Download 2.Gomez Ramos -In partibus infidelium.docx
Document related concepts
Transcript
Antonio GÓMEZ RAMOS Sobre enseñar filosofía fuera de las Facultades de Filosofía Antonio GÓMEZ RAMOS Universidad Carlos III de Madrid Pretendo en esta breve intervención reflexionar sobre lo que puede significar enseñar filosofía en una facultad de Humanidades, para estudiantes que, en principio, no van a ser filósofos, o no se lo han propuesto. Pero, de paso, como se verá, esa reflexión implica detenerse en la enseñanza misma de la filosofía y el lugar social de la filosofía. 1. En el punto de partida podemos situar la imagen del profesor de filosofía “exiliado” en una Facultad de Humanidades. Cuando da clase, tiene que simplificar: no puede empezar a hablar de la dialéctica y del saber absoluto, sino que, a la altura de cuarto de carrera, a veces tiene que andar explicando quién era ese señor llamado Hegel, y exponer las nociones más elementales de la filosofía alemana después de Kant (podría valer cualquier otro ejemplo). Contará, sin embargo, con que sus estudiantes pueden tener una mayor familiaridad con los cambios sociales y culturales que tienen lugar en Europa por esa época. Tal vez por eso le ocurre, a veces, que produce algo de envidia entre los colegas y amigos que dan clases de filosofía en la facultad de filosofía. A estos les pasa que están cansados de algunos estudiantes resabiados por su entrega incondicional a alguna corriente filosófica, o por su incapacidad para concebir una realidad Actas I Congreso internacional de la Red española de Filosofía ISBN 978-84-370-9680-3, Vol. XX (2015): 19-27. 19 Sobre enseñar filosofía fuera de las Facultades de Filosofía distinta de la de los textos de filosofía. El profesor en la Facultad de Humanidades, piensan, tiene más libertad, puede ser más creativo, echarle más imaginación, salirse de los cánones, hablar de política, literatura y de arte, combinándolas con filosofía. Sus oyentes se sitúan en una paleta de sensibilidades más amplia, y la filosofía de verdad ha existido casi siempre así. Y hay algo de verdad en todo eso. Pero la realidad se impone. A pesar de lo que pueda prometer eso de enseñar filosofía fuera de la facultad de Filosofía (en los grados en Humanidades, en cursos interdisciplinares, en cursos de verano, en la calle misma, en los florecientes cursos para mayores), el resultado es una mezcla de frustración –pues no se puede ir más allá de una somera presentación de los autores y los problemas- y de desconcierto –puede que los estudiantes tengan interés, pero no se sabe si les llega algo realmente-. O bien, pueden tener interés, y ser buenos chicos, hasta buenos estudiantes, pero no parecen tener esa vena filosófica que está dispuesta a tolerar ciertas preguntas, a plantear cuestiones que solo se plantean en filosofía. En todo caso, el trabajo es, en principio, distinto. La pregunta es si ese trabajo es una mera divulgación, un barniz filosófico para gentes de letras, o si consiste en una suerte de proselitismo para futuros adeptos, o si se trata de introducir la forma filosófica de preguntar en cualquier actividad que vayan a realizar luego ellos. ¿Es una adaptación de la filosofía tout court, la filosofía en las facultades de Filosofía? 1.1. Cuando se aborda este tema, conviene no olvidar, que, durante la mayor parte de la historia, los filósofos han hablado y enseñado para gente que no iba a ser filósofo, sino otra cosa. Por recurrir a ejemplos conocidos para todo el mundo: la inmensa mayoría de quienes se formaban en la Academia o en el Liceo, los oyentes de Kant en Königsberg, y no digamos los de Hegel en la nueva universidad humboldtiana, no iban a dedicarse profesionalmente a la filosofía, ni lo pretendían. Su camino estaba en la política, en la administración, en la ciencia, o en el arte. Estos filósofos lo sabían; seguramente, les hubiera asustado que las cosas fueran de modo diferente. La idea de la Filosofía como especialidad profesional practicada y transmitida en centros instituidos a tal efecto –llamados facultades de filosofía- es un fenómeno histórico reciente, ligado a una forma de organización estatal, la del Estado nación moderno, el cual, por razones tanto humanistas como de control ideológico y cultural, tomaba a su cargo la planificación, constitución y fomento de las ciencias humanas. 