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UNIVERSIDAD DE PALERMO Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales Lic. en Psicología “Trabajo Final Integrador” “Frustración y Afrontamiento evitativo en pacientes con Obesidad e Intervencionesutilizadas desde un abordaje Cognitivo-Conductual” Autor: Wanessa Lobos Alister Tutor: Lic.Vanesa Góngora ÍNDICE ÍNDICE........................................................................................................................................1 INTRODUCCIÓN........................................................................................................................3 1.OBJETIVOS.............................................................................................................................3 1.1.ObjetivoGeneral ...................................................................................................................3 1.2.ObjetivosEspecíficos.............................................................................................................3 2.MARCOTEÓRICO ...................................................................................................................4 2.1.Obesidad...............................................................................................................................4 2.1.1. Definición .........................................................................................................................4 2.1.2.Clasificación de Obesidad .................................................................................................6 2.1.3.Origen de laobesidad ........................................................................................................7 2.1.4.La obesidad comopandemia..............................................................................................9 2.2.Distintos modelos para el abordaje de laobesidad............................................................ .10 2.2.1. Modelo Biológico.............................................................................................................10 2.2.1.1. Obesidad como Adicción. ............................................................................................10 2.2.1.2. El mecanismo biológico de la adicción ........................................................................11 2.2.1.3.Personalidad adictiva ...................................................................................................14 2.2.1.4.La salida del círculo adictivo ........................................................................................16 2.2.2. Modelo cognitivo conductual...........................................................................................17 2.2.2.1. Conceptos generales ..................................................................................................17 2.2.2.2. Terapia cognitiva conductual aplicada a la obesidad ..................................................18 2.2.2.3. Método del Centro Terapéutico....................................................................................23 2.3.Características del paciente con obesidad.........................................................................26 2.3.1.Características.psicológicas ...........................................................................................26 2.3.2.Frustración ..............................................................................................................28 2.3.3. Afrontamiento .................................................................................................................30 2.3.3.1. Tipos de afrontamiento ...............................................................................................30 2.3.3.2. Afrontamiento en la obesidad .....................................................................................32 3.METODOLOGÍA.....................................................................................................................34 3.1.TipodeEstudio......................................................................................................................34 3.2.Participantes........................................................................................................................35 3.3.Instrumento.........................................................................................................................35 3.4.Procedimiento ....................................................................................................................35 4.DESARROLLO......................................................................................................................35 4.1.Desarrollo del Caso Clínico................................................................................................35 4.1.1.Presentación del grupo...................................................................................................35 4.1.2.Frustración.e Intervenciones ..........................................................................................36 4.1.3. Afrontamiento evitativo e Intervenciones .......................................................................43 5.CONCLUSIÓN ......................................................................................................................51 6.BIBLIOGRAFÍA......................................................................................................................55 INTRODUCCIÓN El presente Trabajo Final de Integración, tiene como objetivo la descripción y el análisis del caso de los pacientes con obesidad del “Grupo de Descenso” del Centro Terapéutico. Esta institución brinda tratamientos psicológicos de la Obesidad mediante la aplicación de un método propio, que se basa en el abordaje cognitivo conductual de las adicciones. El método del C.T. se basa en los conceptos de corte, medida, y distancia. El primero de ellos hace referencia a la necesidad de introducir un corte con el patrón de conductas alimentarias del paciente. La medida implica la reducción del consumo de calorías a un nivel mínimo que permita la eliminación del sobrepeso a través de un desequilibrio de signo inverso al que trae el paciente (mayor ingesta que consumo de calorías), hasta llegar al peso deseado o considerado saludable. Finalmente, la distancia refiere simultáneamente a la separación entre las comidas y la que debe existir entre la persona adicta y el objeto de su adicción: la comida. Durante la residencia en la institución se realizaron actividades de Observación no participativa de los grupos de pacientes con Obesidad. Se participó, además, de Jornadas diarias con temas específicos de la Institución relacionados con el tema en cuestión, con el objetivo de reforzar el procedimiento a trabajar. Se describe a continuación las situaciones de frustración y la utilización del Afrontamiento evitativo en los pacientes del grupo, y la intervención que se lleva a cabo por los profesionales de la institución. 1. OBJETIVOS 1.1. Objetivo General Describir las situaciones de frustración, la utilización del afrontamiento evitativo en los pacientes con Obesidad del “Grupo de Descenso” del C.T. y las intervenciones que realizan los terapeutas frente a esto. 1.2. Objetivos Específicos 1.-Describir las situaciones de frustración que manifiestan los pacientes con Obesidad, del “Grupo de Descenso” del C.T. 2.-Describir la utilización del afrontamiento evitativo de los pacientes del “Grupo de Descenso” del C.T. 3.-Describir como intervienen los terapeutas ante la baja tolerancia a la frustración y el afrontamiento evitativo que se manifiesta en los pacientes del “Grupo de Descenso” del C.T. 2. MARCO TEÓRICO 2.1. Obesidad 2.1.1. Definición Desde el punto de vista de la Salud Mental, la obesidad no se encuentra clasificada como un trastorno psíquico en el Manual de Diagnostico y Estadístico de los Trastornos Mentales en su cuarta edición (DSM IV), a diferencia de lo que sucede en la décima edición de Clasificación Internacional de Enfermedades de la OMS. En esta obra, en el capítulo que trata sobre Enfermedades Mentales y del Comportamiento, se incluye la descripción del cuadro de Hiperfagia en otras alteraciones psicológicas donde es incluida la Ingesta excesiva como reacción a acontecimientos estresantes y que da lugar a la Obesidad. En este sentido, Cormillot (2008) también reconoce el papel de situaciones de la vida de las personas como elementos desencadenantes de la obesidad, en tanto tienen que ver con la generación de situaciones estresantes. En términos concretos, se caracteriza a la obesidad como el resultado del desequilibrio en el balance entre las calorías ingeridas y las utilizadas en la actividad. La sociedad actual, que ha reducido considerablemente el espacio para el desarrollo de las capacidades físicas en las actividades cotidianas, ofrece pocas oportunidades para la utilización de la energía provista por los alimentos. Por otra parte, los cambios económicos, sociales y culturales han llevado a un mayor consumo de carbohidratos en diversas formas. El desequilibrio resultante deriva en un aumento de peso, situación que luego tiende a volverse crónica y a presentar recaídas en aquellos que realizan intentos de superarla. Desde esta perspectiva, el tratamiento de este problema debe centrarse en los aspectos psicológicos, ya que lo que se procura es un cambio de la conducta de la persona para eliminar aquellas que llevan al mantenimiento de la obesidad y desarrollar nuevas conductas saludables. Como ocurre con la mayoría de las adicciones, es recuperable únicamente a través del contacto con la gente (Zukerfeld, 1979). Un problema para el diagnóstico de la obesidad es precisamente determinar cuándo el paciente tiene sobrepeso y en qué grado. El método más ampliamente utilizado es la medición del Índice de Masa Corporal (IMC), que es una fórmula de sencilla aplicación, considerada hasta el momento la medida más útil del sobrepeso porque sirve para adultos de todas las edades y ambos sexos. El IMC de una persona se calcula por su peso en kilogramos dividido por el cuadrado de la talla en metros (kg/m2). La Organización Mundial de la Salud define el sobrepeso como un IMC igual o superior a 25, y la obesidad como un IMC igual o superior a 30 (OMS, 2015). Otra forma de clasificación más detallada de la obesidad en base a los datos antropométrico, señala que un IMC de 25 a 29 indica Sobrepeso; un IMC de 30 a 34 indica Obesidad tipo I; un IMC de 35 a 39 indica Obesidad tipo II; y un índice mayor a 40 representa la presencia de Obesidad tipo III o mórbida. En este último caso, de mayor gravedad, existe riesgo de vida (OMS, 2007). Si bien estos valores sirven de referencia para las evaluaciones de los casos individuales, existen pruebas de que el riesgo de enfermedades crónicas asociadas a la obesidad, como la diabetes o enfermedades cardíacas, aumenta progresivamente a partir de un IMC de 21. También aumenta el riesgo de morir tempranamente (Ravenna, 2006; Harvard, 2012). En algunos países se ha relativizado la validez de este método en consideración de las diferencias de estatura y contextura de ciertas poblaciones (Braguinsky, 2002). Aún así sigue siendo utilizado por la dificultad para hallar un método más objetivo, que mida exclusivamente la grasa corporal. La bioimpedancia, una técnica disponible para el análisis en consultorio, es posible lograr una estimación objetiva, independiente del observador. En este sentido resultaría una técnica que puede cubrir los criterios de ser simple, rápida y libre de la variabilidad introducida por el operador, aunque a nivel individual no tiene una precisión absoluta, y es cuestionada por algunos antropometristas (Braguinsky, 2004). Desde una simple condición, a una enfermedad preocupante, el exceso de peso debido al aumento de la grasa corporal presenta una clasificación compleja en la mayoría de los casos, siendo más claramente encuadrado dentro de la enfermedad cuando se encuentra asociado a distintas comorbilidades, tales como la hipertensión y la diabetes (Braguinsky, 2004). 2.1.2. Clasificación de Obesidad Existen distintos criterios de clasificación, sea según su etiología, morfología del tejido adiposo, movilidad y distribución de la grasa, (Ravenna, 2006), a continuación veremos la aplicación de algunos de ellos. Según la morfología del tejido adiposo o Obesidad hiperplásica: Característica en los casos de obesidad infantil, en ella se produce un aumento del número de células adiposas (adipositos), al mismo tiempo que un acrecentamiento en el tamaño de dichas células. Un niño obeso tendrá mayor predisposición a convertirse en un adulto obeso. o Obesidad hipertrófica: Es una forma característica de los adultos, y se genera por un aumento del volumen de los adipositos, y no por un aumento del número de ellos. o Obesidad mixta: Es la que aparece cuando se da una asociación de obesidad hipertrófica e hiperplásica. Según la movilidad o Obesidad Dinámica: Se trata de una obesidad en formación, en la que la respuesta del tejido adiposo a una dieta restrictiva produce una fácil movilización de grasa y disminución de peso. Se produce por un aumento de la ingesta o una disminución de la actividad física. o Obesidad Estática: Corresponde a una etapa más avanzada de la enfermedad. En este caso resulta mucho más difícil eliminar la grasa del tejido adiposo al hacer dieta. Se caracteriza por un bajo metabolismo que lleva a un bajo requerimiento energético. Según la distribución de la grasa corporal o Obesidad Androide o central: Se caracteriza por una acumulación de la grasa en el torso y el abdomen (de allí su definición como tipo manzana). Es un tipo de obesidad que aumenta los riesgos médicos asociados a enfermedades como la hipertensión y la diabetes. Es más común en hombres que en mujeres, aunque la padecen también mujeres posmenopáusicas. Para su diagnóstico es fundamental controlar la medida de la cintura: el límite aconsejable para el hombre es de 95 cm y para la mujer de 85 cm. o Obesidad Ginoide o periférica: La grasa se concentra principalmente en las caderas y en los muslos. Se la suele denominar tipo pera, por la forma que adquiere el cuerpo, en comparación con el tipo anterior. La obesidad ginoide se relaciona principalmente con problemas de circulación en las extremidades inferiores (varices) y con artrosis de rodilla (genoartrosis). Es característica de la mujer y se considera algo menos peligroso que la obesidad tipo manzana. o Obesidad de distribución homogénea: En este caso el exceso de grasa no predomina en ninguna zona del cuerpo sino que se distribuye en distintas partes. 