en la calle, que han sido dados
de “alta” y son rechazados por la familia y por el propio hospital.
Acciones que se toman con el argumento de que “ya no tienen
más cama” o al resguardo de manifestaciones grandilocuentes
sobre la des-institucionalización de los Hospitales Psiquiátricos,
que en realidad, son deshospitalizaciones encubiertas (Iacoponi,
Luisa, 1999).
Del Estado, ni hablemos, porque con la gran excusa del progreso de la desmanicomialización, hecho con fines benéficos,
altruistas y filantrópicos, se quita la responsabilidad sobre el en-
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Lucio Enrique Bellomo
fermo. Adopta el criterio de que sea la propia sociedad la que
se encargue de sus discapacitados. Esto trae como resultado
dejar en completa soledad a la familia del enfermo –aun cuando
ésta tenga la buena voluntad de ayudar al paciente, situación
extraña, pero factible– en la ingrata tarea de responsabilizarse
de un paciente que tiene abolida la iniciativa y no puede valerse por sí mismo; en otras palabras, se debe hacer cargo de un
ser dependiente. Mientras, el Estado se queda con los predios
actualmente ocupados por los hospitales sin mejorarlos, quizá
para obtener en un futuro una mejor renta. Para que lo dicho no
quede como una acusación vacía, invito al lector a la búsqueda
de un Hospital de Día estatal –no privado– para guarecer un
enfermo egresado en las condiciones antes expuestas, y veremos que no hallará ninguna institución –con excepción de que el
paciente haya estado allí internado con anterioridad–. El hecho
es que no hay nada previsto ni creado, fuera de los Hospitales
de Día intrahospitalarios, o de las Obra Sociales, que limitan su
permanencia a un lapso breve, o los Hospitales de Día privados,
cuyo acceso cuesta muchísimo dinero que muchas familias no
pueden pagar. Por ello, considero que, como disciplina, la Rehabilitación Psiquiátrica, con Trabajo e Inserción Social [RePTIS]
será en el futuro la manera adecuada de pensar y encarar un
tratamiento, desde el momento mismo en que nos ponemos en
contacto con el enfermo. Haciéndonos también responsables del
problema familiar, con un núcleo que tendrá, ante sí, la desesperante angustia de cargar al paciente, durante muchos años.
Nadie –digámoslo sin ambigüedades– se acordará de esa pobre
familia; aun, en los peores momentos de las recaídas, pues ya
sabemos que, como reza un viejo adagio español: Un loco hace
mil. Por tales motivos, la mayoría los rechazan. Es más, algunas
veces, los vínculos familiares más importantes en el momento
de la crianza de los hijos (en caso de que el enfermo sea el padre o la madre) no pudieron ser ejercidos, por la dolencia mental
que los aquejaba Los descendientes (sus hijos) no han podido
establecer el lazo de afecto, amor o cariño con el progenitor o
progenitora biológica. En la mayoría de los casos, esos hijos han
sido nutridos y cobijados por una tía o un tío, o quizás con algún
pariente, con quienes han desarrollado un lazo familiar, a veces
algo endeble. Por cierto, a su progenitor biológico, en la mayoría
de los casos, realmente no lo conocieron por la enfermedad que
portaba, o porque tampoco quisieron hacerse cargo de él. Por
ello sostengo que la Rehabilitación Psiquiátrica será, en el futuro
promisorio de la psiquiatría, un capítulo ineludible del tratamiento. Y se constituirá en eso, porque es la forma de observar, clínica y científicamente, qué es lo que hace progresar realmente
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al enfermo desde el punto de vista subjetivo en el seno de su
enfermedad mental. Asimismo, para que se sienta y se muestre
con una conducta aceptable, que favorezca su inserción en el
medio laboral y social, última fase para modificar su mórbida
trayectoria.
Demostraremos, pues, que en la Historia de la Psiquiatría,
la locura estuvo primero, en manos de la magia y la superchería; luego, se equiparó al enfermo mental con un delincuente;
paulatinamente, se comenzaron a estudiar con entusiasmo las
alternativas para aplicar, con éxito, los diferentes métodos de terapia laboral o laborterapia. Todo, con el fin de desvirtuar la instalación progresiva del efecto nocivo de la enfermedad mental
sobre el psiquismo y sobre su entorno o medio social, a medida
que surgían más evidencias sobre los trastornos cerebrales que
aquejaban a los enfermos mentales y a la clasificación taxonómica de los mismos. También en la Argentina, como veremos, se
ha tratado con notoriedad esta contrapartida y este desafío. Por
supuesto, luego de atravesar el extenso lapso del período mágico ya señalado, al igual que el resto de las civilizaciones, se logró
avanzar sobre él, y desvirtuar la consideración del alienado con
la misma categoría que el delincuente. El posterior período científico, que sobrevino a los cambios en la terapéutica, valió para
que muchos hombres ilustres de la historia psiquiátrica del país
pudieran hacer realidad lo que tantas veces se intentó: Cuidar
bien al paciente mental, aun sin la posibilidad de poder curarlo
totalmente.
Reseña histórica general
Si tuviéramos que hacer un estudio completo de la realidad
histórica de la psiquiatría, que abarcara desde la Antigüedad
hasta el momento actual, y que incluyera, por supuesto, estas
tierras, resaltaría, desde el inicio, la postura ancestral del hombre frente a la locura. Al respecto, hay evidencias de que en la
Antigüedad, se eliminaba al alienado aun antes de cometer un
acto propio de su enfermedad. En Roma, los retrasados mentales o discapacitados eran despeñados desde la roca Tarpeya del antiguo Capitolio. Desde ese lugar, también se arrojaban
al vacío a los traidores y criminales, sin miramiento alguno. Es
decir, tanto los delincuentes como los locos compartían la misma categoría y eran puestos en una “bolsa común”. Expulsados, marginados y humillados por la burla, no podían, siquiera,
tener el más mínimo contacto con otros seres humanos. Se los
consideraba portadores de cerebros incompletos, carentes de
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Lucio Enrique Bellomo
la capacidad de mejorar o cambiar la conducta. Aún no existía
la concepción de que el cerebro y la conducta humana se completan en la articulación biosocial del hombre, y pasarían siglos
para que dicha idea pudiera instalarse. Mientras tanto, los locos
o los delincuentes eran como “niños lobos” o chicos abandonados, sin herramienta cultural alguna que les permitiera pensar y
mucho menos progresar como seres humanos (Thiegui, 2004).
Por otra parte, la prehistoria en Mesoamérica también indica una
situación similar; por ejemplo, los hallazgos encontrados entre
los mayas, en las piedras esculpidas de Monte Albán (México),
en donde se hallan grabados de hombres maltrechos, lisiados,
defectuosos (Los danzantes), que algunos antropólogos atribuyen a discapacitados que estaban destinados a la muerte por no
considerarlos como seres humanos (Les Mayas, 2004). Desde el
comienzo de la civilización el hombre utilizó conjuros y rituales
mágicos para defenderse del alienado visto, en el saber colectivo, como mensajeros de la muerte. Se buscaban fetiches, payés,
o amuletos cargados de las gracias del Cielo, de los dioses, de
los espíritus superiores; se utilizaban tatuajes; se les aplicaban
tormentos; se realizaban rituales con danzas, etc. O bien, se los
burlaba o se acudía a invocar al Diablo para conjurar el mal del
contagio potencial que –presumían– provocaban los insanos.
En torno a este tema, tenemos testimonio en muestras de
infinitas supersticiones descriptas por Fernando Nicolay, James
George Frazer, Juan Cortés y Florence Gatti, Gregory Zillboorg,
y hasta por el mismo Philippe Pinel.
Pinel –de quien hablaremos luego, extensamente– describe,
por ejemplo, que durante siglos se practicó en Besançon (Francia) la Fiesta del Santo Sudario, que consistía en la danza que
realizaban miles de personas congregadas en torno a la plaza
del pueblo, quienes, con gritos y exorcismos, hacían gala de que
el maligno no podía poseerlos con la locura. Se los denominaba
“los endemoniados” (Traité Médico Philosophique sur L’Aliénation
Mentale de 1809 - Pinel Ph., 1809). (Las citas bibliográficas del
libro figurarán como Traité…). Los exorcismos y las penas contra
los alienados están vinculados al nacimiento de un modelo de
represión o de sanción para con los que se hallan fuera de sí,
que, como decía Jean Bodin, el famoso inquisidor, se les debía
imponer el castigo de la tortura y del fuego. De todos modos, a
este primer período mágico-religioso, le sucederá el hospital filantrópico, o laico, cuyo exponente fue Philippe Pinel [1745-1826]
y luego, Esquirol [1772-1840].
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Sabemos que en Occidente, Hipócrates [460 a.C.] fue el primero que advierte sobre el origen natural de las enfermedades
mentales, así como el remedio de las dolencias, ayudando a la
naturaleza (vis medicatrix natura). Por ejemplo, al describir la
epilepsia, enfermedad sagrada –morbus sacer– respecto de la
cual afirma que no le parecía ni más ni menos sagrada que el
resto de las enfermedades. Este médico griego instaló, también,
la teoría de los humores, para describir ciertas dolencias mentales compatibles con la naturaleza (physis), que reconocerían
un carácter endógeno y serían propias de cada paciente. Dichas
enfermedades debían ser siempre investigadas, pues estaban
presentes en la herencia del sujeto y en sus antecedentes. Hipócrates describió seis tipos de enfermedades: la phrenitis (deliro más fiebre); la manía; la melancolía producida por el estancamiento de la bilis negra (atrabilis); la epilepsia; la histeria a
causa del útero migratorio y las afecciones posparto. Asimismo,
mencionaba que los cuatro humores se hallaban en concordancia
con los cuatro principios universales, dictados por Empédocles:
agua, aire, tierra y fuego. Para Hipócrates, la flema era compatible con el agua, los sujetos que entran en esta categoría son
tranquilos y racionales; la bilis (amarilla), en concordancia con
el fuego, propia de los seres coléricos y violentos; la bilis negra,
con la tierra, genera personas melancólicas, y la sangre asociada
al aire, brinda sujetos sanguíneos, idealistas y esperanzados; la
melancolía era producto de la bilis negra sin descargar y acumulada, la atrabilis. Continuó estudiando este aspecto Galeno [130200 d.C.] en Roma. Éste tuvo el mérito de haber clasificado a las
perturbaciones psíquicas en orgánicas (por lesión, alcohol, etc.)
y en anímicas, causadas por impresiones anómalas (phantasis),
además de las causadas por el temor y la desesperanza (dysthymias). Se adelantaba aquí, al concepto de la etiología por causas
morales. El equivalente moderno del sintagma “causas morales”
es “causas psicológicas”. Este sustantivo fue acuñado recién con
la “psicología descriptiva clínica”, a partir de la segunda mitad
del siglo XIX, con John Stuart Mill [1806-1873], Alexander Bain
[1818-1903], y Hermann Lotze [1817-1881].
Retomando lo dicho sobre la Antigüedad clásica, recordamos
que Aulio Cornelio Celso [25 a. C. -50 d. C.] proclamaba directamente el castigo ejemplificador para los alienados, para sedarlos. Siglos después, Boerhaave apoyó el método a través del
tratamiento por inmersión sorpresiva en agua fría, al cual adhirió Reil y William Cullen; éste último se desprendió luego de los
métodos violentos. Reil, le agregó el ingrediente de la sorpresa
y de lo imprevisto: modo que llamó cura por el miedo, lo que le
8
Lucio Enrique Bellomo
acarreaba al alienado, y con razón –en este sentido, la víctima–
una profunda indignación (Pinel - Traité…, op. cit., p. 324).
Como bien dice el Dr. Edgar Phillpott, ex Jefe de Psiquiatría de
Talleres Nacionales Protegidos que los hospitales psiquiátricos
tienen su nacimiento en Oriente, especialmente en Bagdad, en
el año 792. En ellos, se les asignaba tareas a los alienados como
parte del tratamiento. De todos modos, no sabemos mucho de
los métodos y modelos empleados en dichas instituciones, así
como desconocemos sus fundamentos. También se destacan los
nombres de Avicena (Persia), de Averroes y de Maimónides (España) (Phillpott, 1964).
En Occidente, los primeros hospitales generales nacieron
en la Roma Antigua. En ellos se buscaba programar personal
de enfermería, especialmente femenino, más que a los médicos propiamente dichos. Pretendían dar albergue, atención para
calmar el dolor, ejercer la práctica de las fricciones y cuidar al
enfermo psiquiátrico. Con este fin, las mujeres reemplazaban a
los médicos y estaban al lado del enfermo, cuando los galenos
no se hallaban presentes. Uno de los primeros albergues fue el
fundado en la isla de Esculapio, que surge ante la necesidad de
atención a los enfermos contagiados por una peste traída por los
griegos. Tal hospital se llamó San Bartolomé, y se lo considera
como el primer Hospital General. En Ostia (Italia), una cristiana, tan rica como generosa, llamada Fabiola, fundó un hospital
que fue famoso por sus recursos humanos, que posteriormente
pasaron a la historia como enfermeras. Ella tomó preeminencia
por la polémica que despertó, pues siendo divorciada y vuelta a
casar, donó mucho dinero a los enfermos generales y mentales,
a esta causa benéfica. Dicha mujer, primero fue rechazada por
la Iglesia, pero luego de su muerte, en el 399 d. C., fue beatificada por San Jerónimo, su antiguo predicador. Posteriormente, surgen un sinnúmero de hospitales, fundados por distintas
órdenes religiosas que incorporan la enfermería en el cuidado
a los enfermos, como la de San Juan de Dios, los Benedictinos
en Montecassino, el Monasterio de Palermo, en el 509 d. C., los
Templarios, etc. Las hermanas Agustinas fundan el Hôtel Dieu en
París; San Camilo Lellis y los Terciarios Franciscanos instituyen
otros más. Así se desarrolla, a grandes rasgos la situación de los
aquejados, hasta que en el siglo XIX, aparece en escena Thomas
Fliedner [1800-1864] nacido en Eppstein fundando su primera
Escuela de Enfermería en Alemania, ayudado por su esposa y
Elizabeth Fry [1780-1845]; en 1850 se sumó la no menos famosa
Florence Nightingale [1820-1940] en Inglaterra. Dimos cuenta
de este racconto porque los hospitales generales tuvieron una
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
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intensa actividad, no sólo como escuelas médicas, sino también,
como escuela de enfermerías o, como se llamaron inicialmente
acompañantes de enfermos, y a la vez se dedicaron al cuidado
de los enfermos que albergaban, sobre lo cual, a través de mis
investigaciones, pocas veces se hace una mención elogiosa de
su importancia (De Fabiola a Fliendler y la Primera Escuela de
Enfermería, 2004). Sin embargo, en Occidente, desde la más remota Antigüedad, el tratamiento de la locura a través del trabajo
estuvo siempre presente. Por ejemplo, así lo recuerda Juan José
López Ibor, cuando se refiere al primer hospital de enfermos
mentales llamado Hospital dels Ignoscens, Folls e Orats (Hospital de los ‘Sin saber, Locos y Dementes —el término ignocens es
el equivalente moderno de retraso mental; antes: oligofrenia—.
Esta institución fue fundada por el sacerdote mercedario Juan
Gilabert Jofré [1350-1417] el 1º de junio de 1410 en Valencia—
principios del siglo XV— y lo pone bajo la Protección de la Virgen
de los Desamparados. Entre los principios enunciados para el
tratamiento, citaba las reglas que luego repetiría Felipe IV para
los enfermos en general: … amén de tenerles piedad, deberán
trabajar en todos los ministerios y servicios y […] en hilar, bordar, hacer costuras y rosudas donde pondrán cuidado los regidores […] (subr.mío). Esto representa la primera
referencia al trabajo como tratamiento aplicado al enfermo mental, pues agrega que siendo enfermos como todos los demás,
justo es que se le apliquen los remedios necesarios […] entre
ellos, el quitarles las cadenas que lo contengan (López Ibor J.J.
, 2008). Dicho hospital funcionó durante 135 años, desde 1410
hasta su incendio y su desaparición en 1545. La posta de esta
institución fue tomada por el Hospital de Zaragoza, que fue
un centro modelo de atención y al que todos se refieren como
el primero en esta materia, según nos refiere el propio Pinel,
aspecto que trataremos cuando veamos el modelo del maestro
francés. En la Argentina, fue Celestino Arce quien toca el tema
de manera específica; en la página 41 de su Tesis, nos refiere
que el trabajo es un instrumento precioso que debe ser implementado como tratamiento de manera sistemática (Celestino
Arce.1881).
Retrocederemos nuevamente en el tiempo para hablar de la
era demonológica, que proyectó en la locura toda la maldad del
ser humano, con la concepción de que sólo el fuego de la hoguera podía remediar este mal. Se abundó sobre el tópico, especialmente, en el tratado del Malleus Malleficarum (El Martillo de
las Brujas) escrito en 1492 por J. Sprenger y H. Kraemer (ambos
dominicos), para realizar el diagnóstico de las brujas, por ende,
10
Lucio Enrique Bellomo
de los alterados o privados de la razón. Pero previamente, otras
concepciones, como la de Santo Tomás [1225-1274] en el siglo
XI, fueron altamente beneficiosas, al expresar que el espíritu
del ser humano jamás enferma, y, por consecuencia, los insanos
carecen de una enfermedad del alma —como sostenía el criterio
vulgar— debiéndoselos respetar y amar como a otro ser humano
(Santo Tomás de Aquino. Summa Teológica. Tratado del Alma.
Q.6 intr.-q.23-q.24). Como puede apreciarse, tal concepto no fue
tomado en cuenta por los nefandos monjes que escribieron ese
pernicioso tratado (Malleus Malleficarum). Sin embargo, dicho
texto, incluso en la actualidad, es expuesto, anacrónicamente,
como exponente de una Iglesia perimida, que tuvo lamentable
vigencia en una época de la historia de la humanidad, y sobre la
que pidió perdón expreso Juan Pablo II, por los excesos cometidos.
Paracelso, Theophrastus Bombastus von Hohenheim [14931541], a fines del siglo XV y principios del siglo XVI, desvirtúa
la locura como proveniente de un origen sobrenatural. Si bien
el pensamiento del talentoso médico suizo es un tanto oscuro y
difícil de entender, pues incluye una cosmovisión alquímica del
hombre, insiste en que la locura es connatural al hombre y posee
remedios naturales que obran como antídoto de ella. Introduce
el láudano para algunas enfermedades emocionales; su aforismo
recorre el mundo: “… que no sea de otro quien puede ser dueño
de sí mismo” [Alterius non sit qui suus esse potest]. Paradigma
hecho, quizá, en honor al significado estricto de alienación, de
sentirse ajeno, extraño (alienus) que lo hace distinto de sí mismo y extraño a los demás, y que da a entender que el enfermo
siente que perdió la libertad con la enfermedad (Nerio Rojas,
1956). Hubo otros grandes médicos, como por ejemplo, Willis y
Sydenham, que si bien son importantes en otros aspectos, en lo
que atañe a la rehabilitación, no ocupan históricamente un lugar
preponderante para su tratamiento.
Mientras tanto, en el mundo se habían hecho avances increíbles en rehabilitación psiquiátrica. Uno de ellos fue la creación de
la famosa y legendaria Aldea de Gheel (Bélgica) instituida como
Centro Universal para la Rehabilitación y Recuperación del enfermo mental. Centro que dio motivos de asombro a toda Europa,
como veremos luego. Pero antes trataremos las supercherías y
leyendas en torno a la locura, en el ámbito del Río de la Plata y
de la España colonial.
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EN LA
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Supersticiones y leyendas en el Río de la Plata de la España colonial
En el Río de la Plata, las creencias y supersticiones no iban a
la zaga, ya que casi todas eran importadas de la España colonial. Sin embargo, hubo un ensamblaje de ellas que dio lugar en
América al gualicho, brujería, añanga o diablo de los guaraníes.
Cuenta Daniel Granada que los españoles tomaron por asimilación mágica los usos, lenguajes y aficiones de los indios autóctonos, con los cuales (...) ataban su destino pues luchaban contra
el maleficio (….) tratando en vano, de extirpar tamaña pestilencia ideológica (Granada, Daniel, 1949). Los magos, hechiceros y
brujos, criollos y mestizos, usaban hierbas como el chamico, la
coca, el achuma, etc., contra los demonios de la locura. Había,
como en Europa, accesos de histerismo y de contagio que eran
vividos como posesiones demoníacas, y el exorcismo era su remedio. Un lema regional tabú y prohibido de decir, pues daba
por supuesto un hedonismo desenfrenado en estas playas era:
En este mundo no me veas mal pasar, que en el otro no me verás penar. Tema que se repetía con frecuencia (Granada..., op.
cit., pp. 62). Se hallaba presente el horror a las salamancas o
cuevas misteriosas y encantadas en donde se escondía el mal,
llenas de misterios [Granada..., op. cit., pp. 67-73]; o bien, las
almas en pena, que se encontraban en manifestaciones ígneas
cerca de los cementerios, como la luz mala, en la vecindad de los
huesos de muertos sentenciados como criminales o locos (…); o
bien como manifestaciones de otro mundo (Granada..., op. cit.,
101). Juan B. Ambrosetti nos refiere que en el Noreste argentino
era frecuente ver a las mujeres despenadoras, que liberaban al
moribundo de una agonía prolongada, con el peligro de quedar
su alma errática sufriendo, penando, y lo hacían con un golpe
certero en la espalda que le causaba una muerte en paz (Ambrosetti, J.B.1976). Otras costumbres muy extrañas consistieron
en buscar el basilisco, animal fabuloso con forma de huevo, y
de otras supersticiones terapéuticas (Ambrosetti…, op. cit., pp.
46-749), la ligadura, daño mágico causado con un pañuelo atado
a un sapo, que anula la voluntad y hace recuperar afectivamente la mujer que el hombre ama (Cárcamo, 1992). Como se ve,
por aquella época y en esas regiones, no existía interés de tratar las dolencias por medio de la labor o el trabajo. Mal podían
existir tales medidas si no había trato alguno con el sufriente
a causa de la negación de la enfermedad, encarada más por el
aislamiento, el terror o la conjura contra la posesión demoníaca.
Los esquizofrénicos paranoides, con “delirio de influencia”, eran
perseguidos durante la vigencia de la Inquisición americana, no
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Lucio Enrique Bellomo
menos injusta, castigadora y cruel que la europea, según nos
cuenta Medina, citado por Daniel Granada (Granada, op. cit.,
158). Por su parte, José Ingenieros nos informa que durante
la España colonial y hasta el 1700, no había médicos sino sólo
curanderos y hechiceros, quienes eran consultados por clases
bajas y no tan bajas. Más tarde, hubo mujeres-curanderas, famosas, que tuvieron importancia en las luchas militares, como
la célebre vieja Pilar, la vieja María, o la chilena Mamá Culepina,
según relata el Dr. Eliseo Cantón, quien intervino activamente
en casos relevantes (Lardies González, J. Casais A. de Corne. Fiz
Antonio Fernández, 1977).
De todas formas, como dijimos, una de las instituciones europeas que, al principio, nació como leyenda y mito, fue la legendaria Aldea de Gheel, en Bélgica. Dicho establecimiento dio
frutos a un modelo hasta hoy recomendado por los principales especialistas en psiquiatría social, que bien podría denominárselo como una forma embrionaria, avant la lettre, de la hoy
llamada Comunidad Terapéutica y Open Door. Me fue bastante
difícil tener acceso al modelo de dicha Aldea terapéutica o saber
exactamente cómo funcionaba, pero hallé buenas descripciones
en Charles Féré, de donde extraigo los principales lineamientos
del modelo aplicado.
El “modelo de la aldea de Gheel”, en Bélgica
Estamos obligados a describir este modelo, que en un comienzo empezó con la influencia del mito y del pensamiento mágico,
pero que poco a poco, se transformó en un modelo de tratamiento. Éste, deliberada o indeliberadamente, fue adoptado por
muchos países y sociedades, en virtud de los extraordinarios
avances que brindó a la psiquiatría; especialmente, en el área
del enfoque social del tratamiento del enfermo mental. Su influencia fue enorme, universal, tratada en innumerables textos y
libros de Psiquiatría, desde el año 1000, pasó a través del tiempo
y mantuvo su influjo hasta los siglos XVIII-XIX [1783-1888] y
siglo XX [1962], como estudiaremos. Según refiere la leyenda,
en el año 400, la hija de un rey de Irlanda, llamada Dimpna o
Dymphrae —según Diego Ruiz (ver bibliografía)— se escapó de
su país, huyendo de la maldad de su padre, acompañada de
quien era su sacerdote y confesor. Esto provocó la ira y posterior
persecución por parte del mismo, que los alcanzó en Gheel. Allí
dio muerte al cura y decapitó con sus propias manos a Dimpna,
su hija, quien fue enterrada bajo una lápida y venerada como
mártir. Posteriormente fue canonizada al igual que su confesor, y
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
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en el lugar se erigió una iglesia. Según la tradición, comenzaron
las peregrinaciones al lugar con el fin de venerar a la santa, y,
al observarse las curaciones de todo tipo de enfermos, especialmente de insanos, que sorprendieron por su carácter espontáneo y fulminante, de inmediato fueron tomadas como milagrosas. Ello obligó a la construcción de un pequeño albergue para
los peregrinos, futura sede de una cámara de enfermos. Quienes
acudían en búsqueda de sanación se dirigían en cuclillas hasta la
lápida, bajo la cual estaba enterrado el relicario de Santa Dimpna, para obtener su curación (Postel y Quetel, 1987). Pronto, la
cámara de enfermos se convirtió en una suerte de enfermería
y, con el correr de los años, en la antesala de una colonia psiquiátrica, que se asentó hacia 1862, como propiedad del Estado
de Bélgica. El tratamiento del enfermo mental se anexó al tratamiento de la familia, después de la fecha señalada: los enfermos
quedaban internados, pero con un sistema de puertas abiertas,
que —como sabemos— recién se hizo efectivo en el siglo XIX.
Más curioso aún, es el hecho de que un autor partidario acérrimo de la teoría causalista de la “degeneración” para explicar la
enfermedad mental —como es el caso de Charles-Samson Féré
[1852-1907]— haya sido, al mismo tiempo, el autor de un extenso panegírico sobre las bondades del tratamiento individual, familiar, laboral y comunitario de los enfermos mentales. Incluso,
puso como ejemplo, en el mismo libro, la famosa Aldea de Gheel,
para el tratamiento de los alienados (Fére Charles, 1888). Dice
Féré, haciendo un racconto importante de la visita que tuvo a
la Aldea:... la organización del trabajo manual (...) ocupando los
talleres (...) sirven de derivativo a los enfermos a la obsesionante
nostalgia de la libertad —pero aclara— el tratamiento de familia
era la adopción de los enfermos mentales por los aldeanos...
Especifica que había tres formas de asistencia familiar: 1) el aislamiento individual sin la familia (no conveniente); 2) la colonia
anexa al asilo cuyos enfermos convivían con las familias que los
adoptaban y 3) la colonia libre de la familia (Féré Charles, 1888,
op. cit., pp. 132-133). Gheel era, en 1888, una ciudad de cinco mil
habitantes, situada en el antiguo departamento francés de Deux
Nethes. Por aquel entonces, tenía seis parroquias, un municipio
de diez mil hectáreas, con cultivo del suelo, pero sin industria.
La reacción de la población ante la llegada de los alienados fue,
desde todo punto de vista, continente y receptora hacia el enfermo, aun cuando éstos ascendían año a año en considerable proporción. Por ejemplo, en 1840 había 711 enfermos, y en enero
de 1883, sumaban 1668. El tratamiento familiar fue el primero
instituido a los enfermos, que se alojaban en las casas de los
colonos. Éstos los albergaban, y no sólo les prodigaban casa y
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Lucio Enrique Bellomo
comida, sino que también, los integraban a sus familias. Lo notable —remarca Féré— es que veinticinco años después de que
la Aldea tomara prestigio como modo de tratamiento, el lugar
no era comparable a ningún asilo dada la mejoría que tenían los
insanos. En la enfermería, se alojaban los que llegaban durante
cinco días a fin de estudiarlos socialmente en su conducta y darles destino. Si sus condiciones no mejoraban, eran internados
en un lugar aparte, por razones de conveniencia sanitaria, pues
adquirían el carácter de enfermos agudos, con alucinaciones y
delirios, ataques de violencia o se volvían renuentes a comer.
Por lo tanto, eran internados definitivamente en un lugar especial, ya que no podían tener grupo familiar conviviente aceptable
(Féré, Charles, op. cit., pp. 135-136).
Los otros enfermos, potencialmente adaptables, eran considerados aptos para vivir en familia. Mientras tanto, durante
la estadía del paciente: … el hospedero debía proporcionarle
una habitación de dos metros y medio de alto, por dos metros
de ancho, y tres de largo, que eran utilizadas por la noche (...)
durante las tareas del día los enfermos se mezclaban con la población sana, no afectando a los lugareños y mezclándose con
ellos, haciendo vida común en la calle, sin provocar desorden
o escándalos (...) no alarmaban a nadie (…) y hasta los niños
pasaban sin detenerse...(sic). Una vez hallado el lugar familiar
conveniente, pasaban a convivir en éste. El progresivo crecimiento de Gheel —dice Féré— y el éxito del vecino lugar, en
Lierneux, preparaban un auspicioso tratamiento familiar. Féré
llama a esto “familiar”, incluso cuando, en realidad, se trataba
de un tratamiento comunitario, pues las familias conseguían tutores responsables para los enfermos: … que no se alarmaban
por sus crisis o ataques, no les temían, les conseguían una
valiosa ayuda (…) una mejor existencia para los enfermos…
Como dijimos, esta experiencia modelo comunitaria no sucedió
en vano, pues la reflotará, muchos siglos después en 1962,
nada menos que Gerald Kaplan, como paradigma de los consejos que allí se aplicaron para trabajos comunitarios con los
enfermos mentales. Todo ello nos hace reflexionar en torno a
que el progreso no siempre se halla por delante de los acontecimientos, sino que puede estar al alcance de la mano en el
propio pasado, y en la historia de las ciencias. Ciertas formas de
tratamiento en la Argentina, como la Colonia Cabred, tomaron
este modelo, porque seguramente conocían las experiencias de
la Aldea de Gheel por tradición oral o escrita, ya que numerosas
tesis doctorales argentinas, como la de Magliore, cita el lugar
como sede y exponente para la recuperación psiquiátrica. Es
más, pensamos que todavía podría repetirse la experiencia con
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
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más tecnicismo en nuestro país, u en otros, según lo señala el
propio Gerald Kaplan, como veremos más adelante.
El “modelo de Phillipe Pinel”
Ahora bien, enterados en Francia de la existencia de los hospitales españoles citados (Valencia y Zaragoza), en 1791 —después
de la Revolución Francesa de 1789—, el Comité de Mendicidad de
París encargó a Phillipe Pinel y al alienista escocés William Cullen
[1710-1790] que combinaran la visita al Hospital de Zaragoza.
Ambos quedaron sorprendidos y deslumbrados con esa institución, por el trato prodigado a los enfermos como resultado de la
concepción filantrópica y humanitaria que imperaba. Ello se ve
traducido en las numerosas referencias al establecimiento, tomándolo como hospital modelo, en el famoso Tratado de Pinel. Al
referirse al hospital, lo trata como un verdadero modelo a seguir.
Remarca que en el propio establecimiento de salud rezaba un
cartel que expresaba: Para todos los credos, para las todas las
personas incluso de otros países, sin cadenas (…) Urbis et Orbis
(Traité…, pp. 237-238). El caso es que, en 1792, Pinel libera de
las cadenas a los alienados en la Bicêtre —con algunas reservas
críticas del hecho histórico, que refiere Roudinesco (Roudinesco,
1966) —, inaugurando un ciclo famoso de filantropía humanitaria
para el tratamiento del alienado. Pinel desprestigió la reclusión
innecesaria, ensayando sagazmente la investigación del entorno
y la realidad del enfermo, así como las causas precipitantes de
las enfermedades mentales agudas; restringe el uso inmoderado
de la contención física, de las celdas de castigo, y finalmente, se
pronuncia sobre el trabajo, como la “Ley fundamental” de todo
Hospital Psiquiátrico o Asilo. Dice (traduzco libremente): … se
los debe conducir a su trabajo, único garante para permitir la
salud, especialmente su trabajo original, preferentemente, con
celo y perseverancia [...] buscando estructurar una curación sólida y segura [...] y el ejemplo viene de Zaragoza (España) donde
se busca cultivar la tierra, los vegetales, frutas y viñedos [...] así
como obtener los frutos de su industria que se fabrica [...] luchar
contra la pereza, la indolencia y el ocio, que son las peores prácticas para el enfermo mental. Instituye que el trabajo sea obligatorio con la otorgación de un peculio pequeño, con una labor
de cinco horas en verano y siete horas y media en invierno [...]
quedando para las mujeres los talleres de costura a realizar de
manera sistemática [...] es bueno revivir el amor a las Bellas Artes, la literatura, la ciencia y la música en los enfermos. Aboga
que el Asilo sea como una gran familia [...] compuesta de seres
humanos [...] a los que se los reprimirá cuando se exciten [...] sin
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Lucio Enrique Bellomo
exasperarlos [...] donde el Jefe… [Superintendente] debe ser el
ejemplo moral referencial de todos. (Pinel, Traité…, op. cit. Cap
VII. 237-264). Este último texto (subrayado mío), da muestras
del valor que le adjudicaba Pinel al ejemplo de la virtud por parte
del Director o Jefe del Servicio que le tocara actuar. Pinel hizo su
obra en la Bicêtre desde 1753 a 1795, y luego en la Salpêtrière,
teniendo como testimonio la famosa pintura de Robert Fleury
liberando a los alienados. Fue aplaudido por todo el mundo científico de la época, incluso a costa —según Zillboorg— de exponerse frente a la cúpula revolucionaria francesa. Este aspecto
es desmentido por Roudinesco, quien enfatiza que jamás existió
una orden de destitución de Pinel por parte del entonces auditor de los hospitales, M. Voisin. Para la autora, Pinel no estuvo
jamás amenazado por nadie de la cúpula revolucionaria como
lo cuenta la historia oficial, y para sus logros obtuvo apoyo del
mismo Voisin, a la sazón concierge, del hospital antes de Esquirol, el gran discípulo de Pinel. Para Mde. Roudinesco, el Asilo
se gesta en el momento que Voisin se queda definitivamente
como “portero-conserje” (en la Argentina, llamado mayordomo)
del hospital, y Esquirol toma a su cargo la conducción del nosocomio, luego de Pinel.
Los comienzos de la psiquiatría en la Argentina
Introducción:
Hemos estudiado las supercherías y leyendas que abundaban
en la época de la Colonia. No funcionó, en esa época, ningún
modelo terapéutico, ni tampoco los enfermos mentales tuvieron
una acogida favorable por parte de la población de la Gran Aldea,
como fue llamada la ciudad en sus albores. Ya José Ingenieros,
en muchos de sus comentarios, nos habla de ello describiendo,
con crudeza, no sólo el aislamiento de los dementes y la magia
cruel que les era aplicada, sino también, el poco grado de contemplación y de piedad que se tenía para con los mismos. Los
psiquiatras sabemos muy bien que, desde tiempos inmemoriales, la locura y la muerte están, indisolublemente conexas, en el
inconsciente colectivo. Por supuesto que nuestra región no fue la
excepción y, como tal, fueron tratadas las alteraciones de la salud mental y la de los alienados en general. Mucho se ha escrito
sobre el tema que vamos a desarrollar y se han confeccionando
estudios clásicos y novedosos sobre las diversas concepciones
sobre la locura, la marginalidad, la peligrosidad y el encierro de
los enfermos mentales considerando la igualdad de sus condiciones con los delincuentes comunes. La historia de la psiquiatría
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
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en el Río de la Plata, así como de las prisiones y la criminología,
desde el 1600 y durante los siglos XVII-XVIII-XIX y el siglo XX,
se hallan dentro de un contexto, quizá algo inferior, pero no tan
diferente del de las ideas europeas y de los EE.UU., respecto
al criterio del tratamiento de la locura y la criminalidad, ambos
consideradas, desde el ancestro, como equivalentes. Refiero esto
luego de haber leído, exhaustivamente, tanto los documentos
históricos, como los datos actuales vinculados a las instituciones
en materia de salud mental, y circunscribiéndome a los tratados
clásicos, como el de José Ingenieros (Ingenieros, J. ,1919); la
obra de Osvaldo Loudet (Loudet, O., 1971), hasta los más contemporáneos como el de Hugo Vezzetti (Vezzetti, H., 1988), por
citar algunos de los más importantes. Otras obras contribuyeron
a rehacer la historia hospitalaria de la época, como la de Horacio
Madero y José Penna, en 1911.
Considero que no es una facultad especial del historiador juzgar épocas y tiempos, retrospectivamente, con desmesura —tanto para exaltar como para denigrar los hechos pasados— llevados por la axiología que rige en el momento que se estudia los
eventos sucedidos. Sino que me parece una virtud del estudioso
el saber valorar, con justeza, el momento en que se desarrollaron los acontecimientos, tomando la trascendencia de los hechos
imperantes por entonces de una manera racional e imparcial. Si
no lo hacemos, podemos caer en la trampa de juzgar calificando
de terribles e infames los eventos o la sucesión de circunstancias que, a la luz de nuestros días, sólo representan excesos de
crueldad o la implantación de normas injustas y desatinadas.
El vocablo jónico historie significa información, averiguación del
pasado. Vale tanto para los actos humanos positivos, como para
dar cuenta de los hechos negativos de la historia, teniendo presente que, incluso por más oscuros y tenebrosos que hayan sido
los tiempos en que acontecieron, siempre ha quedado de ellos
algo de bueno y de rescatable. Al decir de José Ortega y Gasset,
los historiadores sienten la tentación de juzgar e interpretar la
historia como si fueran hechos actuales, sin meterse en el tiempo y la vigencia de las ideas retrospectivas del momento en que
tuvieron lugar, narrándolos como si fueran contemporáneos (Ortega Gasset, 1975). Así pues, especialmente en las décadas de
los 60 y 70 del siglo XX, como veremos en extenso, se desarrolló
una corriente antipsiquiátrica que comenzó con Michel Foucault,
R.D. Laing, David Cooper, G. Bateson, Thomas Szasz, Francisco
Basaglia, que se extendió por todo el mundo de una manera
atrayente, romántica y cuasi verosímil. A esta concepción, a ultranza de la psiquiatría (antipsiquiátrica), no le ha faltado impie-
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Lucio Enrique Bellomo
dad para valorar la muestra retrospectiva de aquellas épocas en
relación con la propia del momento en que se escribieron, los
años 70. Pero considero que cada período histórico y social tiene
su momento y sus circunstancias características.
En la época colonial en un ángulo de la Recova del viejo Cabildo, fueron a parar los vagabundos y enfermos mentales, de uno
y otro sexo.
Garay, en 1580, siguiendo la costumbre real, fundó un hospital en las ciudades pertenecientes a España, vecino a una Iglesia
eligiendo la manzana 36 (Ley Real 2- Tit IV- Libro 1º- Recopilación de Indias) que no pudo ser habilitada desde su comienzo por falta de recursos. Solo fue activada como tal una sede
precaria atendida primeramente por los hermanos de San Juan
de Dios en 1591 en el dominio de un vecino (Sr. Álvarez Gaitán)
localizado en las calles hoy llamadas Reconquista y 25 de Mayo,
once años después de la fundación de Buenos Aires. A dicha
sede se la denominó Hospital –Ermita- San Martín (de Tours),
por ser el patrono de la ciudad. Luego, en 1611, se dispuso que
el hospital debía ser trasladado en el camino más frecuentado
por pobres e indigentes y por ello se eligió la ruta que conducía
al Riachuelo, en las actuales calles Defensa, México, Balcarce y
Chile, siendo inaugurado el 11 de noviembre de 1614, según la
fuente consultada (José Luis Cosmelli Ibáñez, 1975). La administración del hospital era la misma que antes de 1748, realizada
por los Hermanos Bethlemitas o Betlemitas —llamados barbones
por no rasurarse la barba— que suplantaron a la orden de San
Juan de Dios. Los betlemitas tenían buena llegada a los jesuitas,
y ocuparon sus predios cuando éstos fueros expulsados los primeros. El 15 de octubre de 1768, un año después de la expulsión
jesuítica, el hospital se traslada nuevamente, por tercera vez, a
un predio llamado Colegio de Belén (jesuítico) pero ahora con la
presencia de los barbones. El ex Colegio de Belén fue llamado
La Residencia, y se hallaba ubicado al lado de la Iglesia de San
Pedro Telmo, en la manzana delimitada por las actuales calles
Defensa, Humberto I (ex Comercio), Balcarce y San Juan.
Entonces, el antiguo Hospital Ermita, que se llamó Santa Catarina, quedó para primeros auxilios en las calles citadas previamente, y el nuevo hospital pasó a denominarse La Residencia y
actuó como Hospital General de Hombres hasta su demolición en
1863. Para evitar confusiones diremos que la calle Defensa tomó
muchos nombres, como Altos de San Pedro, San Martín —por
el Hospital—, hasta que Rosas le dejó su nombre primitivo en el
actual barrio de San Pedro Telmo. El Hospital tenía un carácter
nominal, sin tarea sanitaria alguna, carente de expertos que lo
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EN LA
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dirigieran y solamente con mayordomos que lo comandaban. Los
escasos boticarios o barberos que llegaban de España se fueron
al poco tiempo o desaparecieron. En 1622, la Aldea reunía cerca
de mil habitantes, y los locos u orates estaban mezclados con
los enfermos comunes, y existía un severo problema en la salud pública. Amén de ello, se habían entablado ciertas disputas
entre el poder civil y el poder eclesiástico. La razón de ellas era
que, si bien muchas órdenes religiosas se proponían cuidar a los
enfermos, los intereses eclesiásticos no estaban tan dispuestos
a cumplir con los ideales cristianos, como los tuvo el sacerdote
mercedario citado Juan Gilabert Jofré. Este enfrentamiento ocasionaba un mayor aislamiento de los alienados que quedaban a
la deriva y maltratados. En tanto que de su rehabilitación, no se
hablaba y ni siquiera se pensaba.
No hubo médicos hasta 1700, y sólo existían los mayordomos,
en Europa llamados conserjes, especie de administradores de la
institución, que daban rienda suelta a que los curanderos trabajaran a su gusto con los internos. Al respecto, podemos decir
que los rituales usados para sanar en el interior eran similares a
los empleaban localmente los indígenas en el pasado; por ejemplo, en el gran Tucumán, que abarcaba el Noreste argentino,
se aplicaban los procedimientos quichuas; los territorios de la
Mesopotamia usaban las fórmulas guaraníes, y en los Territorios
del Sur los sistemas de los indios araucanos (Ingenieros, José,
op. cit., pp. 3-11).
Al lado del Hospital General de Hombres —o dentro de la manzana citada, no se sabe a ciencia cierta— funcionaba el Patio o
Cuadro de Dementes, dedicado a los insanos, que poco a poco,
fueron trasladados a los terrenos de La Convalecencia, entre
marzo de 1854 y noviembre de 1865 al 69; primero egresaron
las mujeres y luego, lo hicieron los hombres. El Hospital funcionó hasta septiembre de 1822, sede de la primera Universidad, y
fue sucesivamente desactivado en 1852 y 1863 (Lardies, op. cit.
1977: 44-45).
Respecto a los terrenos de La Convalecencia, primitivamente,
fueron cedidos por don Ignacio Zeballos a los jesuitas; luego de
su expulsión, quedaron en manos de los padres betlemitas, como
el Colegio de Belén, hasta que el 11 de septiembre de 1815, el
director Ignacio Álvarez Thomas [1787-1857] Director Supremo
interino, dicta un decreto por el cual estos sacerdotes, deben
irse definitivamente del Hospital General (Madero-Penna…, op.
cit. 1911:70-71). Dichos clérigos, si bien hacían una obra colosal
(G. Furlong, 1942, op. cit., 119-125), algunos de ellos carecían
de una buena imagen, pues durante la conspiración de Álzaga,
20
Lucio Enrique Bellomo
habrían realizado reuniones contrarrevolucionarias con el Padre
Juan de las Ánimas —betlemita— justamente en La Residencia,
lo que le valió su ejecución junto a Álzaga [1755-1812] por el
Primer Triunvirato en 1812. Sin embargo, fueron llamados nuevamente al poco tiempo por el Gobierno, pero con estrictas limitaciones en su tarea (Meyer Arana, 1911).
El traslado de los enfermos a la Convalecencia fue paulatino,
pues —recordemos— se abatieron sobre la población, en aquel
ínterin, epidemias muy severas. Una de ellas, secuelar de la época colonial, llamada tabardillo —tifus exantemático— en 1727. En
esas circunstancias, la incipiente orden laica de la Hermandad de
la Santa Caridad se destacó en la tarea humanitaria de enterrar
a los muertos de la peste. Luego, la Hermandad tomó una misión
caritativa y benéfica con las enfermas mentales y huérfanas, en
la Iglesia San Juan Bautista en la esquina de Alsina y Piedras,
todavía existente. Posteriormente, edificaron una capilla en San
Pedro Telmo, donde se halla hoy la parroquia de la Inmaculada Concepción, en la esquina de Tacuarí e Independencia. Pero
como el lugar era intransitable, compraron el predio de San Miguel Arcángel a la altura de Bartolomé Mitre al 800 que quedó
como sede definitiva (Lardies y colaboradores, 1977: 44-45/ 9899 y Guillermo Furlong, op. cit., 238, y siguientes). Hubo muchos
flagelos infecciosos en el medio, pero se recuerda el del cólera,
en 1856, que asoló Bahía Blanca, y al año siguiente tomó todo el
litoral, Corrientes, Entre Ríos y San Nicolás (área muy afectada).
Por aquellos años (1857) se hallaba en Rosario, el inglés Thomás
Hutchinson, que recomendó al Dr. Ricardo Gutiérrez el empleo
de chlorodyne (mezcla de láudano, cannabis y cloroformo) obteniendo éxito contra la diarrea del cólera. Dicha epidemia, se
cobró 1653 víctimas, cuando la población era de 170.000 habitantes. El otro gran azote sanitario fue la epidemia de la fiebre
amarilla, Se consigna como comienzo oficial de la epidemia el
día 27 de enero de 1871, cuando ingresa el primer enfermo al
Lazareto San Roque, bajo la presidencia de Sarmiento, y tomó
una virulencia altísima en los meses de marzo y abril. Entre el
pánico, la menoscabada salubridad que existía en Buenos Aires,
por la gran cantidad de las aguas cloacales servidas, el Gobierno
nombró en 1870 a Juan Federico Bateman y al Ingeniero John
Coghlan, con el propósito de sanear la ciudad, y solucionar sus
problemas más urgentes. La contienda contra el Paraguay, debió
terminar bruscamente por la epidemia, no solo en Buenos Aires,
sino en Corrientes; esta última tenía once mil habitantes, de los
cuales seis mil huyeron ante la peste, y mil murieron por la epidemia (Lardies, op. cit., 1977:102). Era de esperar que los asilos
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EN LA
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para los enfermos mentales en la metrópolis quedaran desprotegidos y sin fondos para cubrir los gastos de los hospicios en
formación. Por la urgencia de la calamidad, se ordenó construir
un Lazareto—como anexo al Hospital General de Hombres— en
el predio de la manzana comprendida por las calles México, Venezuela, Caridad (hoy Urquiza) y 24 de Noviembre. Esta institución, en principio, se denominó Lazareto de San Roque; pasó a
ser hospital en 1914 y, definitivamente, se lo llamó Hospital Dr.
José María Ramos Mejía. Por entonces, el Lazareto ayudó enormemente durante la epidemia al hospital de infecciosos para
paliar las mismas.
En cuanto al Hospital de Mujeres, su historia es más intrincada y algo adelantamos. Está estrechamente ligada al Colegio de
Huérfanas y a una sociedad laica: la Sociedad de la Hermandad
de la Santa Caridad. Dicho ente fue creado por el vecino Juan
Alonso González de Aragón, hombre laico, viudo de la Sra. Islas,
que luego se hizo sacerdote en 1734. La sociedad siguió los pasos
antedichos: estuvieron en el solar de San Juan Bautista (Alsina
820 y Piedras), luego en la esquina de Tacuarí e Independencia,
comprando ulteriormente el solar donde se erige hoy la Iglesia
San Miguel. Madero y Penna dicen que no se puede estudiar una
institución sin dejar de lado a las otras (Madero y Penna, op.
Cit. pp. 33-64). Sumariamente diremos que la Hermandad de la
Santa Caridad había solicitado la venia eclesiástica como orden
por Juan de Aragón, y veinte años después llega desde España
la concesión para la formación de la Orden. A su vez, la nueva
entidad de profesas ya había dado lugar a la formación del Colegio de Huérfanas once años antes, con trece camas al lado de la
Iglesia de San Miguel, a instancias del hijo del fundador, también
sacerdote, llamado P. González Islas. El Colegio de Huérfanas se
levantó en las actuales calles Rivadavia, Suipacha, Esmeralda y
Bartolomé Mitre, y tenía entrada por la calle Bartolomé Mitre.
Dicho Colegio, paulatinamente, se transformó en el Hospital de
Mujeres, obteniendo la jerarquía de tal. Oficialmente, el 4 de
julio de 1784 comienza a funcionar el Hospital de Mujeres, y en
1796, hay constancias de un informe del mismo Hospital, en el
cual se hallaban 242 internadas, 159 con buena recuperación, 59
fallecidas y 24 sufrientes en cama (Molinari José Luis, 1936). El
Hospital de Mujeres funcionó merced a las cuantiosas donaciones de Manuel Basavilbaso y Francisco A. Herrera, verdaderos
contribuyentes en dinero de la Sociedad de Damas de Beneficencia creada por Rivadavia entre los años 1823-1826 según Madero
y Penna. En este solar funcionó luego la Asistencia Pública hasta
fines del siglo XIX y del XX, tomando antes de demolerse, la di-
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Lucio Enrique Bellomo
rección de Esmeralda 66 (Capital). Luego, en marzo de 1854, las
enfermas mentales pasaron a La Convalecencia, y los bienes de
la Orden de la Hermandad quedaron en la Sociedad de Beneficencia en 1852-53.
Los anormales hallados en Buenos Aires, entre quienes había
tanto alienados como delincuentes, eran depositados en el Patio
de Dementes, según la aplicación de la Ley de la Reforma de Rivadavia (1822-1823). Entonces, se actuaba conforme al Decreto
El Arreglo de la Medicina, ordenado el 9 de abril de 1822, que a
través de sus 99 artículos se ordenaba el ejercicio médico, de
las boticas y de los médicos de policía. De acuerdo con las disposiciones, este último profesional debía discernir sobre si el detenido se hallaba en condiciones de anormalidad moral —como
eran llamadas, en esa época, las facultades mentales— y, por
tanto, requiriera su internación en el Patio de Dementes, si eran
hombres, o en el Hospital de Mujeres, si se trataba de mujeres.
Entre éstas primitivamente alojadas en el Cabildo, se hallaban
tres alienadas homicidas: dos blancas y una negra. Una de ellas
llamada Ana María Rodríguez, que había matado a un personaje
importante de la época, don José Joaquín Zamudio. Los sucesos
hicieron que el fiscal del momento solicitara el traslado de dichas
personas al Hospital de Mujeres (Orozco, Andrea. Darin, Valeria,
1997).
Así, pues los dementes fueron trasladados del Cabildo al Patio
de Dementes, ubicado en el predio de la Residencia y las mujeres al Hospital de Mujeres, fijado en la manzana de San Miguel
Arcángel. Ambos, albergaban todo tipo de enfermos, alcohólicos,
vagabundos, mendigos y locos por añadidura.
Después de trasladados los insanos hombres y mujeres al
nuevo lugar, el predio fue, sucesivamente, Cárcel de Deudores;
luego, lugar destinado a mujeres abandonadas y meretrices; y
finalmente, Cuartel de Dragones. En 1860, se convirtió en el Asilo Correccional de las Hermanas del Buen Pastor y desde 1980,
funciona el Museo Penitenciario Argentino Antonio Ballvé en la
calle Humberto Primo 358 donde se hallan los recuerdos de la
vieja Penitenciaría Nacional (En este lugar, tuve una comunicación personal con el Director del Museo citado, Alcaide Benegas,
a quien entrevisté personalmente en la primavera del 2007).
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EN LA
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La formación de los hospicios
Introducción
Trataremos de ir describiendo dos corrientes que, en el campo
histórico de la salud mental, se desarrollaron simultáneamente,
en el aspecto edilicio, como en el catedrático de la psiquiatría.
La primera será la de la historia de la construcción de los hospitales, con las variaciones que se fueron generando a través del
tiempo; y la segunda corriente corresponderá a la concepción
académica que, sobre la locura, se sostuvo en la cuenca del Río
de la Plata.
Aspecto edilicio
En su tesis doctoral, Los manicomios (1879), Norberto Magliori nos cuenta los antecedentes de la formación de los actuales hospitales Borda y Moyano, y que el antiguo predio llamado
de La Convalecencia fue elegido, entre otros, por las figuras de
Mauricio González Catán, Gil José Méndez, el Rvdo. Pedro Gabriel Funes, y lo hicieron sobre la base del antecedente de la ley
francesa del 24-8-1790, que aconsejaba transferir a los Municipios la tarea de cargar con los alienados vagabundos, lejos de la
gran ciudad.
De hecho, La Convalecencia quedaba en la zona denominada
Barracas al Sur, mucho más allá del barrio de San Pedro Telmo,
por entonces lugar excéntrico de la localidad. Las calles emplazadas para albergar a los enfermos fueron: Caseros, Barracas,
Amancio Alcorta, Suárez y Vieytes (la última, denominada actualmente Ramón Carrillo). La calle ex Vieytes, se denominaba
Mataderos al Sud y Camino del Sur. Ésta, como la calle Barracas,
se hallaba muchas veces intransitable por el barro los días lluviosos, y porque se practicaban carreras cuadreras las jornadas
festivas; además, era paso de carretas y diligencias que llegaban hasta una posta famosa llamada La Banderita ubicada en la
esquina de la Calle Larga —hoy, Montes de Oca— y Suárez. Se
anegaba fácilmente, y continuó en mal estado hasta 1888-1902,
que fue empedrándose. La actual Av. Caseros se llamaba Zanjón
de las Quintas, pues colectaba mucha agua que provenía de las
hermosas y acaudaladas quintas que existían en la citada Calle
Larga (Av. Montes de Oca). También había allí un matadero,
que fue trasladado recién en 1877; al final de la calle Amancio
Alcorta, se formaron extensos basurales. (Cutolo, V. 1988) Como
vemos, si bien el lugar estaba lejos de la ciudad, era poco gra-
24
Lucio Enrique Bellomo
tificante. Tampoco debemos olvidar los eventos que impidieron
el levantamiento de los edificios para los hospicios. Ellos fueron
las dos grandes epidemias que se desataron antes y después
de 1888: la del cólera, en 1866/67, la fiebre amarilla en 1871; y,
además la Guerra contra el Paraguay (1865-1870) Dicha tríada
de acontecimientos adversos, retardó fuertemente la erogación
del gasto público para los hospitales psiquiátricos.
Hacia 1854, La Convalecencia comenzó a recibir a los primeros enfermos, especialmente mujeres, como expresamos; los
hombres arribaron durante el período comprendido entre 186569. En noviembre de 1865, comenzó a llamarse el lugar destinado para hombres (hoy H. Borda) como San Buenaventura,
quizás en mérito, del Dr. Ventura Bosch. Su piedra inaugural
fue colocada el 8 de mayo de 1887; en 1888, el predio citado
comenzó a llamarse Hospicio de las Mercedes. En 1853, cuando
cae Rosas, el Hospital de Mujeres traslada las enfermas mentales al nuevo dominio de Barracas (Jorge Castro, 1960- Lardies
González, 1991). Como en marzo de 1852, renace la Sociedad
de Beneficencia fundada por Rivadavia en 1826, ésta se hace
cargo de las mujeres enfermas mentales por pedido expreso de
la Sra. Tomasa Vélez Sarsfield y del muy buen administrador Sr.
Francisco de Paula Munita. Pocos meses más tarde, en septiembre, se crea la Sociedad Filantrópica, que fue presidida por el Dr.
Ventura Bosch hasta 1871, año de su muerte víctima de la fiebre
amarilla. Este desgraciado hecho se lamentó mucho en todo el
ámbito científico y social de Buenos Aires, ya que era recordado
como un benefactor de los enfermos mentales. Desde 1767 hasta 1848, dichos terrenos no tuvieron un destino fijo; durante la
época de Rosas, se hallaron a merced de la Sociedad Restauradora, quizás las caballerizas, pues la sede central funcionaba, en
el inicio de la actual Av. Montes de Oca, más propiamente, donde
está la casa Bagley (comunicación personal del Dr. Saubidet).
No se sabe bien el porqué estos lugares fueron llamados de La
Convalecencia.
El Hospital de Mujeres (Actual Hospital Moyano)
En enero de 1854, se había dispuesto el traslado de sesenta
pacientes hasta completar el número de setenta y seis enfermas
mentales. Este hecho dio lugar al nacimiento del Hospicio de Mujeres con una edificación más jerarquizada y meritoria, ya que
las condiciones en que se hallaban en su comienzo eran desastrosas. Desde el punto de vista edilicio, ambos hospicios tenían
buenas instalaciones, aireadas, e higiénicas, como lo indicaba la
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
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25
época. Sus ventanas daban a los jardines especiales para calmar
la excitación de las personas dementes y contribuyen también,
poderosamente, a su radical curación (Diario El Orden, 4-XII- de
1855). Por esos tiempos, la edificación representó un avance
extraordinario; pero lastimosamente, a pocos años de haberse
inaugurado las obras, a causa de la admisión de un número de
enfermas cada vez mayor, comenzó el hacinamiento.
El 23 de marzo de 1854, se abre definitivamente el Hospital para enfermas mentales en la Convalecencia, —según decíamos— con setenta y ocho pacientes, dos más de las contabilizadas en el mes de enero; las mismas fueron atendidas por la
Sociedad de Beneficencia, con las monjas de la Hermandad de
la Santa Caridad; a éstas se agregaron personal de enfermería
laico, como también las Hermanas del Huerto, que estuvieron en
el último tramo de la historia hasta aproximadamente 1950. A
medida que crecía la población hospitalaria, se fueron reclutando enfermeras y personal cuasi idóneo para la tarea. Los recursos humanos de entonces no eran muy instruidos para tratar
con las enfermas. A partir de 1900, se tomaron con preferencia inmigrantes españolas e italianas pues las consideraban más
eficientes, además de tener mayor oferta. El levantamiento de
las primeras estructuras del Hospital fueron tres grandes patios: dos de los cuales llevaron los nombres de Pinel y Esquirol
—en memoria de los grandes alienistas franceses—, dato que
nos da una cierta idea respecto a la procedencia científica que
se valoraba por entonces. El otro patio contiguo, llamado Gobernador Obligado, se transformó poco después en un pabellón
para enfermas peligrosas y procesadas; posteriormente se llamó
Pabellón Connolly y estaba al lado de la Capilla del Hospital que
aún conserva su emplazamiento. Se añadieron otros pabellones,
que en la actualidad (2009) se hallan en reparación, como el
complejo Riglos y el San Juan. Los mismos eran llamados con
anterioridad Santa Teresita, Santa Inés, San Luis, y San Juan,
respectivamente (Fuente tomada por el suscripto a través de la
tradición oral de varias enfermas ancianas, pero muy lúcidas).
Luego, estos pabellones se llamaron Riglos PB, Riglos I y Riglos II, conservando el San Juan su primitivo nombre. Es interesante conocer el porqué de la denominación de los Riglos. Recordemos, para explicar esto, que la Casa de Expósitos había sido
fundada por el Virrey Vértiz el 7de agosto de 1779. Se llamó de
los Expósitos pues buscaba albergar a niños “expuestos o abandonados”; la idea partió del Síndico, ex Juez Marcos José Riglos,
que ejerció la dirección de la Casa durante muchos años. A diez
años de su fundación, en 1789, existían casi dos mil niños en di-
26
Lucio Enrique Bellomo
cha calidad, por lo que se buscó reserva, protección y refugio a
las madres que entregaban las criaturas que no podían nutrir ni
guarecer. Su sede central comenzó a funcionar en la calle Alsina
y Perú, solar donde también funcionó la primera imprenta de la
ciudad de Buenos Aires traída de Córdoba y abandonada por los
jesuitas durante su precipitada expulsión. Dicha imprenta sirvió
para subvencionar a todas estas instituciones (Fabio Ares, 2010).
En 1873 la Casa fue refundada, y ese mismo año, se trasladó a
la Avenida Montes de Oca 40. Se llamó luego Hospital de Niños
Expósitos, y más tarde Casa Cuna. Su Director fue el Dr. P. de
Elizalde entre 1935-1946 y en su honor, en 1961, el Hospital adquiere su nombre.
Ahora bien, en la ciudad, desde antaño quienes estaban al
cuidado de la salud de las mujeres, de los huérfanos y expósitos, especialmente del Colegio de Huérfanas y de la Casa de
Partos, era la sociedad de la Hermandad de la Santa Caridad de
la que hemos hablado en extenso (Madero y Penna y Meyer Arana, 1911). Es bastante verosímil suponer que, después que las
enfermas mentales fueron trasladadas en 1854 hasta la Convalecencia, se erigiera allí una sede del Orfanato en un lapso apropiado, al lado del pabellón San Juan. En este casco histórico, tres
veces centenario —lindante actualmente con las calles Brandsen
y Ramón Carrillo (ex Vieytes, exactamente: Vieytes 555, hoy
cerrado)—, tenían acceso las mujeres muy pobres que habían
dado a luz, a fin de entregar sus criaturas a las monjas, ya que
se veían imposibilitadas de mantenerlas. En un codo del edificio
del actual Pabellón San Juan, puede visualizarse el espacio abovedado longitudinal donde se ubicaba el torno o el armazón giratorio en el que era depositada la criatura facilitando el anonimato
de la madre. El niño quedaba al cuidado de las hermanas que lo
recibían, de la misma forma que se procedía en Alsina y Perú, en
la primitiva Casa de Expósitos.
¿Qué ocurrió con el tiempo? La Institución se llamó primero
Instituto Infantil, hasta que en julio de 1923 toma el nombre de
Mercedes Lasala y Riglos, en mérito a la primera presidenta de
la Sociedad de Beneficencia. Luego simplemente se lo llamó El
Riglos. Hay evidencias de que el Riglos en su conjunto, con sus
niños, fue separado de las alienadas y trasladado a la localidad de Moreno (Provincia de Buenos Aires) en el año 1944, que
por entonces contaba con 40 hectáreas y con 225 camas (Archivos Históricos de la Biblioteca “Jorge E. Coll” realizados por
Dolores Arguello Gibaut [http://www.catedras.fsoc.uba.ar/elias/
n13_08.04.09.ppt#257,2,Nuestros Datos]. Hoy día, este predio,
en Moreno, está ocupado por el Instituto Superior Docente N.º
110, el Centro Universitario Moreno o Escuela de Periodismo
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EN LA
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27
[CENUM] desde 2004, y por el Instituto Municipal Económico
Local de la Municipalidad del lugar [IMDEL].
Así pues, según la tradición oral, el nombre de los pabellones
Riglos PB, Riglos I y Riglos II , que tomaron los actuales edificios, adjuntos al San Juan, se debió a que había funcionado efectivamente la sede que se hallaba vinculada al Orfanato Riglos.
Asimismo, un sector del actual Riglos Planta Baja tenía salida
hacia la calle Brandsen donde funcionaron consultorios externos de Psiquiatría Infantil, durante los años 1965 hasta cerca de
1973, cuyo Jefe fue el excelente psiquiatra infantil, el Dr. Héctor
Bonoli Cipoletti, formado en Francia, acompañado de un séquito
de psicólogos y neurólogos infantiles muy capaces.