2. Ahora bien, ¿qué era la filosofía en las facultades de filosofía en España? Al menos, ¿qué ha sido durante durante los últimos decenios? Desde luego, ha habido una gran variabilidad en la calidad, el rigor y los contenidos, que podían ser de altísimo nivel, o muy bajo, dependiendo, sobre todo, del profesor. Pero, al margen de eso, observada desde el exterior, la actividad de una facultad de filosofía funcionaba como un circuito prácticamente cerrado. En él, unos profesores de filosofía, que habían estudiado Filosofía en una Facultad de Filosofía, y habían hecho un 20 Actas I Congreso internacional de la Red española de Filosofía ISBN 978-84-370-9680-3, Vol. XX (2015): 19-27. Antonio GÓMEZ RAMOS doctorado y una oposición ante catedráticos de Filosofía, enseñaban Filosofía (esto es: Historia de la Filosofía, Metafísica, Lógica, Estética, Ética, …) a unos estudiantes jóvenes durante cinco años –últimamente cuatro. Éstos habían entrado allí voluntariamente, con una vocación (a veces ilusoria) o unas preguntas despertadas en el bachillerato. Sus perspectivas, una vez acabada la carrera, eran ser a su vez profesores de filosofía. Podía ser, tras las correspondientes oposiciones, en la enseñanza secundaria (donde ellos mismos le había cogido gusto a la filosofía en su adolescencia tardía); o bien, si eran lo bastante estudiosos y sabían relacionarse en el mundo académico y además tenían suerte, podía ser en la propia Facultad de Filosofía. Esto último se considera el mayor éxito. En más de un caso personal, terminar en la enseñanza secundaria tiene un cierto regusto a fracaso. De modo que en las facultades de filosofía unos profesores enseñan filosofía a unos alumnos que en su día enseñarían filosofía; los más sobresalientes o afortunados de ellos, a otros futuros profesores de filosofía. Los menos, al común de los mortales. Conviene hacer notar aquí, aunque sea de pasada, que en todo este circuito de la filosofía española, por absurdo que parezca, jamás se planteó la idea de introducir alguna didáctica de la filosofía en los planes de estudio. Sólo muy recientemente han empezado los profesores de filosofía españoles a reflexionar abiertamente sobre las formas de enseñanza. 1 Desde luego, la descripción de este circuito no agota la realidad. Siempre había estudiantes que no terminaban en la enseñanza de la filosofía, sino que se dedicaban a otra cosa, en función de su vocación o de lo que les destinase la vida: al arte, a los negocios, a la política, a ser auxiliares de vuelo; algunos se mudaban a otra ciencia de objetos más tangibles, fuera la psicología, historia, o la filología. En unos casos, consideraban los años en la facultad de filosofía como un tiempo perdido, en otros, consideraban que esos años habían sido decisivos para su formación como sujetos –aunque hubo quizá demasiados libros, o demasiada erudición, o demasiado de esto y muy poco de lo otro. Todo esto tampoco está fuera de lo común. Y, de todos modos, un buen desengaño de la filosofía puede ser también una vía para encontrar la propia verdad. No siempre se daba ese circuito; y menos aún podrá darse ahora, en que la salida profesional a la enseñanza secundaria o superior está prácticamente cerrada. Pero lo cierto es que las facultades de filosofía en España, al menos desde los años 50, están concebidas según el modelo de ese circuito. 2.1. El circuito tenía algo de claustrofóbico. Suponía que la filosofía era algo para consumo interno de los filósofos, de la cual trascendían hacia la sociedad sólo unos efluvios superficiales. Interiormente, dentro del circuito, entre los participantes con ambición, producía una especie de ansiedad: se entraba en él para llegar muy arriba, a catedrático de universidad, o para fracasar y quedarse en la Secundaria. Se parecía en eso a la dinámica de los conservatorios de música cuando estos se conciben para formar futuros concertistas, virtuosos de éxito; lo que sólo podían ser, claramente, un uno o dos por ciento de los estudiantes. El resto, que emprendía una larga y 1 Valga como ejemplo el reciente congreso sobre Didáctica de la Filosofía en la Universidad Complutense, del 3 al 7 de noviembre de 2015. Actas I Congreso internacional de la Red española de Filosofía ISBN 978-84-370-9680-3, Vol. XX (2015): 19-27. 