2.1.3. Origen de la obesidad Para avanzar en el desarrollo de tratamientos eficaces es necesario ir más allá de la caracterización tan acotada de la obesidad como exceso de grasa corporal resultante del desequilibrio entre ingesta y utilización. En este sentido, Kaplan (2009) considera a la obesidad como una enfermedad compleja, resultado de la combinación de factores genéticos, con factores sociales como la mayor disponibilidad de alimentos con alto contenido calórico y la reducción de la actividad física referida anteriormente. Actualmente, la obesidad es considerada una enfermedad crónica, multifactorial y compleja donde su fisiopatología, hasta ahora, no ha sido completamente comprendida dado que la experiencia del obeso solo es aprensible a partir de la conducta objetivada (Zukerfeld, 1990). En la compleja etiología de la obesidad intervienen entonces factores biológicos, ambientales, culturales y psicológicos (Kaplan, 2009). En cuanto a los factores biológicos, la hipótesis del gen ahorrador, o genotipo ahorrativo, implica la predisposición a través de la acción del genoma humano para almacenar en el cuerpo reservas energéticas para ser utilizadas en situaciones en las cuales no sea posible incorporar lo necesario para la actividad (Braguinsky, 2004). Los determinantes genéticos del grado de adiposidad y la distribución de grasa corporal se han demostrado en estudios con gemelos idénticos y estudios de adopción, encontrándose una heredabilidad de entre el 60 y el 90% (Alvarenga, 2004). Esta teoría representaría simplemente la determinación de un factor asociado con la obesidad, una tendencia inscripta en los genes del hombre que, combinada con los factores ambientales y culturales derivaría en la obesidad. Como factor biológico no es suficiente para explicar la complejidad de la respuesta humana a las situaciones que la vida actual plantea. Una teoría de menor difusión, la programación in utero, identifica otro factor biológico. Esta teoría, opuesta a la teoría genética del gen ahorrador, sostiene que la programación in útero es el factor que explica la mayor parte de la variación en el metabolismo. El bajo peso al nacer sería la causa de una modificación de la programación celular en cuanto al gasto energético, y de esta manera influiría en la aparición de obesidad, diabetes y otras enfermedades similares (Alvarenga, 2004). No podemos dejar de considerar los factores ambientales relacionados con la aparición de la obesidad. Los cambios en la producción de alimentos y en las pautas culturales de consumo han determinado que la ingesta de más de 2,000 Kcal al día, dejara de ser una excepción para convertirse en la regla en la edad adulta en la mayor parte de las sociedades, incluyendo a los países subdesarrollados (Ravenna, 2006). Como aspecto específico del ambiente en el que actualmente se desarrolla la vida humana, el sociocultural es uno en el que se pone en juego otro de los factores importantes para la explicación de la obesidad: el alto consumo de alimentos calóricos. En las últimas décadas ha habido un aumento en la disponibilidad de alimentos con alto contenido de grasa y carbohidratos, como consecuencia del auge de la comida rápida, comida chatarra, y productos elaborados industrialmente casi listos para ser ingeridos, asociado con el ritmo de actividad de las sociedades industriales actuales. Como parte de ese auge, el hecho de que los alimentos con alto contenido de grasa y carbohidratos sean más económicos y accesibles que los que representan alternativas más saludables (Alvarenga, 2004). Ravenna (2006) señala que los medios masivos de comunicación cumplen un papel fundamental en la difusión de ciertas conductas alimentarias, enmarcado en un modelo social que incita al consumo como expresión del éxito. Esto forma parte de lo que el autor llama entorno tóxico, y que explica en gran parte la extensión de la obesidad. En un sentido muy similar, Cormillot (2008) caracteriza el medio ambiente tóxico impuesto por la sociedad actual a partir de la gran disponibilidad de alimentos de alto contenido calórico promocionada ampliamente a través de la publicidad, en conjunción con la difusión de formas de trabajo que requieren escasa actividad física, medios de transporte que reducen la actividad empleada en el desplazamientos y de consumos culturales del tiempo libre como la televisión y la utilización de computadoras hogareñas que aumentan el sedentarismo. 2.1.4. La obesidad como pandemia Según la Organización Mundial de la Salud, el sobrepeso se ha convertido en uno de los grandes problemas de salud a nivel mundial, siendo el sexto factor de riesgo más importante que contribuye a la carga total de enfermedad en todo el mundo. Actualmente, un billón de adultos y el 10% de la población infantil, son clasificados como pacientes con sobrepeso o gordos. Así, la OMS ha declarado a la obesidad como una pandemia, y las proyecciones acerca de la evolución futura resultan alarmantes, ya que se estima que para este año, 2015, habrá aproximadamente 2300 millones de adultos con sobrepeso y más de 700 millones con obesidad (OMS, 2007). Con una línea de tendencia como ésta, la organización considera que para mitad del siglo casi la mitad de la población mundial tendrá al menos sobrepeso. Las estadísticas de la prevalencia de la obesidad en la Argentina muestran que la obesidad ha aumentado en los últimos años: desde los años 70 hasta la actualidad, el porcentaje de adultos obesos y con sobrepeso en el país ha pasado del 12% al 48%. y muestra una tendencia a seguir creciendo (Ravenna, 2006). Esta situación derivó en la promulgación en el año 2009 de una ley que define a la obesidad como una enfermedad. En consecuencia, su tratamiento queda incluido dentro del Programa Médico Obligatorio y las entidades de salud, prepagas y obras sociales deben crear servicios para brindar prestaciones específicas a sus asociados que padezcan la enfermedad (DrCormillot, 2009). 2.2. Distintos modelos para el abordaje de la obesidad 2.2.1. Modelo Biológico 2.2.1.1. Obesidad como Adicción. Ravenna (2006) y Wurtman (2007), entre otros autores, reconocen la importancia de los mecanismos neurobiológicos en la aparición y persistencia de la obesidad, y la forma en que ellos actúan en esta enfermedad de manera similar a la que se da en los casos de adicción a las drogas. De esta manera la obesidad puede ser abordada de forma similar a lo que ocurre con los casos de adicciones, buscando métodos que permitan al enfermo abandonar las conductas adictivas. Zukerfeld (1979) define como conductas adictivas en el marco de la obesidad a aquellos comportamientos característicos que expresan la existencia de una relación de dependencia frente a la comida y, en especial, con respecto a determinados tipos de alimentos. Dentro de las conductas adictivas diferencia entre conductas impulsivas, compulsivas, y reparadoras: Las conductas impulsivas son aquellas que responden a una presión interna bajo la forma de un deseo irrefrenable de la sustancia objeto de la adicción. Se trata de conductas caracterizadas por la urgencia, la imposibilidad de resistencia y la falta de límites. Las conductas compulsivas se dan cuando la persona quiere dejar de comer de la manera en que lo hace, pero no puede lograrlo. Se ha desarrollado en estos casos un mecanismo por el cual aquel impulso irrefrenable característico de las conductas impulsivas se evidencia como tal, y la persona se debate en una lucha interna con la intención de resistirlo, pero sin éxito. Cuando aparecen este tipo de conductas el placer obtenido a través de la comida retrocede, y deja su lugar a una sensación de vacío y sufrimiento psíquico, como resultado de la culpa y la desvalorización. Finalmente, las conductas reparadoras son las que tienen que ver con la abstinencia, que si es enmarcada en un tratamiento adecuado permite lograr éxitos parciales, y con la sobriedad, que expresa la superación de la adicción a través del desarrollo de nuevas pautas para la relación con la comida, caracterizadas por el autocontrol. Teniendo en cuenta lo anterior, el obeso, como adicto, puede ser definido como una persona que se ha rendido, que ha sucumbido ante el impulso desarrollando conductas compulsivas de manera que no puede abandonar su consumo aún cuando resulta nocivo para su salud (Ravenna, 2006). El punto en común entre los distintos tipos de adicciones es, según Ravenna (2006), la fuga de una realidad dolorosa y estresante, a través de la búsqueda de un placer inmediato. Los momentos de placer inmediato logrado al comer forman una cadena a través de la cual se llega a la obesidad. En este sentido, la obesidad no es un síntoma aislado o el resultado de un desborde físico momentáneo, sino que es la consecuencia de una conducta sostenida en el tiempo, y ligada con la falta de control, de límites, con la dependencia y también con el autoengaño, con la negación. Esta caracterización de la obesidad como adicción, no implica extenderla a todas las personas que tienen problemas de peso. La adicción se hace evidente cuando alguien que tiene problemas de peso intenta modificar su conducta y encuentra que no puede hacerlo, es decir, en términos de Zukerfeld (1979) cuando ha desarrollado conductas compulsivas. Aquí es donde aparece la frustración, que es en sí misma un indicador de adicción cuando se produce fácilmente ante los primeros intentos por modificar las conductas nocivas. 2.2.1.2. El mecanismo biológico de la adicción Ravenna (2006) señala que las conductas compulsivas tienen un costado real (entendiendo esta definición como algo objetivo, en oposición a la predisposición subjetiva) que es la sensación de necesidad imperiosa que se da cuando el cuerpo del obeso percibe una carencia de glucosa en su organismo. Esto se asocia con lo establecido por Wurtman (2007) en cuanto al mecanismo adictivo en torno de los carbohidratos. Los carbohidratos son una amplia gama de compuestos orgánicos (azúcares, almidones, celulosas y gomas) que se generan como producto de la fotosíntesis y contienen en cantidades similares tanto carbono, hidrógeno y oxígeno. Su principal función es suministrarle energía al cuerpo y muy especialmente al cerebro y al sistema nervioso central (SNC) a través de la glucosa (producto de la descomposición que hace el cuerpo de los azúcares y almidones). Los carbohidratos pueden dividirse en tres tipos: a) los carbohidratos complejos. Estos son una buena fuente de minerales, vitaminas y fibras. Pueden encontrarse en los cereales, harinas vegetales, legumbres, arroz y pastas; b) los carbohidratos simples. Estos también contienen vitaminas y minerales y se encuentran en las frutas, la leche y derivados y en las verduras; y c) los carbohidratos simples refinados (CSR), los cuales carecen por completo de minerales, vitaminas o fibras y solo suministran calorías. Se encuentran en los dulces, el azúcar refinada (o de mesa), los jarabes (sin incluir los naturales), las bebidas carbonatadas y las harinas muy refinadas. Es en este último grupo de carbohidratos donde las investigaciones han encontrado un efecto psicoactivo. La teoría de que los carbohidratos refinados son adictivos fue propuesta por primera vez en los años 70 por investigadores del Departamento de Neurociencias del MIT (Wurtman, 2007). Ellos notaron que el consumo de algunos carbohidratos estaba regulado de manera independiente al consumo de calorías realizado por el cuerpo de las personas. En una investigación con mujeres que sufrían del Trastorno Disfórico Premenstrual (TDP), detectaron que las mismas comían compulsivamente chocolates y otros productos con azúcar y CSR. Según estos investigadores la propiedad distintiva que convierte en adictivos a los CSR esta en su efecto sobre la neurotransmisión y específicamente sobre la serotonina y su precursor, el triptofano. El mecanismo adictivo es el siguiente: Cuando una persona consume carbohidratos se estimula la secreción de insulina lo cual promueve la captura por parte de los músculos de la mayoría de los aminoácidos, excepto del triptofano. De esta manera se produce un aumento de la proporción de triptofano en sangre. En su paso por el cerebro, la sangre con una mayor presencia relativa de este precursor determina un aumento de la secreción de serotonina. El efecto inmediato de este aumento en la secreción de serotonina es una sensación placentera de euforia, aunque sin llegar al grado producido por otras sustancias psicoactivas. Pero la respuesta del organismo a este aumento de la serotonina es la disminución de su producción interna y la de la sensibilidad de los receptores específicos post-sinápticos. De esta manera se desarrolla un cuadro de tolerancia que determina que para lograr el mismo efecto placentero obtenido se hace necesaria una mayor cantidad de CSR (Wurtman, 2007). Para comprender este mecanismo es necesario conocer el papel que algunos de los neurotransmisores cumplen en la regulación del cuerpo humano. Los neurotransmisores relacionados con la obesidad son (Ravenna, 2006): La dopamina: asociada con los mecanismos de recompensa en el cerebro y con la energía. Distintas sustancias, entre las cuales se encuentran las harinas y CSR, aumentan la producción de este neurotransmisor generando un momento fugaz de euforia y sensación de energía. La serotonina: asociada con la calma, la sensación de alivio y la serenidad, produce un aumento en el deseo de ingerir CSR cuando se encuentra en niveles bajos. Ácido Gamma Amino Butírico (GABA), asociado con el control de los estímulos excitantes que llevan a la ansiedad, que cuando presenta un déficit, como en el caso de los obesos, genera una ansiedad y voracidad, orientada especialmente hacia el consumo de CSR. La relación entre los CSR y los neurotransmisores mencionados permite abordar a la obesidad como un trastorno relacionado con el consumo de sustancias, ya que las situaciones que disparan el consumo son similares a las que llevan al consumo de drogas u otras sustancias, y las condiciones que lo mantienen tienen elementos en común con estos trastornos. En ambos casos, se da una búsqueda desesperada de la sustancia, en el caso de la obesidad de alimentos con CSR, apareciendo sentimientos de culpa una vez pasado el efecto placentero momentáneo. En cuanto al tratamiento de la obesidad, la consecuencia más importante de la adicción a los CSR es el abandono del mismo como resultado del malestar que genera la abstinencia de este tipo de alimentos. Por esto es importante el apoyo psicológico que recibe la persona en tratamiento, que incorpora elementos y técnicas de eficacia comprobada en el tratamiento de la adicción al alcohol y a sustancias psicoactivas (Ravenna, 2006). Una cuestión a destacar, es que incluso aquellas adicciones que no tienen una sustancia por objeto, es decir que son adicciones psicológicas o de conducta, implican un cambio en la química cerebral del adicto. Cuanto más se repite una sensación placentera el cerebro se acostumbra a ella y busca la repetición de la experiencia. Cabe señalar aquí la diferenciación que Ravenna (2006) establece entre la adicción a la comida, en el caso específico al que nos referimos a alimentos con CSR, y la adicción a comer entendido como conducta que genera estos cambios químicos en el cerebro con su efecto en el sistema de recompensa iniciando un circulo adictivo en el cual la persona busca repetir la experiencia placentera que el acto de comer le produce. En algunas ocasiones lo que comienza a través de una conducta de este tipo puede derivar en una adicción a los CSR cuando el cuerpo se acostumbra al nuevo estado bioquímico y aparece la necesidad de consumir la sustancia que permite mantener el efecto. El aumento de la producción de dopamina, por ejemplo, que es un neurotransmisor euforizante, hace que el cerebro sufra una carencia de la misma cuando el nivel baja. De esta manera una conducta que produce bienestar despierta una fuerte tendencia a reproducirse y cuando el deseo y la exposición son constantes, estamos frente a una adicción. En palabras de Ravenna (2006): “Hay estudios que demuestran que determinados comportamientos afectan la química del cerebro del mismo modo que la dependencia a una sustancia, es decir que desde una cierta conducta con motivación psico-social (y con características precisas) se puede producir una alteración de la química de su cerebro del mismo modo que se produce en las adicciones clásicas. “ (p. 45). 