En los albores de la fundación del Hospital, en 1853, la Sra.
Tomasa Vélez Sarsfield instaba a la ayuda del Erario público para
mejorar las condiciones de las enfermas, sin ser prácticamente
escuchada y en su honor se erige después un edificio entero de
tres pisos en el Hospital de Mujeres en el centro del Hospital.
De gran fuerza y coraje, esta mujer, junto con Ventura Bosch,
fueron los pioneros y dieron el impulso al Hospital. Finalizada
la gestión de Bosch, le sucede Osvaldo Eguía (1826-1897), cofundador de La Convalecencia desde 1854 hasta 1890, quien
trabajó gratuitamente para el Hospital. Esta institución nuevamente demandaba ampliaciones, que no se realizaban. Según
narra Samuel Gache, al 31 de diciembre de 1877, sumaban 337
los ingresos de hombres, y 272 mujeres. Al año siguiente, al 31
de diciembre de 1878, llegaron a 350 los internados hombres;
es decir, un insano hombre por cada 638 habitantes. Respecto a
la Convalecencia en las mujeres, en 1877, se contabilizaban 272
mujeres enfermas en el Hospital de Mujeres (144 solteras, 87
casadas y 41 viudas); había una enferma mental por 1230 habitantes sobre un total de 215.000 habitantes. Las edades pico se
encontraban entre los 30-40 años; en su mayoría eran jornaleros e italianos (149 enfermos); con diagnóstico de manía y melancolía en 83 casos; el alcoholismo fue una de las causas más
importantes de internación (Samuel Gache, 1879- Cap. VII:173195). Después de 1886, sobrevienen años muy difíciles desde
el punto de vista político, con mucha agitación interna y poco
progreso. Después del Dr. Osvaldo Eguía, asume el Dr. Antonio
Piñero [1859-1921], quien fue un gran Director. Se negó a dar
curso al proyecto de admitir pensionistas pagas en el Hospital,
propuesto por las Damas de Beneficencia, pues consideraba que
la enfermedad mental no tenía distinción ni casta. En 1893, el
28
Lucio Enrique Bellomo
mismo Piñero consulta a un alienista ruso de gran fama Kovalensky (o Kovalesky) especializado en tareas de rehabilitación y
granjas para enfermos mentales, para dar forma al proyecto y,
entusiasmado por sus ideas, crea una Comisión, en 1894, para
el estudio de las terapias de labranza. Aquí surge el embrión del
proyecto de la Rehabilitación por el Trabajo en el Hospital de Mujeres. Sin embargo, su primera aplicación fue llevada a cabo por
Lucio Meléndez en el Hospital de Hombres. Respecto del Hospital
de Mujeres, he recibido un importante material oral por parte
del Dr. Roberto Saubidet, con quien he hablado muchísimo. Lo
consideré siempre gran Maestro. Siempre tenía infinitas anécdotas para narrarme de la historia argentina, sobre la creación de
los hospitales psiquiátricos, la clínica psiquiátrica, amén de ser
un eximio dibujante de los rostros y expresiones de las enfermas mentales que entrevistaba, y de poseer una cultura general increíble que jamás olvidaré. Saubidet conocía muy bien las
cualidades de la psiquiatría francesa y de la escuela alemana, ya
que había traducido la Psicopatología General, de Karl Jaspers.
También acopié los comentarios realizados por algunas antiguas
enfermeras de carrera, como el de mi caba, la señorita Elena
Fernández, del San Juan, y la de su jefa, enfermera Sra. Rosa
González. Comentaban que monjas y damas eran muy exigentes
y severas con el personal de enfermería y de maestranza. Debían
guardar una estricta compostura en el trato con las enfermas,
con los médicos y las compañeras de trabajo; realizaban tareas
en conjunto con las insanas, que participaban activamente en
labores de costura, cocina y limpieza. Las damas observaban el
trabajo durante la semana, y pagaban los sábados a las enfermeras; el incumplimiento de los quehaceres conllevaba la ausencia del desembolso semanal. De hecho, la hermana superiora,
mientras duró la gestión de la Orden, guardaba en su sayo todas
las llaves del Hospital y administraba personalmente el régimen
de comidas, limpieza y las salidas temporarias de las enfermas.
Esto mismo está atestiguado en la tesis doctoral de Magliori (Los
Manicomios) y por Samuel Gache en las tesis mencionadas. Es
cierto que existían excesos, especialmente en los casos de furor
o gran desesperación de las pacientes, usando métodos coercitivos cuando no se hallaban presentes los médicos auxiliares ni el
director (Gache, op. cit.).
Ahora bien, el proyecto de Piñero, asesorado por Kovalensky,
dio lugar al proyecto del Ing. Nyströmer, del Dr. Ayerza y del
Sr. Ocampo, para lo cual el Estado otorgó $150.000 pesos fuertes, que lo administraría Diógenes Ponte. Contaron, además, con
el empuje enorme dado por Francisco de Paula Munita. Dichas
obras fueron de tal magnitud, que no se terminaron de mane-
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
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ra inmediata. En efecto, el proyecto Nyströmer finalizó —según
Castro— alrededor de 1924; es decir, treinta años más tarde del
plazo estimado. El hospital fue adquiriendo un elevado prestigio,
hasta el punto de ser comparado con un centro semejante al
Littenberg de Berlín, o al Eppendorf de Hamburgo. Se instaló
una sala de máquinas, cocina y lavadero central; se aprobó el
proyecto de las pensionistas anteriormente negado por Piñero
pues redituaba favorablemente. Y el 14 de julio de 1901, se le
añadió la construcción del famoso Laboratorio de Anatomía Patológica tomando como modelo a los laboratorios alemanes, que
Castro atribuye al arquitecto Tedeschi, dato que no pude confirmar. Dicho laboratorio obtuvo el reconocimiento de los principales científicos neuropatólogos de la época, al punto de instalarse
en nuestro país, en 1899, el Prof. alemán Christrofredo Jakob
[1866-1959], discípulo del famoso Strümpell, contratado por el
Ministerio de Relaciones Exteriores argentino. En 1913, dicho
maestro llega a la Argentina y se desempeña como anatomopatólogo. Fue un científico multidisciplinario de fuerte envergadura,
especialmente dedicado al estudio del sistema nervioso central
y las ciencias biológicas naturales, sobre quien volveremos más
adelante, cuando tratemos la parte académica. El Laboratorio
en el cual comenzó a trabajar Jakob pertenecía a la Cátedra de
Psiquiatría, cuyo titular era Domingo Cabred en el Hospicio de
la Merced. Luego pasará a dirigir el flamante Laboratorio del
Hospital Nacional de Alienadas. En el momento actual, una parte del antiguo laboratorio es Museo de privilegio de Anatomía y
Biología Natural en el Hospital Moyano; la otra parte como se
menciona, quedó lamentablemente, en el más absoluto olvido.
Jakob fue Profesor Titular de Biología en la Facultad de Filosofía
y Letras de la UBA, y Profesor en la Universidad de La Plata.
La secuencia en la dirección del Hospital Nacional de Alienadas,
luego de Ventura Bosch y Osvaldo Eguía, fue la siguiente: a ellos
lo sucedió el Dr. Antonio Piñero, y luego el Dr. Manuel Podestá
[1853-1920]. Este médico higienista consideró que el hombre no
es una célula aislada, sino que había que tomarlo en función social (Loudet…, op. cit., pp. 152); fue literato, muy observador de
los enfermos, y dedicó párrafos a un libro llamado Alma de Niña.
Asimismo, fue autor de El Irresponsable y miembro del Departamento Nacional de Higiene. Posteriormente, fue Director el Dr.
José Esteves (1863-1927) hasta 1924. Su dirección duró 17 años.
El 26 de septiembre de 1908, Esteves funda otro hospital para
enfermos mentales, en la llamada Quinta Varela de Lomas de
Zamora (actual Temperley). Esta nueva institución recibió muchas enfermas provenientes del Hospital Nacional de Alienadas,
que se encontraba saturado de pacientes. En la entrada del ac-
30
Lucio Enrique Bellomo
tual Hospital Moyano, a la derecha, se halla una estatua de José
M. Esteves que reza: En recuerdo de sus amigos, quien fuera
17 años Director del Hospital, fallecido el 20-6-1927. En 1946, el
nuevo Hospital de Lomas adquirió autonomía, y en 1976, se le
impuso el nombre de Hospital Interzonal José Esteves.
La dirección del Hospital de Alienadas después del Dr. Esteves fue ejercida por el Dr. Julio G. Nogués (1879-1956), médico
especializado en temas medicolegales, que lo condujo de 1924
hasta 1934. Luego, con otros directores en el camino, lo continuó
el Prof. Dr. Martínez Dalke; posteriormente, el Dr. de Arizabalo, y
después, el Dr. Guillermo Acusse Ruiz. En el período 1969-1970
continúa el Dr. Mario Ambrona, con una administración breve; a
continuación regresará el Dr. Acusse Ruiz. Finalmente, durante
el gobierno militar (desde 1977 hasta 1983) toma la dirección del
Hospital la Dra. Noemí Franco Arriola por mandato del médico
agregado el Vicecomodoro Dr. Guerra. Luego, el Dr. Timbaldi, y
en 1983, asume el último Director por Concurso Abierto, el Dr.
Néstor Feliciano Marchant, que introdujo numerosas reformas
las cuales veremos con detenimiento y que continuará hasta el
año 2005. Históricamente, en el año 1900, el número de enfermas internadas llegaba a 1400. A una cifra similar se arribó en
1969, cuando quien esto escribe comenzó su carrera hospitalaria
y docente en el hoy llamado, con justicia, Hospital Braulio Moyano.
La enseñanza de la psiquiatría se efectuaba a través de la Primera Cátedra de Psiquiatría que funcionaba en el Hospital Borda; hubo comisiones de alumnos, que giraban del Hospital Borda
al Hospital Moyano hasta que, en 1975, el Prof. Carlos Márquez,
junto al entonces ex rector de la Universidad, Prof. Dr. Lyonnet,
y el Decano de Medicina, el Prof. Dr. Vicente Donnes, el Prof. Dr.
Carlos Sisto y el director Prof. Dr. Guillermo Acusse Ruiz, tomaron la iniciativa de fundar la Segunda Cátedra de Psiquiatría, que
se desarrolló desde entonces hasta la actualidad, como Unidad
Docente Moyano. En ella se desempeñaron los profesores titulares Carlos Márquez, Carlos Sisto, Antonio Duarte, Graciela Carra,
quien esto escribe (1991-1992-1993), Miguel Ángel Materazzi, y
actualmente, Alberto Monchablón Espinoza.
El Hospital de Hombres, Hospicio de las Mercedes, Hospital Borda
La fuentes indicativas del número de pacientes en las diversas
épocas son variables; van desde los ciento treinta y un pacientes internados en 1856 alojados en el Patio de Dementes, para
ir in crescendo en los años sucesivos hasta llagar a la cifra de
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
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doscientos cuarenta y siete (247) en la Convalecencia, ya que
se agregaron ciento diez y seis (116) ancianos, el 11 de octubre de 1863. Todos se hallaban en condiciones paupérrimas. Los
últimos enfermos incorporados pertenecían a una parte de dolientes seniles, que fueron albergados en el Hospital a instancias
del administrador del Hospital, Sr. Francisco de Paula Munita. La
otra parte del contingente fue al Asilo para Mendigos; institución
creada por la incansable Sociedad Filantrópica, que se encargó de los enfermos masculinos. Munita trabajó incansablemente
para la edificación del Hospital siendo un excelente administrador
(Samuel Gache…, op. cit., pp. 202-203). El cargo de mayordomo
reconoce sus orígenes en Francia, según la tradición, como concerge (concierge - Postel, Bing, 1996: p. 37 y siguientes) atributo
jerarquizado por la confianza que se le profesaba a Munita, a
causa de su administración transparente y hombría de bien.
La Sociedad Filantrópica, el 24 de octubre de 1858 se desliga
del Hospital de Mujeres y lo deja en manos de las Damas de Beneficencia para colaborar en un todo con el Hospital General de
Hombres. A la sazón, Munita clamaba por un hospital más grande para mentales, pero no había recursos en el Erario público.
Finalmente, después de tanto bregar, se destinaron fondos del
Estado para la construcción a fin de cumplir con la promulgación
de la Ley Provincial del 16 de octubre de 1858, para el levantamiento definitivo del frenocomio. Pero más enfermos siguieron
llegando entre los años 1865, hasta el año 1869. Las epidemias
de cólera azotaban diferentes sectores del país; y en 1871, el
flagelo castigó a Buenos Aires con la epidemia de fiebre amarilla.
La República había entrado en guerra con el Paraguay debiendo
terminarla en 1870 —entre otros factores— por la epidemia en
Corrientes, que diezmó su población. Nueve años más tarde, escribe su tesis el citado profesional Samuel Gache, quien detalla
que había 337 pacientes en el Hospital de Hombres, en 1877, a
los que se sumaron 350 ingresos en 1878. A esto se agregan
las 272 mujeres internadas en 1877, lo que suma un total de
592 asilados, entre hombres y mujeres, sobre una población de
215.000 habitantes en Buenos Aires (Gache, op. cit. Cap. VII:
173-195)
El Hospital se llamó primero San Buenaventura, en honor al
pionero, según muchos autores. A fines de 1863, como aspirante a Director se halla el Dr. José Teodoro Bacca, pero quizá por
razones políticas, asume el Dr. José María de Uriarte, quien se
desempeñará en ese cargo hasta 1876. Según refiere Domingo
Cabred, el Dr. Uriarte impuso, de manera incipiente, la terapia
por el trabajo en granjas y jardinerías para los alienados; con-
32
Lucio Enrique Bellomo
forme al juicio del Dr. Humberto Mesones, es el fundador de la
laborterapia en la Argentina. En 1876, Uriarte deja la Dirección
del Hospital, y asciende a la misma el famoso médico riojano
Dr. Lucio Meléndez [1854-1901], quien se mantendrá en el cargo hasta 1886; es decir, durante los diez años posteriores. Con
Meléndez, se abre una época de grandes esfuerzos. Continuaron
los reclamos financieros al Erario público para la construcción
definitiva del hospital, pero éstos nunca llegaban. Entonces, Meléndez, en un esfuerzo desesperado para concretar la edificación, decidió que los enfermos internados también colaboraran
en el alzamiento de la institución. Este trabajo resultó altamente
favorable para los pacientes; sabemos por los testimonios recogidos de la época, especialmente del personal de obra, que los
enfermos se sintieron gratificados en su autoestima, ya que la
labor se extendió hasta las plazas y los jardines del antiguo Hospital Rawson, según las memorias del arquitecto Abgerg (Castro,
J., op. cit., pp.125). Lucio Meléndez estaba harto de reclamar los
fondos que jamás llegaban, y no tuvo intenciones viles de sometimiento para con los pacientes, aunque recibió fuertes críticas
en épocas posteriores que lo acusaron de abuso de autoridad y
de poder, propia de una esclavitud laboral, según dijeron sus detractores. En 1887, con la presidencia de la Municipalidad a cargo de Torcuato de Alvear y de José Astigueta, se inicia por fin, la
construcción del gran Hospital de Hombres. Con la intervención
del arquitecto Abgerg, se diseña un hospital de alta envergadura y extensión, con cuatro pabellones amplios, espaciados por
jardines que sirven de recreo a los enfermos. A la vez, se exige
desde la internación la separación entre los enfermos agudos
y los crónicos, , tomando en cuenta el dictado de los hospicios
europeos. Otra reforma hecha fue la inclusión del estudio antropométrico del enfermo, lo cual también estaba indicado para los
criminales y delincuentes, como un algoritmo normal de la época. Por eso se lo valora como pionero en la de aplicación de la
psiquiatría a la medicina legal. A la sazón, Meléndez tenía como
vicedirector a un inquieto joven científico correntino que luego
sería el famoso Dr. Domingo Cabred [1859-1929]. Éste asume
el 18 de noviembre de 1892 como director del Hospicio de las
Mercedes. Cabred, con su tesis doctoral La Locura Refleja, se
había distinguido en el ambiente académico, y funda la cátedra
de Psiquiatría que posteriormente se incorporaría a la Facultad
de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. En 1901, anexa
a dicha cátedra el laboratorio de Anatomía y Neuropatología, en
el cual comenzó a trabajar Jakob. Allí estudiaron, también, José
Ingenieros [1877-1925] y la Dra. Alicia Moreau de Justo [18851986]. Más adelante, Jakob pasó a desempeñarse, como dijimos,
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
33
en el Laboratorio del Hospital de Mujeres, y continuó hasta antes
de su muerte ocurrida en 1956.
Domingo Cabred reafirmó la escuela científica positiva de la
medicina legal, que años antes había programado Lucio Meléndez. El científico viajará luego a Europa (Alemania, Inglaterra,
Italia y Francia) y en París, en 1889, será representante científico argentino en el Congreso Internacional de Psiquiatría y Medicina Legal. También conoce el Hôpital Sainte Anne y cuando regresa, en noviembre de 1892 tratará de imitar en nuestro país.
Coetáneamente propicia la creación de la Escuela de Enfermería
y de Asistentes para mentales. Sobre estos temas no había información y la actividad era casi nula; se formaron tres categorías de profesionales paramédicos para el cuidado del enfermo
mental: celadores, asistentes y enfermeros. También funda la
Liga Argentina de la Lucha contra el Alcoholismo, aplaudida por
el mundo científico de la época.
Cabred, su sucesor fue mucho más allá, por esa razón, trataremos sobre su figura en un párrafo especial. Por la Revista La
Semana Médica, sabemos que el Hospital de Hombres fue nacionalizado en septiembre de 1905 bajo el nombre de Hospicio de
las Mercedes (Rev. La Semana Médica, 1905:1002).
En cuanto al aumento que sufre el número de internados, se
debe a la gran inmigración, que se desarrolla en la Argentina
desde 1870 a 1914. Según los datos de Luis Alberto Romero,
nuestro país contaba, en 1869, con un millón ochocientos treinta
mil habitantes, y en 1914, con siete millones ochocientos sesenta y cinco, conforme al Tercer Censo Nacional (Luis Alberto
Romero. Argentina, 2000: pp. 53). Lina Caimari nos brinda datos
similares de Buenos Aires, que pasó a tener de 187 mil habitantes, en 1869, a tener 1.575.000, en 1914. Se calcula que ingresaron cerca de seis millones de personas, en su mayoría españoles
e italianos, quienes, en su mayor parte, pasaron a residir en la
ciudad, y el resto formó colonias en el interior, agrupadas según
la procedencia del país de origen (Lina Caimari, op. cit., pp. 76).
La sífilis, la tuberculosis y las endemias de las clases pobres, sumadas al alcoholismo, afectaron a estos inmigrantes que en una
proporción elevada enfermó, y muchas veces —según la citada
autora—, fueron marginados, casi de manera deliberada con la
imposición de la internación psiquiátrica, o de la vigilancia policial estricta impulsada por una minoría. En 1897, en virtud del
proyecto de Eliseo Cantón se crea la Colonia de Alienados en el
Partido de Luján, aplicando el moderno sistema escocés de W.
Cullen a “puertas abiertas” u open door. Ello representó un significativo avance para la época, pues acogió a muchos enfermos
Lucio Enrique Bellomo
34
crónicos que se hallaban hacinados e hizo que se beneficiaran
con la terapia del trabajo. Demás está decir que se sintieron
dignificados por la labor. Obsérvese que el trabajo estadístico
que Lucio Meléndez y Emilio Coni nos proporcionan, con datos
comparativos respecto al cuantioso aumento de internados en
ambos hospitales hacia 1878, en relación con la población que
contaban en el momento de ser fundados. En el Hospicio de la
Merced, habían ingresado hasta 4121 enfermos; con 3210 egresos y 714 decesos. En el Hospital de Mujeres, desde 1854, hubo
2310 ingresos en épocas posteriores, 1519 egresos y 446 fallecidas (Meléndez y Coni, 1880).
Marisa Requiere (Marisa Requiere, 2000) en un atrayente trabajo, ubica la corriente inmigratoria que, entre 1870 y 1910,
dio lugar a una masiva internación de alienados. Refiere que,
hacia 1920, de los 15.000 alienados, probablemente existentes
en la República, estaban hospitalizados 8800, distribuidos de la
siguiente manera:
Hospital – Asilo (1920)
Hosp. Alienadas
Asilo Quinta Lomas
Hospicio de la Merced
Asilo Colonia Luján
Melchor Romero
Asilo Mixto de Oliva
Hospital Alienadas Córdoba
Asilo de Dementes- Rosario
Cárceles Nacionales y Provinciales
Sanatorios Privados (siete)
Total
Cantidad de alienados
1650
550
1500
1250
1200
1600
100
100
350
500
8800
Todo lo detallado nos da un ejemplo de la alta tasa de internación, casi exponencial, en el año 1930 que Gonzalo Bosch describiera como estado pavoroso en los Hospitales psiquiátricos con
la publicación de su Tesis Doctoral, en abril del año siguiente.
Ordenamos brevemente las denominaciones que recibió el
Hospital ya que fueron diversas según las épocas. En principio
fue llamado Cuadro o Patio de Dementes, se desarrolló en el
predio sobre el cual extendimos comentario. Luego, se inaugura
La Convalecencia, con Ventura Bosch, el 11 de octubre de 1863.
En noviembre de 1865, se coloca la piedra fundamental, luego
se lo llama San Buenaventura; posteriormente toma el nombre
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
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de Hospicio de la Merced desde 1888 hasta 1905, fecha que se lo
declara Hospicio Nacional, hasta 1949, A partir de entonces se lo
llamará Hospital Neuropsiquiátrico de Hombres, hasta 1967 que
cambia de denominación por Hospital José T. Borda, en honor al
Profesor Borda. El número de internos fue en 1878, de 350; en
1931, de 2287; en 1944, de 3464; y en 1994, de 1160. A fines
de la Primera Guerra Mundial, el número de internos ascendió a
6000 insanos, según consta en la página Web oficial del Hospital
Borda. Hubo un intento de reedificación en el frente del Hospital,
a los costados de la entrada de la calle ex Vieytes 300 que databa de los años 50 y estaba semiconstruído, pero finalmente no
se realizó; la estructura fue demolida al final de los años 80.
Entre los acontecimientos más relevantes, consta que, en
1866, se brinda allí el primer curso de Clínica Psiquiátrica siguiendo un proyecto de Cabred y se designa como primer director al Dr. Lucio Meléndez (1844-1901). En 1897, se crea el sector
del Laboratorio de Anatomía Patológica con Christofredo Jakob
a la cabeza. En 1931, funciona en el Hospital la Liga Argentina
de Higiene Mental impulsada por Gonzalo Bosch y hacia 1960,
comienza la Residencia en Psiquiatría. Desde 1993, el nosocomio
es Hospital Asociado a la Facultad de Medicina-UBA.
Los profesores de la cátedra de Psiquiatría fueron: Lucio Meléndez (1886-1892); Domingo Cabred (1893-1918); José T. Borda (1922-1930); Arturo Ameghino (1931-1943); Gonzalo Bosch
(1943-1953); René Arditi Rocha (1955); Alberto Bonhour (19561963); Ramón Melgar (1967-1969); Omar Ipar (1972-1983); Carlos Márquez (1983-1987); Antonio Duarte (1987-1992); Amelia
Musacchio de Zan (1992-1996); Jorge Fernández Amallo (19961998); Miguel Ángel Materazzi (desde 1998). Con la aparición de
la segunda Cátedra de Psiquiatría, la enseñanza de la misma fue
repartida entre ambos hospitales, pues, desde la creación de la
nueva cátedra en 1975, a instancias del Prof. Carlos Márquez, los
alumnos pudieron, de aquí en más, cursar la materia de pregrado, en cualquiera de las dos instituciones.
Los directores del Hospital Borda fueron: José María Uriarte (1863-1876); Lucio Meléndez (1876-1892); Domingo Cabred
(1892-1916); Javier Brandan (1916-1921); Alfredo Sacarano (19211930); A. Valenzuela (1930-1931); Luis Bonich (1955-1957); Antonio Abásolo (1957-1958); Omar Ipar (1958-1968); Carlos Genaro
Sisto (1968-1976); Copes, médico de la Marina (1973-1980); Joaquín Spallina (1980-1984); Héctor Luna (1984-1987), Jorge Fernández Amallo (1987-1989); Juan Garralda (1989-1991); Luis Lo-
Lucio Enrique Bellomo
36
zano (1991-1992); Raúl Kotroba (1992-1999); Miguel Ángel Materazzi (1999-2002); y desde el 2002, nuevamente el Dr. Garralda.
La concepción académica
En lo que se refiere al punto de vista académico, la concepción
científica sobre la locura tuvo su primera influencia en las ideas
que se tenían de ella en España, en particular, y en Europa, en
general. La ocupación de estas tierras y su colonización posterior entrañó, en sus intelectuales, el criterio cultural y científico
que se hallaba en boga, en Europa, durante el Iluminismo —período de regreso al estilo clásico— que va desde el siglo XVIII
hasta la primera mitad del siglo XIX. Pero es necesario entender
que, por aquellos tiempos, la transmudación de las ideas, de Europa al Río de la Plata, no fue sincrónica, sino necesariamente,
diacrónica, ya que los tiempos de la comunicación de las ideas filosóficas y científicas fueron distintos. Tengamos presente que el
movimiento del Iluminismo, gestado por Denis Diderot, Jean le
Rond D’ Alambert, por la traducción de la Enciclopedia Británica
Chambers, Jean Jacques Rousseau, y otros, prepararon las ideas
libertarias de la Revolución Francesa de 1789 y éstas llegaron a
estos lares cerca del año 1800. En lo que atañe a las ciencias
del espíritu y subsistemas culturales, se hallaban el racionalismo
y el empirismo. El primero tuvo como exponentes a Descartes
y a Leibnitz, y el empirismo se nutre de la corriente inglesa de
Bacon, Locke, Berkeley y Hume. Estos últimos nombres fueron,
con el tiempo los que más se mentaron en estas tierras, y de
manera gradual, sus teorías fueron aplicadas a los alienados y
delincuentes. César Beccaria (1738-1794) aporta el concepto de
que cada delito debía tener una pena en su medida, aplicando la
norma punitiva de manera proporcional y racional al ilícito. Esto
figura en su libro De los delitos y de las penas [Dei delitti y delle
pene] en 1764, en gran parte, para salvaguardar los derechos
humanos y evitar los excesos cometidos con la pena capital, la
tortura y el suplicio. Comenzó a regir desde el antiguo Derecho
Romano el famoso paradigma: No existe delito, sin ley previa:
Nulla poena sine praevia lege. Esta frase será tomada por Paul
Johann Anselm von Feuerbach y aplicada en el Código Penal de
Baviera de 1813; estos son los prolegómenos de la incorporación
de la inimputabilidad como sustancia jurídica. El Código Penal
Francés del Antiguo Régimen [Ancien Régime] proclamaba que
la demencia es una causa que hace cesar el delito, y que no
debe haber pena para furiosos y dementes [ordonnence criminelle 1670]. En el sentido neoclásico, hubo movimientos científicos
importantes que tomaron vigencia sobre el aspecto de la locura
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
37
en el Río de la Plata. Las ideas y doctrinas de la Ilustración, del
Iluminismo y del Enciclopedismo cuajaron paulatinamente por la
acción del sacerdote Juan Baltazar Maciel [1727-1788] que las
divulgó como ideas de avanzada durante la época colonial. De
manera simultánea, a fines del siglo XVIII y principio del XIX,
ocurrieron dos hechos significativos: uno fue la reconquista española en 1777 de la Colonia del Sacramento (Banda Oriental),
ocupada por los portugueses desde 1680. El otro fue el de las
Invasiones Inglesas en 1806-1807, que generaron embrionariamente la idea conceptual de Patria. El mérito de Maciel no sólo
fue la propagación del neoclasicismo, sino también, la revolución
que produjo en el campo poético, pues según el Académico Dr.
Pedro Barcia, se inauguró el estilo gauchesco en la literatura local, en el cual se inspirarán luego Bartolomé Hidalgo y José Hernández, el autor de nuestro Martín Fierro. Con las reformas del
Código Penal, no ocurrió lo mismo pues hay una llamativa ausencia, como veremos, del concepto de inimputabilidad en pleno
período libertario de la Revolución Francesa. En el lapso que va
desde 1670 hasta 1797, se genera en Francia el artículo 64 del
Código Penal francés -hoy artículo 122-1 del mismo código (I
livr-titre II-Chap. II). La norma fue reconocida como el histórico
antecedente, de nuestro art. 34 del Código Penal, utilizado como
eximente de pena e inimputabilidad para los que padecían alteraciones mentales. Pero existe un hiato curioso, en plena vigencia de la Revolución Francesa, con todos los ideales libertarios
en vigencia: no se ratificó la reforma de la inimputabilidad hecha
por al Antiguo Régimen, respecto a la ausencia de pena para los
enfermos mentales, según el estudio realizado por Mangin-Lazarius y Feline. Este concepto de inimputabilidad será retomado
recién en las reformas del hechas en 1810, 1877 y 1992 al Código Penal Francés (Caroline Mangin-azarus, André Féline, 1993)
El Código de 1810 se inspiraba en las ideas de Pinel respecto a
la primera clasificación que hizo de las enfermedades mentales:
los dementes, la manía, la melancolía y la idiocia; pero se tomó
a la demencia como sinónimo de todas las formas de locura a fin
de considerar la inimputabilidad, aunque no se mentó expresamente, el nombre del alienista francés. Este mismo criterio inspiró a Vélez Sarsfield cuando redactó el Código Civil Argentino,
para definir la demencia en sentido jurídico, englobando en este
término a todas las alteraciones psíquicas —incluyendo a las demencias propiamente dichas— que hicieran imposible manejar la
persona y administrar sus bienes (Artículo 141 CC).
La corriente académica médica fue forjada, inicialmente, en el
Promedicato del Río de la Plata y representó una Escuela Universitaria de Medicina en formación. Sería largo extendernos sobre
38
Lucio Enrique Bellomo
la creación de esta institución académica colonial, tan importante para la formación de los primeros médicos rioplatenses, hasta
la integración de la Facultad de Medicina. Sumariamente diremos
que el primer protomédico fue Miguel O’Gorman, que asumió el
17 de agosto de 1780; le siguió Francisco Argerich y luego Cosme Mariano Argerich [1758-1820]. La carrera se desarrollaba en
seis años e incluía las siguientes materias: Anatomía, Química y
Farmacéutica, Materia Médica, Heridas y Tumores, Operaciones
y Partos, y por último, la de Medicina Clínica. El dispositivo científico tenía su sede en algunas de las calles de la Manzana 36,
cuando Buenos Aires contaba con una población cercana a los
24.205 habitantes y en ella, el cincuenta por ciento estaba constituido por indígenas y mestizos (José Babini, 1963). El libro de
los Elementos de Clínica Médica, del sexto año, estaba inspirado
en el escocés William Cullen [1710-1790], quien se hallaba a su
vez imbuido de las ideas del empirismo y sensualismo de John
Locke y Condillac; estos últimos postulaban a la conciencia como
sede de la expresión de los estímulos perceptivos y sensitivos del
mundo exterior (Reale y Anseri, 1992). Asimismo, Cullen había
conceptualizado las disfunciones psíquicas de la práctica médica
con la teoría de las neurosis —término acuñado por él— para denominar las alteraciones psíquicas funcionales que podían afectar al sistema nervioso; además fue un defensor del tratamiento
por el trabajo e introductor del tratamiento open door (Postel
y Quetel, 1967). William Cullen fue traducido al francés por Pinel, y al alemán, por Hahnemann, el fundador de la homeopatía.
El profesor Dr. Abel Agüero, cree que ésta podría haber sido
una de las vías sobre el conocimiento de Pinel en el Río de la
Plata (Abel Agüero, 1986). Más tarde se da a conocer una de
las obras psiquiátricas más prominentes del maestro francés, el
Tratado de la Manía, cuya primera edición fue la de 1801, libro
que luego se llamará Tratado Médico Filosófico sobre la Enfermedad Mental. En 1827, Diego Alcorta (1801-1842) defiende su
tesis doctoral Disertación sobre la Manía Aguda, que marcó un
hito importante en la cultura y en la enseñanza de la psiquiatría
y de la filosofía. Alcorta fue condiscípulo de Manuel Belgrano
y de Martín García [1801-1873]. Por medio de dicho estudio se
conocen muchas de las ideas de Phillippe Pinel y de William Cullen. Alcorta se extiende sobre el tratamiento de la manía en su
período agudo y crónico, buscando para la cura del paciente la
ayuda de la naturaleza, al igual que Hipócrates, así como del tratamiento moral, en especial, subrayando la investigación de las
pasiones, los celos, la envidia, los recursos que posee el enfermo
y su sensibilidad individual en cada caso en especial (Tesis…, op.
cit., pp. 19). También remarca el uso de las habilidades físicas,
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
39
del ejercicio del cuerpo y de los movimientos corporales. Refiere
que en Inglaterra, se comenzó a tratar la manía con el empirismo, y cita al Dr. Perfect —como lo hace Pinel—como conocedor
exhaustivo de estos tópicos, poniendo de relieve el tratamiento
suave y tranquilizador, desestimando el uso indebido de los métodos violentos conocidos. En ese punto, debemos recordar que
Cullen había adherido en un comienzo a Booerhave en la “cura
por el miedo” (ver supra) pero luego rectificó sus ideas. El transfondo psicológico y filosófico del trabajo de Alcorta es lockeano e
influido por Cabanis, pues abunda en la importancia que poseen
las buenas impresiones sobre el psiquismo infantil, las cuales si
ha sido bien digeridas por el sistema nervioso son utilísimas para
el futuro desenvolvimiento de la persona (sic). Como veremos,
tales ideas estaban latentes en la época, respecto de la relación
entre percepción, secreción y pensamiento. En Europa, figuraba
la materia Ideología, que versaba sobre el mundo de las ideas,
la percepción, la razón. Su inspirador fue Antoine Louis Claude
Destutt de Tracy [1754-1836]. Este autor trataba de investigar y
estudiar la relación existente entre las sensaciones y el mundo
de las ideas. En ese influjo ideológico, se introdujo luego Pierre
Cabanis [1757-1808] conectando las sensaciones, las percepciones y el pensamiento con la fisiología cerebral. El modelo teórico
que planteaban estaba muy vinculado a la corriente frenológica
posterior de Franz Joseph Gall [1758-1858], la que sostenía que
la mayoría de las conductas estaban predeterminadas en las distintas áreas del sistema nerviosos superior. Cabanis expresaba
que el razonamiento y las ideas eran productos de la secreción
del cerebro…, pues así como el hígado y el estómago secretan
bilis y jugo gástrico (…) el cerebro en cierto modo digiere las impresiones (perceptivas) y produce rápidamente la secreción del
pensamiento. Un tema tan complejo le sirvió a Napoleón I para
desacreditar a los filósofos en cuestión, tratándolos de charlatanes y doctrinarios, por cuya causa sufrieron una importante
persecución ideológica (Reale y Anteri, 1992, op. cit. Tomo III.
1992:235-239). En el Río de la Plata, al quedar vacante la cátedra de Ideología, homónima a la europea, Diego Alcorta ocupó
su lugar como profesor titular; singular cuestión —según refiere
el Dr. Alfredo Buzzi— de que un médico se haya hecho cargo de
una cátedra de Filosofía en aquella época (Buzzi, 2002).
Otros son muy críticos con Diego Alcorta, refiriendo que, en
rigor, no hay originalidad en la tesis doctoral sobre la “Manía
Aguda” ya que no existe tal entidad psiquiátrica; también le adjudica a éste, que su trayectoria fue funcional a Rosas (Mahieu,
2005). Respecto a lo primero recodemos que al médico irlandés
Juan Ouglan, expatriado por sus desatinos, se le diagnosticó una
40
Lucio Enrique Bellomo
manía aguda, concepto que se hallaba latente en el ámbito científico. Respecto a Rosas, Alcorta sufrió en silencio los últimos
días de su vida, debido a la fuerte soledad que le impuso el régimen.
Al postulado, esencialmente organicista, más entrado el siglo
XIX adhirieron muchos otros investigadores, como algunos discípulos de Ingenieros y Horacio Piñero en la cátedra de Psicología Experimental de la Facultad de Filosofía y Letras: Enrique
Mouchet [1886-1977] -Tonine-Ameghino-Belbey-Sierra- Neumier
entre otros (Mouchet–Tonine-Ameghino-Belbey-Sierra- Neumier,
1930, y en Enrique Mouchet en Introducción a la Fisiología del
Espíritu, o sea a la Naturaleza del Alma- Facultad de Medicina
150 pp.,s.f.).
Según Norberto Aldo Conti, una buena parte de esta corriente
conceptual académica se gestó con Cosme Argerich a través de
la enseñanza del sensacionalismo de Cabanis y de Juan Crisóstomo de Lafinur. Este último dictaba el Curso de Ideología en el
Colegio de la Unión del Sur, en 1819, y lo continuó el sacerdote
Juan Manuel Fernández de Agüero (Conti, A. N., 1997]. Como se
advierte, las teorías de orden mecanicista y organicista, para la
explicación de la locura, estaban a la vanguardia. Cuando renuncia Agüero, toma la cátedra de Ideología el Dr. Diego Alcorta.
Pero la adhesión a un sistema orgánico tan determinista no podía ser sustentada por muchos de los autores de avanzada. El
propio Alejandro Korn [1860-1936] en su tesis doctoral, Locura y
Crimen, escrita a los 29 años (1889) cuando era practicante de la
Penitenciaría Nacional, adhiere en un todo a las teorías fisiológicas para explicar la naturaleza de los fenómenos psíquicos. Para
Korn, los hechos psicológicos no pueden ser abordados sin un
criterio fisiológico. La herencia y el factor orgánico del sistema
nervioso son los fundamentos de la conducta criminal, casi hasta
una fatalidad fisiológica en muchos casos (Tesis…, op. cit., pp.
21) como es el caso de la gota, o de la epilepsia [...] la primera en
dar herencia asmática [...] y la segunda por engendrar imbéciles
[Tesis…, pp. 13-14]. Cita, entonces, la importancia de la educación y de la rehabilitación para el enfermo, circunstancias por
las cuales se puede atenuar la desgracia. Le asombra el caso del
uxoricida de Azul –Francisco C.- expuesto por Julián Fernández,
que por celos obró durante el ilícito como consecuencia de procesos mentales que se hallaban dentro de los límites fisiológicos
normales [Tesis..., pp. 30]. Korn considera que el discernimiento
es la capacidad de apreciar un acto y sus consecuencias en relación a los principios morales y jurídicos: la capacidad de obrar a
los principios reconocidos como justos, pero el primer supuesto
no presupone la segunda premisa (sic). Insiste en que en la Ar-
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EN LA
ARGENTINA
41
gentina existe una primacía de la predisposición criminal, sobre
otros países por la falta de educación (!)… En la penitenciaría
existen quince locos en una población de 850 criminales…. ¡es
muchísimo!... pues en Capital hay –según Gache- un enfermo
mental grave por cada 564.5 habitantes; mientras que en Francia, asciende a uno en 1000, y en Bélgica, a uno en 1014 (pp. 2930-31 de la Tesis). Sin embargo, Korn se hallaba mal dispuesto
–según estimo- dentro de la ideología determinista positivista.
En una buena parte de su obra, declara su anhelo por superar
el destino exclusivo de las leyes físico-químicas del organismo,
ya que el hombre está destinado a vencerlo dada su libertad
moral, encauzando su ascenso hacia los perennes valores propios desde esta libertad, una libertad creadora que lo eleva y lo
exalta. Locata trae a relación un párrafo extraído de sus obras
completas, que difiere absolutamente con el modelo organicista,
expresando: … he aquí que vuelven ahora a postularse ideales,
queremos ser dueños de nuestros destinos, superar el determinismo mecánico de las leyes físicas, el automatismo inconsciente
de los instintos, conquistar nuestra libertad moral y encaminar el
gran proceso de ascensión creciente hacia los eternos arquetipos (Obras Completas: 655) - Francisco Locata, “El pensamiento argentino ante la condición humana” http://www.ensayistas.
org/critica/generales/C-H/argentina/leocata.htm#_ftn11).
Algo similar le pasaba, a mi criterio, a José Ingenieros, que se
vio acosado por el determinismo biológico del cual no se podía
deshacer a pesar de sus esfuerzos; recordemos que Ingenieros
ejercía la práctica antropométrica de Bertellon y Topinar, siendo
un afamado psiquiatra forense, en la Penitenciaría Nacional, que
funcionó del 28 de mayo de 1877 hasta febrero de 1962. Cuando en el año 10, Eugenio Ferri —claro exponente del positivismo— pasó por Buenos Aires, fue altamente encomiado por los
círculos médico-psiquiátricos y forenses, entre ellos, Ingenieros;
sólo Juan B. Justo se proclamó en contra de sus ideas. Ingenieros se hallaba en el Partido Socialista desde 1889 y comenzó a
alejarse de la militancia hacia 1902 (Lina Caimari, op. cit., pp.
94, 97,102).
Está claro que él no podía estar en el Instituto de Observación
de Alienados, junto a Francisco de Veyga, y ser, al mismo tiempo, un ácrata, ello no cabía en su naturaleza. Caimari atribuye la
ruptura de Ingenieros con el socialismo a su condición de italiano
y al poder contrastante con las ideas del momento. Sin embargo, Ingenieros aprobaba, con fervor, el criterio de la rehabilitación del psicótico y de los delincuentes por medio del trabajo, y
apoyaba el proyecto de Ley del Trabajo de Joaquín V. González,
al que denominaba el verdadero código obrero. Dicha propues-
42
Lucio Enrique Bellomo
ta ingresó al Congreso, como proyecto de ley, el 5 de mayo de
1904, con el esfuerzo denodado del gran jurista, aunque para
nuestra vergüenza, jamás fue tratado; posteriormente, el proyecto de ley laboral fue reflotado por el socialismo de vanguardia
para la legislación del Derecho del Trabajo.
El gran criminólogo Ingenieros se opuso parcialmente (dada
la época) a la Escuela del Derecho Positivo de Lombroso, Ferri y
Garófalo, mediante la concepción de la psicología criminal. Para
él, existía algo más fuerte que la constitución somática, que las
llamaba anomalías individuales, congénitas o adquiridas, extrañas a las reglas regulares de cada tiempo, modo y lugar. Existe
un tipo de delito —dice— que se escapa, muy frecuentemente, al
articulado del Código Penal, que lo llama delincuente natural. El
moralista laico que había en él —autor de El Hombre Mediocre,
Las Fuerzas Morales y Hacia una Moral sin Dogmas— consideraba
que existía una “deontología moral” que daba lugar a un tipo de
delincuente, que ni el derecho penal lo podía alcanzar. Hay una
definición natural del delito que, según refiere, es una transgresión de las limitaciones impuestas por la sociedad al individuo en
la lucha por la existencia, lesiona —directa o indirectamente— el
derecho ajeno a la vida cuyas condiciones son establecidas por
la ética social y tienden a fijarse en fórmulas jurídicas variables
según las circunstancias de tiempo, modo y lugar. Extractado,
prosigue: Cada cual es bueno o malo según lo que recibió en
herencia al nacer, además de lo que adquiere desde el medio
que gravita en la personalidad a partir del nacimiento. Pero hay
transgresiones que no tienen ley que las reprima, son naturales
(subrayado mío) y provienen de la falta de ética; son antiéticas,
pero son lícitas jurídicamente. Habría que señalar aquí algunos
párrafos dignos de su talento, hoy meridianamente vigentes: …
tales personajes –refiere- se hallan inclinados a la hipocresía (…)
a las infamias subrepticias, audaces, cobardes, para macular la
hombría de bien de las personas (…) son malidicientes (sic) que
están seguros de su impunidad, insinúa pero no afirma, inyecta
gotas de sospecha hasta que por toda la boca, hecha una pústula (…) en vez de lengua, sale un estilete… A dichos ilícitos se
refiere muchas veces, expresando que éstos son más peligrosos,
aun, que los propios homicidas y perversos, pues son capaces de
destruir los metales más nobles como hacen las moléculas pequeñas que los carcomen… (Juan Silva Riestra, 1949). Pregunto:
¿quién no conoce a un delincuente natural hoy día, tal como están expuestos dichos enunciados?
La crítica marxista sobre la rehabilitación laboral hizo hincapié en el abuso de la coerción forzosa, pues —consideraba— era
esclavizante y dominadora de los sujetos sometidos al trabajo
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
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inducido, aunque la aplicó con fruición en los campos de concentración estalinistas; de la misma manera, los nazis la usaron para
dominar las voluntades rebeldes de los que se oponían al régimen. Tuvo que pasar mucho tiempo para que las ideas de tolerancia pudieran cuajar y se potabilizaran en la disuasión respecto
al trabajo, y que éste fuera considerado como un buen método
para la rehabilitación psiquiátrica. Todavía así, fue denostado
últimamente como una metodología inútil, como veremos.
La excepción, respecto de la relación de los procesos fisiológicos con los psicológicos, recién apareció en el siglo XX, con el
Dr. Enrique Krapf [1901-1963]. Este estudioso alemán, nacionalizado argentino, tuvo un papel trascendente para la introducción de la psicología en el campo psiquiátrico. Fue llevado por
el entusiasmo de compatibilizar sus ideas de formación neuropsiquiátricas y neurológicas con el psicoanálisis en la Argentina.
Dicho autor será estudiado, en profundidad, en el punto en que
tratamos sobre la influencia del psicoanálisis en la Argentina,
y en lo que se refiere a la formación de la Liga Argentina de
Higiene Mental.
Pero debemos decir, con justicia, que la investigación anatomopatológica del sistema nervioso central tuvo una gravitación especial en nuestro país con la fundación del Laboratorio
de Anatomía Patológica, realizada por Cabred en el Hospicio de
la Merced y en el Hospital de Mujeres. Las figuras de Jakob y
Moyano, iniciadores de tal corriente, cobran, por ello, una dimensión inusitada, pues significó que la Argentina estuviera en
los primeros escalones científicos desde 1890 hasta 1956-1959,
fecha de la muerte de ambos pioneros. Ellos no sólo dieron el
fruto de sus trabajos científicos, sino que además, aunaron los
dos grandes hospitales en objetivos comunes, mancomunados
en una tarea similar. La creación de dicho laboratorio obtuvo el
reconocimiento de los principales científicos neuropatólogos y
psiquiatras de la época, como pasó con el Prof. Christofredo Jakob
[1866-1956]. Recordemos que éste era discípulo del famoso von
Strümpell, en la Universidad de Erlangen. Primero fue contratado en la Argentina por el Ministerio de Relaciones Exteriores de
Alemania, como ya lo adelanté; aquí se desempeñó como científico multidisciplinario desde 1910, y estuvo a cargo del Laboratorio
de la cátedra de Psiquiatría de los Dres. Ramos Mejía y Domingo
Cabred en el Hospicio de las Mercedes (Hombres) ocupó posteriormente, la dirección científica del flamante Laboratorio del
Hospital Nacional de Alienadas, en 1912, hasta 1946. Una parte del laboratorio es, en la actualidad, un Museo de Anatomía
Patológica y de Biología Natural. Jakob, aparte de sus famosos
cortes del cerebro, aporta descubrimientos recientes, como la
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Lucio Enrique Bellomo
tinción del SNC por el método de la mielina. Fue, asimismo, el
creador de toda una cosmovisión abarcativa del sistema nervioso central, cuyo uso fue generalizado desde 1885. Se desempeñó, también, como profesor en la Facultad de Filosofía y Letras
en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en la Universidad de
La Plata, fue profesor de Neuropatología y Biología del SNC. En
este último lugar enseñó su teoría de la filogenia y ontogenia,
perfeccionando su famosa Folia Neurobiológica Argentina con el
Atlas del Sistema Nervioso Normal y Patológico, en cuatro volúmenes y cuatro tomos de texto, editados entre 1939 y 1945,
amén de más de veinte trabajos de excelencia. En 1942, le fue
asignado el galardón de la ciencia: Premio Eduardo Holmberg,
efectivizado en 1944. Esto sucedió en la Academia Nacional de
Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, con las palabras iniciales del entonces director de dicha alta casa de estudios, el Dr.
Enrique Herrero Ducloux (Ducloux, 1978). La obra de Jakob es
inmensa, en calidad y extensión, por lo que dedicaremos una
mención especial a ella en un próximo texto, pues tiene una
vigencia actual extraordinaria. Para una mayor profundización
del estudio de la vida y obra del autor, invito al lector a leer los
trabajos del Prof. Diego Outes, el Prof. Jacinto Orlando y del Dr.
Arístides Cappizzano (A. Capizzano, 2006; Diego Outes, 1976;
Jacinto Orlando, 1964). Braulio Moyano fue su primer discípulo argentino [1906-1959] continuándolo con trabajos científicos
de fuste, como la concepción neuropatológica de las demencias senil y presenil (1933), la epilepsia genuina, la patogenia
del Signo de Argyll Robertson en la Parálisis General (1935)
y la Anatomía Patológica de las Enfermedades Mentales que
ilustró la Psiquiatría de Mira y López, trabajo que fue premiado por la Comisión Nacional de Cultura, para el trienio 19421944. Salomón Chichilnisky, hombre de bien, que fue Secretario
General de Asistencia de los Alienados y de Higiene Mental de
la Nación, también colaboró mucho con el hospital, y conoció a
Moyano en extremo, siendo un entrañable amigo [http://www.
doaj.org/doaj?func=abstract&id=199085].
Moyano, Carrillo y Chichilnisky supieron de la soledad a la
hora de morir sin el reconocimiento inmediato de sus conciudadanos. Podrán disfrutar de una justa reseña respecto de quién
fue Moyano los lectores on line en una excelente conferencia
realizada por el Prof. Diego Outes, que la escuché con deleite en
el anfiteatro de viejo laboratorio, en el invierno de1983 [http://
www.moyano.org.ar/Braulio%20A.%20Moyano.html].
Los sucesores contemporáneos de C. Jakob han sido el eminente Prof. Dr. Diego Outes [1919-2007], el eximio Prof. Dr. Ja-
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
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cinto Orlando (1921-2001), en el Hospital Borda y el eximio investigador Dr. Juan Carlos Goldar, en el Hospital Moyano.
Es una verdadera pena que una parte importante del actual
laboratorio donde trabajó Jakob, sede mundial de la histoneuropatología, en el cual se formaron argentinos de valía y fueron
recibidos profesores e invitados extranjeros, se encuentre en
las actuales condiciones. Al decir de Schávelzon, se formó un
estrato arqueológico, de mugre y de pasta consolidada en el
piso, al taparse con los años los desagües —que no se quitaron
ni limpiaron— formando una capa de tierra, con basura, madera
podrida, envases farmacéuticos, frascos cuadrados de vidrios,
hierros oxidados, etc., etc., que aún puede observarse (Schávelzon, Daniel, 2008). Una visión semejante, pero más detractora,
acompañada de la leyenda de un discurso que se toma como veraz, es la de Maronese, la cual se acompaña con la aseveración
de la existencia de túneles en el Hospital Moyano; sin embargo, no existe versión cierta sobre la existencia de los mismos.
Dicho Museo, naturalmente histórico, debería estar equipado y
nomenclado, pues tiene un enorme valor por su construcción y
por quienes pasaron por allí, y muestra, con holgura, la dimensión en que se hallaba la psiquiatría argentina en el siglo XIX y
principios del siglo XX.
Respecto a la rehabilitación psiquiátrica, no cabe duda alguna
de que el conocimiento de la obra de Pinel fue lo que más ayudó
desde el punto de vista académico; aspecto que pasaremos a
estudiar luego que efectuemos una necesaria digresión respecto a la relación entre la criminología y la psiquiatría, paréntesis
necesario a esta altura del texto. Como adelanto a la terapia por
el trabajo que estudiaremos al tratar los Talleres Protegidos en
la Argentina, mencionaremos que Rodiet, en 1924, venía investigando seriamente la aplicación de diferentes modelos laborales
para la terapéutica de distintas patologías mentales, verbigracia, delirios, retrasos mentales, esquizofrenia, epilepsia, manía
y melancolía (Rodiet,1924)
Criminología y Psiquiatría, antinomia o complementariedad
Desde 1532 [siglo XVI] Carlos V instituye la Constitutio Criminalis Carolina u Ordenanza de la Justicia Penal, que sustentó
el Derecho Penal Alemán común. Dicho cuerpo legal prevenía
que si un sujeto —con signos observables de enfermedad mental— era considerado potencialmente peligroso después de cometer un primer crimen y ante la probabilidad de la comisión de
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Lucio Enrique Bellomo
un segundo crimen, el juez podía ordenar su detención y privarlo
de la libertad (Senniger, 2003). Este dictamen fue el motivo más
elocuente para ser considerado como el antecesor de la Ley de
Internación para enfermos mentales, en prevención de la peligrosidad del delincuente, o de su temibilidad, término usado
por Rafael Garófalo [1851-1934]. La peligrosidad de los alienados delincuentes constituyó —y continúa siendo— un problema
médico y jurídico, importante. En la Argentina, el concepto de
peligrosidad estaba inmerso en el proyecto del Código Penal de
1822, que resumía los códices de España desde 1810, unificando las leyes represivas que venían de la Colonia, Las Leyes
de Indias, Las Partidas, el Fuero Juzgo, las Leyes del Toro y la
Novísima Recopilación, que reflejaban al Derecho canónigo y romano. De hecho, el proyecto de Carlos Tejedor (1866-1868), en
pleno inicio de la formación de los hospicios, contiene los enunciados de inimputabilidad. Para el concepto de insania, Tejedor
da una definición incompleta, pero jurídicamente viable para la
época: La locura se distingue por una debilidad de las operaciones del entendimiento, de los actos, de la voluntad, acompañada
de pérdida de la memoria. También discurre sobre la debilidad
mental, la idiocia y los intervalos lúcidos (Carlos Tejedor, 1871).
En 1863, se había creado la Corte Suprema de Justicia, y el
proyecto Tejedor no rigió como Código Penal; sin embargo, tuvo
aceptación en ocho provincias de la Argentina como Código de
fondo. En 1881, se redactó otro proyecto, que comenzó a tener
vigencia el 1 de febrero de 1887, pero éste no incluía aún la totalidad de la legislación penal. Recién después de la reforma de
1906, fue redactado el Código por el diputado Rodolfo Moreno
(h) quien dio impulso a un proyecto que finalmente se sanciona como Ley 11.179 en 1921; acá se menciona las circunstancias agravantes y los atenuantes de la pena. Existieron reformas
posteriores a 1921 en materia penal sobre el estado peligroso
en 1924, 1926,1928, 1932, 1933, y del Coll-Gómez (1936), de
orientación, para algunos, de tono francamente determinista y
positivista. Para otros, no lo fue tanto, como enuncia Osvaldo
Tieghi, quien manifiesta que en la Argentina, las reformas al
Código Penal, de 1921/22, no se sujetaron de manera inflexible
a las pautas de una u otra teorías —la clásica y la positiva— imperantes en la época (Osvaldo Tieghi, 2004). En 1941, de Peco
también realizó algunas reformas, igualmente acompañadas de
una importante exposición de motivos. Así las cosas, en 1889,
se comenzó a construir el Palacio de Tribunales. En 1904, se erigió la piedra fundamental y se inauguró en 1910. Finalmente, la
habilitación definitiva ocurrió en 1942, treinta y dos años más
tarde (!). Dicho edificio fue construido por el Arq. francés Nor-
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
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bert Maillard, que residió en la Argentina entre 1888 y 1908, que
edificó también, el Colegio Nacional de Buenos Aires y el Correo
Postal. El 3 de junio de 1896, se promulga la Ley 3365, que crea
el Cuerpo Médico Forense, institución que actualmente depende
de la Corte Suprema de la Nación. Los médicos, desde entonces
hasta 1993, trataron todos los tópicos en materia de Medicina
Legal, fecha en que recién se especializaron las diferentes ramas de la medicina legal junto a otros dispositivos, como: el
Primer Centro Argentino de Inmunogenética (PRICA), el Servicio de Huellas Dactilares Genéticos (Maccagno y Poggi,1993), el
servicio psiquiátrico y cerca de 1992, se constituyó definitivamente el Servicio de Psicología Forense por concurso, llamado
antes Gabinete de Psicometría (1965-1968). Dicho servicio fue
integrado por licenciadas forenses; estuvieron muchos años en
esta labor: María Amalia Scaglia de Cejas, Norma Miotto, María
Cristina Gravenhorst, María Catelli Perkins, y María Elena Chicato, como peritos psicólogas oficiales; actualmente por una Acordada de la Corte, en 2009, la sede se denominó Departamento
de Psicología, a cargo de una licenciada coordinadora.
En sus inicios, el tema de la peligrosidad perteneció, únicamente, al ámbito jurídico, pero luego fue trasladado al campo
medicolegal, con visos y características muy peculiares.
Ya en tiempos de la Colonia, hasta 1818, ocurrieron hechos
que preocuparon tanto a los médicos como a la población: varios
eventos medicolegales ya los habían puesto en estado de alerta.
En 1822, trajo bastante revuelo un intento de suicidio protagonizado por la actriz Trinidad Guevara (Alberto Guerrino, 1971).
El otro fue el caso de Sor Vicenta, monja del Convento de Santa Catarina, que padecía de raptus convulsivos, diagnosticados
como histeria, epilepsia o ambas enfermedades. Esta situación
provocó una conmoción bastante fuerte en 1822, que Ingenieros
atribuye, como otros tantos psiquiatras de la época, a causas
de orden moral o psicológicas originadas por el encierro de los
monasterios en donde vivían las religiosas. Luego de una pericia
extensa, en la cual intervinieron tres médicos, la religiosa fue
devuelta externada a su madre Ana María Perdriel, terminando
el problema (Ingenieros, 1919). El otro caso que nos refiere
Lardies sucedió en 1824, protagonizado por el médico irlandés
Juan Oughan, un sujeto diagnosticado como manía aguda con
intervalos lúcidos, por una junta médica de prestigio. Se adoptaron los tratamientos dulces y suaves, como los preconizados
por Diego Alcorta, pero el paciente recayó en su enfermedad y
les propinó garrotazos a sus compatriotas cuando egresó del
tratamiento. Le practicaron otra pericia y se le halló una enfer-
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Lucio Enrique Bellomo
medad mental de carácter crónico; terminó repatriado el 6 de
noviembre de 1876 (Ibarra, Florencia, 2007). Otro renombrado
caso fue el del Dr. Adeodato Olivera, en 1818; éste había sido
uno de los cuatro primeros alumnos médicos de O’Gorman en el
protomedicato. Cuando Balcarce pide médicos para la campaña,
el galeno enloquece; concluyó vagando por la Gran Aldea durante diez años, bajo el apodo del loco “Si-Si”, “Serafín Gaviota”,
“Don Eusebio” o “Mancusa”. Según refiere el mismo autor, las
opiniones del Dr. Mallo y el Dr. Eliseo Cantón coincidían en que
Olivera estaba trastornado. Sólo Francisco Muñiz sostenía que el
enfermo expresaba su patriotismo, y que ya estaba restablecido
(sic), a cuento de salvar su prestigio [op. cit., pp. 72]. Nadie se
apiadó de él. Éste fue el punto al que arribó la sociedad de la
época, respecto al enfermo mental, y a él nos podríamos remitir
si quisiéramos obtener una demostración fiel de la respuesta
social al insano.
De todas formas, se trataba de tener que aplicar la inimputabilidad, la ausencia de pena y la consideración máxima a la persona involucrada. En el caso de sor Vicenta, hubo consenso por
parte de todos: debía volver con su madre y dejar el convento.
En el caso del Dr. Ouglan, se llegó a dudar —según se dice— de
la objetividad e imparcialidad de la pericia. Olivera fue decididamente abandonado y marginado.
En la Argentina se ponderó, desde luego, la figura de la inimputabilidad, asociada a la peligrosidad, a través del famoso art.
34, inc. 1, in fine, del Código Penal Argentino, por el cual, un
sujeto que haya cometido un delito con sus facultades mentales morbosamente alteradas, en casos de insuficiencia de las
mismas, o de inconsciencia patológica, es inimputable, es decir,
goza de la nulidad de la pena o de sanción jurídica, a causa de no
haber podido comprender la criminalidad de sus actos, ni dirigir
sus acciones en el momento del ilícito... y agrega: En caso de
enajenación, el tribunal podrá ordenar la reclusión del agente en
un manicomio, del que no saldrá sino por resolución judicial, con
audiencia del ministerio público y previo dictamen de peritos que
declaren desaparecido el peligro de que el enfermo se dañe a sí
mismo o a los demás. En los demás casos en que se absolviere
a un procesado por las causales del presente inciso, el tribunal
ordenara la reclusión del mismo en un establecimiento adecuado
hasta que se comprobase la desaparición de las condiciones que
le hicieren peligroso.
Esto dio pábulo a que se cumpliera el artículo, y se establecieran medidas de seguridad pertinentes para el causante, y que
quedara sometido a un tratamiento de la dolencia portante en
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
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un establecimiento psiquiátrico, hasta el momento preciso del
cese de su enfermedad y de su peligrosidad. A la escuela positiva medicolegal, le resultaba sencillo adherirse a los estigmas
físicos y psíquicos que se hallaban en el sujeto, y cerrar, así, el
capítulo de un problema complejo para la psiquiatría, que era el
determinar el egreso o la permanencia en un hospital psiquiátrico de la persona que delinquió. Esta realidad encubría una
velada sentencia, delegada en su primera fase a los médicos,
pues en una segunda instancia sólo el Juez otorgaba la salida, la
permanencia del enfermo, o el resto de conductas aconsejadas,
según la pericia médica.
En la misma escuela, especialmente en la de Lombroso, se
incluía la teoría de la degeneración atávica, la epilepsia y la amoralidad, para explicar la locura y el crimen. Charles Féré, en
Francia, siguió la doctrina positiva; el mismo autor que quedó
deslumbrado cuando visitó la Aldea de Gheel, en Bélgica al ver
la inmensa solidaridad que la sociedad guardaba respecto de los
enfermos; aspecto que se hallaba en las antípodas del determinismo positivista y de la degeneración atávica.
No obstante, a fin de historiar el aspecto que nos ocupa, el de
la rehabilitación, observamos que ocurrieron eventos importantes que valen la pena destacar. En 1896, se brinda un hito fundamental para la historia de la psiquiatría argentina; lo representa
la declaración que exponía que, los delincuentes y criminales
sean tratados en establecimientos especializados dentro de los
hospitales psiquiátricos. Esto sucedió en el IV Congreso Internacional de Antropología Criminal celebrado en Ginebra en el
cual se divulgan las teorías de César Lombroso [1835-1909]; de
Rafael Garófalo [1851-1934] y de Enrique Ferri [1856-1929]. La
escuela positiva italiana que encarnan estos autores sugiere que,
ambos tipos representan patologías mentales equivalentes. Este
paradigma fue argumentado por Lombroso en su ópera magna,
el Hombre Delincuente en 1864. El delincuente nace —dice Lombroso— con un atavismo ancestral que inevitablemente lo lleva
al crimen; dicho atavismo se asocia a una morfología psicofísica
hereditaria particular, morfológicamente detectable, anexada a
la epilepsia y a la locura moral. Ello conllevó a un debate profundo entre médicos y juristas, en el cual triunfó la posición de
los juristas, separando el alienado común del delincuente, excluyendo el determinismo inexorable que Lombroso les adjudicaba
a los criminales de ser todos enfermos mentales, sin excepción.
La escuela positiva fue seguida en la Argentina, sin el sino o carácter fatalista lombrosiano, pero fueron los juristas que impusieron la noción de inimputabilidad para los alienados ligada a la
peligrosidad. Los que delinquen —tal como postulaba el criterio
50
Lucio Enrique Bellomo
clásico— y se hallan bajo un estado de excepción son inimputables, pero se impone la necesidad de un tratamiento para su
dolencia en un instituto psiquiátrico especial hasta el cese de
la enfermedad, que los convirtió en peligrosos. Pero, perimida
la doctrina determinista y sin un esquema teorético en donde
apoyarse como el positivista —¡he aquí el problema!— ¿quién
determinaba la peligrosidad, o el cese de la misma?...
