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Luis S. Vega, Tomás Palomo
Aspectos psicológicos y psiquiátricos
de la vida en la calle
RESUMEN: Analizamos las repercusiones psi­
cológicas y psiquiátricas que puede suponer el
hecho de tener que vivir en la calle, tanto como
factor etiológico, precipitante o descompensato­
rio de determinados síntomas psicopatológicos
o estructuras de personalidad.
PALABRAS CLAVE: Enfermo mental sin
hogar, salud mental, desinstitucionalización,
enfermo mental crónico.
SUMMARY: We analyse the psychological and
psychiatric consequences of homelessness such
as etiological, precipitant or worsening factors
of psychopathological symptomatology or per­
sonality disorders.
KEY WüRDS: Homeless mentally ill, mental
hea1th, desinstitutionalitation, chronic mentally
ill.
«En la primera dominica de Cuaresma del año 1409 de nuestra era estaba convocado para
predicar el sermón del Evangelio en la catedral de Valencia el padre fray Gilabert Jofré, religioso
mercedario conventual de esta ciudad, y al pasar desde su residencia a la metropolitana observó
un grupo de curiosos alrededor de un loco que en su delirio había sido acometido por algunos
desalmados, causándole heridas en la cabeza y varias contusiones. Esta vista horrorizó a aquel
siervo de Dios que iba a predicar a las gentes la caridad evangélica tan recomendada por el
Salvador, Aquel que en un caso semejante había prometido el reino de los cielos a los inocentes y
la bienaventuranza a los limpios de corazón. No bien acabado el panegírico cuando, laceradas sus
entrañas y ardiendo en el amor de caridad, exclamó: -En esta ciudad hay mucha obra pía y de gran
caridad, empero falta una que es muy necesaria: un hospital o casa donde los pobres inocentes y
furiosos fueran acogidos. Porque muchos pobres inocentes van por esta ciudad y sufren de ham­
bre, de frío y de injurias. Y como debido a su inocencia y furor no saben ganar ni pedir lo que han
menester para su sustento y duermen en las calles y mueren de hambre y de frío y además hay
muchas personas sin conciencia y sin Dios que los injurian y maltratan, y allí donde les encuen­
tran dormidos los hieren y matan y abusan de algunas mujeres inocentes. Todo lo cual son cosas
conocidas por todo Valencia»
Padre GlLABERT JOFRE (Valencia, 1409) (1)
En diferentes países de nuestro entorno surge desde mediados de los ochen­
ta -y se mantiene aún- un vivo debate sobre el fenómeno de los homeless. Con
este neologismo se refiere la ya abundante literatura internacional a aquellas per­
sonas que junto a sus carencias más básicas de vivienda y recursos económicos
suelen acumular toda otra serie de penurias (ausencia de red socio-familiar de
apoyo, etc.), motivo por el que van progresivamente -en ocasiones en corto espa­
cio de tiempo- viéndose conducidos a un tipo de vida marginada socialmente y
con patrones de supervivencia característicos (uso de albergues y comedores para
indomiciliados; transeuntismo en busca de alojamiento, trabajo o recursos; vida en
las calles...).
Los estudios epidemiológicos, llevados a cabo en su mayoría en el ámbito
anglosajón (en especial, Estados Unidos e Inglaterra) desde comienzos de los
ochenta, confirman el llamativo incremento cuantitativo de la población sin hogar,
así como la disminución de la edad promedio y la presencia de un creciente porRev. Asoc. Esp. Neuropsiq., vol. XVI, n. Q 57, 1996, pp. 7-20.
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centaje de mujeres y de enfermos mentales graves y/o crónicos entre ellos. En
nuestro medio, dos trabajos epidemiológicos recientes -realizados en Aranjuez (2)
yen Gijón (3)- muestran igualmente la magnitud de la problemática de los enfer­
mos mentales sin hogar.
La mayoría de los autores -incluso aquellos cuyo enfoque no es principal­
mente sociológico, como los informes de la American Psychiatric Associatioll (4,
5)- subrayan para explicar la extensión del problema factores de tipo socio-eco­
nómico y estructural. En tiempos de crisis económica y de transformaciones socia­
les (tendencia al debilitamiento de las redes de soporte y apoyo natural, como la
familia y la comunidad local; emigración por motivos económicos a las grandes
ciudades, etc.), políticas como la Desinstitucionalización Psiquiátrica pueden
hacer más visible para la opinión pública situaciones de marginación en lo que a
los enfermos mentales se refiere. Pero no son estos factores estructurales desde los
que vamos a analizar el fenómeno de los sin hogar en este momento, sino desde el
campo de la Salud Mental.