2.2.1.3. Personalidad adictiva Ravenna (2006) caracteriza al ser adicto como un estado, diferenciándolo del ser. Esto implica que no se es adicto en términos esenciales, sino que es un estado de enfermedad, enfermedad social además, que se padece en tanto lleva al sufrimiento. Es una enfermedad social porque no responde exclusivamente a cuestiones individuales, psicológicas o genéticas de la persona que la padece, sino que existe un sistema de creencias, una cultura, que contribuye a la adicción: esta cultura se caracteriza por la quietud, el estrés, el consumo como forma del éxito y la inmediatez como demanda general (Ravenna, 2006). La personalidad adictiva es aquella que no solo tiene necesidades físico-químicas del tipo de las descritas en los párrafos anteriores, sino que también existe una conexión entre un estado emocional particular relacionado con factores químicos y los sentimientos y las necesidades biológicas de cada individuo. Entre las características propias de la personalidad adictiva se encuentran la evasión, la baja autoestima, el vacío interior, la falta de límites, el descuido, la culpa, la negación y la frustración, entre otras (Ravenna, 2006). Estas características que configuran una personalidad adictiva están detrás de la adicción que lleva a la obesidad, en tanto son la base de la patología vincular que representa. El problema no está en la cosa o sustancia, incluso cuando se habla de carbohidratos, sino en la relación con esa cosa. El problema a resolver para superar la adicción no está en la comida, sino en las conductas que llevan al adicto a transformar la comida en un objeto que lo domina (Ravenna, 2006). El vacío interior, la necesidad de evasión, el temor, llevan a la aparición de un proceso de compensación por el cual se busca en el vínculo adictivo una satisfacción inmediata. La salida al malestar vivido se encuentra en saturarse de lo que es fácil obtener a cambio de otras ,cosas que no se pueden lograr porque representan un esfuerzo. Para Ravenna (2006) las conductas de adicción, como compensación, son la respuesta al malestar o el estrés en la vida cotidiana. En el caso de la adicción a comer o la adicción a ciertos alimentos, que son las formas relacionadas con la obesidad, hay distintos grados. Cuando la adicción lleva a la gordura adquiere gravedad clínica, y es aquí cuando habitualmente se convierte en un problema visible e ineludible. Pero si no desemboca en la gordura puede tener gravedad psicológica, que se expresa en un querer y no poder (Ravenna, 2006). Pero la adicción no es una cuestión de todo o nada, hay un desarrollo paulatino de conductas que trazan el camino hacia la adicción. “De una costumbre se hace un hábito, de un hábito se hace una dependencia y, finalmente, de una dependencia se hace una adicción” (Ravenna, 2006, p. 57). En el caso de las adicciones de ingesta, como la adicción a ciertos alimentos, el problema se divide entre el objeto y el vínculo. Los procesos psíquicos generan conductas que implican el consumo de sustancias que, a su vez, generan un proceso químico que establece las bases de la dependencia física a la sustancia. En síntesis, los desequilibrios en la producción de estos neurotransmisores, unidos a factores relacionados con la personalidad, el modo de vida, y la herencia genética, producen una conducta adictiva que refleja un desequilibrio bioquímico persistente (Ravenna, 2006). 2.2.1.4. La salida del círculo adictivo Para abandonar el círculo de la adicción resulta fundamental el momento del sinceramiento, y los principales obstáculos para ello son la negación y el autoengaño, elementos que están presentes en la personalidad adictiva. Cambiar el vínculo patológico que el adicto tiene con alguna cosa, para construir una nueva relación, implica la necesidad de sostener el no a esa búsqueda de satisfacción inmediata y tolerar la frustración (Ravenna, 2006). La tolerancia a la frustración es uno de los puntos de partida para ponerle un freno al proceso adictivo. Consiste en asumir que no siempre se puede estar bien, que no es obligación pasarla bien todo el tiempo. Para desarrollar la tolerancia a la frustración es necesario trabajar en la aceptación de los malos momentos y resolverlos, en lugar de evitarlos a través de la salida compulsiva. Una vez detectado el punto vulnerable del paciente, es necesario atenderlo y no cuestionarlo. Esto implica recurrir a las técnicas conductuales y cognitivas disponibles para que el paciente pueda superar esa situación de la cual quiere y no puede alejarse. Esa atención debe extenderse en el tiempo, dado el carácter estructural de la adicción; el adicto siempre está en recuperación: “(…) con entrenamiento personal y grupal, la afección puede pasar a formar parte de la vida de mi vida desde una re-vinculación saludable, no desde el padecimiento culpable” (Ravenna, 2006, p. 82). Siguiendo al autor, nuestras defensas nos aíslan de la mentira vital que constituye el núcleo de nuestros problemas. Si no comprendemos estamos condenados a repetir nuestros errores, a caer en esa extraña pero común compulsión a la repetición, también llamada desde la psicología ley de la frecuencia, la cual designa la tendencia a la repetición de determinadas experiencias sin que interese que los efectos de las mismas sean favorables o nocivos. 2.2.2. Modelo cognitivo conductual 2.2.2.1. Conceptos generales La terapia Cognitiva Conductual se define como la praxis psicoterapéutica estructurada, activa, directiva, orientada a metas, limitada en el tiempo y de base empírica con aproximación pragmática enfocada a la resolución de problemas a fin de proporcionar un tratamiento para trastornos psiquiátricos (Levy & Baringoltz, 2008). La terapia Cognitiva Conductual se sirve de una amplia variedad de estrategias cognitivas y conductuales. El objetivo de las técnicas cognitivas es delimitar y poner a prueba ciertas creencias disfuncionales y desadaptativas específicas del paciente; y las técnicas conductuales se emplean no sólo para modificar las conductas, sino también para elicitar las cogniciones asociadas a las conductas específicas (Nezu, Maguth & Lombardo, 2006). Una de las principales tareas del terapeuta cognitivo-conductual es realizar una formulación de caso. La formulación de caso puede considerarse como un conjunto de hipótesis respecto de las variables que operan como causas, detonadores o factores que mantienen los problemas emocionales, psicológicos, interpersonales y conductuales del paciente (Kendall, 2009). Durante este proceso, puede decirse que el terapeuta comienza a desmenuzar la historia vital del paciente, la cual ofrece una descripción de los diversos factores de la vida del sujeto respecto tanto del surgimiento como del mantenimiento de sus problemas. Dicho emprendimiento, abarca una propuesta concreta en la que el terapeuta puede valerse de técnicas de exploración y evaluación e instrumentos diagnósticos con el objetivo de comprender con detalle los problemas que presenta el paciente, identificar las variables que se relacionan de manera funcional con estas dificultades y diseñar objetivos y metas de tratamiento (Kendall, 2009). El modelo cognitivo plantea la hipótesis de que las percepciones de los eventos influyen sobre las emociones y los comportamientos de las personas. Los sentimientos no están determinados por las situaciones mismas, sino más bien por el modo como las personas interpretan esas emociones (Ellis, 1962). La situación por sí misma (acontecimientos externos, una sensación o perturbación física, fantasías o imágenes) no determina cómo se sienten las personas, sino que su respuesta emocional está mediada por su percepción de la situación. En su modelo Beck (2000) se focaliza en identificar claramente creencias centrales, creencias intermedias, creencias irracionales, pensamientos automáticos, y las relaciones establecidas entre las conductas y los pensamientos automáticos, entendidas de la siguiente manera: Creencias Centrales: A partir de su infancia, las personas desarrollan ciertas creencias acerca de sí mismas, las otras personas y el mundo. Estas creencias centrales son ideas tan fundamentales y profundas que no se suelen expresar. Son consideradas por la persona como verdades absolutas, creyendo que es así como las cosas “son”. Constituyen el nivel esencial de creencia. Son globales, rígidas y se generalizan en exceso. Creencias intermedias: Son las actitudes, reglas y presunciones que se forman a partir de las creencias centrales. Influyen en la forma de ver una situación y esa visión a la vez influye en el modo como piensa, siente y se comporta. Creencias irracionales: Así las denomina Ellis (Beck, 2000) cuando las creencias son demandantes y caracterizadas por ser inconsistentes con la lógica o con la realidad (no concordante con los hechos, distinto a lo observable). Son de carácter dogmáticas, expresadas en demandas (debo, necesito, tengo); y en ocasiones conducen a emociones o conductas inapropiadas, cuando no ayudan o impiden el logro de los objetivos del individuo. Pensamientos automáticos: Son palabras e imágenes que pasan por la mente de la persona de manera automático, irreflexiva. Son específicos para cada situación y se consideran el nivel más superficial de la cognición. Según Beck, Wright, Newman y Liese (1999), la conceptualización individualizada de los sistemas de creencias de cada paciente y las habilidades de afrontamiento a largo plazo para manejar las preocupaciones cotidianas, así como tratar los impulsos y las conductas compulsivas distintivas de esta patología, se deben complementar con las reuniones de grupos. 2.2.2.2. Terapia cognitiva conductual aplicada a la obesidad Respecto al abordaje terapéutico en el tratamiento de la obesidad los terapeutas explican a los pacientes sobre el circuito adictivo, el cual se compone de la vagancia, nostalgia, resignación y la autoexplicación; que explican que sería éste último la negación ante el no compromiso. Por esto se les repite a los pacientes que el poder cortar con la comida es el objetivo principal del que asumió el compromiso de querer verse bien. Así también, sobre la intolerancia a la frustración los terapeutas les dicen a los pacientes que es difícil y que van a tener que poner a prueba su fuerza de voluntad (Ravenna, 2006). Según Vázquez y López (2001) las enfermedades crónicas deben ser tratadas con paciencia, ya que las personas que las sufren tienen padecimientos durante toda su vida, con recaídas y complicaciones. Mencionan además que la comunicación se vuelve un elemento importante en la práctica diaria. Por lo que no es sólo prescribir un medicamento y esperar que éste haga efecto sobre la enfermedad. También, se trata de que el paciente obeso acepte como base un programa de alimentación como tratamiento. Desde la primera entrevista es necesario que el paciente tenga la idea de que la obesidad es una enfermedad crónica, que no deberá tratarse de forma aislada, sino dirigido a toda la familia, debido a su componente hereditario y a que el ambiente familiar puede influir en la etiopatogenia y persistencia de esta enfermedad. Por esto, es necesario tomar en cuenta algunos de los aspectos que ayudan a formar el modelo explicatorio que el paciente tiene de la obesidad (Vázquez & López, 2001). A continuación se listan algunas de las preguntas que proponen Kleinman, Eisenberg, y Good (1978) para comprender mejor lo que el paciente piensa de la enfermedad, y guiarán al médico y/o psicólogo a la hora de abordar el problema del paciente: ¿qué es lo que considera que ha causado la obesidad? ¿cuándo empezó la obesidad y por qué cree que empezó? ¿qué efectos tendrá la obesidad sobre usted? ¿qué tan mala cree que es su obesidad? ¿cree que durará mucho tiempo o que mejorará pronto? ¿qué tipo de tratamiento le gustaría tener? ¿cuál es el resultado más importante que espera tener con el tratamiento? ¿cuáles son los problemas más importantes que le ha causado la obesidad? ¿cuál es el mayor temor que tiene de su obesidad? La terapia cognitivo conductual proporciona métodos que permiten ayudar al paciente obeso a cumplir la dieta e incrementar la actividad física. Los programas de tratamiento conductuales están basados fundamentalmente en las técnicas de autocontrol, las cuales entregan al sujeto habilidades que le permitirán identificar y controlar su propia conducta mediante la manipulación de antecedentes y consecuencias, con los que la conducta se relaciona funcionalmente. Es fundamental individualizar estas estrategias conductuales a las necesidades de cada paciente, de la misma forma que para las estrategias nutricionales y de ejercicio. Los psicólogos deben investigar la motivación del paciente para que éste ingrese a un programa de reducción de peso, además averiguar si cuenta con algún apoyo social y familiar para el proceso de mantenimiento (Saldaña & Rossell, 1988). Las características principales de dicho apoyo son: a) Automonitoreo, consiste en escribir un registro diario y detallado de los alimentos consumidos diariamente, así como en las circunstancias en las que ocurrió. Este registro es importante a la hora de implementar estrategias de intervención. Además se pueden identificar las influencias del medio personal y social, permitiendo así la modificación de los hábitos del paciente. b) Control del estímulo, se identifican las situaciones que inducen a comer en exceso. Esto permite ayudar al paciente instruyéndolo a separar la comida de actividades distractoras. c) Flexibilidad en el programa de alimentación. d) Reestructuración cognoscitiva, se utiliza para reconocer sentimientos y pensamientos de autoderrota, permitiendo al paciente identificar actitudes relacionadas con objetivos demasiado optimistas y poco realistas sobre su peso e imagen corporal. e) Relaciones interpersonales y manejo del estrés, permite enfrentarse con los desencadenantes específicos de episodios de alimentación excesiva y desarrollar estrategias para la resolución de problemas. Además se incluye el apoyo pactado con su entorno para evitar situaciones de riesgo. f) Recompensas, se utilizan para estimular al paciente cuando ha logrado sus objetivos, especialmente aquellos difíciles de obtener. g) Cambios de actitud al comer, es importante comer y masticar lentamente para permitir que las señales de saciedad se produzcan y lleven su mensaje al cerebro. h) Prevención de recaídas, esta orientado para promover el mantenimiento del peso perdido durante el tratamiento. La integración de estas técnicas cognitivo conductuales en el tratamiento de la obesidad ha permitido que no sea frecuente el abandono de tratamientos, a que haya un cumplimiento de dietas y ejercicios, y un proceso de mantenimiento óptimo. Sin embargo, debido a que la terapia no cura la obesidad, el ejercicio de los profesionales va encaminado a la prevención secundaria de la recuperación del peso perdido (Bray, 1998, citado en Vázquez & López, 2001). Respecto a la importancia de los factores psicológicos en el desarrollo y el tratamiento de la obesidad Bravo y Espinosa (2011), refiere a que el terapeuta u otro profesional deben brindar apoyo, información y educación, la posibilidad de expresar sus conflictos, fortaleciendo y facilitando la catarsis en los pacientes con obesidad, debido a que en estos pacientes se manifiestan problemas en las áreas afectiva y cognitiva, como una baja autoestima, además se observa una deteriorada imagen de sí mismo y de su cuerpo y una baja expectativa respecto de la autoeficacia y el logro. De esta manera, un tratamiento integral para este tipo de pacientes no debe enfocarse sólo en facilitarle herramientas para hacer posible el cambio de hábitos alimentarios y de estilo de vida, sino también los elementos básicos para que logre un fortalecimiento interno que le ayude a obtener resultados óptimos, y así obtengan la seguridad y confianza necesarias para enfrentar posibles recaídas. Cabe mencionar la importancia del uso de técnicas de discriminación de emociones y estados internos, técnicas para el manejo de ansiedad y técnicas conductuales de deslocalización que ayudan a los pacientes con obesidad. Además, se debe poner énfasis en el tratamiento de los trastornos afectivos en estos pacientes, ya que de lo contrario será muy difícil obtener el compromiso al tratamiento y por ende tendrán dificultad para bajar de peso (Bravo & Espinosa, 2011). También es preciso enfatizar en la autoestima como propone Bravo y Espinosa (2011) la cual considerada como un factor importante en el pronóstico de los trastornos de la conducta alimentaria, y determina que mejorando la autoestima en los paciente con obesidad se tendría un seguro en la capacidad para que desarrollen más formas de afrontamiento de los conflictos y reducción de peso. Respecto al tratamiento los terapeutas cognitivo conductual suelen preferir el abordaje de grupo. Esto se puede deber a que el grupo no sólo es más rentable que la terapia individual, sino que además puede producir mayores pérdidas de peso. En un estudio se encontró que las personas que solicitaron terapia individual pero fueron asignados al azar a tratamiento en grupo, lograron significativamente mayor pérdida de peso que los participantes que solicitaron la terapia individual y la recibieron. Los beneficios de la terapia de grupo no pueden derivarse únicamente de la asistencia que proporcionan los pacientes entre sí, sino también de una buena dosis de competencia. Los pacientes pueden esforzarse para mantenerse al día con la norma del