La medida, de hecho, trajo como consecuencia inmediata,
más enfermos internados, esta vez adjetivados como peligrosos, que acarreaba la creación de más servicios ad hoc, como lo
fueron la transformación del Pabellón Lucio Meléndez del Hospital Borda —bajo la dirección del Prof. Dr. Horacio San Martín
con quien cursé psiquiatría forense— en la hoy llamada Unidad
20 del SPF; y el homólogo de mujeres en el Pabellón Esteves
Balado, que pasó a ser la actual Unidad N.º 27 del SPF dentro
del Hospital Moyano. Ambos pabellones fueron destinados para
inimputables e insanos peligrosos. Actualmente, estas cárceles
intrahospitalarias, que se intentó, en vano, sacar muchas veces
de los hospitales psiquiátricos, tienen como vemos, una enorme
tradición histórica; hoy día, albergan a los declarados inimputables con peligrosidad latente o potencial. Están exentos de condena por hallarse dentro de los eximentes de pena previstos en
el art. 34, inc.1, del Código Penal; sentencia que realiza el Juez
de Instrucción, y, posteriormente se ratifica o rectifica, según el
caso en cuestión. Pero, una vez dictada la sentencia de inimputabilidad, en lo que incumbe a la peligrosidad del causante, el
encartado queda bajo el régimen del Fuero de Ejecución Penal,
el cual determina el cese o no, de la peligrosidad, la externación,
la continuidad de la internación, y/o el posterior seguimiento
del enfermo en caso de alta. Estas tareas pertenecen al juez del
fuero en cuestión, guiado por la asesoría de los controles clínicos
que realizan los médicos psiquiatras forenses y de parte.
Casi simultáneamente con la teoría de la degeneración, había
llegado a nuestras tierras la lectura de Bénedit A. Morel [18091873], de Jacques J. Valentin Magnan [1835-1916] y de Moreau
de Tours [1844-1908], lo que aparejó su estudio exhaustivo en
el ambiente médico de la época impulsando vigorosamente esa
conjetura científica. Hacia 1857, se incorpora la frenología de
Franz J. Gall [1758-1828], en defensa de la tesis que sostenía que, en el sistema nervioso, se hallaba predeterminada la
conducta humana, antes del nacimiento, acorde con la preeminencia de cada una de las áreas nerviosas perturbadas, que se
hallaren involucradas.
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A este modo de pensar se sumó, de modo singular e inesperado para aquel momento, el método del non restrain y del
hospital open door en las antípodas de ambas suposiciones determinista y localizacionista.
Charles Féré, seguidor de la corriente degenerativa, con Ulises
Trélat (1795-1879), eran médicos de la Infirmerie Spéciale du
Dépôt de la Préfecture Policial de París, institución similar al Centro de Observación de los Alienados que fundó en la Argentina el
Dr. Francisco de Veyga. Fue partidario de la corriente en boga,
pero quedó deslumbrado de la reforma que se podría hacer en
la psiquiatría, cuando presenció la experiencia de Gheel, como
hemos relatado. El determinismo orgánico, aceptaba de buen
grado las experiencias nuevas como las de open door, sin acusar
ni menoscabar a los otros colegas por tener métodos diferentes
para el tratamiento de los enfermos mentales. La teoría de la
degeneración mental se extendía no solamente a los alienados,
sino a los delincuentes, considerados delincuentes natos, según
la escuela positiva; que desvirtuaba todo tipo de libre albedrío.
El Prof. Dr. José Belbey (1894-1960), que fue profesor de la cátedra de Medicina Legal, en un trabajo memorable, textualmente refiere: El libre arbitrio es una ilusión; los hechos psíquicos
están sometidos al principio de causalidad (...) El delincuente es
siempre, psicológicamente, un defectuoso, temporaria o permanentemente, es decir, que las causas psíquicas por las cuales él
delinque, consisten en condiciones irregulares en que se desarrollan sus hechos psíquicos (Belbey, 1947). José María Ramos
Mejía [1842-1914] fue también un partidario de la escuela positiva, a pesar de las críticas que le hacían sus contemporáneos.
En su libro Las Neurosis de los Hombres Célebres, le da a las
neurosis un carácter funcional, diferente a la locura moral endógena, que adjudicaba a Rosas, (personaje principal de ese libro)
para caracterizarlo. A continuación del libro citado, aparece del
mismo autor, La Locura en la Historia en 1933, prologado por
Paul Groussac. Ramos Mejía retoma el concepto que estaba aún
en boga, a pesar de la opinión contraria de su prologuista a la
teoría determinista, tan bien fundamentada como deleitable de
leer. José Ingenieros abrevó el concepto de degeneración moral innata de Ramos Mejía, su Maestro, para incorporarlo en su
ideario unido, en gran parte, a la teoría evolucionista de Darwin,
en su libro La Simulación de la Lucha por la Vida (1903), el cual
posee un tinte evolucionista, pero luego pasa a ser defensor de
la teoría degenerativa (José Ingenieros,1902).
Pronto aparece el Dr. Lucio Meléndez (1844-1901), que no
aceptó del todo la base teórica de la degeneración mórbida, y,
52
Lucio Enrique Bellomo
cuando abandonó dicha teoría, creó su propia clasificación de
alienados. Relativamente poco tiempo antes, se había celebrado
el Congreso de la Sociedad de Medicina Mental en Bélgica (7-91885), cuyos lineamientos estaban destinados a determinar nosográficamente las enfermedades. El proyecto basó su clasificación de los enfermos mentales, con un criterio estadístico, en el
idiotismo, el cretinismo, la sífilis nerviosa, la demencia, la locura
tóxica, la manía, la melancolía y la locura circular. En 1886, se
proponen cinco grupos de enfermedades mentales, cuyos estados principales eran las diferentes formas de monomanía, los delirios, la lipemanía (o delirio parcial), el alcoholismo, las intoxicaciones cerebrales, la oligofrenia y las psicosis mixtas-circulares.
Esta clasificación representaba una ordenación con prospectiva
estadística, como se difundió desde Europa. Al llegar a la cátedra de Psiquiatría, Lucio Meléndez publicó, con Emilio Coni, los
cálculos sobre enfermos mentales en la Argentina, remarcando la saturación de los hospitales psiquiátricos entre 1879 y en
1880. Este trabajo fue presentado en el Congreso Internacional
de Ámsterdam, enfatizando en la necesidad de la humanización
de la práctica, asistencia y protección a los enfermos mentales.
Se ofreció tal humanización, porque Meléndez pensaba que la
génesis de los procesos nerviosos estaban provocados por factores morales; es decir, que pertenecían al orden emocional y psicológico, como los celos, los miedos, el rencor, la envidia, etc.,
dejando un porcentaje del doce por ciento, de carácter hereditario (Stagnaro, 1997). Recuerde el lector que en la era precientífica (siglos XVIII y XIX), la psicología, como disciplina científica,
era denominada ‘medicina moral’ cuyo objeto de estudio eran
las ‘facultades del alma’; y los factores etiológicos se llamaban
morales. Recién en la segunda mitad del siglo XIX y primera del
siglo XX, comienza a aparecer el término psicología de manera
científica para el estudio de las ‘facultades mentales’.
Los autores que defendían el determinismo medicolegal no
se hallaban cómodos con la teoría y la práctica del mismo, pero
la practicaban. De hecho, no se rompía con la concepción de la
clasificación de la escuela antropométrica positiva criminal que
implantó la escuela italiana, en materia medicolegal, y la escuela
frenológica localizacionista.
La teoría de la degeneración, llegada de Francia, poco a poco
fue superada, pero mientras tuvo vigencia, fue caldo de cultivo
para internaciones prolongadas, sin esperanzas de egreso alguno para el enfermo, que esperaba en vano el alta médica. Según
estimo, la teoría de la degeneración determinista-positivista fue
funcional al miedo y al temor a la locura. Incrementó el número de cárceles y de hospicios, para poder observar y estudiar
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a los enfermos peligrosos. Así, fueron internados en estos lugares a delincuentes y locos, por igual, al abrigo de cualquier
contaminación de éstos a la sociedad, aun cuando por otro lado
aceptaban las reformas que se iban produciendo de buen grado, como lo vimos con Féré. Cuando el debido y necesario cese
de la peligrosidad podía arribar, casi nunca llegaba, se frenaba,
pues el concepto de cese del estado peligroso estaba sustentado en el estricto criterio que le otorgaban los psiquiatras. Ello
entrañaba también, un aspecto práctico del problema: la falta
de seguridad científica para determinar la finalización de la peligrosidad. Especialmente, cuando fue caducando la vigencia de la
teoría positiva. No era frecuente firmar un informe acerca de la
interrupción de la peligrosidad de un causante que estuvo, realmente, bajo la influencia de una psicosis más un hecho criminal, por ejemplo, una psicosis esquizofrénica con homicidio. Se
pensaba que reincidiría más en el crimen, que en la curación. En
mi experiencia, he podido comprobar en enfermos esquizofrénicos que habían cometido crímenes aberrantes y muy violentos
—sin rasgos psicopáticos de por medio, hago la aclaración específica—, sino que actuaron bajo órdenes alucinatorias auditivas
bilaterales y antagónicas que, una vez consumado el hecho de
sangre, terminaban por ser apacibles, sumisos, más autistas, y
aceptaban de buen grado una vida futura bajo un estado defectual, con tratamiento continuo y una probable reinserción social. También la determinación de la peligrosidad complicó, aún
más, la rehabilitación del enfermo mental; en consecuencia, se
produjo un mayor hacinamiento en los hospitales que disponían
de salas para albergar este tipo de pacientes llamados “peligrosos”. En la actualidad, todavía subsiste un debate entre juristas
y médicos, en el seno del cual, muchos psiquiatras niegan la
posibilidad médica de determinar, con exactitud, la peligrosidad
potencial, actual o futura, de cualquier persona, y más en un
psicótico, incluso, en estado de franca mejoría. Mientras tanto,
otros juristas y médicos sostienen lo contrario. El tema ha sido
estudiado, con maestría, por Senninger en un trabajo publicado
en 2004 por Elservier France. En este trabajo, el autor sustenta
la tesis de que los juristas les sirvieron en bandeja a los psiquiatras un grave problema, al convertirlos poco menos que en
jueces, en el momento de aconsejar el egreso o la continuidad
de internación en un servicio psiquiátrico a puertas cerradas, por
el cese o no de la peligrosidad. Los psiquiatras, según Senninger,
se han visto tentados de aceptar estas reglas de juego, seducidos por verse convertidos en cuasi magistrados o árbitros de un
problema tan complejo. Sin embargo, en la actualidad, la responsabilidad de los dictámenes médicos sólo es concluyente y
54
Lucio Enrique Bellomo
válida, jurídicamente, cuando el juez pondera la correspondencia del informe con sus sentencias y con su convicción, cosa muy
importante. Vicente Cabello, con quien conversé muchas veces
sobre el tema, antes de que yo fuera forense, hacía hincapié en
que la peligrosidad estaba determinada fundamentalmente por
la personalidad del autor del ilícito, compatible en un todo con
su naturaleza –la antigüa “physis” griega–. Cabe el homenaje al
Maestro por haber dicho esto, previamente de que tuviéramos el
eje II del DSM en psiquiatría y que él considerase la peligrosidad,
con una relación vinculante muy estrecha con la personalidad de
base del enfermo, o con la misma naturaleza psicofísica del mismo. Cabello le agregaba a la naturaleza del sujeto, el concepto
de que se debía conocer muy bien el carácter de la enfermedad,
la gravedad del delito, el momento evolutivo de la alteración,
y los factores mesológicos psicoambientales (Vicente Cabello,
1981). El leitmotiv de su trabajo está sustentado en que no es
la enfermedad lo que hace el sujeto peligroso, sino en conocer
la naturaleza de la persona que la porta, como lo recuerdan muy
bien, en 2010, los Dres. Leonardo Ghioldi y Toro Martínez, en un
enjudioso trabajo.
El tema ha sido motivo de interés en el Congreso de Criminología y Psiquiatría Forense (Buenos Aires. 21-23 septiembre,
2009). En esa ocasión, escuché al Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni,
actual ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación,
que manifestó que hubo un choque traumático entre la psiquiatría y la criminología jurídica. Esta colisión provino —dijo— del
ancestro demonológico que conlleva la locura para la reclusión
manicomial, hipótesis que se anexó a las teorías de Lombroso,
Ferri y Garófalo, en lo que atañe a la Escuela Positiva medicolegal de la Psiquiatría. El Derecho Penal —prosigue— había
rechazado la Escuela Positiva, alcanzando ambas ciencias: la
criminológica y la psiquiátrica, a su exponente máximo. La psiquiatría, llegó con Lombroso, a reclutar antropológicamente los
criminales sin delito, a los débiles mentales, y a los practicantes
de una conducta transgresora, volcándolos a todos en una misma bolsa, para excluirlos definitivamente. Al final, con el fuerte
apoyo de las ideas de Lamarck y Darwin, debían sobrevivir los
más fuertes, y hacer desaparecer a los indeseables y los débiles. Los exponentes hacedores de dicha tesis fueron —según
Zaffaroni— Franz Exner (médico) y Edmund Mezger (jurista),
practicada tanto por los nazis como por los soviéticos. En los
años 70, el discurso criminológico se despegó de la criminología europea inclinándose más a los esquemas norteamericanos
devenidos de la sociología; por los mismos, se pasó el paradig-
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
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ma etiológico de la peligrosidad que buscaba el determinismo,
al de la reacción de la propia sociedad respecto al delincuente
(reacción social). La criminología se radicalizó, porque amplió
en demasía el horizonte de las conductas incorporando en el
sistema a los propios operadores del sistema penal, es decir,
a los magistrados. Como consecuencia, da por tierra las explicaciones de la etiología positivista o neokantiana (sic), denunciando la existencia de otras falsas etiologías que incluyen a los
propios responsables del poder punitivo penal, más claramente, a los jueces. Si bien esta corriente se inclinó a la desmesura, en realidad fue lo mismo de lo acontecido con la psiquiatría,
cuando se enuncia la corriente antipsiquiatría; ambos extremos
se oponen a la concepción determinista, pero se exceden en
sus límites. Hoy día, el discurso criminológico ha quedado en
manos de los sociólogos —según Zaffaroni— desprendiéndose paulatinamente de la psiquiatría forense (Zaffaroni, 2009).
Actualmente, rige el deseo de tener un criterio de despenalización, con la creación de la figura jurídica de imputabilidad
disminuida, que aún no está legislada. El 16 de noviembre del
pasado 2009, se celebró un Intercambio Teórico-Práctico entre
la Psiquiatría, la Criminología y la Jurisdicción Penal, en Buenos Aires, en el Auditorium de la Asociación de Magistrados y
Funcionarios de la Justicia Nacional (Revista Y Considerando.
Año 14. N.º19; pp.12-15), que se reunió especialmente para
tratar el proyecto de revertir el estado actual de la Unidad 20
del SPF del Hospital Borda. Muchos de ellos enfatizaron en la
extrema vulnerabilidad del enfermo mental y del prisionero, y
que se debía considerar el reemplazo de una etiología criminal
por una “etiología de la vulnerabilidad”, redefiniendo la criminología como un saber que permite explicar cómo funcionan
los controles sociales punitivos de nuestro margen periférico,
qué conductas y actitudes promueven y qué efectos provocan
y cómo se los encubre (op. cit., pp.13). Otros, como el Dr. Luis
Fernando Niño, integrante del Panel, objetó la inimputabilidad
disminuida, pues no están reguladas jurídicamente las medidas
de seguridad y por advertir serios riesgos de proyección de un
campo de arbitrariedad sobre la población más vulnerable (op.
cit., pp. 14).
Mi opinión es que los juristas y los médicos deberían reflexionar seriamente sobre quiénes están más expuestos a la
vulnerabilidad que generan los ilícitos: ¿son las personas que
componen la sociedad o el psicótico, o psicópata, delincuente?;
y en caso que sean los últimos, ¿qué modelo de tratamiento
preventivo, rápido, eficaz y posible de efectuar con razonabili-
56
Lucio Enrique Bellomo
dad, es el adecuado? Creo que esas son las preguntas clave que
exigen soluciones y respuestas perentorias.
Han existido avances temerarios. Recientemente en Francia,
se han implementado cárceles sin rejas para ciertos detenidos
calificados por su buena conducta y por no tener ningún antecedente de drogadicción.
Dichos establecimientos carcelarios fueron propuestos por
Paul Roger Gontard, jurista especializado en Derecho Penal y
Criminal francés, como de “cárceles sin rejas” y el proyecto fue
elevado al Ministro de Justicia Dr. Jean M. Bocke Existe un antecedente de una institución similar, en Córcega, que alberga
actualmente a 190 reclusos. El tema ha sido puesto sobre el
tapete con la vuelta a la resocialización del prisionero por medio
del trabajo, por tener relaciones humanas más satisfactorias y
una menor tendencia al suicidio que se registra en las cárceles
comunes- [Prissons sans barreaux.[www.traitdeunion.com.ar/
noticiasfr.asp?titre=20212].
Observamos la permisividad jurídico legal, en su máxima expresión, en el abolicionismo, ya sea bajo su forma radical para
hechos menores, el abolicionismo de arbitraje para casos graves,
hechos de sangre, homicidios, etc.; o bien, el abolicionismo institucional, con la total despenalización de las drogas y supresión
de las cárceles. Actualmente, sus exponentes más conspicuos
de tal corriente son el holandés Louk Hulsman [1923-2009] y la
francesa Jacqueline Bernat de Celis. Ambos hacen caso omiso
al estrago que produce el narcoterrorismo, los actos antirraciales, las reivindicaciones ultranacionalistas, el fundamentalismo,
el aumento de la delincuencia actual los violadores seriales y la
droga. Esta afirmación de los grandes ilícitos sociales fue aceptada por el 81% de los países en la ONU. Tampoco tienen en
cuenta que la neurociencia actual da indicadores precisos, genéticos, sobre la conducta impulsiva, violenta, unida a la raigambre psicopática. Entre otras informaciones, se conoce cada
vez más profundamente, la relación estrecha que existe entre la
conducta impulsiva violenta y la genética; por ejemplo, se sabe
que las mutaciones del gen LB-5HT (serotonina) o su delección
—pérdida de la información de un segmento cromosómico del
gen—, codifica un receptor 5HT (serotoninérgico), provocando
una conducta sumamente agresiva. Igualmente ocurre con la
baja tasa de serotonina y el aumento de la dopamina (Kandel,
Schwartz, Jessel, 2003). Sin el ánimo de buscar determinismos
genéticos (pues sería volver a caer en nuevos reduccionismos)
otro ejemplo claro lo representan los violadores seriales, quienes
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EN LA
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evidencian poseer una elevada tasa de dopamina subcortical,
con una baja simultánea de la tasa de serotonina en sangre; si
tales violadores no son tratados, se convierten en virtuales reincidentes (Meloy y Fischer, 2005). Tampoco se tiene en cuenta la
armadura neural del mesencéfalo, en relación con la información
proveniente del hipotálamo, y desde éste, la información sensorial de otras zonas corticales, particularmente sensibles, en
el psicópata violento. El maltrato social en la infancia, que casi
todos lo violadores seriales conllevan, determina un umbral inferior para el control de la impulsividad, la iracundia, el daño auto
y heterolesivo, las amenazas, el acoso sexual, que repercuten
hondamente en las relaciones sociales y familiares. La conducta
agresiva tiene por eje dañar a otro, física y psíquicamente. Si no
existe voluntad para preocuparnos de ello, no podemos aceptar
posturas extremas, ni siquiera para considerarlas como teorías,
pues se está eludiendo la misma biogenética secuencial-evolutiva filo y ontogenética de la persona humana.
La psicopatía tiene signos y síntomas claros en la personalidad, que últimamente ha subrayado el Prof. Dr. Hugo Marietán,
y con razón. Marietán nos refresca la clasificación de Hare, exponiendo las características fundamentales del psicópata: 1. locuacidad y encanto superficial; 2. autovaloración exageradamente
alta con arrogancia; 3. ausencia total de remordimiento; 4. ausencia de empatía en las relaciones personales; 5. manipulación
ajena con recurso frecuente del engaño; 6. problemas de conducta en la infancia; 7. conducta antisocial en la vida adulta; 8.
impulsividad; 9. ausencia de autocontrol; 10. irresponsabilidad.
A estas características, el citado autor argentino le ha agregado
la enfermedad del vínculo pernicioso que entabla el psicópata,
en su rol de victimario y el de su víctima, el complementario,
ambos formando parte de una dupla casi indisoluble (Marietán,
2008). La más grave, según creo, es la falta de conmiseración
por el otro, considerado como persona; en segundo término es
la perversidad, que consiste en reclutar toda la energía vital para
dañar y gozar con el sufrimiento y el dolor ajeno.
Mundialmente, las medidas punitivas, respecto de los psicópatas, han variado: desde valorarlos como normales y, desde
luego, punibles e imputables a otras que consideran que tienen
responsabilidad atenuada, hasta la exención completa de pena.
Sin embargo, esta última opción, dejar libre al psicópata grave,
se ha visto como una imprudencia médico-jurídica en escala lindera a la impunidad, aspecto buscado ávidamente por el asocial
ya que repite sus acting-out sin aprender de sus experiencias
negativas. Acotaría, sin ambages, que es paradojal observar
58
Lucio Enrique Bellomo
cómo en el mundo “psi”, se niega la psicopatía como una entidad
clínica remarcable, tratándola casi como inexistente.
En cuanto al tema de dejar en manos de la sociología a la
ciencia criminológica, nos parece un peligro por demás extremo,
pues los sociólogos saben de las cuestiones sociales y las causas
ambientales del crimen, pero desconocen la clínica psiquiátrica,
que una y otra vez nos habla del riesgo que representan los
reincidentes psicopáticos. Y damos por finalizada esta digresión
pensando que la psiquiatría todavía representa, y continuará
siendo un ámbito científico complementario de gran ayuda para
el Derecho. Las medidas deberán ser útiles para el hombre que
delinque, con la prospectiva de una mirada justa y humanitaria
hacia éste, teniendo en cuenta la estructura de su personalidad,
la base de su naturaleza —de su physis, como decían los griegos—, de la que ni el propio psicópata puede escapar, en rigor,
por su misma naturaleza, aunque resulte redundante. Sabemos
todos que la cárcel no cura a nadie, como lo he repetido hasta el
cansancio en muchos juicios orales cada vez que el jurado me lo
inquirió. Deberíamos, pues, hallar una convergencia honesta y
sincera, con buena voluntad para determinar qué hacer con los
delincuentes peligrosos que padecen trastornos límites de personalidad o son portadores de una psicopatía grave. Respecto a
la función que cumple la naturaleza de la personalidad de base
del actor, ella está compuesta por la dotación genética y hereditaria sumada al factor ambiental en el que se ha desarrollado. El
predominio de uno de los dos grandes factores causales, lo que
aporta la naturaleza, sobre lo que aporta el ambiente (naturanurtura) no excluye que la naturaleza misma de la persona humana (natura in) persiga, teleológicamente con ahínco un ideal
de perfección inherente a su condición. La naturaleza misma nos
inclina primordialmente hacia el Bien, como valor axiológico supremo, pero esto no impide que nuestro libre albedrío y nuestra
autonomía, nos haga elegir ser otra cosa distinta, a lo que naturalmente queremos y buscamos ser como individuos. Ahora,
cuando la propia autodeterminación está gravemente dañada y
la voluntad obstruida por alguna enfermedad mental invalidante, el sujeto está imposibilitado de una elección, y entonces, sí,
creo que en este caso existe un riesgo inminente de peligrosidad
actual o potencial, o como se la quiera llamar, con necesidad de
que el enfermo se halle en manos de una contención científica y
humanitariamente responsable, como la medicina y el derecho.
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
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La continuación de la historia en la Argentina
Históricamente —repetimos—, el problema en el Río de la Plata
estaba planteado de tal manera que, en un principio, no se establecía una diferencia clara entre loco y delincuente. La diferencia
fue establecida con el correr del tiempo por los juristas, cuando
se escribió el Código Penal. Desde el punto de vista médico, se
creó en el Río de la Plata un modelo similar al de Francia, que
fue el Centro de Observación a cuyo frente estuvieron Francisco
de Veyga [1866-1948] e Ingenieros, remedando la Enfermería
Especial de la Prefectura de París. En Francia, fue también llamada (dêpot) depósito, funcionó con sucesivos Jefes, de la talla de
Laségue (desde 1850 hasta 1883); de Legrand du Saulle (hasta
1886); de Garnier (hasta l905); de Dupré (hasta 1920) y de De
Clérambault, desde 1921 hasta 1934. Fue un lugar elegido para
el estudio de toda clase de marginales traídos por la policía.
Se veían desfilar prostitutas, locos, alcohólicos, intoxicados con
hidrato de cloral, haschisch, y gente del mundo bohemio de la
noche parisina. Se debía hacer un informe medicolegal sumarísimo, con el fin de responder al Juez sobre si estos personajes
eran o no alienados. En caso de que se determinara enfermedad
mental, se los separaba de los delincuentes comunes y se los
internaba. Dicho Instituto tenía como antecedente la disposición
de la Jefatura de Policía en agosto de 1889 y de noviembre del
mismo año, contaba con el anterior mandato del cargo de médico de policía, figura generada por Bernardino Rivadavia en 1823,
para establecer el orden público.
El fundamento de la creación del Instituto de Observación,
donde trabajó muchos años José Ingenieros y Lucio V. López
(h) —junto a de Veyga—, tenía como metodología sacar de
circulación, secuestrar personas (según la terminología de la
época) cuyo estado mental ofreciera algún peligro para la seguridad de las personas o de la propiedad [...] asegurando las
condiciones del medio social [...] constituyendo una amenaza
para el orden público (Barbieri, 1906). Con los años, se agregó
el dispositivo para seleccionar, si se trataba de insanos o delincuentes comunes.
Cabe preguntarse por qué se siguió tan estrictamente el criterio teórico francés en la clínica y en la criminología. La respuesta
sería extensa, pero trataré de resumirla. Según me explicaba el
Dr. Roberto Saubidet, ello se debió, en gran parte, a las magníficas descripciones semiológicas francesas de las enfermedades mentales, especialmente de sus pioneros, tan finas y sutiles
como ilustrativas, que a los psiquiatras argentinos deleitaban, y
las aplicaban con fruición. No se le escapaba al gran psiquiatra
60
Lucio Enrique Bellomo
y maestro argentino que la influencia podría venir también de la
francmasonería secretamente arribada al Río de la Plata antes
de la Revolución de Mayo. Desde aquí se miró a Francia como
un modelo de imitación en diferentes órdenes, como el modelo
de la psiquiatría clínica; no así, empero, en materia de patología
cerebral, en que se tomó más a Alemania como ejemplo, quizá,
por la influencia de Christrofredo Jakob y de sus seguidores. Según el testimonio que ofrecemos, un periódico llamado, La Abeja
Argentina, festejaba el 13-4-1822, con regocijo, que la medicina
argentina tuviera las ideas europeas, especialmente la proveniente de París, opinión compartidas por los Dres. Luis Güemes
(1856-1927) y Abel Ayerza (1861-1918) (Lardies González, J
y Dra. Alicia de Corne, op. cit., pp.121-123-139). Se atribuye
dicha influencia a que, desde la Revolución de Mayo de 1810,
y en la Asamblea del Año XIII, se instaba a formar parte de los
ideales libertarios jacobinos, provenientes de la Revolución Francesa de 1789. Los revolucionarios debían formar médicos para la
campaña bajo la influencia francesa. Dicha corriente, sumada al
poder de entonces, motivó al Dr. Cosme Mariano Argerich cuando crea el Instituto Médico Militar en 1818, a disponer, taxativamente, que los conocimientos médicos debían estar basados en
la Escuela Médica de París, escuela creada, según Mahieu, el 4
de diciembre de 1794 (Mahieu, 2005). Los referentes alienistas
franceses eran Magendie, Bichat, Richerand, Alibert, Pinel, Ténard, Orfila, etc., los cuales debe ser la base de nuestros cursos
y de nuestras lecciones diarias (art. 7). No sería extraño pensar que la influencia francmasónica fue enorme en estas costas,
como oponente a la corriente ideológica del momento.
Período moderno. Las ideas de Pinel en el Río de la Plata
Osvaldo Loudet distingue cuatro fases en la Historia de la Locura Argentina. La primera, carcelaria, formada por la no distinción entre locos y delincuentes; la segunda, por la reclusión de
los alienados en los asilos, pero sin atención médica; la tercera,
la internación asilar cerrada, y la cuarta, el tomar al hospital psiquiátrico a puertas abiertas como un centro activo de recuperación para el tratamiento completo del enfermo (Osvaldo Loudet,
1971). En realidad, existe una quinta etapa, ya contemporánea,
dada por la sectorización de la atención psiquiátrica hospitalaria
y de creación de los consultorios externos y de las ligas de higiene mental. Tal corriente fue iniciada por pioneros grandilocuentes, como Gonzalo Bosch, Enrique Krapf, Mauricio Goldenberg,
etc., seguida de la creación de los Centros de Salud Mental, el
Hospital de Día, el Hospital de Noche, las Casas de Mitad de Ca-
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
61
mino, los Talleres Protegidos de Rehabilitación Social, la Psiquiatría Comunitaria, la Comunidad Terapéutica —temas de los que
hablaremos en extenso—. Estos métodos se impusieron definitivamente después de la Segunda Guerra Mundial, aun cuando
existían esbozos embrionarios de dichos avances en la década
de los 60. Muchos de los dispositivos citados no se hallaban dentro de los Hospitales, y no aparecían formando parte de los mismos, como es el caso de los Talleres Nacionales Protegidos y del
Hospital de Día, cuya historia veremos luego con detenimiento.
Mientras tanto —como decíamos— en el Río de la Plata, las
ideas de Pinel pudieron leerse recién en 1840, gracias a la traducción al español realizada por Guarniero, y las obras de Esquirol por Pedro Mata, incluso, cuando por entonces, era bastante
difícil hacerse de tales libros. Sin embargo, en el 6° año del
protomedicato [1779-1780], como expresamos, existía un libro
obligatorio sobre Clínica Médica, en el cual se exponían las ideas
de W. Cullen y Pinel. Por ahí fue, según el Prof. Dr. Abel Agüero, donde se insertaron en el imaginario intelectual las ideas de
Pinel (Agüero, 1986) revirtiéndose el panorama hacia un tratamiento integral con el trabajo del alienado.
Las ideas de laborterapia comienzan a esbozarse con el impulso a las colonias agrícolas, pero ya con participación activa
de los enfermos. Se consolidan, aún más, con Lucio Meléndez
[1844-1901], quien, con motivo de la necesidad del terminar el
Hospital de Hombres indujo al trabajo a los alienados (Castro,
1960). A la sazón, se hallaba ya en vías de desarrollo en Inglaterra, el no restrain, propuesto por Robert Gardiner Hill y Edward
Charlesworth en el Lincoln County Asylum, y por John Connolly
en el Hanwell Asylum, en 1838 y 1839, respectivamente; su
implementación se extendió a la obra de Thomas Pritchard en el
Northampton Asylum (Thomas Pritchard, 2004).
El riojano Meléndez insistía que es necesario amar a los alienados para ser digno y capaz de servirlos (Loudet, op. cit., pp.56)).
Fue un precursor de las colonias agrícolas en los asilos, que luego, veremos, adquirió con Cabred su máximo exponente, y estaba en contra de la internación ilegítima de supuestos alienados,
mal diagnosticados, ya que se hallaban secuestrados —según
el registro lingüístico de la época— en los hospicios (Ameghino,
1931). En adelante pasaremos a estudiar la obra del maestro
Cabred, sobre la base de la influencia de Ph. Pinel y del escocés
William Cullen.
62
Lucio Enrique Bellomo
La encomiable obra de Domingo Cabred
Domingo Cabred nació en 1859, en Paso de los Libres (Corrientes) y murió en 1929. Cursa la carrera en la Facultad de Medicina, y, en 1875, presenta su tesis doctoral La Locura Refleja.
Es médico interno del Hospicio de la Merced (1884 a 1886). El 12
de septiembre de 1887, asume como profesor suplente de Patología Mental, y el 19 de abril de 1893, fue designado profesor
de Clínica Psiquiátrica, luego fue subdirector del hospital hasta
1892, fecha en que asume como director hasta el 23 de noviembre de 1916, con veinticuatro años en la función pública. Cabred
fue un hacedor de hospitales psiquiátricos, que adhirió fuertemente a la teoría del open door y de la terapia del trabajo para
los alienados, un trabajador infatigable, dulce y amable para con
los necesitados y bravío con los indiferentes, ociosos y egoístas
(Loudet, O., op. cit., p. 61). La concepción de la incorporación
del trabajo en la Colonia, en el tratamiento de la enfermedad
mental, significó en la Argentina una novedad extraordinaria.
Les otorgó a los enfermos la libertad de trabajar bajo condiciones de orden y salubridad, con la institución de un peculio, pues
el trabajo constituye —decía— el medio de tratamiento posterior a la cura del enfermo [...] para obtener el alta y [...] poder
adaptarse fuera del medio hospitalario especialmente en los Talleres. El 21 de agosto de 1889, se coloca la piedra fundamental
de la Colonia Nacional de Alienados Dr. Domingo Cabred (Open
Door), en Luján. Con anterioridad, en 4/1884, Dardo Rocha funda en la Ciudad de La Plata el Hospital Melchor Romero del cual
hablaremos luego. Se hallaba presente en la inauguración de la
Colonia el Presidente de la República, teniente general Julio Argentino Roca. Actualmente, se llama Hospital Interzonal Psiquiátrico Colonia Dr. Domingo Cabred. Sus médicos fueron un ejemplo de creatividad y formaron, impensadamente, algo similar a
una Escuela Libre de Psiquiatría, como Helvio Fernández, Arturo
Ameghino, Amable Jones, entre otros. De esta Colonia-Hospicio,
nos dice José Ingenieros [1877-1925]: Tomando por modelo el
Asilo de Alt-Scherbitz, en la Sajonia Prusiana, el doctor Domingo
Cabred hizo trazar los planos de la Colonia Nacional de Alienados, en las 600 hectáreas, y consagró actividades inagotables
a dirigir los arduos trabajos de la edificación. Su labor puede
señalarse como ejemplo a todos los que anhelan convertir un
bello deseo en magnífica realidad. Los trabajos de trazado y albañilería se iniciaron el 21 de mayo de 1899 y el 15 de agosto
de 1901 se llevaron del Hospicio de las Mercedes los primeros
11 enfermos. El sistema de puertas abiertas -Open Door– que
dio excelentes resultados desde los primeros años. La Colonia
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
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de Luján es hoy, en su género, uno de los más suntuosos establecimientos del mundo. El 31 de diciembre de 1901 tenía 108
alienados; en 1902, asilaba 271; y a fines de 1903 ascendían los
enfermos a 390. Su población giraba en torno de 1250 asilados
-en la época que fue escrito el citado párrafo- cerca de 1919
(José Ingenieros, op. cit., 1919).
Pero la obra de Cabred ascendió a la fundación de diez hospitales más, a saber: 1- el Asilo Colonia Regional Mixto Oliva
(Córdoba); 2- el Sanatorio Regional de Tuberculosis en Santa
María (Córdoba); 3- el Hospital Común Regional del Chaco, en
Resistencia; 4- el Asilo Colonia Regional Mixto de Retardados
de Torre (Prov. Buenos Aires); 5- Hospital Regional Común de
Río Negro; 6- Hospital Común Regional de Bell Ville (BA); 7- el
Asilo Nacional Nocturno en la Capital Federal; 8- el Asilo Colonia
de Niños Abandonados en Olivera (BA); 9- el Hospital Común
Regional Andino Pte. Plaza (La Rioja); 10- el Hospital Regional
Común de Misiones (Posadas). Son datos reales, refrendados,
incluso, por sus críticos (Vezzetti, 1991). Las litografías de todas
estas instituciones pueden apreciarse en el Libro Asilos y Hospitales Regionales en la República Argentina. Previsión y Asistencia Social. Ley 4953/ 28 junio, 1906, publicado como homenaje
a Dr. Cabred por el diario La Nación, el 9 de marzo, de 1917 (se
halla en la Biblioteca de la Facultad de Medicina).
Mientras tanto, el 14 de julio de 1901, Cabred agregó a la
construcción del Hospital Hospicio de las Mercedes, el famoso
Laboratorio de Anatomía Patológica, con la influencia explicitada
más arriba. Por esta escuela neuropatológica de primer nivel que
logró instalar Cabred en la Argentina, así como por la creación
de los hospitales mentados, nuestro país pasa a ser un referente
mundial en la ciencia psiquiátrica.
Teniendo estos datos, nos preguntamos con la más absoluta
sinceridad: ¡¿no ha sido Cabred el Pinel de la Argentina, avant
la lettre; y no ha sido el cultor del trabajo como un remedio tan
eficaz para los enfermos mentales como los que hubo posteriormente?! … Y, en cuanto a la creación de hospitales: ¿no fue el
precursor de las reformas del Dr. Ramón Carrillo?
Efectivamente, fue un adelantado para su época e inició lo
que sería la futura renovación de los hospitales psiquiátricos,
que ensayará posteriormente Carrillo, y que tendrán aplicación
pública recién mucho después (Massé, 2002).
El “modelo de la Colonia Cabred”- Open Door
La Colonia Nacional de Alienados fue creada en virtud de la
Ley 3548, del 2 de octubre de 1897, por la cual se otorgaba un
64
Lucio Enrique Bellomo
predio no menor de 500 ha con sujeción a las reglas del nuevo
sistema escocés de hospitalización y asistencia médica de los
alienados en los asilos de puertas abiertas (open door). La metodología de rehabilitación se halla consignada en los Anales de
Sanidad Militar de 1904. En el discurso de la instalación de la piedra inaugural, se enfatizó sobre el nuevo modelo de tratamiento
escocés de open door, destinado a modificar fundamentalmente
la asistencia de estos enfermos. Se descalificó toda edificación
lúgubre o tenebrosa, pues, con razón dice Lina Caimari, tal criterio edilicio era el imperante en las cárceles y en los hospicios
de la época (Caimari, 2004). El método de aplicación se inspiraba en Bélgica, Alemania y EE.UU. Las construcciones eran
pequeñas casitas, alegres, tipo chalé —diferentes entre sí, para
evitar la monotonía—. Se comenzó con cuatro edificaciones, con
miras a levantar otras sesenta. El objetivo planteado era que
la edificación diera la impresión de villa o de pueblo pequeño.
Los dormitorios eran amplios, así como el comedor y la sala de
juegos —naipes, dominó, ajedrez, etc.—, cada uno con su baño
y water-closet, surtidos con abundante agua semisurgente que
provenía de tres pozos. Una cocina central daba comida suculenta y sabrosa, y se agregaba, también, tabaco, el esparcimiento con juego de bochas, carreras cuadreras y regatas, a fin de
aprovechar la vecindad del río Luján. Tenían criadero de aves,
lechería y talleres de labranza. Contaban con un asistente para
diez enfermos [1:10], y todos concurrían al trabajo indicado por
el médico, quien lo prescribía con la anuencia del paciente; no
existían trabajos forzados. Por lo general, la tarea era de cinco
horas de dedicación, con descanso de tres. Tenían asueto dominical y en los días feriados. Pero el horario del mismo es indicado por el médico, graduándoselo, se dosifica, no es trabajo de
explotación, sino de producción (sic). Los diagnósticos, que por
entonces guardaban otra nomenclatura, diferente de la actual,
eran: en 1901, de 15 alcohólicos / 21 delirios sistematizados/ 58
vesanias/ 9 melancolía, y el resto por otras patologías; con un
total de 108 pacientes asistidos. En 1902, había 10 manía/ 21
melancolía/ 14 locura sistemática progresiva/ 97 alcohólicos/ y
22 con locura impulsiva; con 271 pacientes asistidos. En 1903,
con un total de 390, había 44 demencia vesánicas/14 entre
manía y melancolía/ y 10 con locura alcohólica. A los agudos, se
les brindaba tratamiento de clinoterapia. No existieron fugas en
1901; sólo 5 en 1902 y 5 en 1903. Desde el aspecto económico
quedó, en 1901, un saldo a favor del Erario de $ 9873; en 1902
de $ 57.565; y en 1903 de $ 79.766,83. Las cifras superaban a
su modelo, el Asilo de Alt-Scherbitz, de la Sajonia prusiana, y se
reinvertía el dinero en las obras. En las conclusiones, se glosaba
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
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que los asilos debían ser hechos con este modelo y con esta metodología de trabajo; y los asilos urbanos debían quedar como
formas de asistencia urgente.
Pero ocurrió que la Argentina, hacia 1890, se convirtió en un
refugio extraordinario de inmigrantes. Esto trajo como consecuencia un incremento en las internaciones psiquiátricas. En
efecto, el censo de 1895 —dice Pérez Amuchastegui— arrojaba
una población de 4.044.911 habitantes, sin territorios ni indios
incensables, con 1.690.966 almas en las ciudades y 2.353.945 en
la campaña [...]. La población nativa sumaba 2.950.384, el resto 1.094.527 eran inmigrantes italianos en la cifra de 492.636.
El índice subió del 12 % al 26 % […]. Diecinueve años más tarde en 1914, se realizó el Tercer Censo Nacional. La población
avanzaba en progresión geométrica con la inmigración. [… ] Y
alcanza a 7.885 millones de habitantes, de los cuales 2.357.952
son inmigrantes, manteniéndose estable el 28 % y la proporción
de analfabetos no llegaba al 30 % (Pérez Amuchástegui, 1965).
Tengamos en cuenta que no se incluyeron estadísticamente a los
alienados, que de manera importante tenían que haber crecido
en su número, siguiendo al ritmo del aumento poblacional. Paulatinamente, los hospitales psiquiátricos y las colonias fundadas
no tuvieron lugar y cabida para tanta población, lo que condujo nuevamente al hacinamiento, del que dará cuenta Gonzalo
Bosch en su Tesis de 1931, como veremos.
El modelo Open Door 1916-2010
Domingo Cabred estuvo en la Dirección de la Colonia desde
1899 hasta 1916; le sucedieron directores talentosos como José
T. Borda, de 1916 hasta 1921; luego lo siguieron los Dres. Scarano, Justo (Interventor), Raitzin, nuevamente Scarano, Quesada Pacheco (Interventor), en 1931 hasta 1947 el Dr. Gonzalo
Bosch; en el año 1950, fue el Dr. Omar Joffre Ipar, por breve
lapso. El Dr. Damato fue director durante muchos años. En
1995 hasta 1999, estuvo a cargo del Lic. en Psicología Carlos
Wertheimer primer psicólogo que se hace cargo de un hospital psiquiátrico. Este profesional tuvo éxito en su gestión, en
contraposición a la trayectoria decadente que había tenido la
Colonia. Lo dicho abarca el aspecto edilicio y el científico. La
Colonia tuvo que ser intervenida en distintas oportunidades a
causa de la corrupción imperante, y frente a la misma, el personal desplazado se levantó en rebeldía. En 1923 hubo un intento
de resistencia armada para defender el status quo en que se
encontraban cuando se intentó intervenirla, según nos cuenta
66
Lucio Enrique Bellomo
la profesora Lucía Iacoponi. En el segundo Plan Quinquenal de
Perón, se priorizó la labor productiva por sobre el tratamiento
médico, y la cantidad de pacientes ascendió a casi 4000 enfermos. Durante la década de los setenta (73-74), con la firma del
Pacto de San José de Costa Rica, el trabajo productivo de los
enfermos se anuló, pues fue considerado una forma de esclavitud, con lo cual aumentó la indolencia y el vagabundeo de los
pacientes. Asimismo, se incrementaron las prescripciones psicofarmacológicas, con la típica akatisia e inercia provocadas por la
marcada dosificación realizada en el período inicial de los antipsicóticos. En abril de 1999, Carlos Wertheimer expuso su experiencia respecto del ahora llamado Hospital Interzonal Psiquiátrico Colonia Domingo Cabred, en Luján, Provincia de Buenos
Aires desde 1995, ratificando, en el Congreso de la Asociación de
Psiquiatras Argentinos, la filosofía de su obra, como la práctica.
El resultado fue óptimo por un esfuerzo inmenso logrado por el
propio Director, como por sus colaboradores inmediatos, los directores asociados Dr. Dante Bornancini, la Dra. Cristina Vidal,
el Ing. Adrián Diforti, farmacéutico Luis Raban, Sr. Guillermo
Richaud y otros. Ahí narra que, cuando toma el cargo en 1995,
la Colonia tenía unas 1250 camas y se hallaba en casi completo
estado de abandono. Además, se planteaban “fracturas internas
y falta de integración” entre los médicos, enfermeros y personal
técnico y administrativo. Se agregaba el subrayado ausentismo
laboral injustificado, las licencias de personal médico y no médico con goce de sueldo, la falta de actualización de las historias
clínicas, la ausencia de preocupación por la higiene de los internos. El establecimiento contaba con una población estable de
1250 camas. Esto está extensamente glosado en el libro publicado en 1999 bajo el título Centenario de la Fundación -1899-21
de mayo-1999. Hospital Interzonal Psiquiátrico Colonia Domingo
Cabred; texto que me donó generosamente el Dr. Bornancini,
actualmente uno de los directores asociados de la Colonia, que
acompañó la gestión del mentado Wertheimer.
Pero bien cabe la pregunta acerca de qué fue de la Colonia
Cabred desde aquella época hasta la actual. El 4 de diciembre
de 2009, antes de publicar el presente libro, entrevisté al citado
Dr. Dante Bornancini, que ocupa la Dirección junto con otros
directores asociados. Según me relataba dicho profesional, la
Colonia tuvo, efectivamente, una inflexión positiva desde 1995
a 1999. En esos cuatro años de gestión se logró, con éxito, reflotar y concretar muchos de los aspectos que eran objetivos
fundamentales de la obra de Domingo Cabred. En el predio que
ocupa (600 ha), se comenzó cultivar trigo, maíz y soja, en una
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
67
porción considerable de casi 250 ha; se instaló una ordeñadora
eléctrica de ocho bajadas, para 100 vacas, y se alcanzó, así, la
producción de leche para el consumo interno de la Colonia. El
dinero conseguido por la Cooperadora del Hospital, producto de
las cosechas obtenidas y la venta de comida y pan fabricado en
el Hospital era reinvertido, y dirigido a la manutención de nuevos
emprendimientos de los servicios y mejoras para la Institución.
Se puede visitar y consultar la página de Internet donde se halla el accionar de esa gestión. Según mis investigaciones, se
buscó hacer con la Colonia Cabred un hospital de autogestión,
desde 1995. El hospital fue descentralizado mediante la Ley de
Descentralización Hospitalaria, Ley 11.072/97. A partir de allí,
se contaba con fondos propios, producto de la recuperación financiera de lo que pagaban las Obras Sociales (en especial del
PAMI), por la acción del Sistema de Atención Médica Organizado
(Ley 8801- SAMO). La explotación agropecuaria, más el tambo
—en agosto de 1999, producía un promedio de casi 987 litros
de leche diarios—, la huerta, el apiario —hasta 2500 kg de miel
por cosecha—, el vivero, la tala y poda, con recursos propios,
dieron resultados más que exitosos. El número de camas, según
figura on line, era de 1250. Actualmente cuenta con 1040 pacientes del sexo masculino, en su mayoría pobres. Se pudieron
armar Talleres de diferente rango, como carpintería, fábrica de
mosaicos, imprenta, hojalatería, herrería, y otros. Por entonces,
se había fundado también una Radio FM (Puertas Abiertas) —la
FM 89.3 MHz—, que funcionaba de 8 a.m. a 8 p.m., con la participación de los enfermos, a los que también se les daba curso
de operación técnica a fin de capacitarlos para un posible trabajo cuando ocurriera su externación. Ellos organizaban su propia
programación. Se propusieron trece Programas de Rehabilitación, que se enumeran:1- Programa de Pacientes en Obra, por
el cual, en el pliego de toda obra licitada inherente al Hospital,
se debía incorporar una cifra no menor del 10% de los enfermos
internos, con sueldos equivalentes a los demás; 2- Programa
Agropecuario, que incluía chacra, apiario, tambo, huerta, tala
y poda; 3- Programa Radio, que citamos antes; 4- Programa
Casa Protegida, construida especialmente para enfermos que,
una vez externados, no tenían dónde ir y debían reinsertarse; 5Programa Coro, iniciado con veinte pacientes, que ofrecían conciertos y recitales; 6- Programa Adopción, integrado por familias
que adoptaban enfermos en el seno familiar, al estilo de lo que
ocurría en la Aldea de Gheel; 7- Programa fábrica de mosaicos,
el cual se distinguía por la calidad de su producción; 8- Programa de fábrica de zapatillas, sandalias y ojotas que luego usaban
los enfermos; 9- Programas de Cursos de Capacitación; éstos
68
Lucio Enrique Bellomo
constaban de cinco horas diarias de entrenamiento (Libro 1999,
op. cit., pp. 46-47). Asimismo, se compró con fondos SAMO una
combi Mercedes Benz a fin de trasportar a los enfermos que
necesitaban atención médica fuera del Hospital y realizar viajes recreativos por los alrededores, los fines de semana y días
festivos. También, se recibieron del Ministerio dos ambulancias
para urgencias. Además, se destinó un Pabellón al tratamiento y
rehabilitación de pacientes duales, drogadictos-psicóticos.
De todas estas actividades, únicamente la panadería perduró
hasta la actualidad; las demás se desactivaron y quedaron sin
tareas específicas.
Alrededor del 2009, nos decía el Dr. Bornancini que existían,
desde el punto de vista asistencial, tres áreas bien delimitadas:
1-Área de Agudos, con 55 camas, que incluye el Servicio de
Atención en Crisis [SAC] en donde existe un giro-cama importante; 2- Área de Subagudos, con 200-250 camas; y 3- el Área
de Crónicos, con cerca de 740 camas. Es el más importante en
cuanto a la cantidad de pacientes alojados en compartimentos
que desde el punto de vista edilicio son muy malos y deficientes.
A estos Servicios, se agregó el Servicio N.º1, destinado a adictos
a drogas que provienen de la Secretaría de Adicciones de la Provincia de Buenos Aires. Este servicio cuenta con cerca de 45 camas y sólo hay una médica psiquiatra para asistirlos, más diez
enfermeros y otros tantos operadores en adicciones, con la meta
de reinsertar a los enfermos deshabituados y curados en la familia y en la sociedad. Para toda la Colonia, hay 15 psiquiatras, 10
médicos clínicos, 20 psicólogos y 125 enfermeros. Las antiguas
áreas de cirugía se desactivaron, y quedaron solamente 10 médicos clínicos para tratar 50 pacientes en el Servicio de Clínica
Médica. Un promedio de 20% de los internados crónicos reciben
visitas de familiares, de manera frecuente o esporádica, sin miras a ser llevados por la familia; mientras que el 80 % restante
están carentes de visitas. Los parientes que visitan a sus allegados enfermos aducen distintas causas por las que no pueden
llevar al paciente. Entre las razones esgrimidas, es frecuente escuchar que nadie los pueda cuidar, que carecen de medios para
la mantención del enfermo o que no existe una relación afectiva
entre el enfermo y ellos, etc. En la mayoría de los servicios de
crónicos, se realizan muy pocas actividades de Reuniones Comunitarias y son de diferente frecuencia; cuentan con asistencia
de los internos y personal asistencial. Desde el punto de vista de
extensión de red comunitaria, se trabaja actualmente con la herramienta del PREA [Programa de Rehabilitación de Externación
Asistida -[www.contener.org/idesta25.php].
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
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Este programa fue fundado en 1998, con relativo éxito en
la Colonia. Se apunta este dato, dado que de dos de las casas
alquiladas para albergar a diez enfermos mentales, solamente
pueden solventarse los gastos de una de las propiedades, el
alquiler debe ser pagado por la Cooperadora del Hospital, y no
existe presupuesto para cubrir los gastos de la otra. Las casas
están en Luján y en el pueblo de Open Door, adyacente al Hospital, pequeña ciudad que posee unos 5000 habitantes y reconoce
su origen en la propia actividad agrícola-ganadera de la Colonia,
en los tiempos de Cabred. Dicho pueblo creció, en los últimos
tiempos, en razón de los barrios cerrados [countries] y de un
importante club de polo vecino, que tienen una muy buena relación con los pacientes visitantes; incluso, en caso de que éstos
requieran ayuda, los habitantes de dichos lugares la ofrecen.
En términos generales, se ha observado últimamente un retroceso de los objetivos planteados por su fundador, que radicaban, entre otros, en la rehabilitación psicosocial como el
conjunto de acciones terapéuticas y socioeducativas, que permitan reorientar las conductas hacia una progresiva reinserción
en el medio social con posibilidades ciertas de autovalimiento,
de libertad y de autorresponsabilidad personal con ajuste a las
normativas de convivencia (...) es decir un facsímil del Hospital
Rehabilitador (sic).
La síntesis de la propuesta del Hospital de Rehabilitación impulsada por el Lic. Carlos Wertheimer puede ser advertida en la
transcripción de la Disposición de la Dirección Ejecutiva N.º 10
del 28 de enero de 1999.
Como colofón, el 13 de mayo de 2010, el Canal América pasó
un documental de investigación periodística en el que denunciaba la situación de abandono por la que atraviesan los internados
en el nosocomio, en estado de padecimiento, ya sea de hambre
o de frío, o de ambas situaciones. Se hablaba, también, de tráfico de drogas, del usufructo de un misterioso pool sojero en una
extensión importante de la Colonia, etc., etc. Empero cabe la
reflexión en cuanto a si lo mediático puede ser completamente
objetivo respecto a lo puramente técnico y administrativo.
La Colonia Melchor Romero
El Hospital Neuropsiquiátrico Interzonal de Agudos y Crónicos Dr. Alejandro Korn de Melchor Romero. La Plata
El actual Hospital Interzonal Dr. Alejandro Korn de Melchor
Romero fue fundado por Decreto el 1º de abril de 1884, en ri-
70
Lucio Enrique Bellomo
gor, cinco años antes que la Colonia Cabred. Fue por la orden de
Juan José Dardo Rocha [1838-1921], entonces Gobernador de la
Provincia de Buenos Aires aplicándole el nombre de Melchor Romero en honor a un agrimensor muy estimado del gobernante,
que fue su compañero de armas en la Guerra de la Triple Alianza.
Desde el Dr. Julián Aguilar –su primer director– hasta el actual
Dr. Egidio Melia, pasaron cerca de cuarenta y cuatro directores;
entre los pioneros se destacaron el Dr. Francisco del Carril, el
Dr.Julio Darnet, el Dr. Bejarano, el Dr. Amadeo Venanzi, y el
Dr. Amador Barros Hurtado. El centro de la actividad científica
fueron los diez y nueve años que estuvo en la dirección el Dr.
Alejandro Korn –de 1897 a 1916- médico, psiquiatra, escritor,
legista, y filósofo, que algunas de sus obras analizaremos luego.
Korn formó parte de la famosa pléyade de los cinco sabios de
La Plata, junto a Carlos Spegazzini, Florentino Ameghino, Juan
Vucetich, y Pedro Bonifacio Palacios (Almafuerte).
Todo esto lo expresamos sin el deseo de menoscabar a otros
directores o jefes de servicio, pues conocí a varios excelentes
profesionales como el Dr. César Castedo, el Dr. Raúl Ballbé y Dr.
Alfredo Painceira, que tuvieron cargos jerárquicos, en la cúpula
académica y asistencial del Hospital.
La Colonia Melchor Romero, con el modelo open door, se instaló en la Plata cuando la ciudad, contaba con una población de
6846 habitantes, 40% de los cuales eran italianos, y el 28, 6 %
argentinos. La ejecución de la obra completa se pergeñó desde
los años 1880, y duró hasta 1940, ocupando el solar de la antigua estancia Jorge Bell, expropiada por el Estado, que databa
desde la fundación de La Plata en 1882. En 1883, pasa el ferrocarril de trocha angosta [60 cm, llamado Decauville] que unía La
Plata con Brandsen, y la estación de ferrocarril Melchor Romero
que se inaugura en julio de 1884, hecho intrínsecamente ligado
a la fundación de la Colonia, pues en mayo del mismo año Dardo
Rocha pronuncia el discurso fundacional. El 24 de abril habían
aparecido la primeras casas tipo “Barraca” –hechas en maderausadas en EUA y la guerra franco prusiana de 1870, para evitar
infecciones. Poco a poco se fueron levantando edificios para los
pabellones de internos, bajo el estilo del Arquitecto Fillarette,
que diseñó muchas iglesias en Milán y en el Norte de Italia, hacia
1456. El esquema milanés, constaba de dos grupos de salas, en
forma de crucero, separadas por un patio donde se emplazaba el
templo, en el caso de las iglesias, o bien el cruce principal para
las salas del hospital.
El predio tenía en su comienzo cincuenta y tres internados
masculinos y siete mujeres llegadas de la Convalecencia; pronto
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
71
llegaron muchos más. En 1895 se sumaron 263 pacientes más
treinta nuevos; hacia 1920 nos encontramos con cifras de más
de quinientos internos, y al borde del año 1930, pasaba los mil.
Sobre 1934, se contaban veinticinco pabellones donde se alojaban 2100 pacientes, existiendo 150 empleados para el trabajo
de la explotación forestal y agrícola (!).
Desde el inicio los internos mismos se lanzaron a labrar la
tierra, a cultivarla espontáneamente con gran entusiasmo; se
formaron chacras pequeñas, granjas, con cultivo de frutas y verduras. Tal fue el entusiasmo que obligó a Korn en 1897, a formar una comisión para coordinar el accionar de los pacientes,
compatibilizando la labor con el departamento de los “espacios
verdes”. El intento fue buscar la orientación de las tareas sin
desmedrar la urbanización y la forestación, para que los internos
fueran direccionados en el trabajo de una manera más metódica. La laborterapia en la tierra prosperó de manera exponencial,
atrayendo más y más pacientes, al punto de crearse una colonia
agrícola por excelencia.
Se formaron cuatro colonias agrícolas del tipo antiguo, y dos
colonias del tipo moderno, impulsadas por el Dr. Bejarano, director del hospital antes de Alejandro Korn (Joaquín Darnet, Memorias del Hospital, 1919). Hacia 1934, cerca de los cincuenta años
de la fundación de la Colonia, existió una inflexión negativa de la
misma a causa de la saturación de pacientes, y el hacinamiento.
Con el fin de mejorar las condiciones del internado, fueron llamadas a colaborar las Hermanas Hijas de la Misericordia (Franciscanas) para yugular el estado lamentable de la colonia; éstas se
incorporaron en febrero de 1938, faena ingrata que cumplieron
de manera admirable. Durante la administración de Korn, que vivía casi de manera permanente en la colonia, se anexó a la labor
médica su hermano menor Mauricio Ascanio Korn, bastante menor que el filósofo, también médico pero recibido en Zürich (Suiza) como quería su padre Adolfo Korn. Mauricio compró un lote
frente al hospital donde edificó su casa y convivía naturalmente
con los internos. La formación que le imprimió Alejandro Korn
al Hospital fue de tipo biológico positivista y determinista, pues
recordemos que había sido médico de la Penitenciaría Nacional
desde muy joven cuando escribió su famosa tesis. Un hecho importante, ocurrió con un enfermo llamado Eusebio Barreiro, que
en un rapto impulsivo hirió a dos empleados, uno de los cuales
falleció. El caso se halla descripto en los anales de la Revista
de Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal de la época. Esto
disuadió a Korn como médico experto en psiquiatría forense a
construir un pabellón (el Lombroso) para encausados peligrosos,
72
Lucio Enrique Bellomo
al que se le sumaron dos más, que luego pasaron a depender del
Servicio Penitenciario Federal.
Otro aspecto interesante de destacar fue la cuestión del nombre de la colonia. En 1945, Felipe Cía, luego director, objetó el
nombre del establecimiento Melchor Romero, pues aducía, que
éste nada tenía que ver con la psiquiatría. Sin embargo el cambio de nombre no fue permitido porque así lo había querido Rocha, su fundador, según los antecedentes de Bartolomé Mitre
y Ricardo Levene. Sin embargo, en octubre de 1954, cambia
de nombre como Hospital Neuropsiquiátrico Melchor Romero y
finalmente –se hace justicia a mi entender– el 9 de marzo de
1973, por Resolución 548, llamándose a la institución Hospital
Neuropsiquiátrico Interzonal de Agudos y Crónicos Dr. Alejandro
Korn, de Melchor Romero. La Plata.
En 1969, existió una remodlacióndel Hospital, y en 1972 se
construyó una nueva cocina. Luego, entre 1975 y 1980 se habilitaron 140 camas en cinco mil metros cuadrados, pero como
veremos más adelante no fue suficiente. La Colonia Melchor Romero, fue un ejemplo de rehabilitacionismo y tuvo una orientación médico legal muy importante con sucesivos directores. El
Hospital actual cuenta con menos de mil pacientes. Los eventos
relacionados con ella, la estudiaremos más adelante, en el punto
del Asilo a la Comunidad.
El “modelo del Hospital Psiquiátrico de Rosario”
Sin embargo, en la Argentina, hubo otros ejemplos de digna
relevancia. Tal fue el caso del Hospital de Alienados de Rosario,
una dependencia de la Facultad de Medicina del Litoral en 1921.
Hacia allí trasladó su Escuela de Psiquiatría Infantil el profesor
Dr. Lanfranco Ciampi, italiano de origen y discípulo de Sante de
Santis, que fue Director desde 1927, cuando el Hospital fue fundado por Gonzalo Bosch. El testimonio verbal que recibí del Prof.
Dr. Juan Genisans, respecto del Dr. Lanfranco Ciampi y el momento de la fundación del Hospital, fue encomiable. Genisans
por esa época era profesor titular de Medicina Legal de Rosario,
y discípulo de Raimundo Bosch (1922-1952). Genisans conoció a
Lanfranco Ciampi y me relató que era una magnífica persona, un
organizador admirable, además de un estudioso profundo de la
psiquiatría infantil. En su tesis doctoral, El pavoroso aspecto de
la Locura en la República Argentina (5 de abril, de 1931), el Dr.
Gonzalo Bosch refiere las características del Hospital de Alienados rosarino. Textualmente, nos dice de esta Institución.
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EN LA
ARGENTINA
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Cada Pabellón consta de varias salas para dormitorios, la más
grande de las cuales tiene ocho camas […] comedores para entretenimiento de los enfermos. […] un baño cada diez enfermos
[...] lavatorios... uno para dos [...] calefacción central… cada
Pabellón para 40 enfermos [...] otro pabellón está destinado a
chicos ‘retardados’ neuropáticos con trastornos del lenguaje […]
el personal médico se compone de un Director y tres médicos
auxiliares, en la proporción de un médico para 50 enfermos …
tiene consultorios externos, ya atendía dispensarios, preventorios, y Patronatos Psiquiátricos.
Añade el propio Gonzalo Bosch, citando a Gilbert Ballet, que
por aquel entonces, las mejorías se efectuaban con tratamiento
precoz y se evitaba de esta manera, en un 80-90 % de los casos,
la internación de los enfermos. Asimismo, Gonzalo Bosch ofrece
datos complementarios de lo que sucedía en la Argentina y en
el mundo, por entonces. Dice textualmente:
Según el censo de 1869 contábamos con 4003 alienados, y
4223 idiotas [...] lo que daba una cifra de 2.13 por mil dementes
y 2.25 por mil, eran idiotas, cretinos, etc. […] los internados eran
todavía 0.02 por mil. En Italia, en 1874 se asistían 0.5 alienados
por mil habitantes; en 1914 el Dr. Modena observó que cada
año aumentaban allí 2000 enfermos en hospitales psiquiátricos y
que, en 1926 eran 60.306; en 1927: 62.127; y en 1929: 66.292
alienados. Así también ocurría en los EE.UU. y en Inglaterra.
