Download Los rostros de la crítica

Document related concepts

Teoría crítica wikipedia , lookup

Axiología wikipedia , lookup

Ludwig Feuerbach wikipedia , lookup

Theodor Adorno wikipedia , lookup

Materialismo dialéctico wikipedia , lookup

Transcript
Dennis Alicea
Los rostros
de la crítica
ensayos
filosóficos
San Juan, 2010
Ediciones Callejón
3
Dennis Alicea
© Dennis Alicea
Reservados todos los derechos
de esta edición para:
© 2010 Ediciones Callejón, Inc.
Ave. Las Palmas 1108
Pda. 18 P.O. Box 9024
San Juan, Puerto Rico
00908-0024
Tel 787-723-0088 Fax 787-723-5850
[email protected]
Diseño colección:
SAMUEL ROSARIO
Portada: Ita Venegas Pérez
ISBN 10: 1-881748-74-X
ISBN 13: 978-1-881748-74-8
Lybrary of Congress:
2010924874
Colección En fuga–Ensayos
Datos para catalogación:
Alicea, Dennis
Los rostros de la crítica
Ensayos
Ediciones Callejón. 2010. Primera edición.
1.Filosofía
2.Marxismo
3.Hegel
4.Posmodernismo
5. Ideología
4
Ninguna parte de este libro,
incluido el diseño de la portada,
puede ser reproducida sin permiso
previo del editor.
Índice
Introducción.......................................................................
9
Los rostros de la crítica.................................................... 15
Después del Posmodernismo.......................................... 41
El concepto y la metáfora................................................. 67
Las imágenes y las formas del entendimiento............... 87
Citas memorables.............................................................. 109
El oficio de la filosofía....................................................... 123
5
Dennis Alicea
6
A Georg H. Fromm, Roberto Torretti y Ernesto Sosa,
filósofos, maestros y amigos.
7
Dennis
Alicea
Índice
8
Introducción
E
l ensayo, dice Adorno, “no comienza con Adán y Eva,
sino con lo que quiere hablar; dice lo que se le ocurre
sobre el tema en ese contexto y termina cuando siente
que finalizó, y no cuando no hay nada más que decir.”1 Esa
cierta arbitrariedad en el comienzo, en el tejido textual y en
la clausura, a la que alude Adorno, le imprime al género del
ensayo un carácter estético y relativamente libre. Cualquiera puede ser el comienzo, pero no cualquier comienzo es el
apropiado. Las ideas expuestas pueden ser voluntariamente
seleccionadas e hilvanadas, sin criterio arquitectónico que
sirva de guía, mas tendrán que satisfacer criterios de profundidad semántica, claridad expositiva y comunicabilidad
retórica. Sus finales o cierres pueden parecer decisiones
puramente románticas; un sentimiento de que se llegó a la
clausura, aunque muchas cosas queden por decir. Pero se
necesitará cerrar el círculo que el ensayo abrió y no todos
parecen ser finales logrados.
Los ensayos que aquí se presentan son fieles a muchas de
las máximas de Adorno sobre la forma del ensayo. El carácter
experimental y, en buena medida, fragmentario, así como la
aspiración de dar filosóficamente en el blanco, consciente de
la falibilidad y provisionalidad de las ideas,2 es transparente en
1
Theodor W. Adorno , “The Essay as Form” en Notes to Literature,
vol. one (1991). New York: Columbia Univ. Press, p.4.
2
Ibid., pp. 9,16 &17.
9
Dennis Alicea
cada una de las propuestas de los ensayos que siguen. El tono
crítico, “tan inevitable como respirar”, tal como decía Eliot, no
acalla lo que, a mi modo de ver, le imprime homogeneidad a
este grupo de ensayos: esto es, rescatar la dimensión creativa
e imaginativa de la filosofía. Atrapada la filosofía en una larga
y excluyente tradición que prima la dimensión epistemológica
y el conocimiento empírico, el explorar el rol de la imaginación
creativa parece urgente y necesario. Ya sea examinando los
cruces del concepto y la metáfora, es decir, de la filosofía y la
literatura, o el poder de las imágenes pictóricas para ampliar
nuestro entendimiento profundo de las cosas, o la idea de un
pensamiento imaginativo que sea más que crítico, es decir, que
sea creador de opciones impensadas, o el llamado a una visión
gnoseológico–estética de la filosofía, lo cierto es que todos los
ensayos parecen coincidir con Baudelaire en que “la más alta y
filosófica de nuestras facultades es la imaginación”.