grupo (Wadden & Osei, 2001). Los procedimientos grupales desarrollan factores curativos (Yalom, 2000). A partir de la homogeneidad percibida en la problemática, el tratamiento grupal tiene un efecto multiplicador. Los grupos contienen individuos que están en diferentes puntos de un continuo para hacer frente al fracaso. Cada miembro se contacta con otros que mejoraron como efecto del tratamiento y el hecho de observar esta mejora, refuerza las conductas positivas, infunde y mantiene la esperanza. Al hablar de psicoterapia de grupo, Kaplan y Sadock (1996) nos recuerdan la principal ventaja que el terapeuta encuentra al trabajar con los grupos: Los pacientes se tranquilizan al comprobar que su problema no es único. Los diferentes grupos que se utilizan son: Grupos terapéuticos de estructura cerrada, homogéneos, con un número determinado de personas (no deberá superar las 8 o 10 personas). Estos grupos sirven para ofrecer al paciente la oportunidad de cambios permanentes en las relaciones sociales, e incrementarán la autoconciencia y habilidad para afrontar emociones de manera que refuercen las probabilidades de éxito de la terapia individual. Terapia ocupacional, en particular manualidades (barro, pintura, entre otros) que proporcionan a la paciente seguridad y distracción. Talleres monográficos, o módulos, en los que se trabaja durante períodos prolongados temas concretos como autoestima, habilidades sociales, imagen corporal, control de la ansiedad, etc. Grupos de padres. El trabajo con ellos es muy arduo puesto que no se puede olvidar que la sensación de fracaso es mayor al no poder hacerse cargo del tratamiento de sus hijos. Habitualmente se organizan con periodicidad semanal. Hayaki y Brownell (1996, citado en Shaw, O’Rourke, Del Mar & Kenardy, 2009) menciona que los tratamientos de grupo para la obesidad combinan terapia y educación, y que son usados en programas comerciales y en programas de autoayuda. Los tratamientos de grupo en general no promueven la exploración profunda de los problemas psicológicos, por otro lado utilizan el apoyo social, la solución de problemas, e imparten información y estímulo para facilitar la pérdida de peso. En cuanto a la eficacia del tratamiento en grupo los autores Bonet et. Al. (2007) en su investigación corroboraron que la terapia de grupo con visitas mensuales permiten facilitar la pérdida de peso en los pacientes obesos, ayudando a modificar sus dietas, disminuyendo la ingesta de calorías y practicando ejercicios. Otro aspecto importante es el hecho de que la terapia de grupo necesita menos recursos sanitarios a diferencia del tratamiento individual, como por ejemplo, el tiempo de consulta. Además, la terapia de grupo en cuanto a su eficacia se puede deber a múltiples factores como: ver a los pacientes con más frecuencia y a que éstos expresen sus razones para aumentar de peso permitiendo a los profesionales desarrollar medidas que permitan controlar el comportamiento erróneo. 2.2.2.3. Método del Centro En el C.T. el tratamiento se orienta desde un abordaje cognitivo-conductual, en tanto se aplican conceptos básicos de esta terapia, articulados con las nociones de Corte, Medida y Distancia, que son los pilares conductuales que el centro propone para modificar patrones diarios asociados con la comida, donde se incluye la cantidad de ingesta de comida durante el día, la duración de las mismas, el estado emocional, la compañía y la clases que se consumen. Además, incluyen en el abordaje ciertas pautas propuestas por Albert Ellis, quien formuló la Terapia Racional Emotiva Conductual, que comparte con la Terapia cognitivo conductual la idea de que la mayoría de los problemas psicológicos se deben a la presencia de patrones de pensamientos equivocados o irracionales y postula que los mismos son evidentes en las verbalizaciones implícitas derivadas de las hipótesis o suposiciones que una persona establece acerca del mundo y de las cosas que le suceden (Ravenna, 2006). En la Institución la información que se brinda a la comunidad sobre el tema de la Obesidad consiste en que ésta se trata como un problema de conducta, una adicción o tendencia a comer más de lo necesario. Ser gordo es ser excesivo en conducta, en cuerpo, en plato y en talle. Esto, en definitiva, es la adicción, manotear más de lo mismo e ignorar como se puede sacar de adentro lo propio, lo sano, lo inteligente, lo tranquilizado y lo creativo. Tenemos aquí una caracterización que hace foco en la conducta, y que se propone que el paciente abandone conductas compulsivas. La obesidad es lo visible, pero es necesario ir más allá para llegar a modificar las conductas que llevan a ese cuerpo a la obesidad. Un aspecto del abordaje del trastorno planteado por el C.T., es considerar que lo importante es adelgazar para cambiar los hábitos y no cambiar los hábitos para luego poder adelgazar. La justificación de esta afirmación es que, a medida que el paciente desciende de peso, los hábitos se van modificando gracias al estímulo que representa verse bien. Según esta mirada, bajar de peso equivale a sacarnos de encima una mochila pesada, y permite pensar más claramente, para no cometer los mismos errores de siempre. Además, y esto es fundamental, se está lejos de la comida de más (el exceso). Al cortar con la dependencia, el paciente sentirá un gran alivio. Asimismo cabe mencionar, que para la institución es prioritario ofrecerle un sistema coherente, contenedor y continuo, pero que la confronte con su debilidad. No se trata de enseñar a comer porque ya lo sabe, lo que no sabe es parar porque está dominado. Pero lograr un descenso rápido de peso sí motiva su deseo, y una vez que se llega al peso deseado y se inicia el mantenimiento, es necesario comenzar a trabajar en profundidad sobre el reconocimiento de la nueva imagen corporal. Es decir, consolidar la relación del paciente consigo mismo y con el medio (Ravenna, 2006). Desde el punto de vista de la terapia cognitivo conductual, esta nueva relación implica una modificación cognitiva que se deberá centrar en los siguientes aspectos: -Un primer objetivo es cambiar el pensamiento pasivo de estos pacientes con la intención de que se hagan sujetos activos y asuman responsabilidad en el tratamiento (Miller & Rollnick, 1999). -Modificar los pensamientos distorsionados relacionados con el comer, el peso y los alimentos. Al introducir pensamientos más adaptativos, se reducirá la ansiedad y el malestar de los pacientes. -Identificación y modificación de los pensamientos automáticos irracionales. Estos pensamientos, tan frecuentes, deterioran continuamente la autoestima de los pacientes y obligatoriamente hay que sustituirlos por otros más realistas y positivos. -Modificación de las distorsiones perceptivas que originan una imagen negativa del cuerpo. El paciente rechaza persistentemente su propio cuerpo lo que repercute en sus conductas alimentarias negativas y termina originando un auténtico círculo vicioso. -Modificación de los miedos: Miedo a no destacar, a que no le guste el nuevo cuerpo, a no ser aceptada por los demás, a volver a engordar, etc (Toro, 1996). En el Centro Terapéutico se considera que las conductas compulsivas, adictivas, automáticas y trasgresoras son los principales artífices de la obesidad y que se orientan recurrentemente a la búsqueda de placeres momentáneos. Soneira (2009) explica que la estructura neuroanatómica del cerebro humano esta diseñada para que los alimentos con alto valor calórico sean los preferidos ya que activan los centros de placer. El sistema de recompensa que integra estos circuitos es lo más primitivo del cerebro, mientras que la corteza, que da sentido y nos distingue como humanos, ha tenido un desarrollo posterior evolutivamente. Así, la propuesta del Centro se basa en trabajar sobre las conductas de base que sostienen la adicción como ser, el descontrol, el autoengaño, la falta de límites y la dependencia (Ravenna, 2006). Para tal fin, la metodología utilizada se aborda desde dos enfoques específicos: uno médico y otro psicológico. Médicamente, la dieta es el componente esencial de las intervenciones para reducir de peso. Desde esta perspectiva, se pone el acento en la sujeción al plan indicado. Lo distintivo del método que se aplica en el C.T. es el énfasis en adelgazar para cambiar de hábitos y no en cambiar de hábitos para adelgazar (Ravenna, 2004). Los pacientes tienen prohibida la ingesta de harinas (carbohidratos) ya que serían éstas las que activarían el circuito de recompensa que perpetúan las conductas. En términos psicológicos, Ravenna (2006) plantea que la posibilidad de orientar un tratamiento terapéutico dependerá no solo del marco teórico del terapeuta y de sus herramientas sino de la confluencia de éstas con el estilo del paciente. Aclara que el éxito del tratamiento dependerá de la permeabilidad del terapeuta para incorporar nuevas estrategias adaptándolas a las características del paciente. 2.3. Características del paciente con obesidad 2.3.1. Características psicológicas Si bien, la obesidad es fácil de detectar, debido a la medición del índice de masa corporal, es muy difícil definir las características psicológicas de estos pacientes. Vázquez y López (2001) indican que no existe una sola definición sobre el aspecto psicológico de la obesidad, sino que hay múltiples definiciones, las cuales responden a diversas teorías etiológicas de la obesidad, como la teoría neuroquímica, energética, la endocrina, la genética, la celular y la psicológica. Por esto es que cuando intentamos definir obesidad, no solo debemos centrarnos en el organismo como sistema biológico, sino además analizar los aspectos psicológicos, sociales y culturales. Los autores refieren a que existen varias teorías psicológicas de la obesidad, dentro de diferentes modelos que la explican a partir de diversos mecanismos, como el modelo de aprendizaje cognitivo conductual, el ambientalista, el psicodinámico y el sistémico, entre otros. Por esto la necesidad de reconocer y asumir lo difícil de comprender este fenómeno. Según investigaciones, los pacientes obesos tienen niveles más altos de estrés, ansiedad, depresión, además de ansiedad por comer alimentos, trastornos alimenticios y niveles más bajos de autoestima (Vázquez y López, 2001). En los pacientes con obesidad es más común encontrar alteraciones de personalidad y desórdenes psiquiátricos que en personas de peso normal. Algunas de estas alteraciones son la agorafobia, fobia simple, bulimia, depresión mayor y dependencia del tabaco. Además se han encontrado desórdenes de personalidad relacionados con conductas de evasión, agresión y elevada ansiedad. Aun así estos reportes no pueden representar el grado de psicopatología asociada a la obesidad. Karasu (2012) recopila en su trabajo los resultados de varias investigaciones que concluyen que no se ha podido identificar una personalidad que caracterice a los pacientes obesos, ni que hay un solo tipo de personalidad. No se encontraron características psicológicas distintivas en estudios que evaluaron la estructura básica de la personalidad o intensidad de sus impulsos biológicos básicos. Tampoco se pudieron encontrar factores etiológicos comunes como la falta de control en los impulsos, incapacidad para retrasar la gratificación o un estilo de alimentación inadaptado. Por otro lado hay estudios donde se dice que los pacientes obesos son propensos a sufrir trastornos relacionados a la distorsión de la imagen corporal y trastornos alimentarios. Los investigadores concluyeron que la obesidad afecta a cada persona de diferente manera. Además encontraron que los obesos que buscan tratamiento para su condición eran más propensos a tener mayor prevalencia de psicopatologías como ansiedad y depresión, y que las mujeres parecen sufrir más de la obesidad (Stunkard & Wadden 1992). Carpenter, et. al. (2000) hicieron un estudio con una muestra de más de 40.000 personas y encontraron que la relación entre la obesidad y la depresión varía según el sexo. Las mujeres obesas eran más propensas que sus pares de peso medio a haber experimentado depresión mayor e ideación suicidas el último año. Para las mujeres, el bajo peso no se asoció con la depresión o tendencias suicidas. Esto se puede asociar a que las mujeres están bajo mayor presión social que los hombres a ser delgadas. Las mujeres son objeto de burlas por su peso más que los hombres y reportan niveles más altos de insatisfacción de imagen corporal, por lo que no es de extrañar que los efectos psicosociales del exceso de peso tienen efectos más negativos que en los hombres. De hecho, según este estudio en los hombres la obesidad no esta asociada significativamente con síntomas depresivos. Según Collins y Bentz (2009) la sociedad ve a la obesidad de forma negativa y tiende a creer que las personas con obesidad tienen poca voluntad o no tienen motivación. Muchas veces la gente obesa conoce esta visión negativa y la internalizan, poniéndose a si mismos en situación de riesgo de adquirir desórdenes anímicos, ansiedad y abusos de sustancias. Son discriminados tanto a nivel personal como laboral, provocando frecuentemente que sufran de baja autoestima y se sientan disconformes con sus cuerpos. Estos sentimientos pueden conducir a tensiones en sus relaciones románticas y sexuales. Los mismos autores señalan que las personas obesas han hecho numerosos intentos para perder peso, con poco o ningún éxito. Sus intentos fallidos producen frustración, desesperanza, desaliento e indefensión aprendida respecto a la posibilidad de perder peso por sí mismos en el futuro. Por otro lado, una pérdida de peso considerable proporciona beneficios tanto médicos como psicológicos, como mejora en el ánimo, más autoestima, motivación y mejora en las relaciones (Collins & Bentz, 2009). Los pacientes que han seguido un tratamiento para adelgazar pueden enfrentar conflictos emocionales. A veces pueden sentir que la pérdida de peso es menor que sus expectativas y les va a requerir más tiempo. La frustración puede llevar a una falta de motivación y a dificultades para continuar el tratamiento. Los psicólogos pueden asistir a estos pacientes utilizando reestructuración cognitiva para ayudarlos a evaluar su progreso racionalmente. También pueden ayudarlos a identificar los factores desencadenantes de comer emocional y motivarlos a desarrollar un repertorio de afrontamientos que involucren comportamientos más constructivos que comer (Collins & Bentz, 2009). 