Muchas son las perspectivas psico(pato)lógicas desde las que podríamos
reflexionar sobre este fenólneno de la carencia de hogar y la indigencia. Hablamos
de una marginación extrema, que no sólo afecta a la vivienda -al «techo» o los
aspectos materiales de la pobreza-, sino que condiciona necesariamente la forma
en que esa persona habrá de afrontar su vida -sin «hogar» y «sin» todo lo que éste
psicológica y vivencialmente supone. Algunas de ellas nos las planteamos en
forma de pregunta:
¿Qué tipo de sociedad favorece la exclusión de personas con determinadas
conductas que, con o más o menos consenso, calificamos de «enfermedad men­
tal?, ¿Cómo, a lo largo de la historia, las distintas sociedades han acogido o recha­
zado a estas personas? Cuál es el coste psico(pato)lógico que puede conllevar el
hecho de tener que vivir en circunstancias de pobreza extrema, aislamiento y mar­
ginación como las que suelen ser habituales entre las personas sin hogar?, ¿puede,
dicha situación puntual o mantenida en el tiempo, originar, precipitar o descom­
pensar determinados síntomas o estructuras psicopatológicos? ¿En qué trastornos
mentales o estructuras de personalidad se han descrito clásicamente conductas
como el vagabundeo, la fuga o la tendencia a la (auto)marginación social? ¿Qué
significación psico(pato)lógica podríamos dar a tales conductas (vagabundeo, ais­
lamiento social...) o trayectorias vitales de descenso social y acercamiento a los
ambientes más marginales de la sociedad que encontramos con mayor frecuencia
en determinados cuadros de la nosología psiquiátrica tradicional? ¿La presencia de
«enfermos mentales en las calles» es un fenómeno observado ya en las etapas his­
tóricas previas a la actual, cuando el Hospital Psiquiátrico tradicional era el cen­
tro -yen ocasiones la única estructura asistencial- de la atención a los enfermos
mentales? ¿Han favorecido las políticas de Desinstitucionalización el incremento
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de personas sin hogar con trastornos psiquiátricos severos y/o crónicos?, ¿de qué
formas se manifiestan actualmente, en el contexto de la Psiquiatría Comunitaria,
las relaciones entre enfermedad mental y marginación? ¿Cómo debería organizar­
se la atención social y sanitaria a las personas sin hogar para que la calidad de vida
de éstos fuera la mejor posible, tanto en los aspectos materiales de la misma como
en los de Salud Mental?
Sobre algunas de estas cuestiones pretendemos reflexionar a continuación.
En un próximo trabajo revisamos los aspectos semiológicos del vagabundeo, la
fuga, el descenso social y otros fenómenos relacionados (6).
1.
Sociedad y marginación de los enfermos mentales
A lo largo de la Historia, las distintas sociedades han tendido de manera más
o menos explícita a excluir de su seno a aquellas personas cuya conducta se aleja­
ba, cuando no contrariaba abierta y violentamente, de la norma establecida. No es
éste el lugar para recorrer con detenimiento los distintos relatos e interpretaciones
históricas que diferentes autores han aportado (7-13). Pero sí nos llama la atención
ahora, al rememorar dichas Historias de la Psiquiatría, cómo a lo largo del tiempo
la sociedad (y, consecuentemente, la Psiquiatría que en ella se desarrolla) se ha
movido cíclicamente entre dos polos: de un lado, el abandono del enfermo mental
a su suerte (suerte que, en general, no parece haber sido tan buena como algunos
pretenden: criminalización del enfermo mental, estigmatización del mismo, recha­
zo activo ya sea a través del encierro o la violencia directa...); el otro polo lo cons­
tituye la asunción de responsabilidades de la propia sociedad en relación al cuida­
do y porvenir de aquellos de sus miembros que sufren trastornos mentales.
En períodos de abandono y marginación extrema del enfermo mental es
cuando han surgido figuras y movimientos que han revolucionado la asistencia
psiquiátrica. El relato de los hechos que llevaron al Padre Jofré, en la Valencia de
1409, a fundar «el primer hospital psiquiátrico del mundo» (1) es bien ilustrativo
a este respecto. Sus palabras, tal vez traducidas al lenguaje técnico actual, podrían
ser suscritos por más de un gestor de servicios de salud mental de una gran ciudad
occidental de los noventa. Siglos después, en los Estados Unidos, Dorotea Dix «se
escandaliza al comprobar dónde y cómo vivían un gran número de los enfermos
mentales del país: en las cárceles, calles y albergues de caridad» (14). De su labor
de denuncia pública de esta situación surgen hospitales psiquiátricos en muchos
estados de la nación, lo que contribuyó a mejorar notablemente la calidad de vida
de estos pacientes y que, en la época, supuso -aparte de otras lecturas como la de
Thomas Szasz- una medida avanzada para el contexto de la sanidad en los Estados
Unidos.