La idea del ensayo filosófico --menos ambicioso que el
tratado sistemático y más coherente que la forma aforística–
redime la accesibilidad comunicativa que reclaman, cada
vez más, los escritos filosóficos. Distanciarse de la palabra
obscura e inescrutable resulta imperativo para que el oficio
de la filosofía adquiera una voz comprensible en la cultura
intelectual contemporánea. Apropiarse y hacerle justicia a la
complejidad del objeto mismo, tan decisivo como pueda ser,
no exime a la filosofía de cumplir la función de clarificación
del pensamiento y el lenguaje. “La filosofía”, bien decía Wittgenstein, “debe aclarar y delimitar con precisión los pensamientos que, de otra forma, son opacos y borrosos… Todo lo
que puede ser pensado puede ser pensado claramente. Todo
lo que puede ser dicho puede ser dicho claramente.”3
Escribir en el Caribe y, específicamente, en Puerto Rico sobre temas filosóficos, o escribir filosóficamente sobre temas de
10
3
Ludwig Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus (1922,
2003). German – English, ed.. New York: Barnes & Noble, Inc., 4.112
& 4.116.
Introducción
la cultura contemporánea, es inusual y sin brillo. La ausencia
de una fuerte tradición filosófica, caribeña y latinoamericana,
parece excluir sistemáticamente estos escritos teóricos de las
editoriales, principalmente pobladas por las narrativas, las
críticas literarias y otros géneros literarios, que sí disfrutan de
una venerable tradición nacional e internacional. La falta de
una robusta tradición filosófica no ha impedido, desde luego,
la presencia de grandes pensadores con profundidad filosófica,
extraordinarios intelectuales caribeños y latinoamericanos,
que han reflexionado certeramente sobre temas vitales de su
entorno, su vida y su ciudad. Y así, no es tanto la ausencia
de reflexión filosófica, cuanto el haber hecho filosofía casi
con sordinas, mediada por otras inquietudes intelectuales y
políticas más apremiantes. Por otro lado, es preciso advertir
que se hace filosofía sistemática en los centros universitarios
de nuestros países, seria y muy respetable, pero buena parte
ocurre en el escolasticismo de los ambientes puramente académicos, mucha de ella en inglés y dirigida a otros públicos.
Además, se hace filosofía, acaso, a través de una rica tradición
de crítica literaria y ensayística –pensemos en Borges, Paz,
Piglia, Naipaul, Monsiváis, Vargas Llosa y tantos otros– que
no cesa de reflexionar sobre los asuntos fundamentales de los
seres humanos y su específico mundo latinoamericano.
Así, pues, no es casual que los ensayos filosóficos que se
presentan tengan como fuente obligada la tradición europea y
anglosajona de la filosofía. No podría ser de otro modo. Espero, sin embargo, que mi intervención crítica revele y permita
calibrar la riqueza que le brinda a la filosofía una tradición
y cultura literaria universal, como lo es la latinoamericana.
La filosofía y la literatura ocupan espacios intelectualmente
contiguos, tal vez, por ser el pensamiento y el lenguaje sus
materiales primarios de trabajo. Sus cruces, traslapos y resistencias son, por ende, inevitables.
Contrario a la apreciación estereotipada de la filosofía
como actividad adusta y formal, pienso que ésta posee un
11
Dennis Alicea
notable lado lúdico y estético, probablemente, a consecuencia
de su indisoluble conexión con las formas del lenguaje. El
discurso filosófico es, en gran medida, un juego de lenguaje,
tal como pensaba Wittgenstein, y por mucho que duela al
filósofo profesional. Es un modo de representación que se
construye en perpetua crítica e interpretación del lenguaje.
La reflexión filosófica comienza siempre con el lenguaje. No es
posible sin romper, de algún modo, con las formas de mirar,
afirmar y preguntar, que vienen dadas por el lenguaje que
nos atrapa. Hay un juego con el lenguaje y es la filosofía, en
sí misma, un juego de lenguaje. La nota lúdica se presenta
a cada paso –en cada proposición filosófica se juega con las
palabras y sus significados-- y el lado estético es el mismo lado
estético del lenguaje. Mas “todavía se mueve” como hubiera
dicho Galileo. La reflexión filosófica comienza con el lenguaje,
pero termina con la cosa misma. La filosofía es más que su
lado lúdico y estético, de la misma manera que la literatura
es mucho más que ficción y lenguaje figurado. ¿Cómo dar en
el blanco? ¿Cómo mantener la distinción de ambos lenguajes,
cuando se reconocen fronteras tan borrosas?