Compara cifras con la Argentina... y pregunta: ¿Qué se ha hecho
para la asistencia de alienados? (…) ¿responden a los criterios
científicos de la Psiquiatría? Cita los esfuerzos de Borda, Ciampi, Ameghino, Esteves Balado, Merzbacher, Martínez, Obarrio,
Gorriti, Mó… y la experiencia del Dr. Domingo Cabred en Open
Door, pero estos empeños no alcanzan. El propio Gonzalo Bosch
admite que, en el Tercer Censo Nacional, los alienados no fueron
ponderados; pero que, por los datos tenidos en cuenta por la
Liga Argentina de Higiene Mental, de la cual era su Presidente,
en 1930, los asistidos eran 14.000 alienados. Esto daba cuenta
de un 1.26 por cada 100.000 habitantes, o sea, que existía un
aumento progresivo de los alienados, tal como lo habían pronosticado Meléndez y Coni en sus estadísticas. También afirmaban
que existían en 1880, 4.5 alienados por 100.000 habitantes, relación —dice G. Bosch— que comparada con la población actualizada a 1930-1931, haría ascender a 54.000 el número de
alienados, teniendo en cuenta que la población argentina había
tenido un crecimiento de 2,8 millones de habitantes desde 1914
(Manasé Euredjian, 1959; Marisa Requiere, 2000 y J. L. Romero,
2000, pp. 91).
74
Lucio Enrique Bellomo
El Hospital Psiquiátrico de Rosario también contó con un Laboratorio importante de neuropatología y de psicología experimental, que venía trabajando desde 1922 con el Dr. Arturo Mó
y el Dr. José Alberti, y recibió también la colaboración científica
de Eduardo Krapf [1901-1963]. Dicho profesional adhirió a la
experiencia pionera de la creación del Hospital con sus sólidos
conocimientos en neuropsiquiatría, psicología experimental, y,
luego, de psicoanálisis; asimismo fue miembro de la Liga Argentina para la Salud Mental desde 1936, acompañando a Gonzalo
Bosch en la tarea, desde 1927 (Hugo Klappenbach, 2004). Por
aquel entonces, los psiquiatras y los especialistas en Medicina
Legal de Rosario tuvieron la necesidad de informarse mucho en
materia de psiquiatría clínica y forense. El citado Dr. Genisans
me contaba de las dificultades con las que se vieron durante
1933, con la mafia rosarina de Juan Galiffi (“Chicho grande”)
que conformaba una amplia red de prostitución, trata de personas, juego y tráfico ilegal de armas. Todas estas actividades
delictivas culminaron con el secuestro y posterior asesinato de
Abel Ayerza. Muchos de esos informes se comunicaron científicamente en la Revista de Psiquiatría y Criminología, y en la
Sociedad Argentina de Criminología, fundada por O. Loudet, en
1927 hasta 1934.
(Aclaración y reflexiones sobre el trabajo en la cárcel de Ushuaia)
Es bueno aclarar que todas las instituciones mencionadas nada
tenían en común con la metodología de trabajo para los internos
que se usaba en el presidio de Ushuaia, habilitado el 12 de octubre de 1884, junto al Faro y a la Subprefectura de Salvamento, a cargo del Dr. Félix Paz, y cuyo cierre se produjo en 1947.
En 1902 comienzan a llegar los primeros detenidos (hombres)
quienes habitarían el lugar, ya que la idea del Gobierno central
era crear allí una Colonia Penal de máxima Seguridad, conforme
lo agregado en el artículo 52 CP. El trato abusivo, con excesos
llevados a cabo por el tristemente célebre carcelero Cernadas,
fue lamentable. ¡Y vaya paradoja!: ello ocurría en 1902, al mismo tiempo que la Colonia Cabred y en Melchor Romero hacían
avances notables en materia de rehabilitación. En los anales históricos de la unidad carcelaria de Ushuaia, aparece el trabajo de
la estación de ferrocarril más austral del mundo, el denominado
“Tren del Fin del Mundo”, epopeya del presidio, construido por
los internos. No podemos tomar esta experiencia como modelo de progreso. Muchos presos políticos, de ideologías diferentes, estuvieron allí por la intemperancia de gobernantes durante
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ARGENTINA
75
1933, después del levantamiento, bajo el Gobierno de facto del
general Justo.
La Liga Argentina de Higiene Mental
La Liga Argentina de Higiene Mental fue constituida el 6 de
diciembre de 1929 como una filial de la Asociación Médica Argentina, bajo la presidencia de Gonzalo Bosch. Su creación responde al modelo de la National Committee for Mental Hygiene de los Estados Unidos [1909], según nos narra el Dr. Hugo
Klappenbach. La Liga tuvo una financiación importante de casi
$187.000, hasta 1921. La institución antecesora de la Liga Argentina de Higiene Mental fue la Sociedad de Neurología Argentina. Gonzalo Bosch viajó a los EE.UU. en 1924, y conoce
allí a Clifford Beers, el fundador de la Liga Mundial de Salud
Mental. Éste le propone a Bosch que la Liga Argentina se adhiera al Comité Internacional, de un modo similar al americano.
La consideración y el empeño de Bosch, a la sazón, director del
Hospicio de las Mercedes, fue establecer una Asociación de tipo
filantrópica, necesaria para poder efectuar la consulta externa;
proyecto materializado el 26 de septiembre de 1931 a través de
la formación de Consultorios Externos cedidos a la Liga por el
propio Bosch, en el Hospicio de las Mercedes, primera sede de
este organismo. Las tareas que se desarrollaron fueron de profilaxis de las enfermedades mentales, la lucha contra el alcoholismo, la tuberculosis, las toxicomanías, el estudio de la medicina
legal, la organización del trabajo psicotécnico, higiene militar y
naval, psiquiatría infantil e higiene social de la infancia, donde
se destacó la labor de Lanfranco Ciampi y de la Dra. Carolina
Tobar García. Tenía a su cargo el estudio de afecciones regionales, estadística y otras actividades más, un inmenso programa
que incluía a médicos, asistentes, gobernantes, legisladores y
clérigos. Según la fuente de Klappenbach, el Congreso Internacional de Salud Mental realizado en Londres el 11 y el 21 de
agosto de 1948, pudo ser el sucesor de los dos Congresos Internacionales de Higiene Mental. La excelencia de la creación de la
Liga radicaba en la fundación de los dispensarios y los consultorios externos para tratar los trastornos mentales, institución
embrionaria del origen de los Centros de Salud Mental posteriores. Estos consultorios morigeraban la recomendación de la
internación asilar a ultranza, tal como la proponían los antiguos
psiquiatras clásicos argentinos, incluso, cuando el criterio de la
familia del presunto insano era opuesto al del médico (Celestino
Arce, 1881). Veremos qué importancia tendrá esto en el devenir
de la rehabilitación psiquiátrica.
76
Lucio Enrique Bellomo
Sin embargo, la práctica en los consultorios externos en materia de psiquiatría ambulatoria ganó pronto muchos adeptos en
la Argentina, y se materializaron proyectos muy interesantes.
La presencia de la Psiquiatría en el hospital general, por ejemplo, representó un avance extraordinario que aún continúa. Fue
Jorge Insúa uno de los pioneros en dicha materia; discípulo de
Eduardo Krapf (Insúa, 1967). Se recibió de médico y logró una
beca en el Mausdley Hospital de Inglaterra, donde obtuvo una
sólida formación neuropsiquiátrica. Estuvo a cargo del Área de
Psicología Médica en la Sala IV del Hospital de Clínicas, del Prof.
Dr. Osvaldo Fustinoni y obtuvo el cargo de profesor titular. Insúa se supo rodear de científicos honorables e idóneos, como el
Dr. Carlos Alberto Velasco Suárez, el Dr. Juan Carlos Florit y el
Dr. Jorge Affani, entre otros. Ayudó y colaboró en la formación
de FASAM [Fundación Argentina para la Salud Mental] en 1968,
institución sin fines de lucro, constituida para atender enfermos
mentales ambulatorios. Lo continuó en el Hospital de Clínicas el
Dr. Flavio Núñez, quien aboga por la función multidisciplinaria de
quien ejerza la Psicología Médica (Lardies, op. cit. 1991:169).
En 1983, asume interinamente el Dr. Rodolfo Fahrer, y en 1987,
concursa y gana la Jefatura de la Cátedra. Anteriormente, Insúa había puesto en marcha una gestión asistencial y académica
importante, como el pregrado y el posgrado, la residencia y la
biblioteca. Se instala el curso de posgrado en el que dieron clases importantes figuras, como el Dr. Andrés Cafferata, la Dra.
Carmen de Kohan, el Dr. Rubén Raimondi, el Dr. Alfredo Panceira
Plott, la Dra. Marta Jordá de Fahrer, el Dr. Marcelo Casarino y su
esposa, el propio Dr. Celes E. Cárcamo, alma mater del grupo,
y otros tantos; una figura destacada fue la del Dr. Mario Peretti,
quien siempre se halló solícito a prestar su ayuda asistencial y
académica. Desde el punto de vista médico, fue esta Cátedra
la que instauró la Psiquiatría de Enlace, colaborando en su conjunto con todas las Salas del Hospital de Clínicas. La cátedra de
Psicología Médica se desempeñó siempre en atención primaria y
prevención secundaria en materia de Salud Mental; hasta donde
conozco, no tuvo desempeño en materia de prevención terciaria
ni en rehabilitación psiquiátrica.
Las Ligas de Salud Mental, Hospital de Día y los Talleres
Protegidos
El mentor de la formación de la Liga Mundial para la Salud Mental
fue Clifford Beers, quien inició su tarea en 1908, en Connecticut
(EE.UU.). Este movimiento será imitado en Francia por Eduard
Toulouse, en el parisino Hôpital Sainte Anne. En Alemania,
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Herman Simon, en 1929, crea la Terapia Activa Ocupacional
para los enfermos mentales, en vigencia desde 1911. En 1930,
se realiza en Washington el Primer Congreso Internacional de
Higiene Mental; luego se desarrolla otro, en 1937, y finalmente,
en 1948, el Tercer Congreso de la Liga, en Londres. En éste,
se funda la Federación Mundial para la Salud Mental, institución apoyada por la OMS, la UNESCO y la OIT [Organización
Internacional del Trabajo]. En ese mismo año, aparece publicada, por las Naciones Unidas, la Declaración de los Derechos del
Hombre. Por su parte, en Francia, Paul Daumezon y de Tosquelles
con Paul Sivadon se ponen en marcha para recomponer la tarea
asistencial de la psiquiatría después de la guerra En su totalidad,
la psiquiatría buscaba generar un ambiente distinto de ayuda al
enfermo, en el cual éste participara en la terapia y mantuviera
su inclusión en la sociedad. Gradualmente, se produjo una generación de psiquiatras que se negaba a seguir tratando enfermos mentales que la sociedad apartaba. Ellos habían diseñando
una estrategia que posibilitaba al enfermo volver a desarrollar
una vida laboral normal después del tratamiento. Esta experiencia táctica, con Phillipe Paumelle sectorizando el décimo tercer
sector de París, para luchar contra el alcoholismo, fue bastante
exitosa. Se crea para esa gesta el Hospital de Día [HD]. A éste
se le agregó el Hospital de Noche, los albergues y los cuidados
domiciliarios; esta acción mancomunaba la lucha antialcohólica
con la detección del enfermo mental en su fase aguda. La idea
de sectorización, poco a poco, fue siendo aceptada en el tejido
social, hasta que es relanzada, definitivamente, en 1972, posteriormente llega a toda la población francesa con la Ley N.° 85772 de 1985. La estructura de la sectorización de atención psiquiátrica será, de aquí en más, un dispositivo fundamental de la
psiquiatría pública. Asimismo, un componente importante para
la prestación de atención especializada es la incorporación del
seguro de salud. Después vendrán las consideraciones de las necesidades poblacionales, que tomarán en cuenta la geografía de
mayor prevalencia e incidencia del deterioro psíquico, así como
la percepción social de la enfermedad mental. El hospital de día
(HD) —que algunos prefieren llamarlo centro de día, para liberarse del término hospital— se incorpora en casi toda Europa, los
EE.UU. y Canadá, por lo que veremos someramente a través de
algunas de las experiencias más significativas.
La experiencia soviética del HD, llevada a cabo a partir de
1933 por Dzhagarov, consideraba que el hospital debía tener
un servicio económicamente redituable, y animaba al enfermo
a contactar el medio social. Dzhagarov proponía que el HD es-
78
Lucio Enrique Bellomo
tuviese en la puerta del psiquiátrico con fines de readaptación
y de rédito económico, por ejemplo, para vender obras de artesanías, costura y jardinería, realizadas por los enfermos. Otra
experiencia descripta en torno al HD es la de Canadá. Fue llevada a cabo por Cameron en 1946, con la apertura de 89 camas
en el Hospital Psiquiátrico Central de Montreal, dotado con cerca
de veinte personas en el equipo médico, entre psiquiatras, terapistas ocupacionales, enfermeros, etc. El Hospital de Día se
hallaba en un ala especial del edificio de modo similar a la de
otros sectores en que se hacían tratamientos biológicos (ESH,
insulina); otro bloque estaba destinado a tratamientos psicoterapéuticos grupales, de familiares e individuales. En 1958, se
agregó la terapia ocupacional artística. La experiencia inglesa
nace en 1941 con Bierer, quien insta a que el paciente tenga un
rol de colaborador activo en el Hospital. Es en ese momento que
nace el concepto de comunidad terapéutica, la cual abre primero
como un club, de la calle Hampstead de Londres en 1945, al cual
se añade otro en Marlborough Place 0, en 1954. El éxito es total,
pues en 1954, contaba con cincuenta enfermos y en 1963, tenía
ochenta y tres. Bierer aceptaba todo tipo de paciente, pero al
final de su carrera, separó a los violentos de los seniles. Existen
cinco tipos de Hospital de Día: 1- el HD autónomo, con cierre
nocturno, no sectorizado; 2- el HD a predominio social; 3- el HD
posterior a la cura; 4- el HD considerado como un anexo de la
Liga de Salud Mental; 5- el HD como resultado de la sectorización. Todos tienen en común el hecho de que los enfermos deben reinsertarse con tareas laborales propias del medio social de
donde provienen, ya sean oficios, trabajos remunerados, o los
denominados como laborterapéuticos. [ver on line: www.serpy.
org/psy_levons_voile/hopital/hdjour.hatml].
Como puede observarse, de esta manera, también se crean,
simultáneamente, los talleres protegidos para la enseñanza de
oficios y trabajos, que serán de utilidad para el empleo del paciente cuando sea dado de alta y en el período posterior a la
cura. Talleres que toman relevancia con el proyecto científico y
sistemático de Paul Sivadon, que pasaremos a analizar.
El “modelo ergoterápico” de Paul Sivadon, en Francia
En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, hacia
1952, aparecen, en el mundo de la psiquiatría, figuras como
la del belga Paul Sivadon (Sivadon, 1952); Charles Veil (Veil,
1957); François Tosquelles (Fr. Tosquelles, 1967); Henry Ey;
George Daumezon; Louis Guillant y otros, que estudian metodológicamente el tema del trabajo como vínculo indispensable para
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
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79
la reinserción del enfermo mental en la sociedad. Algunas de sus
conclusiones fueron de avanzada para la época, pero alcanzó
para considerar que el mismo “trabajo” —incluso, el practicado
por las personas llamadas “normales”— fuera estudiado desde
el punto de vista psicosocial. El tema comenzó a tomar efervescencia cuando dichos autores dieron cuenta de ello y pusieran
énfasis en el aspecto subjetivo del trabajo, valorando que éste
no rendía, terapéuticamente, si se lo aplicaba de manera mecánica. En cambio, si se lo practicaba de un modo creativo, la
labor en la rehabilitación mejoraba sustancialmente al paciente.
El término que ideó Sivadon para dar forma a este proyecto fue
el de ergoterapia (ergothérapie). Actualmente, Isabelle Billard
realiza una excelente e interesantísima crítica sociológica aplicando la concepción de estos autores para toda la sociedad actual. Estudia el trabajo en sí mismo, considerando que, si éste no
es productivo y creativo no sólo no sirve verdaderamente para
insertar al enfermo en la sociedad, como tampoco le es útil al
hombre común. Paul Sivadon era Secretario de la Liga de Higiene Mental en Francia (1949). En 1947 hacía sus experiencias en
Ville-Evrant, luego, en 1949, trabajó en Villejuif en el Servicio
de Le Guillant. En el primer lugar, se desempeñó con éxito junto
a Rodiet, aplicando el valor de la terapéutica por el trabajo, y
con indicaciones precisas para cada patología mental (Rodiet,
1924). En un principio, Sivadon buscaba el trabajo productivo y
se basaba en dos postulados cruciales de su autoría: 1- que se
deben buscar las condiciones para que la actividad laboral esté
al alcance de los niveles de la enfermedad mental que porta el
enfermo; 2- el equipo de trabajo debe hacer una escala progrediente de las dificultades que encuentra el paciente en su tarea,
para que las mismas sean superadas poco a poco, jerarquizando la tarea laboral a los niveles más óptimos de su rendimiento. Claro que muchos de estos autores partían del principio del
órgano-dinamismo de Henry Ey. Sivadon concebía, como H. Ey,
que la enfermedad mental alteraba las funciones jerarquizadas
del pensamiento, liberando las otras funciones psíquicas y psicológicas inferiores automáticas, modelo tomado por Ey de la
neurología de Hughlings Jackson. Estas últimas funciones, aun
cuando son más instintivas, inconscientes, primitivas e involuntarias, neurológicamente protopáticas, favorecen la adaptabilidad laboral y la ergoterapia.
La concepción de la vida mental sustentada por Henry Ey es
que ésta posee, fundamentalmente, una libertad que le es propia y característica, y que dicha libertad se desvanece cuando el
sujeto cae en la locura; la naturaleza de la personalidad de base
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Lucio Enrique Bellomo
del enfermo sostiene al psiquismo cuando es atacado por la locura, el cual se ve sostenido por los factores orgánicos de la misma.
Esta postura es distinta a la concepción de Jacques Lacan, que
refiere que la causalidad de la locura se halla en seno del propio
psiquismo, la cual solamente representa un disturbio del pensamiento, la folie est un phenomène de la pensée (Ey H. Lucien
Bonnafé. Follin Sven. Jacques Lacan. Julien Rouart, 1950).
Volvamos a Sivadon. ¿En qué consistía el modelo de ergoterapia propuesto por el inteligente autor belga? Pues en que,
como creía en el marco teórico de Ey, anhelaba llevar al paciente, paulatinamente, a una readaptación social por medio de la
integración y la diferenciación de las funciones exaltadas en el
enfermo psicótico de tipo subcortical (protopáticas), a las funciones jerárquicas del cortex cerebral (epicríticas y discriminativas)
del individuo mentalmente sano. En la práctica, él trasladaría
este modelo para que el enfermo pasara por las mismas etapas
de la vida que tiene una persona normal, desde la infancia a la
adultez. Teniendo en cuenta que el niño en su desarrollo debe ir
poco a poco venciendo obstáculos para adaptarse a la vida adulta y a su entorno social, cada etapa o nivel que logre ascender,
superando los escollos que se presenten, será en beneficio de su
paulatina integración en el mundo y en el medio [mileu]. A medida que hace esto, en la práctica, se diferencia a su vez de otras
personas para llegar a tener una cabal identidad de sí mismo.
Cuando Sivadon aplicó dicha teoría en los enfermos mentales,
vio que la terapia llevada a cabo a través de la ergoterapia era
sencillamente la misma que puede exigírsele a un niño que crece; es decir, ascender en la maduración e integración de las partes menos adaptadas y más regresivas, propias de las psicosis,
a fases más desarrolladas y jerarquizadas. Para readaptar a un
sujeto, se debe pasar, escalonadamente, por las mismas instancias, desde lo inferior a lo superior, hasta el nivel que el enfermo
pueda alcanzar con la rehabilitación, venciendo las dificultades
que se presentan. Ello requiere para el staff médico y para el
paciente, concretar un sacrificio progrediente, de mucha paciencia y esfuerzo, aplicado con técnicas metódicas. Y debe ser así,
para que el enfermo, ante los sucesivos empeños y denuedos,
más la frustración que implica pasar cada etapa venciendo obstáculos, no desista de realizar el próximo empeño que requiere
la ergoterapia para llegar a la cura. Las experiencias de Sivadon
son narradas por Ronald Chen (EUA), que estuvo como visitante
en el Hospital de Villa-Evrad y describió lo observado con minuciosidad (Ronald Chen, 1964). Doscientos cincuenta pacientes
participaron de dichas técnicas acompañados y dirigidos por un
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equipo de rehabilitación que contaba con diez médicos, un psicólogo, dos trabajadores sociales, un terapista ocupacional, un kinesiólogo, diez profesores de gimnasia y deportes, y ciento diez
enfermeras. Los enfermos debían cumplir las exigencias de una
labor sostenida desde la mitad de la mañana hasta la media tarde, etapas que eran interrumpidas por un lapso de descanso. El
trabajo iba desde lo más simple a lo más complejo, dependiendo de la patología del enfermo. Por ejemplo, un esquizofrénico
afectado de catatonía, primero, era tratado con masoterapia y
ejercicios simples; el kinesioterapeuta utilizaba un estilo de maternaje, hasta que el paciente pudiera moverse de manera autónoma. Sucesivamente, en los días siguientes, iban introduciendo
dificultades y obligaciones cada vez más complejas, para conseguir un cambio favorable en su estado mental. Ocurría que, al
principio, los pacientes se mostraban proclives al tratamiento,
pero a medida que comenzaban a ponerles mayor complejidad
en la tarea se resistían cada vez más a continuar. En efecto, el
método de la ergoterapia daba lugar a una renuencia persistente, y a un negativismo particular para egresar de su puesto, no
pocas veces acompañadas de rebeliones, agresiones, protestas
y huelgas dirigidas al staff médico, psicológico y de enfermería. Para atenuar esta resistencia a la cura, Sivadon se reunía
dos veces por semana con el personal del equipo y cinco o seis
pacientes, y discutían los problemas que pudieran tener, las relaciones interpersonales y las necesidades de los enfermos. Asimismo, se llevaban a cabo reuniones, en las cuales un delegado,
elegido previamente por los enfermos, presentaba las quejas y
los requerimientos de aquéllos. Muchas veces, el equipo profesional cambiaba de actividades a sugerencia de los enfermos. No
obstante, se les comunicaba que la decisión principal de continuar los esfuerzos, a través de niveles cada vez más exigentes,
no se dejaría a un lado, pues la cura de rehabilitación consistía
en la aplicación de dicha fórmula en el modelo de trabajo ergoterápico. Ronald Chen describe que el esfuerzo era importante;
y los logros, lentos. El tratamiento hospitalario es visto —dice
Chen— solamente como uno de los escalones de la total rehabilitación del paciente, y la cura postinternación se instala en el
departamento de reinserción social o Casa de Mitad de Camino
[halfway house], el Hospital de Día, los programas sociales, los
servicios de atención externa individual, familiar y social. Por
aquel entonces, se admitía que los enfermos tuvieran su propia
colonia, y Sivadon apoyaba esta idea. El centro de postcura comenzó en el Departamento del Sena, donde trabajaba el autor.
El lugar contaba con veintitrés camas, que se establecieron en
1958. También se había hecho la propuesta de construir pron-
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Lucio Enrique Bellomo
tamente ocho centros más, aparte de tres hospitales de día.
Más de mil quinientos pacientes se habían beneficiado con esta
terapia, pero se estimaba que más de 10.000 necesitaban de la
misma, ya que no era abarcativa para todas las patologías, como
ocurre con las frenastenias y las patologías defectuales esquizofrénicas graves. Los pacientes obtenían peculio por el producto
de lo trabajado, en especial, las artesanías que se vendían en
festivales y quermeses, pues Sivadon participaba de la idea de
que el trabajo dignifica a la persona y debía estar remunerado.
El sistema estaba cubierto por el seguro social público francés.
Finalmente, se debe mencionar muy en especial, el accionar de
la Liga de Higiene Mental, presidida por Eduard Toulouse desde
1920, y alentada por Clifford Beers. Ésta había comenzado sus
programas durante los años 20 y 30, pero se mantuvo inactiva
durante la guerra; reanuda su actividad en 1955 bajo la tutela de
Paul Sivadon. El derrotero de la actividad ergoterápica tuvo un
comienzo exitoso y significativo, pero en la práctica, tuvo alcances poco satisfactorios en su conjunto. Prontamente, se vio que
el deseo de Sivadon, loable y teóricamente fundamentado, para
que los enfermos mentales lograran la maduración y la cura por
medio del esfuerzo, desde lo más disoluto de su psiquismo hasta
conseguir alcanzar un estamento posible en la reinserción laboral, aún distaba de ser lo mejor. Sivadon y su escuela advirtieron
que era la misma sociedad que no admitía enteramente, en su
seno, a los pacientes mejorados o “curados”; por el contrario,
los expulsaba y segregaba, incluso cuando éstos pudieran contar
con aptitudes laborales suficientes (Isabelle Billard, 2002). Esta
situación se vio agravada por la intensa competitividad laboral
en los años siguientes y por la falta notable de empleo. Por tanto, se hacía muy difícil, sino imposible, la reinserción total, con
trabajo activo y creativo, del enfermo que había padecido un
brote psicótico agudo, con secuelas de un defecto psicótico residual, en grado leve o moderado. Los factores externos fueron
determinantes para el poco o escaso éxito del método Sivadon.
De una manera homóloga pero actualizada, refiere su queja
Hélèné Vaillé al estudiar la situación laboral en el siglo XXI con
el desgano y la apatía que afecta a los trabajadores, jóvenes y
adultos, a raíz de la feroz competencia que existe, en el ámbito
laboral. Es común que se hallen trastornos músculo-esqueléticos
[TME], los estados de agotamiento [burn out], de fatiga, la falta
de creatividad en el empleo, las presiones, así como el clásico
fenómeno de las somatizaciones corporales producidas por el
disgusto, la amargura por las postergaciones, la discrecionalidad
e injusticias en el trabajo, el fantasma del despido o el acoso laboral entre la población estable de las empresas y de las institu-
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ciones. De todos modos, los fundadores de la ergoterapia buscaron humanizar la rehabilitación psiquiátrica instrumentando un
modelo creativo por el esfuerzo, abriendo la posibilidad de una
cura definitiva de la enfermedad mental, pero lastimosamente,
no fue posible el intento. Ello nos brinda un dejo de pena, pero a
la vez, de realismo, frente a las posibilidades de reinserción social que, en la actualidad, pueden tener los enfermos mentales.
Aspecto que deberá ser tenido en cuenta a la hora de aplicar la
tarea de rehabilitación del enfermo, tal como lo hemos probado
con nuestra experiencia (Vaillé, 2003 y Bellomo, 1987).
La influencia del psicoanálisis en la rehabilitación psiquiátrica
Mientras tanto en la Argentina, aproximadamente desde 1940,
comienzan a aparecer los primeros aportes psicoanalíticos a la
psiquiatría. Tal como lo hemos señalado, en nuestro país, estuvieron dados por las contribuciones de los doctores Ángel Garma, Lucio y Arnaldo Rascowsky, Marie Langer y Celes Ernesto
Cárcamo, de quien fui su analizado y alumno durante muchos
años. También se añadieron al movimiento el Dr. Enrique Pichon
Rivière y el Dr. Eduardo Krapf, que se acercaron al Hospital Psiquiátrico, bien como colaboradores del método analítico o como
maestros de los médicos de las nuevas generaciones de psiquiatras. El primero, Enrique Pichon Rivière [1907-1977], de origen
suizo, se trasladó con sus padres de muy chico a Inglaterra,
luego vinieron a la Argentina. En principio se instalan en Chaco
y posteriormente en Goya (Corrientes). No se sabe a ciencia
exacta el porqué su familia tuvo tanta migración parental. En
1936, se recibe de médico, trabaja como periodista y funda el
Partido Socialista en Goya. En Buenos Aires, hace sus primeros
escarceos psiquiátricos en la Colonia de Torres (Luján) y, finalmente, se desempeña como médico concurrente durante quince
años en el Hospicio de la Merced. En esa institución, formó grupos bajo su lema Esquema Conceptual y Referencial y Operativo
[ECRO]. Lo hizo en el marco teórico-práctico, con un conjunto
restringido de personas que intenta lograr una meta propuesta
u objetivo, desafiando el status quo y sorteando las barreras de
las ansiedades paranoides que el cambio implica, hasta lograr el
fin propuesto. El grupo, así considerado, buscaba una forma de
creación como modelo de transformación y de cambios, partiendo de lo conocido hacia lo que se está por conocer, lo cual conlleva saltar las vallas y los obstáculos ineludibles de las ansiedades
paranoides y depresivas que se despiertan. La tarea de lograr la
meta representa el desafío del grupo; y esto puede aplicarse en
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Lucio Enrique Bellomo
el medio laboral, educacional, en el aprendizaje, en lo social y
en el campo de las relaciones humanas (Pichon Rivière, 1971].
Incursionó en temas tales como la epilepsia, la esquizofrenia y,
también, en el ensayo de drogas como la imipramina, siempre
aplicando la teoría del ECRO (Pichon Rivière, 1960:247-249).
Partidario de la existencia de una enfermedad única, que él adscribía a la función depresógena del individuo, consideraba que
el resto de las enfermedades eran mecanismos defensivos para
deshacerse de la melancolía. No tuvo una acogida favorable de
parte de sus colegas psiquiatras de la época, en su mayoría somatólogos, por lo que finalmente, decidió dedicarse a la psiquiatría y psicología social, y formar su propia Escuela. Tuvo como
laudables seguidores a los Dres. Fernando Taragano y Guillermo
Vidal. A mi juicio, las ideas de Pichon Rivière cundieron más desde fuera del Hospital que desde las propias entrañas del nosocomio, y además, se difundieron por la labor de alumnos suyos,
como José Blejer, sus discípulos, y otros distinguidos analistas
que continuaron con sus teorías. El motivo ésto lo debemos hallar, quizás en su postura de avanzada para la época y la impronta organicista de los hospitales.
El otro gran psiquiatra que adhirió al movimiento analítico
argentino fue el alemán Eduardo Krapf [1901-1963]. Se instaló
en el país en 1934, probablemente a causa de la influencia de
la atmósfera nazi vivida en esa época en su Alemania natal. Se
anotó como alumno en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires y de La Plata, aun cuando ya era Privatdozent en Alemania, y hasta se había doctorado en ese país
siendo muy joven. Había realizado una carrera distinguida en
Europa, en contacto con Oswald Bumke (1926) y con Guillain
en París (1928). No obstante, revalidó su título de médico en
la Argentina y redactó una brillante tesis doctoral (la segunda),
que trató sobre la relación entre las influencias climáticas, la
temperatura estacional y las internaciones psiquiátricas en el
hemisferio norte. Como jurado, se hallaban Nerio Rojas y Esteves Balado. Krapf fue una eminencia superlativa en lo que
atañe al conocimiento del sistema nervioso, la neurología, la
neuropsiquiatría y la psicología experimental. Al ser un clínico
de fuste y con una importante experiencia en Alemania, en el
seguimiento del enfermo a través de los consultorios externos,
prontamente fue nombrado médico de planta en el Hospicio de
las Mercedes. En el campo académico, fue docente libre en la
cátedra de Psiquiatría, en 1947, y, finalmente, profesor adjunto
en 1949; fue cesanteado en 1952 inexplicablemente, y reincorporado a la cátedra en 1956. Se analizó con el Dr. Lucio Ras-
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
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kowsky, quien después fue habilitado como didacta de la APA
[Asociación Psicoanalítica Argentina]. Desde 1930, se vinculó
a la Sociedad Argentina de Psicología y colaboró con Enrique
Mouchet en la reorganización de ésta y luego fue nombrado
miembro de dicha Sociedad. En 1944, se desempeñó como jefe
de Psicología Experimental en la cátedra de la Facultad de Medicina. Trabajó con Gonzalo Bosch y Lanfranco Ciampi, y colaboró
en la experiencia del Hospital de Psiquiatría de Rosario y en el
Laboratorio de Psicología Experimental bajo la égida del mismo
G. Bosch. Fue nombrado miembro de la Liga Argentina de Salud
Mental en la década de los años 30. Asistió a numerosos Congresos Nacionales e Internacionales, y en 1957 fue nombrado
jefe de la Sección de Salud Mental en Ginebra, ciudad en la que
murió. Mientras me desempeñé como practicante adscripto a
la Sala N.° 5 del Hospital Neuropsiquiátrico de Hombres, escuché hablar mucho sobre su figura. Tanto el jefe de dicha sala,
el Dr. Enrique Mo Gatti, como el médico de planta, el hoy Prof.
Dr. Antonio Duarte, eran estrechos amigos del científico alemán
y comentaban sobre la visión que tenía Krapf de la psiquiatría,
de la medicina psicosomática, del Yo corporal y de sus teorías
respecto a la clínica y dinámica de las funciones mentales. Trató
de plasmar todos estos temas en un libro (Psiquiatría) que lamentablemente, quedó inconcluso.
A partir de 1942, el movimiento analítico enseñó las aplicaciones teóricas y técnicas del psicoanálisis en la psiquiatría, en
materia familiar y social, sin participar activamente en el tratamiento directo de los alienados, ya que su fuerte se hallaba en
el tratamiento de las neurosis. No obstante, hubo excepciones,
como la Dra. Cristina Melgar, médica del Servicio N.° 1 del Prof.
Dr. Ramón Melgar en el Hospital Neuropsiquiátrico de Hombres;
el Dr. Juan José Morgan, Jefe de la Sala N.° 8 —donde fui residente— del mismo Hospital; el Prof. Dr. Antonio Duarte, Jefe de la
Sala N.º 5 por las décadas de los 60 y 70; del Dr. Eugenio López
de Gomara; el Prof. Dr. Roberto Doria Medina Eguía, que fue uno
de los primeros médicos residentes formados en Psiquiatría, que
colaboró intensamente en la Cátedra y en el Hospital de Clínicas;
y el Prof. Dr. Jorge García Badaracco, Jefe de la Residencia y Sala
Nº 3 del Hospital. Este venía de París, en donde había escrito artículos importantes en la Enciclopédie Médico Chirurgical – Psychiatrie. En tanto, en el Neuropsiquiátrico de Mujeres, se hallaba
como única influencia del psicoanálisis, el Dr. Jaime Smolovich,
de quien hablaré luego, con el que tuve mucha afinidad, pues yo
también era analista en formación. Todos estos médicos, incluso
siendo psicoanalistas, trabajaron con ahínco tratando enfermos
86
Lucio Enrique Bellomo
psicóticos en el actual hospital Borda. De hecho, recuerdo que
en los años 60, en la residencia psiquiátrica y también en la
cátedra de Psiquiatría, venían los didactas de la entonces APA
a dar clases y conferencias. Se dictaban una vez por semana a
los estudiantes de postgrado en la cátedra de Psiquiatría y a los
médicos residentes. El lugar en donde se desarrollaban era el
entonces bonito edificio de la antigua residencia psiquiátrica, al
lado de la capilla del Hospital que, según la tradición oral, había
sido diseñada por el arquitecto Le Corbusier.
El fenómeno analítico perduró y fue realmente fecundo, dada
la intensa labor de los pioneros en materia del psicoanálisis aplicado a las psicosis, como a los tratamientos grupales de familia
y de tipo comunitarios. La influencia del psicoanálisis sobre la
psicosis fue de tipo psicopatológico, pues enseñaba el estudio dinámico de las psicosis, y por sobre todo, su aplicación en el medio familiar y social que pudieran favorecer la rehabilitación en
el tratamiento psiquiátrico. Al respecto, es interesante saber que
el impulso de Freud a la psiquiatría provino del aporte que éste
hizo sobre el conocimiento de las psicosis y las neurosis respecto
de la realidad. Las diferenció clínicamente: la neurosis es una
represión de los impulsos, mientras que la psicosis es una represión de la realidad. Actualmente, a esta forma de represión se
la llama repudio, forclusión, que significa “rechazo” o “condena”,
avance teórico que logró Jacques Lacan. Con el psicoanálisis, se
pudo ir conociendo más y mejor las relaciones intrafamiliares
a través de la relación que tenía el paciente con su madre y/o
por irregular triangulación edípica (o su ausencia) que existía
en la psicosis. El avance en la investigación emocional madre–
hijo hecho por Margaret Mahler, por ejemplo, hizo posible que
se abriera el abanico a las exploraciones de las relaciones de
objeto. Lo mismo ocurrió con los aportes de Donald Winnicot enfatizados en APdeBA (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires)
por el Dr. Alfredo Painceira Plot, respecto al pseudoself y a los
objetos transicionales (Panceira Plot, 1997). Las relaciones de
objeto intrafamiliares, como dijimos, se estudiaron en profundidad gracias al aporte del Dr. Jorge García Badaracco y de la Dra.
Inés Puig en los consultorios externos del Hospital Moyano durante los últimos años (García Badaracco, 2005). En el antiguo
Hospital de Mujeres —actual Hospital Moyano—, se registraba
la exclusiva influencia del movimiento psicoanalítico dada por el
Dr. Jaime Smolovich desde la década de los 60, época en que lo
conocí. Dicho profesional —también analizado del Dr. Lucio Rascowsky— fue jefe de la antigua sala Esteves Balado del Hospital
Moyano. En este lugar, llevó a cabo una tarea encomiable para
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
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la rehabilitación de las internas, que lo querían muchísimo; por
ejemplo, bajo su dirección fueron las mismas enfermas quienes
se encargaron de la refacción (pintura y embellecimiento) de
la sala. Lastimosamente, en 1977, durante la dictadura, dicha
hermosa sala fue transformada en la Unidad 27 del SPF, adonde
iban a parar las delincuentes psicóticas inimputables y/o peligrosas. Si bien hasta el 2004, la Unidad 27—doy fe— fue un
ejemplo para el tratamiento de las encausadas, ningún otro servicio reemplazó al Esteves Balado del tiempo de Smolovich. Lo
mismo pasó con el Dr. Eugenio López de Gomara, en su sala del
Hospital Borda, que hacía confeccionar los famosos sapitos de
cerámica, que luego eran decorados por los enfermos y expuestos con orgullo por ellos mismos y por el propio Eugenio, hombre
tierno, dulce, verdadero conocedor tanto de la Psiquiatría como
del arte universal. Posteriormente, a partir de la década de los
70, comenzaron a llegar, poco a poco, a los hospitales psiquiátricos para prestar su aporte muchos psicólogos y psiquiatras
con formación psicoanalítica. El Hospital Borda fue muchísimo
más permeable a la aceptación del psicoanálisis que el Hospital
Moyano, institución que tuvo significativas resistencias para incorporar e implementar tales teorías.
La experiencia del Dr. Goldenberg - El Lanús
Otros psiquiatras importantes, como el Prof. Dr. Mauricio Goldenberg (1916-2006), tuvieron una enorme injerencia en la historia de la psiquiatría argentina, y especialmente, en referencia
a la rehabilitación psiquiátrica. Según fuentes fidedignas, Goldenberg se formó con la corriente de Gonzalo Bosch, siguiendo
el paradigma de los consultorios externos de la Liga Argentina
de Salud Mental, y sus primeros trabajos en dicha línea datan
de 1945-1946. Por la época en que Goldenberg era jefe de servicio en el Hospital Neuropsiquiátrico de Hombres junto al Prof.
Dr. Vicente Cabello (en el mismo edificio del Hospital), yo me
desempeñaba como practicante mayor y tuve oportunidad de
conocerlo bien, y de comprobar el valor de su presencia como
profesor jefe. Desde 1956, ejercía la jefatura del Servicio de
Psicopatología, en el Policlínico Lanús (luego, Hospital Evita). En
1959, por concurso abierto gana la jefatura del mismo, y comienza una vertiginosa trayectoria que sus discípulos -seis en un
comienzo, y ciento cincuenta luego- se lo agradecerán honrando
su memoria. En 1950 había viajado a Francia, en donde conoció
psiquiatras de avanzada y muchos jefes de servicio de psiquiatría. Una década después, en los 60, se comenzó a conocer la
psiquiatría comunitaria, que prendió chispa en su personalidad,
88
Lucio Enrique Bellomo
para aplicarla en El Lanús, como llamaban con afecto a su Servicio. En 1962, es nombrado consejero de la Organización Mundial
de la Salud (OMS) y fue convocado, en 1967, por la Secretaría de
Salud Pública para desarrollar un Plan de Salud Mental. En éste
están glosados los dispositivos de Hospital de Día, Comunidades
Terapéuticas, la Atención Primaria de la Salud Mental junto a la
detección temprana de las afecciones mentales. Por la misma,
se reabrieron servicios de psiquiatría en trece hospitales municipales, y se crearon además otros centros de salud. En 1971,
fue invitado a formar parte del plantel como jefe de Servicio de
Psiquiatría en el Hospital Italiano, con otros convocados. En ese
lugar, en 1974, abrió otra sala de internación, con el apoyo de
la Fundación Bronzini. Pero su sede principal de actuación fue el
Policlínico Lanús, en donde creó una sala de internación-hospital
de día, comunidad terapéutica, servicio infantojuvenil, terapia
familiar, impulsó la docencia y la investigación en psiquiatría.
En 1984, fue nombrado Profesor Emérito por el Gobierno del
Dr. Raúl Alfonsín. En 1986 viajó, desde los EE.UU. para ser Jurado de los profesores titulares y adjuntos en materia de Salud
Mental del Departamento de Salud Mental, recién creado por
el Prof. Dr. Guillermo Jaim Etcheverry, decano de la Facultad
de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Muchos de sus
alumnos del Lanús se destacaron como profesores titulares de
Salud Mental, como el Dr. Vicente Galli, el Dr. Valentín Barenblit,
el Dr. Wilbur Grimson, la Lic. Aurora Pérez y otros. Golbenberg
no quiso quedarse en la Argentina, y, definitivamente, estuvo
como Asesor de la Organización Mundial de la Salud y de la Oficina Panamericana de la Salud. Falleció en Wisconsin (EE.UU.),
en el 2006 [URL:http://revista.hospitalitaliano.org.ar. Homenaje
al Dr. Mauricio Goldenberg, un innovador de la Salud Mental.
Finkelstein, Carlos. Guinzbourg, Mónica] [Grimson W.R. Mauricio
Goldenberg y su gesta psiquiátrica (www.fundaprev.com.ar].
La experiencia de Emilio Rodrigué en “Austen Riggs Clinic”
Según nos cuenta Emilio Rodrigué, Austen Riggs era un médico que llegó a Stockbridge (Massachussets, EE. UU.) en 1907,
por hallarse enfermo. Compró, en 1919, un predio de dos hectáreas y construyó una clínica en ese lugar que queda a tres horas
de New York. Allí se internaron, en principio, cerca de cincuenta
pacientes, en la proporción de dos mujeres por hombre; cada
uno ocupaba una habitación con baño privado. Emilio Rodrigué
se había formado en la Tavistock Clinic (Londres) en 1948, y luego se fue a trabajar a la Clínica Austen Riggs. En principio, este
lugar contó con tres hosterías: 1- en una se estudiaba psicolo-
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
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gía experimental; 2- otra en donde se internaban los pacientes
de elevadísimo nivel económico de la sociedad norteamericana; y 3- donde se hallaban los consultorios externos, con un
anexo para elaborar ocasionalmente, artesanías. Se practicaba
el psicoanálisis full time, y los pacientes eran analizados más de
cuatro veces por semana. Estaba prohibida la medicación psicofarmacológica. La institución contaba con veintidós profesionales, dos psiquiatras, ocho psicólogos, hasta completar los cien
cargos contando el personal administrativo (Emilio Rodrigué,
1965) Allí hubo, en un primer momento, maestros ejemplares,
como Erikson, pero sobrevino después una importante crisis institucional entre los años 1940-1947. Tuvo que llegar una figura
ecuestre, de la talla del Dr. Robert Knight, el Gran Jefe Blanco,
como era llamado cariñosamente por los enfermos, para poner
fin al riesgo en que se hallaba la tarea científica emprendida, que
afectaba también a la institución. Luego se sumaron otros, como
Kubie y Merton Gill. Los pacientes enfermos eran, en su mayoría,
jóvenes borderlines; otros tenían reacciones neuróticas graves;
había también sociópatas, anoréxicos, y se hallaban los internados, con regresiones psicóticas importantes; todos podían tener
un período de internación limitado a un año. Antes de la crisis
institucional citada, el pensamiento imperante fue el de Erikson, que proclamaba que cada paciente debía hallar por medio
del tratamiento analítico su propia “moratoria- moratorium” (así
llamada por Erikson) y su propio “nicho social- social niche”, en
donde fueran compatibles la identidad personal con la vida social
que el enfermo buscaba desde su mundo interno. A esta concepción se añadió el pensamiento de Maxwell Jones, que por dicha
época subyugaba a la mayoría de psiquiatras y psicoanalistas;
especialmente, debido a la mejoría que obtenían los pacientes al
tratarse en un grupo descentralizado, sin poder centrífugo, que
era homogéneo y democrático, en donde se hallaba incluido totalmente el equipo, al estilo de la Clínica del Chetnut Lodge, que
se llamó Comunidad Terapéutica [Rodrigué…, op. cit. Capítulo IIpp.:18-23]. Pero no fue todo color de rosas, como lo explica Rodrigué. A estos chicos enfermos, provenientes de una élite social
norteamericana, no se les aplicaba ningún tipo de rehabilitación,
y comenzó a gestarse un clima de permisividad muy importante
(Rodrigué lo llama laissez faire), que culminó con el abuso de
alcohol, el consumo de drogas y la promiscuidad sexual debido a
los abundantes acting out de los pacientes. Ello trajo como consecuencia una atmósfera delictiva, contrastante con la sociedad
puritana de Stockbridge en la cual se hallaba la clínica, que consideraba delito tanto el sexo previo al matrimonio como las infidelidades sexuales. Mientras tanto, el psicoanálisis ortodoxo no
90
Lucio Enrique Bellomo
tenía en cuenta dichos parámetros, chocando la metodología de
la clínica con el entorno. Rodrigué llegó a la institución en 1959 y
se quedó allí hasta cerca de 1962, desempeñándose como psicoterapeuta y director de subgrupos en la tarea comunal. Según lo
que dice Rodrigué en su libro, su experiencia fue fructífera, como
lo fue para sus compañeros, algunos de los cuales debían poner
límite a su envidia por el hecho de tener que analizar chicos cuyo
patrimonio llegaba a ser varias veces mayor que el sueldo anual
de muchos médicos; y que, como le decía confidencialmente un
colega, le indignaba tener que interpretar el Edipo a un joven..
porque no viajaba de vacaciones en el lujoso yate de su papá por
el Caribe (Rodrigué…, op. cit., pp. 33). Asimismo, expresa con
sinceridad, que (…) jamás hubiera podido hacer esta experiencia
en Argentina.
Emilio Rodrigué fue franco y honesto intelectualmente. En una
parte del libro, advierte que las experiencias psicoanalíticas no
sirven para formular una estructura social (Rodrigué…, op. cit.,
pp. 37), como tampoco eran válidas las tareas de laborterapia
que se realizaban, en las cuales, si alguno de los pacientes tejía
mal, el instructor rehacía la tarea, para no frustrarlo (Rodrigué…,
op. cit., pp. 33). Paulatinamente, se aplicó el trabajo de rehabilitación, pero solamente de una hora de 8:30-9:30 (!) y se
le dio más importancia al quehacer comunitario de artesanías
con vidrio, madera, jardinería, taller y limpieza de hostería, y a
otros trabajos, que exigían mayor esfuerzo corporal. Se obtuvo
así un poco más de disciplina y orden, pero ello fue escasamente
duradero. En el capítulo sobre “Comunidad Terapéutica” (Rodrigué…, op. cit., pp. 162-167), elogia el tiempo que se inició 150
años atrás con el hospital open door, respecto a la restauración
de la dignidad terapéutica y la profundización de la identidad
del alienado. Expresamente dice: La CT se sabe (cursiva de Rodrigué)… es un cuasineologismo antiterapéutico… que soluciona
agentes patógenos como la deprivación sensorial y social propios
del estilo clásico de tratamiento […] busca introducir elementos
que procuran la integración social del enfermo.
Nuestra opinión atenta hacia tal experiencia es que Emilio Rodrigué quedó satisfecho realmente de la CT de los EE.UU. por
lo enunciado en el párrafo precedente, y de manera sincera expuso, en forma implícita y explícita, que el psicoanálisis, como
método de aplicación —por sí mismo— incluso contando la práctica de la CT, no tiene un éxito completo para el tratamiento de
los enfermos mentales. Años después del retiro de Rodrigué de
la Clínica Austen, ésta dejó de existir. Como método terapéutico
de rehabilitación, fue un resonante fracaso.
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
91
El “modelo sanitarista” de Ramón Carrillo (1906-1956)
Ramón Carrillo tomó a su cargo la pesada responsabilidad de
conducir la Salud Pública en la Argentina, cuando ésta se hallaba en uno de sus momentos más lamentables. Así lo hizo desde
1946 hasta 1952, fecha en que se vio obligado a renunciar por
razones políticas durante la segunda presidencia de J.D. Perón.
Encontró al país devastado en materia sanitaria, con sólo 66.300
camas, una alta tasa de mortalidad infantil (90 por mil), desnutrición, elevado índice de muertes por tuberculosis TBC (130
muertes por 100.000 habitantes), y escasos hospitales en su
haber. Por entonces, la población total era de 15.700.000 habitantes, de los cuales 4.500.00 eran trabajadores activos. Al final
de su gestión, dejó más de 130.000 camas, ciento cuarenta y un
hospitales generales, sesenta instituciones especializadas, cincuenta centros materno-infantiles, dieciséis escuelas técnicas,
veintitrés laboratorios y nueve hogares. Erradicó el paludismo, la
sífilis, la TBC, que bajó a sesenta muertes por 100.000 habitantes disminuyendo la mortalidad infantil de noventa por mil decesos, a cincuenta y seis por mil (“Homenaje a Carrillo”, 2006).
Santiagueño de origen, llegó a la Capital a los 23 años, se
doctoró en 1929 como médico, y se dedicó a la neurocirugía, en
la que prontamente se destacó hasta llegar a ser profesor titular
de la materia en la Facultad de Medicina de la Universidad de
Buenos Aires. Luego viajó a Holanda, Alemania y Francia, y publicó muchos artículos en La Prensa Médica, El Día Médico y en
la Semana Médica. Finalmente, se dedicó a la política sanitaria,
con los éxitos citados. Respecto de las enfermedades mentales,
publica su novedosa Clasificación de los Enfermos Mentales, la
cual tiene la particularidad de enfocar el tema desde el punto
de vista sanitario. En su Teoría del Hospital, escrita en 1951,
hace especial hincapié en la prevención de las enfermedades
para lograr un verdadero suceso positivo en la población (Carrillo, 1951-1974). Los hospitales debían reunirse en pequeñas
ciudades, que Carrillo llamaba la Ciudad-Hospital; ésta debía tener –entre otras cosas- un policlínico asistencial, consultorios
externos, centro tisiológico, leprosario, institutos especiales y
anexos, como el Hospital Psiquiátrico [cursiva mía]. Los hospitales debían prevenir la salud física y psíquica de los concurrentes,
no sea cosa que ocurra lo mismo —cuenta— que en la cocina
más grande de Sudamérica … en el Psiquiátrico de Oliva (Córdoba) no se la podía colocar porque no se había previsto poner
antes de instalarla, los generadores de vapor (Carrillo…, op. cit.
Tomo 1:350). Es un deleite apreciar los detalles de algunos de
92
Lucio Enrique Bellomo
los hospitales que creó en Tucumán, Catamarca, Gualeguaychú, y en su provincia natal de Santiago del Estero, tan bien
expuestos en su libro (Carrillo…, op. cit. Tomo 1:374-375-381).
Ironizaba sobre la prudencia de Cabred: … a Cabred lo criticaban porque había comprado 400 ha para cien camas... ¡se quedó
corto —dice— debía haber comprado 4500 ha... que son las que
nos faltan ahora! [Carrillo…, op. cit.T. 1:145] porque los Hospitales Psiquiátricos producen más, y consumen menos, ya que
sobre la base de 300 camas (entre población alienados, centros
y demás), los tambos producen un 20 % de lo que consumen...
(Carrillo, R., op. cit. Administración. T 2, 1951:461). Asimismo,
sostenía que los hospitales psiquiátricos debían tener un orden
más profiláctico que curativo, tratar a tiempo los enfermos mentales antes que gasten su fortuna inútilmente, trastornen a su
familia o bien que cometan un crimen (Carrillo, 1950). En ningún
momento, el autor trata especialmente el método de la cura por
el trabajo, solo se limita a describir las enfermedades mentales desde el punto de vista sanitario, conjeturando acerca de
las estadísticas y con el fin de crear la ciudad-hospital. Para el
área dedicada a la salud mental, busca crear monobloques en
superficie, con un sector para crónicos y un sector para agudos
(Carrillo, R., op. cit., p. 140 y siguientes).
Para los enfermos crónicos, debían crearse salas colectivas,
salas dormitorios, exclusivas para hombres y para mujeres,
además de talleres externos al hospital. Los enfermos agudos
tendrían salas individuales, con servicio de clínica médica y enfermería. En las colonias y hospitales debería disponerse de un
sector destinado a consultorios externos, servicio de admisión
de agudos; consultorios externos de emergencia, en las colonias y hospitales psiquiátricos; un patio central, con anexos de
servicios generales [cocinas, depósitos, office] y un sector destinado a centro cívico, viviendas, escuelas y capilla. Deben existir
hospitales generales que sean policlínicos, que tengan un bloque
para el leprosario, un bloque para la tuberculosis TBC, y un bloque para alienados, pues los clínicos tienen el problema que no
saben psiquiatría, sic (…) hay enfermos clínicos, afectados de
úlceras, gastritis, yeyunitis o inflamaciones generales, que son
provocadas por trastornos nerviosos y viceversa. Como vemos,
se adelanta, avant la lettre, a la medicina psicosomática, y hacia
lo que hoy día se conoce como psiquiatría de enlace. Refiere que
se debe contar con ayuda para la familia del enfermo mental,
pues en un hogar cuando hay un enfermo mental también está
enferma la familia (!). La psiquiatría debe cumplir un rol preventivo, cuya base es la higiene mental relacionada íntimamente
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
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con la educación sanitaria. El centro de salud especializado en
psiquiatría ambulatoria deberá ser sanitario y social; se manifiesta en contra de los hospicios que, al final de cuentas, son,
entre otras cosas, reducideros humanos. Cruda pero realísticamente —citando a Alexis Carrel—, Carrillo señala que a la edad
postrera, el 22 % de las personas pasará por algún Hospicio por
ser radiadas de la sociedad. La Higiene Mental busca que el sujeto viva, actúe, produzca, sienta, en fin, de saberse un ser socialmente eficiente (...) apuntando más al fenotipo (ambiente) que
al genotipo (lo endógeno) (Carrillo, R., op. cit., pp. 149-150).
Construyó una clasificación sanitaria de las enfermedades mentales; de un modo particular, le asigna un nombre a cada entidad
psicopatológica como las afrenias, disfrenias, kindinofrenias, oligofrenias y peirofrenias. De todas ellas, las afrenias (asociales) y
las kindinofrenias (antisociales) —principalmente las primeras—
eran las que requerían tratamiento de laborterapia, pues tendían
a una pérdida completa y persistente de la autocrítica.
El resto pertenece a una nomenclatura de las enfermedades
mentales, que están apoyadas por la teoría de la Gestalt y de
la Estructura, pero que tienen una mayor aplicación sanitaria
que clínica. Carrillo estaba más interesado en la construcción y
funcionalidad de los hospitales que en las enfermedades mentales, en las que se veía como un neurocirujano inmiscuido entre
sus colegas psiquiatras. De todas formas, Ramón Carrillo fue
—como dice el Dr. Roberto García Novarini— un hombre singular, que vivió apasionadamente desde su lugar la conducción sanitaria, con una vida que quedó lamentablemente en un olvido e
ignorancia muy particulares, solo interrumpidos por esporádicos
homenajes y alguno que otro escrito que no ha hecho justicia a
la magnitud de su trayectoria como uno de los sanitaristas, quizás el más importante, que haya tenido la medicina argentina
(Novarini García, Roberto, 1999). El tema del “olvido” de nuestros científicos nos recuerda el caso del Dr. Christofredo Jakob,
del Dr. Outes y tantos otros.
Los tratamientos psicofarmacológicos
Los avances de la neurociencia son motivados en una conjunción de factores, como por ejemplo: el interés por la genética, la
psicoinmunoendocrinología, el descubrimiento de la clonación de
los receptores neuronales, y, en gran parte, debido a la teoría de
la neurona, desarrollada por Ramón y Cajal [1852-1934- Nobel
de Medicina –1906]. Esta teoría resultó exacta, tal como la que
94
Lucio Enrique Bellomo
había descripto el célebre histopatólogo español al explicar que
cada dendrita neuronal se contacta con el axón de otra, y por
ésta, a otra neurona, de ésta a otra y así, sucesivamente, para
transmitir el impulso nervioso. De esa manera descubrió, con
acierto, que el cerebro se haya absolutamente interconectado
por miles de millones de células nerviosas (1010 millones de neuronas en el sistema nervioso central), a través de las uniones
desde la presinapsis, en sinapsis interneuronal, y en la postsinapsis. Posteriormente, se investigaron los neurotransmisores
que actúan preferentemente en cada sector, sobre los cuales
influyen los psicofármacos que tienen acción en algunos de los
sitios mencionados facilitando en cada lugar apropiado su liberación, inhibición o bien bloqueando la sustancia neuroquímica
del grupo neuronal pertinente; esto último lo realizan de manera antagónica, o como agonista de cada neurotransmisor. Los
avances de la especialidad psiquiátrica, respecto a la psicofarmacología, despuntaron con rapidez a partir de los años 50 con
el descubrimiento de la cloropromazina. Hasta ese momento,
se aplicaban con asiduidad los métodos terapéuticos biológicos
comunes, como los tratamientos convulsivantes incorporados
desde 1939 hasta 1942. Eran dos los que más difusión habían
alcanzado: el método de Sakel, de los comas hipoglucémicos por
medio de la insulina; y los métodos convulsivantes tanto el eléctrico de Cerletti y Bini [ESH], como el químico de Von Meduna
(cardiazol, pentatrezol, etc.). No voy a detenerme en dichos métodos ni en la descripción y técnica de ellos, ya que estuvieron
ampliamente divulgados por los años 50-60 hasta los años 70.
El énfasis de la aplicación de los mismos varió sustancialmente
con el advenimiento de los psicofármacos, especialmente a partir
del descubrimiento de la droga citada, por los resultados clínicos
obtenidos por Henry Laborit [1914-1995] con la hibernación artificial para intervenciones quirúrgicas mayores, con el hallazgo
que, en algunos casos, cesaban los síntomas psicóticos. Dicha
experiencia fue aprovechada, más fina y sutilmente, en el campo
de la investigación, por Pierre Deniker y Jean Delay, en Francia de
manera definitiva en 1950-1952, lográndose éxitos encomiables.
En la Argentina, en tal sentido, las novedades se aprendían a
través del Prof. Dr. Edmundo Fischer. Éste fue un extraordinario
médico, biólogo y psicofarmacólogo experimental, en torno a
quien emergió un grupo de colaboradores y discípulos distinguidos, como el Dr. Spatz y el Dr. Heller. El Maestro —recuerdo— nos
enseñaba los avances de la psicofarmacología que despuntaban
en los años 50. Más tardíamente, en la década del 60, relataba
la aparición de los antidepresivos IMAO [inhibidores de la mono-
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
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ARGENTINA
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aminooxidasa] tangencialmente descubiertos después de aplicar
el tratamiento convencional contra la tuberculosis, así como de
las terapias con imipramina hallada por Kuhn.
Actualmente los antipsicóticos atípicos ocupan un papel preponderante en la cura de las psicosis y ciertas neurosis graves,
como los trastornos obsesivo-compulsivos (TOC), borderlines,
etc., sin los efectos adversos de los primeros descubiertos, como
el síndrome neuroléptico maligno y la akatisia, que conllevaban
los primeros fármacos.
Todas estas terapias atañen a la prevención secundaria de
la enfermedad mental, suministrándolas tanto en la internación
como durante el tratamiento ambulatorio. La terapéutica integral se aconseja aplicar todos los tratamientos biológicos que
sean necesarios, más la psicoterapia individual, grupal, familiar,
y asistencia a talleres intrahospitalarios o extrahospitalarios protegidos para reducir los períodos agudos de la enfermedad. La
cronificación es el riesgo máximo; en caso de internación, siempre es mejor que sea menor de un año (OMS) ya que después
de veinticuatro meses de hospitalización, el paciente presenta
consecuencias de mayor gravedad, como el hospitalismo, con
los estigmas institucionales malsanos irreversibles desde el punto de vista individual, laboral y social.
Los movimientos sociales de la Psiquiatría.
Maxwell Jones y Gerald Kaplan
Dichos movimientos comenzaron después de la Segunda Guerra Mundial con la participación de soldados en el frente, y luego,
con el grupo de veteranos de la guerra de Vietnam. Ambos, de
manera grupal debido a la escasez de personal, se desarrollaban
a partir de una metodología rápida a fin de solucionar numerosas
pérdidas que surgían en la batalla a cada instante con la consiguiente angustia y estrés agudo que ello provocaba. Los propios
combatientes, debían prodigarse las fuerzas y darse ánimo para
no desfallecer física y psíquicamente, conducidos por un médico
que priorizaba las circunstancias particulares y generales, en tanto el grupo les servía de sostén. Maxwell Jones comienza a aplicar este sistema a la psiquiatría clínica en forma complementaria
al tratamiento, sumándolo a los métodos clásicos. Refiere que en
1947 nace la Unidad de Rehabilitación Social [Social Rehabilitation Unit] del entonces llamado Hospital Belmont, cerca de Londres, que luego se denominará Henderson. Esta unidad simple,
de cerca de cien pacientes, se extendió a casi todo el quehacer
psiquiátrico de la época, y tomó preeminencia en Gran Bretaña
96
Lucio Enrique Bellomo
y en EE.UU. Así, Maxwell Jones se refiere a esta experiencia, a
los métodos de aplicación de la psiquiatría social en vinculación
con la psiquiatría clínica, como la necesidad del enfermo de contactarse con las experiencias sociales que están ligadas de modo
estrecho con los factores ambientales que se mueven en su entorno. En tal sentido, deben leerse aquellos aspectos conectados
vivencialmente con la familia, el medio, el vecindario y el trabajo,
cuando se produce la eclosión psicótica que lleva al enfermo a la
internación. La Unidad [SRU] tuvo un éxito rotundo, ya que en
1962, en Gran Bretaña había 3.3 camas psiquiátricas cada mil
habitantes, que por el nuevo modelo, disminuyó a 1,8 camas por
mil habitantes en 1975 (Jones, Maxwell. 1962). Los hospitales
psiquiátricos, por recomendación de la OMS, comienzan a ser
más pequeños; se aconseja que no superen las cuatrocientas
camas. Se estipula que no deben quedar aislados o marginados,
deben estar ligados a los hospitales generales como anexos y/o
dispensarios, y el tiempo de estadía del enfermo debe ser breve
(OMS: Technical Report Series, 73. 1953).