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Pero en otras ocasiones la marginación del enfermo mental no ha sido tan
visible para el ciudadano medio. Tras las puertas de los manicomios, «alimenta­
dos, vestidos y bajo techo»... pero excluidos del resto de la comunidad y enajena­
dos de sus derechos más elementales, existía otro abandono y rechazo del enfer­
mo mental (en especial de aquellos de bajo-estatus socio-económico) también
denunciable. De estas críticas comenzaron a surgir los recientes cambios en la pra­
xis psiquiátrica.
Sin embargo, los acontecimientos desarrollados en los últimos años, parecen
confirmar la ley del péndulo a la que antes hacíamos referencia: «Irónicamente
muchos individuos sin hogar actualmente recorren el país (Estados Unidos) en
busca de asilo y refugio, un hecho que fue el origen de la creación de muchas de
las instituciones de las cuales este mismo tipo de personas han sido "liberadas" (?)
en los últimos años» (15). Castell citando a otro autor, concluye su revisión de la
reciente historia de la psiquiatría americana con las siguientes palabras: «La liber­
tad de estar enfermo, sin ayuda y aislado, no es libertad. Es un regreso a la Edad
Media, cuando los enfermos mentales erraban por las calles y los niños les tiraban
piedras» (14).
Por este motivo, algunos autores han calificado con duros términos la forma
en cómo la desinstitucionalización fue materializada en ciertas áreas. Diversos tra­
bajos de Rojas Marcos (16, 17, 18) vienen analizando en los últimos años los erro­
res y dificultades del proceso desinstitucionalizador americano, alertando sobre
los riesgos de un desarrollo insuficiente y/o inadecuado de los servicios de salud
mental comunitarios.
2.
El estrés de la vida en la calle
Vivir solo en la calle supone en sí mismo una condición altamente estresan­
te para la mayoría de los que llegan a encontrarse en esa situación. Los relatos
autobiográficos de algunas de estas personas, que posteriormente han escrito sobre
sus vidas y descrito desde dentro estos márgenes de la sociedad, son documentos
excepcionales para conocer el día a día del sin hogar. George Orwell en su libro
primerizo, Sin blanca en París y Londres (19), el Diario del ladrón de lean Genet
(20) o algunas obras autobiográficas del premio Nobel Knut Hamsun, como
Hambre (21) u otras, son buenos ejemplos de ello. Los títulos, como vemos, dejan
poco espacio a la visión romántica de la vida en la calle.
Con una reflexión más académica, Goodman et al (22), consideran tres situa­
ciones especialmente difíciles de elaborar en las personas sin hogar: l.º) En pri­
mer lugar, el hecho mismo de llegar a encontrarse sin hogar puede ser en sí mismo
psicopatógeno al haber perdido no sólo la vivienda, sino con frecuencia el marco
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de relaciones sociales estables, el ritmo habitual de vida y, a veces incluso, las
coordenadas de referencia familiares, ya sean estas pérdidas repentinas o progre­
sivas. 2.º) En segundo lugar, la propia vida en las calles y albergues, con lo que
ésta supone de pérdida de seguridad, predictibilidad y control de la situación y de
la propia existencia, puede ser desestabilizadora psicológicamente a más o menos
largo plazo. 3.º) Esta condición de indigencia puede además exacerbar síntomas
de trauma psicológico en personas con historia previa de victimización (abuso físi­
co o sexual) o descompensar estructuras de personalidad o síntomas psicopatoló­
gicos previamente estabilizados. Como señalan Baxter y Hopper (23), «los sínto­
mas de aquellas personas inestables emocionalmente hablando son fácilmente
exacerbados en la calle, a menudo tomando un carácter y severidad que atemori­
za a los mismos sin hogar. Para aquellos con un trastorno psiquiátrico grave el
estrés de la vida en la calle puede llegar a ser agotador y desencadenante de nue­
vas crisis ( ...) Realizar una evaluación clínica psiquiátrica ante una persona sin
hogar con múltiples y extremas carencias de forma precipitada puede llevar a con­
clusiones erróneas».