El impulso inicial de comenzar a escribir estos ensayos
sobrevino mientras disfrutaba la relectura del desgarrador y
hermoso libro de Francisco Umbral, Mortal y Rosa. Umbral
convocó a Goethe, en medio de la depresión sin límites a causa
de la prematura muerte de su hijo. Decía él: “Hay que trabajar
sin prisa y sin pausa, según la vieja fórmula goethiana, que
no es sólo un método de trabajo, sino la razón misma de la
tarea… La obra en marcha le da a la vida un ritmo… articula
un destino…estructura una conciencia, ayuda a vivir. Lo de
menos, al final, quizá sea la obra”.4
Mis múltiples responsabilidades académicas han sido
siempre detentes de la escritura, aunque, ocasionalmente,
he podido contribuir con artículos y ensayos cortos para
12
4
Francisco Umbral, Mortal y Rosa (1975, 2007). Barcelona: Editorial Planeta, p. 214.
Introducción
periódicos y revistas. Las palabras de Umbral me impulsaron a comenzar estos ensayos, “sin prisa y sin pausa”, según
la fórmula de Goethe. Mas tuve la fortuna y el privilegio de
contar con tres magníficos lectores, amigos y maestros, que
se identificaron plenamente con mi proyecto y me estimularon
a publicarlos. Gracias a la generosidad y al entusiasmo de
Arcadio Díaz Quiñones, quien leyó y comentó cada ensayo
desde el principio, continué sin prisa y sin pausa. Sus acertados comentarios críticos fueron siempre nobles y solidarios,
cuidando tanto la forma como el contenido. Tuve en Edgardo
Rodríguez Juliá al lector puntilloso en su crítica, sin concesiones, mas siempre respetuoso y fraternal. El tercer lector fue el
lingüista Eduardo Forastieri-Brachi, cuya entusiasta lectura y
recomendaciones, al punto, fueron siempre estimulantes para
continuar la tarea. Finalmente, agradezco a Wanda Flores,
quien descifró mi ilegible escritura, siempre con una sonrisa.
A todos, mi más profundo agradecimiento.
Dennis Alicea
13
Dennis Alicea
14
Los rostros
de la crítica
“La crítica: el ácido que disuelve las imágenes.”
Octavio Paz
Posdata
E
l llamado casi al deber del pensamiento crítico ha adquirido un aire de imperativo categórico. Oponerse al
pensamiento crítico es como oponerse a la virtud moral,
o a las formas más refinadas del pensamiento ilustrado. Se
acepta, casi dogmáticamente, con todas las contradicciones
que la unión de ambos términos supone. Se acepta con la
autoridad inapelable de un enunciado evidente, transparente
y de significado unívoco.
Pocos términos, sin embargo, gozan en la literatura filosófica, literaria, estética y científica de tan amplia pluralidad de
significados y reverberaciones semánticas. Semejante polisemia le imprime a la idea del pensamiento crítico un carácter
opaco, ambiguo y, paradójicamente, prestigioso.
Resultaría interesante explorar en detalle cómo se incorpora ese concepto de crítica en la semántica de los diferentes gremios. Los sistemas educativos, por ejemplo, lo adoptan como
la quinta esencia del deber ministerial del profesor o educador.
Los movimientos políticos de izquierda lo incorporan como
su leitmotiv, consustancial al rol de opositor sin concesiones.
La actividad científica, natural o social, se concibe a sí misma
como inherentemente crítica. Toda una clase de “críticos de
15
Dennis Alicea
arte” y crítica profesional fundamenta su existencia en el ejercicio de esa facultad especial. En los gremios literarios
se convive con la crítica como una segunda naturaleza:
desde los movimientos del “new criticism” de la primera
mitad del siglo XX, o los programas de estudios literarios,
hasta las secciones de crítica literaria en los apartados
dominicales de los medios periodísticos. En fin, amplios
movimientos intelectuales de historia crítica, “critical
legal studies” y filosofía crítica se han fundado teniendo
como eje central la reverenciada virtud intelectual del
criticismo.
La “cultura del discurso crítico”, como la llamó Alvin Gouldner, no parece ser, por lo tanto, patrimonio de ningún gremio,
ni de una actividad profesional específica, sino que pertenece
y penetra ampliamente en las diversas disciplinas académicas, profesiones, movimientos sociales, culturales y políticos.
Es una cultura que pertenece a lo que, tradicionalmente, se
podría denominar como los intelectuales: escritores, artistas
plásticos, poetas, historiadores, humanistas, científicos, filósofos, etcétera.