Se buscaba mayor flexibilidad comunicacional entre los enfermos, el personal, los residentes, el jefe de servicio, las enfermeras y las asistentes sociales. El hospital psiquiátrico también debía estar ligado y conectado al hogar y a la familia del
paciente, esto último hacía que el enfermo no se sintiera solo
o abandonado, sino por el contrario, tuviera el aliento familiar
para obtener un alta segura. Lo bueno proviene del hablar, de
conversar y ventilar los problemas, ya que el enfermo se convierte en un colaborador activo de la cura, y no es un espectador
pasivo, dependiente de lo que le practican. El escaso tiempo de
internación lo alienta y lo estimula, al mismo tiempo que al crear
talleres con trabajo contratado de afuera y al desarrollar programas de actividades de diversos tipos, el Hospital Psiquiátrico, se
acerca al verdadero mundo del paciente y escapa a la cultura
del tratamiento tradicional (Jones, M., op. cit.: 24-25). De tal
manera, la rehabilitación activa [RA] se opone a la vigilancia y
a la represalia; promueve la democratización del proceso terapéutico, y llama a la vida en común o comunalismo (M. Jones)
para sustituir los papeles terapéuticos jerarquizados de antaño.
Implícitamente estos métodos científicos señalaban que todo lo
que está detrás del escritorio es lo cuerdo y lo que está del otro
lado, es locura.
La Comunidad Terapéutica (CT) surge desde la homogeneidad
de las estructuras, que no pierden eficiencia psiquiátrica, sino
que acentúan su eficacia y funcionalidad (Jones, M., op. cit.: 93-
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
97
118). Sin embargo, Jones insistía en que el enfermo debía ser
educado y tratado con la convicción de ser responsable de su tratamiento, solidarizándose con el resto de los internados. Incluso,
si adquiría un liderazgo natural o grupal, dicha primacía no debía
pasar sobre el postulado de la responsabilidad. La CT se podría
convertir entonces, paradójicamente, en el gobierno de los pacientes (sic), lo cual significaría un equívoco y un escollo enorme
al apartarse de las leyes de la ciencia médica. Maxwell Jones comenzó a realizar las reuniones de CT con este único y exclusivo
fin, ningún otro objetivo podría desviarlo de lo planificado previamente: el deseo de la cura, la reinserción y salida pronta del hospital con ejercicio laboral, siempre como colaborador activo de su
propia rehabilitación y la de los demás. Aun así, pensaba que los
miembros más antiguos y con mayor experiencia eran necesarios
y debían quedarse más tiempo en la CT, para enseñar el método
a los que llegaban como principiantes. El método consistía en que
los pacientes expusieran sus problemas individuales y sociales,
durante una hora diaria; los miembros del equipo debían estar
incluidos entre los enfermos en las reuniones, sin distintivo evidente de su función específica.
Los contenidos emergentes debían ser debatidos durante una
hora, por la tarde o a continuación de la reunión de comunidad,
pero sólo con los miembros del equipo, aspecto que Jones llama
subgrupo postmortem (Jones, op. cit., p.102 y siguientes). Se
tocaban todos los temas que pudieran imaginarse, pues podían
estar relacionados con el progreso y/o con las resistencias a la
cura. En suma: todo lo relativo a la problemática del menoscabo
y la desvalorización que experimentaban los internados a raíz
de su enfermedad y de sus síntomas, buscando en lo posible
que tomaran distancia de los mismos y las formas de evitar la
angustia proveniente de sus padecimientos. El grupo asimismo
ayudaba aliviar su dolencia en el menor grado posible por el
desarraigo del medio y de la familia, también, el desagrado por
la comida del hospital, los efectos secundarios de los remedios,
por los horarios de tareas, etc. etc. Se estudiaban las reacciones
de los pacientes frente al equipo profesional, como asegurarse
de la ingesta de la medicación, o adherirse constantemente a las
quejas que conllevaba a reacciones hostiles contra el personal
médico y de enfermería de los distintos turnos. La CT buscaba
reducir o minorizar las transgresiones que muchas veces los pacientes con rasgos actuadores y psicopáticos efectuaban y, a la
vez, instaban realizar a los demás enfermos seductoramente,
presionando al grupo contra el personal para provocar una rebelión o cualquier otra forma de actuación malintencionada.
98
Lucio Enrique Bellomo
Las maneras de yugularlas no estaban basadas en la represión física, sino médica, con la interpretación grupal sistemática
de las mismas, la aclaración de la resistencia a la cura, y mostrarles que la adhesión a estas conductas sólo perjudicaban a los
propios pacientes. Luego, el staff realizaba la hora del subgrupo
postasamblea. En esta instancia, se trataban los problemas de
relación del propio equipo terapéutico respecto a los pacientes,
el resentimiento del personal frente a los enfermos líderes; por
ejemplo, la acción de una enfermera al bregar para que un enfermo recibiera un tratamiento de choque al sentirse molesta
con éste, manipulando una simple venganza; el hecho de pugnar para que un enfermo se fuera del grupo a otro lugar para
que no hostigara más, o viceversa, que los enfermos se pusieran
de acuerdo para lograr que una enfermera fuera trasladada a
otro servicio, porque no les gustaban sus modales. En fin, era
una reunión grupal postasamblea que tenía el propósito de que
se unificaran las conductas y los criterios a seguir con todos los
enfermos; se incluían las directivas e ideas con estrategia para el
staff en pro del grupo y de los pacientes. La Comunidad Terapéutica consistía en una práctica más, que muchos de los que ejercíamos la psiquiatría clínica en sala de crónicos, durante muchos
años, hemos vivido a diario, después de la propuesta de Jones.
El éxito de la psiquiatría social hizo posible que los enfermos
se sintieran dignificados como personas por parte del resto del
equipo integrante, pero con la altísima distinción y diferenciación de que tenían una gran responsabilidad en la cura, lo que
le daba un fuerte ánimo al tratamiento, amén de la búsqueda
de una corta estadía hospitalaria y la fácil comunicación que el
staff tenía para con la familia. Para casos de gran conflictividad
entre pacientes, Jones creó el Consejo de Pacientes, que tenía
como cometido dirimir el problema y, en caso de no lograrlo, se
incorporaba un psicoterapeuta externo, para solucionar puntualmente esa situación particular.
Sin embargo, la aplicación intrahospitalaria de la Comunidad
Terapéutica de Mawell Jones —tal como postulaba su creador—
tuvo serios problemas para funcionar en la Argentina, a excepción de la experiencia realizada por el Dr. Camino en Villa Federal
(Entre Ríos), en la década de los 70. Jones buscaba que la misión principal de las reuniones fuera la de convertir al enfermo
en un activo participante de su cura; este ideal era para todos
los pacientes e integrantes de dichos encuentros, con objetivos
precisos: reinserción laboral y volver mejorado al grupo familiar
o conviviente.
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
99
Creo que la acción benéfica de la CT lo fue en virtud de que
el método introducía al paciente paulatinamente en el ambiente
comunitario que se hallara próximo al lugar; y si este era un
pequeño poblado, mejor aún. El doliente estaba más dispuesto
a participar de la experiencia comunitaria para hacer frente a
sus miedos y evitar la acción nociva del entorno. Así, dicho procedimiento fue realmente útil para la cura con inserción social,
porque el medio recibía a un tipo de paciente previamente tratado con una cura novedosa que le hacía tomar cierta distancia
de sus síntomas y ser más aceptado por la gente. Tal fue el caso
de la Aldea de Gheel, desde el año 1200 y en la Argentina, cuando se fundó el pueblito de Open Door, colindante a la Colonia,
destacando que no había por esa época Comunidad Terapéutica alguna; sin embargo, la pequeña población generada por la
misma Colonia se solidarizaba prontamente con el sufriente y
lo acogía en su seno. Este sería el modelo de reinserción ideal,
cuyas experiencias se hicieron en Roballos, en Corrientes, y muy
especialmente en Villa Federal, como veremos.
En mi Servicio San Juan, que es sobre el que me puedo extender más, la reunión era semanal y había un grupo de equipo
postasamblea pero informal. Esto hizo que el paciente se transformara en un actor pasivo y dependiente del tratamiento, reduciendo su tarea específica a la mera participación. Lentamente,
fueron autoexcluyéndose de la CT enfermas muy vulnerables,
porque advertían que no tenían familia y perdían la esperanza
de un egreso digno; o las muy excitables, violentas, y las que tenían un deterioro psicorgánico muy grave. Por esto, se saturó el
número de internadas crónicas, incumpliéndose forzadamente,
que las estadías debían de ser cortas. Las pacientes carecían de
contención familiar y realmente no podíamos dejarlas en la calle,
sin techo y sin atención médica.
Asimismo, a partir de 1952 se fue gestando en EE.UU. una
política de Estado que privilegiaba considerar la internación y
el tratamiento postcura en carácter de psiquiatría preventiva.
Este movimiento fue integrado por muchos investigadores, pues
como vimos, a partir de la creación de las Ligas de Higiene Mental, tanto en Francia, como en Escocia, Canadá, Rusia, Inglaterra
-al igual que en la Argentina- se estaban realizando movimientos
similares, sin esa denominación y sin la sistematización de cómo
se abordó el problema. En efecto, fue Gerald Kaplan el que desarrolló este criterio con bastante ecuanimidad y maestría. Este
investigador hizo sus experiencias en la Tavistock Clinic de Londres, en Harvard (EE.UU.), en Boston, en las well-baby clinics,
100
Lucio Enrique Bellomo
como consultor del Cuerpo de Paz, y en los programas de Salud
Mental de la Comunidad y de Salud Pública de Massachusetts,
California, Puerto Rico, Washington, Noruega, Dinamarca, Francia, Irlanda y otros países de Europa. Su tesis fue dar curso a la
proclama del Acta de Estudio sobre Salud Mental de 1955, del
Congreso de los EE.UU., con el fin de llevar a cabo un análisis nacional y reevaluación de los problemas humanos y económicos
creados por la enfermedad mental […] con miras a una renovación del diagnóstico, tratamiento, asistencia, y rehabilitación del
enfermo mental [… ] que lleven a una reducción de la frecuencia,
y duración (de la misma), con un notable ahorro de los recursos
financieros (Gerald Kaplan, 1980). Los programas de psiquiatría preventiva incluían la atención primaria de salud [ATP], que
consistía en detectar en la población las enfermedades mentales, antes que éstas se manifestaran. Ello se hacía a través de
equipos médicos ambulatorios, con la creación de consultorías y
auditorías médicas. El ejemplo valía para los niños con probable
autismo, el despistaje de los disturbios orgánicos del sistema
nervioso central en desarrollo, cuadros epilépticos en evolución,
alteraciones preesquizofrénicas, psicosis bipolares, demencias
en futura eclosión, etc.
En función de ello, se distinguían áreas programáticas divididas en zonas, en las que el equipo médico social integrado de
salud trataba de evaluar, diagnosticar y ubicar geográficamente,
así como realizar, en la medida de lo posible, el tratamiento preventivo en consultorios externos, antes de que la enfermedad se
manifestara u obligara a la internación. Si no se obtenía resultado, el paciente se internaba, aquí comenzaba la segunda fase
o prevención secundaria. La misma consistía en internar al paciente con la mejor tecnología, sin violencia. Luego se aplicaba el
tratamiento preventivo, no sólo biológico, sino psicoterapéutico
individual, grupal, intrafamiliar y comunitario, con concurrencia
a los talleres intrahospitalarios o extrahospitalarios. El objetivo
básico era que la estadía intrahospitalaria fuera lo más breve
posible para recuperar al enfermo, con seguimiento ambulatorio
posterior. Si fracasaba esta alternativa, quedaba la prevención
terciaria, que consistía en anticiparse a la dolencia, de manera
eficaz, con dispositivos convenientes para tratar el defecto y el
deterioro del psiquismo en este nivel del programa de Salud.
Allí, se contaba con la rehabilitación ocupacional, la asistencia a
talleres protegidos, la continuidad con el medio familiar, la asistencia a los hogares de mitad de camino y finalmente, la inserción e inclusión social.
Volviendo al Dr. Gerald Kaplan, es loable que él mismo refiera
que la posibilidad de usar estas instituciones con los pacien-
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
101
tes crónicos [...] aumentó mucho desde la introducción de los
psicofármacos… Pero el paradigma de este enfoque antecede
a las drogas en cientos de años: en la Aldea de Gheel, Bélgica
(Kaplan, G., op. cit., p. 135) como dije antes (subrayado mío).
Como Kaplan cita a Jones muchas veces, es bueno remitirse a
los lugares de rehabilitación para el enfermo difícilmente recuperable. Decía Maxwell Jones que en lugar de pensar dónde se
desempañará el enfermo, deberíamos pensar qué clase de medio es el adecuado para el paciente, idea que repite de manera
reiterada en uno de sus libros (Jones, Maxwell…, op. cit., pp. 2425). Kaplan insistía en que las fábricas debían tomar alienados
en sus puestos de trabajo, en tal sentido, se debía disuadir a sus
ejecutivos del temor por los enfermos mentales. De hecho, en
la Argentina rige la Ley 22.431/1981, Ley del Sistema de Protección Integral a las Personas Discapacitadas, que, a través de
los incisos 8º-13º, obliga al Estado Nacional y a las Empresas a
tomar un determinado número de enfermos mentales discapacitados en sus plantas de trabajo, con los mismos derechos que
el resto de los empleados (Bellomo, Lucio E., 1987). Esto, que si
bien se realiza con discapacitados físicos, raramente se cumple
con los discapacitados psíquicos, hasta donde tengo conocimiento. Directamente, no se cumple la Ley.
La década de los setenta
A partir de 1968, con los acontecimientos conocidos como la
Primavera de Praga y el Mayo Francés, en París se produce un
movimiento generalizado de protesta, principalmente estudiantil, muy violenta. Se plantea la lucha contra el imperialismo y
la guerra de Vietnam; los factores precipitantes fueron la toma
de la Universidad de Nanterre y luego la Sorbonne de París, que
contaron con el apoyo de intelectuales como Sartre, Simone de
Beauvoir y otros. El movimiento estuvo a punto de jaquear al
mismo general De Gaulle. La República Checa, en cambio, había
logrado liberarse bastante de la hegemonía soviética, aspecto
que no cayó nada bien a los países dominantes del Soviet. Por
esta razón, en ese país fue aplastada la revolución estudiantil y
obrera, con el trágico saldo de muchas muertes en la Plaza de la
República de Praga. Allí quedan aún testimonios de ello, según
me consta fehacientemente. Tales movimientos fueron antecesores de una reforma importante de los sistemas sociales contra
los factores de poder. Primó la reforma de los hospitalarios psiquiátricos, cuya cabeza teórica fue Michel Foucault [1926-1984],
que proponía un sistema de pensamiento contrario a la psiquiatría, que Laing llamó la antipsiquiatría. Veremos esto con algún
102
Lucio Enrique Bellomo
detenimiento, pues trajo como consecuencia que, en algunos lugares, como por ejemplo, en Italia, se cerraran drásticamente los
hospitales psiquiátricos, con severas y dañosas consecuencias
inmediatas para los enfermos. La corriente antipsiquiátrica dio
sus frutos generando un cimbronazo bastante sustentable al status quo que yacía en el sistema de internación y tratamiento del
hospital psiquiátrico. Es más, esto sucedió, cuando ya estaban
en ciernes los nuevos aires de cambio, como la imposición de los
hospitales de día, de noche y los centros de salud mental. Las manifestaciones de los antipsiquiatras cayeron como un rayo entre
los médicos psiquiatras clásicos, luego llamados manicomialistas,
provocando primero estupor, luego indignación y finalmente, la
reacción de los profesionales que no adherían a dicha corriente.
Para otros, entre los que me cuento, representó solamente un
sacudón, un estremecimiento enorme y fortísimo para el cual no
estaba preparado como muchos otros colegas, pues trabajábamos asiduamente y de buena fe en los hospitales psiquiátricos
formándonos e informándonos de acuerdo con la clínica, tratando
de dar “altas dignas”; es decir, que fueran seguras, en el sentido
de que no se volviera a repetir la internación, pues nos fijábamos bien que el paciente tuviera un medio familiar continente. Además procurábamos estar convencidos de que el enfermo
egresado continuaría el tratamiento a través de los consultorios
externos del servicio o en algún otro centro de salud.
No podemos extendernos mucho acerca de los representantes
de la antipsiquiatría. Sólo haremos mención de sus principales
líderes, tanto de lo que consiguieron desde un punto de vista
positivo, como de los efectos negativos que sus teorías acarrearon en la práctica. Básicamente, para los antipsiquiatras —su
voz cantante fue, repetimos, Foucault—, el hospital psiquiátrico
era considerado como el antiguo asilo, un encubierto depósito
de personas, que no difería para nada de la cárcel. Los hospicios
solamente se hallaban poblados de individuos excluidos y marginados de la sociedad; la propia psiquiatría como materia médica,
en rigor, no tenía sentido de existir —decían—, pues se trataba
de una ficción que avalaba el deseo de poder del médico frente
al enfermo. En otras palabras, una ficción que buscaba continuar
una obra de invención clasificatoria y taxonómica de las enfermedades mentales como justificativos de sus procederes de manipulación, detrás de los cuales se escondía, ignominiosamente,
la instrumentalización del poder galénico sobre la persona indefensa, y la inútil industria farmacéutica que conculcaba padecer
al enfermo un estigma innecesario. La locura —explicaban— no
es más que una fábula. No existe. Es un mito inventado para
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
103
sostener su poder sobre las personas internadas en el asilo, que
reemplazó a los leprosarios de la Edad Media, y sirve para justificar el gran encierro de humanos, en su mayoría pobres, mendigos, indigentes, supuestos enfermos mentales, como acaeció
en Francia el 27 de abril de 1656, y que se extendió al mundo
entero (Michel Foucault, 1967). Ni la filantropía de Ph. Pinel, W.
Tuke, J.Ch. Reil y B. Rush, están acreditadas como experiencias
válidas por Foucault, pues la dirección y el sentido de sus obras
sólo buscan la autodominación del alienado, inculcando a la sociedad un pavor tremendo a la locura… y tendrá miedo de exhibirse gobernado […] por la pedagogía del buen sentido, del bien
y de la moral (Foucault, M. op. cit., pp. 226).
Otro autor adherente a esta línea fue David Cooper [19311986], médico sudafricano, que denunció la violencia institucional de los hospitales psiquiátricos basado en los mismos postulados de Foucault, junto a Ronald David Laing [1927-1989]. David
Cooper afirmaba que la enfermedad mental era, en realidad,
una metanoia [del griego meta (más allá) noia (mente)]; o sea,
un cambio del modo de ser, que los galenos llaman “locura”.
Por su parte, Laing no le adscribe al término en cuestión ningún
paralelo del significado que posee, homólogo a “remordimiento”,
“perdón” o “rectificación de sentido”, o conversión, como originariamente había sido empleada esa palabra por la Patrística
[http://www.lexilogos.com/philosophie_spiritualite.htm]. El delirio es una metáfora inocente, un cambio en la manera de vivir,
por la cual los médicos se abusaron de ella para obturar la vida
de las personas y luego llamarlos psicóticos (cursiva del autor).
Ronald David Laing, escocés, fue el teórico fundamental del
grupo. Trabajó en Londres, en Glasgow y en la Tavistock Clinic,
realizando una fuerte denuncia contra la sociedad a la cual acusaba de inventar enfermos mentales, que debían ser externados
por la misma razón de la inexistencia de la locura. Otro autor,
quizás el más ilustrado y más inteligente de esta pléyade, fue
el húngaro Thomas Szasz (1920), en cuyo libro El mito de la
enfermedad mental, definió las relaciones humanas en términos de vencedores y vencidos, como lo estaban los hombres
contra las mujeres, el padre contra la madre, el esposo contra
la esposa, de padres contra hijos, de los docentes contra los
alumnos, etc., y viceversa. En todos los casos…, al igual que en
el farwest, tienen [...] un rifle con una sola bala. Dicho autor
se hallaba a favor del abolicionismo de la pena criminal y contra la religión como factor de poder; en pro de la eutanasia, del
control de la natalidad, del aborto, de la homosexualidad y de
104
Lucio Enrique Bellomo
la drogadicción sin límites. Sólo creía válida la autointernación,
porque la salud misma es un criterio moral, que no tiene sustancia alguna de existir, ya que es un invento de los médicos para
someter y marginar personas, como ocurrió antes por medio de
las lobectomías, los tratamientos de shock, biológicos y psicofarmacológicos absolutamente inútiles (Szasz,1994). Respecto
al psicoanálisis, éste es definido por Szasz en el libro precitado
como una empresa educacional muy rentable…. (Szasz, Th., op.
cit., pp. 20). Dicha psicoterapia es descripta como un método
que emplea una persona para influenciar gravemente sobre otra
(...) con valores morales (...) como la castidad (...) la obediencia
y fidelidad (...) en defensa del bien común (...) y de la salud, que
en realidad sólo son criterios que tienden a restringir la libertad
[...] y buscan tiranizar a los pacientes. Específicamente, toma
el ejemplo del trabajo como factor de poder para esclavizar a
la gente; pone como exponente hasta la propia tarea filantrópica de Albert Schweitzer, y espeta: ...que, aunque pueda ser el
trabajo una respuesta a la vocación (…) de hecho para el enfermo es una esclavización (Szasz, Th., La Ética del Psicoanálisis.
Teoría y método de la psicoterapia autónoma. Esp. Ed. Gredos
Madrid.1965-67: 29-32). Este autor colaboró con Foucault y con
David Cooper en el movimiento antipsiquiátrico, y también con
otros ilustres intelectuales, totalmente ajenos a la psiquiatría,
como Milton Friedman y Karl Popper. Fue nombrado académico
emérito de la Universidad del Estado de Nueva York y, en 1969,
creó la Comisión Civil de Derechos Humanos, así como la Church
of Scientology (La Iglesia de la Ciencia). Actualmente, se lo considera como uno de los librepensadores más polémicos de todos
los tiempos.
A todo esto, Franco Basaglia [1924-1980], en un proyecto tan
temerario como inusitado, en 1962, comienza en Gorizia (Italia) a realizar una profunda reforma, como director del hospital
psiquiátrico de la zona, entusiasmado por las ideas de Maxwell
Jones, su maestro, con el que había estudiado un tiempo breve.
De esta manera, empieza la transformación más importante de
la década, bajo el enunciado la libertad es terapéutica. Sencillamente, abrió las puertas del hospital psiquiátrico retirando a los
enfermos mentales de ese lugar. Los pacientes se dirigían a la
comunidad local, pero ésta no había sido preparada pedagógicamente para recibirlos de manera solidaria, ya que Basaglia no
había puesto en aviso a nadie de lo que iba a realizar. La sociedad se hallaba carente de toda información de lo que sucedería,
y tomó de sorpresa al público, obligado a ser el receptor forzoso
de los alienados. Esto lo llevó a tener fuertes confrontaciones con
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
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105
las autoridades y con la gente de Gorizia. Luego, pasó a Trieste
con el mismo cargo, abriendo una segunda instancia de 1971 a
1973. En ese hospital, su labor fue del mismo tenor, pues dio el
alta a la totalidad de los internados (más de mil doscientos pacientes). Fue una experiencia fuerte, ya que muchos quedaron
sin techo y luego se terminaron albergando en otros hospitales,
como el de Parma, o en institutos de caridad o de bien público. Otros murieron ignominiosamente en las costas de Calabria.
Pero… sólo se habla de los beneficios legales que consiguió Franco Basaglia por el cierre del Hospital San Giovanni de Trieste
en 1977, que logró en virtud de la sanción de la Ley 180/78,
promulgada por el Parlamento italiano el 13 de mayo de 1978.
Ahora bien, ejerciendo la sinceridad y estudiando dicha Ley minuciosamente, no existe antecedente de tan grave atropello a la
propia norma jurídica como el que le propinó el propio Basaglia.
En dicha oportunidad, liberó a personajes como Giordano Savarin, ciudadano italiano que asesinó a sus padres con un navaja
y quien era, además, paciente de Basaglia; el escándalo de los
mil doscientos pacientes que había externado compulsivamente,
tan sólo quedaban cuatrocientos veinte enfermos, de los cuales
sesenta eran mayores de 75 años; trescientos no tenían a dónde ir, y sesenta eligieron formas de vida utópica, comunitaria,
no por casualidad, sino eligiendo antiguas dependencias de clérigos... No se dice que muchos pacientes murieron, ya que según
Franco Basaglia, al manicomio va la gente que no tiene voz, no
tienen la palabra, es decir, los pobres, los desheredados, etc.….
(sic) y que lo tenía sin cuidado las palabras psiquiatría y antipsiquiatría, a pesar de haberse formado, nada menos que con Ludwig Biswanger, con Minkoswki, y con Karl Jaspers. Esto fue destacado en la editorial del diario español El País del 31 de agosto
de 1980, días después de haber muerto Basaglia por un cáncer
cerebral [http://www.elpais.com/articulo/sociedad/ITALIA/Ha/
muerto/Franco/Basaglia/creador/movimiento/antipsiquiatrico/
italiano/elpepisoc/19800831elpepisoc_1/Tes/ ] y también en la
Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría N.º 96.
Madrid. Octubre-Diciembre-2005 [http://scielo.isciii.es/scielo.
php?pid=S0211-57352005000400002&script=sci_arttext].
Claro está, que estas profundas reformas fueron aplaudidas y
celebradas ideológicamente, señalándolas como un ejemplo de
altruismo humanista que luchaba por la erradicación del hospital
psiquiátrico…, ya que éste es inútil, perimido y en vías de extinción —desmanicomializando—, término que comenzó a usarse
con fruición incluso, hasta la actualidad, como equivalente a una
propuesta progresista; liberando personas que durante años ha-
106
Lucio Enrique Bellomo
bían atravesado por tantas penurias e infortunios. Todo ello fue
visto a posteriori con mayor detenimiento y se concluyó en que
tal experiencia no había sido más que un romanticismo ideológico plagado de errores. En realidad, quedaba al descubierto una
acción equivocada de deshospitalización bajo el rótulo ostentoso
de desmanicomialización. Muchos doctrinarios del mismo signo
pugnaron por sacar a Basaglia de sus filas, que por entonces
daba muestras de excesos, desmesuras y desequilibrio en su
conducta. En 1977, se produce el III ème Réseau Internacionale
de estos movimientos, bajo una fuerte tensión entre la izquierda
en la que militaba Basaglia y el Partido Comunista Italiano [PCI].
Finalmente, terminó triunfante la posición de Basaglia, cuya afanosa búsqueda era desenmascarar ideologías y llevar a la práctica la terapéutica de la libertad… La presión de los movimientos
reformistas hizo que el Parlamento italiano tratara el asunto de
manera específica promulgando, en 1978, la Ley 180 —como se
señaló—, por la que se debían abolir gradualmente (subrayado
mío) los hospitales psiquiátricos hasta su extinción definitiva en
1996 —en catorce años— y ser reemplazadas las instituciones
psiquiátricas por los Hospitales de Día y Centros de Salud (Ley
Italiana 180/78, traducida por María Luisa Cámera). Nada existe
en los postulados de Basaglia que hable de la rehabilitación por el
trabajo como método de integración de los enfermos a la sociedad, ni de hospital de día, hogares de transición, de hogares de
medio camino, de foyers, etc., sólo hay enunciados libertarios; no
existen formas de reinserción u otras maneras de readaptación,
porque en rigor, para Basaglia, no había a qué y por qué adaptarse, ya que la propia sociedad era la generadora de locos.
La personalidad de Basaglia fue también objetada en la Argentina: algunos lo veían como un reformador elocuente de un
paradigma libertario; otros, en cambio, guardaban la imagen
de un individuo atropellado, que no estudiaba en profundidad
las consecuencias de lo que hacía o proponía. El propio Wilbur
Grimson lo describe: …en la década del ’70, nos visitaron M.
Jones, David Clark y Franco Basaglia (…) donde contrastaba la
calidez inglesa (de los primeros), con el irritante autoritarismo
del italiano (…) maltratando a un paciente (…) impropio de sus
escritos (...) sorprendiéndonos que sobrevalorara nuestra realidad (…) con un discurso de fuerte tinte ideológico (Wilbur, R.
Grimson, 2000).
Humberto Mesones refiere que Maxwell Jones había obtenido
un éxito rimbombante con la aplicación de su Comunidad Terapéutica a la que no le daba una impronta de transformación
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psicosocial como lo tomaron muchos de sus discípulos, sino que
le otorgaba un estilo estrictamente médico, acompañando los
avances de la psicofarmacología, y las diversas formas de afrontamiento médico en la psiquiatría; los otros —dice— se montaron en su teoría comunitaria y lo llevaron como estandarte.
Finalmente, sacaremos nuestras propias conclusiones de todo
este movimiento, que por otra parte, desde 1960, ya estaba en
marcha con la sectorización de las instituciones. Es más, existen
escritos laudatorios del cese del manicomio, a raíz del movimiento que se venía gestando desde la década de 1910 en el
mundo. Al respecto vale la pena traer como ejemplo el trabajo
de Diego Ruiz (de Gerona), publicado en los Archivos de Psiquiatría y Criminología del año 1912, dedicado a José Ingenieros ese
mismo año (Diego Ruiz, 1912). El autor habla aquí de la desintegración de la casa del loco, como ejemplo de lo que llegará inevitablemente a sectorizar y especializar la psiquiatría. Ruiz pone
como modelo lo que significó la ruptura de la Aldea de Gheel por
las sucesivas reglamentaciones administrativas y burocráticas
en Bélgica, que obligaron al enfermo mental a abandonar a los
aldeanos que los cobijaron tantos años y que luego fueron a
parar a los institutos psiquiátricos de donde se escaparon. Las
escenas entre los familiares sustitutos (nourriciers) y los pacientes fueron conmovedoras, pero era cuestión de tiempo dice el
autor, pues la verdad no marcha atrás (…) el medio contenía al
loco... cada casa es un diminuto manicomio y cada aldeano, un
alienista... esa era la razón biosocial esgrimida, que tenía que
ocurrir... (Ruiz, op. cit., p.285). No obstante, creo que, como en
toda revolución, pacífica o violenta, siempre queda algo rescatable para bien de la ciencia, y quien esto escribe quiere hacer una
advertencia antes de proseguir.
Los hospitales no fueron los mismos después de que esta
corriente antipsiquiátrica tomara vigor y estuviese en boga.
El movimiento conmovió y tomó por sorpresa a todo el ambiente científico (médico y psiquiátrico), el cual no estaba en
modo alguno preparado para tal reforma, anexada al agravio
que se hizo de los colegas. Remarco esto, pues nunca en la
Historia de la Medicina, hubo una conjetura semejante como la
planteada: eran los médicos que urdían el inventar las enfermedades ...la enfermedad mental no existe.... Fue esencialmente
una burla cruel para todos los que nos dedicábamos con pasión
a esta difícil materia. El propio Henry Ey decía que no se puede
ser tan flagrantemente mendaz y negar los síntomas patológicos. Más tarde, pudo saberse que muchos de los antipsiquiatras
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Lucio Enrique Bellomo
que tuvieron relevancia pública padecieron afecciones mentales
serias, de carácter endógeno, o bien, devenidas de vivencias
infantiles perturbadoras. Podríamos hacer mención de las mismas, pero creo que es más noble evitarlo, y tomar únicamente
el contexto teórico-práctico para rebatirlas.
Henry Ey (1900-1977) fue el principal teórico que hirió de
muerte a la fascinante y seductora corriente de la antipsiquiatría.
Con una formación clínica estupenda, una erudición envidiable,
una honestidad intelectual y ética a toda prueba, publicó muchos
artículos en la Encyclopédie Médico Chirurgicale (Psychiatrie) antes y durante los años 70, postulándose en contra de dicha doctrina. En el Libro Blanco de la Psiquiatría, gestado en Francia en
1960, Ey había expuesto muchas de las propuestas de descentralización hospitalaria, con un criterio mesurado, planteando la
necesidad de un cambio razonable en las instituciones psiquiátricas, con otras proposiciones más elaboradas y sensatas [http://
psydoc- broca.inserm.fr/FFP/LivreBlanc/LBChap4.html - Le livre
blanc de la psychiatrie francaise].
No obstante, su ópera magna fue un pequeño libro de apenas
cien páginas, aparecido en Bs. As., en 1978, llamado En defensa
de la psiquiatría (Henry Ey, 1978), en el cual se plasmaron con
mayor elocuencia sus ideas. Ey tuvo que digerir a Michel Foucault
para luego rebatirlo; lo convocó en diciembre de 1969 a Toulouse, a fin de debatir el problema, y Foucault no concurrió. Ahí
dijo: … lamento no tener un cara a cara con Michel para cuestionar la enfermedad mental para que pueda considerarse la manifestación de una maravillosa locura o más excepcionalmente, de
un juicio político (Roudinesco, op. cit., 1966: pp. 9-13-36).
El 16 de julio de 1977, Ey escribía: … ni elogio ditirámbico,
dionisiaco (...) ni apología enfática de la Psiquiatría (...) tan solo
la reflexión rigurosa y tan robusta como sea posible (...) pues
entiéndase bien, la Psiquiatría es médica o no lo es (...) tiene un
objeto, la enfermedad mental (...) la cual no es ideológica, política, antropológica, social, psicológica o psicoanalítica sino médica. No. La Psiquiatría no es solo historia, tal como lo postulan los
antipsiquiatras. No es un ‘mal moral’ (...) sino que representa
el estudio de una enfermedad real y esta corriente (por la antipsiquiátrica) es una translocación cultural que niega la naturaleza
de la enfermedad (Evolution Psyquiatrique. 1971).
H. Ey fustiga las tres aristas más controvertidas de la antipsiquiatría: el carcelarismo, la mistificación y el discrecionalismo
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que le endilgaban a la psiquiatría los antipsiquiatras. La internación no es una privación de la libertad y tampoco es carceralismo. La psiquiatría intenta devolver la libertad al enfermo,
que de por sí, se halla prisionero de sus alucinaciones y de sus
delirios, por los cuales carece de libre albedrío e independencia
judicativa. Al menos en un inicio está deseando que se hagan
cargo de él. Tómese por ejemplo, un esquizofrénico, que sufre
por las “voces” que lo mandan, lo humillan y lo desprecian bajo
el sufriente estado del delirio de influencia y los síntomas primarios de la enfermedad. El enfermo tiene una razón subjetiva profunda y secreta para mejorar su salud mental y buscar liberarse
de sus síntomas; es parcialmente consciente de sus trastornos,
asiste con una angustia extrema a su enloquecimiento, siendo
sensible a cómo es tratado, si en su entorno lo desprecian, lo
discriminan, lo tratan con inequidad o con maldad, tal cual lo
enfatizaba Henry Baruk.
Los métodos crueles y los excesos en los hospicios, de médicos para con sus pacientes, y viceversa, de los pacientes con el
entorno social, efectivamente ocurrieron en la historia y suceden
en la actualidad cada vez con mayor violencia y gravedad. En
nuestro país, para dar un ejemplo, en 1931, Nerio Rojas registró
un caso de homicidio, en el creyó observar un crimen de la época
medieval trasladado a esa década. Señala el caso de una curandera de Santiago del Estero que mandó a matar por encargo a
los hijos de un anciano alcohólico, ya que según ella, el enfermo
estaba endiablado (Nerio Rojas, 1931).
En marzo de 2000, tuve que intervenir como psiquiatra forense en un caso resonado de doble parricidio con extrema violencia, cometido por dos hermanos con graves trastornos disociativos, cuya patoplastia convergía en un delirio demonopático
de alta gravedad (Bellomo, 2000). En un principio, se les implantó una medida de seguridad; posteriormente, con la determinación del cese de su peligrosidad en virtud del tratamiento
instituido, el Juez dictó el egreso de la Unidad donde se hallaban
internadas.
La crueldad en los crímenes puede emanar desde la propia
sociedad a modo “imitativo”, pero no exculpa los motivos endógenos y vivenciales del sujeto que los comete; de hecho, una sociedad confrontada y sometida a la discordia y crispación permanentes es más proclive a las exoactuaciones violentas, que una
sociedad pacífica en donde la seguridad colectiva es la mayor
garantía. Si son sobreactuados, los actos representan los síntomas sobreañadidos, de los que hace referencia muchas veces la
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Lucio Enrique Bellomo
psiquiatría española, pero no pertenecen a la esencia misma del
trastorno desequilibrado.
Los psicóticos y, muy especialmente los psicópatas, no escapan a los ejemplos y preceptos generales de convivencia social
del lugar donde viven. Por ejemplo, es una regla fiel que cuanto
más psicópatas existan en una determinada franja social, más
psicópatas habrá en su derredor; y cuanto menos psicopatía
exista en la misma, menor será la oportunidad que tendrán los
trastornados asociales para ejercer sus ilícitos.
Pero ello es absolutamente independiente del ejercicio de la
psiquiatría, y de los psiquiatras, que buscan avanzar desde lo
desorganizado, hacia lo organizado (Ey, H. La defensa…, op. cit.,
p. 25) de manera progrediente con fines científicos, sin ideologías de por medio. Por eso, los prohombres de la historia psiquiátrica, Pinel, Tuke, Esquirol y tantos otros, buscaron que el
alienado fuese dignamente tratado. En pleno período de estado,
el enfermo no tiene conciencia de enfermedad —quizás sí, de
situación, que no es lo mismo—, pero la parte de su irresponsabilidad loca debe ser asumida por el psiquiatra, y a raíz, precisamente, de esa irresponsabilidad asumida, surge la necesidad
de internación, con todas las reservas y restricciones que nos
da la ley. Históricamente, en la Argentina hablaban de esto los
proyectos de leyes, que preveían los excesos y daños que pudieran cometerse con una internación equivocada junto a los daños
irreparables que podrían sufrir los pacientes (Obrarrio, 1924).
En cuanto a la mistificación que se nos endilga a los médicos
respecto de la locura, Henry Ey, dice: … se nos trata de falsarios,
inventores de enfermedades, estúpidos, incapaces, y mistificadores (...) que no sabemos distinguir paranoia con sarampión
(...) esquizofrenia con psoriasis, y la histeria de la epilepsia (?),
solamente la neurología se encarga de hechos científicos, mientras la psiquiatría estudia enfermedades sociales que cosifican
al otro. Tanto peor, responde, pues el cerebro debe tener una
equipotencialidad con el psiquismo, no existe una supremacía de
uno sobre el otro. El hecho de reducir toda el alma al cerebro nos
lleva a confinar al espíritu humano a un ámbito local del sistema nervioso, lo cual es un verdadero disparate; particularmente agregaría, que nos retrotrae a la frenología de Gall del siglo
XIX. Henry Ey exclama: ¡Una verdadera mitología del ‘espacio
cerebral’! (Ey, H. La defensa…, op. cit. p. 37). Cuando Freud incluye el inconsciente dentro de la génesis de las enfermedades
mentales, refiere que los síntomas mentales se hallan inmersos
en la vida del enfermo; la psiquiatría propone un sentido del es-
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píritu volcado hacia la salud, negando que la enfermedad libera
al espíritu, lo cual constituye una psicogenia del absurdo. Pues
bien, este absurdo era sostenido, a ultranza, pues el loco —para
la antipsiquiatría— se libera de su razón dejando libre el espíritu.
Lo mismo pasa con la adaptabilidad a las condiciones externas
de la realidad: el enfermo no puede ni sabe adaptarse. El medio
o el ambiente, por más tóxico que fuere, no puede descontrolar
la naturaleza organizada del sujeto que ha heredado. Lo único
que desorganiza lo corpóreo es la enfermedad, que representa
la descomposición de la materia viviente, y reparar o curar o
atenuar dicha descomposición viviente representa la principal
meta que genera la Medicina en su accionar.
Y aquí vale hacer mención también al discrecionalismo del que
nos acusan los heterodoxos. Se nos dice que hablamos con un
laxismo fácil, un lenguaje hermético que nadie entiende, pero
en realidad —refieren—, todo ello nos sirve para cosificar a los
enfermos, manipularlos, fabricar locos y excluirlos. Nos endilgan
también que, bajo un falso saber y palabras difíciles sin sustancia, proclamamos una realidad ilusoria, carente de sentido. Pero
acá Henry Ey expone —según entiendo— la más demoledora,
solvente y sustancial de sus críticas. Transcribo el párrafo entero
para no desvirtuar sus palabras: Por el contrario, la enfermedad
aparece como una perspectiva distinta que enlaza lo patológico
y lo fisiológico, lo normal y lo patológico: la de una descomposición de una organización viviente (...) en la anomalía de la enfermedad existe una alteración del cuerpo percibida y conocida
como una infracción a la organización natural que le viene al individuo (…) desde la especie humana a la cual pertenece (Ey, H.
La defensa..., op. cit., pp. 83-84) y al pie de página 94, agrega:
…y el término (concepto) ‘degenerescencia’ sería lo correcto, si
el mismo no estuviera sobredeterminado por el criterio de exclusión detractor que se le ha prodigado a sabiendas... Tampoco
es un signo de apartamiento de un término medio, sino que la
enfermedad en sí es por antonomasia un desorden negativo que
altera parcial o globalmente, de un modo agudo o crónico, a toda
la organización normativa, y el médico deberá ir en su ayuda,
para tratar este desorden descompositivo de la naturaleza, así
alterada, ayudando a la misma a recomponer al individuo… ¡que
por tal razón se halla privado de su libertad! (…) la enfermedad
mental representa la enfermedad de la libertad (Ey Henry, op.
cit., p. 94 del texto).
En fin, toda la corriente antipsiquiátrica nos hace desaparecer como objeto de discusión y para la cual, en realidad, los
médicos somos nadie. Tal es el lema: nada se hizo, nada se
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Lucio Enrique Bellomo
hace, y nada se hará, pues el enfermo es una víctima inventada
por nosotros los psiquiatras manicomiales, que partimos de una
mala fe insuperable, con una valoración disoluta de los conocimientos, tomando como vulgares los criterios psiquiátricos. He
volcado todo esto con el objeto de que el lector se entere bien
de que los clásicos aportaron la metodología del trabajo para la
cura y el tratamiento; con Pinel, se continuó la obra con el estudio metodológico más científico, el cual consistía en organizar
la semiología y la psicopatología de los síntomas y signos de la
enfermedad mental. Los heterodoxos tuvieron ideales loables,
pero sólo libertarios, negando la rehabilitación, o haciendo caso
omiso de ella, pues no creían siquiera en la enfermedad mental.
Se deduce que tampoco existía razón alguna para prevenir la
afección y que ésta pudiera repetirse, ya que el internado debía
tener una participación activa en la comunidad desde el hospital,
dando un salto directo a la misma.
Sin embargo, insistimos en lo que dije antes: los hospitales
no fueron los mismos luego de la corriente en boga, del movimiento antipsiquiátrico. El lado positivo de tal criterio fue el de
incentivar a los psiquiatras para que tomaran en cuenta el serio
problema social de los alienados, el de su trato y el de su marginación, situación aún irresuelta, como veremos.
En nuestra Argentina, en 1923, como hemos observado, se
habían perdido o naufragaban los ideales primitivos de Cabred,
a causa del gran desorden y/o corrupción administrativa. Algo
parecido ha acaecido con el Dr. Guedes Arroyo en la experiencia
del Roballos; y con el Dr. Humberto Mesones en Corrientes que
después estudiaremos. Cerrar un hospital, derribar sus muros,
y dejar a la deriva a cientos de miles de enfermos mentales,
con poca gente encargada de su ayuda, solamente por la precariedad solidaria, dejando este espacio, para la ¡filantropía y
liberación! Se ha dicho respecto de ello que no debemos olvidar
la experiencia con los homeless en New York […] la experiencia
de Basaglia […] vinculadas a las ideas de Herbert Marcuse y del
mayo francés 1968, revisadas por algunos como Daniel CohnBent, actual dirigente del Partido Ecologista Alemán, quien define aquella política como propia de una intransigencia, como una
postura de autoritarismo (sic). El Dr. George Brock Chisholm,
psiquiatra canadiense, quien fue durante cinco años Secretario
General de la ONU, y luego presidente de la World Psychiatric
Association, expresó que el futuro de la liberación de la Humanidad de su carga paralizante del bien y del mal depende de la
Psiquiatría […] y el futuro de la raza humana es una responsabilidad que debemos asumir (sic).
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EN LA
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Humildemente defiendo que tan sólo el sentido común del
médico, sumado a su honestidad intelectual en la aplicación de
los métodos de rehabilitación, puede llegar a liberar al enfermo
de las ataduras de la enfermedad mental como de las políticas
de Estado que están diseñadas –voluntaria o involuntariamentepara tratar a los enfermos mentales como si fueran cosas. Cierta
vez, siendo jefe del Pabellón San Juan, una enferma muy inteligente me comentaba en el jardín del Hospital Moyano —contemplando cómo las topadoras tiraban abajo la cocina de esa
institución, que costaría luego años en ser reconstruida—: ¡Vea
esto, Dr., ustedes planifican; nosotros deliramos!... Palabras que
jamás olvidaré.
La rehabilitación psiquiátrica en la Argentina contemporánea
El “modelo del Dr. Luis Guedes Arroyo- Hospital Roballos” (Entre Ríos)
Advertencia: Lo que escribo en el presente ítem se halla extraído del libro del autor (Luis César Guedes Arroyo, 2005, 2.ª
edición) que realizó la experiencia y de versiones que obtuve
de otros entrevistados. Escuché muchas interpretaciones de su
obra —unas buenas y otras malas—, fueron más las positivas
que las negativas, y finalmente decidí trasladarlas al texto vivo
porque, creo, forman parte de un ideario y de una praxis, que
merecen reseñarse.
El Dr. Luis Guedes Arroyo, médico oriundo del Perú, vino a
Buenos Aires a fin de hacer psiquiatría. En un principio, concurrió
al Hospital de Hombres para iniciar sus experiencias, en donde
tomó contacto con el Dr. Solari. Este último profesional fue muy
mentado por sus ideas de avanzadas, pero lamentablemente,
se conoce poco acerca de sus trabajos y de su persona. El Dr.
Guedes Arroyo tenía una formación clásica y también, jesuítica y
progresista. Había estudiado Medicina en el Perú y había hecho
un máster con Maxwell Jones, en Inglaterra, y con el Prof. Dr.
Paul Lemkan
(Prof. de la John Hopkins University —discípulo de Adolf Meyer—que a la vez, se hallaba en la Oficina Panamericana de la
Salud [OPS]). Habiendo llegado a Buenos Aires con tales antecedentes, comenzó a abocarse al tratamiento de los enfermos
mentales en el antiguo Hospicio de las Mercedes, con un ojo crítico —demasiado crítico— sobre lo que allí acontecía, como por
114
Lucio Enrique Bellomo
ejemplo, el hacinamiento asilar, el manejo discrecional de los
tratamientos de shock, de insulina, uso de chaleco, llevados a
cabo por los enfermeros ante los cuadros de excitación psicomotriz, lo que le valió la sospecha de ser muy heterodoxo, y luego
haber sido aislado del ámbito local de los especialistas. Para
ejercer la especialidad, este médico singular ganó un concurso a
través de un examen riguroso. Poco después, logra ser nombrado director interventor del Hospital Antonio Luis Roballos por
intermedio del Dr. Estévez [interventor del Instituto Nacional de
Salud Mental]; del Dr. Gils Carbó, asesor de la Institución, y tangencialmente, por el Dr. Oliva Otero, también del Instituto. Este
hospital estaba colmado por aproximadamente cien alienadas
que provenían de una ex casa de prostitutas que había funcionado cerca de Roballos, y que fueron trasladadas a la Villa (aproximadamente, catorce kilómetros de Paraná) por el ministro de
Acción Social de Entre Ríos, el Dr. Montiel, durante 1963. En la
Argentina, en el lapso de1965-1966, el panorama en materia de
Salud Mental no podía ser más desolador y remedaba la situación existente entre 1923-1929, que había sido denunciada en
su tesis doctoral por el Dr. Gonzalo Bosch en 1931. Para dar algunos datos, el 95- 97% de camas psiquiátricas abarcaban el
15% de la superficie del territorio nacional, para el 66 % de su
población. En la provincia de Buenos Aires, se elevaba al 45% en
su territorio; en Capital Federal, al 30%; en Córdoba, al 15%; y
un 7% en Santa Fe (op. cit., primeros capítulos]. Los hospitales
estaban congestionados por la población numerosa de enfermos
internados, en un ambiente caracterizado por el hacinamiento,
la insuficiencia de medios, la falta de comunicación familiar y
además, careciente de toda organización hospitalaria. En este
estado de cosas, el Dr. Guedes Arroyo asumió la Dirección del
Hospital Roballos el 1° de agosto de 1967. La situación general
del hospital no difería mayormente del resto de los otros psiquiátricos y, según su texto, era incluso peor. El hospital se hallaba
cercado con alambre de púas y, como ya se dijo, en total estado
de abandono. Contaba sólo con un médico director, dos jefes de
Servicio (con licencia), un médico residente alienado, que aplicaba jugo de arácnidos masacrados en el líquido cefalorraquídeo
de las enfermas para combatir la locura, según lo pudo constatar
el propio Dr. Guedes Arroyo y, también, el Dr. Raúl Camino que,
por entonces, se hallaba con una pasantía en Roballos, al cual
estudiaremos en extenso [op. cit., pp. 65 y siguientes, El caso
del médico residente, con cita del diario La Razón del 21-41970]. Tenía, asimismo, tres médicos asistentes con tres horas
semanales laborales de lunes a sábado; veintidós enfermeras,
nueve empleadas administrativas, veintiocho personas como
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personal de servicio, tres de maestranza, y un cura que jamás
concurría al hospital, excepto para cobrar su sueldo. El Dr. Guedes Arroyo, ante el asombro y estupor del personal, realizó —según nos cuenta— una transformación profunda de calidad de
terapia y del ambiente edilicio. Respecto de lo último, sacó el
alambrado perimetral para que el hospital quedara a puertas
abiertas; ordenó una limpieza general; dispuso pintar las instalaciones; colocar estufas; estableció el equipamiento de baños y
lavatorios; organizó un servicio de terapia ocupacional, biblioteca, e implementó el autoservicio de comida para las enfermas,
equipado con bandejas, manteles y con la totalidad de los cubiertos a disposición de las pacientes (antes, sólo tenían cuchara). Con ayuda de la administradora, la Sra. Raquel Basso, la
Sra. Dorotea Lynda Dix, de las Damas de la Asociación Cooperadora, lideradas por la Sra. Esmeralda Widner Fox y CRUSAMEN,
organizó el servicio de peluquería, manicuría y belleza para la
enfermas. Equipó el edificio con música funcional y un equipo de
radiocomunicación general. Asimismo, organizó los servicios periféricos de Ciudad de Viale, dirigido por el Dr. Oscar Brasseur, y
el Centro de Salud Mental de Paraná. Se inauguró un consultorio
odontológico, ya que observó que muchas de las patologías infecciosas estaban provocadas por el mal estado dentario de las
enfermas. Cuando el hospital tuvo también pacientes masculinos, se construyó una cancha de fútbol y un salón de billar; luego se organizó la Capilla, y se habló con un pastor metodista
previamente a hablar con el clérigo a cargo, para el cumplimiento de la asistencia espiritual de los enfermos; tarea que ambos
hicieron. No olvidemos que el Dr. Guedes Arroyo aplicaba el criterio de la Comunidad Terapéutica [CT] de Maxwell Jones, unido
a la concepción filosófica del Tratamiento Moral, basado en las
ideas de Charles Dickens. Éste proclamaba que la mayor parte
de los enfermos mentales son recuperables por medio de la laborterapia (terapia ocupacional) que había sido aplicada con éxito en el Hospital John Parks Worcester de 1843 a 1866 en la
Costa Este de los EE.UU., en aproximadamente mil ciento setenta y tres pacientes, y se obtuvo un 70 % de altas (op. cit., pp.
39-40). Los principios básicos que tomó el Dr. Guedes Arroyo de
Jones, a fin de aplicar sus métodos, fueron: 1- nadie puede huir
de donde está preso y 2- al enfermo hay que observarlo en el
medio familiar y en el social para tener un panorama completo
del mismo... La reunión de comunidad terapéutica se desarrollaba diariamente, de lunes a sábados. A esta actividad, se agregaba una hora más de psicopedagogía los martes y jueves. Durante la tarde, se realizaban tareas de terapia ocupacional, a las que
se agregó psicodrama. El equipo de tratamiento tenía conferen-
116
Lucio Enrique Bellomo
cias de psiquiatría, seminarios, ateneos clínicos, supervisión de
lo observado en la Comunidad Terapéutica, además de reuniones con los Grupos de Sector, integrado por deportes y laborterapia. Las reuniones de la Comunidad Terapéutica comenzaron
prontamente, tenían de 60 a 80 integrantes, que se fueron incorporando paulatinamente. Por supuesto que pasaron por el
primer infortunio, como fue el episodio del zapatazo de Ramona
por una confrontación entre enfermas (…). y la delación de una
enferma a una enfermera… Así y todo comenzaron las reuniones, según nos narra el propio médico. El equipo técnico aumentó y contó con trece médicos, dos psicólogos, tres psicopedagogos, cuatro terapistas ocupacionales, cuatro asistentes sociales,
dos odontólogos, dos bioquímicos, treinta y tres enfermeras,
treinta y cinco personas para el servicio, dos religiosos y diez
voluntarios. La experiencia duró desde el 1 de julio de 1967 hasta julio de 1969. A dos meses y medio de iniciada la labor, el
Instituto Nacional de Salud Mental recibió un informe excelente
de parte de la Oficina Panamericana de la Salud [OPS] firmado
por el Prof. Dr. Leonardo García Buñel y por el Dr. Fernando Durán, quienes habiendo auditado el Hospital Roballos, sugerían
que el mismo se tuviera en cuenta como Centro Piloto Psiquiátrico (op. cit., pp. 111-117). El informe se fundamentaba en que ya
que no sólo habían ascendido el giro-cama hospitalario, sino que
además, había aumentado el número de altas, y el contacto de
los enfermos con su familia era mayor. Asimismo, se hallaban en
suba las horas médicas, que de noventa mensuales ascendieron
a mil quinientos ochenta horas al mes de septiembre de 1967.
Por consiguiente, se recomendó la continuidad del Dr. Guedes
Arroyo como Director definitivo a cargo. En julio de 1968, a pesar de la insistencia de los enfermeros y de los familiares de los
enfermos, amén de los reclamos de los mismos pacientes y del
énfasis puesto por la prensa para mantener el funcionamiento
del Centro, todo fue inútil (Clarín 22-1-1968). El Colegio Médico
de Entre Ríos, las Asociaciones Médicas locales y los psiquiatras
conservadores, no soportaron el accionar de esta experiencia
innovadora. Amargamente, Guedes Arroyo refiere que fue traicionado (sic) por muchos de sus colaboradores y tuvo que retirarse. Recibió el apoyo de los Dres. Raúl Camino y Wilbur Grimson, por notas del 14-8-1968 y del 25-8-1968 que obran en el
libro, respectivamente, así como la divulgación de su obra aparecida en el Boletín Oficial del INSM N.º 9, sin éxito alguno. (Si
esta experiencia es cierta —así lo considero—, es profundamente aleccionadora. Aún más lo será la que veremos a continuación).
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Introducción a la obra de la “Colonia Villa Federal”
Hemos visto cómo, desde hacía mucho tiempo, se iba gestando en la Argentina la idea de crear no sólo hospitales, sino
además, dispensarios de Salud Mental, que tuvieran protección
laboral y asistencia orientada a la producción. Esto fue llevado
a cabo, primero, por la Colonia Cabred; luego, por el Hospital
Melchor Romero y por las Ligas de Higiene Mental, como veremos. Sin embargo, faltaba que lo realizaran los dos hospitales
más importantes de la Capital, por entonces, en 1960, el Hospital Nacional Neuropsiquiátrico de Hombres [actual, Borda] y el
Hospital Nacional Neuropsiquiátrico de Mujeres [actual, Moyano], para crear una renovación en el aspecto de la rehabilitación
del enfermo mental. En 1967, se creó el Instituto Nacional de
Salud Mental [INSM], que contó en primera instancia, con un
médico, Director, el Dr. Julio Ricardo Estévez, que no pertenecía
al ámbito de la Psiquiatría, pues era ginecólogo. No obstante
éste, consiguió de las arcas del Estado una enorme y cuantiosa
suma de dinero, que ascendía en 1967-68 a la importante cifra
de $150.000 de la época, para que se ocupara de la creación
de lugares para los enfermos y enfermas mentales. Al lado del
Dr. Estévez estuvo el Dr. Gils Carbó, que a la sazón, era cirujano
del Hospital Nacional Neuropsiquiátrico de Hombres, que ingresó
al INSM junto con el Dr. Oliva Otero, como asesores del dispositivo. Otro médico asignado fue el Dr. Wilbur Ricardo Grimson,
psiquiatra y psicoanalista, con ideas de vanguardia, formado con
el Prof. Dr. Mauricio Goldenberg —en el Lanús—, dirigió el Centro
Piloto en Lomas de Zamora, con el Dr. Alfredo Moffat, la Comunidad Terapéutica de Vicente López y el Centro de Salud Mental
N.º 2 del Hospital Pirovano, con el fin de recambiar la práctica
del psicoanálisis lejos del diván y de su sillón (Grimson, 1983).
Trató la recuperación de los enfermos mentales, especialmente, en el área epidemiológica y en el campo de la drogadicción,
de 1968 a 1971, años en los que fue director de Epidemiología
supervisando la Dirección del INSM en esta materia. Ello le hizo
señalar las diferencias entre grupo y comunidad terapéutica: en
el grupo se interacciona: hay señalamientos e interpretaciones;
en la comunidad terapéutica, existe deliberación, decisión y normalización (Grimson…, op. cit., pp. 161-169).
El entonces director del INSM, Dr. Estévez, redactó un contrato a fines del 66 y marzo de 1967 para dar lugar a la meta
anteriormente citada, y se abrió el proyecto para la Colonia de
Roballos con el Dr. Guedes Arroyo (que estudiamos) para Villa
Federal, en Entre Ríos, con el Dr. Raúl Camino y para los Talleres
118
Lucio Enrique Bellomo
Nacionales Protegidos con el Sr. J. C. Iroz. Estos últimos fueron
creados con gran esfuerzo y se inauguraron el 5 mayo de 1967.
No contaron, sin embargo, con espacio físico para su desenvolvimiento y desarrollo. Al mando de dicha tarea fue propuesto el
Sr. Juan Carlos Iroz, que no era médico sino que tenía grado de
mayor (retirado) de la Fuerza Aérea. El mayor (R) Iroz se fue
asesorando a través de personajes de fuste, como la Dra. Alicia
Lamberghini y la Lic. María Luisa Cámera (profesora en Letras),
Alfredo Espinoza, Octavio Giussani, Morales, el Dr. Edgard Phipott, Alicia Miriam Valero. También hay que reconocer el empeño
de muchos trabajadores y obreros que colaboraron con el proyecto e hicieron posible la realización de las obras en extremo
importantes, que facilitaron la labor profundamente creativa,
como veremos al tratar los Talleres Nacionales Protegidos hasta
la actualidad. Estévez nombró como asesor al Dr. Humberto Mesones y lo destacó a la región del Noreste argentino (NEA), a fin
de que instalara y pusiera en funcionamiento el nuevo Hospital
Psiquiátrico de Corrientes, luego llamado San Francisco de Asís.
Sobre todos estos temas, nos extenderemos más adelante, pues
trataremos ahora la obra de Camino, en Villa Federal.
El “modelo del Dr. Raúl Camino en Villa Federal” (Entre
Ríos)
Conocí personalmente al Dr. Raúl Camino en la residencia de
Psiquiatría, pues fuimos coetáneos, en diferentes promociones.
Lo consideré siempre un hombre de bien, culto, organizado, honesto intelectualmente, metódico en su estudio y profundamente interesado en la psiquiatría social. Cordobés de origen, en
1966 fue destinado por el INSM a Villa Federal para trabajar en
la Comunidad Terapéutica, necesaria en ese lugar. Raúl Camino
por entonces, venía de hacer sus experiencias en la Antártida y
en el Hospital Piloto de Salud Mental Roballos. Como dije, con
Camino, conversamos mucho, y tuve la oportunidad de escuchar
sus conferencias, antes, durante y después de haber realizado
las interesantes experiencias que, desde épocas muy pasadas,
como las de Cabred, no se habían vuelto a realizar en la Argentina. Para este trabajo, busqué su testimonio personal, pero lamentablemente no lo ubiqué. Tuve su información directa años
antes más los datos de la Web, que espero sean seguros. Pero
mejor será que el Dr. Raúl Camino desarrolle su propia versión.
Conseguí esta disertación a través de la página [4artcomunidadt
erapéuticafederal[1].doc] del año 1981. Allí explica su experiencia ante el Dr. Alfredo Moffat, durante una mesa redonda llevada
a cabo en 1981:
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EN LA
ARGENTINA
119
Cita textual:
Actualmente yo trabajo en el Hospital Alvear, y, anteriormente, he trabajado en una experiencia de comunidad terapéutica,
con psicóticos, con mucho tiempo de internación en la provincia de Entre Ríos, en la ciudad Federal. Lo que voy a exponer
va a ser referido a la experiencia personal, posiblemente haga
alguna consideración teórica. Lo que más me llamó la atención
es el título de esta exposición: “La crisis, el cambio en áreas de
aplicación”. Cuando yo estuve en el Hospital Borda, haciendo la
residencia psiquiátrica, me parecía que todo lo que, en la cuestión terapéutica de lo psicótico, se hacía, no era completo o algo
faltaba, y para mí en ese momento se planteó una cuestión de
crisis, porque esa psiquiatría con psicóticos, puramente medicamentosa y una que otra referencia psicoanalítica dinámica, me
parecía incompleta. Porque durante las 24hs. del día, el paciente
no estaba con el médico, sino que estaba con otras personas,
fundamentalmente los enfermeros o el personal de mantenimiento, o entre ellos mismos. Cuando volví de la Antártida, tuve
la oportunidad de que me enviaran a la provincia de Entre Ríos
a fundar una colonia; digo fundar una colonia, porque era un
cuartel que fue donado por los militares, con los fines de hacer
un hospital psiquiátrico. La idea imperante en aquel momento,
era hacer un hospital psiquiátrico depósito, que los pacientes estuvieran igual que en otras partes, nada más que había que derivar camas de capital a provincia. A todo esto, yo ya había leído
algunos trabajos de comunidades terapéuticas, y se estaba haciendo una experiencia, en comunidad terapéutica en el hospital
Roballos de Paraná, posiblemente la primera experiencia de ese
tipo y, tomando un poco los modelos de ellos, comencé la experiencia en Federal. Quiero rendir un homenaje a la memoria de
Pichon Rivière, a quien yo no conocía en ese momento más que
de nombre. Yo llegué a conocerlo después. Este homenaje es
por mí muy sentido, porque pienso que Pichon ha sido el pionero
en estas cosas. Yo lo leí mucho después. Un pionero no reconocido, incluso expulsado, porque comprometía todo el orden que
en aquel momento imperaba en la psiquiatría. La experiencia
nuestra, para situarnos un poco en eI campo de la psicología o
psiquiatría social, fue intramural, que es lo que nosotros llamamos comunidad terapéutica. No tuvimos la oportunidad de hacer
una experiencia extramural de psiquiatría comunitaria, porque
no teníamos medios y no se conocía tanto. Se intentó en otros
lugares de Argentina hacer experiencias extramurales, no con
muy buenos resultados. En la actualidad la única experiencia que
funciona bien, intramural y extramural, es la de Misiones, con
120
Lucio Enrique Bellomo
el doctor Hernán; es la única que ha quedado. Porque pareciera
que de una u otra manera, trabajar en estas cosas es comprometer casi el orden social existente, entonces, ese mismo orden
social es como si se encargara de expulsar, a todo este cuerpo
extraño que compromete el equilibrio existente. Los principios
que yo seguí, fundamentalmente para trabajar con la comunidad terapéutica, fueron los de Maxwell Jones, pero adaptados a
la realidad que se me presentaba en aquel momento. Realidad
que consistía en lo siguiente: el espacio era un cuartel que no
estaba habilitado para hospital, y había que reformar algunas
cosas, pero no todas porque los presupuestos eran insuficientes.