2.3.2. Frustración La frustración es la discrepancia entre lo que queremos y lo que realmente está a nuestro alcance, según la definición que da Knaus (1983). Es un fenómeno natural que puede afectar a todos los seres humanos, cuando nos enfrentamos a un impedimento. En particular con los individuos que sufren una adicción, utilizan el objeto de su adicción como instrumento para enfrentar los problemas e impedimentos. Esta solución rápida a la angustia que les provoca el problema los hace más vulnerables y les dificulta la posibilidad de desarrollar otras habilidades para manejar la frustración. Esto se conoce como baja tolerancia a la frustración (Knaus, 1983). Esta baja tolerancia a la frustración se produce cuando se evitan los problemas en vez de enfrentarlos. La mayoría de las personas quisieran tener el control total sobre sí mismas y sobre el ambiente, y al no lograrlo aparece el sentimiento de frustración. Los seres humanos tienden a tener sentimientos perturbadores y conductas disfuncionales por buscar la gratificación inmediata en el individuo (Ellis & Bernard, 1985). La baja tolerancia a la frustración provoca que los individuos presenten bajos niveles de ejecución, con muchos errores y disminución de sus capacidades. Esto provoca en el individuo el surgimiento de ideas acerca de su poco valor y bajas capacidades, lo que los incita a evitar los problemas en vez de enfrentarlos, agravando la situación. Según Bandura (1977), cuando los adictos intentan controlar su hábito y no lo logran, concluyen que son incapaces de cambiar su conducta, que pueden hacer muy poco para lograr lo que desean. Cuando llegan a estas conclusiones es que deciden dejar de intentar corregir sus hábitos, aunque entiendan el daño que les está causando. Este patrón adictivo es muy difícil de eliminar, porque ninguna herramienta terapéutica puede eliminar el malestar que siente el paciente con tanta rapidez y facilidad como el objeto de su adicción. Cualquier tratamiento para superar la baja tolerancia a la frustración requiere tiempo, esfuerzo y cambios en el pensamiento del paciente. Gran parte de los adictos consideran su conducta adictiva como una prueba de debilidad, se desprecian a sí mismos por eso, lo que estimula el abuso. Por todo lo enunciado, la baja tolerancia a la frustración es un punto central a considerar en el tratamiento de cualquier adicción. Si no se considera su influencia en el enfermo, es muy probable que fracasen las estrategias terapéuticas. Es necesario considerar la vulnerabilidad emocional del adicto al ayudarlo a superar su problema, porque permite explorar y corregir la disfunción que impulsó y mantiene la adicción. Sólo así el paciente podrá adquirir habilidades que le permitan enfrentar exitosamente la frustración. Respecto a la frustración en los pacientes obesos, Cabello Garza y Zúñiga Zárate (2007) encontraron que la causa de la obesidad se relaciona con los eventos de vida estresantes, así como se observa que en estos pacientes la comida se emplea como refugio para compensar frustraciones, depresión, necesidades y temores. Además de considerar que los hábitos alimenticios familiares son un fuerte detonador de la obesidad. Así mismo Bersh (2006) expone que muchas personas con obesidad mencionan que comen cuando están angustiadas, deprimidas, cansadas o se sienten solas, de manera que una razón posible de la frecuencia de comer en respuesta a la tensión, la angustia y la depresión es que, desde hace mucho tiempo, se ha creído que la ingesta de alimentos reduce ansiedades, depresiones, etc. Además los obesos responden con vergüenza, pena y culpa. Esos sentimientos se pueden intensificar ante la presencia de complicaciones como la diabetes. En particular, la frustración y la vergüenza son mayores cuando los pacientes recuperan el peso perdido (Seijas & Feuchtman, 1997). Sobre el ajuste emocional Vázquez y López (2001) mencionan que se clasificó en tres el patrón alimentario: 1) la actividad oral funciona como un mecanismo de adaptación ante la presencia de signos de ansiedad, tristeza, tensión y frustración, 2) el hambre reemplaza situaciones de excitación, ira o melancolía, y 3) la comida actúa como droga para hacer frente a la carencia de ajuste social. Sobre lo mencionado anteriormente, se indica que la ansiedad parece jugar un papel central en la conducta de la ingestión de alimentos, ya que la obesidad es visualizada como el síntoma o la consecuencia de un problema de ajuste psicológico o social. Pero no se puede olvidar que la obesidad además de ser una condición médica rodeada de discriminaciones y prejuicios sociales, que no refieren sólo al problema de estética corporal, sino que atenta contra las cualidades emocionales, de carácter o personalidad de la persona afectando a cualquier tipo de población, edad y sexo (Vázquez & López, 2001). La frustración es una emoción que se relaciona con los mundos posibles según Ravenna (2007), el autor sostiene que la persona con una gran carga de frustraciones siente que la vida pudo haber sido diferente y mejor y, lo que es peor, cree que él o los demás no hicieron nada por evitarlo. La Frustración nos habla de una vida en potencia, de todas aquellas que podrían haber sido mejores y no fueron, cada día de nuestra vida es una opción. Si las cosas son como son y no como creemos que deberían haber sido, es porque nosotros lo hemos decidido así. Dice que tal vez no sea fácil asumir esta carga, pero seguramente es mucho más saludable porque nos libera de la sensación de estar frustrados. Siguiendo al autor, el exceso de peso suele causar frustración en distintas circunstancias. Cuando la persona con obesidad se mira al espejo, se frustra ante su imagen por no verse de la manera que le gustaría. Se frustra cuando decide y programa una dieta y la interrumpe o ni siquiera la comienza (Ravenna, 2007). 2.3.3. Afrontamiento 2.3.3.1. Tipos de afrontamiento De acuerdo a la teoría del afrontamiento existen tres dominios generales en los que se pueden clasificar las estrategias de afrontamiento. Estos tres dominios son, según estén dirigidos a: 1.- La valoración (afrontamiento cognitivo): es un intento de encontrar significado al suceso y valorarlo de tal forma que resulte menos desagradable. 2.- El problema (afrontamiento conductual): es la conducta dirigida a confrontar la realidad, manejando sus consecuencias. 3.- La emoción (afrontamiento emocional): es la regulación de los aspectos emocionales y el intento de mantener el equilibrio afectivo (Carver, Scheier, & Weintraub, 1989; Folkman, Lazarus, Gruen & DeLongis, 1986). Carver, Scheier, y Weintraub (1989), proponen un modelo de estrategias de afrontamiento, integrando a los dominios anteriores dos nuevos tipos de afrontamiento: afrontamiento evitativo y uso de sustancias. En cuanto al afrontamiento evitativo, este tiende a estar centrado en una emoción, y refleja los intentos para evitar pensar en un estresor y sus implicancias, o para manejar el afecto asociado al mismo. Se distinguen dos tipos de evasión, una es la evitación conductual y la otra es la evitación cognitiva. La primera supone reducir los esfuerzos para enfrentar el suceso conflictivo, aún cuando eso signifique renunciar al objetivo con el que el suceso estresante interfiere. La evitación conductual puede observarse en fenómenos asociados con un sentimiento de impotencia. En teoría, este tipo de evitación es más probable que ocurra cuando las personas tienen expectativas muy pobres acerca de los posibles resultados de un afrontamiento. La segunda evitación identificada, de tipo cognitiva, es una variante de la evitación conductual que aparece cuando ésta no es posible. La evitación cognitiva se manifiesta a través de una amplia variedad de actividades que sirven para distraer a la persona, evitando que piense en la situación o los objetivos con los que el suceso conflictivo interfiere. Dentro de las tácticas útiles para la evitación cognitiva se puede considerar la realización de actividades alternativas para alejar la mente del problema, soñar despierto, dormir, o mirar televisión. Se debe notar que las tácticas que se pueden utilizar para este tipo de evitación son muy diversas y no pueden ser enumeradas. El uso de sustancias comprende un tipo de evitación conductual que intenta deshacerse de la situación problemática mediante el uso de alcohol o drogas (Carver, Scheier, & Weintraub, 1989). Respecto al afrontamiento, se ha determinado que cumple un papel importante en el ajuste y bienestar psicológico (Folkman, Lazarus, Gruen & DeLongis, 1986). Se ha sugerido que hay una relación entre el uso de determinadas respuestas de afrontamiento y la adaptación a situaciones críticas (Aldwin & Revenson, 1987; Carver, et al., 1989). Si bien toda situación problemática supone una perturbación, a la vez posibilita una oportunidad de cambio y desarrollo personal (Erikson, 1963; Slaikeu, 1991, citados en Quiles & Terol, 2008) que mediante el uso de estrategias de afrontamiento apropiadas permitiría alcanzar una adaptación satisfactoria. La finalidad adaptativa de las estrategias de afrontamiento consiste en mantener un equilibrio emocional, preservar una imagen satisfactoria de sí mismo y el sentido de competencia personal, sostener relaciones sociales y prepararse para futuras situaciones problemáticas. Las formas activas de afrontamiento se refieren a esfuerzos para manejarse directamente con el suceso conflictivo y son usualmente descriptas como exitosas, ya que tienen efectos positivos sobre la adaptación. En cambio, las formas pasivas o evitativas consisten en la ausencia de enfrentamiento o conductas de evasión y negación, y son consideradas como menos exitosas (Carver, et. al., 1989; Folkman, Lazarus, Gruen & DeLongis, 1986). También se ha establecido que algunas estrategias son consideradas beneficiosas en un uso moderado o temporario pero pueden convertirse en perjudiciales si su uso es excesivo. Por ejemplo, la evitación puede disminuir el estrés y la ansiedad, y permitir una aceptación de la enfermedad de manera gradual. Así tienen el tiempo suficiente para asimilar la situación estresante. Un uso reducido de la evitación puede aumentar la esperanza y la motivación, facilitando la aproximación, con consecuencias positivas. Por supuesto, estos beneficios potenciales desaparecen si no se combinan con estrategias aproximativas. Esto se puede observar en los pacientes que usan la evitación no para prepararse para la aproximación a su problema, sino para escapar de las emociones negativas que les provocan las situaciones estresantes (Bittinger & Smith, 2003; Christiano & Mizes, 1997, citados en Quiles & Terol, 2008). 2.3.3.2. Afrontamiento en la obesidad En el caso de la obesidad y en particular en los trastornos de la conducta alimentaria (TCA), hay investigaciones que señalan que estos pacientes presentan un estilo de afrontamiento poco adaptativo, con un mayor uso de estrategias de afrontamiento evitativas y un menor uso de estrategias centradas en el problema. Estas investigaciones fueron estudiadas por Quiles y Terol (2008), que concluye que el afrontamiento debe ser considerado como una variable valiosa en el caso de los TCA con el fin de poder identificar una mejor adaptación, dado que los síntomas de estos trastornos se pueden agudizar con el uso de estrategias de afrontamiento inadecuadas, dificultando la recuperación del paciente. Por esto mismo, en el tratamiento de los pacientes con obesidad se trabaja con las estrategias y habilidades de afrontamiento, con el fin de corregir las respuestas desadaptativas tanto en relación a la comida como a sus relaciones sociales y entorno familiar, ambos muy deteriorados en estos pacientes. Hay que enseñarles a los pacientes a afrontar los problemas cotidianos. Hay que evitar que la comida se convierta en el refugio de la frustración que le ocasiona la incapacidad para afrontarlos. Hay que demostrar al paciente que los problemas se pueden resolver sin necesidad de adoptar actitudes que amenacen su salud. Además hay que mejorar el nivel de expresión de los sentimientos y comunicación con el entorno familiar (Calvo, 2002). Si bien se ha identificado una gran variedad de estos tipos de afrontamientos, no hay mucha información acerca de la efectividad de cada uno en distintas circunstancias (Goffman, 1963). Por esto Puhl y Brownel (2003) investigaron las consecuencias del uso de estas estrategias de afrontamiento en los obesos. Una estrategia de afrontamiento que analizaron es la comparación con otros obesos, evitando compararse con personas de peso normal que sería mucho más amenazante (Crocker & Major, 1989). Algunos trabajos concluyen que las comparaciones con un objetivo que es 'peor' aumentará la autoestima entre las personas que buscan auto-mejora. Sin embargo, si bien una persona con sobrepeso podría sentirse mejor cuando se compara a sí misma con una persona obesa, también podría sentirse peor si cree que puede llegar a convertirse en ese obeso. Estudios sugieren que esta estrategia de afrontamiento tienen un efecto positivo en la autoestima sólo cuando el sujeto se siente miembro de un grupo más grande de gente en su misma condición (Puhl & Brownel, 2003). Otro tipo de estrategia de afrontamiento, estudiada por Degher y Hughes (1999), se refiere a la forma en que las personas obesas explican su exceso de peso. Describieron dos estrategias principales. La primera consiste en negar su responsabilidad por el sobrepeso, ya sea culpando a otra persona, o atribuyéndolo a acontecimientos que están fuera de su control, como medicamentos con efectos secundarios, presiones familiares, o genética. La segunda forma que describe ocurre cuando el obeso acepta la responsabilidad por su obesidad, pero proporcionar razones socialmente aceptables para su comportamiento, como comer para hacer frente a la tragedia personal, las presiones sociales, las obligaciones familiares, o comer para castigarse a sí mismos (Degher & Hughes, 1999). En cualquiera de estas variantes el obeso está evitando pensar que él es el responsable de su exceso de peso. En una sociedad que percibe que el peso está bajo control personal y que la obesidad es causada por falta de voluntad, como indulgencia personal o pereza, estas estrategias de afrontamiento que externalizan el origen de los atributos negativos pueden ser útiles para evitar resultados emocionales pobres, como baja autoestima por ejemplo (Miller & Major, 2003). Puhl y Brownel (2003) también reconocieron una forma de afrontamiento consistente en la negociación de su propia identidad, donde el obeso ajusta su imagen en respuesta a las demandas de la situación. Una forma sería negar su identidad, como hace por ejemplo una persona obesa que se ve a sí misma como muy ágil. Otra forma de negociación consiste en disminuir la importancia de los atributos que la caracterizan. Por ejemplo, una mujer obesa puede creer que la belleza no está relacionada con una figura estilizada. Estas estrategias de afrontamiento en general son de tipo evitativo cognitivo. Respecto a las estrategias evitativas conductuales, Swim, Cohen y Hyers (1998) propusieron que los individuos analizan los costos y beneficios de entrar en situaciones que pueden ser amenazadoras y luego deciden si entran o la evitan. Baja confianza en la capacidad de hacer frente a las situaciones problemáticas puede promover la evitación. Un estudio en pacientes obesos encontró que las respuestas de evitación se correlacionan con mayores niveles de angustia. Esto puede deberse al aislamiento, a la incapacidad para expresar emociones, y a la falta de apoyo social que proviene de evitar las situaciones sociales (Swim, Cohen & Hyers, 1998). 3. METODOLOGÍA 3.1. Tipo de Estudio El Trabajo es Descriptivo, caso grupo. 3.2. Participantes La Muestra está conformada aproximadamente de 50 personas adultas que conforman el “Grupo de Descenso”, donde la mayoría son mujeres. Con edad entre 18 y 60 años. En cada encuentro por lo menos habrá dos terapeutas en el grupo. 3.3. Instrumento El Instrumento es el registro escrito de lo observado a partir del método de Observación no participativa en las reuniones del “Grupo de Descenso” del C.T. 3.4. Procedimiento El trabajo se llevó a cabo entre los meses de Agosto y Diciembre de 2010, donde se concurrió al menos 3 días a la semana al C.T. Se realizaron actividades de Observación no participativa del “Grupo de Descenso”, y los sábados cuando hubo jornadas diarias con temas específicos de la Institución relacionados con el tema en cuestión, o para acudir al grupo general, donde se reúnen los pacientes de distintos grupos. 