La necesidad de examinar críticamente el concepto de crítica adquiere cierta urgencia, hoy, por el acoso de tres paradojas
modernas. La primera de estas paradojas es la aparición en
las últimas décadas de un movimiento de pensamiento crítico,
sobre todo dentro de los movimientos educativos y centros
de estudios, que es la perfecta antítesis del criticismo en sus
formas más ilustradas. Es un pensamiento seudo-crítico que
termina acuñando la retórica, sin asumir su sustancia. Definido
como una cierta lógica informal, aguada, la enseñanza del llamado “pensamiento crítico” parece más un recetario de pasos
y reglas mecánicas, que un esfuerzo serio por la formación y
avance de la cultura intelectual. Dicha lógica, como veremos,
parece recalcar los procedimientos vacíos y sin contenido,
subrayando aptitudes generales y descontextualizadas. Así,
se trafica con muchas pautas generales, articuladas como
16
Los rostros de la crítica
racionalidad instrumental, que contribuyen escasamente a
la verdadera formación educativa y crítica.
La crítica de la crítica es más urgente en nuestros días,
ya que crece cierto irracionalismo en los más diversos escenarios, paradójicamente, en nombre del criticismo. La
pasión aniquiladora, negativa, entronizada en los estilos
del debate público y privado ha transformado el espíritu
crítico, en principio edificante, en una máquina demoledora con el objetivo de vapulear críticamente al oponente El
dogmatismo y la intolerancia hiper-crítica han hecho su
aparición en el seno mismo de la crítica, socavando el más
elemental sentido de civilidad y posibilidad de progreso
racional. Cierto es que la crítica puede adoptar, en circunstancias específicas, la forma de lo que, hegelianamente, se
ha nombrado como el momento de la negatividad, pero
sólo para trascenderlo. El vituperio intransigente contra
el que piensa de manera diferente y el fundamentalismo
sectario, que excluye y daña, no puede ser parte de una
cultura crítica racional e ilustrada.
En tercer lugar, y de manera contradictoria, aunque el
concepto y ejercicio de la crítica parece ser un denominador
central de las diversas manifestaciones de la producción
cultural —literaria, plástica, filosófica, científica— es, sin
embargo, un común denominador que revela más diferencias que comunidad de rasgos. En efecto, bajo la amplia
rúbrica de la actividad crítica se exhibe una pluralidad de
acercamientos con distintos lenguajes, enfoques y prácticas. Se articula de muchas maneras, a través de diferentes
medios y con diversos fines. De modo que examinar el
concepto de crítica en su rica perspectiva histórica, y en
su sentido más prístino, sería un primer paso necesario
para rescatar, finalmente, las auténticas virtudes de un
pensamiento reflexivo, crítico y creativo.
17
Dennis Alicea
2
Una mirada histórica a varias de las formas más célebres
en que se ha articulado el concepto de crítica provee claves
esenciales para su entendimiento. La figura más emblemática
de la Ilustración, junto a Voltaire, fue Immanuel Kant. Todo el
andamiaje impresionante de su filosofía se montó en sus tres
famosas Críticas, que analizaron los poderes de la razón y sus
principios: la razón pura o teórica, la razón práctica o de la
conducta moral y la razón en el juicio estético. Su filosofía
crítica no se ocupó del conocimiento de los objetos propiamente, sino del modo de conocerlos y sus condiciones de
posibilidad. Lo que el riguroso Kant llamó crítica fue, primariamente, a la investigación y reflexión sobre los fundamentos
de la experiencia, así como a los conceptos y principios del
entendimiento que hacían posible esa experiencia. El objeto
de su crítica fue, pues, la metafísica: si era posible y cómo era
posible el conocimiento de los objetos.
La extraordinaria crítica kantiana destiló múltiples y certeras ideas fundacionales, imprescindibles para aquilatar el
concepto moderno de crítica. La primera de éstas, e ineludible
por trivial que parezca, es que sin investigación y conocimiento profundo del objeto escrutado no puede haber crítica en
serio. Cuesta creer cuán necesario es recordar insistentemente
este básico principio. En efecto, la Crítica de la razón pura no
fue una lógica general del conocer, ni meramente una gnoseología abstracta, sino una investigación sistemática de los
presupuestos y condiciones de posibilidad del conocimiento
mismo: desde las coordenadas de espacio y tiempo, o formas
de la sensibilidad, que hacían posible los objetos como objetos del entendimiento; la formación de los conceptos y los
esquemas del entendimiento humano, hasta las ideas reguladoras de la razón como la libertad, la inmortalidad del alma
y Dios. El monumental sistema crítico kantiano fue dirigido
a propiciar un aldabonazo, por partida doble, al dogmatismo
y al racionalismo tradicional y, por otro lado, al escepticismo
18
Los rostros de la crítica
irrestricto y al empirismo radical: formas acríticas, éstas,
que han acechado a la razón permanentemente y que aún no
reciben su tiro de gracia. La creencia dogmática disfrazada
de razón privilegiada, la pretensión de un acceso racional y
no empírico a la verdad, el escepticismo desmedido que se
muerde a sí mismo y el empirismo estrecho atado a los sentidos fundacionales: todos fueron movimientos intelectuales
o ideas prevalecientes, enjuiciadas críticamente por el rigor
kantiano. Perturba pensar que algunas de éstas reaparecen
con distintos rostros, impermeables al paso del tiempo y a
los progresos históricos de la racionalidad.