21 Sobre enseñar filosofía fuera de las Facultades de Filosofía dura carrera de un instrumento para constatar que nunca sería un intérprete profesional, ni como solista ni tocando en una orquesta, se conformaba con enseñar lo más elemental en conservatorios o escuelas de música. Y ya era asunto de su propia sabiduría personal decidir si, como profesor de música, era un instrumentista fracasado o era alguien que enseñaba música a la gente por que la música es bella y es bueno que la gente sepa música. Una pregunta parecida se ha de formular alguna vez quien aspiró a ser un filósofo de gran proyección académica o incluso mediática, y se ve hablando de Aristóteles o de Husserl a unos jóvenes desconcertados. Los mismos que, en la universidad o en el instituto, comprueban, sin embargo, que las grandes vedettes de la filosofía, una vez en el aula, no transmiten más ni enseñan mejor que más de un profesor del día a día. 2.2. Por lo demás, la consecuencia de ese circuito ha sido un particular enclaustramiento de la filosofía en España, cuyas discusiones apenas trascendían hacia la sociedad y la cultura del país. Las razones para ese encapsulamiento interior son muy complejas. Está el bajo nivel cultural de las clases media y alta españolas, están los bajos niveles de lectura, la escasa cultura científica y de debate; y está que este no ha dejado de ser un país de charanga y pandereta. Nada de eso favorecía que la filosofía saliese de su cápsula, o que alguien se asomase a ella. Tampoco con el exterior conseguía comunicarse mucho la filosofía española, salvo para recibir ideas, a veces modas, en traducciones de las que no podía devolver nada. Sin embargo, cualesquiera que sean las razones de ese encapsulamiento, no evitan que se plantee una de las preguntas más difíciles e incómodas que tiene que hacerse el gremio de los filósofos “profesionales” en España: ¿cómo es posible que, habiendo tenido en sus manos durante los últimos cuatro decenios 2 a todas las generaciones de bachilleres españoles, los cuales han pasado dos cursos por sus aulas, a razón de tres o cuatro horas semanales, la Filosofía tenga una presencia tan pobre en la sociedad española: en la cultura de la gente, en las librerías, en los medios, en las discusiones sociales? ¿Por qué en otras naciones de Europa, o en los propios Estados Unidos, donde la presencia de la filosofía en la enseñanza media es proporcionalmente mucho menor, se encuentran muchos más libros de filosofía en las librerías, o es más probable encontrarse con que un político, un periodista, un artista, un literato, un ciudadano en un bar, un discutidor en un foro de internet, un participante en un programa de radio o hasta de televisión, haga un argumento que denota una cierta familiaridad con la filosofía? 2 Me refiero sólo al período democrático, a los años del BUP, y de la posterior ESO y Bachillerato de la LOGSE. Entendiendo que, durante la dictadura franquista, la filosofía, aunque obligatoria en el bachillerato, estaba en general demasiado supeditada al nacionalcatolicismo imperante. 22 Actas I Congreso internacional de la Red española de Filosofía ISBN 978-84-370-9680-3, Vol. XX (2015): 19-27. Antonio GÓMEZ RAMOS 3. Pensar la filosofía in partibus infidelium convoca, entonces, a pensar y practicar la filosofía fuera de ese circuito cerrado. Puede haber muchas vías para ello. En cierto momento, a partir de los años noventa, los nuevos grados –entonces licenciaturas- en Humanidades surgieron como un impulso en esa dirección. Desde luego, esos nuevos grados adolecían de una grave indefinición. Nacían al calor de lo “interdisciplinar”, que, por razones que merecerían un estudio lingüístico y sociológico, se convirtió por entonces en una palabra de moda. Pero también obedecían a las exigencias, o