Milbum y D'Ercole (24), aplicando el modelo transaccional del Estrés, mues­
tran cómo la inestabilidad en la cobertura de las necesidades más básicas (vivien­
da, alimento, protección ... ), la misma pobreza económica, el desempleo laboral y
la victimizacián pueden ser valorados como importantes estresores que, interac­
tuando con las propias características individuales (historia personal, capacidades y
vulnerabilidades...) en un contexto dado (con o sin soporte social y/o familiar), pue­
den llegar o no a desestabilizar emocionalmente a dicha persona. Las personas sin
hogar parecen poco equipadas para afrontar satisfactoriamente los sucesos traumá­
ticos que frecuentemente experimentan (25). Como señalan la mayoría de los auto­
res consultados y, entre nosotros, Mansilla (26), la habitual carencia de una red de
apoyo y soporte social lo suficientemente consistente y extensa como para hacer
frente a dicho estrés diario es uno de los factores determinantes para comprender el
riesgo psicopatológico al que antes hacíamos referencia.
La situación se agrava si quien ha de desenvolverse en estas adversas condi­
ciones es una persona con determinados trastornos mentales severos y/o crónicos.
Segal et al (27) observan cómo los jóvenes enfermos mentales vagabundos no sólo
carecen de lazos sociales en la comunidad sino también incluso dentro de la pro­
pia subcultura marginal. Las otras personas sin hogar (quienes con frecuencia les
etiquetan como «locos»... sin tantas matizaciones nosográficas y temores a la
estigmatización de tal «diagnóstico psiquiátrico» como las que manifestamos los
profesionales de la Salud Mental) simplemente les ignoran, aunque en ocasiones
les manipulan para sus propios intereses o claramente perjudican. Como concluye
Schnabel (28), «ser "paciente psiquiátrico" constituye la categoría inferior en la
jerarquía social de la vida en la calle (oo.) Ellos (los enfermos mentales sin hogar)
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son con frecuencia víctimas fáciles de robar, fáciles de engañar y fáciles de recha­
zar».
Sobrevivir con cierta dignidad en la calle requiere considerables habilidades
en el manejo de las relaciones interpersonales, habilidades de las que suelen care­
cer los enfermos mentales. Su frecuente impredectibilidad, incompetencia para
ciertas tareas complejas, inestabilidad y falta de lógica les hacen con frecuencia
poco fiables como «compañero de viaje» para otros vagabundos o «de habitación»
a la hora de ocupar una casa abandonada. Segal et al (27) relacionan la mayor o
menor integración y aceptación de los enfermos mentales sin hogar en el sub­
mundo marginal con la capacidad de éstos para adaptarse a las normas y valores
en él imperantes.
Estos valores son en ocasiones diametralmente opuestos a los de los profe­
sionales o voluntarios que trabajan con los sin hogar: la vivencia del tiempo, el
valor del dinero, las relaciones personales o la «seguridad» o la «previsión del
futuro», la valoración dada al uso de tóxicos, la prioridad otorgada a los cuidados
de salud o la higiene corporal, etc. Conocer dichas normas de relación y valores
de la vida en la calle nos ayudará a los profesionales a comprender lo inútil de tra­
tar aisladamente un determinado síntoma o conducta (p. ej., el abuso de alcohol,
comerciar o desviar al mercado ilegal los psicofármacos recetados o pretender
conseguir unos hábitos higiénicos que hagan a la persona menos repulsiva por su
aspecto externo).
El abuso de alcohol, por ejemplo, tiene entre algunos sin hogar una funcio­
nalidad propia: «es un método transitorio de entrar en calor en los meses más fríos
del año, una forma para relacionarse socialmente con otras personas y una pecu­
liar manera de acallar ciertos síntomas psiquiátricos en ausencia de medicación»
(28). Diferentes drogas ilegales -marihuana, heroína, fármacos psicotropos...­
cumplen similares objetivos. Por todo ello, la motivación para abandonar el uso de
dichas sustancias con frecuencia es baja y las recaídas habituales.
Sin embargo, los esfuerzos de los enfermos mentales sin hogar por sobrevi­
vir en las calles no son tan caóticos e irracionales como pudieran parecer a dis­
tancia (29). En un estudio realizado a lo largo de un año en albergues de Gijón (3),
también a nosotros nos sorprendió reconocer ciertas capacidades de afrontamien­
to en un significativo número de personas diagnosticadas -según criterios DSM­
IIIR YCIE-IO- de esquizofrenia u otros trastornos mentales severos. Algunas de
estas personas probablemente cumplieran con creces ciertos objetivos que a medio
o largo plazo pretendemos conseguir con otros pacientes esquizofrénicos partici­
pantes en programas de rehabilitación psicosocial (autonomía personal, mínimas
habilidades sociales, actividades ocupacionales, desarrollo de habilidades para
conseguir la cobertura diaria de las necesidades materiales...). De ahí el interés, a
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la hora de planificar los servicios socio-sanitarios de esta población, de considerar
no sólo los datos de prevalencia de trastornos psiquiátricos sino también indica­
dores más individualizados (nivel de funcionamiento social, compensación psico­
patológica o no, factores desestabilizadores como abuso de tóxicos, rechazo de la
medicación u otros).