Una aproximación somera al criticismo kantiano revela
pautas esenciales para cualquier concepto enriquecido de
crítica. La crítica es, ante todo, un proceso activo y dinámico
del sujeto cognoscente que, consciente e intencionalmente,
asume una posición en guardia, vigilante, revisionista de la
postura ingenua y pasiva que acepta las cosas tal cual aparecen, o at face value. Supone un conocimiento sustancial,
desapasionado y profundo de la realidad que se pretende
examinar críticamente. Por ello, es frecuente ver intelectuales
que manifiestan un poder extremadamente crítico en zonas de
la realidad con las que están intelectualmente vinculados y,
por otro lado, exhiben un acriticismo penoso en otras zonas
inexploradas, o en zonas minadas en las que las pasiones
y prejuicios penetran soslayadamente. Trivialmente cierto,
como parece, este enunciado tiene las propiedades de un
contraejemplo contundente contra los que, hoy, pretenden
manufacturar “pensadores críticos” y traficar con recetas
vacías.
Si la “revolución copernicana” kantiana, y su ingente
fundamentación de la ciencia natural prevaleciente, fueron
fundacionales para la idea moderna de crítica, igualmente
decisivas fueron las ideas incorporadas por la crítica de la
razón histórica a partir de Vico, Herder y Hegel. Concebir la
realidad, natural y social, como realidad histórica, como un
19
Dennis Alicea
resultado a partir de desarrollos o momentos con un origen y
evolución precisos, resultó decisivo en el enriquecimiento de
la idea de crítica moderna. El trazo de la conciencia histórica
patentizó las continuidades –y rupturas– allí donde sólo se
captaban discretos momentos inconexos y distantes. Promovió una perspectiva organicista, un orden que capturaba la
coherencia del recuento. Procuró armar un método de análisis
e interpretación riguroso de documentos y testimonios. Ciertamente, buscó significados y recuperó el sentido histórico
que permitía contextualizar y urgar, tanto en la necesidad
como en la contingencia del acontecer histórico. “Solo los
bárbaros”, decía Isaiah Berlin, “carecen de la curiosidad acerca
de dónde proceden, cómo llegan a estar donde están, a dónde
se dirigen, si quieren dirigirse allí, y si es así, por qué, y si no,
por qué no”.1
La razón histórica que llegó a su opus con Hegel y su
arquitectónico sistema filosófico, se reinterpretó terrenal y
materialmente por Karl Marx, imprimiéndole éste una densidad sin precedentes al criticismo. No se trataba sólo de
escudriñar las estructuras internas de la realidad y el mundo, o de la reflexividad del pensamiento que piensa sobre
sus propias condiciones, sino de una realidad que se piensa
diacrónicamente y se articula en diferentes momentos o formas históricas de organización social. Heredero crítico de la
razón histórica hegeliana, Marx fue la figura que le dio forma
madura y enriqueció decisivamente el concepto moderno de
crítica. Marx no sólo incorporó al análisis de la realidad social
y política esa visión histórica, que permitía captar el nacimiento y ocaso de realidades “eternizadas”, sino que analizó
empíricamente las jerarquías estructurales, internas, de su
objeto de estudio: el sistema social y económico capitalista
1
Citado por Esteban Tollinchi, La historia y el siglo inconsciente
(2008). Río Piedras: Editorial Universidad de Puerto Rico, p.21. En este
libro póstumo, el gran maestro Tollinchi nos dejó un exquisito recuento
de la formación de la conciencia histórica y el método crítico.
20
Los rostros de la crítica
de finales del siglo XIX. Ese análisis sincrónico que distingue
e integra y que, aunque adscribe un peso relativo mayor a
la forma de producción económica o modo de producción,
reconoce otros niveles decisivos de la realidad que se traban
en el análisis, se convirtió en un modelo de examen crítico. Si
nos despojamos de las pasiones y los dogmatismos atávicos,
no debería caber duda de que Marx inauguró y estableció la
guía de la más amplia tradición de investigación social –crítica
que impactó toda la actividad científico-social, humanística y
cultural del siglo XX.