expectativas, de adaptar la enseñanza universitaria a los nuevos requisitos del mercado. La reunión de varias especialidades en una sola titulación ofrecía la ilusión de formar de una tacada a futuros profesores capaces de explicar cualquier asignatura de “letras” en una enseñanza media de contenidos rebajados. De manera que la licenciatura en Humanidades obedece al nuevo orden político-económico neoliberal imperante, como también las antiguas licenciaturas en Filosofía, Historia, Filología, etc. habían servido al orden del Estado-nación. Sin desmentir de lo anterior, en la creación de las licenciaturas en Humanidades estaba para algunos el impulso de recuperar las antiguas Letras, las de las viejas facultades de Filosofía y Letras, con dos años de comunes, antes de que la especialización y división de las facultades en España empezara a producir licenciados que estudiaban cinco años de Filosofía (filosofía pura, se decía) sin haber leído un libro de Historia o de Teoría Literaria (ni digamos literatura), y viceversa. Pero este noble impulso, que permitiría recuperar algo muy valioso que se había perdido en la cultura, se quedó diluido entre otros que se entendían más acordes con los tiempos, y favorecidos por ellos. Así, había quienes asociaban las Humanidades con el humanitarismo, y explícitamente consideraban que esa titulación debería formar a futuros integrantes de ONGs. Después de todo, durante gran parte la Modernidad, en los países desarrollados, la formación en letras ha preparado a muchos funcionarios de la administración de turno, y las ONG, sin desmentir nada de su valor, forman también parte de la administración de un capitalismo paroxístico y globalizado. O había, finalmente, quienes asociaban las Humanidades con esa rama secundaria del sector servicios denominada Gestión Cultural, y pensaban que debían orientar el adiestramiento (más que la formación) de los estudiantes en esa dirección. Las indefiniciones no son necesariamente negativas. Desde luego, en este caso, ha impedido que la titulación de Humanidades pueda establecerse como una carrera con una sustancia propia (como tal vez la tengan todavía las titulaciones más clásicas), y ha hecho que funcione para sus titulados como una vía de transición hacia disciplinas más concretas, o hacia las nuevos campos de estudio que van surgiendo asociados a la imagen, la comunicación o los estudios culturales, o como vía asequible para obtener un título superior con el que entrar en el llamado mercado laboral. En todo caso, formaba parte de trayectorias biográficas que divergían en función de las capacidades individuales y de la suerte de cada cual. En general, no eran un punto de llegada, sino de paso, del que, según dicen las encuestas, los antiguos estudiantes no solían arrepentirse. Para la filosofía universitaria española, para un número ya no tan pequeño de sus profesores, esa titulación en Humanidades, con toda su indefinición, ha significado la experiencia de salir Actas I Congreso internacional de la Red española de Filosofía ISBN 978-84-370-9680-3, Vol. XX (2015): 19-27. 23 Sobre enseñar filosofía fuera de las Facultades de Filosofía del circuito y dirigirse abiertamente a estudiantes que no van a ser profesores de Filosofía, o que no se lo proponen. Es verdad que esa experiencia ya se daba en los muchos cursos que los profesores de Filosofía daban en otras titulaciones –en general, Historias de la Filosofía impartidas en otras carreras de letras, o de Pedagogía, etc.-; o incluso en los florecientes cursos de las Universidades de Mayores, que ofrece casi cada universidad de España y que han aportado un número no despreciable de oyentes en los que no falta el entusiasmo. Pero ahora dejaba de ser una simple Historia de la Filosofía, y se planteaba como una invitación a cruzar fronteras. Desde luego, no se podría ofrecer un curso monográfico sobre la Fenomenología del espíritu de Hegel (tampoco en la facultad de filosofía es ya cosa fácil); pero sí dedicarle la misma atención a un relato de Melville y a un texto de Kierkegaard para abordar un problema. Los resultados que se obtuvieran ahí eran inciertos, desde luego. 