Eso en cuanto a la parte edilicia; además, teníamos problemas
graves de falta de personal. A mí me prometieron residentes,
psicólogos, médicos; y cuando llegué allá, ni los residentes, ni
los psicólogos, ni los sociólogos llegaron, porque tampoco daba
el presupuesto. De manera tal que yo me encontré con personal
que no tenía ninguna experiencia en trabajo hospitalario, personal que no conocía a los enfermos mentales y toda una problemática con el pueblo, un pueblo chico de 8000 habitantes, por el
temor que les provocaba la llegada de los locos. Entiendo que,
en esta situación, uno debe acudir a cierta inventiva y a cierta
iniciativa personal, o irse. Pero a mí me interesaba trabajar de
esta manera comunitaria, porque lo que yo había visto en aquel
tiempo en los hospitales psiquiátricos, ya en Córdoba y también
en Buenos Aires, me parecía muy negativo y eso no era muy positivo para los pacientes, que por eso permanecían tanto tiempo
en los hospitales, entonces sí, acudí a la inventiva, y lo primero
que hice fue formar el personal. Con una gran ventaja: el personal aquel no estaba de ninguna manera equipado con teorías,
doctrinas, o prejuicios acerca de nada; ellos aceptaban lo que
se dijera y además confiaban en que el que lo decía tenía capacidad e idoneidad. El trabajo de capacitación del personal fue
constante, no fue una cosa de… “Bueno, hacemos un cursito y
luego terminamos”, sino que periódicamente, y yo diría siempre,
constantemente, la formación se efectuaba. La formación del
personal era muy importante para trabajar de la manera que en
aquel momento yo pensaba, que era usar todo el recurso humano teóricamente sano, que era el personal, para el tratamiento
de los pacientes. Esto motivó una gran discusión en la provincia
de Entre Ríos, con los profesionales de Paraná, quienes decían
que solamente los universitarios estaban capacitados para tratar enfermos mentales. Y yo pensaba que todo el mundo estaba
capacitado para tratar enfermos mentales, siempre que tuviera
una idea o incluso un sentimiento de humanidad. La formación
primera del personal, el inicio, duró no más de tres meses; luego
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
121
se hizo con los pacientes y con el personal. Nosotros organizamos una estructura social comunitaria, en la cual se insistió mucho en la igualdad. Esto sonaba muy raro allá, porque los locos
eran los locos y los normales eran los normales.
Costaba mucho hacerle entender al personal administrativo y
al personal de mantenimiento que ellos podían ayudar. En el
fondo, había un miedo a la locura propia que también la tenía yo,
entonces. No obstante, a través de la estructuración de un sistema, la gente fue entrando. Yo puedo decir que los enfermeros
y los peones y todo lo que era mantenimiento fueron los que
tuvieron mayor participación en el proceso comunitario. No así el
personal burocrático que es el personal administrativo, de alguna manera representante de lo de afuera; ellos se manejaban
más bien con los papeles, las notas, los presupuestos, todo había que informarse por escrito, firmarse, etc. Eso realmente demoraba mucho resolver una situación. Los niveles de comando,
porque también tiene que haber orden en estos lugares, eran
tres, yo tenía tres y no más. ¿Cómo implantamos nosotros este
sistema? Yo no anduve con muchas dudas; con la primera tanda
de pacientes que llegó del Borda, al día siguiente de haber llegado, se hizo una asamblea comunitaria, que era la primera asamblea que iba a hacer en mi vida; eran 150 enfermos, más todo
el personal en ese momento, aproximadamente 100. Esta primera asamblea es para mí muy recordada porque fue un intercambio de delirio. Unos veían platos voladores, otros sentían
voces y yo pensaba:“¿Qué va a pasar?”. Y continuamos instrumentando las asambleas, y les voy a insistir mucho en esto,
porque para mí la asamblea comunitaria, es algo así como el
encuentro en tiempo y espacio de todos los miembros de la institución. Y en ese encuentro, en ese mismo tiempo y en ese
mismo espacio, es donde se traen todas las cosas vividas en la
comunidad: todo lo que ha ocurrido, todo lo que ha sucedido,
empieza a aparecer. Y no siempre aparece lo que uno quiere,
sino que aparece lo que ocurre. De ahí que las asambleas, en
nuestra colonia, fueron muy numerosas siempre, porque yo era
el único psiquiatra; había un clínico, un odontólogo y un bioquímico, pero ellos participaban menos, porque no creían en esto y
lo decían abiertamente, y tampoco uno los puede obligar a creer
lo que no ven. No obstante, el clínico, a posteriori, fue entrando
en la variante. Las asambleas comunitarias nuestras se realizaban tres veces por semana, en un gran salón, Moffatt ha presenciado alguna de ellas. Participaba la mayoría del personal, no
digo todo porque hay personal que debe quedar para las funciones básicas, como por ejemplo los cocineros, el portero y los
administrativos, a los que se les ordenó que uno, por lo menos,
122
Lucio Enrique Bellomo
uno por vez, fuera. Costó mucho que ellos entendieran esto. La
mecánica de una asamblea era libre, cualquier persona podía
hablar, podían hablar todos al mismo tiempo, podían murmurar,
podían gritar, hasta en algún momento podían suscitarse ciertos
actos de violencia, que fueron controlados; sobre todo con ciertos pacientes epilépticos que estaban medicados. Las asambleas
eran abiertas, podía ir cualquier persona, podían ir visitas, podían ir personas del pueblo, familiares, y cualquier otro miembro
del personal que en un momento dado tuviera funciones y quisiera asistir. Las asambleas duraban aproximadamente 2hs. o
más. Los lunes, miércoles y viernes, ya se sabía que la mañana,
después del desayuno, estaba destinada a la asamblea. Toda la
vida hospitalaria circulaba alrededor de la asamblea de la mañana. El turno de la tarde se me quejó en alguna oportunidad y yo
extendí la asamblea de los miércoles, a la tarde, que tenía otra
dinámica. Y alguna vez hice una asamblea en la noche, muy interesante, pero me cansaba mucho, así que volví al sistema anterior, de hacerla durante la mañana. En las asambleas, los pacientes fueron formando, lo que Maxwell Jones llama, la cultura
terapéutica. Digo en la asamblea, porque ahí se manifestaba,
pero, en realidad, la cultura terapéutica se empezó a formar en
la vida diaria de la comunidad. Aparte de la asamblea, que era
una especie de actividad casi obligatoria, no obligatoria totalmente (había pacientes que no querían ir y no iban) había otro
tipo de actividad. Nosotros le dimos mucho énfasis a la rehabilitación laboral; los pacientes participaban en todos los sistemas
del hospital, cocina, con los caballos, esto era una colonia de tipo
rural, en la huerta, en los jardines, en la portería y hasta en algún momento en la administración. Es decir que todo eso que el
paciente vivía, era traído a la asamblea lo cual puede ser peligroso (los psiquiatras clásicos que nos visitaban, decían que era
peligroso) a raíz de las confrontaciones que se sucedían entre el
personal y los pacientes, confrontaciones en las cuales eran
iguales tanto el personal como los pacientes. En la confrontación
podía haber una acusación, una queja o un pedido de aplauso,
o de que lo ascendieran a fulano porque era buen empleado,
como ocurrió con el caso de un empleado que le salvó la vida a
un paciente, y en una asamblea, pidieron que lo ascendieran y
quedó que iba a ser ascendido, cuando hubiera una oportunidad,
y así fue. En las asambleas también se discutían todas las cuestiones administrativas, la comida, las salas. Esto a mí me cansaba un poco. En algunas asambleas comunitarias que he visto en
otras partes, solamente se permitía la manifestación de este tipo
de cosas y no se podían manifestar cuestiones personales. Yo he
escuchado decir “eso será hablado con el terapeuta”. Personal-
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
123
mente, yo difiero totalmente, yo entiendo que en las asambleas
hay que hablar de todo, pero cuando empezamos con el pico, es
muy probable que vaya a salir algún noviazgo, o vaya a salir
alguna pelea, igual prostitución o violación, porque había de
todo. Era una comunidad no cerrada, porque de por sí ya hemos
tenido un violador, que lo echó la comunidad; yo no lo quería
echar, pero lo echaron. En las asambleas aparecían también, no
sólo cuestiones internas del hospital, sino cuestiones externas.
Los pacientes tenían la posibilidad de salir al pueblo, efectuar
compras, emborracharse, tener novia, ir a las bailantas y con
todo lo que eso provoca en el pueblo y en la comunidad, el pueblo entendió pronto que eso era beneficioso, y también vio que
para ellos mismos era beneficioso porque cuando íbamos de visita allí, les entraba gran cantidad de dinero con lo que gastaban los pacientes. No obstante, nunca se nos escapó ningún
paciente, nunca tuvimos problemas, por ejemplo, de pacientes
que robaran a las personas del pueblo. En las asambleas surgió
un tema, que surge siempre en los hospitales que son heterosexuales como el nuestro, casi con la misma cantidad de mujeres que de hombres; que es el problema de las parejas, y que a
mí me empezó a preocupar, porque yo decía “Bueno, ¿y ahora?... Y... ahora me las tengo que aguantar...”. Porque en la
comunidad todos ponemos el cuerpo, es la participación de todos. Hay una diferencia, por ejemplo, con el psicodrama. Se
armó una pelotera una vez en un Congreso, porque decían que
el psicodrama se parece un poco a las asambleas, pero el coordinador de psicodrama no se compromete, está afuera, en tanto
que, en las comunidades, el director, el médico o el que conduce la comunidad, se compromete, es discutido y es confrontado,
y hay que aceptar que, a veces, o la mayoría de las veces, el
grupo tiene razón. Con el tema de las parejas, yo pensaba encontrar una solución, porque yo me fui con el modelo médico, yo
era médico, yo mandaba, yo era el director. Implementé un sistema, que me empezó a mover todas esas estructuras. Cuando
yo todavía estaba pensando cómo resolverlo, ya la comunidad
había empezado a resolverlo. La asamblea iba adquiriendo el
poder resolutivo, terapéutico y, algunas veces, antiterapéutico.
Les voy a dar un ejemplo: las parejas tenían que presentarse a
la comunidad y la comunidad opinaba si les iba a hacer bien, si
les iba a hacer mal, si convenía o no; y hemos tenido casamientos, algunos con éxito, otros con divorcio, nada diferente a lo
que pasa afuera. Había también noviazgos y había chicos, hemos tenido ocho chicos, pero ningún aborto, pues yo estaba en
contra de eso, y en contra de las pastillas también, porque entendía que el ejercicio de la sexualidad es una cosa adulta, de la
124
Lucio Enrique Bellomo
que cada cual se hace responsable. Al fin y al cabo, la comunidad entendió que si dábamos la pastillita... Hay un riesgo en las
comunidades y es el riesgo que hay que correr; riesgo que vale
la pena correr por otra parte, en las asambleas se permitía la
manifestación de todo lo que le ocurría al paciente, sobre todo,
la patología, los delirantes, los parafrénicos o los paranoicos,
algunos esquizofrénicos, ellos podían hablar libremente sus delirios, yo, francamente, poco entendía los delirios, entiendo la
parte teórica, y que eso es una manifestación de su personalidad, de un conflicto muy temprano. Cuando el delirante estaba
hablando, ¿quién entendía a los delirantes…?: los otros pacientes. En la comunidad terapéutica, no solamente el personal es
potencialmente terapéutico, activo o pasivo, sino que el resto
de los pacientes son activos en la parte terapéutica. Y ahí era
muy común que un paciente le dijera a otro: “Yo también estuve como vos, yo pensaba lo que vos, pero fui saliendo”. Nunca
explicaban cómo salían, será una cosa teórica que tenía que
indagar yo, pero era muy lindo ver cómo un paciente muy asustado, como es el delirante, se sentía apoyado. Era muy común
ver levantarse a los pacientes y darle la mano al delirante. También he visto asambleas en las cuales se cerraban las puertas y
no entraba ni salía nadie, pero si los pacientes tenían que orinar, entonces iban y volvían. Y eso es muy bueno, porque también descubrimos que cuando iban afuera de a dos o tres, chusmeaban, pero de lo que se hablaba adentro, o sea que seguían
la elaboración grupal afuera. No me interesaba que dieran la
versión delante de mí, lo que me interesaba es que eso existiera. Algunos volvían, otros no, como pasa en todos lados; tampoco eran chicos de colegio que uno les podía decir: “Vuelvan”.
A los esquizofrénicos, que a veces disparaban de alguna situación que habían tenido en la colonia, se les decía: “¿Se compromete a volver o no?”, y si cumplían el compromiso o no, la
comunidad después los confrontaba. Era abierto eso, y así que
el ir y venir era una cosa que a mí no me molestaba, y tampoco
el murmullo; eran más o menos 400 pacientes, pero no iban
todos, más el resto del personal, y todos murmuraban. Al principio me molestó el murmullo desordenado, pedía silencio. Yo
les hablaba de las murmuraciones, del ruido que había. Pero
después descubrí, porque el personal lo contaba en las evaluaciones, que no hablaban de pavadas, que hablaban de lo que
estaba ocurriendo en la asamblea. Pero tampoco en nuestras
asambleas había que estar sentado y pedir permiso, de pronto
cualquiera se levantaba y decía: “Yo quiero decir tal cosa”; si la
cosa era muy loca se le decía que parara un poco, y después
«Vamos a esperar a fulano”. Pero por ahí era eso lo que tenían
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EN LA
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125
que tratar y estaba medio taponado por los picos, por los baños,
alguna cosa así.
-¿Qué son los picos?
– Los picos de la canilla. Si las canillas se llueven, están rotas,
los pacientes se quejan porque no pueden dormir, porque hay
humedad, etc. Durante la asamblea, a través de la murmuración, yo les decía que no había ninguna limitación para levantar
la mano o hablar sentado. La tendencia de los pacientes habitualmente era levantarse y exponer, abiertamente, con gestos; y cuando le tocaba al personal, que eso ya era más duro,
también se levantaban y hablaban. Con el tiempo yo dejé que
las asambleas las dirigieran los enfermeros, de a dos porque se
asustaban un poco. Yo he ido a esas asambleas de incógnito,
de atrás; en aquel tiempo no se usaba el guardapolvo y tenía
grandes sorpresas, mucha emoción al ver cómo los enfermeros
habían logrado el aprendizaje, mucha conducción. Las asambleas requieren nada más que estar presente, ordenar un poco
quién habla y quién no, y nada más. Y ahí es donde yo también
pude comprobar qué murmuraba el paciente o de qué hablaban
entre ellos. Después están los pacientes que son los silenciosos,
pero que van a todas las asambleas, los viejitos, algunos esquizofrénicos crónicos: son pacientes que están atendiendo, que en
el momento menos pensado hablan y hablan cosas muy medulosas; eso nos ha ocurrido muchas veces. Así que nosotros no
exigíamos tampoco que hablaran, ni el paciente de primera vez,
no había ninguna exigencia en esos temas, todo el mundo venía
a hablar cosas. Para mí la asamblea era el eje de la comunidad
terapéutica; era como un termómetro o como un aparato que indicaba cómo iba la comunidad. Cuando se hablaba mucho de las
cuestiones puramente de mantenimiento es que algo pasaba,
que no salía el afecto, pero cuando había noviazgos o violaciones
o prostitución (era mixto y no había homosexualidad), no había
problema; uno sólo era gay, ahí sí, ahí había más riqueza. No
obstante, no es necesario que uno tenga que estar esperando
siempre que se hable de eso, por algo también hay una especie
de retracción para hablar de cosas puramente afectivas. Se habla también de cosas administrativas porque en ese momento la
comunidad tal vez lo requiera; así que no es tampoco discutible
esto. Luego de la asamblea, nosotros hacíamos una evaluación
con el personal asistente. La evaluación no duraba más de media hora pero era también bastante medulosa, porque la enfermería y los de mantenimiento que habían asistido, comentaban
sus sentimientos, sus sensaciones, lo que habían visto y también había confrontación conmigo si ellos decían: “Mire, doctor,
me parece que Ud. no estuvo muy bien cuando dijo tal cosa” o
126
Lucio Enrique Bellomo
“cuando no hizo esto, yo hubiera hecho tal cosa”; sugerencias
que eran siempre bien aceptadas. Por eso yo después dejé que
los enfermeros pudieran dirigir una asamblea, dado que ya iban
comprendiendo la mecánica. Más allá todavía, fueron los pacientes los que dirigieron la asamblea; pacientes que estaban ya bien
y que luego fueron empleados. Un gran lío esto porque decían
para qué empleábamos locos siendo que había tantos sanos sin
trabajo, pero yo ya conocía a estos locos que ya se habían sanado y sabía que trabajaban bien. Los pacientes dirigieron muy
bien la asamblea, pero hubo que parar la experiencia por una orden superior, y eso no se discute. Esa dirección de los pacientes
de la asamblea y la participación de ellos también en la evaluación era lo que yo llamaba “juego abierto”, que se entendió mal,
porque se entendió desde un punto de vista político, aunque no
tenía nada que ver, porque sólo era ir dando responsabilidades
a los pacientes, que ya habían mejorado y que eran como nosotros. Sólo que su estado civil era de paciente. Pero el tema
no era sólo con los pacientes. Hasta ahora he hablado sólo de
eso porque la comunidad era para los pacientes, pero también el
personal requería mucha atención. Yo dividía al personal en tres
tipos: personal técnico, que era todo el que estaba en contacto
directo con el paciente, personal técnico administrativo, que es
un personal que tiene que ver con la administración de cosas del
paciente, por ejemplo: las estadísticas, la despensa, la farmacia, esos que uno nunca sabe dónde están para participar, pero
hacen administración de cosas técnicas, y el personal administrativo público. Nosotros teníamos reuniones con todos, y después con todos los jefes. Eran muchas las reuniones que se hacían, aproximadamente 15 reuniones, aparte de las asambleas,
por mes, con los distintos miembros del personal. Tanto con los
enfermeros, porque manejaban la sala, como también con lo
que nosotros habíamos instrumentado que se llamaban grupos
de trabajo. Un grupo de trabajo estaba formado por un empleado cualquiera, un peón, y un grupo de pacientes. Nosotros estimábamos que el peón entendía como persona a los pacientes;
si bien en principio existieron fenómenos de competencia, entre
los peones o el personal de mantenimiento y los pacientes, para
ver quién trabajaba más, el personal entendió rápido, que no
había que competir, que era mejor que trabajaran los pacientes.
Yo les dije: “Y bueno... vaguen un poco, yo con tal que estén
con los pacientes y que los traten bien y vean cómo evolucionan estoy contento...”, y allí se dio otro fenómeno: aumentó
la producción. No eran los peones los que tenían que aumentar
la producción, sino que eran los pacientes. Nunca quise hacer
autoabastecimiento porque eso iba a darle a todo una cuestión
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
127
de tipo esclavitud, que yo la había visto en otros hospitales. Sin
embargo, hubo una comisión, que se formó espontáneamente y
que me discutió y me tuvo mal, para establecer el autoabastecimiento y la venta de productos hacia el pueblo. Yo no admití
eso porque con el potencial de trabajo, aproximadamente 500
personas trabajando en una huerta con pollos, rompíamos las
verdulerías de la zona. Había también que evaluar la parte política de cómo se trabajaba; pero los pacientes entendieron. Lo
interesante era ver cómo el personal “no universitario”, y esto
lo digo entre comillas y subrayado, por los de Paraná, ¡cómo
trabajaban con los pacientes! Lo que les puedo decir, creo que
alguien lo dijo recién, que cada paciente se merece el terapeuta
que tiene, porque lo busca. Nosotros habíamos visto que ciertas
características de personalidad del personal favorecían o no la
evolución del paciente, y dejamos que los grupos se armaran espontáneamente, solamente tenían que comunicar que cambiaban de lugar, que en vez de estar en el jardín se iban al tractor;
y entonces empezamos a ver cómo las características propias de
la personalidad del peón, ayudaban al paciente. Pueden desarrollar toda la cosa analítica, pienso que es el aporte que se puede
hacer, que sería muy largo hacerlo. Las hebefrenias, síndrome
esquizofrénico de mal pronóstico, a nosotros se nos han curado;
se puede discutir si eran o no, hebefrénicos, pero al menos sintomatológicamente lo eran. También se curaban las parafrenias
y las paranoias; es decir que ha habido remisiones de casos que
teóricamente son muy graves, están historiados. El trabajo con
el personal de mantenimiento era muy simple, sencillamente
se escuchaba lo que ellos decían y se los orientaba diciéndoles:
“Mire, con fulano haga esto....”.
Era muy grande el hospital con espacios abiertos, y se los veía
haciendo largas caminatas, tomados del brazo y siempre conversando. ¿Qué conversaban los pacientes? Nunca supe, ni voy
a saber, ni me interesa siquiera, porque sería violar la privacidad, que era otra cosa en que yo insistía mucho. Hay ciertas cosas en las que no nos tenemos que meter, porque el solo hecho
de respetar la privacidad del paciente rompe un viejo esquema
de la psiquiatría donde el profesional tiene licencia para violar
toda privacidad. El personal de mantenimiento era el que estaba más en contacto con el paciente, y con el que teníamos más
reuniones; es el que absorbió más y el que sufrió más cuando
la comunidad se deshizo. Con el personal que no pude nunca,
fue el personal de los papeles. Les di clases, los reuní, hice las
asambleas, pero el personal administrativo es un personal que
está en una especie de torre de marfil, que sólo se digna a descender cuando va a la asamblea, pero después... Pero después,
128
Lucio Enrique Bellomo
en algunos momentos, hubo que frenar todos los aspectos de
burla a los pacientes desde los administrativos. Los que menos
se socializaron fueron los administrativos; y los que más se socializaron no fueron los enfermeros, sino los peones, y todo el
personal de mantenimiento, los que no tenían ningún esquema
referencial de la psiquiatría manicomial. Nosotros creíamos, y
creemos aún, que este potencial terapéutico de pacientes con
pacientes y pacientes con personal, es la socioterapia, la comunidad terapéutica. Ni hablemos de lo que podría ocurrir si todo
un pueblo, si toda la población, hubiera colaborado en esto, pero
eso ya era de largo plazo y muy difícil de hacer. Creo que les
he expresado todo lo que es la experiencia mía; tengo acá unas
cosas teóricas pero no las voy a poder dar, más bien cada cual
lo piensa, es mejor así, y tal vez después en la discusión o en los
comentarios se pueda comentar. Nada más. (La transcripción de
la página Web es textual).
Otra entrevista importante realizada por Osvaldo Escribano
fue publicada en la Revista Riachuelo, en el sitio [http://www.
moffatt.com.ar/articulos/cap4/4artRaulCaminoFederal.doc]
RAÚL CAMINO - Reportaje de Osvaldo EscribanoRevista Riachuelo -2.ª parte
“La Colonia de Federal era una unidad de rehabilitación rural”
(...) “la humanización del trabajo es, por sí misma, terapéutica”
(...) ”La participación activa da sentido de pertenencia”. Estos y
muchos más son los conceptos que surgieron de la charla con el
Dr. Raúl Camino, en esta segunda parte de la nota. Los temas
del trabajo, las relaciones humanas, las tareas terapéuticas y
también los aspectos teóricos de la experiencia fueron encarados con el conocimiento integral de quien creó y dirigió durante
diez años (desde 1966 hasta 1976) la Comunidad Terapéutica
de Federal, provincia de Entre Ríos. Esta experiencia, por su
volumen de 300 a 400 pacientes, y su duración, fue única en
América Latina. Como ya nos relató el Dr. Camino en el número
anterior, la estadística general anual de altas estuvo entre el
80 y el 85%. La población estaba integrada por los pacientes
que provenían del Borda, del Moyano, y de otros hospitales de
Entre Ríos, así como agudos de la zona. La gran mayoría estaban considerados “crónicos” en sus lugares de origen. También
nos habló de la organización interna de la Comunidad y de las
diversas reuniones que allí se realizaban, tanto el personal, los
pacientes y también en la Asamblea Comunitaria, y la relación
de estas con la actividad terapéutica. Pasamos ahora a trascribir
los aspectos más jugosos del diálogo.
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
129
RlACHUELO: Los pacientes trabajaban en diversas
fuentes de producción junto con el personal que los
orientaba, ¿cómo se manejaba el producto de esta tarea
y qué retribución o ganancia recibía el paciente por la
tarea realizada?
Raúl Camino: El trabajo del paciente se implementaba para
su Rehabilitación. Por eso te voy a hablar primero de los aspectos referentes a la Rehabilitación y luego de la producción.
Puede afirmarse que no hay comunidad terapéutica sin trabajo
o actividades. Este trabajo en Federal era rentado, se le pagaba
al paciente una suma de dinero, que en aquel momento resultaba significativa, ese dinero figuraba en el presupuesto y estaba
destinado a los pacientes, técnicamente se lo denomina “Peculio”. Un 72 a 80% de los internados trabajaban, el resto no lo hacía por ser muy ancianos o padecer trastornos psiquiátricos muy
deteriorantes. Debo aclarar que de ninguna manera el trabajo
era obligatorio o compulsivo, sino que era voluntario, lo que sí
se daba era el reconocimiento grupal hacia aquellos que trabajaban. Tengo que decirte que muchos pacientes querían trabajar
muchas horas para ganar más dinero, pero esto, en general, no
se aceptaba, se intentaba hacer del trabajo un factor terapéutico
y no un medio de deshumanización.
R.: ¿Cuáles eran los distintos sectores en que se organizaban las tareas, y cómo se organizaban?
R.C.: Las áreas de trabajo eran los diferentes sectores de
maestranza, mantenimiento, y servicios generales. Estos sectores eran la quinta, cocina, huerta, caballeriza, jardín; sala, ayuda
al enfermero, etc. El trabajo estaba reglado de manera similar a
lo que se hace en la vida laboral común, los pacientes tenían que
firmar entrada y salida, solicitaban permiso para retirarse, daban parte de enfermos cuando faltaban. El sector laboral estaba
a cargo del empleado u operario responsable, quien se encargaba de distribuir la tarea. Debo decirte que estos peones, sin
ninguna instrucción psiquiátrica al empezar y luego con ciertos
conocimientos que yo le fui impartiendo, resultaron excelentes
miembros terapéuticos, por su comprensión, tolerancia y calidez
en el trato con los enfermos. El paciente podía elegir su trabajo
y cambiarse cuando quisiera, si esto era muy frecuente y perturbaba la marcha de la producción era tratado en la asamblea
comunitaria o en la reunión específica de ese grupo de trabajo.
Estas reuniones se hacían cada mes, coordinada por un psicólogo y un auxiliar de Rehabilitación, allí se trataban todas las difi-
130
Lucio Enrique Bellomo
cultades referentes a la tarea y también aquellos aspectos de la
enfermedad que obstaculizaran el trabajo. Se intentó y creo que
logró que el trabajo fuera humano, por eso se respetaba el ritmo
del paciente, generalmente lento en los comienzos. Los internados trabajaban de 3 a 5 horas, habitualmente por la mañana, el
resto del día lo empleaban como querían.
R.: ¿Y cómo repercutía esto específicamente en la realización de las tareas o sea en la producción?
R.C.: Esto de la humanización del trabajo para lograr una
verdadera rehabilitación solía provocar numerosas discusiones,
pues el jefe de Mantenimiento tenía una mentalidad de tipo “productivista”, mientras que la terapista ocupacional, los del equipo
de Rehabilitación y yo teníamos puntos de vista “rehabilitantes”.
Esta pugna, producción versus rehabilitación, duró toda la vida
de Colonia mientras yo estuve, y fue de una gran utilidad, pues
los jefes de Mantenimiento con sus exigencias promovían las
situaciones adecuadas para el juicio de realidad, estimulando la
actividad que muchas veces era postergada por cierta tendencia
a mimar al paciente por parte del equipo terapéutico. Como todo
se discutía y resolvía grupalmente, todos los puntos de vista
eran conocidos y las resoluciones contenían elementos de todos
los participantes. Tengo que destacar que cuando la Colonia ya
tenía su cultura terapéutica desarrollada, los mismos pacientes
participaban en las reuniones donde se trataba el tema referido
al “trabajo de los pacientes”, yo pensaba que nadie mejor que
ellos para emitir opiniones sobre lo que les interesaba. El personal de mantenimiento, maestranza y servicios generales fue
adquiriendo experiencia en el manejo terapéutico de la actividad
de los pacientes, dada la carencia de personal especializado o
medianamente idóneo, cuando comenzó la colonia, empecé a
darles charlas cuyo contenido era el referente al enfermo mental, su patología y la manera de tratarlo. Después comenzamos
a hacer una reunión mensual muy larga, 3-4 horas, donde uno
por uno, cada empleado, iba relatando cómo marchaba su grupo
y las dificultades que iba encontrando en su tarea con los enfermos. El resultado de esto fue una capacitación progresiva sobre
rehabilitación y una mayor comprensión de los pacientes
R.: Los pacientes elegían libremente el lugar de trabajo, ¿existía alguna orientación para ellos por parte de
ustedes?
R.C.: Muchos pacientes, antes de ser internados, habían trabajado en algo y tenían algún oficio en la vida externa, los me-
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EN LA
ARGENTINA
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nos deteriorados generalmente elegían el mismo trabajo que
realizaban afuera y a veces elegían aprender una nueva especialidad. Los más deteriorados, casi siempre, elegían una tarea
diferente a la que tenían en la vida exterior. Cuando el trabajo es
remunerado y reconocido por la comunidad los pacientes espontáneamente se ofrecen voluntarios, y cuando la tarea se realiza
sin compulsión, rutina o exagerada estandarización (de manera
standard) los que presentan mayor deterioro logran desempeñarse en alguna tarea simple. Uno de los casos que más me
impresionó fue el de un paciente que había estado internado
alrededor de 30 años en otro hospital psiquiátrico y después de
cerca de 35 años sin trabajar, comenzó en el jardín, y allí permaneció hasta que yo me vine.
R.: Pasando al tema de la producción concreta, ¿llegaron al autoabastecimiento o ni siquiera se lo plantearon?
R.C.: Probablemente con el tiempo, la colonia hubiera llegado
a autoabastecerse en ciertos rubros, pues había extensión de
terreno y la mano de obra era abundante y de buena calidad
—personal y pacientes—, pero existían ciertos aspectos que hicieron que la colonia siguiera licitando todos sus rubros. Este
asunto del autoabastecimiento versus licitaciones fue también
un punto álgido alrededor del cual durante mucho tiempo se
discutió la conveniencia de lo uno o lo otro. Yo tenía una postura
que nunca fue compartida por los líderes pacientes. Yo no admití
el autoabastecimiento por lo siguiente: las licitaciones se hacían
en el pueblo y sus comerciantes efectuaban la provisión, y autoabastecerse hubiera significado cortar los lazos de unión con
la colectividad donde estaba ubicada la colonia, y eso a mi juicio
era inconveniente. Nunca el hospital debe estar aislado de la comunidad donde está instalado. Menos en un pueblo muy pobre.
La cosa no paraba ahí, pues con el tiempo quisieron formar una
cooperativa, luego de numerosas reuniones y discusiones –yo
medio me oponía– se decidió consultar a la superioridad de las
autoridades de Salud Mental, quienes informaron que la cooperativa podía funcionar, pero las ganancias del producido tenían
que seguir lo que establece la ley al respecto, y la ley dictamina que toda venta que efectúe el hospital debe ser ingresada a
rentas generales, por lo cual ni el hospital y menos los pacientes
pueden beneficiarse con las ganancias. Lo notable del caso, es
que en estas circunstancias, donde había mucha movilización e
interés de todos, nuestros pacientes mejoraban en poco tiempo
y participaban activamente en el proyecto. En ese asunto de la
cooperativa, un paciente esquizofrénico crónico se comenzó a
132
Lucio Enrique Bellomo
conectar con la realidad y como era contador integró la comisión
de formación de la Cooperativa y se hizo un inteligente miembro
líder de ese grupo. Al respecto quisiera decir que el liderazgo de
los pacientes se fomentaba y estimulaba. En un comienzo, muchos empleados solían competir con los pacientes en el trabajo,
pero luego de tratarse el tema se dejó que el grupo de pacientes
interactuara solo con la vigilancia del empleado. Estos grupos
de trabajo llegaron a tener tal autonomía y responsabilidad que
podían funcionar sin la presencia del empleado. Y en las oportunidades en que el personal de mantenimiento tenía esas largas
reuniones conmigo, la actividad laboral quedaba en manos de
los pacientes. Desde el punto de vista de la Rehabilitación, la
Colonia de Federal era una unidad de rehabilitación rural.
R.: ¿Llegaban a formarse parejas entre los pacientes o
entre pacientes y el personal? ¿Cómo se institucionalizaban?
R.C.: La cuestión de las parejas fue siempre un tema espinoso. Entre personal y pacientes no hubo parejas. Entre pacientes
sí. La manera de manejar esto era a través del consenso, una
pareja se presentaba en la asamblea y decía que quería “estar
de novio”, y la comunidad opinaba sobre la conveniencia o no de
tal pareja, generalmente fijándose en el estado evolutivo de la
enfermedad de los novios; cuando era aceptada se los aplaudía
y felicitaba personalmente, los pacientes se levantaban de sus
sillas y daban la mano a los nuevos novios. Cuando se peleaban,
alguno de los dos traía el tema a la asamblea.
R.: ¿Cómo se resolvían dentro de la comunidad los problemas sexuales que surgían de la relación grupal?
R.C.: Tal vez el tema más espinoso en los hospitales mixtos es
el tema sexual. Ignorarlo no se puede, sería como ignorar la naturaleza humana; la represión absoluta fracasa, y la liberalidad
al respecto es antiterapéutica. En Federal, durante los 10 años
que estuve, nunca se dejó de considerar el tema de la sexualidad en el hospital. Hubo épocas en que la vigilancia y custodia
eran extremas, hubo otras en que apelé a la responsabilidad
personal de los pacientes, pero la práctica demostró que era
necesario una dosis de cada una más la consideración del tema
en la asamblea. Después de mucho hablar y considerar, los pacientes llegaron a la conclusión de que no era conveniente tener
relaciones sexuales mientras estuvieran enfermos e internados,
y que nadie podía aprovecharse de aquel que no tuviera lucidez
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EN LA
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para decidir y aceptar, y también se habló del amor y que para
tener relaciones sexuales era mejor que fuera con amor. Con
todo tuvimos que enfrentar el hecho de las relaciones sexuales
a escondidas, y cuando la comunidad se enteraba, se trataba en
la asamblea y no recuerdo que nunca se haya castigado a los
responsables, sólo que se intentaba saber y comprender por qué
lo habían hecho y luego el grupo les daba una serie de consejos.
Respecto a las relaciones y los novios, debo decirte que hubo
tres casamientos entre pacientes, quienes al contraer matrimonio dejaban el hospital; en todos los casos se separaron, creo
que porque no tuvieron apoyo psicológico, ya que en los tres
casos se fueron a vivir a otra parte. También se planteó la posibilidad de dar anticonceptivos. Yo no lo intenté, siquiera, porque
pensé que eso sería como dar vía libre. Por otra parte, razones
médicas también me frenaban, pues las pacientes psicóticas, en
la mayoría de los casos, no tienen menstruación por desórdenes
hormonales. En la Colonia nacieron cerca de trece niños, que,
en su mayoría, fueron adoptados por el personal con el consentimiento de las madres. Habitualmente, los padres adoptivos llevaban al niño una vez por mes para que lo viera la madre. A pesar de estas circunstancias, no quise hacer una separación física
entre los dos sexos, pues, en general, la interacción de hombres
con mujeres resultó terapéuticamente muy beneficiosa.
R.: ¿Cómo repercutía la organización comunitaria de la
Colonia en la rehabilitación de los pacientes?
R.C.: Yo creo que la organización repercute positivamente en
el enfermo cuando éste participa activamente de la misma. La
participación activa da sentido de pertenencia. En el orden general, la organización permite la distribución adecuada de dos
grandes parámetros, el tiempo y el espacio. Este ordenamiento
externo provoca un cierto ordenamiento interno. Por ejemplo, el
hecho de que hubiera almanaques y relojes en todas las salas
y se leyera el diario (de un día anterior), ayudó a la orientación
temporal de muchos pacientes. En cuanto a lo espacial ocurre
lo mismo. Era de gran importancia explicarles en qué hospital
estaban, en qué provincia, a cuánta distancia de Buenos Aires,
hacia qué lado quedaba, etc. El traslado de un hospital a otro
era un hecho que provocaba mucha angustia e incertidumbre, y
las aclaraciones contribuían a disminuirla. La organización de la
actividad de Rehabilitación tenía por objeto poner al paciente en
las condiciones más similares al trabajo de la vida común, se le
hacía ejercitar su responsabilidad ante una tarea, debía cuidar,
mantener, usar y reintegrar su herramienta de trabajo. Se inte-
134
Lucio Enrique Bellomo
graba a un grupo humano donde necesariamente debía interactuar, podía opinar y discutir si era necesario, manteniendo sus
puntos de vista respecto a procedimientos de trabajo, cooperaba
activamente en una actividad necesaria para el hospital y sus
compañeros, se sentía un miembro útil de la comunidad, podía
cobrar un dinero que podría usar para asuntos personales. Como
ves, el trabajo en Federal era beneficioso en muchos aspectos,
para el paciente y sus compañeros.
El diálogo continuó, no ya como reportaje sino como participante de diversos Congresos, Encuentros o Jornadas en los
que el Dr. Raúl Camino participó como panelista narrando esta
experiencia. Pudimos notar que para la mayoría de los profesionales de la salud que participaron en estas reuniones, la Comunidad Terapéutica como ha sido planteada en estas notas de
RIACHUELO son un camino hacia la salud mental, lamentablemente sus experiencias, como dijimos en el número anterior son
de AQUÍ y ANTES.
O sea que, resumiendo y para no dispersarnos respecto de la
tarea realizada en la Colonia Rural de Villa Federal, ésta tenía
pacientes mixtos (300 a 400), en su mayoría, crónicos, derivados de los hospitales Borda y Moyano, y además, de otros psiquiátricos de Entre Ríos; se logró un alta que iba del 80 al 85%.
Del total de los pacientes, solamente el 80% trabajaba, pues
el resto (cerca de un 20%) no estaba en condiciones de hacer
las tareas debido a su marcado deterioro. El trabajo consistía
en realizar labores de maestranza, jardinería, mantenimiento,
quinta, cocina, huerta, caballerizas, sala y ayuda al personal de
enfermería. La tarea duraba entre tres y cinco horas, y el enfermo que trabajaba recibía un peculio por su labor. En cuanto a
la tarea, podía ser elegida y también cambiada por el enfermo.
Las relaciones entre el equipo tratante y los enfermos se entablaban a través de una reunión diaria, en la cual se discutía todo
tipo de problemas y dificultades. En alguna ocasión, se suscitó
una disputa entre los “productivistas” versus los “rehabilitacionistas”. El Dr. Raúl Camino estaba entre los últimos. La idea del
Director era que —si bien se podría llegar por un aumento de
la producción al autoabastecimiento de la Colonia Rural—, ello
provocaría una separación entre la población de Villa Federal y la
Colonia. Raúl Camino se sustraía a realizar esto último, porque
podría afectar los intereses propios de la Villa, en relación con
la Colonia, pues Villa Federal abastecía al Hospital Colonia. Por
consiguiente, no era lógico cortar el suministro económico de
los habitantes, por el Hospital. Asimismo, se llevaron adelante,
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EN LA
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con sensatez, las uniones de pareja y la sexualidad intragrupal,
otorgándole supremacía al valor del amor y la vida. De hecho,
nacieron allí —según lo que narra el autor— entre ocho y trece
criaturas, que fueron muy bien recibidas por los enfermos, el
personal y por la comunidad. Asimismo, el Dr. Raúl Camino viajó
a Inglaterra con el objeto de difundir sus experiencias y allí se
encontró con la sorpresa del interés de los asistentes ante la
tarea que llevaba a cabo; así como el propio Camino se interesó
por divulgar la tarea de los Talleres Protegidos de Iroz, lo que le
valió el aplauso y el entusiasmo de los concurrentes. Lastimosamente, el abandono del método de rehabilitación en la Colonia rural —modelo argentino iniciado por Cabred y seguido por
Camino años después— no se volvió a repetir. Aún cuando todo
lo vertido por Camino es aprobable, existe en el conjunto de su
tarea un esfuerzo destacable, como no se hizo antes en la Argentina. Eso significó, para nuestra vergüenza, un retroceso en
materia de rehabilitación psiquiátrica, racional y revolucionaria
en paz, aspecto loable y ejemplar, digno de volver a repetirlo.
El ‘modelo correntino’ del Dr. Humberto Mesones, Hospital San Francisco de Asís
Como puede apreciarse, la Argentina no estuvo al margen de
los acontecimientos mundiales que cuajaban, lenta pero firmemente, en casi todo el ámbito nacional. Hoy, el panorama está
lastimosamente ideologizado, vilipendiado en la tarea médica
cotidiana del psiquiatra clínico. Pero la experiencia singular realizada en Corrientes por el Dr. Humberto Luis Mesones Arroyo,
quien fue uno de los primeros asesores del Instituto Nacional de
Salud Mental desde 1969, destacado en el Nordeste argentino
(NEA), merece un apartado especial. El Dr. Humberto Mesones
Arroyo egresó como médico de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Se dedicó a la Psiquiatría y, después
de unos años, se radicó en España y en Inglaterra, para perfeccionarse en la especialidad. Tuvo como maestro al eminente profesor español Dr. Juan José López Ibor (1908-1991) y fue jefe
adjunto del Servicio de Psiquiatría del Hospital Clínico de Madrid,
en 1967. Allí tomó contacto con el profesor Dr. Pedro Laín Entralgo (1908-2001), eminente clínico e historiador de la Medicina, de quien recibió profundas enseñanzas. Habiendo obtenido
una beca de la British Council, pasó a estudiar en Inglaterra con
Maxwell Jones. Lo hizo en el Hospital del Melrose (Escocia),
donde ejercía Maxwell Jones, y recibió por parte de éste un trato
dilecto y preferencial, que se vio reflejado cuando el maestro
inglés pasó por Buenos Aires, invitado por el entonces director
136
Lucio Enrique Bellomo
nacional de Salud Mental, Dr. Julio Ricardo Estévez. Asimismo,
Humberto Mesones fue director nacional de Salud Mental, durante los períodos 1972-1973 y 1982-1983, y fundador y ex
presidente de la Asociación Argentina de Psiquiatras; fundador
del Consejo de Certificación de Profesionales Médicos y miembro
del Consejo de Certificación de Médicos Psiquiatras en la Academia Nacional de Medicina (cargo actual). Cuenta, además, con
numerosos trabajos publicados, entre los que se destaca uno
sobre los fundamentos de la Comunidad Terapéutica (Humberto,
Mesones, 1968: op. cit., pp. 432-472). Después de estar diez
años formándose en Europa, regresó a la Argentina, con conocimientos sólidos en el aspecto sanitario y doctrinario en materia
de Salud Mental. Paradójicamente —me narró con humildad y
simpleza—: … cuando todos buscaban irse del país, ¡yo ansiaba
aplicar mi experiencia en el interior de la Argentina! Fue así que
Julio Ricardo Estévez, contando con un presupuesto importante
del Gobierno nacional en el año 70, funda un hospital psiquiátrico en Corrientes, en donde las condiciones de los enfermos
mentales eran miserables, paupérrimas y absolutamente lamentables. Mesones es designado Asesor de Salud Mental en la región del noreste argentino (NEA), destinado a fundar el Hospital
Psiquiátrico de Corrientes, que se llamó luego San Francisco de
Asís. Todas las experiencias están narradas en un libro simpático
y aleccionador cuyo título es Hospital Psiquiátrico de Corrientes
San Francisco de Asís, compilado por el arquitecto Andrés Salas
y el Dr. H. Mesones (Salas, Mesones Arroyo, 2009).
Es notable que —sabiendo que Corrientes se fundó el 3 de
abril de 1588— hayan debido pasar más de tres siglos y medio
para que los enfermos mentales fueran tratados como condignos
ciudadanos en calidad de personas humanas. El tiempo y la historia podrán explicar muchos de los eventos que sumariamente
relataré ahora, aggiornando la obra realizada por los fundadores,
extraída del modelo open door de Cabred (también correntino),
a la que se sumaron los conocimientos aportados por Mesones
en materia de Salud Mental, respecto a la Comunidad Terapéutica del Dr. Maxwell Jones, con el que había trabajado.
En rigor, desde hacía algunos años, se laboraba con un cambio
de visión y de perspectiva respecto a la salud en general. Esto
se debía al énfasis puesto en la formación universitaria, desde
1956, con la creación de la Universidad Nacional del NEA y con la
apertura de distintas carreras en la propia ciudad de Corrientes,
como Medicina, Odontología, Derecho, Física y Ciencias Naturales; y la refundación de la carrera de Veterinaria (la más antigua
del Litoral, desde 1921). En 1966, se establece un Programa
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EN LA
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Interdisciplinario Nacional de Salud Pública, emprendimiento hecho por un grupo de arquitectos, entre los cuales se encontraba
el Arq. Andrés Salas, que dieron impulso a la obra. Sólo había
dos casas en las cuales se alojaban mujeres y hombres, por separado; la primera adquiría ribetes de espanto. Emplazada en el
centro de la ciudad, el antiguo hospital albergaba a casi cincuenta internas: hacinadas, con ropa vieja y sucia; eran bañadas
con mangueras y recibían una alimentación precaria en la que
primaba el dulce de batata (sic). Las fotografías expuestas en
el libro dan testimonio de ello. Otro tanto, pasaba con los hombres: se hospedaban en una vieja quinta adquirida en 1946, que
oficiaba de depósito para los alienados. Se construyó el nuevo
hospital, y las enfermas pasaron a vivir allí, en enero de 1970.
Previamente, se llevó a cabo la apertura de los consultorios externos en diciembre de 1969. Luego se trasladaron los hombres
al nuevo edificio; primero, fueron ubicados en lugares distintos
de las mujeres, separados con alambrado de púas, y posteriormente, con un límite artificial que desvirtuó la separación. Todo
costó mucho esfuerzo, porque la mudanza se hizo sin vehículos.
Se carecía de lavadero y cocina, que fueron aportados luego por
un Comando del Ejército. No existía casi personal médico (relación de1:50 enfermas) ni de enfermería; sólo se contaba con
dos enfermeras por turno. El voluntariado asistencial fue realizado por CRUSAMEN —Cruzada Salud Mental—, con jóvenes de
entre 21-23 años de edad, que produjo una influencia extraordinariamente benéfica, al igual que la ayuda recibida de parte de
la sociedad vecinal —que no fue indiferente a la tarea— al personal, los médicos y los enfermos. De hecho, se había sectorizado
previamente la zona en búsqueda de priorizar las necesidades
básicas; se habilitaron dos salas de internación, con veinticuatro
plazas para mujeres y otro tanto para hombres, en tres sectores,
para 460.000 habitantes de la región. Tarea efectuada en razón
de: 1- detectar las necesidades epidemiológicas regionales; 2priorizar la problemática de lo más urgente a remediar y corregir
los desequilibrios existentes; 3- coordinación de las instituciones
que podían aportar su contribución en materia de Salud Mental;
4- sensibilizar a las autoridades y a la población frente a la problemática hallada; 5- creación de estructuras sanitarias en las
provincias, departamentos o direcciones de Salud Mental.
Corrientes pudo hacer de esta manera que los enfermos mentales vieran finalmente la luz, después de estar alojados en instituciones que (textual) adolecían de todos los defectos y deficiencias que se han descripto para los peores casos de abandono
(sic) (Mesones…, op. cit., pp.46). Y esta obra fue realizada por
138
Lucio Enrique Bellomo
Corrientes, la que fue fundada por Vera y Aragón y sede de
batallas y de guerras sangrientas durante la Triple Alianza. La
provincia habitada por gente de coraje, patriotismo y amor por
la República, que fue, también, sede del nacimiento del Padre de
la Patria, el General don José de San Martín. Tierra generadora
de soldados de la talla de Cándido López —pintor excepcional
de batallas, a pesar de quedar manco por la herida sufrida en
la Batalla de Curupaytí [22-9-1866]—. Un territorio plagado de
leyendas mitológicas extraordinarias que se encuentran en el
imaginario del inconsciente colectivo.
La situación de precariedad que expusimos antes, en cuanto
a las condiciones en que se hallaban los enfermos mentales, no
era de extrañar, porque después de Ramón Carrillo, el sistema
general de Salud entró en franca decadencia, y nadie tomó en
serio la tan delicada función pública. Recordemos que en 195657, se había operado la transferencia de los hospitales a las
provincias por Decreto 1375-57, y las asignaciones de recursos
fueron escasas para mantenerlos, con una indiferencia supina
sobre la cuestión legal. El asunto explota en 1958, y el Dr. Héctor Virgilio Noblía toma a su cargo el problema durante su mandato como Ministro de Asistencia Social y Salud Pública, entre
1958 y 1962, y manda un proyecto del Ley al Senado por el que
derogan los contratos con transferencia de recursos, excepto
para aquellas provincias que quisieran optar favorablemente. En
1961, quedaban solamente Santa Cruz y Formosa en el sistema
anterior (Belmartino, 2005). Respecto a Corrientes, antes de
1970, la provincia había tenido cinco intervenciones militares y
se hallaba devastada desde el punto de vista sanitario. Para la
atención psiquiátrica, sólo contaba con las dos casas tipo albergue citadas, con los cuidados psiquiátricos que había dejado el
Dr. Primo Meana Colodrero, quien fue luego el primer director
del nuevo Hospital Psiquiátrico.
Según refiere Mesones, en el Hospital Psiquiátrico funcionó la
cátedra de Psiquiatría y Medicina Legal, y se fundaron las residencias de la especialidad a partir de 1970. Los hospitales se
incrementaron, a saber: el de Santa María de Punilla y Belleville
y Jacob, en Córdoba; el de Ciudad Federal y Paraná, en Entre
Ríos; se abrieron los Hospitales de Corrientes, Posadas, Santiago del Estero, la Pampa, Neuquén, Salta, San Luis y Necochea
(BA) [Mesones…, op. cit., pp. 27].
Dice Mesones que, si bien estamos cerca en el tiempo y por
ello no podemos ser tan objetivos, no pueden dejar de reconocerse las transformaciones que se llevaron a cabo durante la
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gestión del Dr. Estévez (Mesones…, op. cit., p. 24). Las propias
palabras de Estévez refieren que se entregó al cargo de Director
del INSM por motivos personales. Al parecer textualmente dijo:
… todos estamos expuestos a tener problemas mentales y hasta
que no nos toca de cerca no les damos importancia (...) yo lo sufrí en mi familia y decidí dedicar lo que resta de mi vida a los enfermos mentales. Por eso estoy yo en el cargo (...) con el resto
que sobró del sesquicentenario, asignaré $ 50.000 para hacer
el Hospital de Corrientes... (op. cit., p.127). La experiencia del
Hospital San Francisco de Asís duró desde 1969 hasta 1972.
A Estévez, no lo conocí de manera personal, pero estoy enterado de sus éxitos y fracasos; en rigor, estimo que obtuvo
más de los primeros. Nombró a mucha gente importante, que
permaneció en su entorno y luego lo abandonó. También hubo
otros -los advenedizos de siempre- que, por breve tiempo, ocuparon su sillón y su espacio, para practicar felonías absurdas
e irreparables. No faltaron quienes murmuraran quejosamente
sobre el director del INSM. En el Neuropsiquiátrico de Mujeres
(1969-70), cuando ingresé, se demolió la antigua cocina que
habían manejado tiempo atrás las enfermas lúcidas, junto a las
monjas (que ya no estaban), lo que provocó un colosal desastre
alimenticio y nutricional. Es cierto que la cocina estaba agotada,
y no había presupuesto para el gasto inmenso que significaba
rehacerla. Se había implementado, entonces, un servicio que
transportaba la comida en pequeños vehículos, desde la cocina
del Hospital de Hombres (hoy, Borda) hasta el Hospital de Mujeres, y se la repartía en la puerta de los diferentes Servicios.
Como yo estaba de Jefe de Clínica del Dr. Ernesto Biganzoli
(padre), me tocaba recibirla en el Pabellón Esquirol, uno de los
últimos del reparto. La comida llegaba en tan mal estado y en
tan deplorable condición, que en cierta ocasión, una enferma
exclamó estruendosamente: ¡Pero... ni los chanchos comen así!
Y tenía razón. Las quejas llegaron a los oídos del entonces director de turno del hospital y éste se las comunicó a Estévez,
por lo tanto concibieron, según trascendidos, entre la utopía y
la realidad, un proyecto por el cual la calle Brandsen, que divide
a los dos hospitales, debía ser atravesada por un puente que
llevaría los tanques de alimentos, de manera mecánica, desde
un edificio hasta el otro; situación que a Saubidet le produjo
mucha risa. Finalmente, esta cocina, que fue admirable en el
primer proyecto de 1854-1866, terminó rehaciéndose en 1976.
Al año siguiente, ya que el Dr. Roberto Saubidet molestaba con
sus comentarios sarcásticos y realistas hacia la gestión anterior
y al Proceso, fue trasladado como castigo al Borda, y graciosa-
140
Lucio Enrique Bellomo
mente refirió: … setenta kilos de Saubidet pasaron del Moyano
al Borda (sic).
Es difícil establecer, en el orden correcto, la sucesión en el
cargo de los directores de Salud Mental. Según mis datos, el
primero fue el Dr. Badano, a quien lo continuó el Dr. Julio Ricardo Estévez y luego el Dr. Humberto Mesones (1972-1973), año
en que quedó prescindible como consecuencia de los cambios
de Gobierno. Después estuvo el Dr. Arturo Carrillo, hermano de
Ramón; más adelante vino el Gobierno de facto, con cuestionamientos técnicos y reformas incompletas llevadas adelante por
un coronel médico. Durante el entonces denominado proceso
militar, se prescindió de los servicios del Dr. Mesones, por una
fuerte diferencia de opinión técnica. Posteriormente, fue nombrado de nuevo el citado profesional (1982-1983), a pesar de
que había renunciado, ya que en el Instituto reinaba un caos
total. Luego le correspondió el cargo al Dr. Vicente Galli que intentó hacer una buena gestión, que redundó en obstáculos de
toda naturaleza. Posteriormente, se hizo cargo el Dr. Fiasché,
del quien hablaré después. Pasaremos ahora a estudiar la crónica del interesante tema de los Talleres Nacionales Protegidos.
Los Talleres Protegidos –Juan Carlos Iroz (1969-2005)
La historia es larga y compleja. Conocí personalmente la obra
y envié muchas enfermas a los Talleres, cuando era jefe de Servicio del Pabellón San Juan. Es más, este libro se fue completando en derredor del homenaje a Iroz, primitiva génesis intelectual
del texto. Tomé contacto con el Director, al punto de entablar
una fuerte amistad. Recuerdo a Iroz como un hombre portador
de una bonhomía especial, humilde y sensato. Conservaba durante su trabajo un perfil sencillo, no hizo nunca lobby ni buscó
competir en el campo de la medicina. El propio Iroz, junto con
la profesora de Literatura María Luisa Cámera, me contaron la
historia de dichos talleres. Esta persona fue la colaboradora inicial de Iroz y luego se dedicó a la ayuda del discapacitado. Tuve
con ellos varias entrevistas, la última en octubre del 2009. Me
contaba Iroz que el ministro de Salud Pública Carrillo, en época
de la Presidencia de Perón, había alquilado un local importante
en Núñez (cerca de River), que fabricaba material quirúrgico
para los Hospitales Generales. El dueño del lugar se llamaba
Octavio Giussani y ofició de mediador para que dicho local pudiera trasladar su maquinaria a la calle Dávila 702, sitio vecino al
Parque Chacabuco (Capital) a fin de ser destinado a los Talleres
Protegidos Generales, ya que por el alto costo del alquiler del
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EN LA
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141
taller de Núñez, se hacía inviable el mantenimiento del predio.
El local antes citado, cuya Jefatura desempeñó Iroz, fue llamado
en principio, Taller Protegido (TP N.º 1). Allí, la mayoría de los
obreros trabajaban para lograr la industrialización de la chapa,
soldadura, matricería, estampado, galvanoplastia y pulido, pues
el origen del taller era principalmente metalúrgico. Entre otros
menesteres, este TP N.º 1 le vendía al Hospital Malbrán chapas
de aluminio en red y malla para criadero de las ratas de laboratorio que se utilizaban en el nosocomio, y no se dejó de fabricar material quirúrgico, aunque en menor escala. Este taller fue
inaugurado el 26 de septiembre de 1969. Luego, por obra del
Ingeniero Benaím —director del Área de Ingeniería, por aquella
época muy cercano al Gobierno—, se logró adquirir un antiguo y
enorme predio de más de 20.000 metros cuadrados —según me
refirió Iroz—, localizado en la esquina de Brandsen y Suárez, que
pasó a constituir el Taller Protegido N.º 2 cuya fecha de inauguración fue el 3 de abril de 1967. Antaño, el lugar había pertenecido a la Sociedad de Beneficencia, que luego pasaría a formar
parte de la Fundación Eva Perón. Finalmente, se constituyó el
taller citado, y tuvo como principal tarea la costurería, desde
el principio y hasta la actualidad. Fue equipado con máquinas
industriales de última generación (de costura, corte y control
de calidad). El trabajo ímprobo consistió en montar estos dos
talleres iniciales, pues ambos se hallaban inactivos desde 19521953. Es decir, habían pasado en desuso más de catorce años
de historia. Para todas las tareas, el propio Iroz colaboró desde
el llano junto con Alfredo Espinoza, la psicóloga Dra. Alicia Lamberghini, Alicia Valero y la citada profesora María Luisa Cámera.
Debo realizar una aclaración con respecto a la denominación de
los talleres: en virtud de que ambas fechas de inauguración no
eran correspondientes, el primitivo Taller de Dávila 702 pasó a
ser llamado, en la Nomenclatura Oficial, Taller Protegido Nº 2, y
el Taller Protegido de Suárez y Brandsen fue denominado Taller
Protegido Nº 1.
La filosofía de los Talleres Nacionales Protegidos (TNP) era
convertirse en la sede de un programa de recuperación utilizando
la capacidad laboral de los pacientes, con el fin de que la persona
discapacitada enferma mental pudiera, dentro de sus posibilidades, encaminarse hacia el progreso y llevar una vida sociolaboral
lo más normal posible, para lograr un estatus productivo acorde
con las mismas. A treinta y tres años de su creación (de 1968 a
2001), se llegaron a generar 26 TP y nucleaban, por entonces,
a varias centenas de pacientes, cifras que veremos con detenimiento. En Capital Federal, funcionaban nueve TP extrahospita-
142
Lucio Enrique Bellomo
larios de costura, metalurgia, herrería, laboratorio e imprenta;
y dos intrahospitalarios, dentro del Hospital Borda y el Hospital
Moyano. En total, sumaban once talleres. En el interior, se habilitaron quince TNP: dos intrahospitalarios en Entre Ríos; cinco, en
Córdoba; uno, en la provincia de Buenos Aires y uno en la provincia de San Juan. En cuanto a los TP extrahospitalarios: dos,
en Formosa; uno, en Córdoba; tres, en Mar del Plata. El objetivo
primordial —como dije antes—era alcanzar la ubicación laboral
del discapacitado, ya sea en un taller productivo o lograr una inserción paulatina, como la capacitación del paciente a través de
un oficio a fin de ganar su sustento, Por esa razón, son talleres
transicionales, en el cual los enfermos tienen peculio, cobertura
de obra social y seguro médico, pues se hallaba implícita con
la internación la cobertura del riesgo por el trabajo, aspecto que
comenzó a considerarse seriamente en nuestro país por el Dr.
Eusebio Gómez en 1924. El grado de discapacidad que afecta a
unos y la imprevisibilidad evolutiva de otros obligan a realizar
un prolongado seguimiento terapéutico posterior al egreso. Los
talleres tomaron auge —como decíamos— cada vez más, pues
por Decreto-Ley de facto 12.628-57, del 4 de octubre de 1967,
además de la creación del Instituto de Salud Mental [Art. 1], en
su artículo 2, inc. e, se promovía la máxima rehabilitación a los
enfermos mentales [sic].
Gradualmente, fueron sucediéndose las inauguraciones de estos talleres, y el eje de la productividad se colocó por encima de
los programas. Al respecto, ver el criterio del director Iroz (Rehabilitación Laboral Psiquiátrica, E.D. TP N.º 26- 2001:14-15).
Bajo la supervisión y el asesoramiento de médicos, psicólogos,
asistentes sociales, terapistas ocupacionales, jefes de operarios
y de personal técnico-administrativo, se fue creando un equipo
de trabajo que tuvo la importante misión de llevar adelante la
rehabilitación, al cabo de cuatro etapas significativas sucesivas
y progredientes, que veremos a continuación:
En la primera fase, etapa de admisión, el total del equipo
técnico evalúa al paciente a través del diagnóstico, la historia
clínica, el estado actual, los antecedentes educacionales y laborales que posea y, además, su situación laboral. Los enfermos
que asisten han sido derivados de hospitales psiquiátricos, de
hospitales generales o de los médicos tratantes.
La segunda etapa es la de adaptación y orientación. En ella,
se busca compatibilizar lo hallado en la Admisión para saber cuáles son las inclinaciones laborales del paciente y resolver entonces dónde se hallará más cómodo para desarrollar sus aptitudes
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
143
y talentos. Se permite que el enfermo haga una rotación por
los distintos talleres hasta que él mismo decida cuál es el mejor
lugar para desempeñar su actividad a través de los diferentes
puestos de trabajo ofrecidos. Dicha etapa se extiende, aproximadamente, de 30 a 60 días.
La tercera etapa comprende el entrenamiento y la capacitación propiamente dicha de la tarea, especialmente, en los trabajos de carpintería, herrería, tapicería, lustre, pintura, metalurgia,
imprenta, confección de ropa, tejido a máquina y la labor administrativa. La actual directora de los TP (sucesora de Iroz) es la
Dra. Gabriela Russo. Cuando la entrevisté el 15 de noviembre de
2009, me refirió haber instituido computación como ocupación
laboral, y las tareas administrativas, para que fueran cubiertas
por las enfermas mujeres, aun, cuando ya anteriormente habían sido establecidas muchas plazas de trabajo de carpintería
y hasta de herrería para el sexo femenino. Una vez dentro del
programa de los TP, el enfermo comienza a tener derechos y
obligaciones, a modo semejante —no igual— que en un trabajo
normal. Por lo tanto, se valoran especialmente la asistencia y la
puntualidad; se tienen en cuenta las ausencias justificadas por
descompensaciones psicóticas; se otorgan ascensos por maestría en el trabajo, las cuales estimulan e incentivan la tarea; se
observa el cumplimiento de las reuniones familiares indicadas
por los profesionales. Respecto del peculio, éste rige desde la
incorporación del enfermo a los TP, quien cobra su salario por día
trabajado. También en este aspecto, se contempla la inasistencia
justificada; determinándose por categorías establecidas, incluso,
cuando todos cobran el peculio mínimo; los enfermos tienen vacaciones de acuerdo con la antigüedad en la tarea, como en todo
régimen laboral habitual. El egreso del TP se lleva a cabo a partir
del alta médica, y cuando se han cumplido las metas propuestas. El retiro voluntario se realiza cuando: a) el propio enfermo
fundamenta su decisión; b) en caso de abandono; c) cuando no
hay información del paciente; d) inadaptación por inconducta
con extrema violencia, no justificable por la enfermedad; e) intercurrencia psiquiátrica o clínica. Todos los enfermos se hallan
asegurados (vide infra), y desde un inicio poseen la adjudicación
del pase libre de transporte, Ley Nacional N.º 22.431, art. 20.