Similar a Kant, la obra madura de Marx tuvo como eje
central de su esfuerzo intelectual el concepto de crítica,
fuera éste de la economía política, del modo de producción
capitalista, de la ideología alemana en sus tempranos trabajos y de tantos otros temas de su entorno político, social y
cultural. Lo decisivo de Marx, a mi parecer, fue su notable
integración de lo ideológico en el seno del concepto mismo
de crítica. Estableció definitivamente el canon de la posibilidad de un conocimiento crítico-ideológico, a contrapelo de
la idea de crítica “neutra”, sin intereses y con pretensiones
de objetividad. El concepto de crítica–ideológica se elevó así
a una posición medular en el análisis. Era el primer intento
sistemático de hacer, a la vez, ciencia de la realidad social y
política, y pretender transformar conscientemente esa realidad radicalmente, sin reclamar neutralidad. Fue un intento
de investigar científicamente la forma de organización social
capitalista y su trasfondo histórico, desde una perspectiva
ideológicamente sesgada y explícitamente asumida. Era pues
una crítica demoledora, que no tenía las pretensiones de ser
neutral, desinfectada de valores políticos y sociales –tan en
boga en los modelos científico-sociales del siglo XIX–, ni tampoco pretendía esconder los valores que movían su empresa
teórica y práctica. Por el contrario, se trataba de un ejercicio
crítico-intelectual con fines ideológicos nada furtivos que, no
obstante, aspiraba a cumplir con los cánones de un conoci-
21
Dennis Alicea
miento científicamente fundado. Marx retó, por lo tanto, a las
más vastas y convencionales tradiciones, desde la Ilustración
y el poderoso paradigma científico–natural objetivista imperante desde el siglo XVI, hasta las formas entonces nacientes
del positivismo en sus variadas manifestaciones.
Ya desde sus escritos juveniles, en los famosos Manuscritos
del 1844, Marx interrogó la realidad codificada y el fenómeno
de la enajenación del trabajo, buscando las causas detrás de
los fenómenos y cuestionando éticamente el ordenamiento.
Posteriormente, su análisis se amplió y enriqueció, elaborando su crítica desde adentro, mediante el examen profundo
de la estructura de la economía política, sus desarrollos y
contradicciones internas. Esa crítica que, desde Hegel, se
llamó crítica inmanente, él la llevó a sus límites más ilustrados. A lo largo de la extensa y densa obra de Marx, se podría
trazar esa constante crítica que penetra y va tras la realidad
hipostasiada: ora el trabajo enajenado, ora el fetichismo del
dinero, la mercancía o la ganancia. La ideología inherente a
la actividad crítica era, para él, fundamental, ya que proveía
una perspectiva privilegiada y no una distorsión inevitable. La
ideología no era necesariamente conciencia falsa o prejuicio.
Por ejemplo, allí donde David Ricardo, el célebre economista
inglés, articuló y sólo vio la teoría de la ganancia del capital,
él pudo proponer su teoría de la plusvalía con fines teóricos y
prácticos distintos, en virtud precisamente de su perspectiva
ideológica. No se trataba de capacidades especiales que lo
distinguieran de Ricardo, sino de modos distintos de mirar y
participar en el mundo. La perspectiva ideológica podía adquirir, pues, un rol protagónico, decisivo en su cáustica crítica.
Una forma de mirar. Dependiendo de dónde se mirara y cuál
fuera la intencionalidad de la búsqueda, permanecerían o no
silentes zonas de la realidad reificada.
Contrario a las múltiples publicaciones panfletarias que
pretenden formalizar la lógica de la crítica y de la dialéctica
en el pensamiento de Marx, éste nunca articuló tal teoría,
22
Los rostros de la crítica
probablemente por razones de principio gnoseológico. Su
esfuerzo crítico siempre fue aplicado, en el análisis real del
sistema social, político y económico, o combatiendo sus asiduos enemigos políticos e intelectuales. Su aparato crítico
estaba guiado por la idea hegeliana de concebir como una
“totalidad orgánica”, como un todo coherente, a la realidad
que descubría y, por lo tanto, explicarla en todos sus nexos e
interacciones. El esfuerzo crítico y el cognoscitivo eran uno
sólo: un mismo movimiento de reapropiación intelectual. La
determinación de continuidades e interconexiones subyacentes y la idea de explicar sistemáticamente, examinando las
mediaciones de posturas irreconciliables; la idea del cruce
de fronteras o interdisciplinariedad, tan en boga hoy (lo económico, lo político, lo filosófico, etc.); la idea de insertar la
libertad de la acción humana y lo contingente en la necesidad
del acontecer histórico, fueron temas y enfoques, entre otros,
que se incorporaron al discurso y análisis crítico, gracias al
proyecto monumental de Marx. La tradición de investigación
iniciada por Marx fue reinterpretando progresivamente la idea