Martín et al (30) recalcan también la capacidad de adaptación que muestran
muchas de las personas que se encuentran sin hogar, presenten o no un diagnósti­
co ylo antecedentes psiquiátricos, a las difíciles condiciones de la vida en la calle,
ingeniándoselas para alimentarse, dormir, buscar ayuda o relacionarse a pesar de
los hándicaps que aCUlnulan. El éxito al satisfacer sus necesidades más básicas,
incluso entre aquellos enfermos mentales transeúntes que recorren los caminos de
ciudad en ciudad y de albergue en albergue, sugiere un cierto grado de competen­
cia y dominio en relación a las demandas que la vida en la calle y los albergues
conllevan.
Para algunos sin hogar, por otra parte, los cuidados y apoyos fortuitos, irre­
gulares y no programados que reciben de vecinos, comerciantes, viandantes e
incluso profesionales parecen ser mucho más preferibles que aquellos otros que
pudieran recibir en ambientes más organizados (ya sean éstos familiares o institu­
cionales). Esto provoca un refuerzo positivo, intermitente pero muy valioso para
ellos, que es muy difícil interrumpir cuando tratamos de ofrecer una alternativa
residencial o de otro tipo a la vida en la calle (30). El sentido de la autonomía e
independencia personal es, a menudo, una de las pocas fuentes de autoestima que
poseen... aunque a veces mantener esta independencia supone un alto coste para el
individuo (incluso el deterioro de su estado mental) (31).
Los programas asistenciales socio-sanitarios y en especial el acercamiento
clínico deben comprender y tener en cuenta estas reglas del juego de la vida en la
calle. Como señala Martín (30), «no es suficiente ofrecer refugio o cama caliente
a los enfermos mentales sin hogar (tampoco exclusivamente Haloperidol...). Los
sin hogar enfermos mentales aprenden a vivir en la calle y adaptarse a la misma.
Los esfuerzos terapéuticos y rehabilitadores deben comprender, reconocer y valo­
rar dicho proceso adaptativo, las capacidades y recursos personales de estos indi­
viduos y proporcionar servicios que se sustenten y reafirmen la independencia y
creatividad de tales estrategias de supervivencia». Muy útil para aproximarnos a
los valores y las formas de supervivencia en las calles -además del contacto per­
sonal sin prejuicios (lo cual es dificultado seria y tal vez inevitablemente por el rol
profesional)- son los estudios etnográficos del tipo de los de Baxter y Hopper en
Nueva York (23) o Snow y Anderson (32) entre la gente de la calle en Austin,
Texas. En nuestro medio, son interesantes los trabajos de Martín Barroso el al,
(33), Díez Álvarez (34) y Rodríguez Díaz et al (35), entre otros.
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3.
Las estructuras de asistencia psiquiátrica y los enfermos mentales sin hogar
Ya nos hemos referido antes brevemente a lo pendular y ambivalente que ha
sido la relación entre las personas con trastornos mentales graves y la sociedad de
cada momento histórico. También podríamos referirnos ahora a la proporción de
enfermos mentales que, en cualquier estructura asistencial psiquiátrica, rechazan
activamente el tratamiento psiquiátrico convencional: rechazo que incluye desde
aquellas estructuras más limitadas por las funciones custodiales y de control social
hasta otras cuyo acento pretenden situarlo en los aspectos terapéuticos de la rela­
ción... incluso de aquellas propuestas que priorizan el apoyo psicoterapéutico o los
elementos más residenciales o sociales del mismo. El debate sobre la capacitación
de ciertos enfermos que presentan trastornos del juicio de realidad, más o menos
evidentes, para rechazar dicha ayuda o tratamiento y «elegir» vivir marginados y
en la pobreza material extrema, es complejo y aún continúa, como nos demuestran
las aún habituales polémicas sobre los homeles mentally ill en los Estados Unidos
(17, 18).