4. DESARROLLO 4.1. Desarrollo del Caso Clínico 4.1.1. Presentación del grupo El “Grupo de Descenso” del C.T. está conformado aproximadamente de 50 personas adultas, donde la mayoría son mujeres. Las edades fluctúan entre los 18 y 60 años. Los pacientes se reúnen diariamente con al menos dos terapeutas que tienen la misión de facilitar los intercambios dentro del grupo, de manera que participen la mayoría de los pacientes y puedan expresar sus sentimientos con respecto al momento que están pasando y lo que les aqueja ese día en particular. De acuerdo con lo observado, la relación entre terapeutas y pacientes es cordial, sobre todo con aquellos pacientes que llevan un largo tiempo de conocerse; con los pacientes que recién comienzan se tiene que esperar unas semanas para que se sientan cómodos, sobre todo en los momentos en que los profesionales intervienen ante el testimonio de algún paciente enfrentándolo con su realidad. En estos casos los pacientes que recién se han incorporado al grupo manifiestan cierta sorpresa con respecto a lo fuerte que puede resultar la forma en que los profesionales tratan a los pacientes y el hecho de que se hable delante de todos de cuestiones muy íntimas. Con el transcurso de las semanas, y cuando el paciente se siente integrado al grupo, este enfrentamiento entre paciente y terapeuta se convierte en algo esperado. El grupo de Descenso se reúne diariamente con el objetivo de ayudarse mutuamente, de contenerse y escucharse mientras la orientación y el liderazgo de los terapeutas facilitan la tarea. Así es como el grupo, estratégicamente dirigido, rescata de cada miembro su capacidad para utilizar las herramientas que aprendió y lo ayuda a mantener el compromiso con un cambio profundo y duradero. Dentro de estos seis meses los cambios que se produjeron en el grupo fueron notorios, con particularidades propias de cada paciente en cuanto a sus cambios, tanto físicos como emocionales. Algunos pacientes lograron importantes resultados en términos de reducción de peso, bajando entre veinte y treinta kilos. Los cambios más destacables se les notaban en la cara y en su forma de vestir, que era más prolija y cuidadosa. Estos casos son rescatados como ejemplo alentador para todos sus compañeros por los terapeutas, que llaman la atención sobre los resultados del tratamiento. Además de escuchar a estos compañeros que habían cumplido su meta, los pacientes refuerzan su compromiso con el tratamiento al grito de “es difícil pero se puede”. Es importante destacar que, aun cuando a través del trabajo dentro del Grupo de Descenso casi todos los pacientes han descendido de peso, éstos encuentran dificultades mayores a la hora de cambiar su conducta adictiva de fondo, y entonces los problemas aparecen porque no logran mantenerse en el nuevo peso alcanzado. 4.1.2. Frustración e Intervenciones Teniendo en cuenta los distintos aspectos frustrantes reconocidos por los pacientes en tratamiento, se analizan las frustraciones relacionadas con su vida social y aquellas que se refieren directamente al tratamiento. A lo largo de las reuniones observadas los pacientes expresaron en muchas oportunidades sentimientos de frustración relacionados con la incapacidad de superar ciertas dificultades y con los retrocesos en el proceso de tratamiento. También se observaron expresiones de frustración en cuanto a la aparición de problemas en distintas áreas de su vida personal y social como consecuencia de la modificación de conductas que implica el tratamiento con el método de la institución. Algunos pacientes manifiestan aún los efectos del rechazo experimentado en el pasado, como sucede en el caso de un paciente que cuenta que “siempre se burlaron de mí en la escuela y en todos lados. La verdad es que me da mucha vergüenza y no le digo a nadie que estoy en tratamiento”, aislándose en su problema y sintiéndose frustrado al no poder compartir una parte importante de su vida. Al mismo tiempo, el mismo paciente reconoce que por no animarse a decir que está en tratamiento, muchos lo critican por no hacerse cargo de su gordura. En casos como éste, la frustración expresada tiene que ver con las limitaciones a la vida social derivadas de la obesidad. Este sentido de la frustración va de la enfermedad/adicción a la vida social de la persona, y es una fuente de sufrimiento y sentimientos de culpa y vergüenza. (Seijas & Feuchtman, 1997) Siguiendo lo expresado por los pacientes, la vida social actual es fuente de influencias negativas para la persona que tiene una personalidad adictiva. Ejemplo de esto, es el paciente que dice ”no entiendo cómo me puedo curar de esta gordura si lo único que veo en todos lados es comida, en la tv, en las reuniones familiares, en las salidas con amigos, en navidad, y hasta para mi cumpleaños”. Estamos aquí en presencia de lo que Ravenna (2006) denomina entorno tóxico, y que constituye el contexto en el cual, en el encuentro con una personalidad adictiva, surgen los trastornos del peso corporal que llevan a la obesidad. Ya hemos visto algunas expresiones de frustración que muestran distintas formas en las cuales la vida social del paciente influye sobre sus conductas compulsivas. Muchos pacientes afirman que compensan por medio del placer que obtienen de la comida las emociones negativas que despiertan en ellos situaciones estresantes de su vida social, como por ejemplo peleas con la pareja, discusiones laborales y peleas familiares. La frustración que provoca esto en los pacientes hace que en un grupo, en consonancia con el trabajo de Bravo y Espinosa (2011), un paciente haga catarsis delante del terapeuta: “bajé de peso pero me siento mal. Tengo bronca porque no puedo hacer la dieta ordenada. No puedo con lo que pasa en mi cabeza”. El terapeuta le responde que “la comida sirve y la utilizan como descarga por eso esto es lo que hay que cambiar”, siguiendo la línea de pensamiento de Cabello Garza y Zúñiga Zárate (2007) según la cual los pacientes utilizan la comida para compensar frustraciones. Esta descarga compensatoria a través del momento de placer que les procura el acto de comer, encuentra su justificación en términos ejemplificados por un paciente que asegura que “se merecen comer después de todo lo que les paso”. Las fiestas y encuentros sociales son la principal fuente de oportunidades para salirse del tratamiento. Algunos pacientes comienzan a sentirse frustrados desde el momento en que saben que van a tener que enfrentar una situación de este tipo. Así, uno de ellos expresa que “Las fiestas de fin de año son un problema, pienso en todo lo que nos vamos a perder de comer por seguir el tratamiento”. A lo que el terapeuta interviene diciendo “hagan foco en su objetivo, en el compromiso con ustedes mismo, en el querer sentirse y verse bien. Las fiestas siempre estarán al igual que la comida”. En cuanto a la evolución del tratamiento los pacientes se quejan constantemente por no bajar lo suficiente o por no poder mantener en el tiempo un ritmo de descenso. Un paciente reconoce que ya empezó varias veces el tratamiento y que dejó de concurrir en varias oportunidades porque “por mas que venga no bajo”. Esta forma de frustración está directamente ligada con las expectativas que los pacientes construyen con respecto al poder del tratamiento, por lo que el terapeuta responde: “¿Pero comés de más? El método no es mágico y no bajarán por solo venir, además debes comprometerte y cumplir con todo el proceso. No imaginen que por dos días de venir van a bajar, deben saber que todos los organismos son diferentes y las cabezas también”. Esta intervención es consistente con Vázquez y López (2001) donde refiere a que es importante que el paciente tome conciencia que el tratamiento es integral. Para lograr resultados tienen que comprometerse y cumplir con todo el proceso. También el terapeuta está actuando de acuerdo a Bravo y Espinosa (2011) al darle información al paciente, y sobre todo con Saldaña (1988) al reestructurar sus expectativas poco realistas. Los terapeutas les recuerdan a los pacientes que no hay que considerar al método como algo mágico, y que no bajaran de peso sólo por concurrir a las reuniones. Por otra parte, hay pacientes que expresan su frustración por no poder controlarse estando fuera del grupo. Algunos de ellos, que ya han experimentado esta situación, sostienen que cuando salen del Grupo de Descenso y llegan a la etapa de mantenimiento, “no hay ni habrá ningún libro que te ayude, y volverán a engordar”. Esta sensación tiene efectos sobre el tratamiento de descenso, ya que esta sensación de frustración anticipada lleva a muchos pacientes a abandonar los grupos, porque consideran que el esfuerzo realizado allí será finalmente desperdiciado al no poder mantener la nueva conducta en una etapa posterior. Ante estas situaciones Collins y Bentz (2009) mencionan que los terapeutas deben trabajar con la reestructuración cognitiva para ayudar a los pacientes en evaluar su progreso racionalmente. Un caso especial en este sentido es el de una paciente que declara su angustia de esta manera: “A mi marido le salió un traslado para otro país, qué hago con todo el esfuerzo que hice este tiempo”. Esto está expresando claramente que la paciente no se considera capaz de seguir aplicando las herramientas propuestas por el método del C.T. sin contar con la cobertura del Grupo de Descenso. A lo que el terapeuta dice “seguirás con todo lo que se te ha enseñado y pondrás a prueba todo lo que has aprendido”, para que el paciente gane confianza que le permitiría afrontar el desafío de abandonar el grupo y poder seguir utilizando las herramientas que adquirió. Otra cuestión que produce frustración en los pacientes es el carácter estricto de la dieta impuesta por el Método del C.T. Una paciente plantea: “Si me como un caramelo ya me salí del tratamiento, entonces qué puedo hacer”. El terapeuta interviene “si te sales vuelves a empezar pero no quedarte gordo y frustrado”. Encontramos aquí lo que resulta un arma de doble filo con respecto al tratamiento: la restricción intenta ser una barrera que permita el corte con la comida, comenzando por una medida de las calorías incorporadas. Pero esta restricción, aplicada a personas con una relación adictiva con el comer y la comida como objeto, lleva a que algunos pacientes vivan la frustración ante las conductas prohibidas que los hacen sentir fuera del tratamiento, y entonces esa barrera desaparece (Ravenna, 2006). Para superar la frustración que aparece en los pacientes por distintos motivos durante el tratamiento, los terapeutas recuerdan permanentemente en las reuniones la necesidad de desarrollar la tolerancia. Por ejemplo en el grupo un paciente dice: “no puedo bancarme más que no me resulte la dieta, además no bajo ni 200 gramos”. Una forma de hacer tolerable la frustración que surge cuando los resultados no son los esperados es establecer objetivos realistas, para que aquellos no resulten tan frustrantes (Ravenna, 2006). En este sentido, los pacientes deben ser concientes que bajar de peso es más difícil que subir, y que aún en el caso de que se siga el tratamiento, lleva más tiempo que engordar (Bray, 1998, citado en Vázquez & López, 2001). “No hay que frustrarse por no alcanzar la perfección”, es la afirmación de uno de los terapeutas ante la aparición de este sentimiento en un testimonio. En el trabajo con la frustración resulta de gran importancia el trabajo grupal (Wadden & Osei, 2001). La principal ventaja que el terapeuta encuentra al trabajar con los grupos es la posibilidad de que los pacientes comprueben que no son los únicos que tienen problemas, ni solamente a ellos les cuesta avanzar con el tratamiento. En general los pacientes se tranquilizan al comprobar que su problema no es único y al compartir sus experiencias con otros que están, o han estado, en situaciones similares. La experiencia de aquellos pacientes que han logrado transitar exitosamente por sus propios momentos de frustración resulta fundamental para que aquellos que están sintiendo frustrados por el tratamiento tengan la esperanza de que alcanzarán los resultados esperados en la medida en que tenga la fortaleza para mantener el compromiso con el tratamiento (Bravo y Espinoza, 2011). Por lo dicho anteriormente, la comunicación dentro del grupo es un aspecto de fundamental importancia para el tratamiento (Vázquez & López, 2001; Wadden & Osei, 2001). Los terapeutas les explican esto a los propios pacientes, alentándolos para que se abran e intercambien sus experiencias, con el fin de que surjan identificaciones dentro del grupo que resulten positivas para el tratamiento. Así es como entienden esto los pacientes y lo manifiestan diciendo: “los grupos son lo mejor que me ha pasado. Si no viniera me sentiría más sola”. “Cada vez que vengo es como si recargara mis pilas” La integración grupal, como resultado de una buena comunicación entre los miembros, es un recurso para lograr la tolerancia a situaciones frustrantes y para mantener la tranquilidad que permita no perder de vista los objetivos. En este sentido, un terapeuta dice: “Hay que aprovechar los recursos que te da el grupo”; destacando la importancia que el mismo tiene como apoyo y sostén durante el tratamiento. Por otro lado, algunos pacientes expresan su frustración con los tratamientos en general, más allá de su experiencia con el Método del C.T. Una de ellas dice: “Voy a volver a engordar, siempre fui gordita. Intenté con todas las dietas existentes”. En este caso la gordura es tomada como algo propio, casi esencial. “Se es gordo y no hay dieta que pueda cambiar esa realidad”. Esto es un aspecto que los terapeutas intentan cambiar en la percepción de los pacientes. En el marco teórico hemos visto que la gordura es un estado, y no tiene nada que ver con el ser de la persona (Ravenna, 2006); esto es algo que los pacientes deben incorporar para poder hacer frente a su problema. Otras declaraciones similares de pacientes son: -“No sé como hacen los flacos, en mi familia todos son flacos menos yo, y ellos comen mucho”, “Llevo tomando y comiendo todo lo que me han recomendado, hasta me compré las famosas zapatillas para hacer ejercicios que ayudarían a bajar de peso, pero nada, nada me sirve”. Otro paciente ante la situación de su compañera agrega: “y para colmo después de que hacemos tanto esfuerzo los amigos y la familia se burlan, de que si no bajamos, que si nos compramos las zapatillas para adelgazar o una crema milagrosa”. Ante estas situaciones los terapeutas en el grupo les hablan a los pacientes del grupo sobre la importancia de incluir a la familia en el tratamiento de cada uno, ya que el apoyo familiar es fundamental en el proceso de mantenimiento (Vázquez & López, 2001; Saldaña & Rossell, 1988). Además el terapeuta les recuerda que “no deben olvidar que en las reuniones familiares de cada día es donde se cometen más errores en el cumplir de la dieta”. Como lo referido en Cabello Garza y Zúñiga Zárate (2007) donde estos autores refieren a que un fuerte detonador de la obesidad son los hábitos alimenticios familiares. Otro paciente manifiesta “Hago y hago la dieta y ya tengo la fiesta de mi hijo en el colegio” otra situación “siempre tengo que estar en contacto con la comida, cocinando, comprando, preparando, sirviendo, ufff, soy la única que cocina en casa, quisiera dejar esto, que otros hagan estas cosas por mi”. Los terapeutas intervienen diciéndole al paciente que tiene que hablar de estos sentimientos y emociones con su esposo por ejemplo, así como todos tienen que expresar (pacientes del grupo) sus sentimientos de frustración, angustia, enojo, tristeza con su familia, con todos los que les rodean. Lo mencionado por los terapeutas se relaciona con lo expresado por de Calvo (2002) de que hay que mejorar el nivel de expresión y la comunicación de los sentimientos en el entorno familiar. Además, hay un sentimiento de fatalidad en los testimonios de estos pacientes, que han desarrollado la creencia de que ellos no pueden bajar de peso. Esta creencia es uno de los puntos que el Método del C.T. apunta a modificar en la personalidad de los pacientes, aún cuando el medio para lograr ese cambio es la modificación de una conducta: primero hay que cumplir con la dieta y bajar de peso, para poder trabajar en la eliminación definitiva de estas creencias, ante la evidencia de los hechos. El problema aquí es que, en la medida en que los pacientes se sientan incapaces de lograr resultados exitosos con el tratamiento, resulta muy difícil que tengan la capacidad para mantenerse dentro de la disciplina que el mismo implica. (Nezu, Maguth & Lombardo, 2006; Beck 2000). Ejemplo de lo mencionado en el párrafo anterior es lo dicho por un paciente “yo ya no sé que más hacer con mi gordura, desde que tengo memoria tengo mis kilos de más, hice cientos de dietas y con todas volví a subir. Es torturante vivir así”. El terapeuta interviene diciendo “tienen que bancarse el saber que es difícil y que se van a equivocar”. Con esta situación vemos el tema de la intolerancia a la frustración donde Ravenna (2006) dice que los pacientes deben poner a prueba su fuerza de voluntad a cada momento porque esto es lo que se va a poner en juego al momento de querer comerse todo. En los ejemplos descriptos se observaron intervenciones que realizaron los terapeutas para modificar la baja tolerancia a la frustración en los pacientes de la Institución. A continuación se mencionan las principales que se identificaron: dar información al paciente sobre su adicción, enfocarlo en el tratamiento haciéndolo imaginar cómo será