de crítica y enriqueciéndola, partiendo de sus lineamientos
teóricos. Pensemos, por ejemplo, en el Lukács de Historia
y conciencia de clase (1923) y su contribución decisiva a la
teoría de la ideología, que rescató todo el armazón hegeliano
de cara a las interpretaciones más estrechas generadas por
los escritos tardíos de Engels. Pensemos, digamos, en los
Cuadernos de Antonio Gramsci, cuya forma de apropiarse
intelectual y prácticamente de la teoría de Marx le permitieron elaborar una amplia crítica política, cultural, literaria
y social con repercusiones que trascendieron por mucho el
medio italiano donde se gestaron. Pensemos en los famosos
trabajos de la Escuela de Frankfort en los 1930 elaborados por
Horkheimer, Marcuse, Adorno y Benjamin, para mencionar los
más célebres; en la tradición existencialista francesa que, gracias a Sartre en los sesenta, enriqueció el concepto de crítica
marxista incorporando al individuo irreductible como pieza
23
Dennis Alicea
imprescindible del análisis de la “totalidad orgánica”; en fin,
pensemos, en la unificación del estructuralismo y el marxismo,
intentado por Louis Althusser, ya casi en los setenta. También
Latinoamérica recibió el influjo decisivo de toda esta tradición
de investigación social iniciada por Marx: principalmente en
países como México, Perú, Chile, Nicaragua y, desde luego,
Cuba. Los ensayos de José Carlos Mariátegui de interpretación de la realidad peruana para “nacionalizar el marxismo”,
las famosas “Siete tesis equivocadas sobre América Latina”
de Rodolfo Stavenhagen, los trabajos filosóficos de Adolfo
Sánchez Vázquez sobre la “filosofía de la praxis” y la estética
marxista, los poemas de Ernesto Cardenal, los aforismos de
Eduardo Galeano, las cartas de Ernesto Guevara, entre muchos
notables, revelan la impronta de esa tradición marxista en la
realidad intelectual y política latinoamericana.
Fueron todos movimientos intelectuales, culturales —filosóficos, artísticos, historiográficos, sociológicos— y, sobre
todo, políticos, identificados con un cambio social fundamental. No se trató de una crítica que sólo cuestionara teóricamente cómo aparece el mundo y las cosas, así como lo que se
esconde detrás de estos fenómenos, sino que intentó transformar radicalmente el estado de cosas. No fue una crítica
teórica o cognoscitiva, por así decirlo, sino una crítica a favor
de un cambio en las raíces del ordenamiento social. Para esta
tradición crítica, pensar y actuar no eran reinos separados,
sino trabados en un continuo dialéctico. La crítica no era un
mero método instrumentalmente utilizable; no era una lógica
abstracta que se podía o no aplicar. La teoría crítica, como
la nombraron Horkheimer y Adorno, pretendía instaurar un
orden racional y humano que trascendiera las formas variadas
de la opresión… la “humanidad autoconsciente” que realizaba
su proyecto histórico. La teoría crítica no era, pues, una teoría
general del criticismo, sino una teoría específica del sistema
social capitalista: una teoría que levantaba sospechas sobre
la pretendida naturalidad del orden social establecido, y que
24
Los rostros de la crítica
condenaba las formas de organización reificada, que conocía
y pretendía transformar ese sistema.2
Hoy resulta desafortunado el destierro de los trabajos de
Marx de las librerías y centros de estudios, luego de la caída
del imperio soviético, el Muro de Berlín y el colapso de varios gobiernos de izquierda en países latinoamericanos. La
trascendencia intelectual de Marx no debe ser calibrada por
los desaciertos o perversiones prácticas de algunas de sus
propuestas de cambio social. El culto estalinista a la personalidad; el estado totalitario que niega libertades básicas en
nombre de la revolución; las dictaduras de izquierda, cuyas
perversiones duelen mucho más porque se construyeron en
nombre de la integridad y de valores superiores, han sido
formas desvirtuadas que merecen la crítica sin concesiones.
Interpretarlas, sin embargo, como falsificaciones o pulverizaciones de toda la monumental obra analítica de Marx sobre
el sistema social capitalista es, en rigor, incorrecto, amén de
una manipulación de los hechos históricos y de la relación
compleja entre las propuestas teóricas y las formas concretas
de implantación. Reconocer la validez relativa de muchos de
los análisis de Marx, aplicables a momentos muy definidos,
y aceptar su vulnerabilidad terrenal, como cualquier pensador histórico, es necesario y fiel a su propio espíritu crítico.
Igualmente imprescindible es reconocerlo como un verdadero
gigante del pensamiento social crítico. Como muchos señalan
ahora, puede que sea posible, después de todo, reivindicar
algunos de sus textos, hoy que no se citan como escrituras
bíblicas, ni sus ideas generan seres exaltados por el fanatismo
dogmatizado.