4. Ahora bien, la incertidumbre sobre el resultado de una clase de filosofía es un problema que no sólo tiene el profesor en la titulación de Humanidades, sino cualquier profesor de filosofía. Sólo que en aquel, que no sabe si no está hablando una lengua extranjera ante nativos de otro sitio, la incertidumbre se presenta con más fuerza. Y recobran vigor viejas preguntas de la filosofía y de su didáctica. Sobre todo, dos. La pregunta por lo que se debe transmitir, y la pregunta por el lugar de la filosofía en la sociedad misma. 4.1. Respecto a lo primero, está la vieja pregunta por si se trata de enseñar filosofía o de enseñar a filosofar. Lo último es, sin duda, una de las expresiones kantianas que mejor fortuna han hecho; y ello no deja de ser curioso, pues presumir de saber cómo filosofar, y encima de poder enseñarlo, supone una audacia que pocos pueden permitirse sin riesgo. De todos modos, ya Hegel le objetó a Kant que filosofar sin saber Filosofía, ni Historia de la Filosofía, es como viajar sin mirar un mapa. Uno puede estar en el sitio, y hasta verlo y sentirlo, pero no se entera nunca de dónde está ni de qué es lo que realmente ve. Por eso, tampoco se trata de una tarea de divulgación, ni de simplificación, sopesando cuánto introducir de Historia de la Filosofía, o cuánta profundidad en la práctica de filosofar se puede tolerar. Hay un problema de hablar hacia fuera, en una lengua extranjera. Pero tan marciano puede resultar un filósofo entre legos como un fenomenólogo entre filósofos analíticos, o un filósofo analítico entre especialistas dedicados al Idealismo alemán. Todo eso es un problema de lenguaje. Ahora bien, el problema no está en el lenguaje, o no debería estarlo, sino en una determinada sensibilidad que se trata de transmitir. En cierto modo, hay una sensibilidad para la filosofía, una disposición particular del espíritu, como la puede haber para la música, para el deporte o para el arte. A algunas personas, esa sensibilidad les resulta más familiar que a otras, pueden tenerla ya de un modo casi natural; mientras que otras pueden ser perfectamente refractarias 24 Actas I Congreso internacional de la Red española de Filosofía ISBN 978-84-370-9680-3, Vol. XX (2015): 19-27. Antonio GÓMEZ RAMOS a ella. Hay quienes parecen –y lo son- negados para la música, para el placer musical incluso, o para el arte. Y del mismo modo, hay personas que pueden ser absolutamente negadas para el asombro ante lo obvio con que se despiertan las preguntas filosóficas, y negadas ante el juego de conceptos en que ese asombro se elabora. De manera sucinta, podría decirse que un filósofo tiene dos características propias. La primera es, desde siempre, la capacidad de preguntar, de poner en cuestión lo que parece obvio para ir más allá y sacar lo inmediatamente a la vista y producir una articulación conceptual que explique la realidad y permita tratar con ella de otro modo. Es esa capacidad de preguntar lo que se llama, por otro lado, la crítica, con la que los filósofos se sienten tan bien identificados. Un filósofo es quien sabe criticar aquello en lo que nadie repara por cotidiano; y quien sabe que cualquier concepto de los que se usan para estructurar el mundo y la acción no es algo dado y acabado, sino que se engarza en una historia y en una red de relaciones semánticas, ontológicas y lógicas que lo ponen en conflicto con cualquier realización concreta. Para un lego, la clavícula, por ejemplo, es un hueso que anda por cerca del hombro. El médico sabe, en cambio, la enorme cantidad de condicionamientos anatómicos, fisiológicos, histológicos, físicos y químicos que confluyen en ese simple hueso. De la misma manera, el ciudadano normal utiliza la palabra libertad con toda naturalidad, como eslogan, como reivindicación, como afirmación, sea en la lucha política o en su vida privada. El filósofo sabe lo intrincado de ese concepto, la densidad de sus relaciones con tantas otras dimensiones de la vida humana, lo difícil que es decir “libertad” y ya está. Y para saberlo bien no tiene que estudiar menos que el médico las clavículas. Pero, ciertamente, este último tiene más fácil hacer creer los demás que la clavícula es algo muy complejo de lo que él sabe más que el resto; mientras que al filósofo pocos le creen lo mismo respecto a la libertad. Es verdad que no la arregla con una escayola (para eso están ciertos políticos), y que la palabra la pronuncia cualquiera. Pero ya por eso vemos que el filósofo está en tierra de “infieles” no sólo en las facultades que no son de filosofía pura, sino en todo el conjunto de la sociedad. 