La problemática de los enfermos mentales sin hogar no surge con la
Desinstitucionalización cuando el hospital centraba la asistencia psiquiátrica, en
un contexto social y cultural también distinto al actual, las denominaciones al uso
de los sin hogar eran otras: clochard, vagabundo alcohólico...). Pero nos interesa
sobremanera cómo se produce, en nuestros días, el llamativo incremento de enfer­
mos mentales sin hogar que lleva a la American Psychiatric Association a hablar
de este fenómeno como «uno de los mayores desafíos para la salud mental comu­
nitaria y para la sociedad en general» (4).
Lamb (36) describe a este respecto «uno de los muchos caminos que pueden
llevar a la situación de carencia de hogar al enfermo mental crónico», partiendo
de la realidad norteamericana de estos últimos años: «El enfermo mental crónico
y grave no es capaz de soportar las tensiones del mundo contemporáneo; por
tanto, son vulnerables al desahucio, en ocasiones a causa de la escasa habilidad
para afrontar relaciones difíciles, o incluso normales, de inquilino-propietario, y
otras a causa de circunstancias en las que ellos juegan un papel importante. Ante
la falta de un adecuado sistema de seguimiento en la comunidad, viven en las
calles y solos. Muchos de ellos, especialmente los jóvenes, tienen una tendencia
a alejarse de sus familias o de las instituciones asistenciales; es posible que estén
intentando huir de la dependencia, y puede que no estén preparados para llegar a
aceptar vivir en ambientes protegidos y sin demasiada presión. Si todavía conser­
van objetivos, pueden encontrar el estilo de vida inactivo demasiado depresivo. O
puede que deseen más libertad para beber o consumir drogas ilegales. Es posible
que algunos consideren el hecho de abandonar su entorno, comparativamente
estático, como una parte necesaria del proceso de realización de sus objetivos,
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pero este cambio trae como consecuencia la carencia de hogar, crisis, descom­
pensaciones y nuevas hospitalizaciones. Una vez los enfermos estén fuera del
hogar familiar, viviendo por su cuenta, será más probable que cesen de tomar su
medicación y posteriormente interrumpen el contacto con la Seguridad Social,
por lo que pierden su derecho a percibir sus prestaciones. Su falta de capacidad
de juicio y el estado de descuido asociado a su enfermedad pueden llevarles a
olvidar la notificación a la Seguridad Social de un cambio de dirección o compa­
recer ante una revisión de su caso. La falta de asistencia médica en las calles y los
efectos del alcohol y otras drogas son complicaciones mucho más serias. Cabe la
posibilidad de que llegado ese momento estén ya demasiado desorganizados para
decidir por ellos mismos abandonar las calles excepto que una conducta exhibi­
cionista, extravagante o agresiva les lleve a ser ingresados en un hospital o pri­
sión)>>.
Otros muchos elementos se han relacionado con el riesgo de que un crecien­
te número de enfermos mentales acaben en la indigencia más extrema: la inade­
cuada continuidad de cuidados tras el alta hospitalaria, el descuido en la coordi­
nación con los servicios sociales para asegurar en la comunidad la cobertura de
necesidades básicas de aquellos enfermos con menor capacidad de autonomía y
autocuidado, la falta de previsión de situaciones concretas como son el falleci­
miento del cuidador familiar natural o la desinstitucionalización de débiles men­
tales ligeros sin familia de acogida al cumplir la mayoría de edad, etc.
En relación a los enfermos mentales sin hogar se ha desarrollado en estos
últimos años, en especial en los Estados Unidos, una amplia literatura sobre los
servicios asistenciales más adecuados para este subgrupo de población, de gran
interés práctico, pero en el que no vamos a profundizar en estas páginas. Algunos
trabajos interesantes en este sentido, además de los análisis y recomendaciones de
los dos grupos de trabajo realizados hasta el momento por la A.PA. (4, 5), son los
de Breakey et al (37), Culhane (38), Fischer y Breakey (39), Dennis et al (40),
Susser et al (41) Yotros. Recientemente se ha publicado algún número monográ­
fico sobre las necesidades asistenciales de los enfermos mentales sin hogar, como
el de mayo de 1993 del Hospital & Community Psychiatry.
Por nuestra parte, del reciente estudio realizado a lo largo de más de un año
con las personas sin hogar en albergues de Gijón (3), así como de la propia expe­
riencia profesional, destacamos varias situaciones de riesgo a tener en cuenta por
los servicios sociales y de salud mental (prevención primaria de la carencia de
hogar de los enfermos mentales):
a) Desinstitucionalización de jóvenes con debilidad mental borderline o
leve, al cumplir el límite de edad que ciertas instituciones de menores marcan para
su función de protección en ausencia de familia (ya sea por inexistencia real de
ésta, por abandono o por otra imposibilidad para su normal acogida).