Respecto al tema del Seguro, según me contó Iroz, tuvieron que
enfrentarse con ciertos obstáculos, porque no lograban encontrar compañía aseguradora para enfermos mentales —aspecto
inédito y sin jurisprudencia desde el punto de vista nacional e
internacional—. Se buscó una salida legal en conjunto con la
Caja Nacional de Ahorro y Seguro, la que realizó un estudio que
observó cifras sorprendentes, comparando los índices de acci-
Lucio Enrique Bellomo
144
dentes de trabajo entre fábricas tipo [Fanal S.A. – Artefactos
Simplex] y los Talleres Protegidos, tomando en cuenta el mismo período de tiempo. Con sorpresa —decíamos— se observó
que los TP, entre el período comprendido entre 1967 y 1971,
tuvieron un índice de accidentes, prácticamente, de 0.00%. No
se alcanzó el índice ideal porque en 1968, se halló un índice de
0.08% con 1.016 enfermos; y en 1971, se encontró un índice
de 0.06% con 1388 pacientes. Esto dio pábulo para que la Caja
Nacional de Ahorro y Seguro otorgara una póliza de Seguro Colectivo de Vida a los TP [póliza 18.665] el 1 de junio de 1972.
Luego se crearon otros talleres protegidos que a continuación se
enumeran, con las fechas de inauguración de cada uno, así como
las tareas que realizan y la dirección de los mismos.
TP Nº 3
Inaug. 3-4-1967
HERRERÍA
Suárez 2215 -Cap.
TP Nº 4
Inaug. 3-2-1969
LABORATORIO
Y MEDICAMENTOS
Brandsen 2666- Cap.
TP Nº 5
Inaug. 3-2-1969
CARPINTERÍA
Suárez 2215- Cap.
TP Nº 6
Inaug. 1-9-1969
IMPRENTA
Bartolomé Mitre 3355Cap.
TP Nº 7
Inaug. 29-9-1976 CARPINTERÍA,
TAPICERÍA,
HERRERÍA
Colonia Va. DiamanteEntre Ríos
TP Nº 8
Inaug. 24-5-1977 CONFECCIÓN
INDUSTRIAL,
TEJIDOS
Hosp. Moyano
-Intrahospitalario.
TP Nº 9
Inaug. 9-7-1977
Colonia Va. Federal Entre Ríos
CORTE Y
CONFECCIÓN
INDUSTRIAL
TP Nº 10 Inaug. 16-9-1977 HERRERÍA,
PINTURA,
APATERÍA
Colonia “Dr. Emilio Vidal
Abal”. Oliva- Córdoba
TP Nº 11 Inaug. 16-9-1977 COSTURA
INDUSTRIAL
Colonia “Dr. Emilio Vidal
Abal”. Oliva- Córdoba
TP Nº 12 Inaug. 16-9-1977 CARPINT.HERRERÍA-COSTURA-PINTURA
Colonia “Alborada” Bell
Ville - Córdoba
TP Nº 13 Inaug. 26-9-1977 CARPINTERÍA,
Colonia Santa María
TEJIDO,ESCOBERÍA Punilla- Córdoba
TP Nº 14 Inaug. 30-9-1977 CAPACITACIÓN
PROGRAMADA
Brandsen 2285- Capital
Federal
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
145
TP Nº 15 Inaug. 28-3-1978 CORTE CONFECCIÓN INDUSTRIAL
Colonia Montes de Oca.
Rorres- Prov. Bs.As.
TP Nº 16 Inaug. 23-11-1979 CARPINTERÍA,
desactivado luego
Hospital Mental “El Zonda”
- San Juan
TP Nº 17 Inaug. 1-2-1983
Suárez 2215- Capital
Federal
ADAPTACIÓN Y
READAPTACIÓN
TP Nº 18 Inaug. 1-12-1984 ELECTRICIDAD,
GAS, MECÁNICA,
PINTURA
Suárez 2215- Capital
Federal
TP Nº 19 Inaug. 26-9-1984 ADAPTACIÓN Y
READAPTACIÓN
Hospital Borda - Ramón
Carrillo 375- Cap. Fed.
TP Nº 20 Inaug. 26-9-1985 COSTURA, TEJIDO,
HERRERÍA,
CARPINTERÍA
Policlínico FerroviarioAlta Gracia -Córdoba
TP Nº 21 Inaug. 15-7-1987 CESTERÍA, CARPIN- Padre Patiño 1345TERÍA, PINTURA,
Formosa
MÁQUINAS
TP Nº 22 Inaug. 11-12-1990 CESTERÍA,CARPIN- Calles Corrientes y Freitas
TERÍA, PINTURA,
-Formosa
MÁQUINAS
TP Nº 23 Inaug. 2-99-1998 CONFECCIÓN
Hospital PsiquiátricoINDUSTRIAL,
Leon Morra 172- Córdoba
TEJIDOS, HERRERÍA
TP Nº 24 Inaug. 28-1-1999 CONFECCIÓN
INDUSTRIAL,
TEJIDOS
Independencia 2742Mar del Plata
TP Nº 25 Inaug. 28-1-1989 TAREAS OFICIOS
DE TP 24-26
Calles Arana y Goiri y
calle 192- Mar del Plata
TP Nº 26 Inaug.
9-2-1991 CARPINTERIA,
Calles Arana y Goiri y
LUSTRE, TAPICERÍA, calle 192- Mar del Plata
HERRERÍA
En 1991, hubo un momento de inflexión negativa con la proclama de que los TP, al igual que el resto de los hospitales psiquiátricos, se iban a municipalizar, cosa que sucedió. A pesar de
que el poder oficialista negaba esa decisión, la prensa reaccionó,
como lo demuestran las declaraciones del entonces ministro de
Acción Social, Dr. Avelino Porto, en 1991, en el diario Página 12:
No queremos que el trabajo de 24 años se tire a la basura [...].
Pero los delegados gremiales murmuraban: ¿Qué iba a pasar con
los TP de las provincias? [Página 12, 29-9-1991, “Alarma en Re-
146
Lucio Enrique Bellomo
habilitación Psiquiátrica. POR TRASPASO DE LA TEMPORADA”].
Y no era para menos, de 425 operarios sanos y 356 pacientes,
había bajado la población laboral a 199 y 200, en cada rubro
respectivo. Una revista se hizo cargo de la noticia a través de un
extenso artículo: “Parece que ya los locos no pueden trabajar”
(Revista ¡Esto!- Año 6- Nº 296, del 4 de octubre, 1991). El Dr.
Jorge Fernández Landoni, por entonces director de Salud Mental,
revelaba en 1997, que los TP no se iban a tocar de ninguna manera, y hacía hincapié en buscar métodos breves de internación
en los Hospitales Psiquiátricos, mejorando la Red de Centros de
Salud Mental […] pero esto choca con la formación académica
tradicional, la estructura del sistema, y con la poca aceptación
en las familias y en la sociedad (Revista La Maga. “Un informe
oficial revela carencias y errores en la Atención Psiquiátrica”. 15
de enero, 1997- Año 6-Nº 261/ suplemento Psi.- pp. 26-27).
Por entonces, comenzaban a afectar fuertemente la drogadicción y las adicciones de todo tipo, el sida, la violencia familiar,
que inscribían su complejidad y las Instituciones convencionales
(…) no resultan (…) (Revista La Maga – Redes. David Lazniksuplemento Psi.- pp. 26-27 con igual fecha). En una entrevista
posterior, en 1998, realizada por Conrado Yasenza en la misma
revista, con operarios y gremialistas, como Marcelo Frondizi, Ricardo Sánchez, Juan Arena, Rubén Morales, Rodolfo Castiñeira,
y otros operarios de Talleres Protegidos, argüían que había que
restablecer los vínculos sociales del enfermo, en relación con el
trabajo y de las relaciones vinculares -se entiende familiares,
sociales y laborales- quejándose de que el Decreto 578 suscripto por Menem, De la Rúa y Mazza bajo un manto progresista, lo
que se esconde, es un retiro paulatino del Estado (…) [Revista
La Maga – “Entrevista con operarios que auxilian en la rehabilitación”- propuestas /31- Año 6-Nº 341-29-julio, 1998] y otro
artículo en la página 30 de la misma revista, que revela “Un
camino distinto de Rehabilitación Psiquiátrica. Cuando el Trabajo
es salud”.
A pesar de todo, Juan Carlos Iroz continuó en su puesto durante todos los Gobiernos de facto y civiles desde 1969 hasta
2005, fecha en que se jubiló dejando una estela de honestidad
y dedicación por el trabajo rehabilitacional, como nadie había
hecho. Los Talleres Protegidos fueron visitados por muchos científicos ilustres, expertos en rehabilitación psiquiátrica, como el
Dr. Verthoe Straete, director de la División de Salud de la OMS
en Suiza; el Prof. Dr. Douglas Bennet, del Bethlem Royal Hospital (3-5-72); el Dr. Morales Belda (24-50-73); el Dr. Abdelkader
Favid, de Argelia (17-5-1974). También por el Prof. Dr. Ramón
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
147
Sarró, catedrático de Psiquiatría de Barcelona, quien haciendo
alusión a las palabras enunciadas por Aubrey Lewis, director de
las Universidades de Rehabilitación Industrial en Inglaterra, le
dijo: Si tuviera que elegir entre psicofármacos y modelos de
rehabilitación, no vacilaría un instante, renunciaría a los psicofármacos (11-5-77). Asimismo, los TP recibieron la presencia del
Dr. Hernán Flax, Prof. de Psiquiatría la Universidad de Puerto Rico
(18-3-77); el Dr. Gunnar Dybwad, presidente de la Liga Internacional de Sociedades para el Deficiente Mental (14-8-1980); el
Dr. Antonio Lacar, Consejero Regional en Rehabilitación Profesional [OIT] (4-4-84); la profesora de la Universidad de Pittsburgh,
Dra. Irene Jakab (7-7-1986); Ricardo Restrepo, Prof. de Rehabilitación Psiquiátrica de Colombia (3-6-88); y el Prof. Néstor
Tello, Director Nacional de Rehabilitación Integral del Minusválido de Ecuador (22-11-1989), y por muchos otros especialistas.
(Rehabilitación Laboral Psiquiátrica, 2001; op. cit., pp. 79-101).
La importancia de los talleres protegidos en la rehabilitación psiquiátrica quedó ampliamente demostrada en esta obra colosal.
El tallerismo fue refrendado en América Latina, en especial, en
Colombia por el Dr. Ricardo Restrepo, en 1989. Este profesional
visitó los Talleres Protegidos de Suárez. Dice Restrepo: … el taller (…). sigue siendo una alternativa de ubicación (…) que recibe
un ser humano(…) que tiene requerimientos de capacitación y
adaptación laboral de formación(…) que tan pronto como puede
se capacita, sale y se coloca […] ése es el Taller Protegido (,,,)
que no es una guardería (sic) —subrayado mío— (Restrepo R.,
1989 ). Lamentablemente, la práctica ha ubicado a los TP allí,
en el lugar simbólico equivalente a una guardería, pues de lo
contrario, no se comprendería por qué los médicos realizan tan
pocas derivaciones a estas instituciones de rehabilitación.
Del asilo a la psiquiatría comunitaria. La transición
Los que no quieren que continúe el Hospital Psiquiátrico monovalente aluden a los bárbaros métodos que operaron hasta la
década del 60-70, y esto es cierto, existieron; sin embargo se
omite mencionar el trabajo diario y el esfuerzo que realizan actualmente los médicos así como los psicólogos, las asistentes sociales y los terapistas ocupacionales, que se ocupan con denuedo
en procura del bien y la recuperación de los enfermos con reinserción social, después de esos años y en el momento actual. Y
lo hacen a través de todos los campos, desde lo orgánico, con los
tratamientos biológicos existentes, con psicoterapia individual y
grupal, con grupos familiares y con las reuniones comunitarias
en el hospital psiquiátrico. Desde la década de los 60 hasta la
148
Lucio Enrique Bellomo
actualidad, estas instituciones han mejorado paulatinamente su
perfil. Cierto es que aún nos falta mucho para superar ciertas falencias que parecen irreversibles, pero —reitero— la historia de
cada época se juzga por los acontecimientos que globalmente allí
transcurrieron. Por ejemplo, en los 60, se internaba a cualquier
persona sin orden judicial, bastaba un certificado con dos firmas,
o bien, una orden policial. Esta situación ya caducó. Al respecto,
recuerdo claramente cuando ingresé como practicante menor en
el Hospital Neuropsiquiátrico de Hombres, en 1962, las internaciones podían ser tranquilas y sin sobresaltos, o bien, forzosas,
y compulsivas. Las decisiones del Jefe de Servicio era soberana;
el cabo-enfermero ocupaba la línea del jefe o de los médicos. Las
Salas importantes de algunos distinguidos jefes –que estarían
de acuerdo con las reformas que vinieron- estaban vacías durante muchas mañanas, la tarde y noche; las emergencias clínicas
o quirúrgicas no se hallaban cubiertas, etc., etc. De esto puedo
dar fe, por haber sido practicante menor (‘perro’) en lenguaje
médico coloquial y porque recorría el Hospital. Por esa época,
sin duda estaban presentes los resabios del manicomio, con sus
dos secuelas irreversibles sobre los pacientes: el abandono de la
familia y el hacinamiento. Pero también encuentro en la memoria cómo durante la aparición de los psicofármacos, los maestros
de la Psiquiatría clínica argentina se agrupaban durante la noche, luego de atender su consultorio particular, en derredor del
generoso profesor Dr. Edmundo Fischer, del Dr. Heller y del Dr.
Spatz, para aprehender y estudiar el uso de las últimas drogas
aparecidas, como la cloropromazina, la prometacina, sus derivados, la impramina y los derivados tricíclicos. Asimismo, recuerdo
como la Cooperadora del Hospital Neuropsiquiátrico de Hombres
recaudaba y apoyaba las Salas en sus necesidades.
El mismo juicio cabe para la aparición de las residencias psiquiátricas, que comenzaron por esos años y duraban tres, con
dedicados instructores especializados, clases, ateneos clínicos
y la supervisión del Prof. Dr. Jorge García Badaracco, primer director de la Residencia Psiquiátrica, donde realicé mis estudios
de postgrado, cuando finalicé el practicantado del Borda. De la
residencia egresaron médicos importantes, que recuerdo como
compañeros: el Dr. Camino, el Dr. Torres (Córdoba), la Dra. Inés
Gallardo, el Dr. Roberto Yánez (Mendoza), el Dr. Bruzzo Iraola,
el Dr. Gastón Mazières, el Dr. Fernán Santa Coloma y la Dra.
Merzbacher, la Dra. Cristina Ravazzola, el Dr. Alberto Solimano,
y tantos otros. Con el uso beneficioso de los psicofármacos y la
psicoterapia menguó y llegó a prohibirse la aplicación del electroshock haciéndose tratamientos mixtos. Muchos profesionales
viajaron para estudiar en París, con Pierre Deniker y Jean Delay,
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
149
pioneros en la materia. Los años setenta transcurrieron bajo
un período tumultuoso en el orden universal y en el quehacer
científico en particular. La cátedra de Psiquiatría del Hospital
Borda contó con maestros brillantes, como el Prof. Dr. Alberto
Bonhour, el Prof. Dr. Betta, el Prof. Dr. Ramón Melgar, el Prof.
Martínez Dalke, el Prof. Dr. Carlos Márquez, el Prof. Dr. Antonio
Duarte, el Prof. Dr. Jacinto Orlando, el Prof. Dr. Diego Outes, el
Prof. Dr. Guillermo Acusse Ruiz, el Prof. Dr. Omar Ipar. En la década de los 90, marcando historia, tuvo lugar el nombramiento
de la primera mujer como profesora titular de la Cátedra, la Dra.
Amelia Musacchio de Zan, con excelente gestión. Durante los
80, se comenzaron a realizar obras que se suponían imposibles,
como la que llevó a cabo el Dr. Néstor Stingo, y sus colaboradores en el propio Hospital Borda, la Sala Modelo de Terapia
a Corto Plazo, de la que Stingo fue su jefe. Ésta tenía en su
haber las herramientas científicas más avanzadas de la época
y nada que envidiar a un sanatorio psiquiátrico del mejor cuño.
También, la creación de admisión, emergencias, terapia a corto
plazo y el hospital de noche en el Hospital Moyano, a iniciativa
del Dr. Marchant.
Los neuropsiquiátricos tenían una fuerte tradición e impronta
de tipo biológica y organicista. No resultó tan fácil incorporar allí
las nuevas técnicas socioterapéuticas que se proclamaron.
En democracia se normalizan las asociaciones de profesionales, y también le cupo al Hospital Moyano hacer lo mismo; por
unanimidad, resultó electo Presidente de la Asociación de Profesionales el Dr. Néstor F. Marchant, que opositó después como
Director de Hospital, ganando el cargo por concurso abierto. A
partir de ahí, se inició una transformación en materia edilicia, la
cual, si bien estaba en curso, no prosperaba como era deseado.
En primer lugar, se le dio ímpetu a la residencia psiquiátrica y
más tardíamente a la residencia de psicólogos, lo que significó
un adelanto. La gestión del Dr. Guillermo Acusse Ruiz guardaba
una cierta animadversión hacia los residentes, que explotó en
un desencuentro infortunado que tuvo lugar en la despedida de
los médicos residentes de la promoción 1977-78 (Clarín “Tensos
matices en la despedida de médicos residentes”. 20 de mayo
1977).
El Taller Protegido intrahospitalario se fundó dentro del Hospital Moyano; luego, se ubicó en el chalet que funcionó primero
Hospital de Noche —antecesor de la Casa de Mitad de Camino
Judicial, como veremos luego— y se inauguró aquí el Hospital de
Día en la planta baja del mismo. Se abrió el servicio de guardia
y admisión, la sala de emergencia con un límite de 30 días de internación; la de terapia a corto plazo, los consultorios externos,
150
Lucio Enrique Bellomo
y las salas de mediano plazo, con un tope de 180 días, y diecinueve servicios de largo plazo. De 2500 enfermas, en 1987, la
población hospitalaria se redujo a la estadía de 1500. Recuerdo
que, en 1969, cuando entré al Hospital había aproximadamente
1400 enfermas en estado de cronicidad. Según narra el propio
Marchant en su libro, la Guardia contaba, en el año 2000, con
ocho camas y cuatro psiquiatras, las veinticuatro horas del día.
Se creó el servicio de emergencias con catorce camas, lo que
obtuvo ciento veinte altas anuales. Se inauguró el tratamiento de prevención secundaria integral completo. Los consultorios
externos admitían personas que iban de los 17 a los 70 años de
edad. Por aquella época, se contaba hasta con 36.000 prestaciones por año (Marchant, 2000). Se abrió el Club Bonanza, sede
intrahospitalaria de recreación, el taller prelaboral y el Centro
de Formación Profesional N.º 7. Amén de ello, el Prof. Dr. Carlos
Márquez y el Prof. Dr. Carlos G. Sixto inauguraron, en 1975, la
Segunda Cátedra de Psiquiatría dependiente de la Universidad
de Buenos Aires, con la firma del Prof. Dr. Vicente Donnes, decano de la Facultad de Medicina. Ello incrementó la concurrencia de
muchos alumnos para cursar la especialidad de pregrado, reforzándose la actividad académica, en la década de los 90, cuando
el hospital es declarado Hospital Escuela, para la enseñanza de
la psiquiatría, dependiente de la Facultad de Medicina [UBA]. Se
agregan a ello, los dieciséis Congresos Internacionales de Psiquiatría —uno por año— que comenzaron en 1983, hasta 2009.
Los primeros tuvieron como sede el Hospital Moyano y fueron
auspiciados por la Asociación Argentina de Psiquiatras [AAP];
así ocurrió con el resto de los Congresos, pero en lugares diferentes. La AAP tuvo como primer director al Dr. Hugo Mesones
Arroyo, sucedido luego por Marchant. El último congreso (N.º16)
se llevó a cabo en octubre del 2009.
Néstor Marchant escribió el libro ya citado y en éste expuso sus ideas respecto a la Comunidad Terapéutica. La definía
con una criterio similar al de la época (op. cit., pp. 23-24). Durante el desarrollo de la comunidad —refiere—, se transmiten
inquietudes e intereses comunes tomando decisiones prácticas
respecto a una redistribución de las jerarquías. Las asambleas
terapéuticas no son cerradas, y son admisibles los ingresos y
también, los egresos. Asimismo, habla de las normas a respetar
en el funcionamiento del Servicio para facilitar la apertura del
diálogo, contrario al monólogo narcisístico del psicótico (op. cit.,
pp. 26). La filosofía de las Asambleas Terapéuticas es tratar y tomar decisiones en común. Otras tareas colectivas son la lectura,
la recreación, la libre expresión corporal, los grupos de prealta
y los grupos de alta. También podemos apuntar que el pensa-
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
151
miento de las Asambleas Terapéuticas se halla fundado en el
respeto y la dignidad de las personas: un comportamiento que,
al evitar las burlas a las enfermas, disminuye también, la ansiedad paranoide de las mismas. Procura también, la corrección en
el estilo y en el lenguaje usado por el personal hacia la enferma;
y que se observe el cumplimiento de la medicación y el aseo,
así como discutir los problemas disciplinarios que se suscitaran
(Marchant, op. cit., pp. 20-31).
Dicho director tuvo problemas de relación con la cúpula del
poder del Ministerio de Salud y el ex director de Salud Mental
Dr. Vicente Galli, y con algunos jefes de Servicio que no estuvieron de acuerdo con su metodología. Eran años muy difíciles,
durante los cuales no llegaban los fondos necesarios para zanjar
los problemas edilicios existentes del hospital, la alimentación y
los recursos físicos. Amén de ello, las huelgas y los inevitables
enfrentamientos gremiales dificultaban toda tarea continuada.
Algunos jefes plantearon quejas y, finalmente, la situación estalló. Se suscitó una disputa entre Marchant y el Dr. Reggiani,
quien por entonces, era jefe del Pabellón Charcot, uno de los
más averiados y con mayor falta de recursos, aun cuando -hago
la salvedad- otros servicios estaban en condiciones similares.
Esas circunstancias fueron expuestas por el propio Reggiani en
el Ateneo Clínico del mismo Hospital durante 1990, lo que provocó una intensa polémica (Reggiani, 1999). A pesar de todo, Marchant siempre obtuvo el apoyo de la cúpula de la Asociación de
Profesionales del Hospital Moyano y la de otros jefes de Servicio,
al igual que el fuerte apoyo de los distintos gremios, y consiguió
llevar a cabo la tarea de las reformas hospitalarias consignadas.
Luego de la gestión del Dr. Vicente Galli, llegó el Dr. Fiasché a la
Dirección Nacional de Salud Mental, que directamente intervino
el Hospital. Dicho acto de injerencia fue un verdadero fracaso:
los gremios le quitaron el apoyo a la intervención, hubo falta
de comida, las enfermas sufrieron desnutrición y se detectaron
anemias graves, por lo que al final, Marchant fue repuesto como
director. Se continuaron las obras y se trasladaron los consultorios externos a otra sede más amplia y con mayor organización.
Se implantó un laboratorio de electroencefalografía, con equipos
modernos, y se mejoró el laboratorio de análisis clínicos. Respecto a la relación con los profesionales hago, mención expresa
de la Dra. Catalina Gimeno, en la que el director tuvo una colaboradora amable, emprendedora y estimada por casi todos los
profesionales como una persona de bien. Otro médico importante fue el generoso Dr. Jorge Grodnitzky; de hecho, la Dra.
Gimeno junto con Grodnitzky tuvieron una participación activa
152
Lucio Enrique Bellomo
en la creación de la Casa de Mitad de Camino Judicial, bajo la
supervisión del director. Marchant contó en su haber con aciertos
importantes, como los citados, y errores de estrategia directiva,
en tiempos muy difíciles, pleno de escollos; pero sus logros fueron mayores que sus falencias.
El Pabellón San Juan del Moyano
Entré al Hospital Neuropsiquiátrico de Hombres en 1962, como
practicante menor. Luego ascendí a mayor y, posteriormente, a
jefe de guardia. Cuando finalicé la residencia en psiquiatría en
el Hospital Borda, pasé al Moyano, como médico instructor de
residentes con sede en los consultorios externos del hospital en
1968. Más adelante, fui nombrado médico de planta en el año
1969, en el servicio Esquirol. Allí estuve hasta que el Dr. Acusse
Ruiz me nombró jefe adscripto al Servicio de Psiquiatría complementaria, en el Instituto de clínica médica, cirugía y obstetricia
del hospital, a fin de tratar las intercurrencias psiquiátricas de las
internas. Después, en 1973 me presenté a Concurso para Jefe de
Servicio en el Pabellón San Juan y obtuve el cargo, según Resolución N.º 117 del 4-73, por antecedentes, títulos y trabajos.
Allí permanecí treinta y un años, exactamente desde 1973, con
nombramiento efectivo, hasta mi retiro en diciembre del 2004.
Cuando asumí mi destino en el pabellón San Juan, desde el punto de vista edilicio, éste contaba con dos plantas: una, ubicada
a un nivel inferior al primer piso, y otra superior, a la que se
accedía por dos viejas escaleras de mármol. El pabellón tenía
en su inicio casi ciento cincuenta enfermas internadas; después,
cuando se suprimió la planta del subsuelo, que se transformó
en depósito, todas las enfermas pasaron a la planta superior;
existía un promedio de cien enfermas. El San Juan pertenecía al
casco más antiguo del Hospital, en donde se hallaban, allá por
1848, los establos de la Mazorca. Más adelante en la historia,
una sucursal temporal del antiguo orfanato Riglos, del que ya
hemos hablado en la formación de los hospicios.
Como vecinos, tenía los Pabellones Riglos PB, Riglos I y Riglos
II. Próximo a este casco, se hallaba el Pabellón Santa María,
cuyo Jefe fue, durante muchos años, el eminente psiquiatra Dr.
Roberto Saubidet del quien también hablé largamente. El Santa
María fue demolido en 1977, lo que representó un ataque a la
historia argentina por el entonces director interventor del proceso militar. En el fondo del Santa María, había un aljibe histórico,
que fue conservado y trasladado por mi sugerencia —durante
las obras de demolición— al frente, cercano a la vieja higuera
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
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de la época rosista. También logré que conservaran por lo menos el frente-fachada del pabellón con la anuencia del Dr. Julio
César Gancedo, de la Dirección de Museos. El sitio hoy puede
ser recordado como histórico y, de hecho, en las visitas que se
realizan, se exhibe como tal (Maronese, 2008).
Entre mis colaboradores inmediatos, puedo citar al Dr. Rolando Salinas, la Dra. Patrica O’Donnell, el Dr. Hernán Redruelo, el
Dr. Oliva, el Dr. Diehl, el Dr. Pedro Moyano, la Dra. Aída Leveroni,
la Dra. Silvia Acosta Güemes, la Dra. Liliana Tok, la Dra. Inés Peralta, el Dr. Jorge Arellano, la Dra. Noemí Rosset, la Dra. Leticia
Tellarini, el Dr. Roberto Leonetti, el Dr. Adrián Dafuncchio, la Dra.
Nora Koscer, los Dres. Jorge Pallarols, Augusto Menenti (en el
último tramo) y por muy breve lapso, el Dr. Berretoni, amén de
muchos otros galenos que temo olvidar. Algunos profesionales
estuvieron conmigo por espacio de dos años, como residentes,
cumpliendo con su práctica, el caso de los Dres. Rovere y Amestoy. También conté con la colaboración de la psicóloga de planta
la Lic. Nilda Forconesi. Además, concurrieron al Servicio el Lic.
José Luis Duenyas, especialista en acompañantes terapéuticos
en psiquiatría; la Lic. Torres, la Lic. Oli Sáenz, la Lic. Mónica Arcuri, la Lic. Susana Caro y la asistente social Gladys Román. Todos vinieron de la mano de otros médicos y psicólogos, e hicieron
una excelente obra con las pacientes; a veces, con el entretenimiento de leerles los diarios, hacerlas dibujar, llevarlas de paseo
o mostrales la ciudad, momentos que fueron recordados permanentemente por las enfermas. Como terapia social, cuando se
instaló la Comunidad Terapéutica, ésta consistía en un ejercicio
más, que muchos de los que practicábamos la psiquiatría clínica
en sala de crónicos hemos utilizado durante años. En tal sentido,
hemos visto a través de nuestra experiencia aspectos semejantes a los que describen los tratadistas de la CT. Por ejemplo,
observamos cómo cierto grupo de enfermeras tenían conflictos
con las pacientes de mayor gravedad y perturbación por su sintomatología, pues obligaban al personal a tener más y más exigencias, aunadas al petitorio de guardar una paciencia que iba
más allá de la que podían ofrecer. También observamos cómo las
enfermas urdían críticas en contra de otras compañeras, cómo
se oponían al personal médico-psicólogico o a las enfermeras,
encontrando fallas en el sistema hospitalario para luego sostener
quejas que parecían verosímiles. Comprobamos de qué manera
el personal, a veces, se unía a la intriga generalizada de un rumor contra alguien en particular. Veíamos que algunas enfermas
muy agresivas, por su patología, se ponían del lado del personal
para ejercer su liderazgo, creando antagonismos respecto a las
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Lucio Enrique Bellomo
enfermas más indóciles y renuentes para tomar la medicación,
respetar las reglas de la Sala, la higiene, cumplir los horarios
de baño, de la TV o de las comidas. O bien, para que definitivamente las dejaran en paz, especialmente en los turnos vespertino, nocturno o los francos de fin de semana largo. Hemos
comprobado los robos frecuentes entre las enfermas, las riñas,
la complicidad entre ellas en cuanto a los abandonos del Hospital y del tratamiento emprendido. Teníamos en cuenta la envidia
de las pacientes que no recibían visitas respecto de las que sí
eran visitadas; las que no tenían pensión con respecto a las que
la tenían; las que no estaban de alta de las que lo estaban; las
que no trabajaban y tenían pensión por invalidez en relación con
las que trabajaban y ganaban un pequeño sustento; el problema del abandono del Hospital en horas imprevisibles. Después,
debíamos asistir al regreso de la paciente que había pasado
meses en la calle y arribaba completamente sucia, desgreñada, hambrienta, y con el agregado, a veces, de un embarazo
en curso. La abulia y el tedio son los peores enemigos de una
sala de crónicos. Las marañas y los enredos que se producen
en un servicio de estas características son tan dramáticos como
tragicómicos. Recuerdo que durante un tiempo, las enfermas
oían por la noche golpes, gritos y ruidos provenientes de una
de las puertas que daban al patio-jardín de la calle Brandsen
del Pabellón; llegaban al extremo de creer colectivamente que
era un sátiro que venía por las noches para violarlas. El tema
se reiteraba, obviamente, en las asambleas comunitarias. Pues,
al igual que los niños que sostienen fantasías en conjunto, tal
imaginario colectivo llevó bastante tiempo desvirtuarlo. Cuando
investigamos qué pasaba, en realidad, descubrimos que se trataba de una fantasía erótica inocente objetivada en el atractivo
marido de una de las internas que visitaba asiduamente a su
mujer, que suscitaba la fantasía generalizada. La situación se
aclaró y continuamos adelante. Recuerdo, como anécdota, una
enferma paranoica sistematizada —Norma S— que me inició
dos juicios penales a causa de su estado mental y por su situación frenocomial: uno, por tentativa de homicidio (al cambiarle
la medicación), y otro, por privación ilegítima de libertad, porque no le daba el alta. Norma era del interior de la provincia y
hacía años que su hermana Ana había firmado la historia clínica y jurado que jamás la visitaría ni la llevaría a su pueblo,
su enemistad la llevó al extremo de no importarle el hecho de
enterrarla en vida. Sé bien que Ana se sentía herida por Norma
profundamente para pensar así, pero vale como ejemplo para
conocer el esfuerzo que significa dar un alta digna con familias
sumamente expulsivas.
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Una constante obsesión para mí fue buscar los familiares de
enfermas que se hallaban abandonadas en el hospital desde hacía décadas. Así las cosas, nos propusimos con el Asesor de
Menores e Incapaces de entonces, Dr. Alejandro Molina, mandar
a la TV pública, en 1977, diez fotografías (frente y perfil) de
pacientes que estaban en total abandono familiar, pues ni ellas
mismas recordaban quiénes eran sus allegados. Fue tedioso el
trámite de su aprobación, pues estábamos bajo el régimen del
proceso militar, pero finalmente se logró. Había pasado tiempo,
quizás más de ocho o diez meses, cuando inesperadamente recibimos la felicísima noticia sobre la presentación en el servicio
de los familiares, de dos de las diez pacientes investigadas. Una
de ellas era Sara T., de 52 años —afectada de un antiguo defecto
esquizofrénico—, cuya función en la sala era la de llevar la basura diariamente a la cocina central, tarea que cumplió durante
años. Se hallaba de alta desde hacía diez años y recién egresó
luego de la pesquisa con su media hermana, quien se la llevó
de alta y la traía periódicamente para su control. El momento
de darle el alta a Sarita representó una de las ocasiones más
felices de mi vida profesional. Otra paciente fue Antonia V., que
recibió la visita de su hermano, quien no pudo egresarla pues se
hallaba detenido con libertad provisional por haber participado
en una actividad delictiva. Esta persona nos contó que cuando
su hermana fue internada, él se hallaba detenido, y sus familiares nunca le comunicaron dónde se encontraba Antonia. Hubo
fracasos, como el de Angelita P., caso en que no pude jamás
hallar sus familiares de González Chávez (BA). El de Felicitas P.,
de 57 años, paraguaya de origen —afectada de una parafrenia
encapsulada— quien contó con dos intentos de egreso sin éxito.
La primera vez, con el acuerdo del Juzgado Civil, la mandamos a
Paraguay con medicación para los días de viaje y dinero suficiente para sus gastos. Previamente, habíamos acordado telefónicamente con sus familiares, que se hallaban establecidos a diez
kilómetros de Asunción. En este tramo, la devolvieron desde la
terminal de autobuses de Asunción en donde se hicieron de los
valores de la enferma. En el otro intento, se acordó su traslado
a Formosa donde la esperaba un primo que la conduciría a su
hogar. Partió del San Juan en las mismas condiciones que la vez
anterior; pero en esta oportunidad, la aguardaban otros familiares para celebrar una gran fiesta de cumpleaños, cuyo final
terminó en una borrachera generalizada, con otros aditamentos
lamentables sobre la paciente. Finalmente, fue trasladada por la
policía local a la terminal, y Felicitas reingresó al hospital sin un
solo centavo. Podría llenar otro libro con las anécdotas.
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En el San Juan, dicté aproximadamente más de cuarenta cursos, en especial de Semiología y Psicosemiología Psiquiátrica,
para alumnos de pregrado de la Unidad Hospitalaria, y de postgrado; también para los médicos residentes que cursaban el segundo año de la carrera. Brindé clases de psiquiatría forense de
postgrado y para alumnos de psiquiatría de algunos hospitales
generales, como el Hospital Fernández y el Clínicas. Además,
realizaba ateneos clínicos semanales, con la presentación de casos sobre los cuales se discutía extenso las diferentes variables
diagnósticas, tratamientos a continuar y el trabajo con la familia, que era citada por la Asistente Social. Era sistemático el
mandato respecto de que toda paciente ingresada, que pudiera
concurrir al CONET [Consejo Nacional de Educación Técnica], lo
hiciera. El paso sucesivo era su ingreso a los Talleres Protegidos. El San Juan era un Servicio de largo plazo con un promedio
estable de cien pacientes. Las enfermas que ingresaban desde
Admisión eran pobres o de clase media baja, de características variadas. Se hacía imposible aplicar, para su alojamiento
en Sala, una metodología uniforme en el plano clínico, pues de
la Guardia nos llegaban enfermas agudas, sin internación anterior; otras, con reingresos; pacientes crónicas, con episodios
subagudos o agudos, cuyas edades oscilaban desde el período
de la juventud hasta de edad muy avanzada. Ellas se sumaban a
las enfermas crónicas que ya se hallaban internadas. Ingresaba
todo tipo de pacientes: mansas, excitadas, violentas, suicidas,
convulsivantes, agresivas, etc. —lo expreso así, en terminología vulgar, para acentuar la realidad del problema—; la mayoría
carecía de familia estable, de la cual nos pudiéramos asir para
un egreso posterior. A veces, cuando le dábamos el alta a una
paciente contra la opinión familiar, por lo general, los familiares
no vacilaban en devolverla al Hospital. Cuando ello sucedía, no
venían acompañadas de un pariente, sino que habitualmente,
la dejaban abandonada en la playa de estacionamiento o en sus
alrededores. Los abandonos eran muy frecuentes: las pacientes
no sabían comportarse al estilo open door. Este matiz fue aplicado más tardíamente, fecha en que comenzamos con las actividades de la Comunidad Terapéutica.
En 1986, había ganado por Concurso Abierto el cargo de profesor adjunto en Salud Mental, teniendo como Jurado al Prof. Dr.
Mauricio Goldenberg, al Dr. Horacio Etchegoyen y al Dr. Aníbal
Duarte. Logré el cuarto lugar en el ranking y luego fui postulado
como titular a cargo de la cátedra del Moyano durante 19901991-1992, nombrado por el Departamento de Salud Mental de
la Facultad de Medicina [UBA]. Desempeñé dicho puesto hasta
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que decidí dejar la titularidad de la Cátedra, en 1992, continuando como profesor adjunto.
Para interiorizarme mejor sobre la reinserción familiar y social del enfermo mental, especialmente del paciente defectuado crónico e indigente, en 1986, obtuve el cargo de delegado
científico Universitario por la Facultad de Medicina y en representación de la Argentina, para viajar al XIX Congreso de la
Unión de Amigos y Familiares de Enfermos Mentales, en Grenoble (Francia) (UNAFAM).
Allí en la UNAFAM, comprendí el accionar de esta institución
que cada año celebra un Congreso en diferentes zonas. La UNAFAM había sido reconocida en Francia de interés nacional, en
1968; contó entre sus objetivos: romper el aislamiento del enfermo mental; crear un entorno psicológico, social y jurídico favorable, que acompañe al paciente y se prolongue durante la
acción terapéutica; facilitar la reinserción social del enfermo; intervenir activamente en los poderes públicos para tratar de que
evolucione la legislación en la materia; y estimular a la opinión
pública, a fin de que ésta modifique conductas y comportamientos respecto de los enfermos mentales.
Precisamente, presenté un trabajo que trataba sobre la reinserción de los esquizofrénicos defectuados, mostrando nuestra
propuesta respecto de la metodología con la que resolvíamos el
tema en la Argentina. Dicho trabajo se publicó luego en la revista francesa Psychologie Médical. Allí supe, con sana envidia, que
Europa estaba adelantada muchos años respecto de nosotros: por
ejemplo, los familiares de los enfermos –junto con ellos- asistían
a las conferencias dictadas por los profesionales; luego se organizaban mesas redondas a través de las cuales se ventilaban los
problemas que aquejaban a la familia y las vicisitudes que experimentaban en la convivencia con los pacientes. A poco de llegar a
Buenos Aires, traté de crear un Fundación similar, que llamé Unión
de Amigos y Familiares de Enfermos Mentales (UDAFEM), organización que protocolizó una escribana —familiar de una enferma—,
el 20 de diciembre de 1986. Realicé encuentros con los familiares
los sábados, por la mañana, durante tres años, ininterrumpidamente, a excepción de enero, por las vacaciones. No era posible
reunirse otro día de la semana, ya que la mayoría de los familiares trabajaban y además les resultaba oneroso llegar al Servicio.
Entre los postulados más importantes que me propuse, estuvo el
de no hablarles sobre los egresos del Hospital en calidad de alta,
ni pedirles que lo hicieran debido a su concurrencia. Sabía que el
tema iba a surgir solo, ya que en su mayoría, estaban fuertemente
culpabilizados por no concurrir a visitarlas o sacarlas con permisos
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Lucio Enrique Bellomo
de paseo, ni pedir el alta de la enferma; muchas veces ella misma
era quien expresaba el reclamo. Muchos familiares se adhirieron
fuertemente al grupo que estaba integrado por los allegados de
más de diez enfermas crónicas. El problema central que presentaban los familiares, y lo exponían con disgusto y preocupación,
era que no tenían vínculo afectivo con la enferma, pues en su mayoría no habían sido criados por la madre biológica, sino por una
tía, madre política o por cualquier otra persona. Recordaban que
la enfermedad de la internada había comenzado cuando ellos ya
habían nacido, o cuando eran muy niños, por ende, otra persona
ofició de madre, los había criado y se había hecho cargo de ellos.
Esto les había dejado una impronta afectiva bastante importante
en el desarrollo, pues consideraban que debían visitar a la interna
por razones humanitarias, pero no afectivas, ya que ningún lazo
emocional de ternura les quedaba del vínculo. Este fundamento
racional fue el que argüían de manera muy especial –recuerdopara no egresar a su madre biológica; siendo un argumento válido, por cierto. La convivencia no podía realizarse porque el vínculo
estaba roto o inexistente. UDAFEM funcionó durante tres años; se
cerró a causa de la inflación galopante desatada en 1989, que
hizo imposible que los familiares concurriesen a las reuniones.
Fue una experiencia enriquecedora de la que me sentí orgulloso
y satisfecho, porque estábamos analizando la naturaleza íntima
del rechazo a la sufriente mental, desde el conocimiento de la
dinámica familiar que mencionamos. Hallé en ese período gran
colaboración entre los parientes, que a su vez, llamaron a muchos
allegados de otras enfermas. Se fue extendiendo el interés entre
los mismos, y se llegaron a contabilizar hasta veinte enfermas con
familia lográndose un mayor acercamiento y contención de las
pacientes. El resto del trabajo se limitó a practicar la psiquiatría
clínica, teniendo que auditar, a la mayoría de las internadas de
todo el hospital, desde el punto de vista psicojurídico, en calidad
de psiquiatra forense, ya que mi radio de acción fue establecido
allí durante los últimos años de mi pasaje por el Hospital Moyano.
Al Cuerpo Médico Forense del Poder Judicial había entrado por
Concurso Abierto en 1987, estando allí en funciones como psiquiatra desde 1992. Estudiaba el estado actual de las enfermas, su
necesidad de internación, seguimiento y, en oportunidades, daba
información al Juez sobre su grado de peligrosidad. Esto acarreó
un trabajo arduo y fatigoso, pero muy satisfactorio, ya que me
obligó a conocer bien a fondo el hospital, sus éxitos y sus falencias, así como el grado del esfuerzo que realizaban los jefes de
servicio para tratar de llevar adelante una labor que tenía como
denominador común la mejoría y el alta de la enferma. En el año
2004, me retiré del hospital, contando con la amistad y gratitud
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de las pacientes, de mis compañeros de trabajo, de la jefatura
de enfermería y del personal de mantenimiento. Vaya mi reconocimiento a las cabas que sucedieron a Elena Fernández, Alicia
Sabaris, Martina (“la Chacha”), Alcira Parcero, Margarita, y tantas
otras; así como la labor de quienes fueron mis predecesores y dejaron su huella: los Dres. Moretti y Augusto César Cabral.
La sectorización
Uno de los factores constitutivos y obligados de jerarquía para
mejorar la atención del paciente es la sectorización del sistema.
Esto implica, en principio, censar, mapear y registrar las zonas
poblacionales más nutridas de las grandes ciudades y de áreas
urbanas que requieran centros asistenciales de salud mental.
Ello lleva, necesariamente, a descentralizar el hospital psiquiátrico, lo que no significa arbitrariamente destruirlo ni demolerlo,
sino valorizarlo como una herramienta terapéutica de prevención secundaria moderna, al servicio del tratamiento jerarquizado y escrupuloso, de acuerdo con la propedéutica y los modernos tratamientos en disposición para la cura o mejoría del
paciente (Gralnick, 1974). El hospital psiquiátrico debe contar,
de manera preventiva, con instituciones satélite, complementarias para desarrollar su gran labor y donde realizar una tarea
preventiva secundaria responsable del paciente, integralmente:
biológica, psicoterapéutica individual y grupal, tarea de vínculo
y observación junto a su familia, concurrencia a las reuniones
comunitarias, diagnóstico laboral con derivación a talleres protegidos, evaluación del índice y tipo de clase social: indigente,
pobre, media o elevada. Se trata de valorar el índice psicoambiental del enfermo. En suma, lo que el DSM en su eje V- llama
GAF [Global Assesment of Functioning Scale] citándoselo aquí,
con mucho recaudo, como elemento existente de la valoración
psicosocial del paciente; pues han aparecido otras clasificaciones
latinoamericanas con diferentes rangos ambientales que algunos
centros de salud mental ya utilizan.
Los centros de salud mental le quitan al hospital psiquiátrico el peso enorme de atender a pacientes nuevos o volver a
atender a aquellos que llegan con una recaída, pues muchos
no desean volver al mismo hospital que los trató, sino que reanudarán un tratamiento ambulatorio en el Centro más cercano a su domicilio, con información en red de sus antecedentes
personales, clínicos y de los tratamientos efectuados. Creemos
que ello disminuirá la reinternación hospitalaria favoreciendo el
tratamiento externo. Ese paso deberá incluir obligadamente a
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Lucio Enrique Bellomo
la familia en la terapia, pues por mi experiencia, considero que
la presencia de uno o varios allegados en la consulta induce al
diálogo intrafamiliar, se encuentran los roles participativos de
cada miembro en cuestión, y sirve para la aclaración de episodios de confusión que atañen a la realidad interna que vive
el enfermo, contraponiendo la misma a la realidad interna que
viven sus familiares. No es deseable que el hospital psiquiátrico
sea nuevamente el receptáculo del mismo paciente, convirtiéndose de este modo en una puerta giratoria ineficaz, al reinternar al paciente, para este caso los crónicos. La sectorización
permitiría un esquema de prevención para la atención primaria
de la salud, con la detección precoz de las enfermedades mentales, más la prevención secundaria en su calidad asistencial de
jerarquía, realizada en un dispensario moderno, con consultas
externas. Hasta donde alcanzan mis conocimientos, esto no se
ha dado en la Argentina y sería muy útil que ocurriera. Hoy, con
la ayuda de la tecnología informática esto puede convertirse en
realidad.
Hospital de Día, Hospital de Noche
Es bueno enfatizar que en la década de los 80, el Hospital
Moyano fue la primera institución de su naturaleza que tuvo
su Hospital de Día. Luego, se amplió a Hospital de Noche y dio
albergue temporario a más de mil enfermas. Por consiguiente, bajó el índice de hospitalización crónica. La página on line
oficial indica que en la última década comienza un programa
de reorganización del Hospital el cual se ha ido cumpliendo en
diversas etapas y que ha permitido reducir la población nosocomial de 2500 a 1500 pacientes. Esta reestructuración ha permitido resultados terapéuticos más efectivos. En la etapa que
se crea también el Hospital de Noche (primero en el país en la
esfera oficial) se amplió la cobertura asistencial del Hospital de
Día, dotándoselo de modernos elementos para una más efectiva atención. De todos modos, se ha denunciado a través de
ciertos medios, un anacronismo particular por el cual, mientras
en diversas áreas del hospital Moyano, rige un confort similar
al de un sanatorio, en otros lugares, reina un clima de hacinamiento y de cronicidad similar al del siglo pasado, dado que las
obras iniciadas en los últimos años se han pospuesto por la escasez y falta de recursos (“Las dos caras del Hospital Moyano”
http://criticadigital.com/index.php?secc=nota&nid=23112).
Es más, existen críticas al discurso que brota de los guías que
conducen las visitas en el hospital, como el señalado por Leticia
Maronese, en el cual se afirma que éste, todavía no salió del es-
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píritu de terror a la locura que imperaba en el siglo XIX y que se
respira en los supuestos túneles del Hospital.
Durante mi prolongado tiempo en el Hospital, busqué con asiduidad los famosos túneles, con el bien recordado jefe de mantenimiento Pedro Bucocich y el Prof. Dr. Lyonnet, que ejerció el
Rectorado de la Universidad, y fue jefe del Área Neuroquirúrgica, pero nunca hallamos evidencia cierta de los mismos.
Frente a la falta de recursos, siempre tuvo prioridad la comida y los recursos humanos y técnicos. Los insanos no conllevan
votos, sólo acarrean problemas, de los cuales la prensa amarilla siempre está a la espera de sacar provecho. No hay réditos
políticos, sólo mejoría de la calidad de vida, y por cierto, de la
condición humana del internado.
El “modelo de la Casa de Mitad de Camino del Poder Judicial”
En 1984, la Dirección Nacional de Salud Mental elaboró un
Proyecto Piloto de Casas Urbanas de Medio Camino, de categoría asistencial intermedia entre el hospital psiquiátrico y la
comunidad. Ya se había intentado hacer esta experiencia y, finalmente, se materializó -como dijimos- en 1981, con la creación
del Hospital de Noche en el Hospital Moyano, obra que resultó
francamente exitosa. En abril de 1986, con la iniciativa de varios
jueces, entre ellos, el Dr. Emilio Cárdenas, Juez del Juzgado Civil
de Familia N.º 9, y de médicos como el Dr. Jorge Grodnitzky,
la Lic. en Trabajo Social Ana María Brulc —posteriormente incorporada al equipo la Lic. Ana María Petrozzino en igual tarea,
que reemplazó a la primera—, la Corte Suprema de la Nación,
por Resolución N.º 2389/86, acepta el ofrecimiento de la Fundación Navarro Viola para financiar la primera Casa de Medio
Camino del Poder Judicial, cedida en “comodato” para diez enfermas mentales. Las tratativas fueron realizadas en el Hospital
Moyano, en mayo de 1986, y finalizaron el 29 de octubre del
mismo año. El emprendimiento del nuevo dispositivo generado
por los jueces y demás camaristas pudo hacerse realidad y fue
programado por el director de la Fundación citada, que en ese
momento era el Dr. Carlos Valiente Noailles; luego se unió a la
tarea el actual director de la Fundación, el Dr. Norberto Padilla.
Esta institución alquiló un predio, cuya renta se renueva cada
cinco años. La tarea, como se dijo, fue iniciada por abogados y
médicos. Desde el ámbito de la medicina —me consta, pues lo
viví de cerca—, el proyecto fue realizado en borrador, de manera
no oficial, por la Dra. Catalina Gimeno. Dicha profesional se desempeñaba, por entonces, como Secretaria Técnica del Hospital
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Lucio Enrique Bellomo
Moyano y es médica psiquiatra, terciaria religiosa. Pudo generar,
primero, una Casa de Medio Camino sostenida como proyecto
propio, que entusiasmó al juez Cárdenas en ocasión de su visita
a dicha Casa. Las pacientes eran trasladadas a la Casa desde el
Hospital Moyano, por propia iniciativa de la Dra. Gimeno, sin orden judicial alguna. Por las tardes, la profesional citada visitaba
a las pacientes; quedaba un personal mínimo de enfermería;
dicha Casa de Medio Camino no oficial, en gran parte, fue apoyada y sostenida por la Curia Metropolitana. El juez Cárdenas,
complacido con la idea de la formación de una Casa similar que
dependiera exclusivamente del Poder Judicial, viajó a los Estados Unidos para munirse de conocimientos acerca del proyecto a
fin de implantarlo en nuestro país. Finalmente, terminó por ser
oficial y se inauguró en abril de 1986, como Casa de Mitad de
Camino del Poder Judicial. Otros jueces y camaristas se unieron
al proyecto, como el Dr. José L. Galmarini (Sala F-Civil), el Dr.
Juan Carlos Dupuis (Sala E- Civil), el entonces Asesor de Cámara, Dr. Alejandro Molina, etc.
El Dr. Jorge Grodnitzky —a la sazón, jefe del Pabellón Pinel
del Hospital Moyano— hizo la obra en conjunto con el Dr. Néstor
Marchant, de quien obtuvo apoyo. También participaron otros
profesionales, como la Dra. Chiaramello, pero por breve tiempo;
luego, en el 2004, al fallecer el Dr. Grodnitzky, ingresó como
médico el Dr. García Novarini hasta el 2005, fecha en que finalmente, se hizo cargo de la parte médica psiquiátrica el Dr. Juan
Carfi, quien permanece hasta la actualidad.
La primera trabajadora social incorporada desde el inicio fue
la Lic. Ana María Brulc. Se dedicó como primera asistente en
Trabajo Social de la Casa de Medio Camino, y trabajó desde los
orígenes mismos del proyecto. Le sucedió en el cargo la Lic. Ana
María Petrozzino, y a ésta, la Lic. Cristina Oertlin, quien se desempeña desde 1993 hasta la actualidad.
El plantel está integrado en la actualidad por el Dr. Juan Matías Carfi, psiquiatra, desde 2005; por una psicóloga —nueva
integrante necesaria—, la Lic. Miriam Aragonés desde 2004, y
como ya nombré, la asistente social. El 10 de noviembre de
2009 entrevisté a estos profesionales y fueron ellos quienes me
proporcionaron todos los datos aquí vertidos. Es interesante el
esfuerzo y la labor desarrollados por este equipo, el cual se responsabiliza de diez enfermas —denominadas por los profesionales como residentes, para evitar el término de internadas, que
puede dar lugar a cierto afinidad al resabio frenocomial— que
están allí alojadas como huéspedes, hasta su egreso, si las con-
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diciones lo permiten. El equipo trabaja en guardia pasiva, en la
Casa de Mitad de Camino, las 24 horas, los 365 días del año;
pero tiene actividades activas permanentes, como las Reuniones
de Comunidad, el control del autocuidado, de la autogestión de
las alojadas y otros más que se detallarán luego. Los profesionales antedichos tienen la misión de realizar las nuevas admisiones —la Casa funciona sólo con mujeres—, la tarea de controlar
el mantenimiento de la residencia, así como observar de qué
manera funcionan las pacientes en los niveles primarios vegetativos. También deben supervisar la alimentación de las enfermas, ya que las mismas se autogestionan y cuidan respecto de
la comida, se ocupan de la limpieza del hogar y de sus gastos,
etc. Asimismo, los profesionales deben advertir si las pacientes
están en condiciones higiénicas favorables para transitar la convivencia; observar si se afianzan las relaciones interpersonales
entre las enfermas; supervisar las relaciones de las pacientes
con el núcleo familiar, así como estar al tanto de las tareas que
realizan en el campo laboral y social. El equipo citado trabaja
básicamente sobre las siguientes áreas: actividades de la vida
diaria, psicoeducación en salud, autoadministración de medicamentos, prevención de recaídas, adquisición y reforzamiento
de habilidades familiares y sociales, aptitudes de destreza para
manejo del estrés y de las situaciones críticas, aprovechamiento
del tiempo libre u ocio, integración y utilización de los recursos
comunitarios y sociales, psicoeducación laboral e incorporación
al mercado, vivienda y reinserción social.
Respecto de la admisión a la Casa de Medio Camino del Poder
Judicial, los profesionales narran que ésta es una de las tareas
más complejas a realizar, porque las enfermas son admitidas
luego de tomar el recaudo de verificar que estén judicializadas
(art. 141 o 152 bis CC), advirtiéndoles en el ingreso que tienen
un plazo estable fijo de 180 días a 18 meses para permanecer
con este régimen. Las enfermas llegan por derivación pública o
privada, realizada por médicos, psicólogos, trabajadores sociales, abogados y particulares; dichas derivaciones pueden provenir de hospitales, clínicas privadas, juzgados, curadurías o por
pedido de los propios familiares. Para la permanencia de una
persona en la Casa de Mitad de Camino, se toman en cuenta
ciertas variables, como el diagnóstico y las condiciones psicopatológicas que posea la aspirante, no sólo transversalmente,
sino a través del seguimiento que se les practica; ello también
se aplica durante el proceso de admisión. En cuanto a la postulación de la aspirante a ingresar a la Casa, se observará cuál es
el compromiso activo que guarda con el proyecto, el apoyo de
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Lucio Enrique Bellomo
la red familiar o social que tenga —actual o potencial—, el grado y tipo de autonomía, los recursos cognitivos que posea, sus
relaciones interpersonales y laborales, y finalmente, se valora
la prospectiva de tales redes. También se evalúan las posibilidades habitacionales y, sobre todo, el sostén económico con el
que cuenta la posible residente y el que pueda llegar a alcanzar
ella misma, a través de la terapéutica aplicada de autogestión
y autocuidado. Este último factor resulta ser muy importante al
momento de decidir el ingreso en la Casa de Medio Camino. De
la misma manera, son minuciosamente evaluadas las condiciones del egreso, así como el grado de reinserción que logre la
paciente en la Comunidad.
La modalidad, pues, de la casa de Mitad de Camino del Poder
Judicial es de tipo open door, los profesionales actuantes tienen
actividades programadas y las guardias pasivas citadas; los tratamientos psiquiátricos quedan a cargo del equipo tratante que
hizo la derivación de las enfermas; las intervenciones médicas
externas, por ejemplo, de tipo médico-quirúrgico, odontológica,
etc., se resuelven a través de los servicios externos de los hospitales generales. Como propuesta inicial y principal, se intenta
que el trabajo dentro de la Casa sea realizado de manera democrática; se valora la autogestión y también, el pago de los servicios del hogar que las alberga: luz, gas, enseres de limpieza,
etc. El autogobierno es generado por las directivas propuestas
desde las Reuniones de Convivencia o de Comunidad Terapéutica, que demandan obligaciones y otorgan derechos para todas
las pacientes, sin exclusión. Asimismo, se toma en cuenta la procedencia de la persona, el tipo de medicación que toma, quién es
el profesional que la atiende psiquiátricamente, y por sobre todo,
si existe una meta concreta respecto a dónde pueda egresar de
manera exitosa (sic) —aspecto que para el Equipo resulta ser un
objetivo sumamente importante a tener en cuenta, con el fin de
poder trabajar con las pacientes de una manera técnicamente
idónea—. Las residentes admitidas son en su mayoría mujeres
que padecen trastornos psicóticos residuales leves o moderados, epilepsias, esquizofrenias con defecto escaso, bipolares depresivas, trastornos esquizoafectivos de larga data y reacciones
psicóticas en vías de curación. En la actualidad, el equipo está
realizando una tarea de relevamiento estadístico importante; no
se admiten patologías de drogadicción ni de alcoholismo en productividad actual, aunque se las admite, incluso, cuando tengan
antecedentes de adicciones o alcoholismo. La edad promedio de
las residentes es de 45 años, y oscila entre pacientes jóvenes
a mayores de 45 años; algunas, con muchos años de interna-
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
165
ción —una de ellas, con internación de 16 años—. Hay también
pacientes que se encuentran segregadas del medio familiar; algunas enfermas reciben pensión por invalidez y otras no tienen
entrada pecuniaria alguna. Ha habido más altas que reingresos,
y estos últimos tienen la particularidad de ser menores en extensión que las estadías normales, lo que habla de una mayor
capacidad y un mejor entrenamiento para conseguir empleo y,
en consecuencia, superar las crisis que habían motivado en el
pasado las internaciones psiquiátricas. Cuando el Equipo habla
de alta, se refiere al alta otorgada por el hospital que las derivó
originariamente; y cuando se pronuncia sobre los reingresos,
apunta a los reingresos realizados en la sede de los lugares desde donde provinieron las huéspedes. Es decir que, una vez llevado a cabo el proceso de resocialización a partir del dispositivo de
medio camino, el Equipo ha podido observar una menor tasa de
reinternaciones en los hospitales psiquiátricos; y cuando dichas
reinternaciones suceden, el lapso de estadía intrahospitalaria es
menor, contabilizado en meses —afirman—, pero nunca de años.
Otra característica que han observado es que las pacientes egresadas exitosamente de la Casa, regresan de visita, con buen
ánimo, contentas, agradecidas y con muchos deseos de alentar
a las que se hallan aún en calidad de residentes.
En tal sentido, el Equipo ofrece para las que se fueron un estamento o una red permanente de contención, a fin de sostener
y mantener los vínculos y preservar los logros obtenidos. Las
Reuniones de Convivencia no difieren mayormente, en cuanto
a su metodología, de las Reuniones de Comunidad Terapéutica;
practicada una vez por semana, se discute de manera lineal y
democrática los problemas internos de adaptación, la funcionalidad, los límites, las quejas de las pacientes por las tareas asignadas y otras eventualidades. En la Casa, se han realizado dos
eventos científicos importantes: uno, en 1995, y el otro, en noviembre del 2006, en que se festejó el aniversario de fundación
de la Casa —se cumplieron 20 años—. Los eventos y las publicaciones pueden ser leídos o consultados en la página Web institucional www.nuevocamino.com.ar. Como comentario, es importante remarcar que los esfuerzos de inserción se logran a pesar
de todo. Quizás, se llegue de un modo diferente a la manera en
que se obtiene la inserción social del enfermo cuando el hospital psiquiátrico o colonia es vecino a una villa o a una pequeña
ciudad, como se observó en el caso del Hospital Roballos o de la
Colonia Federal. El concepto primordial de la Casa de Mitad de
Camino del Poder Judicial es la integración del enfermo mental
en la Comunidad. Esto equivale a una resocialización que resulte
166
Lucio Enrique Bellomo
lo más segura y definitiva posible. Desde el punto de la construcción, la Casa debe estar ubicada en zonas urbanas y contar con
unidades habitacionales con capacidad para albergar un número
limitado de personas, sin que se produzca condición de hacinamiento. Los medios y herramientas para ello son el apoyo de
soporte adecuado, operadores profesionales [supporting house]
y se cita entre sus objetivos: 1-fomentar la independencia y favorecer el espectro de disponibilidades y de aptitudes de cada
enferma en general; 2- recrear y consolidar vínculos y lazos interpersonales, familiares y sociales; 3- apoyar la sustentabilidad
económica propia; 4- apoyar el desarrollo de un “nuevo rol”, que
se brindará en el marco de la trama social; 5- no apartar, bajo
ningún concepto, a la paciente de la comunidad; 6- orientar las
capacidades que tienen las residentes desde su inicio. Éste es un
proyecto edificante y exitoso, con la evidencia de que prospera
adecuadamente y en proporciones considerables hacia un destino promisorio en la reinserción del enfermo mental dentro del
seno comunitario y ambiental. Sería útil que cundiera su ejemplo y que incluyera, también, a pacientes no judicializados. Ello
daría margen a una reducción de los internados en el hospital
psiquiátrico. Sin embargo, hay dos factores que hacen difícil el
desarrollo de esta propuesta: a) la locación de la sede, costosa
por cierto, y b) el trabajo del equipo, que debe desempeñarse
de manera uniforme. De hecho, en Open Door, como vimos, hay
dos casas alquiladas con el mismo fin, para enfermos no judicializados, a cargo de la Cooperadora del Hospital.
La cuestión judicial y burocrática
Ahora bien, como puede observarse, en los distintos hospitales psiquiátricos existen emprendimientos serios para mejorar la prevención secundaria, pero no son suficientes. Y ocurre
esto debido a la poca planificación y escasa ayuda estatal, que
desea desligarse de estos centros de atención, pues existe un
proyecto de Ley Nacional de Salud Mental, que tiene ya media
sanción en la Cámara de Diputados. Entre otras cosas, dicho
documento fue elaborado sin consultar a ningún organismo de
salud mental argentino, y es a la vez, fuertemente criticado por
las asociaciones de Salud Mental y por la Asociación de Psiquiatras Argentinos [APA – Revista Alcmeón N.º 61- Año XVIII- Vol.
16-N 1 /Octubre 2009].
Tampoco se entiende por qué no se cumple en la práctica la
Ley 955, anexo de la Ley 448/2000 de Salud Mental, que ordena
el mantenimiento y la promoción de los Talleres Protegidos. A tal
fin, transcribimos los párrafos indicativos de la sanción de la Ley
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
167
955 de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. En sus artículos 1º y 2º, claramente sostiene que los Talleres Protegidos de
Rehabilitación Psiquiátrica son efectores estatales de la Red de
Salud Mental y ejes esenciales en la implementación de las políticas de salud Mental a implementar, y en su artículo 3º lo que
corresponde a su autoridad de aplicación. Textualmente dice:
Artículo 1º.- Los Talleres Protegidos de Rehabilitación Psiquiátrica son efectores estatales de la Red de Salud Mental y ejes
esenciales en la implementación de las políticas de atención ambulatoria, reinserción y rehabilitación de las personas establecidas por la Ley Nº 448 de Salud Mental en sus Art.1, 2 3,10, 12,
13, 14 Inc. n) y ccdtes.