4.2. Por eso, está también la cuestión de la relación entre filosofía y sociedad. Y, con ella, entre filosofía y democracia. La tradición quiere que la democracia y la filosofía se lleven mal, y para afirmarlo, le basta sacar a la luz las posiciones políticas de una buena mayoría de filósofos, de Platón a Heidegger. De otro lado, los filósofos se quieren ver hoy a sí mismos como órgano decisivo del funcionamiento y la cultura democráticas. Sin embargo, más que solucionar esa disputa, se trata de reconocer todo su potencial, y todo el desfase que hay entre el filósofo y sus conciudadanos, a los que aquel, a la vez que es algo aparte, se sabe inextricablemente vinculado, como Sócrates a los atenienses. Pero la cuestión, entonces, es cómo de especial es el filósofo, si representa una élite del espíritu o si está entre el común de los mortales. Eso tiene consecuencias decisivas a la hora de plantearse la enseñanza y transmisión de la filosofía. ¿Es la filosofía para unos pocos, o es para todos? Puede que todos los hombres sean filósofos, como se ha dicho alguna vez, pero es verdad que una gran parte de ellos son perfectamente impermeables a las cuestiones y sutilezas en las que los filósofos se enredan. Tienen, además, todo el derecho a Actas I Congreso internacional de la Red española de Filosofía ISBN 978-84-370-9680-3, Vol. XX (2015): 19-27. 25 Sobre enseñar filosofía fuera de las Facultades de Filosofía serlo. Nietzsche, que defendía la rareza del filósofo, se reía de la concepción divulgadora, “ciceroniana”, la llamaba, de la filosofía. Más bien, defendía él, el filósofo debe ser una planta rara. O, al menos, reconocerse, como dice Hegel en las Lecciones de filosofía de la religión, en una “casta sacerdotal de la razón”: una especie de santuario que garantice la razón y la secularidad en la marcha de la sociedad moderna. Pero, también, la propia democracia presupone un conjunto de ciudadanos críticos y capaces de pensar por sí mismos, que no podrían serlo si no tuvieran una mínima vena filosófica. En realidad, hay una tensión irresoluble entre, por un lado, la posición aristocrática que se atribuyen (y a veces reciben) los filósofos dentro del espíritu y, por otro, ese impulso de Ilustración generalizada que, en cierto modo, podría leerse como una oferta de elitismo para todos. Desde luego, no cualquiera puede pensar, por más que todos tengan lenguaje y conceptos, ni todo el mundo tiene la sensibilidad filosófica, la capacidad de asombro. Por eso, el pensamiento aparta a quien lo ejerce del espacio social –mientras lo ejerce. Pero, de otro lado, todos tienen lenguaje y razón, y todos tienen la potencialidad de ser filósofos, aunque sólo unos pocos lleguen a serlo. Esa potencialidad, dicho sea de paso, es la que justifica la introducción de la filosofía como asignatura obligatoria en el bachillerato. Hay un derecho a la Filosofía, por utilizar la expresión de Derrida, que no se le puede negar a nadie. También para que luego pueda libremente negarse a pensar, una vez que ha experimentado lo que significa eso. Sólo puede ejercerse el derecho a no pensar después de haber tenido y probado el derecho al pensamiento. Por eso, al menos una vez en la vida, durante su período de formación, todos los seres humanos deben tener contacto con la filosofía, igual que lo tienen con la educación física –aunque no les guste el deporte ni lo vayan a practicar luego nunca- o lo tienen con las artes plásticas –aunque sean unos negados para el dibujo, o les de dolor de cabeza al entrar en un museo-. La filosofía se atraviesa, produce incomodidades y da lugar a complicaciones. Pero las incomodidades y complicaciones