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Acostumbrados al cuidado y soporte institucional durante años, de pronto desapa­
rece éste y se les fuerza a una vida autónoma e independiente que se les presenta
compleja en una sociedad como la nuestra. Descubrir entonces las ventajas de «ser
paciente psiquiátrico» o «toxicómano, antes que no ser nada, puede suponer el ini­
cio de una carrera en la que en ocasiones el etiquetaje profesional -no sólo psi­
quiátrico- no hará más que oscurecer las necesidades profundas de estos jóvenes.
Durante nuestro estudio escuchamos relatos auténticamente esclarecedores a este
respecto, como el de un joven que al quejarse del hecho de que a un conocido suyo
del albergue y del centro de menores se le hubiera facilitado desde los servicios de
Salud Mental, al alta de su hospitalización psiquiátrica, un trabajo y vivienda pro­
tegida, exclamaba indignado: «¿Yo también tengo que hacerme el loco, como M.,
para que me deis un trabajo?». A las pocas semanas estaba ingresado en la Unidad
de Psiquiatría, remitido por orden judicial desde el albergue. Su diagnóstico al
alta: «trastornos conductuales y abuso de alcohol en débil mental leve. Sin trata­
miento psicofarmacológico al alta» (idéntico diagnóstico y tratamiento al alta que
su conocido).
b) Enfermos mentales crónicos (en especial, esquizofrénicos) que al morir o
faltar su figura de apoyo o cuidador habitual (madre, padre u otro familiar) que­
dan desprotegidos e incapaces de un autocuidado satisfactorio. Algunos de estos
enfermos, en general de más de treinta años de edad, han estado hasta ese momen­
to no sólo atendidos en sus necesidades más básicas, sino también aparentemente
contenidos en su frecuentemente activa sintomatología psicótica, por lo que sus
contactos con los servicios psiquiátricos han podido ser puntuales o escasos. Al
morir el cuidador principal, no fácilmente sustituible por otro familiar debido al
gran sacrificio que tal tarea supone, el problema de la calidad de vida de dicho
enfermo se hace patente. De no asegurarse entonces un soporte social lo suficien­
temente eficaz, el descenso y la marginación social del enfermo es un riesgo habi­
tual, como hemos comprobado en algunos de los casos de nuestro estudio.
c) Sin enlbargo, aun viviendo la familia de origen del enfermo, puede darse
la situación en la que la conducta anormal de éste llegue, en conjunción con las
posibilidades de respuesta y contención de sus parientes, a hacer insostenible la
convivencia familiar, provocando la huida o expulsión del enfermo del hogar y no
siendo raro el inicio de una vida marginal. En nuestro estudio, uno de cada diez se
referían a sus propios trastornos mentales en el origen de su situación sin hogar
actual; en un tanto por ciento desconocido de estos casos la familia rechazaba la
convivencia, e incluso la relación, con el paciente.
d) Atención a la salud física de los enfermos mentales sin hogar (aun no
existiendo barreras administrativas para el acceso gratuito a la atención médica).
Creemos importante asimismo tener presentes los sentimientos, actitudes, crí­
ticas y/o prejuicios de los profesionales sociales y del resto de personas implicadas
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en la atención a las personas sin hogar hacia los servicios psiquiátricos y de salud
mental. Como en otras profesiones o tareas en contacto directo y continuado con
situaciones de marginación extrema, no son inusuales los sentimientos de desmo­
ralización y de desbordamiento entre el staff. Estos sentimientos pueden distorsio­
nar las críticas objetivas que, desde su valiosa experiencia, pueden realizar a la orga­
nización de la asistencia psiquiátrica moderna. Sin una buena relación de coopera­
ción, los trabajadores de salud mental pueden ser vistos como agentes controlado­
res de su trabajo y/o agentes en quienes «depositar» aquellos de sus clientes más
«indeseables». La desconfianza o falta de entendimiento entre los servicios socia­
les especializados y los de salud mental puede bloquear las iniciativas para realizar
un trabajo clínico con ciertos enfermos mentales en los albergues o provocar deri­
vaciones inoportunas o precipitadas a los servicios psiquiátricos, lo que dificultará
enormemente el trabajo terapéutico posterior en la comunidad con esos pacientes.
De ahí la necesidad de cuidar los cauces de comunicación con los servicios socia­
les, tanto a nivel institucional como personal de los profesionales implicados.