todo mejor si lo respeta, definiéndole metas razonables y posibles, desestimando falsas expectativas, enfrentándolo con los hechos para que eviten las excusas, recordándole que debe pedir ayuda en el grupo si siente que pierde la fuerza de voluntad, dándole confianza para que sienta que puede tener éxito y no abandone el tratamiento, instándolo a incluir a la familia en su recuperación, a mejorar la expresión y compartir sus sentimientos a la familia. Con todas estas intervenciones los terapeutas están intentando que los pacientes corrijan su baja tolerancia a la frustración, porque mejorar su tolerancia es fundamental para que puedan cumplir el tratamiento y lograr los resultados. La imposibilidad de lograr los resultados esperados tiene como efecto, en algunos pacientes, una mezcla de sentimientos de frustración y de culpa. Los ejemplos más claros de esta situación son aquellos pacientes que vuelven a participar del Grupo de Descenso por no haber podido mantener el peso alcanzado en un tratamiento anterior. “esta es la segunda vez que vuelvo a este grupo después de haber estado en el grupo de mantenimiento”, otro paciente manifiesta “Yo dejé el grupo hace tres años pero tuve que regresar porque volví a engordar, creo que el mantenimiento no lo puedo hacer solo”. El terapeuta les dice que esto de no volver al grupo porque sienten que pueden “solos” es el error mas grande que pueden cometer, ya que la obesidad no se puede tratar solo, siempre necesitaran apoyo y contención del grupo, la obesidad es una enfermedad crónica que refiere a un compromiso de por vida para tener una mejor calidad de vida. Esto tiene relación con lo dicho por Zukerfeld (1999) y Ravenna (2006) sobre que la obesidad es una enfermedad crónica que necesita tratamiento para controlarla. Otro terapeuta del grupo agrega: “el malestar que les provoca la frustración es muy feo, así que por qué lo van a vivir solos, para eso esta el grupo”. Según Vázquez y López (2001) las enfermedades crónicas deben ser tratadas con paciencia porque los pacientes que las sufren tienen recaídas y complicaciones. Un testimonio especial fue el de un paciente que describe de esta forma su experiencia con los resultados del tratamiento: “Me frustré porque no me gusta estar flaco, entonces no sé qué hacer, si seguir comiendo o no”. Este testimonio pone en discusión el aspecto de la imagen corporal de los pacientes. En el marco del Método del C.T. se trata de que los pacientes desarrollen una imagen corporal, mirándose al espejo a medida que va avanzando el tratamiento. La hipótesis detrás de esta intervención es que los pacientes obesos no tienen una imagen corporal propia, y que esto forma parte del conjunto de factores que los llevan a no plantearse la necesidad de controlar su peso hasta el momento en que se descubren con obesidad (Ravenna, 2006; Bravo y Espinosa, 2011). Sin embargo, el caso de este paciente, aunque se trate de una sola persona dentro del grupo, plantea la discusión acerca de la seguridad con que se considera que la imagen corporal construida durante el tratamiento debe resultar satisfactoria para el paciente. Por esto Ravenna (2006) menciona que una vez que se llega al peso deseado y se inicia el mantenimiento, es necesario comenzar a trabajar en profundidad sobre el reconocimiento de la nueva imagen corporal, consolidando la relación del paciente consigo mismo y con el medio. 4.1.3. Afrontamiento evitativo e Intervenciones En los testimonios de los pacientes del Grupo de Descenso se encuentran distintos ejemplos de formas en la que ellos recurren a los afrontamientos desadaptativos, para hacer soportable una experiencia frustrante. Estos afrontamientos puede estar dirigidos directamente contra la existencia del problema en sí, así como expresarse de manera indirecta, poniendo la causa fuera del paciente y más allá del alcance de su voluntad, o directamente desestimando cualquier causa, lo que dejaría a la obesidad como algo que es, más allá de cualquier factor que pueda explicarla. Una de las cuestiones que resulta frustrante para los pacientes es el aislamiento en que se ven en ciertas situaciones de su vida social como el caso del paciente que dice “no quiero ir a cumpleaños o a fiestas donde haya que comer porque esto implica que tengo que llevar mis comidas especiales y por esto explicar mi tratamiento, así que prefiero ir a donde nadie me conozca”. La evitación en este caso la utilizan para escapar de las emociones negativas que les provocan las situaciones estresantes, por lo que es perjudicial para el paciente y no lo prepara para superarlas en un futuro (Bittinger & Smith, 2003, citado en Quiles & Terol, 2008). Los hechos enunciados por los pacientes van desde lo más simple, como puede ser la percepción de discriminación por parte de otros a la hora de formar equipos de trabajo, hasta la dificultad para encontrar pareja. Este es un problema común entre los obesos, de acuerdo con el trabajo de Collins y Bentz (2009). No es el único problema al que se enfrentan los pacientes. De acuerdo con lo que los terapeutas expresan a los pacientes en las reuniones del Grupo de Descenso, el obeso no advierte la propia imagen corporal, sufre una falta de registro de cómo se ve su cuerpo, y esto les impide enfrentarse con el problema del peso antes de llegar a una obesidad que derive en problemas más concretos. Los terapeutas les dicen que a veces no reconocer la obesidad está relacionado con no haber logrado o construido su identidad, así como refieren (Stunkard & Wadden, 1992; Toro, 1996). Por ejemplo, una paciente menciona: “La verdad es que no me veo tan gorda, hay días que me veo hasta más linda y otros en que me quiero matar. Ahí es cuando vengo a los grupos”.Y otra paciente dice: “Hay días que me veo re flaca”. Estas situaciones en los pacientes son una forma de afrontamiento evitativo en cuanto los pacientes disminuyen la importancia de su aspecto (Puhl & Brownel, 2003). En una de las observaciones de este tipo un terapeuta intervino de esta manera: “no imagino que te guste cuando vas de compras y no encuentras nada de tu talle”. Es parte del tratamiento que, cuando los pacientes presentan esa distorsión de la imagen corporal, se corrija esa distorsión para que puedan enfrentar al problema del peso con compromiso. Estos testimonios, que hablan de la distorsión de la imagen corporal de estos pacientes, se observan al lado de otros que niegan la existencia de esa distorsión (Stunkard & Wadden 1992). Así, una paciente declara “No perdí noción de mi cuerpo. Yo hago ejercicios, por esto no soy tan gorda”, declara una paciente de 95 kilos. Otra forma de afrontamiento evitativo que se ve en el grupo de descenso tiene que ver con minimizar la importancia de la imagen corporal, en algunos casos relacionando la gordura con lo conocido. Así tenemos los siguientes testimonios donde los pacientes evitan pensar en los problemas de la obesidad: - “No me cae mal estar gordito, siempre lo fui y tan mal no me fue, además ya bajé un poco”. En este caso la gordura se reconoce, pero no aparece como un problema que requiera solución, más allá de bajar algo de peso. Otro paciente minimiza también la importancia del problema que representa la obesidad, diciendo que “Lo importante es lo de adentro, no podemos estar viviendo para adelgazar”. De esta manera el tratamiento se convierte en algo que no tiene una significación crucial para la vida del paciente, y termina minando las posibilidades de lograr los objetivos que dicho tratamiento propone a los pacientes. Para evitar que esto suceda el terapeuta interviene diciendo que “si la gordura no es ningún problema para vos, por que venís”. De esta manera el paciente debería darse cuenta que sí hay un problema con su obesidad y comenzar a afrontarlo. Además otro paciente expresa: “Por lo menos no peso 120 kilos”. Con esto además de minimizar el problema reconoce la imposibilidad de superarlo. Además, el paciente agrega: “Mi problema es que no puedo dejar de comer”. El paciente afronta su situación negando su responsabilidad con el sobrepeso evitando pensar en lo que tiene que hacer para solucionarlo (Carver et. al., 1989). Dentro de cómo afrontan los pacientes, se observa como éstos le dan algunas veces aspectos positivos en la gordura. Ejemplo: “comer me alivia el estrés”. Lo mencionado corresponde a un afrontamiento de carácter evitativo, ya que en vez de pensar en los problemas de la obesidad, el paciente se distrae encontrándole aspectos positivos a este alivio. Los pacientes con obesidad celebran algunos aspectos de su gordura. De esta manera, las consecuencias negativas que la obesidad tiene para la salud y la vida social de esta paciente, aparecen compensados por un efecto positivo: el alivio del estrés (Ravenna, 2006). El planteo de esta paciente tiene su contenido de verdad: está haciendo referencia a la salida alternativa que el placer momentáneo obtenido al comer representa para situaciones que resultan un desafío para la persona. Cuando la solución real a la situación percibida como estresante implica un esfuerzo, o aparece a los ojos de la persona como lejana, la comida representa una compensación que alivia el sufrimiento derivado de la situación, al menos momentáneamente (Ravenna, 2006). Ante lo expresado por el paciente el terapeuta intervino diciendo “no deberías sentirte aliviada por comer, debes buscar conductas que te ayuden a afrontar de una manera sana la situación que te estresa”. Siguiendo con el afrontamiento evitativo de los pacientes, se puede ver cómo los pacientes niegan su responsabilidad en su sobrepeso con el siguiente grupo de testimonios observados: un paciente declara “no comer nada y engordar”, otro dice “yo no como mucho y engordo igual, no rompo la dieta y engordo igual”, y un tercero: “No rompo la dieta pero tomo agua y se me suman kilos”. Vemos aquí que los pacientes evitan pensar en las causas reales del problema, distrayéndose con autoengaños, negando las causas del problema, ya que no el problema en sí. Esta forma de afrontamiento es común en los pacientes que recién empiezan el tratamiento, cuando los terapeutas les piden que expliquen por qué están allí. Estas preguntas se hacen para guiar al profesional en el abordaje del problema en ese paciente de acuerdo al trabajo de Kleinman, Eisenberg, Good (1978). A la hora de evitar asumir su responsabilidad en el sobrepeso, los pacientes tienen distintas variantes para justificarlo. Por ejemplo: la herencia genética: “Yo no como mucho y engordo igual. Será porque toda mi familia es gordita”, “sé que no me sirve de nada la dieta con el tratamiento, porque llevo en los genes esto de engordar”. Con esta percepción, el paciente está convencido de que no está al alcance de su voluntad el dejar de ser gordo, ya que no puede cambiar sus genes. Esta forma de negación tiene una versión similar en aquellos pacientes que adjudican su gordura a trastornos glandulares o metabólicos (“me cuido mucho…pero mi metabolismo no me ayuda porque estoy menopáusica”, “la causa de mi gordura es la tiroides”). El terapeuta le dice que “debe romper con esas falsas creencias, con esas excusas. Hay que afrontar la realidad de estar gordo y no poder parar con la comida”. El obstáculo que esto representa para el compromiso con el tratamiento es infranqueable, sino se logra que la persona ponga a prueba esa creencia cumpliendo con el tratamiento (Bravo & Espinosa, 2011). La costumbre: “Me acostumbré a ser esto, siempre estoy condicionada a comer. Salgo de casa y pienso en comida. Por eso, ya me acostumbré, siempre fui así, gorda. Qué más puedo hacer”, “si uno es gordo no hay nada que pueda hacer”. Situaciones de la vida personal que funcionan como excusa. Algunos testimonios en este sentido son: “yo engordé luego que murió mi gato, y es que era muy querido por mi. Siempre fui flaca”. En esta frase, la persona evidencia que esta enfocada en su pasado, en lo que siempre fue, y hay una situación en un momento determinado de su vida que implicó un cambio. Esta forma de atribución lleva la razón de la gordura incluso a pequeños acontecimientos que tienen un efecto inevitable sobre la persona. Una paciente declara que sólo en algunas ocasiones come de más, y es “cuando algo anda mal en casa”, otra dice que “El invierno es terrible porque me deprime y me hace comer más” y una más que come porque no puede dormir. El paciente que se esconde detrás de esta forma de (afrontamiento, evitando asumir que tienen la responsabilidad en la comida) atribución está negándose la capacidad para actuar de manera distinta ante esas situaciones. El contexto que brinda su vida social en sentido amplio. En este caso hay un trasfondo de verdad si consideramos la importancia que el entorno tóxico tiene para la etiología de la obesidad. Sin embargo, una vez más, los pacientes que adoptan explicaciones de este tipo están rechazando la posibilidad de hacer algo distinto, la responsabilidad que les cabe personalmente por lo que sucede con su cuerpo y su salud (Ravenna,2006; Cormillot, 2008). Algunos ejemplos de testimonios que entran en esta categoría son: “Las cuatro comidas no las puedo comer en horarios, tengo todo desordenado”, “Estoy muy cansada. Solo duermo. Además los problemas”, “No me puedo conectar con el tratamiento, tengo mucho que hacer”, “Mis hijos se comen mis yogures, no puedo hacer nada, no me permiten seguir con el tratamiento”. El terapeuta ante esto último interviene diciendo que “no pueden excusarse por las situaciones con los demás, deben asumir su compromiso”. Degher y Hughes (1999) dieron a conocer dos formas de afrontamiento, una donde el paciente niega su responsabilidad con el sobrepeso, culpando a otros por ejemplo, y otra forma de afrontamiento ocurre cuando el obeso acepta la responsabilidad por su obesidad, pero proporciona razones socialmente aceptables para su comportamiento. Estas formas de afrontamiento consistentes en poner la explicación de la gordura fuera del alcance del paciente, se completa con algunas que resultan prácticamente excusas sin importancia para no cambiar de comportamiento. Dos ejemplos de este tipo de excusas banales son “no puedo tomar agua, con suerte paso la coca-cola Light” (para explicar el no cumplimiento de la recomendación de beber agua),”Tengo tres balanzas y ninguna funciona bien (como respuesta al requerimiento de controlar el peso diariamente). Este tipo de explicación lo vimos en lo estudiado por Degher y Hughes (1999). No hay que olvidar que entre las características propias de la personalidad adictiva se encuentran la evasión, la baja autoestima, el vacío interior, la falta de límites, el descuido, la culpa, la negación y la frustración, entre otras. En el grupo se mencionaron frases como “me fue mal en la balanza así que mejor me fui de shopping” o “comí demás así que me fui a dormir”. Estos ejemplos son de afrontamiento evitativo, debido a que el paciente se distrae para no afrontar su situación problemática. Con estas situaciones en el grupo el terapeuta intervino diciendo “no pueden huir de sus problemas. Guíense por las normas que se les enseñan, no las tiren a la basura después de salir por la puerta”. Esto lo hace porque el problema a resolver para superar la adicción no está en la comida, sino en las conductas que llevan al adicto a transformar la comida en un objeto que lo domina (Ravenna, 2006). Profundizando en las intervenciones que se realizan en el Centro para ayudar al paciente a superar su adicción, lo primero que debemos mencionar es el abordaje grupal, piedra fundamental del tratamiento observado durante la preparación de este trabajo final de integración. Cabe mencionar lo expuesto por Wadden y Osei (2001) sobre que en el manejo de grupo, la comunicación entre terapeutas y pacientes es fundamental para que se pueda intervenir correctamente. Esto fue observado un día en el grupo de descenso cuando un grupo de cuatro pacientes, aparentemente amigas, dicen que “vienen al grupo porque las hace sentir mejor que en casa”. Los terapeutas les explican que la comunicación entre pacientes es muy beneficiosa para ellos, por el tema de la identificación, y que sentirse integrados al grupo los tranquilizará. “El grupo te da recursos”, dice el