El criticismo de Marx y del marxismo del siglo XX tuvieron
notorias influencias prácticas en distintos órdenes de la cultuMax Horkheimer, “Traditionelle and Kritische Theorie”, pp. 137191. Kritische Theorie. Eine Dokumentation (1968). S Fischer Verlog
Gmblt, Fracfort del Meno. (Trad. Al castellano: Teoría Crítica (1974).
Buenos Aires: Amorrortu, pp. 223-271).
2
25
Dennis Alicea
ra. Cabe destacar, sobre todo, cómo se asimilaron algunas de
sus ideas centrales en el proyecto cultural de alfabetización y
conciencia crítica, llevado a cabo por el sacerdote brasileiro
Paulo Freire. Freire acuñó el concepto de “conciencia crítica” como motor de emancipación cultural y educativa, en su
legendario proyecto educativo masificado para erradicar la
conciencia fanatizada, el sectarismo irracional y la fuerza de
los mitos en el comportamiento. La “conciencia crítica transitiva”, la que se enseña y transmite decía Freire, pretendió
sustituir las explicaciones mágicas y las formas de manipulación institucionalizada por una “forma de vida permeable,
interrogativa, inquieta, dialógica.”3 El concepto de “conciencia
crítica” de Freire no era fundamentalmente gnoseológico, sino
eminentemente social, liberador y conducente a la democratización de la cultura. Su crítica no fue una crítica destructiva,
sino edificante. El crítico, decía, aunque sepa que está en lo
cierto, respeta al opositor: “trata de convencer y convertir,
no destruir a su oponente”.4 El proyecto de base --educativo,
social y cultural—era, en el fondo, un esfuerzo político de liberación, donde el conocimiento, la crítica y la acción emergían
orgánicamente.
3
El concepto de crítica que evolucionó en el siglo XX, sobre
todo en la tradición continental de la filosofía, lo hizo desde
versiones marxista—hegelianas o cercanas a éstas. Otros
modos de crítica importantes se articularon en la tradición
continental: fenomenológica, positivista lógica, existencialista,
estructuralista, posestructuralista, posmodernista, etc. Pero
fue la tradición de investigación marxista-hegeliana la que,
a mi juicio, le dio centralidad a la independencia crítica, al
concepto de crítica como demiurgo de la actividad intelectual.
Paulo Freire, Education for Critical Consciousness (1973). New York:
The Continnum Publishing, pp.18-19.
4
Ibid., pág, 10 & pp. 146-148.
3
26
Los rostros de la crítica
Mientras tanto, en la tradición filosófica analítica, principalmente anglosajona, fue evolucionando una idea distinta de
crítica: más instrumental, más metodológica y más cercana a
la idea de criticismo en la ciencia. Charles Peirce en su famoso
ensayo “The Fixation of Belief” delineó lo que sería una guía
del criticismo cientificista. La crítica para Pierce adquirió la
forma del “inquiry”, que escudriña la experiencia, abierta a la
verificación y al reexamen, como ya decía Francis Bacon en el
siglo XVII. La crítica de Peirce se dirigió al comienzo mismo
en que se implanta la creencia, ya por hábito, costumbre o
tradición. Peirce combatió el dogmatismo, la autoridad y el
racionalismo a priori como formas históricamente fraguadas
que han determinado lo que se debe creer. Propuso el “inquiry” científico como el instrumento crítico que apacigua
la duda que lo aguijona. El método de la ciencia trazaba el
camino de la crítica: un método experimentalista, falibilista,
público --vale decir, intersubjetivo-- racional, sin intervención
y con control de los sentimientos y propósitos subjetivos.5
La historia de la filosofía de la ciencia durante el siglo XX
fue, en cierto modo, una reflexión permanente sobre la actividad científica y la naturaleza inherentemente crítica de esta
actividad. El criticismo afloró con un significado más acotado,
más definido como forma en que el conocimiento se autorregula y establece controles para su validación. El realismo
crítico que defendió el inglés Karl Popper, por ejemplo, una de
las figuras más prominentes de esta tradición, estuvo guiado
por el fervor a su famoso criterio de falsificabilidad: la ciencia
crece, pensaba él, no buscando incesantemente evidencias a
favor de sus ideas, sino a través de un esfuerzo crítico continuo
y sistemático por problematizar las propuestas, promover soluciones tentativas, eliminar errores en el camino y exponer al
mayor rigor posible las conjeturas planteadas como opciones.
Firme defensor de las instituciones liberales, a las que designó
Charles Peirce, “The Fixation of Belief” en Charles S. Peirce, Selected
Writings (1966), New York: Dover Publication, Inc. pp. 91-112.
5
27