Otros autores también han subrayado la necesidad de apoyar expresamente a
los profesionales y voluntarios implicados en al atención a la población sin hogar,
tanto emocionalmente (42) como en su capacidad de comprensión y afrontamien­
to de los problemas psiquiátricos de sus clientes (43).
La aproximación clínica a las peculiaridades del manejo de los homeless
mentally ill realizada por Susser, Goldfinger y White (41) nos parece acertada.
Estos autores sugieren algunos principios generales para el trabajo clínico con los
enfermos mentales sin hogar en diferentes settings, de gran valor práctico.
Finalizaremos este artículo con las recomendaciones realizadas por el primer
grupo de trabajo sobre los enfermos mentales sin hogar patrocinado por la A.RA.
(4). Algunas de estas medidas se encuentran actualmente sometidas a continuos
procesos de evaluación y debate (p. ej., el papel del hospital psiquiátrico, la con­
veniencia de crear servicios específicos para las personas sin hogar o de integrar­
los en los servicios de salud mental generales, las funciones o roles de los dife­
rentes integrantes del equipo de atención socio-sanitario, las necesidades específi­
cas de subgrupos particulares como el de las mujeres sin hogar, etc.).
1. º Cualquier intento de solucionar los problemas de los enfermos mentales
sin hogar debe comenzar con la cobertura de sus necesidades más básicas: comi­
da, alojamiento, vestido adecuado.
2. º Debe establecerse un número suficiente de hogares comunitarios de dife­
rentes niveles, supervisados y bien dotados de personal multiprofesional.
3.º Debe disponerse de servicios psiquiátricos y de rehabilitación psicosocial
adecuados, completos y accesibles.
4.º Es necesario que se disponga de atención y cuidados médicos generales,
dada la mayor morbi-mortalidad de la población sin hogar.
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Luis S. Vega, Tomás Palomo
ORIGINALES Y REVISIONES
5.º También los servicios de atención en crisis deben estar disponibles y
accesibles, tanto para los sin hogar enfermos crónicos como para los enfermos
mentales crónicos en general.
6.º Debe establecerse un sistema de responsabilidades para los enfermos
mentales crónicos que viven en la comunidad, tendiendo hacia el objetivo de que
cada paciente cuente con un «gestor de caso», profesional de la salud mental o
auxiliar que sea responsable de su atención integral.
7.º Para más del 50% de la población de enfermos mentales crónicos que
viven en sus hogares o para los que mantienen una buena relación con sus fami­
liares, se debe disponer de programas y de atención jurídico-administrativa y de
apoyo, con el fin de acrecentar las posibilidades familiares. En cualquier caso, no
debe permitirse que todo el peso de la desinstitucionalización caiga sobre las fami­
lias.
8.º Debe establecerse un sistema de coordinación entre las diferentes fuentes
de recursos financieros y humanos y los organismos que han de hacer uso de ellos,
con el fin de asegurar la continuidad de la atención comunitaria para los enfermos
mentales crónicos en general y aquellos que se encuentran sin hogar en particular.
9. º Debe proporcionarse entrenamiento adecuado en cuidados comunitarios
a un número suficiente de profesionales y auxiliares, haciendo especial hincapié
en la motivación y formación de los médicos psiquiatras, los trabajadores que han
de contactar en las mismas calles con los enfermos mentales sin hogar, los «ges­
tores de caso» (case managers) y otros.
10. 0 Deben suministrarse servicios sociales generales junto a los servicios
sociales especializados (tales como experiencias de socialización y desarrollo de
habilidades sociales para afrontar la vida diaria).
11. o Debe disponerse de asilo permanente para esa pequeña proporción de
enfermos mentales crónicos que no responden a los métodos habituales de trata­
miento y rehabilitación.
12. o Debe incrementarse la investigación, tanto sobre las causas y trata­
miento de la enfermedad mental severa y/o crónica como de la carencia de hogar.
13.º Deben recogerse y analizarse un mayor número de datos epidemiológi­
cos precisos.
14. o Finalmente, hay que hacer desembolsos financieros adicionales para
poner en marcha y mantener establemente soluciones duraderas para los enfermos
mentales crónicos carentes de hogar.
La vida en la calle
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ORIGINALES Y REVISIONES
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* Luis Santiago Vega, Psiquiatra, Servicios Salud Mental, Área 11, Madrid; Tomás Palomo, Jefe
**
de Servicio de Psiquiatría, Hospital «Doce de Octubre», Madrid.
Correspondencia: Dr. L. S. Vega González, CI Virgen del Val, 15, 3.º C. 28027 Madrid.
Fecha de recepción: 7-IV-1995.