terapeuta, de acuerdo a lo expresado en Wadden y Osei (2001) sobre fomentar los grupos. Por esto es que los terapeutas remarcan la comunicación como el punto más importante, ya que también de aquí surgirá la identificación entre pacientes, entre otras cosas. Para modificar las conductas compulsivas originadas en la frustración de los pacientes del grupo (Zukerfeld, 1979), los terapeutas trabajan para que logren cierta tranquilidad física y psíquica. Para esto, el Método del C.T. recurre a la aplicación de dos conceptos que presenta como pilares para el cambio: la medida y el orden. Introduciendo estos conceptos en su vida cotidiana los pacientes lograrán modificar sus conductas y establecer nuevos patrones que los alejen de la obesidad. Para terminar con los excesos es necesario modificar la conducta a través de un proceso de aprendizaje (Ravenna, 2006). “Hay que aprender a comer bien”, remarca uno de lo terapeutas, cuando una paciente le dice que sólo hizo una comida el día anterior, y que por eso no se ajustó a la dieta. “Claro, hiciste una sola comida, pero te comiste todo lo del día en una sola comida, eso no es comer bien”. Para corregir los afrontamientos evitativos de los pacientes del grupo, los terapeutas les enseñan herramientas con las cuales puedan trabajar para terminar con ellos. Un ejemplo que ya mencionamos en este trabajo es la vergüenza que sienten al llevarse su propia vianda a las fiestas, lo que provoca que a veces se queden en su casa, evitando así la situación que le avergüenza. Los terapeutas tratan de trasmitirles a los pacientes la idea de que el tratamiento implica un cambio hacia una forma de vida sana y natural, por lo que no deben sentir vergüenza de cuidarse. Ese cambio que se quiere lograr tiene que incluir el aspecto social y de integración a través de las relaciones personales, como indica Saldaña y Rossell (1988). Una cuestión que los profesionales que guían el tratamiento ponen en un lugar destacado es la fijación de objetivos. Estos objetivos deben estar en relación con el motivo que los impulsó desde un principio a bajar de peso y a llegar al grupo. A partir de esto deben construir el sentido, el para qué del compromiso que están asumiendo: “tienen que preguntarse para qué quiero adelgazar”, dice uno de los terapeutas, y refuerza la importancia que tienen los objetivos en cuanto a la posibilidad de cambio: “todos podemos cambiar nuestra realidad. Nosotros elegimos. El cambio es constante pero siempre en base a objetivos”. Al iniciar el tratamiento los pacientes tienen que plantear lo que quieren lograr, y mantener luego la atención enfocada en ese objetivo es fundamental para mantener el compromiso y lograr resultados exitosos (Kendall, 2009). El compromiso aparece aquí como un concepto fundamental del tratamiento. Los terapeutas remarcan en toda oportunidad que el compromiso es vital, y que todos los días los pacientes deben tomar la decisión de renovar su compromiso, como ya vimos en Bravo y Espinosa (2011). En la formulación de los objetivos del tratamiento es necesario considerar su expresión en términos de modificación de hábitos. A través de la introducción de lo que en principio son rituales, se busca reorganizar los hábitos de los pacientes hacia un patrón de conducta más saludable. Por otra parte, el objetivo no debe ser exclusivamente bajar de peso, sin incluir los cambios necesarios a nivel cognitivo y de conducta. Es tan importante el cambio conductual como el cognitivo para la efectividad del tratamiento (Nezu, Maguth & Lombardo, 2006). Así, los terapeutas les dicen a los pacientes que se angustian ante la balanza que no deben enfocarse en bajar kilos y kilos, sino de trabajar en la tranquilidad de cada uno. “Hay que ordenar la cabeza”, le dice al grupo uno de los terapeutas cuando un paciente expresa su dificultad para incorporar las nuevas conductas. Que el paciente adquiera esa tranquilidad requiere la superación de pensamientos automáticos que resultan saboteadores del tratamiento, tales como “ya comí de más, así que mejor comienzo la dieta mañana”. Este tipo de manifestaciones son abordadas por los terapeutas para enfrentar a los pacientes con la necesidad de eliminarlas para poder alcanzar los objetivos, que se convierten en lo primordial en el orden de prioridades del tratamiento, de acuerdo al trabajo de Beck (2000). En el esfuerzo que significa para los pacientes la modificación de sus conductas compulsivas, el Método seguido por la institución actúa brindando herramientas tales como la dieta, la planificación y organización de los hábitos, el propio trabajo dentro del grupo al que nos hemos referido y la incorporación de nuevas costumbres (Ravenna, 2006), como el consumo de agua que es recomendado por los terapeutas en las reuniones. Cuando los pacientes recurren a explicaciones que caracterizan sus conductas como algo ajeno a su propia voluntad, tal como vimos en los párrafos anteriores, los terapeutas les señalan la necesidad de trabajar con los excesos. Incluyen en este concepto no solamente el exceso con la comida, que es el núcleo del problema de los pacientes, sino a todos los excesos, en el trabajo, en las compras, en la limpieza, en los juegos, que contribuyen a la expresión de una conducta dominada por la compulsión (Zukerfeld, 1979). En los casos de afrontamiento negativo, donde los pacientes relatan que no se ven gordos, es cuando los terapeutas intervienen diciendo “no imagino que te guste ir de compras y que en ninguna tienda encuentres algo de tu talla”, para enfrentar al paciente con una realidad cotidiana que contradice su afirmación. Por otro lado, otro paciente habla de un gordo interior con el que lucha día a día, algo que varios miembros del grupo reconocen haber hecho, el terapeuta le responde que no hay otro en su interior, que el que está gordo es él, y que tiene que empezar por asumir eso para poder cambiarlo. Los terapeutas no aceptan tampoco aquellos testimonios en que el paciente se coloca en lugar de víctima, de otros, del contexto, de sus propias limitaciones. En todos estos casos les prohíben victimizarse, quedándose con la parte negativa de la situación o de ellos mismos. Les dicen que en ningún caso tienen que darle lugar a los pensamientos negativos “ustedes eligen dónde quieren estar. Si quieren ser la víctima, siempre van a estar quejándose y justificándose”, fue la respuesta de uno de los terapeutas a un testimonio de este tipo. Con esto el terapeuta busca, como en la mayoría de las intervenciones que realizan, que los pacientes reaccionen y asuman su responsabilidad con la enfermedad, con cambiar su problema con la comida, cambiar sus hábitos alimenticios y sus conductas desadaptativas, asumiendo el compromiso que ya vimos es fundamental para un tratamiento exitoso. 5. CONCLUSIÓN La obesidad es una enfermedad que no sólo afecta a la salud, sino que provoca muchas frustraciones en el paciente, ya sea por las dificultades físicas que tiene o por los prejuicios en torno al obeso, que se forman por los patrones de belleza impuestos por los medios, como son la televisión y las revistas. En este trabajo se ha visto cómo se manifiesta la frustración en los pacientes con obesidad, se ha descrito cómo utilizan afrontamientos evitativos para intentar disminuir el sufrimiento que les provoca, y por último se han analizado las intervenciones que realizan los terapeutas para ayudarlos a superar sus conductas desadaptativas, todo en el marco de la práctica profesional con el grupo de descenso del C.T. A través de numerosos ejemplos se ha mostrado cómo la frustración aparece en forma recurrente y de distintas formas en la vida de los pacientes, y cómo esa frustración puede representar una constante amenaza a la continuidad del tratamiento. Muchos son los pacientes que piensan en abandonarlo a causa de las frustraciones que experimentan diariamente. También se ha visto que los pacientes del grupo tienen una tendencia a afrontar estas situaciones de frustración de manera evitativa, en concordancia con las investigaciones realizadas hasta la fecha (Quiles & Terol, 2008). Se han descrito los distintos tipos de afrontamientos evitativos que utilizan los pacientes para intentar no enfrentarse con el problema que les representa su exceso de peso, tanto de tipo cognitivos como conductuales (Carver, Scheier, y Weintraub, 1989). Y se ha visto como estos afrontamientos atentan con la efectividad del tratamiento, que requiere del compromiso de los pacientes. Se vio en más de un paciente que la comida es muchas veces una vía de escape para no pensar en los problemas que tienen, la utilizan para evadir sus problemas en vez de enfrentarse a ellos y resolverlos. Los pacientes incluso comen para escapar de grandes decisiones y lo hacen para no afrontar las malas elecciones que han hecho, a las que no se sienten capaces de enfrentar. Para ellos, comer les evita la situación incómoda y les permite sentirse mejor por un momento. Se ha visto que estos tipos de afrontamientos (evitativos) no resuelven sus problemas y si no reciben ayuda seguirán comiendo para evitarlos. En la última parte del trabajo se han revisado las distintas intervenciones que se han dado en las sesiones grupales que fueron parte de la práctica profesional. Si bien las intervenciones descritas son variadas y tienen el estilo propio de cada terapeuta y están adaptadas a cada paciente, en general todas apuntan a reforzar las mismas ideas principales: que el paciente tome conciencia de su problema, y se comprometa con el tratamiento, aplicando las herramientas que se les proveen para cambiar las conductas que causaron el sobrepeso. Como los factores psicológicos en el desarrollo y el tratamiento de la obesidad son innegables, los profesionales deben proveerle al paciente apoyo, información y educación, a la vez de fortalecerlo y facilitarle la catarsis y la expresión de sus conflictos como se vio en Bravo y Espinosa (2011). El tratamiento debe ser integral para facilitar no sólo herramientas que le permitan un cambio de hábitos alimentarios y de estilo de vida, sino también debe proveer herramientas para que el paciente logre superar su frustración utilizando estrategias de afrontamiento adaptativas para su vida en general como se ha visto en Vázquez y López (2001). Por esto la terapia debe contemplar no sólo la reducción de peso como objetivo final, sino que debe cambiar el problema de fondo, con el fin de mejorar la calidad de vida del paciente y evitar recaídas durante el tratamiento. Por esto los terapeutas trabajan con los pacientes para que la angustia no sea desencadenante de la ingesta compulsiva. Les tienen que enseñar a los pacientes a trabajar con las emociones con las que no pueden lidiar y les hacen recurrir a la comida, sin perder el disfrute de sus logros y las situaciones de su vida. Dentro de la terapia es fundamental el rol que ocupa el grupo, que se nutre de lo que van diciendo y compartiendo los pacientes, permitiendo que se vayan integrando. Ese sentido de pertenencia que consiguen al sentirse integrados al grupo los calma, los tranquiliza, y los motiva a seguir esforzándose (Vázquez & López, 2001; Wadden & Osei, 2001; Yalom, 2000). En el grupo también se trabaja reorganizando los ritos y hábitos de los pacientes, con la idea de que cuando se está preparado, se buscan medios para seguir adelante, y no excusas para justificar retrocesos. Dentro de los recursos para romper los hábitos que provocan la obesidad, los terapeutas intentan inculcar la práctica de distintas actividades, como deportes o incluso música. En particular respecto a la dieta, es frecuentemente boicoteada por el medio social, por lo que la información es importante para que el paciente sepa qué es lo que le hace bien. Uno de los muchos causales de frustración que experimentan los pacientes, de acuerdo a lo observado en varios casos de pacientes que reingresaban al grupo de descenso, es la dificultad de mantener el peso conseguido una vez que se deja de ir al grupo. Justamente la dependencia al grupo que muestran estos pacientes puede ser considerada una limitación del tratamiento, dado que los esfuerzos realizados por el paciente y toda la mejoría conseguida pueden perderse fácilmente si el paciente debe abandonar el tratamiento, ya sea por cambios en su situación económica o por viajes. Justamente el aspecto económico es un limitante importante para el desarrollo del tratamiento. Como es caro, no todos los pacientes pueden pagar los paquetes de grupos o talleres, que son vistos como necesarios para lograr los objetivos propuestos. Muchos pacientes quedan con la sensación de que no están haciendo bien el tratamiento por no estar en situación económica de pagar por dichas opciones, lo que les genera aún más frustración y hace peligrar la efectividad del tratamiento. Este problema se ve acrecentado porque los terapeutas transmiten el mensaje de que los pacientes son adictos, que es una enfermedad crónica que requiere un tratamiento de por vida y que no lo pueden hacer solos. Si bien a través de sus intervenciones los terapeutas intentan modificar las conductas desadaptativas de los pacientes, se debe notar que algunas intervenciones observadas son un tanto bruscas en cuanto al tono y a las palabras. Las respuestas que reciben los pacientes son a veces un poco agresivas y pueden herir la sensibilidad del paciente, disminuyendo su confianza y poniendo en riesgo la continuidad del tratamiento. Es la opinión del autor de este trabajo que el tratamiento debería proporcionar a los pacientes más herramientas que fomenten su seguridad y su confianza, para que puedan lidiar de manera positiva no sólo con el tratamiento, sino con todos los problemas de su diario vivir, en forma más independiente, sin depender tanto de los grupos para mantener la conducta aprendida y no recaer en los afrontamientos desadaptativos. Es sabido que la etapa posterior a la reducción de peso genera mucho miedo, ansiedad y estrés en los pacientes, por lo que el Centro está trabajando para mejorarla. La clave parece estar en lograr cambios que modifiquen permanentemente la personalidad adictiva de los pacientes, y las herramientas utilizadas actualmente en el marco de este método no producen los resultados esperados, mostrándose insuficientes. Los casos de pacientes que regresan al grupo de descenso no son aislados, a pesar que el Centro provee un grupo de mantenimiento al que los pacientes pueden concurrir de por vida para continuar el tratamiento. Sería interesante extender el presente trabajo analizando lo que sucede en ese grupo, para tratar de entender por qué el éxito logrado en el grupo de descenso no se replica en el grupo de mantenimiento. Para entender mejor esta deficiencia del tratamiento habría sido útil realizar entrevistas a pacientes y terapeutas. Lamentablemente no fue posible realizarlas para este trabajo, pero sería valioso complementar las conclusiones obtenidas aquí con la visión de los protagonistas. A nivel personal, la experiencia ha resultado de gran utilidad para ver cómo la terapia cognitiva conductual puede ser aplicada exitosamente en terapia de grupos para mejorar la calidad de vida de los pacientes. En especial es de destacar el abordaje interdisciplinario que se realiza en el Centro terapéutico y parece haber tenido mucho éxito logrando que los participantes de sus grupos adelgacen en forma notoria en el periodo en que se baso este trabajo. Como último idea, quisiera hacer notar que considerando lo difícil que es recuperarse de esta enfermedad, se hace necesario trabajar mucho más en la prevención del sobrepeso y la obesidad. Sobre todo porque las personas que la sufren muchas veces no se dan cuenta hasta que las consecuencias de la obesidad son evidentes y afectan su salud física y mental. Considero que es una deuda que tenemos como sociedad y espero que parte del arduo trabajo que se realiza para lograr que los pacientes obesos mejoren su calidad de vida y adelgacen, pueda también destinarse a evitar la obesidad en primer lugar, y para que los pacientes que lograron recuperarse puedan mantener su peso saludable y sus nuevos hábitos alimenticios. 6. BIBLIOGRAFÍA Aldwin, C. 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