Artículo 2º.- Las acciones y servicios de los Talleres Protegidos
de Rehabilitación Psiquiátrica tienen como objetivo la reinserción
psicológica, social y laboral de las personas con sufrimiento o
malestar psíquico por medio del trabajo terapéutico.
Dichas acciones y servicios se dirigen a promover el desarrollo
de capacidades útiles haciendo frente a las premisas de rehabilitación en un ámbito que articula las acciones terapéuticas con
la producción de bienes de consumo, a través del aprendizaje de
diferentes oficios.
Artículo 3º.- Corresponde a la autoridad de aplicación:
a. Ratificar e impulsar las condiciones de organización y
funcionamiento de talleres existentes y futuros vinculados a
costurería, industrialización de la chapa, herrería, carpintería,
imprenta, bancos y máquinas, confección industrial y tejido a
máquina, pintura, lustre, tapicería, armado y expedición, electricidad, gas, reparaciones edilicias, mecánica, termo electromecánica, entre otros.
b. Ratificar e impulsar las condiciones de organización y funcionamiento de talleres existentes vinculados a la elaboración de
medicamentos en producción y/o que se produzcan en el futuro.
c. Crear, generar y garantizar las condiciones para la organización y funcionamiento de talleres vinculados a distintas expresiones de la cultura (pintura, música, literatura, deportes, etc.)
así como también todas las iniciativas inherentes al desarrollo y
potenciación del ser humano.
d. Generar y garantizar la capacitación y actualización permanente y continua de los recursos humanos afectados al programa de Talleres Protegidos de Rehabilitación Psiquiátrica teniéndose presente que los mismos han de recibir una doble formación: y la atinente a la de auxiliar en rehabilitación y aquella
propia del oficio.
Promover la conformación de una subred de Talleres Protegidos de Rehabilitación Psiquiátrica que articule los talleres hospi-
168
Lucio Enrique Bellomo
talarios, los vinculados a efectores ambulatorios de salud mental
y organizaciones sin fines de lucro dentro de la red de Salud
Mental de la Ciudad.
Ante estos párrafos, no podemos dejar de pronunciar nuestro
asombro en torno a cómo puede ser que los Talleres hayan quedado casi en el olvido, pues si nos fijamos en las páginas oficiales de los hospitales psiquiátricos, en todos ellas, está exaltada
la laborterapia y el trabajo, incluso, cuando no se garantiza en
modo alguno la capacitación, actualización permanente y educación continua en los Talleres. Claro está, que la Ley ordena pero
no garantiza su cumplimiento. Es más, aún nos asombra, que
dicha Ley, sancionada el 5 de diciembre de 2002, fue reglamentada tardíamente el 16 de noviembre de 2007, sin aplicación
alguna (Visto la Ley N.º 955, la Resolución N.º 1309-MSGC/07
(B.O.C.B.A. N.º 2720) y el Expediente N.º 51.119/07).
Hace pocos años, el Foro de Profesionales en Salud Mental pidió
anular la cuasi confiscación de las, aproximadamente, diecinueve hectáreas que conformaban los hospitales Borda y Moyano, lo
que se suma a la irracional pretensión de cerrar dichos centros,
con el pretexto de una descentralización hospitalaria. El texto
emitido por el Foro textualmente reza así en una de sus partes:
… todo proceso de desinstitucionalización y resocialización debe
contemplar el fortalecimiento de la red de prevención y asistencia y la creación de ámbitos para la recuperación y reinserción
social del paciente dado de alta de su internación, cuando su
situación personal y social así lo requiera (…) Es tan inhumano
el encierro como todo intento de desinstitucionalización que se
contente sólo con el cierre de establecimientos (…) criterio en el
que estamos plenamente de acuerdo... [Foro de Instituciones de
Salud Mental de la Ciudad de Bs. As. http://www.forodesaludmental.com.ar/[email protected]
[http://www.forodesaludmental.com.ar/docs_sept09/Desmanicomializar%20no%20es%20abandonar-julio09.doc].
Mientras tanto, al ponérseles trabas burocráticas tanto a la Ley
448-2000 como a la Ley Básica de Salud [Ley 153], otro plan que
lastimosamente no prosperó es el plan Adop-Adopi, inicialmente
muy alentado por la Ley. En dicho plan, se contemplaba que el
enfermo fuera tratado domiciliariamente, con prestaciones de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Fue destinado para sujetos
que atravesaban etapas de crisis y tenían riesgo psicótico. Las
edades que comprendía el tratamiento oscilaban entre los 15 y
75 años. Los pacientes debían tener familias continentes, y estaban excluidas del plan todas las adicciones. Los tratamientos
tenían un tiempo de duración de sesenta días; en caso de que
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EN LA
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169
no se resolviera la situación crítica, los enfermos eran derivados
al Centro de Salud Mental más próximo. Cuando se generó el
proyecto, consultaron doscientos enfermos; se emitieron ciento
setenta y cinco prestaciones, de las cuales, ciento siete pacientes tuvieron que ser derivados; finalmente, sesenta y ocho enfermos resolvieron sus crisis favorablemente. Al poco tiempo de
comenzado el plan, toda la actividad entró en receso.
Ello atentó contra la propuesta inicial de la Ley, que decía
claramente que los planes que se citaban eran dispositivos necesarios para el tratamiento integral de la norma jurídica. Menciona de manera coherente la creación de otros dispositivos
como por ejemplo: Centros de Salud Mental; Atención de Salud
Mental en Centros de Salud y Acción Comunitaria; dispositivos
de atención e intervención domiciliara respetando la especificidad en Salud Mental (se debe ampliar y profundizar la experiencia del Adop y Adopi); los consultorios externos; equipos de
interconsulta, incluyendo la intervención en todas las acciones
y servicios de alta complejidad médica y tecnológica; prestaciones en Hospital de Día y Hospital de Noche; un sistema de
intervención en crisis y de urgencias con equipos móviles debidamente equipados para sus fines específicos; un sistema de
atención de emergencias domiciliarias en salud mental infantojuvenil, el cual atenderá en la modalidad de guardia pasiva;
áreas de atención en salud mental en los hospitales generales
de agudos, hospitales de infecciosas y hospitales generales pediátricos, la autoridad de aplicación definirá un mínimo y un
máximo de camas, de acuerdo al efector; Residencias Protegidas de hasta veinte (20) camas; hospitales monovalentes de
salud mental; Casas de Medio Camino; centros de capacitación sociolaboral promocionales; Talleres Protegidos; emprendimientos sociales; atención especializada en salud mental infanto-juvenil; equipos de salud mental en guardias en hospitales generales de agudos, hospitales de infecciosas y hospitales
generales de pediatría; hogares y familias sustitutas; granjas
terapéuticas.
En fin, todas propuestas loables que finalmente terminaron en
declamaciones: nada se hizo en tal sentido.
Tampoco se materializó el proyecto tan mentado por la OMS
en torno a que los hospitales monovalentes psiquiátricos fueran
reducidos en su magnitud poblacional, y que los regímenes de
internación fueran lo más breve posibles. Es conocido por todos
que luego de dos años de internación continuada, sin rehabilitación psiquiátrica en ejercicio, el enfermo fatalmente se cronifica
y se favorece el hospitalismo.
170
Lucio Enrique Bellomo
Luego, se lanzan datos mendaces y equivocados –voluntarios
o no- respecto a lo que se realiza, sin mayor sostén que la motivación ideológica o política. Por ejemplo, el Asesor en Salud
Mental para Sudamérica en la Organización Panamericana de la
Salud, realizó la experiencia —según dice— de desactivar paulatinamente los Hospitales Psiquiátricos en la Provincia de Río Negro, en una entrevista que brindó para on line Intramd.net 465
el 5 de septiembre de 2007. Si bien puntualiza textualmente: La
pregunta no debería ser “¿cómo cerrar los manicomios?”, sino
“cómo abrir nuevos servicios que den mejores respuestas, porque, entonces, la población los elegirá”, y eso llevará al cierre de
los manicomios […] La fórmula no es mera esperanza a futuro,
sino que ya muestra resultados en países como Chile, donde el
principal centro de internación psiquiátrica está a punto de cerrar por falta de pacientes.
Sin embargo, la cruda realidad es que los hospitales psiquiátricos rionegrinos caducaron funcionalmente de manera absoluta tal como fue expresado por el Dr. Hugo Mesones y por el Dr.
Néstor Marchant. De un modo similar, se actuó en la provincia
de San Luis, aunque se lo hizo con mayor precaución, pues la
provincia está funcionando actualmente bajo un régimen de inclusión social eficaz, según me consta,
En la provincia de Buenos Aires, se fundó en 1999 el Plan PREA
[Programa de Rehabilitación y Externación Asistida], avanzó con
la formación de hogares; su sede se estableció en el Hospital
José Esteves de Lomas, por Resolución Ministerial N.º 001832,
teniendo como principales responsables a los directores de los
hospitales monovalentes de la provincia, el externar pacientes
que se hallan en estado de cronicidad, sin posibilidad de egreso.
Los enfermos conviven en grupos de tres a cinco personas, en
casas alquiladas por el hospital. Dichos grupos están integrados
especialmente por aquellos pacientes que se hallan dispuestos
a laborar junto a trabajadores inclinados a la labor comunitaria
y por familiares de pacientes y personas de la comunidad que
les interesa ganarse la vida en esta red de cooperación. Estas
últimas son las que llevan adelante la mayor parte del trabajo:
solicitan turnos para los enfermos en los hospitales generales a
fin de que realicen el tratamiento médico y buscan lograr la externación definitiva. Una vez de alta, los pacientes son visitadas
en sus domicilios por personal del Equipo de Supervisión, integrado por personal de enfermería y acompañantes comunitarios.
Las enfermeras que realizan esta tarea son trabajadoras que
han desarrollado gran parte de su actividad profesional dentro
del hospital pero que presentan un interés particular por la tarea
L A R EHABILITACIÓN PSIQUIÁTRICA
EN LA
ARGENTINA
171
comunitaria. Las visitas se realizan en forma periódica, una vez
por semana en situación normal intensificándose si las circunstancias así lo requieren. La tarea consiste en supervisar el estado general de la vivienda y corroborar que se esté atendiendo en
forma correcta a las instrucciones dadas por el médico tratante
en relación a la medicación trasladando al equipo de continuidad
de tratamiento las novedades que permiten tener una idea más
acertada de la situación real de cada persona. Se han logrado
cuarenta externaciones con domicilio fijo; siete pacientes han
conseguido reinsertarse socialmente con su pareja; cuatro han
migrado a Catamarca, su provincia de origen; ocho se hallan
en espera, y diez están transitando en los hogares escuelas. El
programa ha funcionado con un total de ciento cuarenta y cuatro
pacientes a lo largo de seis años en el Hospital José Esteves.
Paulatinamente, hacia el año 2005 se desactivó el programa.
[http://www.contener.org/idesta25.php].
El Plan Prea no solamente se instaló para el Hospital Esteves,
sino que el mismo programa entró en vigencia en el Hospital
Neuropsiquiátrico Interzonal de Agudos y Crónicos Dr. Alejandro Korn de Melchor Romero, La Plata y en otros hospitales de
la provincia. En la actualidad, se encuentran internados en la
provincia de Buenos Aires unos cuatro mil pacientes, tanto en
los grandes hospitales psiquiátricos como en los servicios de psiquiatría de los hospitales generales, dato aproximado pues es
muy difícil lograr información de salud en la Argentina. En una
primera etapa de aplicación, el programa permitía la externación
de un 10% de los internos; en una segunda etapa, el egreso
llegaba al 30% del total de pacientes; es decir, alrededor de mil
doscientas personas. Sin embargo, se desconoce por qué, luego
de los éxitos logrados, paulatinamente el plan se paralizó, incluso, cuando continúan vigentes los enunciados.
Desde el Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires,
se expresaba:
Los megahospitales son observados críticamente desde la
gestión del Ministerio, ya que siendo destinados para la recuperación de los pacientes allí alojados, los resultados distan
de ser satisfactorios, se detalla en la enunciación del Programa. “Los pacientes se cronifican y deterioran como resultado
de acciones supuestamente destinadas a producir su curación”.
El Hospital Dr. Alejandro Korn, de Melchor Romero, cuenta
con un programa de Casas de Convivencia desde hace seis años,
en donde habitan grupos de entre tres y cinco pacientes. Esas
viviendas están ubicadas en distintos puntos del partido de La
172
Lucio Enrique Bellomo
Plata, y los pacientes mantienen un contacto permanente con el
hospital por medio de las actividades desarrolladas en las diversas manufacturas. En el hospital, pueden encontrarse diferentes
tipos de talleres: artísticos, productivos y deportivos. Según su
página oficial en el grupo de los talleres artísticos, es posible
realizar actividades teatrales, plásticas, literarias, así como danzas, manualidades y artesanías. En el grupo de los talleres productivos, se cuentan actividades de granja, huerta, producción
de bolsas de polietileno, pañales descartables y trapos de piso.
En cuanto al sector de la práctica deportiva, se está formando
un Club de Actividades Deportivas; se cuenta con fútbol, expresión corporal y maratón. El proceso de transformación institucional, que implica la aparición de las nuevas prácticas, incluye
el programa de celebración de fechas patria; el sistema de altas
en red evita la reinternación de pacientes; y los seis eventos
oficiales: el corso, la fiesta por el aniversario del hospital, el
Día de la Primavera; la Maratón; la conmemoración del Día del
Paciente; y la campaña “Por una Navidad diferente”. Todas esas
actividades tienen la finalidad de favorecer la interacción entre
los pacientes, el ingreso amplio de la comunidad a la institución
como una manera de comprometerla en el proceso de cambio y,
a la vez, garantizar la transparencia de los procedimientos. En
ese modelo, los pacientes son sujetos activos de las actividades
que se realizan. Tal situación favorece la aparición de nuevos roles y genera las condiciones para adquirir una visión alternativa
de la asistencia que deben brindar las instituciones psiquiátricas
[http://www.hakorn.com.ar/nota.aspx?idn=433].
Otro caso para observar es la Colonia Nacional Dr. Manuel A.
Montes de Oca. A pesar de los intentos de reforma, como en el
caso de la realizada por el Lic. en Psicología Jorge Rossetto, que
como Director reclamaba la vigencia de los postulados fundamentales de Cabred al fundar la Colonia de Torres en el sector
oeste de la provincia de Buenos Aires (1908 -1915) y que se
habían perdido y olvidado [subrayado mío] dado que Cabred
proclamaba que la educación y el trabajo laborterapéutico [subrayado mío] son los dos pilares en el proceso de rehabilitación
[…] Los trabajos de colonización agrícola han recibido un impulso considerable con el sistema open door, no solo porque
están de acuerdo con este principio sino porque constituyen el
más poderoso agente del tratamiento moral (Rossetto, 2007).
El citado profesional denunciaba, además, la existencia de un
grave hacinamiento, sospechas de muertes por el caso Giubileo
que jamás se aclararon; que el 100% de los pacientes se hallaban judicializados; que la mayoría de los pacientes provenían
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EN LA
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173
de la Provincia, llevando el 69 % de los internos más de diez
años de internación; que el 12 % de los mismos se hallaban sin
visitas de familiares con solo doce altas anuales [sub. mío] y
con salidas terapéuticas [sub. mío] que llevaban más de cinco
años. (¿¡!?) [...] que por la acción de poner orden en el Pabellón
7 del Instituto, la creación del Centro de Día Yenu Aikén, y con
el programa de Regreso al Hogar, se produjo una disminución
de camas disponibles, de 978 a 887, en los últimos seis años,
y 73 en los últimos tres años se habían obtenido las metas propuestas. Al parecer, por una Carta de Lectores aparecida en el
Diario La Nación con fecha del 30-7-2009, da cuenta de los adelantos llevados a cabo. [http://www.hfnoticias.com.ar/assets/
uploads/Ponencia_completa_Jornada_Discapacidad_y_Universidad.doc].
Esto más bien indica que, cuando se forjan medidas satélite,
externas y sólidas, el hospital central se reduce, y hasta parecería que el trabajo se desarrollara mejor, pues al menos, en esa
institución, no escuchamos hablar de “cierre del edificio central”,
sino de mejoras externas que coadyuvan a morigerar el inmenso tamaño poblacional de la misma. Los enunciados desde el
lado oficial son muy interesantes y dignos de aplauso, pero son
sólo eso, enunciados parcialmente materializados. En realidad,
es poca la cantidad (siete o diez residentes) viviendo en la Casa
de Mitad de Camino, frente a la multitud de pacientes crónicos
que tienen los hospitales. Pregunto si no hay más instituciones
satélite que puedan remediar tal carencia.
Volvamos al tema del Asilo a la Comunidad. En 1966, Silvano
Arietti, en el prefacio del libro ya citado de Gralnick (Gralnick,
1974; op. cit: prefacio) hace referencia de los sucesivos cambios
en los EE.UU. desde el asilo-custodia, al hospital psiquiátrico, y
de éste, con terapias preventivas secundarias, abierto a la comunidad, se logran reducir las internaciones. En Inglaterra, se
instituyeron los hospitales de día y disminuyó notablemente el
número de internados estables. De esta manera, la influencia
de Maxwell Jones se difundió extraordinariamente y llegó hasta
estas tierras en 1970, de cuya experiencia dimos cuenta. En
Francia se implantó, después de la Segunda Guerra Mundial, la
sectorización. Esto dio buenos resultados, y pude comprobarlo
en 1986. Hoy, en ese país, la sectorización está acoplada a los
Centros de Salud Mental, y su intervención es muy exitosa, pues
en Francia realmente funciona el Servicio Social para los franceses. En la actualidad, con graves problemas para los extranjeros
que no tienen la ciudadanía gala.
174
Lucio Enrique Bellomo
En EE.UU., cuando asumió el presidente J.F. Kennedy, se promovió la desactivación de los hospitales psiquiátricos y se externaron más de medio millón de personas. Situación que acarreó
como consecuencia un grave aumento de la población sin techo
(homeless). La recomposición laboral de la población enferma
afectada no finalizó, y en la actualidad, se está volviendo al hospital psiquiátrico monovalente. El Prof. Dr. Juan Carlos Stagnaro
dice que, en años pasados, se formó una lógica represiva, cuyo
apotegma era la salvaguarda del orden público-arresto-juiciosecuestro, contra la lógica actual médica de interés por el enfermo--ingreso en un establecimiento especial- tratamiento médico
(sic). Pero agrega que las nuevas soluciones plantearon nuevos
problemas […] descuido por los enfermos crónicos (…) grupos
infraatendidos (…) problemas de roles profesionales (…) excesiva medicalización (…) ausencia de integración de los servicios
con detrimento de la continuidad de cuidados (…) dificultades
para la internación de pacientes judicializados, internación involuntaria… etc. (Stagnaro, 2006). Se observan carencias graves
en la atención primaria de la salud mental, que van en contra de
la Declaración de Caracas de 1990, que tiene una base programática en su proclama [http://www.chubut.gov.ar/salud/blog/
imagenes/DECLARACIÓN_DE_CARACAS.doc]. Esta enunciación
promueve entre sus guías una revisión crítica del papel hegemónico y centralizador del hospital psiquiátrico en la prestación de
servicios... Con todo esto — aun así, y bajo los manifiestos citados— hay algo que no cierra y lo reconoce el propio Stagnaro, ni
para el observador, ni para el equipo tratante, ni para la sociedad
en su conjunto… Obsérvese que, a pesar de los grandes avances universales en materia de tratamientos psicofarmacológicos,
la especialidad parece no haber salido de un pasado en el cual
está atrapada irremediablemente. En efecto, el desarrollo de los
tratamientos biológicos, la psicofarmacología, los antipsicóticos
atípicos, los nuevos antidepresivos duales, más el adelanto generado por las neurociencias, el psicoanálisis, las formas novedosas de la psicoterapia hoy día ensayadas, no sólo individuales
sino grupales y familiares, se han unido al aporte proporcionado
por la sectorización y la apertura de la Psiquiatría al campo de
la Rehabilitación Laboral y al Área de la Psiquiatría Social (Mesones Arroyo, H., 2004). Pero algunos parecen ignorar el punto
crítico de la rehabilitación. No se hace un plan de diagnóstico y
pronóstico sobre la futura reinserción social del paciente, no está
presente en la metodología corriente del trabajo cotidiano, especialmente, en la de los profesionales que trabajan en el ámbito
hospitalario de agudos, y muy especialmente en los de crónicos.
Encontramos la misma falencia en los cursos para residentes
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EN LA
ARGENTINA
175
universitarios en psiquiatría, en los que no se integra a la tarea
de enseñanza la terapia familiar y la reinserción social del enfermo. Recuerdo que una de mis mayores preocupaciones cuando
recibía el ingreso de una paciente en el San Juan, era saber si
tenía grupo de pertenencia o carecía de él; si existía vínculo familiar o alguna relación laboral, o “cuerda” de dónde tomarme
para su futura reinserción. Si era positivo, la tarea terapéutica
se veía sumamente aliviada. Pero si después de un tiempo, se
transformaba en negativo, por los datos que me llegaban de la
paciente o del servicio social, y observaba que no existía nada,
absolutamente nadie en el medio externo para ella, como médico asistente caía en un desánimo total. En la actualidad, no observo que exista interés en la búsqueda de la inclusión activa del
paciente, al menos de parte de algún organismo que se ocupe
apropiadamente de ello. La prueba es que el número de enfermos concurrentes a los Talleres Protegidos, de los Hospitales de
Día, de Noche, o de otros dispositivos, son cada vez menores.
Los que están de alta realizan la búsqueda de apoyo laboral en
las instituciones a su alcance, de las ONG, en los clubes, en las
parroquias, o por otros medios, pero finalmente, por mi experiencia, terminan como indigentes, en la calle y mendigando.
También quedan allí finalmente, si la institución los expulsa y los
libera, según el nuevo discurso. Pero la realidad demuestra que
termina siendo un ser humano desguarnecido y en la calle. Sin
embargo, me consta que hay agrupaciones sociales que hacen lo
imposible para ir al encuentro de los enfermos, para protegerlos,
para enseñarles un oficio y que se puedan defender en la vida
de relación. Así tenemos, por ejemplo, la Asociación Afectos,
que trabaja arduamente y con pocos elementos, para subsanar
las consecuencias que provoca la soledad en los enfermos sin
egreso firme [www.fundacionafectos.com]. Lo habitual es que
el paciente atraviese la etapa aguda de manera intrahospitalaria
más o menos acompañado de la familia o de “alguien” que oficie
como tal. Luego pasa a la cronicidad, y es derivado; por lo que
literalmente murió, se decretó la muerte civil de este paciente
cuyas expectativas de reingresar en la sociedad son casi nulas.
Por esto es esencial la enseñanza de un oficio o de una labor,
pues como me decía un paciente: ¡No, quiero que solo me toquen la guitarra! (sic)
En fin, solamente hay –como vemos– emprendimientos aislados sin la coordinación de un plan de salud mental ordenado y
metódico.
En realidad, en derredor del tema de la rehabilitación, cunde
un desaliento y un pesimismo generalizado entre los psiquiatras,
176
Lucio Enrique Bellomo
en los enfermos y en la gente, pues se piensa que del hospital
psiquiátrico, jamás hay retorno; lo cual es casi cierto para los
sin familia. El enfermo mental crónico adquiere, con el hospitalismo inveterado, un estado psíquico pasivo-dependiente muy
elevado respecto de la institución que lo aloja, y por ende, si no
se lo ayuda no concurre a la búsqueda de su alta efectiva y real,
expresando sólo remanidamente un deseo vago, carente de sustancia. Solamente pide su alta con insistencia, demandándola
en forma continua, sin tener en cuenta a dónde iría en caso de
que se la otorgaran, dónde está su familia y si ésta se encuentra
dispuesta a aceptarlo; si tiene o no sustento económico, o cómo,
en definitiva, se las arreglaría viviendo solo. Desde mi experiencia, estos pedidos ocurrían con mayor frecuencia cuando egresaba una paciente, pues se suscitaban sentimientos de esperanza
vana en un alta imaginaria, recrudeciendo los síntomas de la
enfermedad. Es consenso general que los enfermos crónicos,
por sí mismos, no buscan su egreso, sino que son guiados a pensar seriamente en ello por el equipo asistente; mientras tanto,
solamente imaginan la salida que reclaman. Por el hospitalismo
viven el presente inmediato, un ejemplo de ello es que siempre
pregunten la hora, para saber cuándo llega la comida, la oportunidad de acostarse, de dormir, de ver TV; o bien, esperan en
vano cotidianamente la llegada de familiares (suyos o ajenos)
especialmente los fines de semana, pidiendo y suplicando dinero
a la mayoría.
Crítica final, conclusiones y propuestas
La opción de la Comunidad al Hospital Psiquiátrico Moderno
Según encuestas de la Organización Mundial de la Salud, el
41% de las Naciones carecen de un plan de salud mental que
enfoque las enfermedades mentales más crecientes —numéricamente hablando—, que afectan a cerca del 11% de la población
mundial; entre ellas, se agrupan la depresión, la enfermedad
de Alzheimer, el grupo de las esquizofrenias y la epilepsia. En
el 2001, había en el mundo: ciento veintiún millones de depresivos, treinta y siete millones de personas afectadas de Alzheimer, cincuenta millones de epilépticos y veinticuatro millones
de esquizofrénicos. A estos guarismos, se deben agregar los
padecimientos por estrés postraumático (agudo/crónico), reacciones neuróticas graves y las secuelas de la drogodependencia
y el alcoholismo. Según un artículo del diario La Nación [19-102001–lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=344218], cabe la pregunta de por qué son cada vez más escasos los planes de salud
mental para tamaña muestra de crecimiento de las enfermeda-
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des mentales en el mundo. Algunas razones son culturales; por
ejemplo, en el norte de África, no existe un criterio convergente
entre los profesionales y la población respecto de tratarse con
métodos occidentales; el mismo criterio puede aplicarse en Asia
y en algunas zonas poblacionales de América Latina.
Otro factor podría ser que los pacientes estén resignados a
quedar estigmatizados, no sólo en el aspecto social, sino a causa de sentirse presos de la enfermedad, sin esperanza alguna,
como por ejemplo, la depresión crónica que acaba muchas veces
en el suicidio. Con frecuencia, se habla con hermosas palabras
como rehacer la trama social, brindar contención emocional, recuperar la solidaridad, etc., etc., [http://www.lanacion.com.ar/
nota.asp?nota_id=1188978&pid=7586328&toi=6485], pero a la
hora de los hechos, la realidad es que la existencia de los enfermos se halla vacía de sentido, sobre todo en lo que atañe a la
posibilidad de vivir en el seno de una sociedad que los acepte.
Los reingresos y las recaídas
Es más, existe una encubierta puerta giratoria que reingresa
enfermos una y otra vez, porque esta circunstancia no sucede
en el mismo lugar de internación, sino en distintos y sucesivos
establecimientos, en espiral descendente respecto a su calidad
y a su consiguiente costo. Esto atañe a los que ingresan en un
principio a clínicas suntuosas y finalmente terminan en el hospital psiquiátrico. Dicha voluta de retroceso puede comenzar al
tiempo del inicio de la enfermedad mental, con internaciones
psiquiátricas de alto vuelo y sofisticadas en sanatorios privados
o semiprivados. Son, entonces, de duración breve, y en ellas la
familia eroga muchísimo dinero. No tienen tampoco la seguridad
de una correcta praxis. Luego el paciente pasa, subsecuentemente, desde este pináculo de clínicas con hotelería modelo, a
otras de mediano o escaso nivel económico, con mayor plazo
de estadía. Posteriormente, a otras de menor jerarquía. El siguiente paso es conducirlos al psiquiátrico —con influencias o
sin ellas, o haciendo uso de la Justicia Civil—, donde a la postre,
el enfermo será abandonado. Acabo de narrar lo que he visto
muchísimas veces a través de mi experiencia. Lo sorprendente
es el desconocimiento que poseen los primeros psiquiatras intervinientes sobre la evolución del caso en cuestión; a veces, lo
dan como exitoso, por haber obtenido logros psicoterapéuticos
o psicofarmacológicos, transitorios. Sin embargo, son resultados
efímeros, pues no se ha puesto en marcha la articulación de las
herramientas para la prevención de la enfermedad crónica pues
las enfermedades mentales endógenas difícilmente curan. Mien-
178
Lucio Enrique Bellomo
tras tanto, los profesionales que participan en las experiencias
terapéuticas finales, durante el período inveterado de cronicidad, en una clínica o en algún hospital de crónicos, se preguntan cómo los médicos que iniciaron el tratamiento del insano no
programaron una rehabilitación, si el futuro eventual iba a ser la
probable irrecuperabilidad del paciente, acompañada de una familia agotada y expulsiva. Claro que se me dirá que la evolución
de los enfermos mentales —como sostenía Kraepelin— es imprevisible; pero la buena práctica aconseja por lo menos pensar en
esta probabilidad.
La falta de una técnica científica para ejercicio de la Rehabilitación
No pretendo ser un predicador, simplemente me incluyo en
el conjunto de psiquiatras que hacemos lo que podemos como
científicos y seres humanos en esta compleja materia. Aún así,
es bueno que hagamos nuestra autocrítica. ¿Por qué? En principio, porque sostengo que la especialidad está invadida de infatuación respecto a suponer, o dar por hecho, que la psiquiatría, las neurociencias, la psicología médica, la psicopatología y
diversas ramas de la ciencia “psi” son disciplinas de las cuales
se sabe mucho y se tiene vasta información. Por el contrario, he
venido sosteniendo hace tiempo lo contrario en detrimento tanto del saber como de la formación y educación médica en psiquiatría. Opino que, efectivamente, hemos avanzado bastante y
en pocos años. Hemos progresado en gran medida respecto de
la información que teníamos a principios del siglo XIX y durante
el siglo XX. En tal sentido, disciplinas tales como la genética, la
neurociencia, la biología neuronal, la psiconeuroinmunoendocrinología, así como la psicopatología del enfermo, del entorno
familiar y social, han aportado sus enormes logros. Pero esto no
alcanza. Obsérvese que los libros modernos en materia psicosocial nos remiten a la Aldea de Gheel (siglo XII) como en el citado
caso de Gerald Kaplan, en 1962. En cuanto a la formación del
especialista, existen actualmente fallas importantes en nuestro sistema de educación médica. En mi opinión, se carece de
una búsqueda atinada, oportuna e imprescindible para nuestro
quehacer, como es la del autoconocimiento con el método más
científico que se elija y con la persona honesta, más adecuada. Reconozco la escasez de tiempo y de dinero, pero también,
existen muchas resistencias para efectuar tan importante tarea
formativa. El trabajo de los psiquiatras es lo suficientemente
insalubre y perturbador para ignorar cuál es nuestra naturaleza,
nuestra identidad, por qué elegimos ser psiquiatras, psicólo-
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EN LA
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179
gos, que tipo de paciente nos acarrea mayores resistencias en
el ámbito subjetivo, etc., etc. Mal podemos guiar y conducir, si
tenemos los ojos ciegos para con nosotros mismos, sin percatarnos de los escotomas que nos perturban para mejorar la vida
de los otros, por más información que tengamos. El hecho de
tratar pacientes psiquiátricos crónicos, indigentes, conlleva una
inmensa problemática individual y social.
El enfermo crónico que no egresa, que no logra insertarse
en la sociedad de un modo digno —uso el término “digno” para
determinar la consideración del enfermo como persona, con las
restricciones que implica su estado mental defectual o crónico—
implica una contratransferencia de contrariedad, fatiga y cansancio de curar. Dicho estado emocional, en muchos casos, influye negativamente sobre la racionalidad del médico. Al no ver
soluciones ecuánimes, estrictamente científicas, se impacienta,
se vuelve pesimista; y como todo estado emocional crónico de
desgaste, su disgusto lo pone fuera, extroyectando su animadversión. Estar todos los días en contacto con pacientes psiquiátricos, cuya mitad está de “alta”, llevando una vida opaca y sin
sentido, es triste y lamentable. Provoca aún más el hecho de
no ver que se perfeccionen científicamente los estudios que se
ocupan de la rehabilitación psiquiátrica, en ninguno de los modelos que hemos estudiado; implementar las tareas de inclusión
social de ensayo en la comunidad, con seguimiento metódico de
la aplicación estadística y/o matemática del problema. Lo mismo vale para efectuar la medición experimental del tiempo de
la rehabilitación para las diferentes patologías como ya lo decía
Rodiet, en 1924. De esa manera podría estimarse, más precisa y
técnicamente, cómo externar un paciente que comporta una determinada enfermedad mental y qué metodología emplear para
ello. Se validaría, así, una rehabilitación, usando procedimientos
teórico-prácticos más científicos, más técnicos y expertos, menos pragmáticos o funcionales. Si ello no ha sido logrado, entonces habría que averiguar el porqué de su ausencia. Es sabido
que existen enfermos excluidos, que portan una patología de
base insanable, como son las demencias con suficiente deterioro, los delirios irrectificables, los retrasos mentales profundos,
las esquizofrenias residuales graves, la bipolaridad endógena
crónica, etc. No vamos a cuestionar por qué tales patologías no
son tratadas con métodos de inclusión, porque realmente no
pueden desarrollar una vida normal sino dependiente y subalterna; el sentido común nos dice que no pueden permanecer solos
en la sociedad y deben estar acompañados.
Pero en el caso de aquellas patologías que admitan una correcta rehabilitación, y esta última no ha sido efectuada, debe-
Lucio Enrique Bellomo
180
ríamos determinar por qué el método rehabilitacional no ha sido
adjudicado. Y si lo empleamos, poder concluir en qué fallamos, y
qué omitimos hacer. Además, habría que averiguar si el tiempo
invertido para la tarea terapéutica especializada de la externación ha sido completo, de características alternas, continuadas,
subalternas y/o discontinuadas. Investigar si el funcionamiento
de tal o cual método ha sido el más correcto, también comporta
una buena praxis dentro del sistema, no importa si éste es privado, público o semiprivado. Quizás interese más conocer cuál de
los dispositivos ha sido el más beneficioso y la naturaleza de tal
éxito. Sin embargo, hasta donde he estudiado el tema, todavía
no ha sido en profundidad. Solamente, he visto algo metódico
en la Casa de Medio Camino Judicial, donde llevaban estadísticas
que estimaban publicar en un futuro no muy alejado. Es decir,
que el estudio de la rehabilitación psiquiátrica, con inclusión laboral y social, no se ha tomado muy en cuenta más que empíricamente, en lo práctico y en lo funcional.
Las “islas” de los psiquiatras
Tal vez sea a causa del aislamiento muy particular o por la falta
de integración, de unos con otros, que se hayan formado compartimentos estancos entre los profesionales de la salud mental.
A la postre, resulta que existen pequeñas islas o agrupaciones
de médicos psiquiatras, psicólogos, psicopedagogos, o especialistas, que constituyen verdaderas comarcas o territorios, y no
conocen más paisaje que aquel llamado por Freud el narcisismo
de las pequeñas diferencias. La comunicación entre ellos es difícil
y aún más con quienes piensan que sus métodos son distintos,
y, por supuesto, mejores. Por el momento, resulta muy dificultoso tratar un paciente que no sea por el modelo integralista, es
decir, biológicamente, en conjunto con psicoterapia individual,
grupal, familiar y social. Dicho tratamiento deberá ser desarrollado por un grupo de profesionales en un equipo integrado de
salud mental bien entrenado, con capacitación especializada y
supervisado por colegas con experiencia. Tomemos el caso de
los médicos residentes, que si bien practican la tarea en equipo,
finalmente, cuando salen a laborar en el campo médico especializado, lo hacen dentro de las obras sociales, como médicos de
servicios psiquiátricos, en clínicas o en consultorios externos.
Por supuesto que entre las consideraciones que se presentan en
las reuniones de equipo, está vigente la prevención secundaria
del momento, y se piensa escasamente —¡cuesta decirlo!— en
el futuro del paciente en juego. Por ejemplo, sabemos que una
esquizofrenia evolucionará mal si el paciente tiene una familia
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poco continente y receptiva, que a la larga lo expulsará; y sin
embargo, no hay acuerdo en prevenir, con la antelación suficiente, qué pasos serán los necesarios a tomar inicialmente, desde
el punto de vista de la rehabilitación, para que el logro de la
cura o mejoría sean perdurables. La mayoría de los psiquiatras
y psicólogos piensan que los asistentes sociales —no ellos— son
quienes deben ocuparse de tal problema.
Nótese que entre los veintisiete derechos del enfermo mental,
pensados por Carlos Wertheimer (op. cit.), el N.º 20 expresa
que el paciente tiene derecho a: … ser incorporado a alguno de
los Programas de Rehabilitación en desarrollo en el Hospital;
y también a continuar en tratamiento ambulatorio (consultorio
externo), después del egreso de alta, y hasta cubrir este seguimiento en alguna de las Instituciones habilitadas cercanas a su
domicilio (N.º 25). El último (N.º 27) —es interesante— pues
el paciente tiene derecho a cooperar en el proceso terapéutico.
Esto significa que el paciente que avanza en su rehabilitación
incorpora también obligaciones progresivas (sic).
Entre colegas existe mucho diálogo cuando se llega a un
acuerdo respecto de algún nuevo psicofármaco en danza dentro
del perfil de la llamada medicina de la evidencia. A esta medicina le propiné muchas críticas, ya que los algoritmos que maneja
buscan nada más que satisfacer los beneficios de un fármaco
proveniente de un laboratorio versus otro psicofármaco proveniente de otra empresa farmacéutica competitiva con la primera.
Y lo demuestra por medio de los estudios placebo y doble ensayo ciego, alcanzando éxitos e infortunios, según y conforme,
convenga. Al respecto, el interesado podría consultar la página
Medscape Pychiatry EE.UU., en donde puede leerse un excelente artículo “El paciente desaparecido” que versa sobre lo que
hablamos (The dissapearing pacient. Medscape on line- http://
journal.medscape.com/viewarticle/560699). Así lo demuestran
los ensayos de drogas, la interpretación de las enfermedades
según el manual clasificatorio de turno, conforme a las guías que
nos llegan por Internet. Si el lector desea profundizar este tema,
puede consultar un trabajo que publiqué en la página “psiquiatría.com” y en la Revista Alcmeón en 2004 (Bellomo, 2004).
Sin embargo, es poco común el diálogo participativo con buena predisposición, en tareas científicas comunes para la rehabilitación comunitaria. Poco a poco, las organizaciones foráneas
a la psiquiatría se ocupan más de este sujeto, que los mismos
profesionales.
Cada vez existen más fundaciones para ayudar a los enfermos
mentales. En efecto, es posible citar a CONTENER, AFECTOS,
FUNSAME, etc., etc., pero el asunto de la reinserción no funcio-
Lucio Enrique Bellomo
182
na. Falta que el enfermo aprenda un oficio, que sea hábil para
realizar una tarea, que logre un trabajo y que, en definitiva, pueda ganarse la vida, incluso, con trabajos subalternos. El Prof. Dr.
Julián Leff, titular de Psiquiatría Social y autor del libro La mente
desequilibrada (Leff, Julián.The Unbalanced Mind), aborda los
temas del diagnóstico psiquiátrico. Los psiquiatras –dice- aplican
las reglas de tratamiento según las interpretan, por los signos
y síntomas, poniendo el énfasis casi siempre en la supremacía
de su veteranía y en su experiencia para validar el diagnóstico.
Agrego que además, nada mencionan respecto a la rehabilitación psiquiátrica, la cual debería tratarse como un tema tan importante como las áreas etiopatogénicas y clínicas restantes.
La moda en las terapias
Otro problema son las modas terapéuticas, como por ejemplo,
el psicoanálisis, que tuvo su auge en las décadas que van desde
los 50 hasta los 80, pospuesto por la era de los psicofármacos,
de la biología y de la neurociencia. No debemos menoscabar el
enorme avance para la psiquiatría aportado por Freud, con respecto al entendimiento y la comprensión de los síntomas psicóticos, como en relación con el abordaje de la psicoterapia familiar. Los principios cientistas del positivismo, aplicado por Freud
sobre la causalidad eficiente sincrónica de los síntomas, no varió
dentro de su esquema. Freud, en su momento, adhirió a otro
tipo de causalidad: la diacrónica, la causalidad narrativa propia
de la historia de la vida del enfermo. Es en historia vital –dirá
luego- donde se halla el sentido de los síntomas. Freud concebía
el fenómeno de las psicosis como un continuum que partía de las
neurosis, con la función de la realidad conservada, e iba hasta
el concepto de psicosis en el cual se encontraba ausente el criterio de realidad (Bellomo, 2006). Las diferenció clínicamente:
“La neurosis es una represión de los impulsos, mientras que la
psicosis es una represión de la realidad”.
Pero… ¿qué ocurre cuando el psicoanálisis es aplicado masivamente como la panacea de las terapéuticas? Pues, ahí respondemos que ya vimos el fracaso que significó la experiencia psicoanalítica de Auster Riggs Clinic en los EE.UU. (con imitadores en
México y en la Argentina).
Ahora, existe otra idea: la de quitar los hospitales psiquiátricos, con la excusa de desmanicomializar, pero en realidad,
se está deshospitalizando, en lugar de fortalecer los hospitales
para mejorar la prevención secundaria. Se deja de lado el hecho de proporcionar una mayor atención personalizada en los
nosocomios que ya se encuentran en actividad, creando una
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red preventiva generalizada que abarque a toda la República, a
fin de que, inmediatamente, al ingreso del paciente, se evalúe
cuánto tiempo durará su internación y a qué estamento de la
rehabilitación se lo podrá derivar en un futuro. No hay planes
de sectorización por medio de los cuales se contemple la mayor
densidad de población geográfica cotejada con las estadísticas
de enfermedades mentales. En tal sentido, urge la necesidad de
un Censo Nacional de Salud Mental con el fin de instalar más
hospitales, más redes de rehabilitación como hospitales de día,
de noche, además de mayor cantidad de talleres protegidos,
centros de salud, granjas, etc.; es decir, lo que por ley se enuncia y la informática actual permite realizar.
El problema diagnóstico
Otro factor importante será estudiar con detenimiento qué
variables se toman para el diagnóstico de una enfermedad mental, pues se usan criterios distintos e independientes en Occidente y en Oriente; por ejemplo, en EE.UU. y en muchos países del
mundo. La esquizofrenia debería tener una proporción similar
en todo el planeta, ya que cuando Bleuler acuñó dicho vocablo
y describió la enfermedad habló del grupo de las esquizofrenias; no distinguió un grupo prioritario sobre otro en particular.
Kraepelin hizo algo igual cuando describió la demencia precoz
Sin embargo, hay diferentes estadísticas de esquizofrenia en los
distintos países: unas, registran un aumento del padecimiento,
y en otras poblaciones, se halla en disminución. Es probable que
así sea, ya que existen valores transculturales para el diagnóstico, que son vernáculos, y tienen vigencia en el lugar. Por esto, si
bien en la Argentina se usa el DSM IV-V, tengo conocimiento de
que algunos equipos médicos trabajan con un Manual de Diagnóstico Latinoamericano de las Enfermedades Mentales, que es
muy interesante para la región, pues contempla los factores sociales autóctonos de los diversos países de América Latina.
Otra dificultad que se presenta es mezclar el diagnóstico con
la ideología o la política. Al respecto, Leff asegura que en la Rusia
soviética el diagnóstico de esquizofrenia fue aplicado a sujetos
que, ideológicamente, eran disidentes del régimen, y entonces
“sufrían” de lo que Snezhnevsky nombró delirios reformistas.
El régimen nazi usó otros adjetivos para calificar la locura que
portaban los judíos, con el fin de exterminarlos. El propio José
Ingenieros, quien estuvo ideológicamente de acuerdo con los
anarquistas, calificaba de inofensivos aquellos que no concretaban sus ideales por medio del terror; para diferenciarlos de los
Lucio Enrique Bellomo
184
locos anarquistas que pasaban a la acción violenta y merecían
ser encarcelados preventivamente. En la actualidad, la tónica es
que hay que dar altas, muchas altas, externar a los enfermos
que están presos en los hospitales, sin valorar los recursos de
inserción que tiene el paciente. No existe un Plan de Salud Mental
coherente y equitativo, que contemple el accionar sobre los enfermos externados, teniendo en cuenta que son seres humanos
y, a pesar de no votar, poseen derechos y obligaciones. Obsérvese que los modelos victoriosos e inobjetables, en materia de
Salud Mental para enfermos crónicos, que todavía perduran en el
tiempo, han sido la Comunidad Terapéutica vecina a un pequeño
pueblo, el hospital Open Door, los Talleres Protegidos, los Centros
de Salud Mental ambulatorios, los Hospitales de Día, de Noche y
las Casas de Mitad de Camino. Es imprescindible que la acción del
hospital psiquiátrico monovalente sea ágil y que esté conectado
en red con los centros de salud más importantes, lograr la externación en pocos meses, trabajar con la familia la rehabilitación
por el trabajo e inclusión social. Significativamente, todos ellos
subrayan el común denominador del trabajo aplicado para realizar un aporte a la comunidad —incluso, cuando sea mínimo—.
Así sucedió en la Colonia Cabred cuando los enfermos vendían
sus artesanías y labores; algo similar ocurrió en el modelo del Dr.
Camino en Villa Federal, y en el del Dr. Mesones en Corrientes.
La ausencia de prevención primaria
Nótese que no discurro en demasía en el presente trabajo sobre la prevención primaria, y lo hago ex profeso. ¿Sabe el lector
por qué? Pues sencillamente, en ciertas zonas de elevada densidad poblacional hay cada vez mayor pobreza, como por ejemplo,
en las villas de emergencia y zonas marginales, donde la recolección de la información de los trabajadores sociales, médicos y
paramédicos, está limitada para encuestar, auditar y establecer
consultorías sobre drogadicción y alcoholismo, a causa de la carencia de una voluntad social de gestión. Oficialmente, dichas
afecciones existen, pero deben aparecer con cifras moderadas,
o no existir. Es absolutamente “impolítico” presentarlas tal como
se hallan las cifras reales, además de hacerlas públicas, o revelar el tráfico macabro de droga, cada vez más acentuado en las
propias villas, en las fronteras, aún no “radarizadas”.
La superespecialización y los dogmatismos
El factor de la superespecialización de la psiquiatría constituye
otro obstáculo. Se encuentra plenamente vigente y profundizado
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el dualismo cartesiano en materia psiquiátrica. De esta manera,
se diferencian los que sostienen que la causa de las enfermedades mentales radica en la biología —como los genetistas, los
neurobiólogos, los neurocientíficos y los psicofarmacólogos— de
los que consideran que la verdad causalística de la enfermedad
mental se halla en las razones psicológicas, familiares y sociales.
Pues bien, en cada una de estas disciplinas, existen especialistas
que tratan pacientes bajo los postulados de las mismas; los psicofarmacólogos, los psicoterapeutas individuales, grupales, neurocientistas, etc. No está mal que así sea; incluso cuando hoy
día resulta casi imposible tratar un enfermo de manera integral.
Así las cosas, pregunto: ¿Por qué no existen los especialistas en
Rehabilitación Psiquiátrica? Dista mucho, aún, para consolidar
una psiquiatría clínica independiente, que anexe todos los criterios con un estilo amplio, sin dogmatismos o reduccionismos, y
tenga bien en cuenta todos los factores y requisitos para el tratamiento integral de la persona enferma —ya sean neuróticos,
psicópatas, psicóticos o enfermos psicosomáticos—. Asimismo,
falta bastante para considerar las medidas rehabilitacionistas
absolutamente necesarias desde el comienzo de la prevención
secundaria como parte insustituible del tratamiento integral. La
clínica ha dejado de ser autónoma, depende de los especialistas
y no parece haber avance en esta materia médica.
Y respecto al diagnóstico, hasta las obras sociales lo exigen
por el DSM-IV (ahora del DSM-V), aspecto riesgoso, pues cualquiera puede saber de su dolencia mental, sin estimarse si esto
es dañoso, si ya fue informado por su médico o no. Mi crítica
apunta a que se instruya un tratamiento integral con rehabilitación integral laboral, que me atrevo a denominar como un
tipo de Rehabilitación Psiquiátrica, con Trabajo e Inserción Social [RePTIS] en pro de una verdadera y real mejoría, desde el
inicio mismo en que el psiquiatra y la institución toman contacto
con el enfermo. Humildemente, considero que los partidarios de
que se caigan los muros de los hospitales psiquiátricos pertenecen a un apartado singular de científicos que intenta, con tales
propuestas, encantar a un sector de la población sin soluciones
realistas y consistentes. La comunidad, mientras tanto, aprueba
sin mayor interés las iniciativas, pero mira de soslayo el egreso
de psicóticos, ya que no se encuentra pedagógicamente instruida, preparada o incentivada para recibirlos. Observa con recelo,
por sentir que dichas apreciaciones no son del todo sinceras,
que están planteadas con desmesura y carecen de una fórmula
robusta que la sostenga para realizar una reforma en paz, como
corresponde. Mientras tanto, la psiquiatría no arranca.
Lucio Enrique Bellomo
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La deshospitalización judicializada
Como decíamos antes, la Psiquiatría no logra salir de su pasado y avanzar definitivamente hacia el progreso verdadero, como
lo hace cualquier otra especialidad científica y médica. Obsérvese, para ello, las notas periodísticas citadas supra del 19-102001; otra, como la “Tribuna de Salud”, que simplemente reza:
En polémica reciente sobre el modelo de Río Negro, especialistas vinculados a ese programa reconocieron su fracaso: “Las
reformas de ese período (mercantilización del sistema de salud
en la década del ’90) resultaron el campo menos propicio para
el desarrollo de la atención comunitaria en salud mental, que
requiere de políticas sociales universales e inclusivas” (Lic. Alicia
Stolkiner), en respuesta al Dr. Wilbur R Grimson, quien escribió:
“Debimos internar a pacientes psicóticos traídos por el avión de
la Gobernación, en el Borda durante mi gestión como Jefe de
Asistencia Psiquiátrica del Ministerio, para que Río Negro cumpliera con su avance progresista (infosaludpsi@gruposyahoo.
com.ar del 21 y 23/04/08) del mes de mayo, 2008, Vol. 7 –
N.º14 [http://www.tribunadesalud.com.ar/node/221].
Otro testimonio a favor del cierre de los hospitales dice: ...
en defensa del manicomio se argumenta que responde a otras
necesidades sociales: desamparados, vagabundos, los sin techo
ni comida, los “excluidos de la sociedad”. De ser así, podríamos justamente dedicar a ellos las instalaciones, ya que sin ese
contexto vincular es imposible tratar a un paciente mental. Entonces no sería ya un hospital dedicado a la cura y tratamiento
de la enfermedad mental, ya que los usuarios definen la institución. La ruptura del modelo asilar nos conduce a un pensamiento
abierto y participativo de la comunidad. [http://www.pagina12.
com.ar/1999/suple/psico/99-07/99-07]22/psico01.htm].
Y aquí pregunto: ¿La sociedad está preparada, instruida y motivada para recibir en su seno a los enfermos mentales, si éstos
carecen de un estamento rehabilitacional científico donde se los
aloje para continuar con su tratamiento bajo la supervisión del
psiquiatra y del psicólogo? Hay relatos testimoniales que me han
hecho reflexionar más seriamente sobre el tema, como una Carta de Lectores del diario La Nación, publicada el 19 de junio del
2006, redactada por un Juez que, bajo el título de “Demencia y
Locura” dice: Desde remotos tiempos, el trato con la locura fue
muchas veces brutal. Hoy perdura un discurso equívoco que se
agrava al confluir cuestiones de poder. Cuando a la indiferencia
social y al utilitarismo político se une la ignorancia acerca de las
complejidades que presenta la internación del enfermo mental,
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pueden suscitarse situaciones que llevan a la perplejidad. Altos
funcionarios responsabilizan públicamente al poder judicial por
la superpoblación en los establecimientos. No cabe disimular los
errores o fallas propias tras las ajenas, sino aprender aquello
que la realidad enseña. La internación judicial se dispone cuando
la ciencia médica dictamina que el enfermo es “peligroso para
sí o para terceros”. En algunos casos ese estado cesa, pero la
internación continúa y de hecho esos institutos devienen asilos.
Pocos conocen la magnitud del problema que subyace cuando la
propia familia se niega a readmitirlos, es causante de las crisis o
cuando a la enfermedad se unen la vejez, la pobreza y la soledad. Pero no puede ignorarse que, desde hace muchas décadas,
el Estado -sea cual fuere su dirigencia- no es pródigo respecto
de los sectores pasivos, especialmente minusválidos o ancianos.
Las normas tendientes a la “desmanicomialización” operan en la
medida del esfuerzo de quienes tienen un contacto personal con
los afectados. Valga una anécdota: en una de las visitas a internadas en el hospital Esteves, las enfermeras de una sala mostraron las instalaciones de nuevas duchas con el orgullo de quien
muestra su propia casa. Quienes aportan su trabajo alejados de
arrogancias y cálculos políticos, mitigan las carencias de una
situación casi insostenible. Ese espíritu, ajeno a las alocuciones
de ocasión, hace un lugar a la esperanza. (Carta de Lectores- La
Nación 19-6-2006 - Firmada por el Dr. Francisco V. Torija Zane.
Juez del Departamento Judicial. Lomas de Zamora).
Se impone explicar la mecánica burocrática de la judicialización de las internaciones. Si bien se ha hecho más flexible
con los enfermos agudos —el Poder Judicial ha beneficiado en
principio a los enfermos crónicos con la creación de la Casa de
Medio Camino Judicial—, pero la trama en torno al problema de
la cronificación no está solucionada. El Juez y el Curador en lo
Civil deben visitar a los enfermos, al menos una vez por año. Sin
embargo, se produce el incumplimiento de la norma, entre otras
razones, porque los Juzgados y las Curadurías están abarrotados
de trabajo, y no hay tiempo material para concurrir a la visita
anual obligada. Lo tragicómico es que incluso frecuentando a
los pacientes, en especial a los de mayor cronicidad, esta visita
es meramente formal. Pude comprobar fehacientemente esto,
pues cada vez que los magistrados visitaban los hospitales, los
pacientes renovaban sus fantasías de un alta inexistente, o bien
en el otorgamiento de una pensión que jamás llegaba. No existe
ningún avance respecto de determinar jurídicamente si el enfermo está abandonado o no lo está por su familia; dicen que no es
de su competencia y tampoco preguntan si el paciente cumple
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Lucio Enrique Bellomo
alguna tarea de rehabilitación para el logro de una salida futura;
ello pertenece al área médica, no jurídica. Durante los años que
estuve realizando actualizaciones clínicas como psiquiatra forense, en los dos hospitales psiquiátricos, no hallé un solo instrumento judicial a través del cual se pudiera lograr lo mencionado,
a pesar de ponerlo, enfática y específicamente, en el acápite de
las conclusiones periciales. Ahora bien, el juego está abierto, un
juego muy peligroso, infame y abyecto: jugar con la vida de los
minusválidos. Pues, si egresan en las condiciones en que estaban cuando ingresaron, no les queda a los enfermos más remedio que la caridad de la comunidad o la muerte en las calles. Si
quedan dentro, pero sin ciencia rehabilitacional que se ocupe de
ellos, estarán muertos civilmente. Nos preguntamos sin remilgos: ¡¿Hay necesidad de una confrontación como la suscitada
por el tema o sólo es una cuestión de poder, de intereses, o de
rédito político lo que está en juego!? Si el lector repasa bien lo
que hemos analizado en los párrafos anteriores, observará que
los Estados de distintas Naciones —incluso el Estado argentino— no se interesan por la Salud Mental, no elaboran planes
durables, ni siquiera hacen cumplir los que tienen. Todo forma
parte de un como si fuera así..., pero nada es así. Y esto es grave, tanto para la población capacitada como para la población
discapacitada, pues, según estimo, la primera debe tener alguna
responsabilidad para con sus deficitarios físicos y psíquicos. Por
ejemplo, no entendemos el porqué no se continuó la obra de
Cabred, salvo excepciones; tampoco cómo la obra de Carrillo
finalizó y no pudo ser prolongada; por qué el Instituto de Salud
Mental quedó desactivado y sin gestión; por qué los modelos de
las Colonias Roballos, Villa Federal y San Francisco de Asís quedaron paralizados; por qué no existe mayor número de Casas de
Mitad de Camino, sean Judiciales o no; cuál es la razón por la
que no se crean más Centros de Salud Mental teniendo en cuenta un criterio sectorial, dándoles primacía a las áreas de mayor
densidad poblacional nosográfica, con una demanda superior de
consultas, como lo proponía la antigua Liga Argentina de Higiene
Mental. Por qué no existen más hospitales de día y de noche;
o bien, que nos expliquen las razones de la doble situación que
transitan los grandes hospitales psiquiátricos: por un lado, y en
ciertas áreas edilicias, parecen sanatorios de lujo; y en otros aspectos, parecen remedar los Asilos del Gran Encierro. Finalmente, por qué no hay en la República Argentina un mayor número
de pequeños hospitales psiquiátricos intercomunicados por red
informática para establecer el pronto destino rehabilitacional,
en cualquiera de las instituciones, de un internado por disturbios
psíquicos. Los avances tecnológicos lo permiten.
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Pero a ello se agrega que —entiendo que es lo más grave— el
equipo de salud no deriva a los Centros de Rehabilitación o a
Talleres Protegidos; no hacen un diagnóstico de habilidad laboral del paciente; no consultan al enfermo sobre qué le gustaría
aprender en un taller, qué oficio sería factible para desarrollarse
o dónde se sentiría más cómodo para progresar como persona,
etc., etc. En suma, no hay ciencia de la rehabilitación psiquiátrica. Todas estas preguntas pueden fomentar un programa efectivo para incluir a los pacientes en la sociedad. Lamentablemente,
no se toman en cuenta, aunque más no sea, para sacarlo (al
enfermo) de la cama y el mate del hospital, como me decía
una funcionaria entrevistada. Si en el momento actual, hay tan
sólo doscientos treinta internados concurrentes –entre mujeres y hombres que siguen el Plan de Talleres de Rehabilitación-,
cuando las estadísticas señalan que existen miles de enfermos
internados, en riesgo mental y con crisis afectivas, qué solución
hallaremos para esta gente desvalida, una vez que egresen y
quieran tener una vida digna.
Tenemos un panorama similar cuando observamos la familia
del paciente. No existe interés, de parte de quienes deberían
ocuparse de ello, por investigar cómo vive y padece el grupo
familiar del paciente. Tampoco sirven las guías aplicadas. Como
miembro de la Sociedad de Matrimonio y Familia [SAMYF] —fundada por el Prof. Dr. Francisco Abbate en la Asociación Médica
Argentina, y continuada con el liderazgo del Dr. Domagoj Seitz—,
coincidente con sus postulados, sostengo que no es posible aplicar una metodología de tratamiento psicoterapéutico familiar, si
no existe el grupo familiar. ¿De qué estamos hablando entonces, cuando mencionamos familia del psicótico? Quizás, de un
grupo vinculante que defiende algunos intereses afectivos en
juego, pero éstos carecen de la dedicación expresa o implícita
que exige una familia. No está suficientemente estudiado —a mi
juicio— el tema del desinterés de la familia respecto de la madre
que no crió amorosamente a sus hijos por estar enferma durante
la época en que debía ocuparse de su descendencia; el porqué la
progenie se desvinculó, la razón por la cual los lazos de amistad
y de entrega se rompieron, se perdieron en el hogar destruido
[broken-home], sin aparente solución ni ánimo para recomponerlo, después que han pasado tantos años, como se da el caso
en las enfermas crónicas. Tampoco sabemos si la familia recibirá
con agrado al enfermo cuando éste se halle fuera de los muros,
porque hay que tener la paciencia, la experiencia y la capacidad
de soportar el cada día de los enfermos. Valga como ejemplo, las
atroces mañanas de ansiedad y las noches horribles de insomnio
por las que pasa un melancólico, o bien, la irritante inercia voli-
190
Lucio Enrique Bellomo
tiva del esquizofrénico defectual. Recordemos, también, la aparición fulminante del delirio, en los pacientes que sufren alucinaciones persecutorias; los episodios maníacos, junto al abuso de
sustancias, la fugas del hogar de los adolescentes, unido al tedio
paralizante de los borderline; los exabruptos y extravagancias
del esquizofrénico, tomadas como legítimas; las sorprendentes,
desopilantes y peligrosas actitudes de un demente deteriorado,
o la consternación que nos depara un retraso mental profundo,
sin cuidado. Todo esto dicho con cautela —para no angustiar
más al lector— mencionando la manipulación constante de la
que hace uso el psicópata respecto de sus allegados más íntimos, la violencia, el robo o el uso de la droga dentro del hogar.
En fin, en España, un adagio señala que un loco hace mil… y
lamentablemente, es en absoluto cierto.
Recuerdo que en una ocasión, en el San Juan, dimos el alta
a prueba a una paciente, tomando todos los recaudos preventivos, aconsejando al grupo familiar sobre cómo tratarla. Era una
enferma que portaba un delirio crónico irreductible —una parafrenia confabulatoria con períodos de excitación—, que había
mejorado con un tratamiento adecuado. La familia la retiró del
hospital, pero luego la dejó viviendo sola en una quinta a cargo
del casero. Hizo justamente lo que no se le habia aconsejado.
Hasta que un día, por una “casualidad” su hermano olvidó un
arma de fuego dentro de la casa... La enferma la tomó y se
mató, en un raptus impulsivo alucinatorio. También recuerdo
otro caso importante: el de una enferma delirante erotomaníaca
que tuvo la desgracia de que muriese su madre añosa y no le
quedara ningún vínculo que la pudiera externar. Para peor, portaba un proceso de de Clérambault (de Clérambault ,1940), de
larga evolución —una de las locuras que no tiene remedio ni cura
posible— focalizado en una figura importante del medio artístico.
La enfermedad le impedía absolutamente su reinserción social,
ya que la persona amada ilusoriamente quedaba por su exposición mediática en una situación vulnerable, que hacía imposible
el egreso. Finalmente, ésta quedó portando el delirio crónico
internada sin terapia rehabilitacional; la veía el día entero esperando a que su “amado” viniera a rescatarla del hospital, sin
hacer labor ni tarea alguna.
La Ley italiana dice expresamente que los enfermos ya internados gozan del derecho a mantener la obligatoriedad de internación dentro de la misma estructura hospitalaria. Por esto, se
obliga al médico responsable a dar curso al Juez para brindarle
al enfermo, de manera consentida, una estrategia de salida, que
sea la adecuada, pero que no sea expulsiva. Creemos que lo dicho tiene bastante racionalidad. Pero pregunto, con ingenuidad,
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ARGENTINA
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¿no será que en la Argentina estamos haciendo las cosas al revés? Es decir, no sería aconsejable que primero se creara o, en
su caso, se mejorara y reforzaran las redes de contención antedichas de la prevención primaria, secundaria y terciaria, en materia de salud mental, para lograr un egreso exitoso del paciente
en una red social digna, que lanzarlo a la fosa de los leones de
la calle impía..., sin más amparo que el cielo y otro amigo que el
facón —como dice el Martín Fierro—. En otras palabras, expulsar
al enfermo hacia el desarraigo, la falta de familia, la crudeza del
desamparo, la droga, la soledad, el pillaje, el robo, las violaciones a su persona, y en la actualidad —2010— con el crimen sádico, sin consideración alguna por la vida, como lo demuestran los
hechos de sangre cotidianamente repetidos. ¡Qué triste sería
repetir entonces las mismas palabras que dijera Esquirol sobre
los alienados hacinados: ... los he visto sucios, mendicantes, llenos de cadenas y famélicos. O bien, recordar las del Dr. Gonzalo
Bosch, cuando contemplaba el grave y pavoroso estado de los
hospitales. Sería retroceder, sin poder haber hecho nada. Sólo
que los enfermos, en lugar de estar en lugares públicos llamados
asilos, ahora, están libertariamente en la calle, estado condigno
de la más absoluta inequidad social.
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