se producen ya por sí solas, pues la realidad está siempre dividida y es una continua producción de complicaciones y de conflicto. La filosofía brota como la reflexión sobre las complicaciones. No para resolverlas, sino para señalarlas, ponerlas al descubierto y para conocerlas. A veces, no es ella quien las señala y desvela: es esta una tarea en la que los artistas, los literatos, los cineastas, los sociólogos o simplemente los periodistas pueden tener más vista que el filósofo. Pero este debe saber localizar las contradicciones conceptuales que ese conflicto encierra, y orientar la discusión, o aportar elementos clave para ella. En ese sentido, la filosofía tiene un valor terapéutico mucho más bajo del que algunos le quieren atribuir. La filosofía no cura, pero formula las preguntas teóricas con las que abordar el conflicto: ¿qué nociones de “derecho” y de “humano” hay implícitas en el actual desastre de la desigualdad global y la carnicería de las migraciones sur-norte?¿Qué noción de naturaleza y de vida digna hay implícita en la catástrofe medioambiental? Son sólo dos ejemplos tan cercanos e inmediatos que casi no parecen filosóficos. Hay textos de Marx, de Heidegger o de Aristóteles, y especulaciones con menos nombres propios, que ayudan a formular y diseñar esas preguntas y otras. Luego, es la propia sociedad la que resuelve –o no- esos conflictos, la que es capaz de discutirlos o de soterrarlos. Lo cierto es que, si la democracia es el régimen político que no tiene miedo a exponer 26 Actas I Congreso internacional de la Red española de Filosofía ISBN 978-84-370-9680-3, Vol. XX (2015): 19-27. Antonio GÓMEZ RAMOS abiertamente sus conflictos y sus contradicciones, la filosofía, como actividad que trabaja sobre conflictos y contradicciones, sobre el asombro de estas, es inherente a la democracia. Ello no implica que una y otra hayan de entenderse bien, o estar en armonía: lo contrario es muy a menudo el caso. Ni que la filosofía sea una pieza funcional en el engranaje de resolución de conflictos. Simplemente, está ahí cuando el conflicto se revela, y algo de ella flota en el ambiente cuando el conflicto entra en su salida. Por eso, no es sólo, aunque también, una más entre las varias materias que forma el acervo común al que todo ciudadano debe poder acceder. Es también algo muy específico. 5. Todo ello supone que la filosofía tiene una implicación social demasiado fuerte como para estar enclaustrada en circuitos cerrados. Desde luego, es en ellos donde mejor puede refinarse y sutilizarse, como en un laboratorio de ideas. Pero sólo en el contacto con el mundo es donde esas ideas germinan, se desarrollan y modifican. Y, también, un mundo incomodado por ese flujo de ideas es un mundo social y culturalmente más vivo. Desde luego, una comunidad donde todos fueran filósofos sería insoportable, si es que llegara a sostenerse. Pero ya basta mirar a un departamento universitario de filosofía para constatar que la convivencia entre sus miembros no tiene nada de filosófica, sino que es humana, demasiado humana. Ahora bien, una sociedad donde la discusión filosófica circule –en la cultura, en la política, en el arte-, cuyos ciudadanos tengan un cierto nivel de reflexividad conceptual, es mucho más sana que una en la que no lo haga. Si se permite el símil, igual que una sociedad cuyos miembros realicen regularmente ejercicio físico es más sana que una en la que no hagan, incluso si en la última hay un buen grupo de deportistas de élite. Mi sugerencia final es que la filosofía in partibus infidelium tiene por efecto fomentar esa capacidad de reflexión conceptual en otros ámbitos sociales que los cenáculos de filosofía. Y que eso es positivo para la sociedad y la política, a la vez que mejora a la filosofía misma. Sin arreglar las relaciones entre aquellas y esta. Por fortuna para ambas. Actas I Congreso internacional de la Red española de Filosofía ISBN 978-84-370-9680-3, Vol. XX (2015): 19-27. 27 Sobre enseñar filosofía fuera de las Facultades de Filosofía 28 Actas I Congreso internacional de la Red española de Filosofía ISBN 978-84-370-9680-3, Vol. XX (2015): 19-27.